Los deliciosos pies de Judit

Saboreando y disfrutando de los piecitos de Judit, otra de mis amigas de pies.

Judit se rió divertida, como siempre lo hacía cuando me dedico a chupar los deditos de sus pies. Pero hay mucha ternura y comprensión en esa risita. Sus piecitos tiernos y suaves son unos de mis juguetes deliciosos. Es una hermosa mujer de 24 años, con pelo negro, piel blanca, ojos grandes y castaños, cara redonda y mejillas llenas y suaves, boca burlona de labios generosos, pero con una sonrisa dulce cuando quiere. Es alta, rellenita pero bien proporcionada, pechos generosos, cintura marcada, nalgas duras y firmes. No es una belleza pero su cuerpo es muy atractivo, sus manos son bonitas y expresivas, y su belleza culmina en sus pies. Tentadores, deliciosos y exquisitos pies. Comencé la degustación de su piel por el dedito más pequeñito, mi preferido, mi tentación favorita. Formé con los labios una húmeda cueva para alojar esa deliciosa belleza blanca, tierna, suave. Me detuve amorosamente allí, sintiendo la tersura y la turgencia de la perlita rosada. La boca se me llenó del sabor delicado de la piel de sus pies. Es un delicioso manjar. Tiene unos deditos tan delicados, tiernos y aterciopelados, que no son para cualquiera. Esos piecitos son para ser disfrutados con el conocimiento de que son únicos. Sólo para conocedores, como un buen vino. Me detuve en esa pequeña belleza unos minutos que se me hicieron pocos. Succionando suavemente todo el dedito y liberándolo cada tanto para admirarlo, rosado, húmedo y turgente. Estaba adormecido a causa de ese placer único que es degustar un bonito dedito de pie de mujer. Y más todavía de una mujer tan preciosa como Judit. Lentamente solté esa joyita y seguí amorosamente con cada uno de los demás deditos, mientras ella se reía suavemente, me miraba divertida y cada tanto retiraba su piecito con los deditos húmedos de mi saliva para levantarlo, contemplarlo y ofrecerme otra vez esa exquisitez de pie femenino complaciente. Cambié a su pie izquierdo ahora, hermoso y tentador compañero del derecho, y los deditos se ofrecieron con dulzura a mi boca ansiosa de su tersura y sabor suave y femenino. Mis labios sorbían y chasqueban de gusto, mi lengua recorría cada milímetro del espacio entre los deditos de esos pies suaves, exquisitamente limpios y preparados para mí. Estuve así, larguísimos minutos, deleitándome con esos pies preciosos, dulces, deliciosos, maravillosos. La calentura que exhibí al arrodillarme ante sus plantas desnudas exhibidas para mí se había multiplicado. La deliciosa Judit se percató y retiró el majestuoso pie de entre mis labios y manos urgentes, y se reclinó en el sillón, dejándome apoyada sobre la frente una suave y rosadita planta, mientras que el otro piecito se apoyaba sobre la pierna extendida. - Mmmmm, me parece que mi fetichista preferido necesita la segunda etapa... La miré como yendo al matadero, suplicante y desfalleciente. Su agradable risa me llenó los oídos, y me ofreció lo que mejor me convenía en este momento. Judit se recostó en un apoyabrazos del sillón. Flexionó las piernas, y apoyando los rosados taloncitos en el otro apoyabrazos, acomodó sus pies enfrentando las plantas una contra otra y dejando una hermosísima cuevita entre los hermosos y deseados deditos. Tanto chuparlos mi calentura era de aquellas pocas veces vista, además hacía una quincena que estaba sin tocar un piecito femenino y ni una paja me había hecho con las fotos de mi colección. Así que con la invitación cariñosa de Judith, me desnudé con su complacencia, y metí mi verga ansiosa entre los deditos de sus pies, ella acomodó la presión y su posición, sosteniendo las piernas sobre el apoyabrazos de la poltrona, y a su invitación con voz suave e incitante, comencé el hermoso va y viene entre mi delirio y mi pasión: los deditos esculturales de un joven y hermoso pie femenino. Ella ayudaba a mi vaivén apretando suavemente mi verga dura y caliente con las yemas de sus diestros deditos. Mientras me miraba aprobadoramente, incitándome con esa sonrisa tan personal, que mostraba los dientes blancos. Mi vaivén era muy suave entrando y saliendo de esa vulva hecha de deditos de pies. Entraba hasta el tronco allí, sintiendo los deditos más pequeños chocar contra mi pubis enrulado, y luego lentamente me retiraba casi hasta el final, conciente de los cinco escalones de sus deditos rozando arrebatadoramente mi cabeza roja e hinchada, hasta que llegaba al límite donde los deditos más pequeñitos quedaban al borde mismo de soltar mi verga ansiosa, y allí, con esa sensación, volvía a introducirla lentamente entre los diez deditos expectantes y a sentir nuevamente los cinco deditos de cada pared rozando mi piel sensible y urgida. Ida y vuelta sin cesar, sintiendo cada vez más sensible la piel de mi pene, con cada roce esplendoroso de esos pies tan lindos y complacientes. El gusto que sentía en mi cuerpo ya era muy rico, cercano a la parte de mi placer que más me gusta: el contacto de los dedos de los pies de Judit en todo lo largo de mi pene, pero que se concentra en la cabeza al retirarme hacia atrás y dejarla acunada en ese capullito de las diez perlitas rosadas. En ese momento el cuerpo se me tensa y tengo la conciencia sumergida en el contacto de esa piel preciosa, y estoy a medio camino del orgasmo, pero se congela allí la sensación por largos minutos y el placer me arrebata los sentidos. Sólo existe el contacto de esos diez deditos tan llenos de sensaciones placenteras. En ese instante mi musa de este momento, Judit, que me conoce, musita: Ahora amor, ahora, vení, terminá con mis pies, llename de tu leche los deditos, te espero ansiosa, llená mis pies amor, son tuyos, para vos, acabame en los deditos... Y en ese momento, manejado con habilidad por mi compañera, dejo escapar mi semen blanco, tibio y pegajoso, al que Judit mira con avidez y aprobación mientras le llena el espacio entre los dedos, se derrama entre ellos hacia los arcos rosados, los empeines blancos y turgentes, llega a los talones y gotea hacia el suelo, mientras yo con los ojos cerrados, el rostro vuelto hacia el techo, me arqueo hacia atrás sin poderme liberar de los espasmos, aprisionado por los diez deditos que no sueltan su presa, mientras el placer me invade los sentidos. Me arrodillo en el suelo y me dejo llevar hasta acostarme en el suelo hecho un ovillo, y sobre el cual Judit apoya los pies mojados de mí, y comienza lentamente a sacarse el pantalón y la pequeña tanguita negra, preparándose a recibir mi boca entre sus piernas y mi lengua que explorará su suave, perfumada y húmeda vagina, hasta que los labios lleguen a su botoncito rosado. Ese clítoris pequeñito y esquivo donde deposito el pago del favor dos, tres veces mientras ella gime y se retuerce de gusto.