Los días con Javiera

Mientras cogen, él suele preguntarle cosas como “¿cuántos hombres crees que podrías exprimir en una sola noche?” Ella aventura con cierta fingida timidez: “No sé, ¿unos cuatro?” “Más, muchos más, mi putita. Hay hombres que sólo con tenerte así, en cuclillas, sobre todo si les bajas con el culo hacia su cara, no aguantarían ni un minuto”.

Los días con Javiera

Uno

Javiera, siempre Javiera. En ese viaje la había extrañado como nunca. En el avión primero, y después en las breves travesías, cerraba los ojos y soñaba con ella. Le gustaba recordarla atrayendo las miradas en sus lugares, pero sobre todo pensar en que era cierto que ella estaba enamorada –de él, claro. Trataba, sin lograrlo nunca del todo, de aguzar su memoria auditiva, para escuchar su voz cuando le decía: "Eres el hombre que mejor me ha hecho el amor".

Arturo ansiaba los largos trayectos, porque le permitían proyectar en su cabeza sus "películas" de Javiera. Una de sus preferidas era la primera vez que hicieron el amor. Se la había contado tantas veces a sí mismo –tomando trozos reales e inventados, y mezclándolos según su humor o sus ganas–, que le gustaba jugar con la idea de no saber cuál era la verdadera. También se contaba las "películas" que habían imaginado y narrado juntos, con él encima, empujando su verga hasta la raíz. En esos momentos, la obligaba a mirarlo a los ojos y le exigía contar alguna aventura sexual, falsa o verdadera.

Pero la "película" que se imponía era siempre la más sencilla. Sucedía así: él abría los ojos con los primeros rayos de sol y percibía la cálida presencia de un cuerpo a su lado. Hacía frío. Javiera tenía puesta una camisa de franela, pero estaba desnuda de la cintura hacia abajo. El se daba cuenta de eso cuando doblaba una de sus piernas para rozar el cuerpo de ella. Semidormido, como entre sueños, él le abría las piernas mientras la montaba. Un sexo caliente y húmedo lo recibía. Javiera iba despertando poco a poco, y comenzaba a mover su pelvis mientras abría los ojos y sonreía.

Le gustaba terminar esa "película" cuando él decía esta frase: "Dime que eres mía, sólo mía, dímelo".

Dos

Antes de entrar, y aunque ya tenía una idea muy aproximada de lo que encontraría, se hace una imagen de la escena: Javiera apunta su esplendoroso culo hacia la puerta, con una verga en la boca y el afortunado está recostado sobre las almohadas, con los ojos cerrados, absolutamente perdido en el disfrute de la mamada, sobre la cama donde ellos, Javiera y Arturo, han hecho el amor infinidad de veces.

No es así.

Lo que ve no le incomoda en absoluto, pero sí le sorprende un poco, porque hasta entonces ella se ha mostrado seriamente dispuesta a poner en práctica la idea de tener a otro hombre con ellos, pero no necesariamente a otros . Esa imagen la reservan para sus juegos habituales. Mientras cogen, él suele preguntarle cosas como "¿cuántos hombres crees que podrías exprimir en una sola noche?" Ella aventura con cierta fingida timidez: "No sé, ¿unos cuatro?" "Más, muchos más, mi putita. Hay hombres que sólo con tenerte así, en cuclillas, sobre todo si les bajas con el culo hacia su cara, no aguantarían ni un minuto". Hay un breve silencio mientras siguen los jadeos. Luego, Arturo le exige: "Cuéntame, cuéntame cómo te cogieron cuando estuviste con seis hombres". No la deja en paz hasta que ella completa una narración entrecortada por la faena del momento, en la que va mezclando fantasías con pasajes reales.

Tres

Arturo no entra a la habitación. Abre la puerta y se queda ahí, contemplando la escena.

El cuarto huele a sexo, hierve en realidad. Un vaho como neblina da fe de lo ocurrido.

Javiera está tendida sobre la cama, larga y hermosa, con las piernas ligeramente abiertas y tiene en cada mano una verga flácida. Arturo sabe que esa posición es parte del juego. Ella acaba de tomar entre sus manos los pitos de sus jodedores ocasionales. Lo hizo cuando escuchó que Arturo estaba a punto de entrar, para mostrarse orgullosa de su travesura y para evitar que, apenados, los amigos abandonen la cama.

Ellos, pese a todo, no pueden evitar el desconcierto cuando lo miran en el quicio de la puerta. Su actitud los desconcierta más todavía. Arturo saluda a Javiera con la mirada y de inmediato lleva la mano a su bragueta y se saca la verga, erecta.

–Ven a saludarme– dice, cariñosamente, mientras extiende su brazo derecho en señal de invitación.

Javiera se incorpora y les da la espalda y luego el culo a los amigos, sin salir de ellos totalmente, pues Arturo se ha detenido justo a los pies de la cama. Ella se come la verga de un bocado y luego juguetea con su lengua.

Casi de inmediato, suavemente, Arturo la atrae hacia su cara y le da un largo y húmedo beso. Le ayuda a incorporarse y la abraza por las nalgas, mientras le dice:

–¿No quieres bañarte? Me encontré a Raúl en el aeropuerto y quedó de venir a echar unos tragos.

Entonces le da un leve empujón hacia el baño y mientras ella sale, él se dirige a los amigos que acaban de cogerse a su mujer.

–¿Qué se toman?

Sin esperar una respuesta, Arturo sale del cuarto y va a la cocina a preparar unos tragos. Sirve tres copas de Izarra, un licor de manzana cuyo aroma le recuerda siempre, lejos de casa sobre todo, la piel de Javiera. Cuando regresa, los dos amigos casi han terminando de vestirse.

–Aquí nadie los corre, ¿eh?

Les extiende las copas, deja la suya sobre un buró y va por Javiera. Ella ha cerrado la puerta del baño, una actitud extrañamente púdica en una mujer que se ha cogido a todos los presentes.

Arturo da unos leves toquidos en la puerta y entra. Ella se mira al espejo, quizá tratando de reconocer en su rostro falsamente inocente, a la putita que acaba de desatar. Arturo la abraza por detrás y abarca con sus manos extendidas sus redondos senos.

–¿Por qué no escoges a uno y lo bañas?… Y dejas la puerta abierta.

Como única respuesta, ella empuja sus nalgas contra el bajo vientre de Arturo y le devuelve un beso. Sale del baño.

Arturo se va a la sala y batalla mecánicamente con el desorden. Levanta y lava algunos platos y abre las ventanas de par en par. Octavio se incorpora a ayudarle, lo que significa que ella ha elegido a Jorge para la ducha.

Arturo deja a su amigo con los platos para ir un par de veces, sintiéndose un vouyeurista, a mirar lo que sucede en el baño. Se asoma sin entrar. La primera vez, tras la cortina del baño, ve la silueta inclinada de Javiera, chupando. La segunda mira dos cuerpos pegados tras la cortina, el hombre detrás de ella, pero no tiene manera de saber si la tiene ensartada.

Cuando Javiera reaparece en la sala, Arturo y Octavio están ya sentados, bebiendo y charlando. Octavio va a tomar una ducha y lo sustituye Jorge.

En la cocina, a donde van para estar solos un instante, Arturo le repite que en el aeropuerto se encontró a Raúl, su amigo que ahora vive en Tijuana, y que lo convidó al departamento.

–Dijo que sólo iría a dejar su maleta a la casa del cuate con quien se queda y que luego venía para acá. A ver qué le ofrecemos...

Cuatro

A los nuevos invitados les parece extraño que Javiera, Jorge y Octavio estén recién bañados, pero se callan cualquier comentario.

Raúl ha llegado con un amigo, Daniel se llama. Los anfitriones no le conocen, pero piensan que está bien si es amigo de Raúl, a quien Arturo conoce de largo tiempo y por quien Javiera siempre ha guardado una suerte de admiración no tan escondida.

Los dos anfitriones pasean de un lado a otro, ofreciendo tragos y algo para picar, mientras la charla va de las viejas a las nuevas anécdotas políticas, de la música a la poesía.

Raúl lleva la voz cantante gracias a su conocimiento cada vez más profundo de la frontera y al interés de Arturo en ese tema. Pero en realidad Arturo está más inJavierado en los episodios que vienen que en debatir con su amigo, porque además sabe que el esgrima verbal entre ambos puede extenderse hasta el amanecer. Sin embargo, no deja de intervenir, pues comparte con los demás, desde la primera juventud, la pasión por la palabra, sobre todo si viene con fuertes dosis de sátira y de humor negro.

De cuando en cuando, Javiera se sienta en un extremo del sillón largo, para quedar así frente a los recién llegados y junto a Arturo. Jorge y Octavio están a los extremos de ambos.

Javiera se ha puesto un vestido entallado que le llega un poco arriba de las rodillas y unos zapatos de tacón negros que dejan sus dedos al descubierto.

Arturo se levanta a traer algo de la cocina y llama a su mujer desde ahí. Con el pretexto de que no encuentra una botella de bourbon que ha guardado para ocasiones especiales, la lleva a su lado en tanto hurga en la alacena. Cuando la tiene cerca, busca bajo su vestido. Descubre que lleva calzones y le suelta un reproche juguetón. Se los quita casi de un solo movimiento y se los guarda. El camino es largo: las piernas de Javiera son extensas como ella misma y comienzan, de abajo hacia arriba, algo flacuchonas; se ensanchan en el camino hacia el espléndido trasero y forman un andamio perfecto para las caderas que a él le gusta abarcar con un brazo cuando comparten la cama.

Cuando Arturo se tira al suelo de la cocina, mientras ella prepara su delicioso picadillo cubano, desnuda de no ser por un diminuto delantal, las piernas de Javiera le parecen infinitas. Allá a lo lejos mira la redonda rotundidad de sus nalgas y, más lejos todavía, la espalda de la que se desprenden dos brazos como alas, el suave cuello, la piel toda que su cabellera, ahora larga como Arturo adora, cubre en porciones como un fino rebozo.

A veces, cuando él está tumbado en el suelo, mirándola, ella se da la vuelta y le abre la puerta de otro paraíso. Sus senos son dos hermosos melones a los que él siempre, sin decírselo, promete que ha de dedicar más tiempo. Abajo está esa porción de la Javiera renacentista, ese vientre maduro y suave, un durazno perfecto en su redondez.

El bosque de su sexo se cocina aparte. En sus primeros días de amantes, Arturo solía despedirse de Javiera, en el departamento de ella, con un beso tierno acompañado de un par de dedos en su coño. Nunca había dejado de sorprenderle cómo esa mujer siempre estaba mojada. "Es sólo contigo, tonto", decía ella. El no le creía, pero igual le gustaba llevarse su olor, un poco de ella, pensaba. Un poco de su coño, de ese templo donde Arturo puede pasar interminables horas. Le gusta tocarlo, lamerlo, comprobar que siempre hierve. A veces es como una breve almohada, otras un pozo profundo. Arturo siempre ha adorado que ella se lo muestre, desinhibida totalmente, abierto, pleno. Y nunca deja de sorprenderle el control que ella tiene de sus músculos vaginales, los pequeños apretones que abrazan su pene.

Arturo piensa en todo eso, en sus imágenes de Javiera, en el mismo momento en que está tentado a decirle, tras despojarla de sus brevísimos calzones, una frase como: "Quiero que te comas las vergas de todos". No lo hace. Le parece finalmente "rudeza innecesaria". Ella acababa de coger a dos hombres en su ausencia y su actitud del instante es la de una abeja reina dispuesta a seguir jugando con todos.

El no alcanza a decir nada, igual, porque ella se anticipa: le acaricia el pito por encima del pantalón y le lanza una mirada que anuncia tormenta. El devuelve la caricia bajo el vestido: Javiera está tan caliente que lo asusta. Arturo introduce uno de sus dedos para descubrir lo que ya sabe: está mojada.

Ambos regresan a la sala y se sientan. Javiera cruza la pierna y deja que su falda suba hasta muy cerca de sus nalgas. Siguen hablando.

Javiera se hace la tonta. Se mete en la conversación con preguntas ingenuas o sobre asuntos que todo mundo debe saber. Pero luego, cuando alguien le responde en un tono doctoral o de libro de texto, ella remata la faena con otra pregunta demoledora, clara señal de que entiende mucho más que su interlocutor.

Arturo disfruta mirarla, aunque ahora la tiene de perfil. Parte de ese disfrute, o el disfrute mismo, es que él la mira en los ojos de los otros. Ella es el centro. Los comentarios de los invitados se dirigen cada vez más a ella y de los temas "serios" se pasa a hablar de conquistas amorosas.

No ha pasado en realidad mucho tiempo, pero a Arturo le parece una eternidad.

Cinco

Arturo se levanta por un trago y, a propósito, da un rodeo para tener la perspectiva de Raúl y su amigo Daniel, para mirar a Javiera como ellos la miran. Se detiene detrás de ellos. Es lo que espera. Javiera juega con un leve abrir y cerrar de piernas. Lo suficiente para que imaginen que no lleva calzones, no tanto para darles el espectáculo completo.

"A las chaparritas las puedes alzar en vilo y hacer malabarismos", dice Raúl, cuando la conversación ya ha entrado de plano en el terreno sexual.

Javiera ríe de la torpe sabiduría de los machos y les hace preguntas para alentarlos a que suban el tono de la conversación.

Jorge y Octavio siguen torpemente la charla, porque no han podido abandonar sus caras de incredulidad. Se habían pensado los elegidos, creyeron que Javiera los consideraba "muy especiales", y ahora se dan cuenta de jugaron otro juego.

Así están cuando Arturo se acerca de nuevo al largo sillón y se sienta en la alfombra, a un costado de los pies de ella, sin recargar su espalda sobre sus piernas. Octavio, que estaba de ese lado, se ha levantado para ir al frente y apreciar lo que ya adivina un nuevo episodio de esa inolvidable noche.

Como sin querer, Arturo comienza a acariciarla, los primeros minutos apenas rozando con el dorso de su mano izquierda sus pantorrillas, luego recorriendo uno a uno los dedos de sus pies. Javiera, al cabo de un rato, responde con algunas caricias en el su cabello.

Arturo se incorpora y se sienta junto a ella, para que las caricias cambien de lugar. Sin ninguna prisa toca sus caderas por encima de la falda, va despacio a su cuello y también le planta algunos pequeñísimos besos en una oreja. Todos siguen hablando pero ya nadie parece escuchar, excepto Daniel, el amigo nuevo, quien sigue clavado en una disertación sobre las virtudes de las mujeres bajitas y delgadas. Por algo será, piensa Arturo, mientras calibra su estatura. Concluye que Daniel apenas debe llegar a la nariz de Javiera.

"Si yo no hubiera tenido amoríos con chaparritas mi lista sería una vergüenza. Esto es Mexiquito", concluye Arturo.

Seis

El anfitrión ofrece una nueva ronda. Los vasos y las copas se llenan de nuevo. Arturo alza la suya: "Por las grandotas", dice, esperando que todos lo sigan. Y cuando todos tienen los brazos en alto, agrega: "Por esta grandota hermosa". "Salud", dicen todos. "Salud", juega Javiera, mojándose los labios.

Arturo se sienta junto a ella y comienza a acariciarle el pecho con el dorso de la mano izquierda. Con la otra sostiene su vaso. "Por las virtudes amatorias de las grandotas", insiste. Todos dicen salud por decirlo, más inJavierados en lo que sucede con el pecho de Javiera. Arturo suelta su vaso y con la mano derecha desabotona el vestido por el frente, dos botones apenas.

"Por la generosidad de los amigos", brinda ahora Raúl, mirando, igual que todos, un seno liberado. "Por la reciprocidad", responde Arturo y sonríe, porque piensa en Aleyda, la culichi del trasero de imponentes dimensiones que vive con Raúl desde hace dos años.

Jorge, sentado a la derecha de Javiera, no resiste más.

–¿Puedo?– pregunta, dirigiéndose a Arturo.

–Díle a ella.

Como toda respuesta, Javiera lo jala de un brazo, y lo dirige hacia su pecho. Jorge comienza con breves besitos y luego lame la teta entera. Arturo acerca su rostro y le da un profundo, largo beso. Su mano derecha no se queda quieta. Acaricia primero las piernas, luego las nalgas (tanto como puede meter su mano entre el sillón y el trasero de ella), y por último le abre las piernas y toca suavemente su húmedo coño. La deja y mira hacia el frente. Octavio entiende y se acerca en un segundo, alza ligeramente una de las piernas y se sumerge en el sexo. Javiera gime desde los primeros lengüetazos.

El silencio sería total, de no ser por los chapoteos de las lenguas en el cuerpo de Javiera.

Arturo toma la otra teta y la lame por un rato, mientras sus dos amigos hacen lo propio en teta y coño.

Raúl ha dejado de hacerse el inJavierante y se ha levantado para mirar más de cerca. Sólo Daniel se mantiene aparentemente distante, fingiendo estar más concentrado en su copa.

Con movimientos perentorios y palabras sueltas, dichas cariñosamente, Arturo dirige la sesión. Sólo dice cosas como "híncate", "así", "volteáte", nunca frases completas. Y acompaña sus palabras con sus manos que dirigen el cuerpo de Javiera hacia otra posición.

Se retira de su pecho y hace que se voltee y se hinque sobre el sillón, le levanta completamente el vestido para que todos admiren su esplendoroso culo. Y después la deja ahí, abierta, para que Octavio vuelva a chuparla, ahora así, de a perrito.

Después de un rato la saca del sillón y él se sienta en el espacio que ella ocupa. La hace hincarse mientras con una seña le indica a Octavio que se siente a su lado. Luego, dirige la boca de Javiera hacia su verga. Ella se la traga de un bocado y después comienza a lamerle los huevos. La inclinación de Javiera permite a los otros dos hombres, que no participan, gozar de su trasero que se mueve al ritmo de la mamada.

Arturo conduce las manos de Javiera a los pitos de Jorge y Octavio, listos hace rato, y ella los masturba sin abandonar la felación. "A él", dice, y Javiera, obediente, cambia de verga. Va de una a otra alternativamente, mientras Raúl se acerca y comienza a recorrer sus nalgas, suavemente, con las manos. También busca su clítoris. A juzgar por la manera como ella cambia el ritmo de sus movimientos, Raúl lo encuentra. Daniel se acerca pero sigue sin intervenir. El que ya no aguanta es Raúl. Se saca la verga y se acaricia. Quiere penetrarla. "Espérate", dice Arturo y se levanta.

Antes de dar vuelta en la esquina del pasillo, Arturo voltea a mirar. Raúl ha ocupado su sitio. La lengua de Javiera recorre sus huevos y sube y baja por el pito gordo de Raúl (Arturo lo conoce porque en sus años juveniles compartieron algunos tríos). Javiera tiene el vestido arremangado y varias manos la tocan por todas partes. Conserva también los zapatos y, más arriba, su redondo culo se mueve igual que cuando está sola con Arturo y él le pide: "Muévete como si tuvieras otra verga adentro". Se va brevemente con esa imagen.

Siete

Todo sigue igual a su regreso. Todo, aparte de que Daniel ha vuelto a alejarse y bebe sentado en el comedor.

En un espacio libre de muebles al lado de la sala, Arturo tiende un edredón. Otras veces ella se ha quejado del daño en sus rodillas cuando cogen ahí, sobre la rugosa alfombra. Esta vez, que está portándose tan bien, hay que cuidarla.

Arturo coge las caderas de Javiera como cuando va a ensartarla desde atrás y ella levanta su culito sin dejar sus tareas. Pero no se la mete sino la jala ligeramente hacia atrás. Ella voltea su rostro. Con la mirada, él pide que se separe y le ayuda a levantarse.

Los tres hombres en el sillón se preguntan qué sigue. Arturo lleva a Javiera al edredón y termina de quitarle el vestido. "Acuéstense aquí", ordena. Los tres se acomodan en fila, mientras él acaricia el coño de Javiera y le mete unos dedos, sin dejar de besarla a intervalos. Todos respetan el pacto no escrito: él tiene que ofrecerla, él es el dueño de la función.

Jorge y Octavio se acarician tratando de mantener sus respectivas erecciones. Raúl no lo necesita. Está fresco como lechuga y su verga apunta hacia el techo. Arturo coloca a Javiera de modo que ellos la vean por detrás, de pie, extensa como es. La pone en el centro, justo donde ha quedado Raúl, y le pide con voz queda: "Baja despacito". Ella entiende. Lo ha hecho innumerables veces con él. Ella abre las piernas como unas tijeras, se coloca a la altura adecuada y desciende lentamente hasta desaparecer la verga en su vagina. Luego comienza a saltar.

Pero no esta vez. Javiera comienza a bajar despacito, efectivamente. El tronco de Raúl, su gorda verga, está lista para ser engullida. Los labios vaginales de Javiera la tocan, van a comerla, cuando Arturo la jala de los brazos y la atrae hacia sí. La voltea y la muestra a los hombres mientras le cubre ambos senos con las manos. Va entonces hacia abajo y les muestra el coño jugoso, abierto.

"Mejor levántense", dice, y ellos obedecen.

Arturo hinca a Javiera en el piso, como un chivito, y comienza a acariciarle la vagina y las nalgas, pero sin permitir que los demás se acerquen.

"Quédate así", ordena.

Cuando vuelve, en apenas un instante, lleva en la mano un pequeño frasco de lubricante. Lo abre cuidadosamente mientras, en el piso, Javiera sigue exhibiendo toda su desnudez. Los cuatro hombres lo miran como quien asiste a un ritual mágico, embelesados y quietos. El silencio apenas es roto por los hondos suspiros, casi jadeos, que desde el suelo lanza la mujer, sabedora de lo que viene.

Arturo se unta dos dedos con el suave líquido y embadurna el hoyo trasero de Javiera. Después mete un dedo suavemente, y luego el otro, ambos apenas a la mitad. Los saca y repite la operación varias veces, con un poco más del lubricante. Cuando siente que el culo se contrae y se abre lo suficiente, mete los dos dedos juntos, hasta el fondo.

"Qué ricura". dice Raúl, desde uno de los cuatro extremos de la especie de guardia de honor que se ha formado alrededor de ella.

Arturo lo mira con un reproche y se lleva un dedo a la boca, ordenándole silencio. El obedece.

Luego, coloca el lubricante sobre una mesita y se quita toda la ropa.

Se coloca detrás de ella y voltea a mirar, uno a uno a los demás hombres. No dice nada, pero su mirada parece decir: "Seré el primero en darle por el culo y después seguirán ustedes, uno tras otro".

Se la mete despacio, poquito a poco, mientras los cuatro hombres observan y ella comienza a gemir quedo. Se mantiene ahí, con movimientos acompasados, unos tres o cuatro minutos.

Apenas sale Arturo, Raúl toma su lugar. Ella se resiste, trata de meter las manos. Arturo se acerca a acariciarle la cabellera y delicadamente quita el brazo que ella extiende hacia atrás.

Raúl la cabalga con fuerza, aferrándose de sus nalgas, y sacando casi completamente su pito para después meterlo de nuevo hasta la empuñadura. Javiera jadea. Jorge y Octavio esperan ansiosos, pero Raúl se resiste a dejarla. Jorge se tira en el suelo y comienza a manosear los senos de la mujer.

Octavio se pone detrás de Raúl, urgiéndolo a abandonar el culo que ya le corresponde. Cambio de turno. La verga de Octavio es más grande y tiene una extraña curvatura hacia la izquierda. Tarda un poco en acomodarse, pero se la mete completita, arrancando un gemido de Javiera.

Cuando Jorge está enculando a su novia, Arturo se acerca a ella y se acuesta de tal manera que sus cuerpos forman un ángulo de 90 grados. La besa en la boca largamente, movidos los cuerpos de ambos al vaivén de la arremetida del amigo.

Después de un rato, y apenas se retira Jorge, Arturo levanta de nuevo a su mujer y le acaricia las nalgas por un momento. Se acuesta sobre el edredón y jala a Javiera hacia él. Se la mete despacio por el coño. Raúl se coloca detrás y quiere ensartarla nuevamente por el ano. Ella toma su verga hábilmente mientras él se acomoda. No deja que la ensarte por detrás sino que lo guía hacia su coño, ya ocupado por Arturo. El insiste y ella que no. Finalmente, Raúl comprende y aunque le inquieta un poco la sensación del roce, termina ocupando un espacio dentro del coño, junto a la otra verga. Los gemidos de Javiera se vuelven alaridos.

La postura es complicada. A cada momento la verga de Raúl se desliza fuera. Arturo organiza entonces una variante, viviendo todo como un sueño en que los capítulos se encaraman unos sobre otros, en el que todo lo que importa es el goce de Javiera, tener ocupado cada agujero, cada trozo de su piel. La excitación no le deja pensar, sólo hacer, darle más, cambiar los papeles. Porque Javiera ha sido siempre una amante más ocupada de él que de su propio placer, una amante que se siente satisfecha si lo hace venir aunque ella no necesariamente alcance el orgasmo.

Esta madrugada él no importa. El centro del mundo es ella, el placer de ella, la que muchas veces le ha detallado esa fantasía, la de dos vergas en el coño, la idea de sentirse completamente llena, atravesada, inundada de carnes.

Por eso Arturo se empeña en corregir la falla técnica. Hace que ella se voltee, que se ponga con la espalda contra el pecho de Raúl y que éste vuelva a metérsela en el coño. Entonces él es la segunda verga, la que entra de frente mientras la besa y le lame toda la cara.

Jorge y Octavio no saben qué hacer con sus vergas doloridas, todavía tiesas sin embargo por el espectáculo al que asisten y del que son partícipes. Por ahora miran. Sólo miran. Octavio incluso de tira en el suelo para ver más de cerca los dos pitos entrando en ella.

–¿Quieres otra verga?– casi grita Arturo mientras le lame una oreja.

–¡Sííí!– gimotea ella, caliente, urgida de más y más.

Octavio se levanta a la orden y pide que lo mame. Ella lo hace. Jorge se acerca también y entonces ella comienza a alternar la mamada. Octavio es el primero en rendirse, vencido ya totalmente por la sesión anterior. Se masturba con el último aliento y apenas unas gotitas de semen resbalan por la mejilla de Javiera, quien completa la faena: se mete en la boca el pito entero de Octavio, ya empequeñecido en su flacidez.

Jorge se retira velozmente. No quiere terminar igual que su amigo y decide esperar su turno, esperar que finalice la doble penetración de Javiera.

Arturo se sale. Raúl sigue un rato en el mete y saca en el teresino coño. Jorge se acuesta a un lado, esperando lo suyo, intentando sin mucho éxito mantener su verga bien alzada.

Una mano de Arturo se extiende hacia su novia y la conduce a otra posición, la pone sobre Jorge y él se la mete en el lubricado coño, viéndolo cara a cara. Raúl se coloca atrás y la ensarta por el culo. Arturo se coloca a un lado de ella, a la altura de su cara. Quiere mirarla. Le mete un dedo, luego dos en la boca, y le acomoda el cabello. Ella cierra los ojos y baja la cabeza, una y otra vez, al ritmo de las embestidas de Raúl, sólo para después gemir y lanzar miradas llenas de lujuria a su novio.

Daniel está detrás de Arturo, mirando las mismas miradas, que no son para él, y quizá lamentándose de haber dedicado largo tiempo a elogiar a las chaparras. De reojo, Arturo alcanza a ver la erección que le duele bajo el pantalón. Lo olvida de inmediato, concentrado en las miradas de ella.

Ocho

Las venidas son simultáneas y ruidosas. Jorge lanza apenas un chisguete. Javiera grita como una posesa, el suyo es un alarido inintelegible que apaga el grito de Raúl.

–¡Aagghh! ¡Aayy, mamacita!– grita Raúl. En otra circunstancia, piensa Arturo, ese grito le hubiera parecido ridículo, motivo de risa, pero la calentura da carta de naturalización a tantas cosas

Javiera y los dos hombres se quedan quietos por un rato, aunque sus respiraciones, aceleradas, roncas, inundan la habitación y la hacen girar como si nada se hubiera detenido.

A pesar de las dificultades, Jorge es el primero en salir y Raúl se sostiene un momento más, con ella hincada, hasta que su verga se desinfla totalmente.

Javiera se deja caer hacia un lado, hacia donde se encuentra Arturo. Parece agotada, pero no tanto como los exprimidos hombres que tiene a su alrededor. Su novio no le da respiro. Se acerca a ella y la pone de nuevo de a perrito. Le toma las nalgas y las abre, para que su ano y su panocha se miren en toda su extensión. Sus manos aprietan las nalgas y las abren y cierran. Javiera empieza a contraer sus músculos internos. Ella escurre entera, sus propios jugos y el semen de tres hombres.

Arturo quiere mirar su ano recién cogido. Va a la cocina y regresa de inmediato, con una lámpara de mano cuya luz apunta hacia las nalgas de Javiera. El hoyo del culo está enrojecido y abierto, como una pequeña cueva recién explorada por una legión de aventureros.

Arturo hace que ella se acueste de espaldas y luego alza sus piernas hacia el techo y la dobla completamente. De ese modo, todo el cuerpo de la mujer se apoya en el piso sobre la parte alta de su espalda y ofrece una panorámica, de abajo hacia arriba, en este orden: su larga cabellera extendida en el suelo, su rostro en medio y la lengua jugando entre sus labios; un poco más arriba sus preciosos senos; su ombligo de diosa seguidos de los vellos de su coño; por último, como la hermosa cereza del pastel, el hoyito de su culo recién cogido.

Ese punto elige Arturo para apuntar la luz de la linterna. Algo sospecha y quiere probarlo. Lo prueba. Del ano de Javiera salen burbujitas de semen, seguidas de intermitentes chorros que se deslizan primero a su vagina, luego hasta sus tetas. Arturo apunta justo al agujero del que sale esa mezcla viscosa y ordena:

"Apaguen las luces".

La linterna va de un lado a otro de Javiera, como antes los dedos, las bocas, las vergas. Todo lo demás es oscuridad. Sin embargo, ella, su placer realizado, su cuerpo magnífico, son lo más luminoso.

Los hombres ahí, creyendo mirar lo que consiguieron, cuando en realidad asisten a lo que ella quiso hacer de ellos.

Nueve

–Parezco contorsionista– dice Javiera, antes de extender su cuerpo en actitud de quien reclama una tregua.

–Hora de dormir– dice, cuando los hombres, con excepción de Arturo y Daniel, son hilachos, cuerpos desmadejados de placer.

Arturo no la deja. Se acuesta en el centro del espacio que han convertido en el campo de operaciones y atrae el rostro de Javiera hacia su verga.

Ella lo chupa en la posición que ambos llaman "de chivito mirando al precipicio". Es un ritual conocido. Pero esta vez hay espectadores y Arturo los considera.

–Alumbra su culo– le pide a Raúl, quien toma la linterna y apunta a la parte indicada.

Javiera tiene lengua de viborita, mama y lame, quiere abarcar todo, verga y huevos, con su sola lengua afilada que viaja rauda, cálida y húmeda, desbocada y a la vez precisa, por esos trozos de piel, de carne, de sangre, por esa geografía que conoce perfectamente.

Arturo se inclina hasta acercarse a su cara, quiere que sólo ella lo oiga:

"Quiero que te tragues mi semen, mi Teresita".

(No es algo que hagan habitualmente. Ella de cuando en cuando se come un poquito, cierto, pero Arturo sospecha que en realidad el sabor no le gusta).

Javiera no responde. Generalmente Arturo no se viene mientras ella se introduce el pito en la boca, sino cuando lame sus huevos y él se masturba. Pero muchas cosas son distintas esta vez, no sólo por todo lo sucedido, sino porque ahora que ella chupa también hace danzar su cuerpo para los demás, ofreciéndose. El siente y mira sus movimientos, y tiene otra perspectiva desde los rostros de ellos que adivina en la sombra.

La lengua de Javiera juguetea con los huevos y luego sube y recorre todo el pene. Al llegar a la punta, Javiera da pequeños mordiscos en la cabeza del pito y luego, sorprendentemente, lo engulle entero. Un chorro inunda la boca y la garganta de Javiera, quien resiste ahí, sin abandonar la verga, hasta hallarse segura de que Arturo se ha vaciado.

Javiera se tumba y sus dedos juguetean con los rastros de semen que han quedado en su rostro. Los hombres están desperdigados a su alrededor, Jorge y Octavio de plano dormidos ya, Raúl acostado a sus pies mirando al techo, Daniel buscando otro trago en la sala. Arturo le prodiga algunas suaves caricias, se detiene en el coño brevemente, lo explora y lo abre con una mano mientras goza su humedad con la otra. Luego levanta las piernas de ella, para que queden como arcos y su panocha quede expuesta a las miradas.

"Duérmete así", le dice, pero ella ya no escucha. Está tan cansada que así se queda, con una cara de angelita y las piernas abiertas.

"Esa es mi putita", se dice Arturo, y se acuesta junto a ella.

Diez

Silencio. Las siguientes horas Arturo las vive entre sueños. Abre levemente los ojos y mira los bultos tendidos en varias partes del salón. En otro momento siente la presencia de su novia a su lado y estira una mano para tocarla.

No sabe cuánto tiempo ha pasado cuando se levanta al baño y al regresar enciende la luz del pasillo. Se percata entonces de que Jorge y Octavio ya se han ido. Quizá se despidieron pero él no se dio cuenta. Raúl sigue en el mismo sitio y Daniel parece dormir en el sillón. Vuelve a acostarse.

En algún momento, ya cerca del amanecer, supone, siente que Javiera no está a su lado. ¿A qué horas se levantó?, se pregunta. Sus sentidos tardan un instante en funcionar.

Primero escucha un gemido leve de hombre y voltea hacia la sala. Javiera tiene la pierna izquierda sobre el asiento, la otra en el piso y le da la espalda, inclina en un ángulo de 90 grados, al hombre que la embiste.

Arturo va hasta la sala y coloca su pito cerca de la boca de ella. Javiera levanta la mirada, sonríe y después hace un gesto que parece decir "pues, ni modo, me faltaba uno". Su novio la deja hacer por un rato, luego la lleva de nuevo hacia el edredón y la coloca en cuatro.

El hombre, Daniel por supuesto, los sigue y se para tras ella. Se hinca y trata de ensartarla así, pero no puede porque las estatura no le da. Se levanta de nuevo, arquea el cuerpo y se la mete desde arriba, en el coño. Arturo mira y se sorprende: la de Daniel es sin duda la verga más grande de la faena y él se pregunta si ella podrá tragarse semejante mástil. Puede. Arturo decide que en adelante no se hará preguntas pendejas, mientras ve como esa verga desaparece entera en el coño de su Javiera.

Arturo no sabe si la venida de Daniel es rápida o no, porque en realidad no se dio cuenta del momento en que él se llevó a Javiera. Igual pronto entra de nuevo en esa especie de limbo entre el sueño y la realidad. Ya clarea cuando abre un ojo y mira a Daniel sobre ella, en posición de misionero.

Su siguiente imagen es la claridad del día. Javiera no está y Raúl duerme en el sillón.

Arturo se levanta a buscarla. Ella sale del baño, envuelta en su bata. Se queja de dolor en su culito. El la besa y le prepara café. Después de unos sorbos, le abre la bata y le acaricia el sexo. La voltea y le pone un pie sobre la silla. La ensarta. Raúl mira.

Once

Es domingo y Raúl debe comenzar a cumplir los compromisos de su viaje. A mediodía ha aceptado el ofrecimiento de la pareja y se quedará en el departamento por una semana.

Ese día vuelve muy tarde, cuando ya el par de novios duerme, agotado.

El lunes, Arturo se demora en el trabajo, pero llama alrededor de las ocho de la noche:

–¿Cómo está mi putita?– pregunta a la mujer al otro lado de la línea.

–Esperándote– responde ella.

–¿Llegó aquel?

–No, pero llamó para decir que viene pronto, porque se te olvidó darle las llaves.

–Sí. Yo voy a tardar en mis talachas, ya sabes. Tal vez me libere como a las 12.

–

–Qué.

–Nada. Está bien, aquí te esperamos.

–Trátalo bien.

–¿Qué tan bien?

–Como sólo tú sabes.

Las siguientes horas en el trabajo transcurren nerviosas. Arturo pretende concentrarse pero todo el tiempo piensa en lo que va a encontrar en cuanto entre a la casa.

El manojo de llaves tiembla en sus manos. No quiere hacer ruido, busca "sorprenderlos", aunque ellos saben que llegará y él que lo esperan. De qué manera lo esperan es el punto.

Arturo camina hasta la habitación principal, de donde provienen los ruidos.

Javiera está sobre su amigo, de espaldas a él, enculada.

–¿Por qué no me esperaron?– dice, en broma.

Naturalmente no le contestan. Javiera simplemente extiende un brazo, que lo llama. Sin quitarse la ropa, Arturo le entra por delante.

El martes, Arturo no puede evadir a una de sus amantes. Va a la casa de Georgina, una mujer que conoce mucho antes de su amor con Javiera. Es una cogedora estándar, que ha aprendido con Arturo casi todas sus artes, pues estuvo casada largos años con un eyaculador precoz y, por añadidura, muy poco imaginativo. Le gustan de ella sus tetas y su modo de mamar, como de una esclava de los caramelos que disfruta el último sobre la Tierra. Con todo, no puede concentrarse y despacha las cosas pronto, a pesar del berrinche de Georgina.

Regresa a las dos de la mañana. Con pasos discretos va primero a la habitación que le han asignado a Raúl y no lo encuentra. Luego a su cuarto, pero Javiera no está. Los oye muy cerca.

–¿Dónde andabas, cabrón?– dice ella– abandonando por un instante la verga que tiene en la boca.–¿Dónde que te den lo que tienes aquí?– suelta, y vuelve a mamar.

Javiera y Raúl están frente a un gran espejo en el baño grande, donde muchas veces Arturo ha gozado, en el reflejo, la idea de verla coger con otros mientras lo coge a él.

Ahora está ahí, con el culito al aire, con su ano enrojecido por tantas vergas en los últimos días, y chupando a un hombre frente al espejo.

Arturo pega su cara a las nalgas de Javiera y chupa su coño y el hoyo del culo, metiendo la lengua lo más que puede. Le decida otro buen rato con crema, con suavidad. Entonces se la deja a Raúl.

El miércoles el trío descansa.

El jueves los tres cogen en la cama de la pareja. Repiten las poses ya ensayadas, pero quieren más. Juegan. Le cubren los ojos a Javiera y le exigen decir a quién está mamando o cuál de las dos vergas tiene dentro. Luego, intentan metérsela los dos por el ano, al mismo tiempo. Le duele mucho.

–Nadie es perfecto– dice Arturo.

Tras la cogida, se sientan a conversar largamente, con unas copas de vino, en la sala.

Javiera se va por un momento a contestar unas llamadas de su oficina y Raúl aprovecha, pues no quiere quedarse con las ganas de decir:

–Qué mujer. ¿Cómo le sigues el paso?

–No se lo sigo, ni lo intentaría. ¿Sería torpe, no?

–Pues sí.

Javiera vuelve y se sienta a los pies del sillón donde está sentado Arturo. El acaricia sus cabellos.

–Cuéntanos una putería– pide Arturo.

–Nooo– dice ella.

–Sííí– pide Raúl con voz de becerro tierno.

–¿Qué más putería que la que hice el otro día y las que hago con ustedes desde entonces?– dice ella, falsamente enojada.

–Anda– vuelve a pedir Arturo mientras la guía hacia el sillón, la recuesta sobre su pecho y comienza a acariciarle los senos.

Raúl está en el otro extremo. Javiera sube sus piernas y dirige uno de sus pies hacia su entrepierna. Lo acaricia por encima del pantalón.

Javiera cuenta su putería en Cuba, el país de sus padres. La historia es una vieja conocida de Arturo, quien la sabe mitad verdad, mitad invención, pues Javiera la ha ido haciendo y rehaciendo según su novio le pide nuevos relatos.

El cuento alcanza su clímax cuando ya las frases de Javiera jadean, se entrecortan, pues Arturo sigue en sus tetas y dándole largas lamidas en el cuello y una orejita, mientras Raúl lame su clítoris.

Doce

El viernes Arturo regresa tarde otra vez. Los encuentra en el cuarto de él, dormidos. Bueno, ella está casi dormida pero con la verga en la boca. Una verga también semidormida.

Se la lleva de ahí y le hace el amor como nunca, a solas. Duermen como lirones.

El amanecer los sorprende desnudos. Ella se queja de ardores en su sexo. "Exceso de uso", se burla él, mientras atrae la cabeza de ella hacia su sexo.

Ninguno de los dos sabe de dónde han sacado la energía que han prodigado en estos días. Cierto, se las dan de ser bastante cogelones, pero lo vivido en las horas pasadas ha sido tan desmedido que ninguno de los dos puede retener todas las imágenes.

Arturo vuelve a pedir:

–Cuéntame una putería.

Javiera cede, como siempre, y cuenta a trozos un episodio juvenil en que varios hombres le dan sus vergas en un trailer.

Cuando salen del cuarto se topan a Raúl que deambula por el departamento en calzones. Así desayunan y conversan, Javiera apenas metida en unas breves braguitas y un negligé colorido.

Todos tienen muchos pendientes y saben que Raúl parte al día siguiente, apurado, pues ha cancelado varios de sus compromisos para pasar más tiempo con ellos—con ella, para ser más precisos.

Raúl anuncia que ha cancelado un importante compromiso de ese sábado por la noche, porque quiere cenar con ellos antes de volver a Tijuana.

Javiera y Arturo saben qué significa esa petición y prometen estar en casa a las ocho de la noche.

Trece

Esa mañana Javiera decide posponer sus tareas pendientes y dedicarse a preparar la noche. Va al tianguis y a una tienda de lencería. Vuelve al departamento muy temprano y cocina, una sopa de hongos con flor, un lomo de cerdo en salsa de piñón, una mezcla de higos y fresas con oporto como postre.

Arturo y Raúl llegan casi al mismo tiempo y se sorprenden con el doble regalo. Javiera termina de cocinar metida en sus nuevas prendas, un conjunto de tanga, sostén, vaporosa bata y medias negras con liguero.

A pesar de sus ganas de saltar en ese mismo momento sobre ella, ambos resisten y se encargan de la mesa y el vino.

Javiera parece ajena al regalo que ofrece, pues actúa con toda naturalidad, como si trajera toda su ropa, como si no se hubiera convertido en la gran puta de los dos durante una semana.

Cuando ella está sentada, disfrutando la cena, pareciera que no sucede nada. Pero las tres veces que se levanta para ir a la cocina, los dos hombres siguen su andar cual beatos frente a la imagen de Santa Javiera en una procesión.

Arturo da la última probada al postre y se lame los labios.

–Delicioso. ¿Y qué hay de postre?– juega.

–Sigue el plato fuerte– responde su mujer.

–Hay cosas que ni qué– cita Raúl la cuarta ley universal de la dialéctica.

Arturo va hacia el aparato de sonido y pone canciones para ella. "La bruja", es la primera.

La música trae trozos de ayer, es memoria de viva de sus viajes, de sus cantinas, de sus interminables noches de una canción tras otra. Es la historia del empeño de Arturo por contarle todo a través de las voces, de los talentos de otros. La música es un recorrido en auto, un Cohiba en los labios de Javiera, mucho vino, voces antiguas, y baile claro.

Javiera se lanza a la pista, sola, y Arturo la sigue. Hace mucho, gracias a sus rigurosas clases de danzón, que lo dejó atrás. "Besos, ternura, qué derroche de amor, cuánta locura…" , suena en el estereo. Y luego un tango que ella ha ensayado en sus clases. Mucho para Raúl, demasiado también para Arturo, quien decide poner algo menos complicado para él.

Comienza con Aute y su "Slowly", una pieza que siempre fue una suerte de "venganza" de Arturo, desde su época clandestina, cuando él disfrutaba cantársela a la oreja mientras bailaban: "quiero bailar un slowly with you tonight… y aunque nunca voy a ser Harrison Ford como amante… y aunque nos pille el estúpido de tu marido…"

Corte. Raúl comienza a mostrarse impaciente, parece creer que esta noche, su última en la capital, la pareja quiere dejarlo fuera. Arturo se da cuenta de ello y, al terminar la canción, busca algo más propicio.

Ana Belén canta a José María Cano: "Lía con tus besos la parte de mis sesos que manda en mi corazón… Líame a la pata de la cama, no te quedes con las ganas de saber cuánto amor nos cabe de una sola vez…"

Arturo le baila al oído:

–Quiero que te lo cojas delante de mí, sólo a él.

–Güey– dice ella.

Terminada la pieza, Arturo sugiere:

–¿Bailas con él?

Javiera baila. Raúl es un pretexto para que ella se entregue una vez más a Arturo, su amor, el hombre de su madurez, su faro en un mundo donde siempre quiso estar.

Catorce

Javiera se coge a Raúl con todas las de la ley. Es su despedida y ella es generosa.

Arturo mira desde la distancia de la música. Mira, por ejemplo, cuando la verga de Raúl se sale, por efecto de la lubricación, y ella la toma rápidamente pero con delicadeza y se la vuelve a meter.

–Házle el amor– pide Raúl, cuando Javiera mama su verga, con el culito al aire, meneándolo como agua en una batea.

–No– dice Arturo, secamente.

Y los deja, por un largo rato. Luego, cuando calcula que Raúl está a punto del orgasmo, con ella brincado sobre su pito, los interrumpe. Se pone tras ella, quien piensa que la va a ensartar por el culo, pero en lugar de eso sólo descarga algo de su peso para que ella cese sus movimientos. Cuando logra que estén quietos, se la mete en la panocha, en el mismo orificio que ocupa Raúl. Esa es la fantasía de Javiera y esta es la noche para vivirla nuevamente.

Quince

Nunca fue tan falsa la conseja que reza " post coitum, homo tristis ". Los tres están felices.

Raúl cumplió su fantasía de tirarse a Javiera. Arturo la suya de verla cogida por otros. Y Javiera… ¿por qué está feliz ella? ¿Le importa tener muchos hombres a su disposición? Arturo sabe que, más que una santa, ha sido un tanto putilla a lo largo de su vida. Pero hace mucho él intuye que ella ha cogido más para dar algo a los hombres –lo que más quieren, una mamada, un culo dispuesto– y menos por su propio placer. El, iluso, ha intentado cambiar eso. Sabe que no lo ha conseguido del todo, pero siempre se ha empeñado en demostrarle que ella es la deseada, el centro del placer, y que los hombres son accesorios, piezas intercambiables que no la merecen. Eso –y ahí el peligro– lo incluye a él.

Javiera se queda desnuda en medio de ellos, que se han vestido a medias, chorreando semen.

Raúl vuelve a brindar:

–Por la reciprocidad.

Arturo alza su copa:

–Nos vemos en Tijuana, carnal.

–Cabrones– dice Javiera, con su risa pícara, lo más cubano de ella.

Dieciséis

–Cuéntame una putería– dice Arturo, unos días más tarde, con ella encima, haciendo pequeños saltos con su culo.

Javiera se detiene un instante y jala aire:

–Y dale. ¿Todo lo que he hecho no vale?

–Vale todo, pero cuéntame– insiste él, y ella lo hace, como siempre. Aunque esta vez, como otras, el relato que ella comienza se convierte en otro que él le ayuda a construir.

A la mañana siguiente Arturo sale otra vez de viaje. Mientras hurga en sus papeles, Javiera encuentra una carta de él:

"Te pido que me cuentes porque amo tus palabras tanto como a ti. Con palabras, Javiera, fue como te conquisté y con palabras me sostengo a tu lado.

"No puedo pensar en nuestras separaciones, las breves o las de largos periodos, sin pensar en las palabras que nos han mantenido juntos.

"En nuestras largas ausencias, las palabras dichas por teléfono, escritas en email, han sido las pistas para llegar el uno al otro, la única manera de tenerte.

"Mis palabras, Javiera, te hacen el amor.

"El recuerdo de tus palabras me conduce de regreso a ti".

Diecisiete

Arturo evoca una de las últimas conversaciones antes de su viaje.

–Me quieres sólo por mi cuerpo y porque me cojo a otros, no por mí– le dice Javiera.

Arturo aclara su garganta antes de responderle:

–Tu cuerpo y mi cuerpo son instrumentos, corazón, nada más. Te quiero por todo lo que tienes aquí y aquí– dice, mientras le toca la cabeza y el lado izquierdo del pecho.

Arturo piensa también en el cuerpo de su novia entregado a otros cuerpos, en la delicia que será dormir con ella otra vez a su regreso. En todo esto piensa Arturo mientras mira desde la ventanilla del avión la Sierra Madre, esa hoja de papel arrugado. El hueco en su vientre no le deja olvidar cuánto la extraña. "Javiera, siempre Javiera", se dice, y cierra los ojos para soñar con ella.