Los domadores (1)

Inicio de la saga de perversion...

Me casé con miguel cuando yo tenía veintidós años y él cuarenta y uno. Solo vivimos juntos por algo más de siete años, ya que la muerte lo arrebató de mi lado en un accidente de tráfico. Este hecho me llevó a una fuerte depresión. No quería hacer nada, me pasaba todo el día encerrada en la casa sin hablar con nadie. Le había perdido el amor a la vida. Yo no tenía ningún familiar, todo lo que tenía era a miguel, y lo había perdido.

Miguel tenía un hijo fruto de su primer matrimonio. Su nombre era Alfonso y tenía casi misma edad que yo. Siempre me llevé muy bien con él ya que era un chico muy agradable y compartíamos los gustos de una misma generación. Alfonso se enteró de mi estado y con la intención de ayudarme se vino a vivir conmigo. En realidad a mi me daba lo mismo, como ya dije, nada me importaba.

Cuando lo vi llegar me fue imposible dejar de notar el increíble parentesco con su padre. Ya sabía que eran muy parecidos, pero la situación en la que estaba potenciaba por mil aquellos rasgos afroamericanos tan varoniles y exóticos.

Cada cosa en él me hacia ver la imagen de su padre; su piel negra, sus ojos marrones, su anatomía robusta. No pude contener el impulso de abrazarlo y presionar mi cabeza contra su musculoso pecho, era como si miguel hubiese vuelto de entre los muertos.

En los días siguientes, Alfonso no se separaró de mí. Siempre intentaba darme ánimos, me decía que la ida debía continuar, que yo era una mujer joven, que a su padre no le gustaría verme así…en fin, me decía de todo para sacarme del estado en que estaba. Y para serles sincera me estaba ayudando mucho.

Alfonso mantuvo sobre todo el respeto hacia mi persona, nunca me dijo una palabra mal intencionada ni nada que se le parezca. En realidad era un hombre muy caballeroso y eso me gustaba mucho.

Por cosas del destino, Alfonso encontró un buen empleo y decidió quedarse a vivir en la ciudad. Su primera intención fue buscarse un apartamento para quedarse, pero yo me opuse totalmente a ello. Primero porque aquella casa perteneció a su padre y yo consideraba que era más de Alfonso que mía. Además me no quería volver a quedarme sola en aquella mansión que se me hacia tan enorme. Al final Alfonso accedió a quedarse.

El tiempo transcurrió, yo ya había salido totalmente de mi depresión y me encontraba bien del todo. Aunque a veces me daban unos bajones por los recuerdos y esas cosas, pero era algo normal. Alfonso continuaba en mi casa y convivíamos muy bien. Cubríamos los gastos entre ambos, ya que yo había cobrado el seguro de miguel.

Pero había cosas que me causaban curiosidad sobre el trabajo de Alfonso. Lo primero era que no tenía horario ni días de trabajos establecidos, a veces salía un día a las ocho de la mañana para volver una semana después, otras veces duraba hasta dos semanas sin ir al trabajo. Él nunca me dejaba claro que era lo que hacia, yo tampoco preguntaba mucho.

Un día llegué a la casa a eso de las tres de la tarde. Alfonso había salido a trabajar y me dijo que volvería en dos días, así que me sentí en total libertad de desnudarme y pasearme por la casa. Era algo que me gustaba mucho. Me encanta dejar al descubierto todo mi cuerpo y observarme en los espejos. Por la depresión había subido mucho de peso, mi cuerpo había adquirido formas distintas, pero que me agradaban de igual manera.

Tenía las caderas, piernas y el culo mas gordos, pero con cierta firmeza. A veces me daba nalgadas y mis carnes se movían, eso me causaba gracia y algo de excitación. Mis tetas también habían aumentado de tamaño casi dos tallas, lo único que conservaba de mi antigua silueta era mi cintura de avispa, bueno, en verdad tenía algo de barriga pero no era mucha. Casi ni se notaba.

Después de desnudarme me dispuse a hacer los quehaceres de la casa. Había pensado comenzar por la habitación de Alfonso, así que subí las escaleras y caminé por el pasillo. Mientras lo hacia escuché un ruido que provenía de la habitación de Alfonso. Era como si alguien estuviera follando. Me acerqué despacio, la puerta estaba entre abierta. Cuando asomé la vista pude ver a Alfonso sentado frente a su televisor, estaba solo. El sonido que escuché era de un video que él estaba viendo. Encontrarlo viendo una película porno no mí hubiese sorprendido, pero no se trataba de una película porno.

En el video podía verse a Alfonso con otra mujer. Él la estaba cogiendo por el culo mientras ella estaba atada a un potro ¡Alfonso estaba sodomizando a la mujer! No lo podía creer, Alfonso no solo se parecía a su padre por fuera, también era como él por dentro.

Si, miguel era un sádico pervertido y yo era su esclava sumisa. Juntos hicimos de todo y cuando digo de todo me refiero a TODO. No hubo rincón del dolor y el placer que no exploráramos juntos. Al ver aquellas imágenes no pude evitar ser invadida por una excitación infernal. Era algo lógico, tenía más de un año sin tener ningún tipo de actividad sexual.

Me fui a mi habitación, que estaba en el extremo opuesto de la casa. Me encerré y ya se imaginaran lo que hice a solas…recordar. Después de una larga hora de recuerdos, Salí de la habitación. Alfonso estaba preparándose un bocadillo en la cocina.

No sé como explicarlo, pero aquellas imágenes revivieron en mí todo el morbo que llevaba dentro. Tal vez por aquel estado de excitación fue que le dije a Alfonso que le había visto en su habitación viendo aquel video.

De inmediato me pidió disculpas por ello y me prometió que no volvería a ocurrir. Yo le pregunte si su trabajo era el de actor porno. Él dudó en contestarme, pero lo hizo. Lo que me dijo me dejo pasmada. Era un domador, es decir, las mujeres le pagaban para que las sodomizara. Incluso, muchos esposos contrataban sus servicios para que él domara a sus esposas.

Después de escuchar aquello, decidí que era tiempo de enseñarla el cuarto de juegos de su padre. En la casa había una habitación con una entrada secreta. Cuando Alfonso entró no pudo creer lo que veía.

En aquel lugar su padre tenía todo lo necesario para las prácticas de sadomasoquismo. Desde consoladores y esposas hasta maquinas folladoras, potros y muchas cosas más. Mientras Alfonso examinaba todo con cara de incredulidad, le explique sobre la relación entre su padre y yo. Le dije todo sobre nuestros gustos perversos.

También le dije que si él lo consideraba correcto, podía hacer su trabajo en ese lugar, ya que el trabajaba para una agencia. Así podía montarse su propio negocio de placer, dolor y perversiones. Yo estaba dispuesta a ayudarle en todo lo posible. Alfonso tuvo que sentarse en un sillón, el mismo en que se sentaba su padre para recrearse viéndome sufrir o gozar con sus torturas. Al verlo allí, vi a su padre.

Mientras él estaba absorto en sus pensamientos, yo entré a una habitación contigua donde estaban guardados todos los trajes y prendas que usaba con miguel. Me vestí rápidamente con un traje de cuero que dejaba al descubierto mis tetas, mi coño y mi culo. Me quedaba más ceñido que de costumbre a causa de los kilitos que había aumentado. Pero esto en vez de afear mi imagen, le daba mucho más morbo.

Salí de la habitación caminando a cuatro patas. En la boca llevaba el collar que miguel me ponía cuando teníamos sesiones. Alfonso no se inmutó al verme en dejar el collar entre sus pies y quedarme frente a él con una actitud sumisa, a la espera de que él tomara una decisión.

Cuando vi sus manos recoger el collar del suelo y ponerlo en mi cuello, me sentí muy feliz. Ya tenía amo de nuevo. Volvería a ser usada como una esclava y a experimentar los placeres intensos. Le dije una sola palabra —gracias— lo que me mereció una sorpresiva y sonora bofetada que me dejó en el suelo un poco aturdida.

— ¿Te he dado permiso para hablar?— yo respondí a la pregunta negando con la cabeza. Descubrí que era tan severo como su padre. —Veamos que puedes hacer, puta asquerosa— la intensidad de sus palabras me estremecieron. Sabía que por la falta de acción, estaba un poco oxidad, pero podía dar la batalla. Y si no era así, de seguro lo lamentaría.

Alfonso examinó la habitación. No estaba acostumbrada a ella y no sabia donde encontrar lo que necesitaba. Me sentí tentada a darle referencias, pero el ardor en mi mejilla me hizo desistir del la idea. Al final, Alfonso decidió no usar ningún artilugio. Se notaba que le gustaba hacer las cosas bien, así que fue directo al punto. Algo básico, sencillo y efectivo.

Sacó su polla del pantalón. Debo decirles que la polla de miguel era algo simplemente anormal. Tenía una medida aproximada de treinta centímetros de largo por unos quince de circunferencia. Eso debía ser algo genético, porque Alfonso la tenía exactamente igual, parecía una fotocopia de carne.

Alfonso me levantó del suelo por el cabello y me metió su miembro en la boca, yo sabía lo que tenía que hacer, chupar como una maniática, como si mi vida dependiera de darle placer a esa colosal polla. Al principio tenía la mandíbula y la garganta un poco rígidas. Pero después de varias bofetadas y un tirón de pelo que me metió la polla hasta la campanilla, entré en calor.

Cuando logré metérmela hasta la base, Alfonso me sujetó del cabello e inmovilizó mi cabeza. La saliva salía de mi boca a borbotones, no podía evitar toser, bueno, intentar toser. Mi nariz se llenó de mucosidades, incluso, de mis lagrimales comenzó a brotar liquido. Yo me mantenía firme, eso era solo el comienzo o al menos así lo quería yo.

Al fin Alfonso me sacó la polla de la garganta, estaba empapada con una saliva muy gruesa y viscosa que dejaba hilos entre la polla y yo. Hilos que yo succionaba de nuevo y saboreaba. Con la garganta ya en su punto, yo misma continúe con la dosis de atragantamiento.

Sujeté a Alfonso por la cintura y comencé a moverlo, su polla entraba y salía de mi boca como si se tratase de un coño. La saliva corría sobre mi traje de látex y mis tetas hasta que caía al suelo. Debes en cuando Alfonso me sujetaba la cabeza mientras yo tenía toda su polla en mi garganta. Aquello era la gloria, les juro que pensé que jamás volvería vivir algo así.

El primer chorro de leche caliente casi me hace vomitar. Pero Alfonso en vez de soltar mi cabeza, lo que hizo fue sujetarla con más fuerza. Yo intentaba mantener el control, todo era cuestión de recordar lo ya vivido con su padre. Las siguientes descarga de semen, que fueron muy abundantes, provocaron que me saliera leche hasta por la nariz, solo entonces él soltó mi cabeza y me dejo desahogarme con libertad. Cuando me sentí aliviada del todo me acerque a su polla que estaba toda chorreante de saliva y leche. Mi deber era dejarla limpia.

Le lamí cada centímetro de aquella tranca y tragué todo lo que había en ella. Cuando terminé, Alfonso me puso de pie frente a él. Mi mirada era sumisa y a la vez llena de morbo. —Lo has hecho muy bien pedazo de puta. La pasaremos muy bien…tú, yo y nuestros clientes— luego me dio un beso largo y profundo.

Los días siguientes a lo que yo llamo "el día de las revelaciones", Alfonso se dedicó básicamente a dos cosas: a formar su negocio o mejor dicho nuestro negocio; y a habituarse a su nueva sala de perversiones. Para ello tuvimos muchas sesiones en la que le serví de conejilla de indias.

Sus reglas como amo no diferían mucho de las de su padre. En lo que si eran diferentes era en sus formas de actuar. Miguel era alguien más instintivo, no planeaba nada, dejaba que las cosas siguieran su curso. Sin embargo, Alfonso era más calculador en sus acciones, planeaba lo que deseaba y como conseguirlo paso a paso. Pero esto no lo convertía en alguien monótono, ya que nunca se sabía lo que deseaba, ni mucho menos como quería conseguirlo.

En lo referente a lo del negocio, Alfonso había decidido que yo era apta para ejercer el papel de dominatriz. Ya conocía todos los rincones del sadomasoquismo y podía adoptar una actitud dominante. Aunque quedamos en que si algún cliente deseaba una esclava era muy probable que me tocara ese papel.

Yo también me dediqué a algunas cosas, como por ejemplo, ir al gimnasio para tonificar mi cuerpo. Me agradaba mucho mi nuevo físico, me hacia ver más atractiva e imponente. Mi cuerpo dentro de aquellos trajes de látex y cuero era simplemente algo irresistible, una oda a la belleza más voluptuosa y perversa.

Todo estaba preparado, aquella tarde llegarían nuestros primeros clientes. Eran una pareja de esposos, el hombre dejaría con nosotros a su mujer por veinticuatro horas. Nuestra misión era trabajar su culo, únicamente su culo. No podíamos infligirle ningún tipo de tortura en ninguna otra parte del cuerpo. Pasadas las veinticuatro horas, el esposo volvería por su mujer y tendrían una sesión en nuestras instalaciones.

Cuando la pareja llegó a la casa Alfonso y yo les recibimos en el salón principal. Yo estaba vestida con un ceñido vestido de cuero con un entramado de correas y hebillas que hacían de corsé. El escote realzaba mis grandes pechos y dejaba muy poco a la imaginación. Tenía dos aperturas que comenzaban en cada lado de mi cintura y dejaban al descubierto mis piernas revestidas con medias negras. Me calcé con unos zapatos de tacón alto de color negro al igual que el reto de mi vestimenta.

La vestimenta de Alfonso no era ni remotamente parecida a la mía. Él solo llevaba puesto una vaquero y una camiseta negra, eso si, muy ajustados a su cuerpo marcando toda su musculatura.

El esposo fue atendido por Alfonso, yo solo observaba en silencio, al igual que su esposa. La mujer era muy bonita, de pelo rubio, ojos verdes. Su cuerpo era muy normalito, uno más del montón se podría decir. Debía rondar entre los treinta o treinta y tres años. Su esposo era mucho mayor que ella, era un hombre cincuentón, de rostro duro. Iba vestido de traje, uno muy caro debo agregar.

Cuando Alfonso y el otro señor terminaron de hablar, habían cambiado un poco las reglas de la sesión. Ahora podíamos infligir cualquier tortura, siempre y cuando no quedara ninguna marca, ni cicatriz. Lo que no cambió fue la limitación del culo, el coño era intocable.

El hombre se despidió de su esposa con un largo beso. Se marchó sin mirar atrás mientras llevábamos a su mujer al sótano. Su nombre era virginia. Se notaba que estaba algo nerviosa, pero mantenía una posición de sumisión total. No hablaba, no nos miraba a la cara y seguía nuestras órdenes sin protestar.

Alfonso me había concedido el honor de llevar la rienda de la sesión. No era la primera vez que tenía una sesión con una mujer, pero sabía que Alfonso lo hacia porque me estaba probando.

Tomé una fusta y me dispuse a cumplir con mis labores de dominatriz —Desnúdate— virginia se desvistió y se quedó totalmente desnuda. Mantenía sus manos juntas sobre el área de su coño y sus ojos miraban fijamente las baldosas del suelo. Sus mejillas cobraron un vivo color rojo, estaba avergonzada. Yo caminaba en círculos alrededor de ella. Rozaba su cuerpo con la fusta, podía sentir las contracciones de sus músculos al sentir el cuero sobre su delicada piel.

Aparte sus manos e hice que abriera las piernas. Mi actitud era bastante brusca — Vamos pedazo de mierda, abre esas piernas para poder ver bien tu asqueroso coño. — lo tenía totalmente depilado, era muy carnoso y abultado, era una pena que no pudiese trabajarlo.

La coloqué en un potro a cuatro patas. Sujeté todo su cuerpo con amarras y le puse una mordaza en la boca de esas que tienen una bola de goma agujereada. El hoyo de su culo estaba a mi entera disposición. Se notaba que había tenido algún uso, pero no demasiado. El marido dejó muy claro que cuando le entregáramos a su mujer, su culo debía soportar una mano completa en su interior con el menor problema posible.

Aquel hoyito se veía tan rico que no pude resistirme a comérmelo. Lo primero que hice fue escupirlo y frotarlo con mis dedos. Luego comencé a lamerlo y meterte la lengua hasta el tope, en verdad aquel culo estaba muy rico. Lo chupé con mucha intensidad, tanta que virginia no paraba de gemir, ni de contraer su ano. Pero yo no estaba ahí para chupar culos, estaba para ancharlo.

Me acerqué a un estante y tomé un apartado para enemas. Luego me paré frente a virginia, su cara estaba enrojecida y no paraba de soltar saliva por entre los agujeros de la mordaza. Le mostré el aparato, pero creo que no se imaginaba para que servía. Muy pronto lo descubriría.

Cuando intenté meterle la manguerilla por el ano, este talvez por reflejo, se cerró. De inmediato descargué varias veces la fusta en sus nalgas — Vamos pedazo de mierda, afloja ese culo sino quieres que te meta mi puño de un solo golpe— el segundo intento tuvo mejores resultados. Le comencé a llenar las tripas con una mezcla de agua tibia y glicerina, puedo decirles que no es algo demasiado agradable.

Creo que le metí unos dos litros de líquido más o menos. Luego le taponé el hoyo con un consolador transparente con forma de copa. Y por si acaso, lo fijé muy bien con cinta pegante, por si intentaba expulsarlo. Ahora me tocaba esperar un rato.

Alfonso estaba grabando todo con su inseparable cámara de video. Se colocaba siempre en un ángulo que le permitiese grabar todos los detalles de la sesión. Me acerqué a gatas hasta donde estaba y me puse a lamerle sus pies descalzos. Para él era casi un ritual ir descalzado en las sesiones. Si yo deseaba chupar su polla, primero debía lamer sus pies, si él deseaba que se la chupara, entonces la sacaba de su pantalón y me la metía en la boca. Está vez yo no estaba de suerte, me apartó de su lado como se hace con los perros sarnosos. Yo me alejé, sabía que si insistía me tocaría algún castigo.

Ya que no podía chuparsela a Alfonso fui a descargar mi frustración con virginia. Ahí estaba la pobre, con las tripas a punto de reventarle. Su cuerpo estaba sudoroso y enrojecido. Ya tenía un charco de saliva debajo de ella. — ¿te gusta eso pedazo de mierda? ¿Te gusta tener tu hoyo lleno?— ella solo emitía unos quejidos por respuesta.

Eso de solo poder trabajar su culo era algo muy limitante y frustrante. Pero debía cumplirse porque eran las reglas. Tomé una paleta ancha de madera — Te voy a asar el culo ¿Te gustaría eso? — la mirada de virginia reflejaba mucho temor. Sacudía su cabeza e intentaba inútilmente mover su cuerpo. Yo había perdido algo de practica con eso de los azotes, por eso no fui tan intensa como quise aparentar en mis amenazas. No quería causarle ningún daño a largo plazo.

El primer azote resonó en toda la habitación acompañado por un grito de dolor que fue parcialmente ahogado por la mordaza que virginia llevaba en la boca. Su cuerpo de removió sobre en incomodo potro de madera. El siguiente azote fue todavía más fuerte, al igual que la reacción de virginia. Sus nalgas no tardaron en sucumbir ante los azotes. Su color pasó de un blanco impecable a un rojo muy chillón. Aquellos efectos me excitaban mucho. La sensación de control sobre otra persona me ofrecía unos efectos que superan con mucha ventaja a los de cualquier droga.

Ver aquella mujer en una situación tan vulnerable era algo simplemente bello. Su cuerpo inmovilizado, su culo taponado y enrojecido, verla babear como una cerda, sus gritos e intentos por liberarse…todo era para mi sublime.

Después de unos diez o quince azotes, me tocaba ya destaponar su culo. Alfonso se colocó en una posición que le permitiese grabar todo y en la cual no fuera afectado por el inevitable efecto de enema y la prolongada contención.

Cuando retiré el consolador, casi soy bañada por un potente y copioso chorro de líquido y ese fecales. Aquello fue maravilloso. El hoyo de virginia se abrió y dejó escapar todo lo que tenía dentro mientras ella gritaba e intentaba contener la descarga. El chorro fue perdiendo intensidad, hasta que solo fue un débil goteo en el culo de virginia. — Mira el desastre que has hecho pedazo de mierda — quería escuchar sus palabras, eso de los monólogos no me gustaba mucho. Así que le quité la bola de la boca — Eres una cerda asquerosa, casi me ensucias con tu mierda. Pídeme perdón pedazo de mierda — ella permanecía callada, pero después de unos azotes soltó un poco más la lengua.

—Perdón. Por favor perdón.

—Di "por favor perdóneme señora Patricia"

— Por favor señora patricia, perdóneme. — yo continuaba azotando su culo. Ya se me había calentado la muñeca y no quería parar. — Perdóneme señora patricia, por favor.

Su culo ya estaba al rojo vivo. Así que me detuve. No me preocupé, sabía que recuperaría su color natural después de un rato. Ya había limpiado el culo de virginia, así que me puse un arnés al cual se le podía poner diferente pollas de gomas, según la ocasión. El ensanchamiento debía ser algo progresivo, o sino perdía la gracia. Elegí una polla de poco calibre para empezar. La bañe con lubricante y coloqué la punta en el ano de virginia.

Lo introduje con suavidad, y por qué no, hasta con cierta ternura. Apretaba sus nalgas y las separaba al punto que parecía que la iba a romper por la mitad. Virginia trataba de aguantar de la mejor manera posible la incursión de aquel pedazo de goma en su ano, que a pesar de la lavativa y el lubricante, continuaba muy cerrado. Para cuando logré meterle todo el consolador, la pobre ya estaba gritando como una niña y suplicando que parara, pero el fin estaba muy lejos. Apenas estaba empezando la sesión.

Yo comencé a darle caña sin contemplaciones. Acompañaba las violentas embestidas con sonoras nalgadas que hacían chillar a todo pulmón a mi "victima". Después de todo, tal vez veinticuatro horas no eran suficientes para preparar un culo para el fisting.

Alfonso me enfocaba desde todos los ángulos. Grababa en primer plano el culo de virginia siendo penetrado por mi consolador o a la cara de virginia contorsionándose de dolor. Él no intervenía en lo más mínimo, solo era un observador en aquella sesión sado-anal.

Yo contenía el deseo de clavar mis uñas en la piel de virginia, pero era conciente de que no lograría contenerme por mucho tiempo. Así pues que me detuve y le saqué el consolador de un solo tirón. Ella soltó un suspiro de alivio. Pero antes de que pudiese relajarse, volví a meterle la maguera para enemas en el culo. Esta vez solo vertí un litro y medio de agua en su culo —Si dejas escapar una sola gota, te juro que te destrozare el culo a azotes — mientras ella apretaba su ano con todas sus fuerzas, yo me coloqué un consolador más grande en el arnés. Su forma era también diferente al anterior, era ondulado, como si fuesen varia bolas unidas entre si.

Fue metiendo lentamente el dildo bola a bola, hasta que estuvieron unas cinco dentro del culo de virginia, quien no aguantaba la presión en su intestino. La forma y tamaño del dildo no permitía que el líquido saliera del ano, pero cuando comenzara la embestida, seria imposible impedir la fuga.

El mete y saca deformaba ese rico agujerito, el agua no para de salir y salpicar todo. Esto provocaba ruidos un tanto desagradables o excitantes, eso dependería de quien los escuchara. Yo no iba a parar de darle caña hasta que vaciará toda el agua de sus tripas. Los gritos de virginia, según yo, ya no eran de dolor, sino de placer, de lo contrario su cuerpo no se hubiese sacudido por un orgasmo anal muy potente que la dejó inmóvil por un rato. Solo se escuchaban leves quejidos entre en chapoteo que producía su culo dilatado al ser penetrado por mi dildo.

Yo ya tenía la cintura y la espalda echas polvo. No comprendo como los hombres pueden aguantar tanto dando caña sin quedar paralíticos. Era tiempo de tomarme un descanso.

Me quité el arnés a la vez que admiraba mí como había dejado el hoyo de virginia. Estaba enrojecido, abierto y palpitaba. Ella respiraba sofocada, pensaba que descansaría, pero no, apenas habían pasado tres horas.

Desamarré sus amarras y la retire del potro. Las piernas le temblaban y no podía mantenerse en pie. Alfonso apagó la cámara y me ayudó a acostarla en una camilla similar a las que usan los ginecólogos, pero con algunas mejoras. Aquel artefacto me traía muchos recuerdos vividos con miguel, me puse algo nostálgica.

Volví a amarrar a virginia, esta vez a la camilla ya mencionada. Su pelvis quedaba elevada y con las piernas abiertas al tope. Alfonso acercó una maquina folladora y le encajó un dildo de un grosor bastante considerable. Yo le apliqué una generosa cantidad de lubricante a virginia en el culo, incluso le metí la boquilla del frasco en el ano y lo exprimí. Al sacarla su hoyo manaba el líquido aceitoso a borbotones.

Yo misma le metí el consolador en el culo y encendí la maquina. Los gritos y gemidos no se hicieron esperar. Fui aumentando la velocidad de penetración hasta que la llevé casi al máximo. Parte de la piel del ano de virginia entraba y salía junto al dildo. Parecía que se iba a desprender, eso me causaba mucho morbo. Eché un poco más de lubricante sobre el dildo y en el hoyo de virginia. Alfonso colocó la cámara en una posición que captaba toda la escena y salimos a comer algo.

La pobre de virginia ya tenía más de una hora siendo follada por la maquina. Mientras Alfonso y yo comíamos, no dejamos de escuchar sus gritos ni por un momento. Alfonso me ordenó que liberara a virginia y la llevara a la cocina para que cenara. Cuando virginia me vio sus ojos se iluminaron —Por favor, ya no más. No aguanto más— si les soy sincera, la pobre me dio un poco de lastima.

Cuando le saqué el dildo, ella suspiró aliviada. Tenía el hoyo del culo muy irritado e hinchado, así que decidí darle un poco de alivio con una breve lamida. Después le unté un ungüento para calmarle el ardor que debía sentir y se le bajara la hinchazón.

Cuando tuvo fuerzas para estar de pie, la subí a la cocina y le di de comer. Ella engulló todo el plato en dos bocados y bebió casi dos litros de zumo de un solo golpe. La dejé descansar por unas dos horas más o menos. Luego la llevé al baño y le permití que se duchara. Cuando terminó, la llevé a una habitación —Vamos pedazo de mierda, abre el culo— rápidamente ella se echó sobre la cama y separó sus nalgas con las manos. El aspecto de su hoyo había mejorado bastante. Le apliqué un poco de lubricante mientras le metía tres dedos en el hoyo que no tardó en dilatarse.

Supongo que ya no le dolía, porque su cara y gemidos me daban a entender que estaba disfrutando mucho. Yo tenía unas ganas locas de chuparle el coño. Estaba mojadito y muy apetecible y creo que ella también quería un poco de acción en esa área, porque empezó a frotarse el clítoris y a meterse los dedos. Yo se lo permití ya que lo que estaba prohibido era que yo la tocara.

Saqué un dildo de una gaveta y se lo ofrecí, ella no vaciló en tomarlo y metérselo el coño mientras yo le empujaba otro dildo bien grueso por él culo. La muy perra estaba gozando de lo lindo, mientras yo rezaba para que Alfonso me diera una buena follada después.

Virginia se daba caña como una perra en celo, mientras yo le taladraba el culo. Tanto placer le provocó una corrida descomunal. Yo le quite el dildo que tenía y le saqué el del culo. Salí de la habitación chupándolos como un polo de helado. Fui en busca de un consolador especial, cuando volví ella estaba algo adormilada, así que la desperté con una buena nalgada.

Le metí en nuevo consolador por el culo de un solo empujón, y vale decir que entró con mucha facilidad. Pero este dildo era especial, ya que tenía una bomba de aire que aumentaba su tamaño.

Comencé a bombearlo mientras veía como el hoyo de virginia se anchaba. Ella aguantaba la presión entre suaves quejidos y frotándose el clítoris. Cuando su culo estuvo abierto hasta el tope dejé de bombear y le puse una especie de cinturón de castidad que no permitía que se le saliese aquello del culo. Me despedí de virginia con unas cuantas nalgadas más en su blanco culo. Antes de cerrar la puerta ya estaba dormida.

Cuando salí de la habitación en la que estaba virginia, fui a la mía en busca de mi collar de esclava. Luego entré a cuatro patas a la habitación de Alfonso mientras llevaba el collar en la boca. Él estaba viendo en video de virginia.

Me acerqué a su pies y dejé el collar en suelo mientras lamia sus dedos —Ponte de pie— yo me paré de un saltó y me quedé firme sin hacer nada. Él se acercó a mi y tomó uno de mis pezones entre sus dedos. Los retorció y estiró con algo de saña. Yo aguantaba en silencio. —Te pondrás aros en los pezones y en el coño. — Aquellas palabras me alegaron mucho. Siempre quise tener aros, pero a miguel no le gustaba la idea y nunca me lo permitió.

Luego Alfonso me puso el collar. Por fin me iba a follar, estaba deseosa de sentir aquella tranca dentro de mí. Me arrojó a la cama y me subió las rodillas hasta los hombros. Yo las sostuve con mis manos mientras él me lamia el coño. Tomó entre sus dedos los labios mayores de mi coño y tiró de ellos abriéndome así al máximo. Me gustaba esa sensación en mi coño. La presión de sus dedos estirando mi piel era muy excitante.

Después de un rato, dejó de manipular mi coño pata meterme toda su polla. En aquella posición tenía total control de mi, y la penetración era profunda, como a mi me gusta. Su polla entraba y salía sin ningún impedimento de mi coño mojado y caliente. A veces me frotaba y golpeaba el clítoris con su glande. Yo no tardé ni cinco minutos en correrme la primera vez. Estaba gozando como una perra con su macho.

Alfonso se acostó en la cama y me ordenó que me metiera su polla por el culo, yo obedecí encantada. Me coloqué en cuclillas sobre él, empuñe su tranca y me la puse en la entrada de mi culo. Lentamente fui bajando hasta que la tuve toda dentro. Él volvió a agarrarme los labios del coño con sus dedos. Cuando yo subía mi cuerpo, él lo bajaba tirando de mi coño. Yo no paraba de gritar, ni subir para que él me obligara a bajar.

Estuvimos en eso por más de diez minutos. Por la humedad de mi coño, a él ya se le hacia difícil el agarrarme los labios. Debía ponerme esos aros lo antes posible. Estuve cabalgando en su polla hasta que un rico orgasmo anal me hizo caer sobre su cuerpo. Pero me reintegré rápidamente cuando él me dio la orden de chuparle la polla. Hicimos el famoso y siempre efectivo sesenta y nueve, y quien no sepa lo qué es, que compre un Kamasutra.

Mientras me metía hasta la garganta aquella polla recién sacada de mi culo, Alfonso me daba una buena dosis de azotes en el culo y mordiditas en el coño. También me metía unos cuantos dedos en el culo. Bueno, casi me metía la mano, de no ser por lo incomodo que resultaba desde aquella posición, la hubiese tenido entera dentro.

Yo ya sabía cuando él se iba correr. Los músculos de sus piernas y pectorales se contraían. Así que ya esperaba la primera carga de leche con la boca abierta. Al sentir aquel liquido caliente chocar en mi paladar, y a Alfonso trabajar mis partes baja, otra corrida hizo acto de presencia. No se decirles si fue por mi culo, coño o clítoris, tal vez fue por los tres lugares a la vez. Otra descarga de leche bañó mi cara mientras yo bañaba la de Alfonso con mis jugos.

Después de corrernos, nos quedamos en esa posición un largo rato. A ambos nos gustaba lamernos después de corrernos. Alfonso limpiaba mi coño con su boca mientras yo hacia lo mismo con su polla