Los dulces tormentos de Grace 2
La relación se ha ido calentando. Los amantes no pueden esperar el ratito del fin de semana. Grace arde en deseos de contar sus experiencias y está forzando citas más frecuentes. Pero Anejo no es ya un jovencito. Sus horas de vela nocturna le van a quebrantar la salud....
....sin contar con las frecuentes emisiones seminales que le provoca su morbosa creación literaria que ha cobrado vida propia y se declara no ya autónoma, ¡Independiente!. En el último episodio tuvo la osadía de pedir a Anejo, su dueño, su creador, que se convirtiese en personaje y copulara con ella en las páginas del relato. Él se niega de momento, no por temor a su esposa, como dijo, sino por temor a sí mismo. Está aterrado por la idea de quedar atrapado en la nube virtual y no poder nunca más salir. Si eso ocurre puede condenarse a llevar una apariencia de vida real con su familia y su trabajo, pero quedar para siempre encadenado a la vida imaginaria de sus cuentos. Claro que quizás éste sea el único camino a la felicidad al que puede aún aspirar.
Era un lunes por la noche, (¡vaya día el lunes, manda huevos!), cuando Grace se arrellanó en la cama sobre dos almohadones gigantes con su nuevo y flamante netbook sobre las rodillas. Valga decir que el pequeño ordenador portátil era lo único que la bellísima joven llevaba encima, ni debajo. Venía dispuesta a disfrutar de una buena y larga sesión de sexo virtual. Tenía a mano la crema roja y la blanca pero no quería dildos ni vibradores. Su entrepierna andaba un poco inflamada por el uso y le habían mandado reservarse para algo que pasaría al día siguiente en la boutique. Pero tocarse por encima no era fatigoso y la dejaba igual de satisfecha, o casi.
"Anejo, ricura. ¿Estás ahí, pillín?
"Sí, brujilla, aquí estoy"
"Así me gusta. Con dos narices. ¿Para qué quieres dormir? Ya dormirás cuando te mueras, hombre"
“¿Vas a continuar con tu historia con Matías?”
“De eso nada, monada. Tú vas a continuar con el cuento de Karim y doña Flor y Yo me voy a hacer unas pajitas leyéndolo. Venga que tengo las hormonas muy revueltas, ya me dirás porqué, sumo cochino creador”
“No he sido yo, de verdad. Están pasando cosas que yo no he escrito ni siquiera pensado. Veo que estás en la cama y no en el escritorio, con un portátil que yo no te he asignado en ningún momento”
“¿Esto? Lo compré hoy en el Corte Inglés. ¿No lo has escrito tú?”
“No. No lo he escrito y esto es un problema. Si empiezan a pasarte cosas que yo no escribo no sé cómo puedes acabar”
“¡Ay! No me asustes, por favor. ¿No puede ser que lo escriba tu inconsciente o algo así?”
“¡Coño! Eso sería aún peor. El inconsciente es un cabronazo de cuidado. Puedes acabar violada y devorada por los caníbales”
“¡Hijo de puta! Vigila tu inconsciente y tu subconsciente. Si me has creado es para darme una vida de placer y felicidad. A ver si te crees Dios, pero te lo tomas tan al pie de la letra que me metes en un valle de lágrimas y me ahogo al final con ellas.”
“Haré lo que pueda. De momento, a ver si te regalo dos o tres buenos orgasmos”
“Eso es, venga que me aburro”
“Doña Flor sentía ahora cierto interés por Mohammed. Le había llamado la atención su transformación de vengador integrista en sumiso rendido a sus tactos y aromas íntimos. Su erección mientras era sometido le delataba vergonzosamente. Y era un chaval monísimo para su gusto.
Unos días después del encuentro, cuando ya habían desaparecido las señales del látigo en su culo, ordenó a Karim traer a su sobrino de visita. Karim no cuestionaba los deseos de su ama, pero en este caso se mostró algo remiso. No quería que su familia se mezclara en su vida privada, que él mismo no acababa de comprender. Doña Flor le reprendió por sus dudas y le mandó desnudarse y tumbarse en el suelo boca abajo. Era un momento crucial para reafirmar su poder sobre su macho domado. Karim obedeció con presteza y ya estaba empalmado cuando su dueña volvió con algunos de sus juguetes. Mientras le embadurnaba el ano con una crema calentadora fue reprendiéndole y haciéndole ver la necesidad de aplicarle una pequeña sanción por su vacilación. Le estiró la polla hacia abajo, de manera que la dejaba accesible entre los estrujados huevos y kis muslos y aplastada en el suelo. Luego, sin vacilar, hundió un pene de goma en el recto del pobre Karim, que gritó sin poderse contener por la humillante invasión.
Pasaron unos diez minutos durante los cuales doña Flor se aplicó a taladrar el hermoso agujero de su esclavo que iba perdiendo dureza en la polla a medida que el castigo avanzaba. Para evitarlo, ella se quito una chinela y empezó a masturbarlo comprimiendo el pene entre el suelo y la planta del pie, sin dejar de darle al mete-saca en el culo de Karim.
Las sensaciones se mezclaban en su cuerpo, hasta que un gran chorro de leche y un aullido ronco anunciaron la entrada del jardinero en el paraíso de los sodomitas.
Karim limpió la corrida y se vistió para ir a cumplir las instrucciones recibidas. Ella le premió con un fugaz beso en la mejilla que le hizo estremecer de placer.
Y aquella misma tarde, después de la marcha de Zulema, sonó el timbre de la mansión y doña Flor abrió la puerta del jardín para dejar pasar a su nueva adquisición. Venía él cabizbajo pero no del todo a disgusto, hay que reconocerlo.
La señora lo trató con afecto y le invitó a sentarse en el sofá del salón y a tomar el té. Le explicó que le habían gustado mucho las experiencias vividas en el asalto a su casa. Nadie la había azotado en los últimos veinte años. Le hizo notar que había experimentado una erección mientras ella lo sometía y él se puso rojo de vergüenza. Cambió la señora de tema y le preguntó por su vida privada, sus ocupaciones y sus amores.
Él le contó que había acabado el módulo de electrónica y estaba haciendo prácticas en un taller. Que se quería sacar el carnet de conducir. Que su sueño era poder irse a vivir sólo, pero no era posible de momento. Y finalmente, que tenía una novia que le tenía loco. Había reñido con ella, no le dijo que Desiré había sido la chivata que le hizo descubrir la sumisión de su tío, pero no pudo soportar su ausencia y fue a pedirle perdón. Contó también los problemas sexuales que atravesaban, su deseo de penetrarla y las negativas de la chica.
De todo lo explicado, dedujo doña Flor que los muchachos estaban representando de forma inconsciente una relación de dominación – sumisión que, sin duda, estimulaba su libido, ya que parecían ser adictos a ella.
Mandó al joven que volviera con su novia a presentársela. El se negó de plano y empezó a hablarle a la señora en un tono desafiante. Hizo falta que ella le recordara las fotos que había tomado con su móvil para que el chico se calmara. Accedió al fin a traer a la casa a Desiré, pero ya había disgustado a doña Flor que le anunció que iba a recibir un castigo por ello.
Con la amenaza de la difusión de las imágenes siempre presente, Moja accedió a someterse y se quitó la ropa como le ordenaban. Doña Flor llevaba un batín sin nada debajo pues ya tenía prevista aquella sesión. Sacó del cuarto del fondo de la cocina una especie de banco acolchado y ordeno tenderse en él a su víctima, que ya iba con el palo bien tieso por la situación. Luego procedió a atar sus muñecas y tobillos a las patas del banco. Tomó entonces su fusta favorita y asió el pene en una mano para golpearle con mayor comodidad los testículos. No lo hizo muy fuerte, pero suficiente para arrancar algunos quejidos al chico. Le pisó a continuación la polla con la planta desnuda del pie mientras le fustigaba el pecho y le hacía repetir unas salmodias de contrición por su desobediencia. Finalmente acalló sus lamentos con su mojada vagina, sujetándole por el cabello y obligándole a chuparla y lamerla hasta que se vino en su boca inundándola de los mágicos jugos. Observó que el delgado miembro se agitaba como un cachorrillo desamparado y, dándose la vuelta, ofreció su blanco culo a las caricias orales del prisionero, mientras friccionaba a dos manos el pene y los cojones palpitantes. Apretó fuerte para contener el orgasmo de Moja y no le permitió correrse hasta que no recibió el homenaje de la lengua bien hundida en su maduro y goloso ano.”
“¡Cómo se pasa la tía! Yo no sería capaz de hacerle eso a nadie”
“Pero sí que eres capaz de rascarte el botoncito mientras te cuento cómo lo hace ella y de correrte dos veces”
“Sí, es verdad, pero es muy diferente de hacerlo de verdad. No me gusta hacer sufrir a los demás”
“¿Y quién dice que sufren? Esos chicos han descubierto la supremacía femenina. Han vuelto a su infancia y viven bajo la autoridad de una nueva mamá que los mima y los castiga”
“Bueno, sigue que voy por el tercero”
“Al día siguiente, puntual, Mohammed condujo a su novia a la casa de doña Flor. Le explicó que todo lo que había oído sobre los vicios de la señora era una falsedad, aunque sí que era cierto que se había liado con su tío, pero de la forma más natural del mundo. Reconoció que era una mujer fogosa y algo excéntrica, pero en nada diferente de la mayoría.
Desiré acepto enseguida, más que nada por la curiosidad y las ganas de conocer por dentro la mansión, aunque no se tragó tanta normalidad y menos la súbita amistad establecida por la dueña con el sobrino de su amante.
Karim abrió la puerta del jardín para franquear el paso a la joven parejita. Desi se quedó sin habla delante del tío de Moja. ¡Era tan alto, tan guapo, con aquellos ojos verdes oscuros y las pestañas que parecían postizas! Doña Flor esperaba en el quicio de la puerta con un vestido veraniego muy escotado pero elegante. Le dio dos besos a la muchacha atrayéndola hacia sí, lo que le permitió valorar la solidez y abundancia de los pechos de la chica, que estaba encantada con el recibimiento.
Habían dispuesto una mesita entre los sofás y en ella había zumos, galletas y bombones. Karim también se sentó al lado de su ama, dando una apariencia de normalidad a la situación que acabó de convencer a Desiré. Al rato, como quien no quiere la cosa, Karim pidió ayuda a su sobrino para mover un supuesto bidón del cobertizo y los dos hicieron mutis discretamente dejando a Desiré al cuidado de la dueña de la casa.
Entonces empezó doña Flor a desplegar sus habilidades. Llevó la conversación al terreno de las relaciones amorosas y explicó su súbito enamoramiento del apuesto jardinero. Preguntó a Desi si era feliz con su novio y ella se puso roja y aseguró que mucho. Pero ¿hacéis el amor regularmente?. Bueno. Más bien jugamos, somos muy jóvenes. Tampoco hace falta llegar al final tan pronto que luego los hombres se cansan de una y..
Doña Flor se echo a reír por estos razonamientos y aseguró a la muchacha que era terrible privarse del coito a su edad, ya que la maduración hormonal de las jóvenes es incompleta y pueden sobrevenir graves enfermedades. Contestó la chica que pensaba que las enfermedades venían por tener coitos más que por evitarlos y la señora se rió aún más por su ingenio, aunque le insistió en que era necesario vencer el temor y follar libremente con su pareja. A Desiré se le subieron de nuevo los colores al oír lo de vencer el temor. Reconoció que le daba respeto hacerlo con Moja, ya que creía que su vagina no estaba plenamente desarrollada y no podía ser que aquel largo instrumento que blandía el muchacho pudiera caber dentro de ella.
Doña Flor le comentó que tenía formación como terapeuta sexual y que podía sacarla de dudas sobre la normalidad de sus genitales. ¡Ay, no por Dios!¡Me da mucha vergüenza!. Pero la señora sabía ser convincente y no paró hasta que la muchacha aceptó que le diera una mirada a la entrepierna. Para ello se trasladaron al despacho, donde había un sofá cómodo donde se tumbó la chica. Doña Flor, haciéndose la profesional, se puso unos guantes de látex y le pidió que abriera las piernas para apartarle la tira inferior de las braguitas y explorarla. Sujétate los tobillos con las manos y mantén las piernas en alto . Era la primera orden que le daba y sonó llena de autoridad. Obedeció sin rechistar. Con las manos untadas de vaselina que extrajo de un tubito, empezó a manosear dulcemente la pequeña vulva. Notó un olor muy intenso y comprendió que la chica no se manoseaba a menudo ni siquiera para lavarse, por lo visto. Bueno, eso se iba a arreglar muy pronto , pensó.
Empezó por estirar las braguitas abajo y a un lado para acceder con libertad a la panochita de Desiré. No tenía mucho vello y el poco existente era castaño claro y muy ensortijado. Los dedos se insinuaron entre los labios vaginales y buscaron el clítoris, que parecía un poco ausente. ¿Te da alguna sensación si te toco aquí?. No mucha. Un poco de cosquillas y… ¡Ay! Ahora sí. ¿Qué me esta haciendo? ¡Pare, pare que me hace mucha impresión! Los hábiles dedos frotaron el diminuto capuchón y un granito de arroz emergió de pronto debajo saludando al nuevo mundo que se le abría. Flor paró de frotar para no alarmar a su alumna, pero se fue directa a por la rajita y introdujo un dedo con gran dificultad a pesar de la vaselina.
Entonces, con un giro de muñeca, dejó el índice en modo penetración mínima, mientras el pulgar volvía a frotar el granito.
La muchacha empezó a agitarse y a gemir pero no se apartó ni un centímetro ni bajó las piernas. El dedo penetró un poco más y la terapeuta lo puso en modo vibración sin dejar de frotar con el otro. Un flujo viscoso empezó a brotar y el dedo se hundió aún más. Ahora sí que bajó las piernas Desiré, para sujetar con las manos ya libres las de su torturadora. Ya está bien. Pare de tocarme. Me siento mal, pare!.
Doña Flor retiró las manos con gesto de decepción. Hay un problema, Desiré y lo hemos de resolver. Si tú quieres, en el baño de al lado tenemos los elementos necesarios para actuar.
Fue necesario un cuarto de hora más para convencer a la estrecha, literalmente, de Desiré. La señora estaba convencida de que alguna cosa en la vida de la chica se había torcido hacía años. Quizás un abuso sexual en el ámbito familiar o en otro entorno, le había producido aquella inhibición. Si no se actuaba pronto, Desi desarrollaría nuevas conductas de evitación del sexo coital. Y el caso es que estaba a punto de romper la inhibición y tenía que ser una mujer y no un hombre quien la estimulara. Un hombre la atraería mucho más, pero la amenaza del pene pesaría todo el rato sobre ella.
Con la excusa de la terapia sexual, doña Flor consiguió trasladar la consulta al lavabo contiguo. Había allí un asiento de plástico duro y resistente que se podía colgar de un grueso barrote de la pared. Insistió la señora en que Desi debía desnudarse por completo y sentarse en la sillita de la reina que le había montado en un periquete. Abrió luego una cajita y extrajo una cánula que incrustó en la manguera de la ducha tras desenroscar la alcachofa. Al abrir el grifo brotó el agua caliente por veinte agujeritos a todo lo largo de la canulita. Un nuevo elemento surgió de la caja. Era una esponja en forma de cilindro hueco, que encajó perfectamente en la cánula. Al abrir de nuevo el grifo, el agua salió, pero quedo atrapada por la esponja, que se hinchó al doble del tamaño original, adquiriendo el grosor de un pene de talla mediana.
Entre tanto, Desiré se había desnudado y sentado en la silla. Sus soberbias tetas se erguían insolentes al poner ella los brazos extendidos para sujetarse a la barra. Los pies quedaron colgando, pero pronto buscó la chica el apoyo del reborde de la ducha-bañera. La pose era de lo más excitante y doña Flor lo valoró muy positivamente. Jugando risueña empezó por regar los senos con agua tibia, provocando una fuerte contracción de los enormes pezones, que parecieron oscurecerse al ponerse erectos. Remojó el vientre después, tapando con la mano los agujeros laterales del tubo y haciendo salir el agua caliente a presión por la punta. Cuando Desi se confió un poco, dirigió la cánula hacia la rajita y la introdujo con la presión de agua al mínimo. Al ver que no había rechazo, abrió el grifo y un haz de chorros finísimos inundó y estimuló las paredes vaginales, pero de forma tan suave que Desi no protestó, sino que suspiró satisfecha y abrió un poco más las piernas.
Era el momento de lanzar un órdago. Doña Flor extrajo el tubo y lo envolvió con la esponjosa funda. Entró con dificultad y la penetrada se encogió un poco. Con gran delicadeza, la señora empezó a abrir el grifo y el trasto se hinchó rápidamente comprimiendo las paredes de la virginal vagina. Con un juego de muñeca perfecto, inició la señora un mete-saca sutil.
Desiré cerró los ojos y tragó saliva. Después abrió la boca y la babilla goteó sobre los pechos mientras gemía de gusto. Perdido el control, empezó a lloriquear, negando con la cabeza, pero abriendo bien los muslos y echando las caderas y la vulva hacia delante.
Asegurando los resultados, la señora se dejó ir y se aplicó con uñas y dientes a aumentar al límite la excitación de la chica devorando y arañando sus apetitosas y húmedas tetas.
Así empezó a experimentar Desiré los deliciosos tormentos de la dominación que tan bien ejecutaba la dueña de la casa.
Cuando la calentura era ya insoportable, doña Flor detuvo los estímulos de golpe, dejando a la muchacha ardiendo de deseos. Era el momento de ofrecerle la alternativa natural, que ella rechazaba.
Siguiendo las instrucciones de la dueña, Karim había dejado a su sobrino bien atado y desnudo, mástil en alto, en el mismo banco donde fue profusamente ordeñado un día antes. Era la ofrenda de doña Flor a su novicia, que salió del baño cubierta con una gran toalla, echando humo de los hombros y fuego de su castigado coño.
Ahora os dejamos solos, cariño. Es todo para ti. No te preocupes, que no puede soltarse. Disfruta de él con tranquilidad, sin prisas. Y, empuñando el tallo carnoso unos instantes, añadió. Úsala bien.
La intención era muy clara: Dejar a Desiré iniciarse en el goce de las pollas con una de ellas bien controlada y indefensa. No había riesgo de que recibiera más penetraciones que las que le apeteciera en cada momento.
Doña Flor se llevó a Karim a su habitación para dejar a los jovencitos en la intimidad. Desi vaciló un momento. Moja la miraba con cara de pena y ojos de deseo … pero estaba bien atado de manos y pies. Era una situación nueva. Ella podía usarlo como quisiera y la dueña ya se había encargado de motivar sus querencias un rato antes.
Desi dejo caer la toalla y se acercó como una zombi hipnotizada a la tranca de sus cuitas. La tomó entre los dedos y la condujo hacia la ardiente gruta. Montada a horcajadas sobre el prisionero, su coño rozaba levemente la punta del capullo. Intentaba él levantar el culo para hundir su polla en el ansiado agujero, pero ella, con más libertad de movimientos, estiraba las piernas poniendo el premio lejos del alcance del pito de Mohammed. Poco a poco le fue tomando gusto al juego y se entregó apasionadamente a frotarse la vulva y el mini-clítoris con aquel glande tembloroso que ahora le pertenecía. Pronto descubrió lo excitante que era cabalgar la polla sin introducírsel, abarcando con sus labios mayores los cuerpos cavernosos (vaya nombrecito) de su amado y frotando el bello capullo contra su recién descubierto granito de arroz.
Un piso más arriba, doña Flor, desnuda y feliz, recibía entre las piernas el homenaje de la lengua de su siervo, con los pies cómodamente apoyados en el duro culo del magrebí. Pequeñas bofetadas dadas con las plantas en los mofletes culeros de Karim, le iban señalando ritmos y cadencias. Una gran pantalla de plasma delante del lecho, mostraba en detalle los acontecimientos de la planta baja. Desiré parecía una diosa desatada, galopando el tronco carnoso con gran bamboleo de mamas. Parecía llegado el final de la resistencia de Moja que ya no intentaba penetrarla, conformándose con tan rico sucedáneo. Un gran reguero de semen surgió de la punta de la improvisada cabalgadura y la chica se derrumbo gozosa dejando que las enormes tetas descansaran de su violenta gimnasia sobre el pecho del prisionero.
Doña Flor cambió de posición. Quería experimentar también aquel ingenioso invento. Colocó a Karim boca arriba y se asentó sobre la titánica polla acoplando sus labios alrededor. A diferencia de la jovencita, ella ordenó a su esclavo que se moviera para estimularla, cosa que hizo el hombre a las mil maravillas, añadiendo unas contracciones de sus músculos perineales que se transmitían al gran carajo, haciéndolo actuar como un vibrador. Al llegar al desenlace, brotó el semen como surtidor mágico y se incrementaron los espasmos de la polla y, con ellos, los de la dueña de la casa, que disfrutó como una cochina mirando a la vez cómo Desiré desataba a Mohammed para cubrirlo de apasionados besos y limpiar con sus tetas la leche derramada para su primer orgasmo con polla frotadora, no con pene penetrante.”
“¿Se ha acabado?”
“Si. ¿ha sido suficiente, o alargo un poquito más?”
“No, no .Para, que mañana tengo movida en el curro y he de darle un descanso a la cuevita”
“Pues venga: Te toca contar. ¿Matías…?”
“Sí, sí. Matías. Menudo cielo de hombre. Te lo cuento aunque fue todo muy normalito. Si estamos en una web, como tú te empeñas, seguro que a las chicas les va a molar mazo”
“ Oye, ¿hablas como una moderna antigua, no? Eso de molar mazo es de principios de los 90 por lo menos”
“Bueno. Soy una madura reverdecida”
“Venga que hay que irse a dormir. Hoy no me desnudo que ya voy en pijama y con dos klinex me arreglo”
"Pues eso. Matías me llevó a conocer a la señora Amparo. Es una viuda mayor, debe ir por los 80 la mujer, pero está más espabilada que yo. A Matías lo mira como si fuera un santo bajado del cielo. ¡Qué rica! Resulta que tiene un garaje para su coche, un mercedes también, como yo, pero del año del catapum. Era de su marido y ella no conduce, pero Matías va a menudo a darle una vueltecita con él por Valencia y la mujer se lo pasa pipa. Total, que me deja aparcar cada día allí, a dos minutos del trabajo. Si es cosa tuya, gracias.”
“No tenía ni idea, de verdad. Cada vez controlo menos..”
“ Salimos de casa de la señora Amparo y lo primero que hicimos fue sacar el coche del parking de la plaza de la Reina y probar si aparcaba bien en su nueva plaza. ¡De maravilla!. Ya iba a marcharme a mi casa, que eran las ocho, cuando me entra un whatsapp de la jefa. Me felicita por el trabajito de la tarde con el barberillo y me dice que me ha dejado en la caja un sobre para mí. Que lo recoja mañana. ¿Mañana? Si estoy ya aquí no me espero. ¡Vaya emoción! Le pido a Matías que me abra un momentito la tienda y entramos juntos. En la caja registradora hay dos sobres. Uno pone Ágata y el otro, Grace. Lo abro, ¡qué nervios!.. Uno, dos, .. siete y ¡ocho!. Ocho billetes de cincuenta euros. ¡Guau! ¡Cuatrocientos euritos para la nena!
Me puse a dar brincos y abracé a Matías de la emoción. Él también estuvo muy cariñoso. Aprovechando la ocasión me pegó un morreo de muerte y me dio un buen apretón en el culo. No fue a más la cosa. Le dije que le invitaba a cenar. Subió corriendo a cambiarse. Se puso guapísimo con una camisa de flores y un vaquero ceñido. Me cogió del brazo y empezamos a recorrer la zona del Carmen, que está bastante cerca. Se lo tiene todo pateadísimo y le conocen en todas partes. Cenamos picando aquí y allá. Bebimos un poquito más de la cuenta y acabamos bailando en un discobar muy guay.
Todo el tiempo me seguían dando aquellos escalofríos y los picores en los pies. Estaba más relajada, pero seguían las corrientes eléctricas por toda la barriga y por debajo también. Al bailar se me habían recrudecido los síntomas y empecé a desear irme a mi casa y darme una ducha fría a ver si se me pasaba.
Acompañé a la finca de la tienda a Matías y me quise despedir, pero el besito se prolongó más de lo necesario, incluyendo lengua y magreo.. y los picores se hicieron insoportables, sobre todo entre los muslos.
Cuando me invitó a subir a ver su casita ., no pude resistirme. Necesitaba una solución rápida a mi problema.
Su casita era lo más mínimo en viviendas que yo he visto. Un cuarto con cocinita, nevera, escritorio, armario ropero y, en el centro, ¡Una cama enorme! Matías es un cielo. Tan cariñoso y atento. Me quería enseñar sus fotos, es fotógrafo aficionado pero muy bueno. Encendió su Mac de sobremesa y empezó a besarme el cuello. Pero era demasiado para mí. No estaba para preliminares ni para romanticismos. Me quité las bragas y le bajé la cremallera del vaquero. Matías junior es una cosita muy mona, cortita pero suficiente en aquel trance. Me supo a gloria cuando me la encasqueté, con el dueño del pito tumbado en la cama e interesado en desabrocharme la blusa y apartar el sujetador. Le dejé hacer porque yo ya estaba ausente cabalgando su falete con saña y a un ritmo que lo descolocó por completo. Necesitaba frotación y espasmos ahí abajo y me los procuré yo misma sin tener muy en cuenta las necesidades del chico. Su polla estaba bien presa y a merced de mi chochito que la había recibido como agua de mayo y la escurrió a fondo. La corrida de Matías fue espasmódica, bien agarrado a mis tetas y dando saltitos sobre el colchón. Yo sentí que me iba a morir de gusto. Todos los picores se me estaban curando en un plis-plas. Acabé encima de mi nuevo amigo que estaba en la gloria con aquel inesperado regalo de bienvenida. Se preocupó (tarde) de saber si tomaba precauciones y le tranquilicé. Hace quince años que no me baja la regla y no creo que me quede embarazada con sesenta tacos. ¿No puedo quedarme, no?”
“De momento creo que no”
“Pensé que estaba recuperada pero mis pies seguían ardiendo por las plantas y se me ocurrió que podía continuar un poco más para curarme del todo y poder dormir tranquila, así que le quité toda la ropa al morenito y pude verlo así a pelo por primera vez. Está muy delgado Matías, pero es atractivo de verdad, con ese tono achocolatado, un culo espectacular y la polla y los huevos normales, aunque esa noche a mí cualquier instrumento me parecía pequeño para lo que necesitaba mi coño.
Me lancé a reanimarlo con tanta ansia que el muchacho se cortó un poco y pareció que se le hacía más pequeñita. Le dejé descansar un segundo y me puse más mimosita, dándole lametones por la pancita y bajando hacia la pilila que pareció mirarme con más cariño y se irguió feliz cuando le morree los huevos con todo mi amor.
Ya la tenía como yo quería y me di la vuelta para ofrecerle el panorama que sabía le iba a motivar a tope. Mi culo levantado con las nalgas abiertas los muslos separados, de rodillas y con los pies bien tiesos apuntando hacia su pene, como pidiendo que atacara sin más preámbulos. Y así fue. Entró como un obús en la recámara. Ahora el chico dominaba la situación y pudo gozar y hacerme gozar a mí de forma más civilizada. ¡Es un artista! Puede hacer un mete-saca con giros de cadera y meterte un dedo por el culo sin perder el ritmo y, ya un poco más relajado, se pasó casi diez minutos follándome de esa manera. Consiguió que nos corriéramos los dos a la vez y nos derrumbamos uno sobre otro sudados y maltrechos pero más que satisfechos..
No recuerdo ni cómo me quedé dormida, pero al abrir los ojos pude ver el cielo azul turquesa de un amanecer levantino, que es la hostia, te lo juro.. Bueno tú ya lo sabes,¡ qué te voy a contar! Me despertó el olor a café y un ruidito que se repetía hacía rato y yo ya oía en sueños momentos antes. CRIC, CRIC, CRIC. Me di la vuelta con los ojos medio cerrados y allí estaba Matías. En pelotas y con la cámara en las manos. ¡Oye! ¿Qué haces?¿Echarme fotos en bolas, cabrito? No estaba enfadada de verdad, pero me pareció un poco frescales casi sin conocerme y sin pedir permiso..
Pero me puso un cafetito y una galletas y me enseñó las fotos en el Mac.¡Qué artista! Fotografió mis manos, mis pies, mi pelo, los ojos cerrados...¡ Jolín, menudo culo tengo! Me lo pilló por detrás, con la cinturita que parece de avispa y las nalgas como dos globos. Hasta el coñito parecía una obra de arte, con todos los pelos en primer plano y los labios mayores, que ahora sé porqué les dicen mayores, porque los tengo como si fueran dos rosquilletas.
Eres una diosa , me dijo el muy pillo . Lo de anoche fue una blasfemia. Déjame que te adore ahora como te mereces. Me pareció muy bien, pero le pedí una tregua para que la diosa echara una buena meada y se aflojara el vientre, que el café había removido. Mucho más ligera y tras una ducha veloz en el mini - plato del mini – servicio, salí a recibir su homenaje con mucho garbo. Me colocó en la cama – altar y empezó a recorrerme el cuerpo, desde las plantas de los pies hasta los lóbulos de las orejas, con lengua y labios, mientras las manos iban por libre arriba y abajo, poniendo atención en estimular siempre los pezones o la vulva, el clítoris o el mismo ano, que estaba muy dilatado y sensible por culpa del café y lo que había descargado hacía un momentito. Era un poco tarde, así que le propuse un 69 como final feliz de su sesión mística. Le pareció correcto y se colocó en posición encima de mí, abocado a mi peludo coño que no le daba ninguna aprensión por lo que pude ver. Se la tomé a dos manos y me la metí entera, ventajas de las pollas pequeñas o medianas, como la de Matías.
Él me abría los labios con los dedos y me daba largos lengüetazos que me volvían loca, desde el agujerito del culo hasta el botón, que ya estaba hinchado como una habichuela otra vez.
La mía fue una corrida dulce, matutina. La de él muy violenta, en mi boca, pero con muy poquita leche, que lo dejé bien ordeñado la noche antes.
Me vestí a toda prisa y bajé corriendo a la tienda arreglándome el pelo y limpiándome con la otra mano la lechita que me quedaba cerca de los labios.
¡Y ya está! ¿Qué? ¿Te corriste a gusto, corazón?”
“Si, muñeca. Me voy a dormir que vas a acabar conmigo…”
“Buenas noches. Te espero mañana.”
“No he de faltar”