Los cuernos de mi hermano (01 Ana: mi cuñada)

Primera parte de cómo Ana, mi cuñada, hace lo posible para ser mi mujer.

Hace 6 ó 7 años, yo había salido alguna que otra vez con Ana, echábamos unos polvos de campeonato y lo pasábamos de puta madre follando; luego estuvimos una temporada distanciados por una discusión sin importancia y más tarde empezamos a vernos menos porque ese alejamiento coincidió con la época en la que yo me fui a la Universidad para estudiar Derecho.

Ana empezó luego a salir con mi hermano Juan y acabaron casándose; pero ni mi hermano ni nadie de mi familia sabían nada del pequeño rollo que habíamos tenido nosotros; en una familia conservadora como la mía, seguramente no verían con buenos ojos que Ana me dejase a mi para enrollarse luego con mi hermano, por eso ella nunca dijo nada, y yo tampoco.

Yo, por mi parte, con el tiempo, me hice abogado y empecé a salir con Isabel, una buena amiga de Ana, quizás su mejor amiga, aunque juro que no lo hice ni por venganza ni por ningún otro motivo; sólo que Isabel folla también de puta madre y hubo un tiempo en que eso era lo único importante que yo buscaba en una relación.

Monté mi primer bufete en el primer piso del mismo edificio en el que vivían mi hermano y Ana, (la búsqueda y el alquiler de ese piso ya no fue casual, fue premeditado); ellos vivían en el 6º así que yo, casi cada tarde, me pasaba a tomar café con ellos, a veces iba con Isa y otras iba solo, pero cada tarde coincidía con mi hermano que trabaja sólo por las mañanas.

Yo notaba que Ana, cuando no la miraba nadie más que yo, todavía me lanzaba miradas furtivas, como de deseo así que para ponerla celosa, cuando iba con Isa, solía meterle mano o darle un piquito de vez en cuando, sobre todo cuando veía que Ana nos miraba.

Una mañana en la que me aburría en el bufete, subí al piso de mi hermano y cuando llegué Ana me abrió la puerta, llevaba una minifalda ajustadísima y una blusa que le dejaba ver parte de sus hermosas tetas que le salían por la encima del sujetador; se alegró mucho de verme a aquella hora y me dijo que me sentara que prepararía café.

-Yo lo tomo cada día a esta hora, pero siempre sola...

-Si estás sola será porque quieres -le dije- porque no creo que en esta maldita ciudad falten voluntarios para hacerte compañía. Si tu quisieras...

-Calla, guarro, que tú siempre estás pensando en lo mismo...

-Pues antes te gustaba que pensara siempre en lo mismo, Ana, ¿no me digas que mi hermanito te ha cambiado tanto?

-Antes me gustaban las mismas cosas que me gustan ahora.

-No creo -le dije- porque antes no te gustaba mi hermano, antes te gustaba yo.

-Y me sigues gustando, cabrón-... dijo ella en voz apenas audible.

Me levanté y me acerqué a su lado preguntándole: -¿Todavía te acuerdas de nuestros polvos?

- Los recuerdo casi cada día -dijo, levantándose también y estirándose la falda, aunque sólo por coquetería, ya que no le tapaba casi nada.

La cogí por la cintura, puse mis manos sobre su culito levantando hacia su cintura lo poco que tenía de falda y nos dimos un beso en la boca.

Continué sobándole el culo y le dije:

-A mí también me gustan las mismas cosas que antes, y entre ellas está en sabor de tu coñito ¿sabe igual?

-¡Quién sabe! Yo no llego a él y tu hermano nunca

La tumbé en el sofá, le subí la minifalda hasta las caderas, le bajé la minúscula braguita y allí mismo empecé a comerle el coño.

Ana chillaba de placer dando unos bandazos con el culito de un lado a otro que me hacían muy difícil seguirla con mi boca, hasta que empezó a gemir en voz alta y se corrió llenándome la boca de los jugos de su coñito.

-Veo que te sigue gustando que te coman el coño...

-Es que tú eres único, cariño, tienes una lengua que me vuelve loca, ¿y tu polla, sabe igual que antes?

-No lo sé, Ana, pregúntale a Isa.

- Calla guarro, no hables de Isabel ahora - y diciendo esto, me quitó la ropa dándome besos por cada zona que iba desnudándome, se agachó a mis pies y empezó a chupármela como sabe que a mí me gusta.

-¿Isa te la chupa igual que yo? ¿con ella disfrutas igual que conmigo?

-Más o menos, Ana, Isa también quiere que disfrute con ella, así que aprendió pronto ¿o es que fuiste tú la que le dijo cómo tiene que chuparla?

- Serás hijo de puta... - y volvió a amorrarse a mi polla, chupándomela hasta que tuve la primera corrida dentro de su boca, ella sacó la lengua y dejó que mi leche fuera cayendo por encima de ella, resbalando hasta sus tetas.

Como mi polla todavía seguía dura, la cogí, le puse sus manos en el respaldo del sofá y, de pie, detrás de ella, se la metí en el coño.

-Así es como más nos gustaba ¿recuerdas?

Ella jadeaba y decía:

- Claro que me acuerdo, cariño, es que así tu polla me entre hasta el fondo, y nos volvía locos a los dos, no sólo a mí...

-A mí me sigue volviendo loco, Ana, estoy disfrutando contigo como ya no recordaba.

-¿Más que con Isabel, mi amor, estás disfrutando conmigo más que con ella?

-Sí, Ana, porque Isa y yo también lo pasamos bien, pero tí eres especial, sabes apretar mi polla contra las paredes de tu coñito y eso me pone a cien.

-A mí también me gusta más follar contigo que con mi marido, cariño, fóllame más fuerte que me corro mi amor... que me corro... vamos, córrete dentro de mí... dentro de mí los dos juntitos... ya, cariño... ya...

Descargué mi segunda corrida dentro de su coñito y cuando se la engulló toda, se dio la vuelta y empezó a chupármela hasta que me la dejó limpia; luego se levantó, me dio un beso en la boca y me dijo:

-Todavía te sigo queriendo, Luis, ya no recordaba lo bueno que es follar contigo, mi amor, pero he vuelto a gozar como antes.

Nos fuimos a la cocina; Ana me dijo que tenía que prepararle la comida a mi hermano; todavía llevaba la falda por la cadera, sin braguitas ni sujetador, y yo iba detrás de ella, admirando su espléndido culo.

Cuando se puso a hacer la comida, yo me puse a su lado y empecé a tocarle el culito, metiéndole un dedo dentro de su ojete y a sobarle las tetas por encima de su hombro, ella me besaba en la boca, me sacaba la lengua para que yo se la chupara o se ponía a chupar la mía, y me susurró:

- Vete tú a saber cómo me va a salir la comida hoy, porque estoy aquí contigo, desnuda y más caliente que una burra, así que no creo que salga nada bueno.

-No hace falta que salga nada bueno, Ana, lo que hace falta que sea bueno es lo que entra.

- Tienes razón, cariño -me dijo agachándose y empezando a chuparme la polla de nuevo.

Cuando me la puso tiesa, colocó los codos encima de la mesa y tal como estaba, se la enchufé en el coño, que continuaba húmedo; estuvimos follando así un buen rato, luego se la saqué del coño y se la metí muy despacio en el ojete del culo, mientras ella me decía:

- Despacito, cariño, que desde la última vez que entraste tú, nadie más ha vuelto a visitarlo...

-¿Por qué no se lo propones a mi hermano?

-Porque él sólo conoce un agujero, y tampoco creas que lo frecuenta mucho...

-Pues peor para él -le dije, continuando bombeando en el interior de su culo que, rápidamente, se amoldó a mi polla.

Ana, entonces, empezó a gemir diciendo:

-Me corro, cariño, me corro por el culo con tu polla dentro, qué corridas más fabulosas me estás dando, amor... ahora me corro por el culo...

Cuando yo le dije que también me iba a correr del gustazo que me daba, me dijo:

-Espera, cariño, espera un poquito, que el cornudo de tu hermano hoy va a tragar lo mismo que estoy tragando yo…- y diciendo esto, se levantó, puso en el suelo la olla que estaba cocinando, y se volvió a meter mi polla en la boca hasta que le dije que no aguantaba más, entonces me la meneó muy despacio, hasta que eché la corrida dentro de la olla de la comida que mi cuñada preparaba para mi hermano.

Cuando me fui, Ana me acompañó hasta la puerta, desnuda como estaba, me dio un beso larguísimo en la boca y me hizo prometerle que volvería a verla con más frecuencia cuando estuviese sola.

Una tarde, empecé a pensar en ella y la polla se me volvió a poner durísima, pero como creía que mi hermano estaba en casa, no quise subir, así que la llamé por teléfono y le pregunté:

-¿Estás solita? -y al decirme ella que no, le comenté -es que me apetecería tanto follarte ahora, aquí... en mi despacho...

Ella, para disimular me dijo:

-Lo siento, doctor, había olvidado que tenía hora con usted, pero ahora mismo voy...

(Continuará)

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