Los días, 1

Una nota, una declaración de amor, una mirada, todo ello hace que una mujer confusa coja las riendas de su vida y asuma con total libertad su sexualidad.

Había

pasado

un día desde nuestro último encuentro. Volví a aquel bar, a ocupar la misma mesa desde donde te contemplé por primera vez. Había cambiado todos mis horarios para poder llegar antes que el día anterior,

con la esperanza

de verte entrar, de admirar cómo te sentabas en el mismo lugar que yo estaba reservando para ti.

Pasaron dos horas, y con cada abrir y cerrar de puerta, mi cuello se alargaba hasta la inmensidad para retornar con un nuevo fracaso. ¿Hoy no piensas venir?

Pagué la

copa de vino

que había pedido, y me marché con la desilusión clavada en mis huesos. Quizá no volviera a verte, pero me gustó que entraras en mi vida. Gracias a ti, ahora soy quien soy, y no una bisexual más, perdida en un mundo de hombres a los que no entiendo y no me atraen. Aún sin haber aparecido hoy, gracias.

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Pasaron los meses. Yo me mantuve enfrascada en series temáticas, páginas y

foros de internet

, intentando discernir quién era, quién estaba detrás de aquella máscara que me imponía la sociedad. Charlé con mujeres de todo el mundo, me empapé de sus conocimientos, aprendí a distinguir a un hombre en un chat de lesbianas. Ya estaba preparada para salir, para coger al mundo de frente, mirarlo a los ojos e imponer mi existencia. Me apunté, sin meditarlo demasiado, a una de esas “kedadas” en la que la chicas quieren poner cara a las letras que abordan sus pantallas cada noche. Era la primera vez que aceptaba aquella invitación, y mis amigas virtuales acogieron mi decisión con gran alegría, parecía que les atraía mi nuevo ser.

Era sábado, las ocho de la tarde, el lugar

de la cita

, el kiosco de la Plaza de Chueca. Me pasé todo el día alterada. No sabía qué ropa ponerme, cómo actuar, pero, si iba a empezar una nueva vida, o al menos, una nueva forma de vivirla, debía ser yo misma, el único disfraz con el que me sentía realmente cómoda, aunque también vulnerable. Siempre he sido de vaqueros, Converse y camiseta, y ese fue mi atuendo para la cita.

Decidimos quedar pronto, siempre había tardonas, después, cenaríamos en algún restaurante de la zona en el que habían reservado mesa, para romper un poco el hielo, y luego, bailaríamos hasta el amanecer. Yo dudaba mucho mi aguante en aquellas circunstancias, no soy muy fiestera, me gusta más sentarme en un bar con una luz tenue, e intentar resolver

todos los

asuntos públicos

del momento; pero había aceptado asistir a aquel evento y debía hacerlo hasta sus últimas consecuencias.

Todo me pareció caótico, tantas mujeres, al menos seríamos treinta, todas besándose en las mejillas, mostrando con sus sonrisas las ganas que tenían de verse, de sentirse. No sé si aquel día mis hormonas habían decidido salir a recorrer mi cerebro, pero todo aquello parecía un ritual de apareamiento de algún documental, y yo no estaba dispuesta a que nadie enseñara ninguna pluma por mí.

Durante los meses en los que fui colona de un Nuevo Mundo, hice buena amistad con una chica. Supongo que ella estaba tan perdida como yo, aunque en otro sentido. Su pareja de toda la vida, se conocieron en el instituto y de eso habían pasado más de diez años, le abandonó por una muchacha de rasgos exóticos. Laura, que así se llamaba mi ciber-amiga, estaba consternada, ya no por los sentimientos, pues afirmaba que el amor se acaba pronto, que luego solo queda aguantarse; sino por cómo había terminado lo que ella pensó que sería

para siempre

. Laura afirmaba sentirse cómoda hablando conmigo, pues nunca pretendí ir

más allá

de lo que éramos en realidad, dos desconocidas que se escudaban en una pantalla para confesar sus sentimientos. Le encantó mi narración de la mujer del bar, decía que lo obsesivo-compulsivo era algo bastante habitual en el mundo lésbico, y mi modo de verlo, según ella, me hacía muy tierna.

¿Cómo podría saber quién era Laura entre tanta fémina alborotada? Esperaría a que aquello se calmara un poco. Me aparté a un lado, mientras la algarabía seguía subiendo los decibelios de aquel lugar. Una mano me sobresaltó de mi estudio del comportamiento lésbico en su esencia más pura. Al girarme, una voz acompañada de una sonrisa pronunciaba mi nombre.

  • ¡Por fin te encontré! Ya me imaginaba que estarías arrinconada, lejos de todas estas mujeres sexualmente demasiado activas.

Mi cara debía expresar la incertidumbre que sentí al ver esa cara.

  • Soy Laura, no te asustes.

  • Hola – no conseguí decir nada más, pues estaba totalmente perturbada ante aquella presencia.

  • Vaya, nunca imaginé que serías tan parca en palabras.

  • Perdona, es que me has pillado de improviso.

Me dio un abrazo, y pude saborear su cuerpo. Era ella, mi chica misteriosa del bar, y a la que le había hablado de mi chica misteriosa del bar, ¿no había más lesbianas en el mundo? Mi cara entró en modo incendio, y Laura solo reía.

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