Los cuernos de papá

Mi madre aprendió que no es recomendable provocar a la gente del campo sino quiere que a mi padre le regalen unos buenos cuernos

A finales del caluroso mes de septiembre los padres de Pablo habían alquilado una semana en una vivienda en las afueras de un pequeño pueblo de la sierra y hacia allí fueron en automóvil con su único hijo.

El edificio de construcción antigua tenía una única planta, viviendo los dueños en el piso bajo y habían alquilado la vivienda de arriba.

Aparcaron a pocos metros del edificio y, mientras el padre iba a por las llaves de la vivienda, tanto la madre como el hijo salieron del coche para estirarse después del viaje.

No tardó mucho en regresar el padre con las llaves, acompañado de un hombre de unos cuarenta y tantos años y de aspecto rudo, y de un muchacho que no tendría más de dieciocho. Eran el dueño de la vivienda y su hijo. Nada más ver a Marga, que así se llamaba la madre de Pablo, en el rostro de los dos se reflejó auténtica sorpresa y luego lujuria.

  • ¡Cómo era posible que un hombre tan vulgar y corriente tuviera una mujer tan buenorra, con unas buenas tetas y culo!

Pensaron padre e hijo, mientras recorrían ávidos con sus ojos las amplias curvas de la mujer que tenía unos treinta años. Recorrieron sus turgentes pechos que se marcaban bajo el fino y ajustado vestido de color rosa claro, y se metían entre sus abultados senos tan expuestos por el generoso escote de la prenda. Bajaron la mirada por sus amplias caderas hasta el sugerente triángulo entre sus piernas y hasta sus torneados y prácticamente desnudos muslos, ya que apenas les cubría la minúscula minifalda de su vestido.

Acostumbrados a las miradas lascivas que los machos dirigían a la sabrosa hembra de la familia, tanto el padre como el hijo no se dieron ni cuenta, ni siquiera cuando, a modo de saludo, tanto el hombre como el muchacho besaron a Marga en la mejilla, aprovechando el primero para tocarla indisimuladamente el culo.

Se presentaron como Francesc el hombre y Quino el hijo. Lo primero que pensó desdeñosa la mujer es que eran un par de catetos que no habían salido en la vida de su pueblo y no habían visto una mujer que no tuviera bigote y pesara más de cien kilos.

Les ayudaron a cargar con las maletas, subiéndolas a la vivienda alquilada. Como el edificio no tenía ascensor subieron caminando por las escaleras. El dueño de la vivienda iba el primero y, muy gentilmente, Quino el último, cediendo el paso a Marga que subía las escaleras justo delante de él, seguida en todo momento por los ojos del joven que no se perdían detalle del movimiento bamboleante de las caderas de la mujer, de sus prietos glúteos y de sus hermosos muslos, agachándose incluso el joven para mirar bajo la minifalda de la mujer sus nalgas apenas cubiertas por un fino tanga de color rosa.

Marga que se había percatado que el joven la había dejado pasar primero para mirarla el culo, se recreaba divertida, balanceándolo más que de costumbre, mientras ascendía lentamente por las empinadas escaleras.

Al llega al piso Francesc les enseñó brevemente la vivienda mientras Quino, totalmente empalmado, contemplaba, en silencio y cubriéndose con sus manos su potente erección, el sugerente cuerpo de Marga. Solamente la mujer, divertida, se percataba disimuladamente del examen en profundidad al que estaba siendo sometida.

Aunque, según palabras de Francesc, la vivienda había sido reformada recientemente, se ofreció tanto él como su hijo para solucionar cualquier problema que tuvieran los recién llegados. Sonreía el joven y movía la cabeza asintiendo, pero se imaginaba desatascando no las tuberías de la casa sino las de la maciza con su cipote. A la sonrisa del joven correspondió Marga, fijándose en el bulto que levantaba ostensiblemente la parte frontal del pantalón de Quino. También ella se daba cuenta de lo que estaba pensando el joven, en follársela, pero ella, aunque era una auténtica calientapollas a la que la encantaba poner cachondos a los hombres, no tenía ninguna intención de dejarse follar por nadie que no fuera su marido. Frecuentemente no lo conseguía.

La intención del padre era aprovechar todos los días para visitar en coche los parajes de alrededor, así como quizá la capital de provincias más próxima. Y eso hicieron, salían por la mañana nada más desayunar y no volvían hasta bastante avanzada la tarde, pero tanta rutina cansaba y aburría soberanamente tanto al hijo, que no tenía más de ocho años, como a su madre que rondaba los treinta.

Todas las entradas, estancias y salidas de la vivienda por la familia eran controladas por Quino, que se masturbaba varias veces al día imaginando lo que haría a la maciza, y, cuando le era posible, no perdía la oportunidad de observar con ojos lascivos las provocativas curvas de la mujer.

Una tarde Marga, que ya se había dado cuenta que siempre era observada por el joven, aprovechó mientras volvían en el coche para buscar, ante tanto aburrimiento y monotonía, una pizca de diversión, excitando un poco al paleto, así que, con la excusa de que hacía calor, se desabrochó allí mismo, en el coche, varios botones del vestido para a continuación soltarse el sostén y quitárselo por el hueco que dejaban los botones desabrochados. No se guardó el sostén sino que lo dejó sobre su regazo ni tampoco se abotonó el vestido, por lo que mostraba un escote que la llegaba casi hasta el ombligo. Su marido, atento a la carretera, no se dio cuenta y, por tanto, no la avisó, aunque, ¡que más daba!, sino había nadie que la pudiera ver. Eso al menos es lo que pudo pensar el hombre.

Aparcó el esposo, como siempre, el vehículo en la misma puerta de la vivienda. Abriendo la portezuela del vehículo, Marga descendió una pierna a tierra de forma que su ya de por si pequeña falda se le subiera, dejando al descubierto sus pequeñas y finas braguitas blancas, además de la totalidad de su torneado y moreno muslo.

Hablando a su despistado marido, se demoró en bajar del coche, consciente de que el joven, escondido tras la fina cortina de su habitación, no dejaba de mirarla las bragas, intentando imaginar lo que se trasparentaba ligeramente debajo de ellas, así como sus tetas que casi mostraba en su totalidad.

Cuando su marido salió del coche, ella se giró para también salir, haciendo que su faldita subiera incluso más, enseñando la totalidad de sus bragas, y, abriéndose el escote, mostró desnudas las dos erguidas y grandes tetas.

Sorprendido el joven baboseó de placer sin retirar su vista de las bragas y de las tetas de Marga y, cuando la mujer, al levantarse del asiento, se bajó la falda y se cerró el vestido, cubriéndose, Quino levantó la mirada y vio como la mujer, sonriendo, le guiñaba un ojo, pero dudaba el joven si el guiño se lo había hecho a él en señal de complicidad al suponer que no podían verle a través de la cortina.

Nada más entrar en la vivienda, el niño se fue a su habitación para jugar con su gameboy y Marga, poniendo un canal de música en la televisión, salió a la terraza, mientras su marido iba al baño. Al ver que Quino, había salido a la calle y estaba justo debajo de ella, mirando hacia arriba, le dio la espalda e, inclinándose hacia delante, se apoyó en una silla, poniendo el culo en pompa, consciente de que el excitado joven no se perdía detalle. Quino, desde abajo, observaba embobado y empalmado las redondas nalgas desnudas de la mujer ya que su braguita se había escondido entre los dos macizos cachetes, y cómo los balanceaba de un lado a otro, siguiendo el ritmo caribeño de la música.

En ese momento Manolo, que así se llamaba el marido de Marga, informó, desde dentro de la vivienda, a su mujer, que el desagüe del lavabo del baño no tragaba y, como ya era un poco tarde, esperaría hasta la mañana para decírselo al dueño, pero ella respondió:

  • ¡De eso nada! Mejor díselo ahora a su hijo para que la desatasque ahora y, ya que bajas, tráete del super algo de fruta y leche que no tenemos para cenar.

Y entrando en el cuarto de baño, cerró la puerta para ducharse.

Escuchando cómo salía el agua de la ducha el hombre salió de la vivienda, dejando a su mujer, completamente desnuda bajo el agua de la ducha, junto con su hijo que había salido a la terraza sin dejar de jugar con su gameboy.

Nada más bajar las escaleras encontró a Quino que, empalmado, había escuchado toda la conversación. Fue decírselo y el joven asintió, conteniendo a duras penas su entusiasmo. No espero a que el hombre se alejara camino del supermercado para entrar en su vivienda, buscando la caja de herramientas así como un desatascador de tuberías y un espiral de limpieza.

Estaba todavía Marga duchándose cuando sonó el timbre de la puerta.

  • ¡Vaya! ¡Qué rapidez! ¡Sí que me tiene ganas el garrulo!

Pensó divertida, para responder en voz alta:

  • Espera un momento que me estoy duchando. Estoy desnuda pero enseguida salgo.

Y, saliendo de la ducha, se secó rápidamente con una toalla y se envolvió en ella, cubriéndose justo desde los pezones hasta poco más abajo de su entrepierna, para salir a continuación a abrir la puerta.

Abriéndola encontró al joven que, al verla casi desnuda, se quedó como hipnotizado mirándola con los ojos muy abiertos y sin decir ni una sola palabra, tanto los pechos como los muslos, imaginando lo que habría bajo la toalla, lo buena que estaría sin nada que la cubriera.

La mujer, divertida, sonrió y le dijo, ronroneando como un gatita en celo:

  • ¡Ah, eres tú, qué rápido eres, chico, como seas siempre así … ! ¡Ven, pasa, que tienes que desatascarme algo antes de que venga mi marido!

Y le dio la espalda, caminando hacia el cuarto de baño, balanceando exageradamente sus caderas, consciente de que la mirada del joven la taladraba la toalla, desnudándola, y se clavaba hasta el fondo en su culo.

Entrando en la habitación, se acercó al lavabo y, señalando teatralmente con su brazo extendido y con uno de sus dedos al lavabo, le dijo sonriendo burlona al joven:

  • ¡Aquí lo tienes, haz con él lo que quieras! No traga nada pero, por favor, métele algo hasta el fondo que funcione.

Y, bajando el brazo, su dedo apuntó a su entrepierna.

Como el joven, mirándola, dudaba qué hacer, si meterle algo al desagüe o al coño de la mujer, Marga le dijo:

  • ¡Venga, no te quedes ahí parado, que mi maridito está al caer y tienes que … desatascarlo!

Nervioso optó Quino en el último instante, por prudencia, acercase al lavabo, no a la mujer, y abrir el grifo, viendo que efectivamente el desagüe estaba atascado.

  • ¡No me creías cuando te dije que el agujero estaba cerrado! ¡Tienes que meterle algo, por favor, pero méteselo ya!

Escuchó a Marga con voz de damisela en apuros.

Cogió el joven el desatascador y, utilizándolo torpemente un par de veces, vio que seguía sin tragar. Luego probó con la espiral, metiéndola por el agujero, pero estaba el joven tan nervioso que no tenía la paciencia ni la maña para desatascarlo, escuchando a Marga decir:

  • ¡Vaya, tú tampoco la sabes meter!

Nervioso como estaba optó por echar mano de la caja de herramientas y, cogiendo una llave inglesa, se tumbó bocarriba en el suelo, debajo del lavabo, desde donde se dio cuenta que veía el coño de la mujer por debajo de la toalla.

Paralizado se quedó mirándolo y Marga, sabiendo que la observaba su sexo y el empalme de caballo que el joven tenía entre las piernas, se acercó más y colocó su pie desnudo sobre el cipote erecto de Quino, restregándoselo durante unos instantes para, a continuación, decir inocentemente, como si hubiera sido un accidente:

  • ¡Uy! ¡Lo siento! Pero … ¡como lo tienes! No te he hecho daño, ¿verdad?

Y retiró el pie, sin esperar la respuesta del joven que, a punto estuvo de eyacular allí mismo, colocando una pierna a cada lado del cuerpo tumbado del joven, y se puso de puntillas, haciendo como si mirara por el agujero del desagüe, al tiempo que le decía, tan inocentemente que parecía boba:

  • ¿Ves algo? Yo, desde aquí no veo nada. No lo has abierto aún, ¿verdad?

Pero Quino, tan absorto estaba ahora, intentando no eyacular y mirándola bajo la toalla que ni la escuchaba ni la respondía, pero, al no tener consciencia de que estaba sujetando la llave inglesa, ésta se le cayó al suelo, despertándole y asustando a la mujer, que, al dar un respingo, se le soltó la toalla, cayendo sobre el joven.

  • ¡Ay, por dios!

Chilló la mujer, viendo caer la toalla sobre el pene erecto y sintiéndose, ahora sí, completamente desnuda.

En un ataque de vergüenza, al no querer enseñar su voluptuoso cuerpo desnudo, lo cogió rápida sobre el cuerpo de Quino, al tiempo que le daba, ahora sin querer, un buen sobe a la verga tiesa y dura, e incorporándose, se giró y caminó rauda hacia la puerta con la toalla en la mano, dando la espalda al joven, que tuvo tiempo de verla los erguidos y redondos glúteos desnudos balanceándose al alejarse.

  • ¡Te dejo, que te molesto!

Exclamó al salir, escuchando al joven decirla ansioso:

  • ¡No … no … no se vaya! ¡Prefiero que se quede aquí y me ayude!

Sin hacerle caso, Marga entró avergonzada en su dormitorio y, cerrando la puerta a sus espaldas, se dispuso a vestirse, aunque, pensándolo mejor, se dijo:

  • Pero ¿qué hago? Primero le excito y luego me retiro. Si el pobre chico es tan torpe que no me va a hacer nada, y así yo me divierto un poco, que bastante aburrimiento llevo encima con el petardo de mi marido. Además excito al pobre palurdo, que bastante reprimido está ya en este pueblo miserable, y le doy un poco de vidilla a su pobre vida sexual, alentándole miles de pajas. ¡Una pizca de morbo no viene nada mal a nadie! Total, va a llegar enseguida mi marido y el palurdo se va a marchar en unos pocos minutos con el rabo entre las piernas.

Y en lugar de vestirse, se colocó nuevamente la toalla alrededor del cuerpo, cubriéndose tetas, culo y coño, y salió del dormitorio, sabiendo que su marido debería estar a punto de llegar.

Escuchó al joven que la decía con el grifo del lavabo abierto:

  • Ya está arreglado, señora. Ya corre el agua. Escuche como corre.
  • ¡Ay, qué alivio! Ya pensaba que no iba a correrse.

Respondió la mujer, apareciendo sonriente en el marco de la puerta, y, acercándose al joven que estaba de pie al lado del lavabo, le rozó con su mano el cipote erecto en su camino al grifo que cerró, al tiempo que hacía como si echara un vistazo distraído al desagüe.

Sorprendida sintió la mano del joven sobre su nalga, se giró, agarrándole la mano y quitándosela de encima.

Se dio cuenta en ese momento que había llegado muy lejos provocando al paleto y que la situación se le podía descontrolar. Ya no se conformaba con mirar sino que, envalentonado, quería más. Dudó si darle un bofetón pero temía que se volviera violento y la violara allí mismo, así que decidió seguirle en lo posible el juego hasta que llegara su marido.

Cogiéndole la mano caminó hacia la puerta y le atrajo con ella mientras le decía simulando que estaba entusiasmada:

  • ¡Esto merece un premio! ¡Ven conmigo!

Caminando por el pasillo se dirigía hacia el dormitorio, y ya se veía el joven follándosela sobre la cama como una bestia en celo, pero la mujer pasó de largo y, entrando en la cocina, le soltó la mano para abrir la nevera y ofrecerle una cerveza helada.

Algo como un “Sí” apagado escapó decepcionado de la boca de Quino, y ella tomó dos latas de la nevera y, esquivándole las manos que querían tocarla otra vez el culo, se fue casi corriendo a la terraza, seguida a escasos pasos del empalmado joven.

Estaba en una esquina de la terraza el niño absorto jugando con su gameboy y no solo no levantó la cabeza al aparecer su madre con un joven sino que ni se dio cuenta de que había llegado. Aun así, Marga pensó que el pueblerino no se atrevería a intentar follársela delante de su retoño.

Sentándose en una silla de espaldas a su hijo, puso sobre una pequeña mesa próxima las dos cervezas, invitando a Quino a que se sentara en otra frente a ella.

Eso hizo el joven, sentarse frente a ella, no sin antes acercar la silla a menos de un metro de la mujer y la miró fijamente la vulva al habérsela movido al toalla al sentarse, pero, al momento, Marga se dio cuenta y se cruzó de piernas, tapándose la entrepierna con la toalla y con una mano.

  • Has hecho un buen trabajo, Quino. Ya he notado que eres un manitas, pero ¿cuántos años tienes?

Le preguntó la mujer, intentando distraer su atención. No quería llegar a más, a que se la follara, y esperaba que su marido estuviera al llegar para evitarlo.

  • ¿Eh?

Dijo el joven que no se había enterado de la pregunta, tan absorto estaba mirándola los torneados y fuertes muslos.

  • Decía que eres un manitas.
  • Y eso que todavía no has visto nada. Ya verás ya lo que te voy a hacer y no solo con las manos.

Asustada, su rostro adquirió un color encarnado por la vergüenza de que lo hubiera escuchado su hijo pero continuó como si no le hubiera escuchado.

  • También te preguntaba tu edad. ¿Cuántos años tienes?
  • ¿Por qué? ¿Nunca lo has hecho con uno de dieciocho?

La preguntó a bocajarro, sin dejar de mirarla los muslos.

  • Bueno … esto … ¿Hacer qué?

Preguntó Marga haciéndose la inocente.

  • Follar, por supuesto. ¿Qué otra cosa va a ser?

La dijo y Marga, temiendo que su hijo lo escuchara, se inclinó hacia él y le dijo en voz baja.

  • Habla bajo, por favor, molestamos a mi hijo.
  • ¿Molestar al chaval? Seguro que le encantaría verte en cueros y cómo nos la montamos.

Respondió Quino riéndose a carcajadas y, poniendo una de sus manos sobre la pierna de desnuda de Marga, la deslizó hacia delante, metiéndosela bajo la toalla, directamente entre sus piernas, en el coño.

Emitió la mujer un chillido sobresaltada al sentir como la metía mano y, de un salto se echó para atrás, tirando la silla al suelo e incorporándose, chilló, mintiendo:

  • ¡Ay, mi marido! Te dejo que voy a vestirme.

Al escucharla que venía el marido, el joven se distrajo asustado, buscando por donde venía, lo que aprovechó Marga para levantarse rápida y esquivar al joven pero éste, intentando atraparla para que no se marchara, logró agarrarla la toalla, arrancándosela y dejándola completamente desnuda.

Chillando echó a correr Marga completamente desnuda por el pasillo perseguida por un Quino empalmado que no dejaba de mirarla fijamente el culo desnudo y, entrando en su dormitorio, logró echar el cerrojo antes de que el joven entrara con ella. Empujó Quino la puerta pero ésta no cedió, por lo que volvió corriendo a la terraza e intentó entrar por la ventana que daba al dormitorio, pero estaba cerrada y no se abría.

A través de la ventana observó a Marga completamente desnuda, bailando burlona por la habitación sin dejar de sonreírle y mostrándole el puño derecho cerrado con el dedo corazón estirado. Excitado, se fijó lascivo en sus enormes y erguidas tetas, en su estrecha cintura, en sus amplias caderas y en su culo redondo, macizo y levantado, así como en su entrepierna donde una fina franja de vello púbico tapaba su sexo.

Fuera de sí, iba a patear el cristal de la ventana para romperlo y entrar en el dormitorio para follársela cuando, en ese momento, sí que entró Manolo, el marido de Marga, en la casa, y, viendo a Quino en la terraza, le preguntó sonriente, sin saber lo que había sucedido en su ausencia:

  • ¡Ah, hola! ¿Ya lo has arreglado?

Y entrando en el cuarto de baño, abrió el grifo del lavabo, viendo complacido como el agua ya desaparecía por el desagüe.

  • ¡Buen trabajo, sí señor, buen trabajo!

Sacando un billete de escaso valor del bolsillo se lo dio al joven que se había acercado a donde él estaba. Éste lo tomó exclamando un escueto “Muchas gracias, señor” y, cogiendo lo que había traído, se marchó de la vivienda.

Nada más escuchar cómo cerraban la puerta, Marga salió del dormitorio. Llevaba un vestido que se había puesto deprisa y corriendo sobre su cuerpo desnudo y, sin acercarse ni mirar a su marido para que no detectara su azoramiento, le preguntó si había hecho la compra. Sin esperar respuesta se fue a la terraza, cogiendo del suelo la toalla que la habían quitado y colocando la silla que había tirado.

Su hijo, levantando su mirada de la gameboy, la miró muy serio y la preguntó:

  • ¿Ya estás bien, mamá?
  • Sí, claro. ¿Cómo no voy a estar bien? ¿Qué cosas preguntas, hijo?

Respondió la madre sin ni siquiera mirarle por vergüenza, adquiriendo su rostro adquirió un fuerte color encarnado.

El niño se asustó cuando su madre tiró la silla y, levantando la vista de la gameboy, la vio correr desnuda, entrando chillando en la casa, perseguida por el joven.

No sucedió nada más digno de mención aquella tarde-noche. El matrimonio con su hijo cenaron en silencio viendo la televisión y ni Marga ni su hijo comentaron nada del incidente.

El día siguiente transcurrió como todos, visitando la familia en coche la comarca.

Como era el último día que iban a estar, Manolo planteó, antes de volver a la casa, ir a ver una zona donde le habían dicho que se podía ver ciervos ya que estaban ahora en la época de berrea y el atardecer era la mejor hora. Al escucharle Marga que estaba muy aburrida y harta de hacer durante tantos días unas actividades que no la interesaban lo más mínimo, montó un pollo y discutió acaloradamente en el coche con su esposo, de forma que la dejó en la casa y se fueron padre e hijo para ver a los ciervos.

Cuando Quino se dio cuenta que habían llegado con el coche y habían dejado sola a la mujer, salió tras ella pero no la alcanzó antes de que la mujer precipitadamente subiera las escaleras y entrara en su casa, huyendo de él. Aunque llamó con sus nudillos a la puerta para que le abriera, Marga no lo hizo y ni respondió. Bastante de mal genio estaba como para dejar pasar al pueblerino en celo para que se la follara.

Decepcionado, bajó Quino las escaleras y, entrando en la casa, se encontró de frente con su padre que, mirándole gravemente, le preguntó:

  • Te la quieres jincar, ¿verdad, chico? ¿Te quieres jincar a esa guarra?
  • Es que, papá, me provoca y, cuando voy a hacerlo, me huye y se encierra.
  • Toma, coge las llaves y jincatela, pero, en cuanto escuches que llega el coche con el marido, la dejas como ésta y te bajas.
  • Gracias, papá.

Le agradeció Quino, cogiendo las llaves de las manos de su padre. Eran una copia de las que había dado al marido de Marga para entrar en la vivienda que tenían alquilada.

  • Pero no quiero que la dejes marcas que te delaten, sobre todo en la cara. ¿Entiendes, hijo?
  • Sí, papá. No la dejaré marcas.
  • Pues, venga, sube y cumple como un hombre. ¡Que vea esa guarra de ciudad como las tenemos los de los pueblos! ¡Bien gordas y duras!
  • ¡Chico, tráete las bragas cuando bajes!

Se escuchó la voz de una mujer en la habitación vecina. Era la madre de Quino.

  • Pero ¿para qué las quieres, mujer, si a ti te estarán pequeñas?

La preguntó el padre de Quino.

  • Pues pa ver como son de finolis los de la ciudad, ¿pa que va a ser sino?

Respondió la mujer.

  • Sí, madre, te las bajo. Te bajo todas las que encuentre.

Y, quitándose los zapatos, se marchó de la vivienda y subió por las escaleras al piso de arriba haciendo el menor ruido posible.

Pegando la oreja a la puerta, escuchó el ruido del agua de la ducha correr y supuso acertadamente que Marga se estaba en ese momento duchando.

Abrió sigilosamente con las llaves la puerta, y, dejándola semientornada para que no hiciera ruido al cerrarla, caminó por el pasillo y verificó que la puerta del cuarto de baño estaba cerrada con el pestillo echado. Aun estando sola había echado el pestillo, pero este no era tan seguro como el del dormitorio y Quino pensó que podría abrirlo sin ningún problema, sin romperlo.

Antes de acometerlo, se acercó a la terraza y, poniéndose de puntillas, pudo observar, a través del pequeño ventanuco que conectaba el cuarto de baño con la terraza, a Marga completamente desnuda bajo el chorro de la ducha.

Detrás de la mampara transparente de la ducha estaba completamente desnuda. Estaba la mujer de espaldas al ventanuco, con su redondo y respingón culo apuntando hacia el joven, mientras el agua se deslizaba sensualmente por su voluptuoso cuerpo, derrapando en todas sus curvas y penetrando en todos sus agujeros. Girándose levemente Marga, pudo Quino observar también sus enormes y erguidas tetas de empitonados pezones oscuros, así como la jugosa vulva con el vello púbico empapado.

Girando la mujer el mando del grifo, dejó el agua de salir y se dispuso ella a salir de la ducha, momento en el que Quino dejó de mirar por el ventanuco y se acercó a la puerta del cuarto de baño. Como el día anterior Marga se había refugiado en el dormitorio para que no se la tirara, el joven prefirió entrar en esa habitación para esperarla.

No pasó ni un minuto cuando la mujer salió del cuarto de baño, cubierta solo por una toalla que la cubría, como el día anterior, desde un poco más arriba de los pezones hasta un poco por debajo de su entrepierna. Efectivamente se dirigió directamente al dormitorio del matrimonio y, estaba tan concentrada, que no se fijó en la presencia de Quino, sino que, llevando una pequeña escalerilla que traía del baño, la acercó al armario y se subió a él, poniéndose de puntillas para coger la maleta que estaba colocada encima.

Se acercó el joven sigilosamente por detrás y, soltándola con cuidado la toalla, ésta cayó al suelo, dejando a Marga completamente desnuda sobre la escalerilla, pero la mujer, que no se había dado cuenta de la presencia de Quino y que éste la había soltado la toalla, solo exclamó, viendo como caía:

  • ¡Ay, la toalla!

Pero continuó de puntillas, como si no se hubiera quedado desnuda, intentando bajar la maleta, hasta que de pronto sintió algo sobre sus nalgas y, tan aterrada como sorprendida, se quedó paralizada, sin atrever ni a moverse ni a mirar hacia atrás, aunque suponía lo que eran, las manos del joven, una en cada nalga.

Quino, que se había quitado toda la ropa mientras la esperaba, estaba detrás de ella, con su verga erecta y congestionada, apuntando al culo de la mujer, mientras la sobaba los glúteos.

  • Por favor, no, déjame, por favor.

Suplicó la mujer en voz baja.

Inclinándose el joven hacia delante, sin decir ni una sola palabra, la dio un beso en una nalga, primero en una, luego en otra, después una chupada, otra y otra, hasta que la separó las nalgas, observando el ano blanco y prieto y, metiendo la boca entre las dos nalgas, empezó a lamerla el ano, una lamida tras otra, mientras la sujetaba para que no se moviera, ya que la mujer, al sentirlo, se estremeció de miedo y de placer.

Bajando Quino la cabeza, comenzó a lamerla también el coño por detrás, primero suavemente y poco a poco fue aumentando el ritmo.

Sujetándose fuertemente con sus brazos en la parte superior del armario, Marga resistía, aunque la temblaban las piernas y se mordía los labios para no chillar de placer, hasta que no pudo aguantar más y comenzó a gemir y a suspirar mientras el joven la comía el coño.

Viéndola entregada y temiendo que se cayera de la escalerilla, la cogió en brazos sin encontrar resistencia, escuchándola susurrar entre jadeos:

  • No …. No … por favor.

Y, mientras la maleta caía estrepitosamente desde la parte superior del armario al suelo, esparciendo todo su contenido, el joven la depositó bocarriba suavemente sobre la cama.

Colocándose entre las piernas de la mujer, se tumbó bocabajo sobre ella y restregó su pene erecto en la entrepierna de ella hasta que encontró el acceso a la vagina y la penetró, escuchándola suspirar y gemir al ser penetrada.

Apoyándose en sus brazos se incorporó mientras se la follaba para observar el balanceo desordenado que imprimía a las grandes y redondas tetas de Marga en cada embestida.

La mujer, tumbada bocarriba, se estremecía de placer, gimiendo, suspirando y chillando, con sus brazos descansando extendidos sobre el colchón y apuntando a la cabecera de la cama- Sus torneadas y largas piernas abrazaban la cintura del macho. Sus ojos estaban semicerrados y la boca semiabierta, mordiéndose los voluptuosos y húmedos labios mientras su carnosa y sonrosada lengua los recorría lentamente.

Aumentando el ritmo del mete-saca, Marga ya no se contuvo y chillaba de placer tan fuerte como podía, mientras la cama chocaba una y otra vez con la pared, desconchándola.

Los padres de Quino la escuchan sonriendo en el piso de abajo, riéndose a carcajadas cuando, por fin, la mujer alcanzó el orgasmo y se calló.

Casi al mismo tiempo, el joven se corrió dentro de ella, y, aguantando casi un minuto con la verga dentro, gozó del orgasmo que había alcanzado y aprovechó para sobarla las tetas a placer.

Cuando la desmontó, se tumbó bocarriba al lado de ella, permaneciendo ambos en silencio, aunque las manos de él siguieron sobando y amasando los senos de la mujer.

En el mismo momento que Marga tuvo el orgasmo, su marido y su hijo contemplaban como un ciervo macho montaba a la hembra por detrás. Mientras el padre sonreía alborozado y empalmado, su hijo se acordó de su madre y pensó que también a ella la estarían montando Se la imaginó completamente desnuda, como la había visto corriendo por la terraza mientras huía del paleto, y a éste montándola por detrás como hacía el ciervo macho con la hembra, y bamboleándose de la misma forma adelante y atrás reiteradamente.

Habían pasado más de quince minutos cuando Marga se incorporó de la cama y Quino la preguntó despectivamente:

  • ¿Donde vas, guarra?
  • Me voy a duchar. Mi marido debe estar al llegar.
  • Espera.

Y levantándose, encendió la luz eléctrica y la sujetó por las caderas, obligándola a colocarse a cuatro patas sobre la cama, y la volvió a montar, esta vez por detrás, sin hacer caso de las quejas de ella.

  • ¡Espera, por favor, espera!

Con una pierna apoyada sobre el suelo y la otra con la rodilla sobre el colchón, el joven la embestía una y otra vez, al tiempo que la azotaba fuerte y sonoramente las nalgas, acallándola las quejas y haciéndola nuevamente chillar de dolor y de placer.

Los padres, desde abajo, la volvían a escuchar y esta vez no solamente se rieron sino que además aplaudieron cuando Marga se corrió otra vez.

Después de ser follada la mujer se dejó caer bocabajo sobre la cama, exhausta y sin decir nada. Quino apagó la luz y también se tumbó al lado de ella, colocando su mano sobre el culo de la mujer, sobándolo.

Más de media hora pasó cuando Marga se intentó incorporar otra vez y Quino la volvió a preguntar:

  • ¿Ya te quieres marchar, guarra, así sin follar?
  • Va a venir mi marido y nos va a ver así.
  • ¿Y que más dá? ¡Que nos vea … él y el niño! ¡Para que aprendan lo que es un macho y para que vale una hembra! ¡para que se la follen como dios manda, como los animales que somos! ¡Vive dios!

Sujetándola por las caderas la impidió que se marchara y, tirando de ella hacía él, la obligó a sentarse a horcajadas sobre él, dándole la espalda, a pesar de que las quejas de la mujer retornaron.

  • ¡No … no … ya no, no puedo más, de verdad!
  • ¡Venga el último! ¡Que no se diga!
  • ¡Que no, que no, que no puedo!
  • ¿O follamos y te dejo marchar o esperamos en la cama a que venga tu marido y nos pille así, encamados y corridos?

Ante la amenaza de la vergüenza y del escándalo, cogió con su mano derecha el cipote erecto y duro del joven y se lo metió en el coño, empezando a cabalgar sobre él.

Quino encendió la luz de la mesilla y, cogiéndola por las caderas, observó cómo el culo redondo y respingón de Marga subía y bajaba, subía y bajaba, una y otra vez, apareciendo y desapareciendo el cipote dentro del ya dilatado coño que rezumaba esperma de la cantidad de polvos que la había echado.

No se contentaba solo el joven con contemplar el rotundo culo, sino que lo sobaba a placer, lo daba azotitos e incluso le abría los cachetes para observar también el prieto agujero que tendría entre ellos, y, metiéndole el dedo, pensaba:

  • Este culo está hecho para ser follado. Lo siguiente que me follo.

Tan seguidos habían sido los polvos y tan distraído estaba el joven mirándola el culo y sonándolo que no eyaculaba por más que Marga cabalgara y brincara encima de él.

Tan concentrado estaba él y tan exhausta estaba ella que no escucharon cuando llegó el coche con el marido y el hijo de Marga.

El padre de Quino, Francesc, sabiendo que su hijo todavía estaba arriba tirándose a la mujer, salió al encuentro del marido de Marga y, al lado del vehículo, empezó a darle conversación en voz alta para que le escuchara su hijo y dejara de follársela y bajara.

Manolo, por educación, mantuvo la conversación, aunque luego animándose, le preguntó sobre la época de berrea y el apareamiento de los ciervos, en lo que estaba muy interesado, mientras Pablo, su hijo, que estaba sentado en el suelo muy aburrido y esperando que acabara su padre, al escuchar cómo el ciervo macho montaba a la hembra, volvió a recordar a su madre y se la imaginó montada.

Así que, como su padre estaba tan entretenido conversando y no le hacía ningún caso, entró en la casa y subió las escaleras. Al ver que la puerta no estaba cerrada, la empujó y entró. Escuchó jadeos y ruido de muelles que partían del dormitorio de sus padres, que además estaba iluminado, y hacia allí se encaminó, muy despacio y sin hacer ruido. Algo asustado pero interesado.

Mirando por la puerta abierta se encontró a su madre, totalmente desnuda, botando y moviéndose adelante y atrás, adelante y atrás, una vez tras otra, con el pelo alborotado sobre la cara y sus tetas brincando, sobre un hombre, también desnudo, tumbado bocarriba. Mientras su madre se apoyaba con sus manos en los muslos del hombre, éste la amasaba el culo sin descanso.

Como no se corría, Quino empujó a Marga, colocándola nuevamente a cuatro patas sobre el colchón e incorporándose, se puso de rodillas y la montó por detrás, pero esta vez no fue por el coño, sino por el agujero del culo al que había estado dilatando con sus dedos.

Un chillido de dolor y sorpresa escapó de los labios de la mujer, pero, con el cipote ya dentro, el dolor se mitigó siendo sustituido por el placer y el morbo, y el joven, sintiendo su miembro más apretado, empezó a follárselo despacio en las dos primeras embestidas y con mayor brío en las siguientes, corriéndose dentro y emitiendo un ruido idéntico al bramido de los ciervos al montar a la hembra, aunque de volumen mucho más bajo.

Entonces el pequeño Pablo emocionado se dio cuenta que sí, que a su madre también la habían montado como a la cierva en el monte y echó a correr hacia la puerta gritando:

  • ¡Papá, papá!¡ Ven corre, que están montando a mamá!

No lo dijo por malicia sino porque quería hacerse valer ante su padre al que suponía que le encantaba ver cómo montaban a las hembras.

Al escucharlo, se les heló la sangre en las venas a Marga y a Quino, que se levantaron corriendo y, mientras el joven se vestía a toda prisa, ella, todavía desnuda, con churretones de esperma desde la cintura para abajo, arrancaba más que quitaba las sábanas de la cama tan rápido como podía y a punto de sufrir un infarto.

El marido de Marga, al oír a su hijo, se quedó petrificado, como le sucedió lo mismo a Francesc y a su esposa, pero al ver a Pablito salir corriendo de la casa y dirigirse hacia su padre, le detuvo con la mano y le regañó.

  • Pero ¿qué gritas, hijo? ¿No ves lo tarde que es y vas a despertar a todo el mundo?
  • ¡Que están montando a mamá! ¡Ven, corre, vamos a verlo!
  • ¡Estos niños siempre tan graciosos! ¡Tan imaginativos! Cómo nos ha visto hablar de la berrea … jejeje. Es que no saben cómo llamar la atención estas criaturas.

Intentó Francesc quitar hierro al asunto, simulando que se reía pero acojonado en el fondo.

  • ¡Que sí, papá, que sí, que están montando a mamá! ¡Ven, corre, vamos a verlo!
  • ¡No digas más tonterías, Pablo! ¡Cállate! ¡Ya basta!

Se puso serio el padre y el niño, al ver su rostro, se tranquilizó, dejó de chillar y solo dijo en voz muy baja:

  • Que sí, papá, que están montando a mamá y … no vamos a llegar a verlo.
  • ¡Que te calles, Pablo! ¡Venga, vamos para arriba que mañana nos vamos!

Y dirigiéndose a Francesc le pidió perdón.

  • Lo siento, don Francesc. Ya sabe cómo son los niños. Ha sido un día tan agotador y él tiene una imaginación tan rica
  • No se preocupe. Lo entiendo perfectamente.

Subiendo al piso de arriba, escucharon a Marga que se estaba dando una ducha.

El niño, apuntando con su dedo al dormitorio de sus padres, dijo en voz muy baja, mirando al suelo:

  • Ahí, papá, ahí estaban montando a mamá.
  • Te he dicho que te calles y no digas más tonterías. Venga a lavarte las manos en la cocina que vamos a cenar.

Viendo cómo su hijo se marchaba cabizbajo camino de la cocina, encendió Manolo la luz del dormitorio y vio la cama colocada, sin nada fuera de lugar, y la maleta cerrada en el suelo, al lado del armario. Sin embargo percibió un fuerte y extraño olor que impregnaba el ambiente, a pesar de que la ventana estaba abierta de par en par, pero no le dio una mayor importancia.

Cuando salió Marga del baño llevaba puesto un vestido y tranquilamente se pusieron a cenar, sin comentar nada del incidente con el niño y solo hablando de lo bien que se lo habían pasado viendo a los ciervos en el monte.

Mientras Manolo y su hijo hablaban emocionados de lo que habían visto, Marga le miraba sin decir nada aunque la parecía observar que una gran cornamenta coronaba la cabeza de su marido o al menos eso es lo que ella se imaginaba.

Quino, que ya estaba abajo con sus padres, comentaba con todo detalle los polvos que había echado a la guarra de la ciudad y todos se reían a carcajadas de la reacción del niño al verlos follar. No solo unas bragas le regaló Quino a su madre, sino todas las bragas que encontró en la maleta, dejando a Marga sin una sola braga para ponerse. Motivo por el cual esa misma noche Manolo al encontrar en la cama a su mujer sin bragas, pensó que quería guerra y la echó un par de polvos que una exhausta Marga simuló que la encantaba y que tenía sendos orgasmos.

A la mañana siguiente, con todo cargado dentro del coche, salieron Francesc y su hijo a despedirles. El padre regaló a Manolo un cráneo de ciervo que tenía un par de largos cuernos con muchas ramas para que colgara en la pared. El motivo que alegó es lo mucho que le gustaban los ciervos, especialmente su majestuosa cornamenta y con qué facilidad montaban a las hembras durante la berrea. Marga lo entendió de una manera muy distinta, aunque no se atrevió a decir nada, pero Manolo, emocionado, lo cogió, abrazando a Francesc y luego a Quino, alabando lo hermoso que eran los cuernos.

Para Marga y para su hijo no tenían ningún regalo, aunque la mujer lo recibió con creces la tarde-noche anterior.

Manolo les dijo que no lo había pasado tan bien desde hacía mucho tiempo y les prometió que volverían en cuanto tuvieran la más mínima ocasión y Francesc le respondió que siempre serían bien recibidos. Marga, muy seria, no se atrevió ni a rechistar mientras que Quino sonrió mirando las tetas de la mujer.

Al despedirse de Marga no fue solo Francesc el que ahora la tocó el culo cuando la dio un par de besos de despedida, sino que también Quino hizo lo mismo pero metiendo la mano bajo su falda, tocándola el coño, y comprobando que efectivamente se había llevado todas sus bragas, dejándola sin ninguna. Además la susurró al oído:

  • Ya nos veremos, guarra.

Sin obtener respuesta de la mujer, que pálida se metió en el coche sin decir ni una sola palabra.

Y así acabó la semana de vacaciones de la familia en el campo.