Los cuernos solo duelen al salir

Casado con una mujer dominante descubre que su mujer le pone los cuernos y que ayudar a que su mujer y su amante follen a gusto es lo que más le pone.

LOS CUERNOS SÓLO DUELEN AL SALIR

Dicen que los cuernos sólo duelen al salir, y al menos en mi caso ha sido verdad. Todo empezó hace poco más de seis meses. Somos una pareja andaluza, de 35 años, con dos niños y una vida normal. Mi mujer, Lola, tiene más carácter que yo, y desde que nos casamos ha sido la que ha llevado la iniciativa en los temas cotidianos, la que ha llevado la ‘casa para adelante’, vamos. Es más bien baja, guapa de cara, con un buen culo y pechos pequeños pero firmes, ya recuperados de los dos embarazos. Es muy dinámica, al contrario que yo, y eso se nota en nuestras relaciones de cama. Yo siempre había fantaseado con los cuernos y la sumisión en general, así que poco a poco fuimos incorporando esposas, un antifaz y una fusta en nuestros polvos. Ella los usaba de vez en cuando, sin mucho entusiasmo, y porque yo se lo pedía. Eso sí, le encanta que le coma el coño, y puede pasarse muchos minutos conmigo abajo lamiéndola, disfrutando ella sola y olvidada totalmente de mí. Por cierto, yo me llamo Rafa.

Bueno, el caso es que ambos trabajamos y ella, que tiene un puesto ejecutivo en una empresa, pues tiene que salir bastante. En una ocasión me dijo que se iba con los compañeros a tomar unas copas para celebrar no sé qué, lo cual yo lo vi tan normal. Pero en esa ocasión, por lo que después deduje, ya fue Luis, un nuevo compañero que poco después se convirtió en su amante. Esa noche volvió muy contenta, pero no le di más importancia. A los dos o tres días la sorprendí en una conversación por móvil, ella riéndose y con esa conversación de monosílabos y risitas propia del frilteo. Cuando me vio se cortó un poco, ‘—bueno, ahora tengo que dejarte’, dijo, y colgó. Pero no me dio explicación, sino que se volvió a mirarme con una sonrisa y me preguntó una tontería para cambiar de tema. Yo tampoco le dije nada, aunque los dos sabíamos que no era una conversación normal. Al día siguiente me dijo que había quedado con los compañeros de trabajo para tomar algo por la noche, así que yo me quedé en casa dándole la cena a los niños, acostándolos, etc. Cuando volvió, casi a la una, le dije que vaya horas. ‘Sí –me respondió—se nos ha hecho un poco tarde. Además, al final se ha rajado todo el mundo, y nos hemos quedado Luis, el compañero nuevo, y yo. Pero de todas formas lo hemos pasado estupendamente’. Yo me quedé alucinado por el desparpajo con el que me dijo que había estado hasta la una sola con otro hombre, y creo que por eso no reaccioné. Cambió de tema, preguntando por los niños, yo le respondí y ahí acabo el asunto. A partir de entonces salía más por las tardes (‘a tomar café’, me decía), y alguna que otra noche. Yo no preguntaba más de lo normal, y ella siempre me decía que se iba con los del trabajo. De todas formas era prudente, y a eso de las once estaba de vuelta. Eso sí, se la veía contentísima, siempre arreglada, cariñosa a tope conmigo y con los niños. En fin, como si estuviese enamorada. Una de esas tardes los pillé en la cafetería del Corte Inglés. Estaban bastante acaramelados, no paraban de sonreírse y hacerse carantoñas. No pude resistirme y me acerqué. Cuando me vieron se quedaron algo cortados, pero enseguida Lola reaccionó y me lo presentó como si nada. El tipo es bastante más alto que yo, con cuerpo de gimnasio, y aspecto juvenil a la vez que pijo. Como las otras veces no supe cómo reaccionar y me marché con una excusa.

Por entonces llegó San Valentín, y como otros años yo reservé en un restaurante, organizamos para dejar a los niños con los abuelos y le compré un regalo (una planta, gilipollas de mí). Por la tarde, cuando ya teníamos todo listo para nuestra salida, la oigo hablar por su móvil y decir, ‘bueeeno, vale’. Al rato viene y, nerviosa pero con tono firme, me dice que lo siente mucho pero que tendremos que dejar la cena para otro día, que la ha llamado Luis y que habían quedado. Esto último lo dijo mirándome fijamente a los ojos. Yo bajé la mirada y con una voz que no me salía del cuerpo le respondí: ‘vale, pero ahora ¿cómo explicamos a los abuelos que no vamos a salir en San Valentín?’ –‘pues se los llevamos de todas formas, y tú te quedas en casa’. Entonces sí que me dolieron los cuernos, cuando arreglados y fingiendo dejamos a los niños en casa de mis suegros, yo la dejé en el centro como si nada, y me volví sólo a casa. Al llegar lloré de impotencia y de rabia, pero también porque reconocía que estaba tremendamente excitado. Me hice varias pajas, soberbias, pensando qué estaría pasando. Al final me fui a la cama, y cuando Lola se metió entre las sábanas a eso de las tres de la mañana me preguntó: --‘¿qué tal estás?’ ‘Bien cariño –le respondí-- ¿ha ido todo bien?’. ‘Divinamente’, me dijo mientras me sonreía y me besaba en los labios. Se me saltaron las lágrimas pero ella me abrazó, y continuó besándome y abrazándome. Echamos un polvo fantástico, en el que ella puso más ganas que muchas otras veces. Los dos sabíamos que para ella no había sido el primero de la noche. A la mañana siguiente me dijo con una sonrisa de oreja a oreja: ‘fíjate lo que me han regalado’. Un anillo de oro con brillantitos que debía haberle costado una pasta, y que con mi sueldo habría que pagarlo a plazos.

A partir de entonces salía más por la noche, sobre todo los fines de semana. Se ve que iban a un hotel porque llegaba muy tarde, una vez a las seis de la mañana. En varias ocasiones la vi saliendo del coche de Luis. Él la acompañaba hasta el portal y se despedían con un buen morreo. Al llegar la Semana Santa Lola me dijo que los del trabajo habían alquilado una casa rural, y que nosotros podíamos ir con los niños. Así lo hicimos, y como yo sospechaba, junto a otras cuatro parejas con niños a las que yo ya conocía, también estaba Luis. Una tarde en que todos los chiquillos habían salido al campo con un par de matrimonios, yo subí a mi habitación para dormir la siesta. Al abrir la puerta me encuentro con que Luis está comiéndole la boca a mi mujer mientras le magrea las tetas, ya medio fuera del sujetador. En esto Nuria, otra de las compañeras, me ve entrando en mi habitación y dice ‘¿qué? ¿a echar un polvete ahora que se han ido los niños eh? Pues nada, aprovechad’. Yo me quedé sin reaccionar, pero como siempre Lola fue más viva y grito desde dentro, ‘eso, eso’. No tuve más remedio que entrar y cerrar la puerta. Luis me miró con fastidio y desprecio, así que balbucee un ‘ya me voy’. ‘¿Cómo te vas a ir ahora? –dijo Lola-- ¿Quieres que nos descubran? Tú quédate aquí calladito y sin molestar. Bueno, voy al váter que me meo’ Dejó la puerta del baño abierta, y Luis se quedó mirándola mientras meaba, fumándose un cigarrillo. ‘Anda, ven y me limpias, que eso sí que lo saber hacer’, me dijo Lola. Y es que una de las cosas que me encantaban en nuestros juegos de sumisión era limpiarla después de orinar. Entré al baño, cogí papel higiénico y le sequé el coño cuidadosamente, para luego subirle las bragas. Ella misma se quitó el pantaloncito que llevaba y el sujetador. Pasando de mí volvió con Luis. Él comenzó a cogerle el culo mientras le besaba la boca y el cuello. Lola se puso como una moto, y se lo comía besándole y lamiéndole la boca, la barbilla, el cuello… Luego comenzó a bajar por su pecho lamiendo y besando, hasta que llegó a sus tetillas que succionó como si fueran el manjar más exquisito. Siguió arrastrando su lengua por el vientre liso de Luis hasta que llegó al comienzo de su vello púbico, que chupeteó con pasión mientras le desabrochaba el cinturón. Lola le sacó la polla, y se abalanzó sobre ella como una loba. Luis tiene un miembro bastante más grande que el mío, y el tío cabrón todavía no la tenía tiesa cuando Lola se la sacó. Le sacó el glande del prepucio, y pude ver como mi querida esposa apoyaba la punta de su lengua en la raja de la polla de otro hombre. Se la limpió a conciencia mientras Luis se reía. Con esto su polla ya estaba totalmente rígida, y Lola empezó a mamarla mientras le acariciaba los huevos. Al poco Luis la cogió por el pelo y la forzó para que tragara más. ¡Qué cabrón! Yo estaba alucinado viendo como le metía la polla hasta que la nariz de Lola le rozaba el pubis. Casi a cada embestida le venía una arcada, pero ella seguía chupando con la misma ansia, como si quisiera tragársela, totalmente entregada. Entonces el tiró hacia arriba de su pelo y ella, que estaba de rodillas, fue levantándose mientras arrastraba su lengua por el pubis, la barriga, el pecho y el cuello de Luis. Antes de que se morrearan me dijo, ‘tú, rápido, quítame las bragas’. Yo me acerqué corriendo e hice lo que me pedía. Luis estaba ya hecho un toro, y estaba claro que deseaba follarla cuanto antes. Cogiéndola por el culo la levantó en volandas, y la penetró, para después tumbarla boca arriba en la cama y, sin sacar la polla, comenzar a bombearla mientras la seguía teniendo bien agarrada por los cachetes. Mientras la follaba le chupaba y le mordisqueaba las tetas. Lola estaba en éxtasis, y aparentemente ninguno tenía en cuenta que yo seguía junto a la cama. Como podéis imaginar yo tenía un calentón de la hostia y estaba incluso a punto de correrme, así que me saqué la polla y empecé a pajearme mientras miraba la cara de mi mujer mientras se la tiraban. En esto que Luis me ve y grita, ‘¡pero qué hace este capullo con la polla fuera!’ Lola, con la polla de su amante dentro de su cuerpo, mira lo que estoy haciendo y me dice ‘¿pero tú eres tonto o qué? Largo de aquí, métete en el baño y te pajeas en el váter que es lo tuyo’ Me sentí aún más humillado si cabe, pero obedecí al instante. Desde el baño podía ver el culo de Luis bombeando rítmicamente el coño de mi esposa, y oir los gemidos de ella y los gruñidos de él. Entonces pude comprender una de las razones por las que se había enamorado de Luis: en un momento dado, oí los gemidos típicos de su orgasmo ¡se estaba corriendo vaginalmente! Eso era algo que yo nunca había conseguido. Pero no lo hizo una vez, sino un par de veces más antes de que Luis se desplomara sobre ella. Para entonces ya hacía unos minutos que yo me había corrido. En realidad no había aguantado ni hasta al primer orgasmo de Lola. En cuanto vi que habían terminado me apresuré a tirar de la cadena y me preparé por si me llamaban. CONTINUARÁ