Los empleados de mi padre (10)

Fin de la historia

La que fuera nuestra casa durante unos meses se proyectaba ahora como la viva imagen de la desolación. Me recordaba con Vitín montando muebles de Ikea, manchados con la pintura de las paredes, como una típica secuencia de comedia americana. Encontré una mezcla difusa de sentimientos imposibles de cuantificar. No sabía dónde acababa Vitín y dónde empezaba Sergio y cuál de ellos tuvo más peso durante aquel trance. No quise tocar nada más allá de recoger mi ropa y mis libros. No quería dejar ninguna pista que llevara a Vitín a la confusión, o a creer que había estado cotilleando sus cosas.

Hice caso omiso de sus palabras al pedirme que fuera cuando él estuviera delante. Esperé hasta el lunes por la mañana consciente de que estaría trabajando. Pensé en Paco para que me acompañara, pero la contrapartida de escoger aquella hora era que él también estaba en la oficina y no podría. Mi mejor amiga de Madrid se ofreció entonces y entre ambos recogimos los restos del naufragio en apenas una hora. Tenía la sensación de que estaba robando o algo por estilo, temblando y con miedo de que la puerta del piso pudiera abrirse en cualquier momento. Pero todo transcurrió sin sobresaltos, tal y como planeé.

Esa misma tarde llamé a mi socia para decirle que me tomaría unos días libres y, como cada año, me fui a la playa para la Noche de San Juan. Estar con mis amigos lejos me ayudaba doblemente. Por un lado, me servía para estar entretenido sin dar tregua a que mi cabeza pudiera pensar. Por otro, si recibía alguna llamada, ya fuera de Vitín o de Sergio, achacaría a la distancia cualquier excusa que pudiera surgir. La llamada de Vitín la esperaba cuando se diera cuenta de que estuve en nuestra casa; la de Sergio hubiera sido una enorme sorpresa.

Que yo volviera a insistir en saber de él desde la barbacoa era completamente innecesario. La respuesta estaba muy clara: “no quiero hacerte daño”. Que la entendiera ya era otro cantar. Quizá él ya la tenía preparada imaginándose que me pasaría por la empresa para pedir una explicación (como ya en su día hiciera en el hotel), pero como digo, el pretexto de mi viaje a la playa resultaría bastante útil y le dejaría, si se diera el caso, con las ganas. Dicen que al saltar la hoguera durante la Noche de San Juan hay que pedir un deseo. El mío no fue recuperar a Sergio, sino todo lo contrario: que desapareciera de una vez de mi vida por muy doloroso que pudiera resultar en un primer momento. Pero la experiencia es un grado, y según ella, sé que el tiempo me ayudaría a cumplirlo.

También dicen que un clavo saca a otro clavo. Y de nuevo me aventuré a confiar en la sabiduría popular. Durante la cena de aquella mágica noche un tío de la mesa de al lado en el restaurante no paraba de mirarme. Levantaba a veces su copa con la intención de brindar conmigo en la distancia. Otras veces me decía con un gesto que sonriera. No tenía yo cuerpo, aunque el alcohol comenzaba a surtir efecto para desinhibirme. Corroboré con mis amigos el hecho de que aquel tío me estuviera tirando los trastos impunemente y todos coincidieron en que al menos no paraba de mirarme. “Ángel ha ligado” decían entre risas intentando levantarme una a mí. Una de las veces que salí del baño me le crucé en la puerta y ya me habló por fin. Me explicó en qué zona de la playa estaría para la hoguera y me dijo que me esperaría.

Cargados de botellas de ron y whiskey, toallas y hasta una guitarra, mis amigos me convencieron para ir a la zona donde me esperaba mi nuevo admirador. Una vez asentados, tratamos de buscarle con la mirada lo poco que nos permitía la luz proyectada por las llamas, pero ninguno pudo encontrarle. Continuamos, pues, con la noche entre alcohol, baños en el agua, saltos al fuego y canciones al son de una guitarra. Al rato, con la excusa de pedirnos hielo, apareció Manolo, al que mi amiga Rocío invitó a tomarse una copa con  nosotros. Se sentó a mi lado sobre la arena y respondió con paciencia a las típicas preguntas que mis a veces agobiantes amigos le hicieron. Que si de dónde era, que si iba mucho por allí, a qué se dedicaba…Manolo aguantó estoico y justo antes de levantarse y despedirse, me dijo que no me marchara sin avisarle y que si me apetecía dar un paseo por la playa fuera en su busca. De nuevo mis amigos me animaron para que lo hiciera.

Y otra vez una conversación muy típica a la orilla del mar. Pero pronto se acabaron los temas. Mala señal, pues para mí es una muestra de feeling que no haya espacios en blanco. Aun así, acabamos en su casa con una clara intención: follar. Y no sé por qué lo hice. Manolo no me gustaba. Según él tenía 36 años, aunque aparentaba algunos más. Algo más bajo que yo, pero también más delgado. Sus ojos me parecían hasta vulgares comparados con el brillo de Ojos Azules o el verdor de Vitín. Al margen de ello, tenía algo en la mirada que no acababa de cautivarme. Pero a pesar de todo, allí estaba en su apartamento completamente desnudo.

Me había puesto una copa, pero el tío no me dio apenas tiempo de darle un par de tragos. Comenzó a besarme con demasiado ardor para mi gusto y no tardó en sobarme la barriga o los muslos hasta que llegó a mi polla, excitada a pesar de todo. Pasarán veinte mil relaciones y yo seguiré con mis complejos al quedarme desnudo delante de un tío. Daba igual que a un maromo como Sergio no le importaran mis imperfecciones, que yo seguía castigándome por mi desfavorable genética. Y entonces abrí la boca para decir algo fuera de lugar, como siempre ocurre en esos casos. No tengo remedio. Pero a Manolo le dio igual. En plena fogosidad, de nada importaban cuestiones de tamaño o michelines.

Siguió besándome y mordiéndome con un ímpetu que no me complacía del todo. Al llegar a la oreja, la que para mí es una de las partes más excitantes del cuerpo, parecía querer soplar, o vete tú a saber, más que proporcionar algo de placer. Me invitó a la habitación y allí se comportó de la misma manera. Me arrojó sobre la cama sin que nuestros labios se soltaran. Me comió la polla con furia, y aquello ya sí me gustaba, así que terminé por doblegarme. Cuando se la chupé yo a él, sin embargo, no me supo nada bien. Era una cuestión de sabor, más que de tamaño o forma, pues la verga de Manolo no estaba nada mal. Pero fue su aroma, nada comparable al de la polla de Sergio, el que me llevó de nuevo a preguntarme qué coño hacía allí chupándosela a un tío que no me molaba.

Me agarró de nuevo por los brazos y me tumbó boca abajo. Mi comportamiento sí que era pasivo de verdad, pues me dejaba hacer sin llevar nada de iniciativa, quizá como incomprensible muestra de mi desgana. Se tumbó encima de mí y comenzó a refregarse contra mi espalda. De nuevo su boca llegó hasta mis orejas, que mordía con la misma intensidad que antes. Parecía ir a trompicones. Sentí su aliento en mi nuca y su polla dura sobre mi culo. Pero no se atrevió a metérmela. Ni siquiera me lo preguntó. Se apartó y me giró, aferrándose de nuevo a mi verga, comiéndola de arriba abajo. Jugando esta vez con su lengua de una manera más calmada, centrándose en mi capullo o tragándose mis huevos.

Quiso que yo hiciera lo mismo y se giró para mostrarme de nuevo su polla. Me supo igual, pero se la mamé todo lo bien que pude. Al menos por su forma sí que pude disfrutarla, jugando con su pellejo, haciendo círculos en su glande, o tragándomela toda de golpe. Sí, lo sé, cualquiera hubiera dicho que de verdad no me gustaba. Y menos él, por los gemidos que emitía. Comenzó entonces a centrarse en mi ano, al que llevaba uno de sus dedos ensalivados al tiempo que acercaba de nuevo su boca a mi verga como impulsado por espasmos, pues igual de rápido que llegaba hasta ella se separaba. Le estaba poniendo demasiadas pegas, pero ello no fue óbice para que acabara por correrme. En una de sus lamidas suspiré, y él, ingenuo, me preguntó si me había hecho daño. Y yo, casi avergonzado, le dije que no, que me corría ya.

No sé si eso es a lo que llaman gatillazo, o si simplemente fueron las ganas de que acabara. El caso es que solté mi leche privándome del placer que tuve con las últimas corridas de la bohardilla. Manolo dijo que no pasaba nada, y dibujó círculos con mi lefa sobre mi barriga, algo que me pareció en aquel momento sumamente desagradable y hasta asqueroso. Pero en mi afán por no quedar mal ante nadie (o peor, al menos) decidí no dejarle a medias y volví a centrarme en su cipote con ganas para que se corriera cuanto antes. Me parecieron los minutos más largos de mi vida delante de una polla. Menos mal que no tardó mucho. Y menos mal que me hizo apartarme cuando descargó.

Gimió un poco, me besó otro poco y me ofreció su ducha. Yo la rechacé. Nos fumamos un cigarro y me marché a casa. Mientras descendía por la escalera me sentía mal. Nada físico, pero sí una sensación desagradable y diferente a todas las que había tenido esa intensa semana, y que no fueron pocas. Repudiaba el olor que se había quedado incrustado en mi nariz. Me retorcía al pensar en la escena de la cama. Casi me daban arcadas cuando le recordaba mirándome de pie y desnudo en su salón. Eché de menos unas toallitas en mi coche. Tuve que recurrir a un bote de agua de peinado que llevaba en la guantera para que disimulara aquel olor tan desagradable. No funcionó. Ni siquiera la ducha de media hora que me dejó la piel enrojecida de tanto frotar con la esponja. Me sentí sucio. Demasiado sucio por el solo hecho de que el tío no me gustara. Y eso que no estaba mal. Quizá tuvo que ver el recuerdo de Sergio. O quizá el remordimiento por Vitín.

El caso es que a la mañana siguiente, en la soledad de mi habitación y en el trayecto de vuelta a Madrid, el mal recuerdo de Manolo me alejó de Sergio, del que no había tenido noticias, claro está. De Vitín sí, pero en forma de mensaje privado a través de Facebook que leí al llegar a casa:

“Ya he visto que no me has hecho caso y has venido cuando no estaba. Te estuve esperando todo el domingo, pues imaginaba que vendrías para por lo menos hablar y que te enteraras por mí de todo. Es mejor enterarse en boca de uno, ¿no crees? Porque igual podría yo fiarme de lo que se comenta de ti y de Sergio y hacer caso a los rumores. Bueno, espero que me contestes”.

Y lo hice:

“He estado de viaje y acabo de llegar. Entenderás que el domingo no estaba con fuerzas de nada. Y si fui el lunes por la mañana es porque por la tarde me iba para la playa y necesitaba cosas. Aproveché que quedé con Lucía para desayunar y nos pasamos por el piso.

PD: tienes razón en cuanto a los rumores, así que si necesitas saber algo pregúntame sin dar rodeos”

Sabía que la excusa de mi viaje me vendría de perlas. Es cierto que le mentí, porque fui adrede por la mañana. Pero de nuevo era lo más fácil. Y en aquel momento creí que él también mentía, pues no me tragaba que se pudiera haber enterado de lo mío con Sergio. Pensé que fue sólo para sacarme información, o peor aún, para hacerme sentir mal. Una vez dije que Vitín carecía de capacidad para poder hacerme daño. Y es cierto, pero creo que lo intentó. Tanto con ese mensaje como con otros que vinieron después. Incluso un día, a la semana siguiente, que al fin quedamos para hablar.

Fue en una cafetería lejos de la empresa, pues no quería encontrarme con nadie más. Miento, huía de la posibilidad de toparme con Sergio. El saludo fue un simple “hola”. Ni apretón de manos, ni besos, ni abrazos. Vitín estaba sonriente como casi siempre. El principio de la conversación fue parecido al que hubieran tenido dos amigos. Me preguntó por el viaje de San Juan y se lo conté por encima, obviamente sin dar detalles y ni mucho menos contarle que ya me había tirado a otro tío. Él, sin embargo, sí parecía querer llevar la conversación por esos derroteros, pues nombró un par de veces a un tal Jose, el cual le había llevado al cine el fin de semana y con el que se había ido de copas la noche anterior. De hecho, fue su primer comentario nada más encontrarnos y responder al indefinido “qué tal”. “Fatal tío, de resaca, que ayer salí” A lo que yo no dije nada, por supuesto.

Porque corroboré entonces que Vitín trataba de darme celos y no quise entrar en su juego. Y mentiría de nuevo si negara que no los sentí, pero pudo más el sentimiento de soberbia por pensar que trataba de herirme y no lo conseguiría. “Jose por aquí y Jose por allá”· Estaba completamente fuera de lugar, y yo no había dado el paso de quedar con él para que me dijera en mi cara que ya había encontrado a otro que le llevaba a sitios a los que yo nunca le llevé, pues odio ir al cine y me agobian los bares de copas. Así que encima todo iba con segundas claramente, y yo creo que él seguía porque en ningún momento llegué a mostrarme celoso o molesto. Pero cuando me dijo que se iba a mudar a nuestra casa hablé por fin.

-¿Te vas a vivir con un tío que conoces de unos días? Traté de decir en tono neutro, pero sin ocultar algo de sorpresa, aunque en cierta manera no me lo creía.

-Bueno, eso estamos planeando.

-¿Y has quedado conmigo para contarme eso?

-No te piques, sólo somos amigos.

-¿Quiénes? ¿Tú y yo o él y tú?

-Jose y yo. Tú eres mi ex, ¿no?

-Eso creo. ¿Y no sabes que a los ex no se les cuentan estas cosas?

-¿Por qué no?

-Pues porque son cosas que se les cuenta a los amigos. Y es difícil que un ex se quede como amigo.

-¿Me quieres decir que tengo que odiarte?

-No hay que ser extremista. Una cosa es que no seamos amigos y otra que nos odiemos.

-¿Tú me odias? – preguntó casi riendo.

-No – fue mi rotunda respuesta.

Le ofrecí un cigarro y lo rechazó.

-Estoy intentando dejarlo – me aclaró.

-Vaya, otro igual – dije yo sin pensar que el “otro” era Sergio, quien me comentó en mi casa que también lo había dejado, por lo que tuve mi primer desliz.

-¿Otro? Si lo dices por Sergio es porque su padre está en las últimas por el cáncer.

-Lo dije sin pensar – mentí. –Pero imagino que tú lo dejas por Jose, no por Pedro.

-¿Y tú por qué sabes cómo se llama el padre de Sergio? – me preguntó satisfecho por su suspicacia.

-Pues…porque lo sé, sin más. (Segundo desliz)

-¿Y sabes también que se va a Asturias con su padre?

-No, llevo tiempo sin hablar con él – le dije tratando de ahogar todo lo que se me estaba pasando por la cabeza, incluido el desconcierto que me producía aquella inesperada información.

-Desde la barbacoa, ¿no? – volvió a preguntar con recelo.

-Claro – sentencié. ¿A dónde quieres ir a parar, Vitín?

-A ningún sitio. Sólo que…bueno, da igual.

-Dilo – le pedí.

-Digamos que lo que tú siempre has sospechado de mí con Patricia lo he sospechado yo de él.

-¿Te liaste con Patricia mientras estábamos juntos? – le pregunté, intentando acabar con aquello.

-¿Y tú con Sergio? – fue su respuesta.

-Sí, ese día en casa de mis padres  - solté por fin.

-Lo sabía. Pues yo también. Varias veces en casa – me dijo satisfecho.

-O sea que si yo no te digo lo de Sergio tú te hubieras callado y no me hubieras contado nada de lo de Patricia.

-Pues lo mismo que tú – respondió.

-Ya, pero yo no te he visto desde que ocurrió. Y sin embargo parece que después de lo de Patricia sí que has estado conmigo.

-Bueno, ya sabes que está colada por mí, y un día que te fuiste a jugar al Trivial surgió. Me la chupó nada más.

-¿Pero no dices que han sido varias?

-Sí, pero solo mamadas. Ella insistía y…

-No te justifiques anda, que es peor. Estoy alucinando en este momento, te lo juro.

-¿Ah, y yo no? Lo tuyo con Sergio no han sido sólo mamadas, así que no sé qué es peor.

-Tú sabrás. Lo mío no fue por despecho. Había sentimientos de por medio.

-Claro, y por eso pasa de ti.

Me equivoqué. Vitín sí que tenía capacidad para herirme. Pero sólo usando a Sergio como arma. Él solo no podía. Tenía que recurrir al que sabía era mi Talón de Aquiles. Y lo consiguió. Pero no por el hecho en sí, sino porque no tuve una respuesta para su ofensivo comentario.

-Bueno, y ya que sacas el tema – continué armándome de valor y fuerza.

-¿Por qué narices contaste que nos lo montamos en el cuarto de vigilantes?

-Sabía que no te resistirías a preguntármelo.

-Bueno, de hecho creo que es el único motivo que me ha traído aquí. Tú querías hablar, y pienso que lo poco que quedaba por aclarar era eso. Aunque bueno, ya nos hemos dicho más de lo ambos esperábamos. Aclárame eso y me voy.

-Simplemente fue una metedura de pata, un calentón – se explicó, sin mucho tono de arrepentimiento, casi arrogante, como era él. -Pero yo lo conté después. No inicié el rumor. Cuando me lo contaste en el hotel yo aún no lo sabía. Pero una de las veces que me cabreé contigo me salió, casi sin querer. Y me escucharon.

-¿Y decir lo que pasó en mi cuarto la primera vez?

-Eso no fui yo. Fue mi padre.

Le creí a medias. Pero esa mitad fue suficiente. Sí quería convencerme en que hice bien dejándole, ya tenía otra razón más: la infidelidad. Que me lo contara a esas alturas no significaba otra cosa más que intentar quedar por encima y a la vez tratar de hundirme. Pero que su amiguita Patricia se la chupara fue lo de menos. Casi que me fastidió más que fuera en nuestra casa, y casi con total probabilidad en nuestra cama. ¡Qué asco! Nos despedimos con desgana. Seguro que él con una percepción de victoria. Para mí, los dos fuimos vencedores, pues acabamos por fin con esa pantomima. Manolo ya quedaba como un vago recuerdo. Sergio volvía a primera plana. Él, y su padre moribundo. Sentí lástima, pero aun así no me ayudaba a comprender los motivos de su forma de actuar. Tanto por liarse conmigo después de un año, como por desaparecer de nuevo. Vitín tenía razón en una cosa: Ojos Azules pasaba de mí.

Y ese era el reto: asumir que mi vigilante tendría que pasar a la historia. Si se iba a Asturias casi mejor. El deseo que pedí sobre la hoguera de San Juan parecía cumplirse. Otro capítulo cerrado. Cierto es que la última página se resistía, por mucho que el final estuviera bien claro. Mis amigos coincidieron conmigo en que lo de su padre no era razón para comportarse como lo hizo. Paco no lo tuvo tan claro, y según él había motivos más profundos.

Esa misma tarde me llamó porque quería hablar de negocios. Me extrañó muchísimo. Quedamos para tomar unos vinos cuando saliera del trabajo y me planteó su idea. La deseché en un principio. Quería saber más de Sergio. Lo de enseñar Inglés en la compañía que había levantado mi padre era algo secundario.

-Sí, es cierto que se va a Asturias – comenzó. Ha pedido una excedencia. Su padre se ve que está terminal y quiere irse a su pueblo a pasar sus últimos días. Y Sergio quiere irse con él. Su madre incluso vino un día a hablar conmigo para que le convenciera de que no, de que se quedara trabajando. “Con lo que le ha costado encontrar trabajo de abogado”, me decía. “Y además su padre…bueno, su padre prefiere que no venga. Que no le vea en las circunstancias en las que está. Nunca se han llevado bien, Pedro ha sido siempre muy duro con mi Sergio, y no soporta que le vea débil”.

»Entonces el otro día llamé a Sergio a mi despacho y hablé con él. Se me echó a llorar. Se le ve tan falto de…no sé cómo decirte. Quizá falto de cariño. O de gente con la que poder desahogarse. Confesó que su padre nunca le había felicitado por nada. Que nadie le mostró el afecto que muchas veces necesitaba. Que sus amigos se habían olvidado de él porque no era como ellos y no tenía una esposa o unos hijos a los que llevar al parque los domingos.

-¿Y entonces te habló de mí? – le interrumpí.

-No.

-¿Y no le preguntaste?

-No, lo siento. El caso es que me dijo que esperaría a Septiembre para empezar con la excedencia si su padre seguía con vida, pero me pidió que le adelantara vacaciones para poder irse cuanto antes. Yo no pude contarle lo de su madre. No podía engañarle. Sergio tendrá su puesto cuando decida volver. No fui capaz de decirle lo contrario.

-Ya…

La revelación de Paco me dejó algo confundido. Puede que Ojos Azules no mintiera al decirme que no atravesaba un buen momento. Y puede que la malograda frase de “no quiero hacerte daño” cobrara algo de sentido. Pero de todas formas, y manteniendo mi posición y mi carácter egoísta, victimista e interesado, llegué a la conclusión de que no era suficiente y todo sonaba muy raro. Ni siquiera ante la persona a la que más he amado en mi vida fui capaz de ceder. Quizá se lo merecía. O quizá no. Pero de poco servía ya preguntármelo. Se trataba de pasar página siendo consecuente y acarreando todo lo que ello supusiera. Como decía Paco, “de nada sirve pensar en lo que pudo haber sido”. Y la mejor persona del mundo tenía razón.

EPÍLOGO

No ha pasado mucho tiempo desde que esto ocurriera. Quizá el suficiente para aclarar algunas ideas, aunque las heridas no se hayan cerrado del todo. A Paco le he seguido viendo con frecuencia. Quiso que impartiera un curso de Inglés Intensivo durante el verano a los empleados de mi padre. Bueno, ya eran los empleados de Paco. Yo me negué. Finalmente mi socia fue la profesora. Paco insistió pero yo no accedí. Incluso un día llamó a mi casa y trató de involucrar a mi padre para que me persuadiera. Pero fue mi madre quien contestó al teléfono, y como madre que es, pareció entenderme y le dijo a Paco que me iba al extranjero. O quizá le dijo que tenía mucho trabajo. O puede que la excusa fuera que me había echado novio  y pasaría un verano sabático. Aunque fuera mi madre, por fin alguien consiguió conectar conmigo.

A Vitín también le vi un par de veces. No somos amigos, ni nos llevamos lo que se dice bien, pero mantenemos nuestra particular lucha por ver quién queda encima de quién. Se me pasó por la cabeza borrarle del Facebook, pero le hubiese dado entonces más importancia de la que tenía. Al menos lo usa poco, tal vez sólo para colgar fotos con Jose, que no sé si será novio ya o no, pero me consta que comen juntos a veces en la cantina frente a la empresa. Y eso es lo que “piensa” él en su perfil, por más que debería escribir “estoy tratando de joderte por si no te das cuenta”. Supongo que aún no me ha olvidado, como yo tampoco he olvidado a Ojos Azules.

A él tan solo le he visto una vez. Curiosamente me llamó cuando vino a Madrid para firmar unos papeles. Puede que sólo necesitara un hombro en el que llorar, y según lo que sabía por Paco, Sergio no tenía muchos. Tomamos un café y nos pusimos al día. Su padre seguía luchando para mantenerse con vida y él para poder estar a su lado sin derrumbarse. Fue una conversación carente de cualquier resquicio que quedara de lo ocurrido entre nosotros. Pero reconozco, que si en aquella cafetería Sergio me hubiera dicho “ven” yo lo hubiera dejado todo. Pero no ocurrió así. No hablamos de “lo nuestro” si es que en el fondo para él hubo “algo”. Mi corazón, sin embargo aún sigue agarrotándose cuando de repente viene a mi memoria. Cuando bebo un mojito, cuando juego al Scrabble, o cuando subo a la bohardilla para evadirme, o llorar, o imaginarme una undécima parte de este relato.

No será con Paco, pues fue sólo un capricho y ahora un amigo. Ni con Vitín, que fue más una necesidad a la que tuve que sucumbir no sé muy bien por qué. No será, tampoco, con otro empleado de la empresa, pues ya no es de mi padre y apenas me une nada a ella. Si tiene que haber una continuación para esta historia debe ser con el que, a día de hoy, ha sido el amor de mi vida. Ese amor que todos hemos tenido alguna vez, y que los más afortunados aún conservan; o le han perdido pero por una causa mayor, lejos de caprichos pasajeros, desequilibrios emocionales o una fusión errónea.