Los dias en la escuela serrant
Una escuela diferente. aventuras excitantes
LOS DIAS EN LA ESCUELA SERRANT
En las montañas de un pueblo perdido en el mundo se encuentra la escuela Serrant. Está escuela fue fundada hace unos cincuenta años por los ricos que vivían en esas cercanías campestres y quisieron darle a sus hijos una educación de élite, pensaban ellos. La escuela fue inducida a ser únicamente de varones. Las mujeres hace tantos años los padres burgueses no pensaban en darles educación. Solo esperaban que contrajeran enlace con algún rico hacendado y todo estaba bien.
Allí, por esa escuela, habían pasado escritores, políticos, industriales, comerciantes, una gran variedad de gente que llegaron a ser ilustres personalidades. Concurrían una cierta cantidad de alumnos. Era una cofradía selecta. El ingreso estaba absolutamente definido por una comisión de celebridades, que al fin de cuentas no era otra cosa que negociados y devuelta de favores,.
Ya en el último año a cursar están los personajes de estas aventuras. El verano se acercaba indefectiblemente y con el las ansiadas vacaciones. Muchos se irían para no volver nunca más. Otros los menos quedarían enganchados por algún trabajo en el verano, como por ejemplo de apoyo a los chicos que tenían alguna dificultad en alguna materia. Otros volverían a visitar a viejos maestros y yo mucho menos que eso.
Lo buscaban al Colorado Somaz, que debía integrar el equipo de fútbol para el partido que tenían en unos minutos. El Colo no aparecía por ninguna parte.
__Bueno loco, busquemos un pibe de quinto__ dijo Alves
__Sí, dale, anda a saber donde está este boludo__ aprobó el Gordo Lima. Se movieron por los pasillos de enorme edificio buscando algún pibe para salir del paso, mientras entre dientes lo puteaban al Colo.
En tanto el Colo entrecerraba los ojos completamente desnudo sobre la cama elástica del gimnasio y el profesor Lautaro mamaba su verga enorme, parada al máximo y roja como los cabellos del dueño de tan lindo pedazo. El profesor la acariciaba con sus mejillas, la frotaba. Le daba unos golpecitos y se la introducía feroz con hambre en su boca. El Colo gemía y suspiraba totalmente entregado a las caricias del Profe Castro.
La saliva que saltaba en los vaivenes caían en catarata sobre los huevos inflados, duros del muchacho. La lengua del Profe viboreaba en las bolas y secaba por unos breves instantes la piel rugosa. Luego se volvían a regar las bolsas del colo corriendo como ríos hacia abajo.
Así cuando menos lo esperaba el profe se perdió en las profundidades del canal del Colo. Con la lengua jugueteó entre las nalgas duras y portentosas. Este se retorció un poco más. Su cuerpo bien torneado, joven, hizo un abreve convulsión. Los brazos del muchacho eran largos y blancos, con suaves pecas rojas. Con las manos atrapaba la cabellera del Profe y lo inducía a recorrer sus partes. Los labios un poco finos se mordían solos y de vez en cuando en éxtasis sacaba su lengua y se relamía.
También sorpresivamente el Colo tenía las piernas sobre los hombros de Lautaro que eran bien armados y fornidos y su anillo fue penetrado como al descuido. Hizo un breve sonido gutural y comió el aparato sin reservas. El profe en tanto se hundía en ese culo acariciaba las tetillas gruesas del chico y con otra mano sobaba la pija que continuaba tan dura como antes. Fue y vino dentro del túnel encendido. Lo movió con rapidez. Aferró y sacudió la tranca del Colo. Busco un momento de calma y sosiego. Fue cuando llegó con su boca a las tetillas color marrón claro del chico. Una rápida mordida, una fugaz lamida. El muchacho lanzando improperios y gemidos al aire. Ahora si el profesor llegaba a la boca del Colo y se entrelazaron. Se comieron. Se babearon. El profe seguía navegando en el culo duro del chico, que decía palabras al oído de su amante que solo el escuchaba.
Después de haber gozado un tiempo de el agujero encantado sacó su gorda verga del lugar. Subió con cierta dificultad por el cuerpo pegajoso del chico que sudaba, cuando llegó clavó la poronga en la boca del Colo que la recibió con gusto. La recepción fue placentera. Ávido el muchacho se comió el palomón. Luego con la lengua lo acarició. Lo beso locamente. El Profe se contoneaba y gemía loco dentro de la boca. Dejo que jugara con el poste. Las manos del muchacho amasaron una y otra vez las nalgas de Lautaro, que seguía sacudiéndose en las fauces del Colo ardiente. Sin sosiego. Ciego de locura. El Colo en ese vaivén perforó con sus dedos la cola sedienta del profe. Esperó unos momentos. Fue acercándose. Se acomodó sobre el largo y rígido aparato. Lo guió con su mano. Lo apoyo en la entrada. Se hundió en el. Se clavó la estaca. Lo fue cabalgando. Apoyando sus manazas en el pecho fuerte del Colo. Le apretaba las tetillas alternativamente. Bajaba hasta la boca del chico. Las lenguas eran espadas que brillaban al sol y al calor sofocante de la tarde.
El chorro de leche asaltó el agujero. El chico se vació sin reparos, lanzando un enorme chillido. El profe lo siguió cabalgando unos instantes más. El Colo tomo con las manos la pija del profe. La masajeó. Estaba dura como una barra de metal. Acariciaba el trofeo. Lautaro, el Profe, salió del estuche y el líquido bajó torrentoso como una catarata intrépida. Fue cayendo sin intervalos sobre todo el cuerpo del chuico. Otra vez la barra fue engarzada en la boca de dientes blancos y limpios. El chupete sabroso bombeo dentro de la cavidad. Entre sacudidas y estertores el semen comenzó a brotar con fuerza. A borbotones. El Colo fue tragando y saboreando. Degustando la miel que le brindaba su amante, que al cabo se dejo caer a su lado. Se besaron mezclando salivas y líquidos todos fusionados. Se siguieron festejando por un rato más, el Colo ni se había acordado del partido.
El juego había llegado a su fin. Los compañeros del Colo cayeron derrotados. Se encaminaron con rabia hacia los vestuarios. Con la cabeza gacha y casi sin hablar.
__Si estaba el Colo le ganábamos__decía el gordo mientras el agua caía en su fofo cuerpo
__No me hables de ese pelotudo__ saltó con furia el negro Ruiz
__Ya está, otra vez será__ comentó sacándose el jabón de los ojos el Caballo Britez.
Pasaron varios de el episodio del partido. Una mañana cerca de las diez, Ugarte, el preceptor de los muchachos golpeó en la habitación y entró.
__¡Buenos días alumnos!__ saludaron algunos y otros no.
__Alumno Britez, en el aula de exámenes lo espera el director con unos profesores
__¿Qué hice ahora?
__Creo que nada. Usted vera
El caballo Britez ingresó al aula que estaba silenciosa. El director se encontraba de pie con un vaso de güisqui en la mano. Sentado en un sofá uno de los profesores de humanidades. En otro sillón más amplio estaba un desconocido que le presentaron como instructor de marketing.
Britez estaba parado sobre la alfombra mullida en el centro de la sala. Lo saludó el director
__Britez ¿Cómo está usted?
__Muy bien señor director…
__Me alegra
__¿Sucede algo señor?
__Nada, nada. Estos señores quiere evaluarlo, nada más que eso
__Pero por alguna razón en particular
__No tenga temor Britez
__No tengo temor señor
__Mejor, mejor__ bebió unos tragos de su vaso.
__¿Comenzamos director?__ sugirió el rubio profesor de humanidades.
__Por supuesto…bien Britez, quítese la camisa.
__¿Señor?
__Ya me oyó Britez, quítese la camisa.__ el muchacho no muy extrañado a decir verdad comenzó a quitarse la prenda. Los otros lo miraron. Se le acercaron. Rozaron sus anchos hombros. Huesudos. Tocaron su cuello de ancho normal. El profesor de marketing un moreno de muy buen porte le acarició las tetillas y Britez se conmovió, las tetillas se pusieron en guardia, duras, como dos botones. Britez se movió nervios y ansioso. Tenía calor. Los dedos de los hombres que lo tocaban suavemente hacían subir la temperatura del muchacho. El director seguía bebiendo y sonriendo. Minutos mas tarde dijo __Ahora el pantalón Britez, vamos__ aflojó el cinturón. Quito el botón. Fue bajando el cierre tomándose su tiempo. El pantalón cayó sobre la alfombra. Cabe decir que el chico no se había movido un centímetro del lugar donde continuaba de pie. El bóxer quedó a la vista. Las piernas del Caballo eran anchas. Bien formadas. No deformes o exageradamente musculosas pero tenían buena fibra.
Ahora los hombres acariciaron sus muslos, las pantorrillas. Como al descuido el director fue bajando muy despacio, muy lento, el bóxer, que era la última prenda del chico. Apareció ante la vista una tripa enorme que colgaba y pendía buscando erguirse. Se bamboleaba. Hacia arriba. Buscaba altura. Los hombres hicieron una leve mueca de satisfacción. Las manos se abalanzaron sobre el animal. Además de la belleza de esa poronga, estaban las dos redondas pelotas sin un solo vello, peladas parecían duraznos silvestres. Un manjar. Unas manos buscaron y apretaron un poco esas bolas llenas. El Caballo se movió y lanzó un suspiro. Las manos jugaban con ellas, el chico jadeo otro poco. La serpiente entre tanto fue levantándose como un milagro. El director se colocó detrás del Caballo que empezaba a bufar. Acarició las nalgas. Se agachó. Las apretó frente a sus ojos. También estaban despojadas de todo vello. Las marcó con su boca, casi lastimándolo. Britez gimió. El director en un momento se quedó en pelotas y volvió a agacharse y se metió entre las nalgas del Caballo. La lengua pujó febril en el anillo rosado del chico que se tiró para atrás. El director amasaba las nalgas del chico. Las rasguñaba.
Por delante los embates de las bocas ya se habían adueñado de la enorme pija, se alternaban para chupar semejante cosa. La admiraban. Le daban pequeños chuponcitos. Se escuchaba a las distancia el ruidito que hacían los labios al hacer ventosa. Los dos profesores fueron dejando sus ropas desperdigadas por allí.
Los hombres estaban todos desnudos. El director había clavado al chico, que se había inclinado un poco recibiendo la pija del director que mordía el cuello del Caballo que ahora gemía imparable. Mientras los otros besaban los huevos colgados como amamantándose del Caballo.
Cayeron sobre la alfombra. El director dándole bomba al chico . La verga de Britez ahora abriéndose camino en el culito del moreno, que gozaba enormemente de aquel pedazo. Se contoneaba y entregaba su cola sin miramientos. El rubio profesor de humanidades le daba algunos besos de lengua al moreno. El director comenzó a llenar el culo del Caballo lanzando improperios y palabrotas, dejando su semen en el culo del chico.
Los tres hombres llevaron al caballo y lo sentaron en el sillón grande. Allí el rubio profesor se sentó a horcajadas en el pijón del caballo que sudaba a mares, mientras el rubio lo cabalgaba gozando del bruto pedazo de carne clavado en su ano. El moreno acariciaba la espalda del rubio y le daba algunos besos marcando la espalda del blondo profesor. El director había puesto en su boca el pedazo del moreno y se entretenía mamando la pija y jugueteando con las bolas del moreno. Así fue que el director de pronto tuvo la verga del moreno profesor clavado en su culo carnoso y blanco. Mientras el rubio subía y bajaba por el enorme tobogán del Caballo Britez que ya no daba más y que lanzaría su leche en algún momento.
El director levantaba su culo para ser ensartado más cómodamente por el profesor de marketing que golpeaba con su pistón a fondo chocando las nalgas del director con los huevos que comenzaron a precipitar ríos de líquido seminal en el canal abierto y fogoso. Los gemidos subían de tonos, uno a uno caían los mástiles que hacía un rato estaban erguidos. El Caballo quitó de su poronga al rubio profesor que apoyó raudo su boca en la manguera y está empezó a soltar chorros y chorros de blanco esperma entre gritos de satisfacción y locura. Igualmente se arrimaron los otros dos amantes y fueron regados como una bendición por la semejante tripa del Caballo. Los tres hombres quedaron un rato acariciando la pija del Caballo Britez que seguía gimiendo, mientras sus amantes lo acicalaban con ternura y no dejaban caer del todo aquel rey de hermosas pijas que portaba orgulloso el Caballo Britez.