Los desconocidos

Desde el umbral de la puerta...

Los desconocidos

Desde el umbral de la puerta observo como te esperezas en mi cama después de una larga noche de deseo. Sí, como lo oyes de deseo, porque anoche mi cuerpo pasó a ser parte del tuyo.

Al principio, sólo te limitaste a hacerme cosquillas como dos desconocidos que éramos. Nos acostamos en la cama, apagamos la luz y charlamos largo rato. En varios momentos, los dos callamos, mientras tú acariciabas mis brazos y mi ombligo. Sentía tu aliento en mi cuello y eso me invitaba a pensar en mil y una cosas que podían pasar esa noche.

No me sentía dueña de mí misma porque con cada caricia tuya mi trasero se acercaba más a tu bulto rozándolo y notando que su tamaño crecía cada vez más. En uno de esos momentos te quedaste quieto y te diste la vuelta quedando mi espalda contra la tuya. Seguidamente yo también me di la vuelta pasando la mano por el contorno de tu cintura. Acaricié tus brazos muy suaves a mi tacto y acerqué mis dedos a tu ombligo. Todo esto me producía escalofríos de sólo pensar en besarlo y así fue como sin ni siquiera darme cuenta acerqué mis manos a tu cuello, lo acaricié y lo besé notando el estremecimiento de tu cuerpo que intentaba luchar contra mi cuando tocaba tus labios con mi dedo índice mojado en la saliva de mis labios.

Me gustan mucho los juegos así que cuando noté tu reacción a mis besos intentando darte la vuelta, yo hice lo mismo y esta vez mi trasero pudo notar con toda claridad el tamaño de tu pene. Tus labios se posaron en mi cuello y tus manos me tocaban, produciendo la excitación de mi clítoris que añoraba que unos dedos o unos labios lo humedecieran. Con tus besos conseguiste hacer que me girara y acercaste tus labios a los míos para unir nuestras lenguas en un beso largo e intenso.

Te colocaste sobre mí entre mis piernas para quitarme la camisa y el sujetador mostrándote unos pezones completamente erectos. Con mis manos acariciaba tu espalda mientras pasabas tu lengua por mis pechos, los besabas, succionabas mis pezones y los tocabas con tus manos con una delicadeza que me es imposible describir.

Continuaste acariciándome el ombligo con un dedo para luego besarlo e introducir tu lengua dentro de él. Tu boca siguió descendiendo llegando a los pantalones que me habías prestado, los cuáles apartaste mostrando las tanguitas que levaba puestas. Las rozaste con tus dedos para luego apartarlas y mostrar mi sexo desnudo que esperaba un beso tuyo como todo niño que se va a la cama. Acercaste tu boca allí pudiendo sentir que el calor de tu aliento hacía latir mi clítoris. Con tu lengua comenzaste a buscarlo por un lado y por el otro hasta que llegaste hasta él, el cual te recibió con un jadeo mío. Con un dedo empezaste a explorar la zona más cercana a la vagina la cual goteaba del placer que le producías.

Gemía sin descanso con lo que me hacías y observaba como algunas veces te detenías para besar la cara interna de mis muslos, algo que producía mi sufrimiento por querer llegar a más. En una de las ocasiones casi tengo un orgasmo y fue en esa cuando te detuviste y te desnudaste para mojar tu miembro en saliva e introducirlo dentro de mí. Poco a poco fue entrando y una vez que entró casi por completo lo empujaste contra mí tocando con él el principio de mi útero lo que produjo que gimiera como nunca lo había hecho.

Cada embestida tuya producía en mí miles de sensaciones que vivía con toda la intensidad que podía. Tu pene se hinchaba cada vez más dentro de mí y tus embestidas eran cada vez más duras. Notaste como mi cuerpo intentaba alcanzar un orgasmo e incrementaste la velocidad para que lo alcanzara. Mi cuerpo se arqueó al llegar a él y mis gemidos se pudieron oír en el piso de al lado. No paraste sino que continuaste haciéndome tener un segundo orgasmo y esperaste a que yo tuviese un tercero en el cual entre espasmos sacaste tu pene esparciendo tu semen sobre todo mi cuerpo.