Los cuatro mosqueteros (09: Antes de dormir)

Any tenía una duda: ¿quién se acostaría con quién aquella noche?. La duda se despejó casi por sí misma. Seguro que querréis saber la respuesta

Llegamos al puerto poco después de que el sol se hubiera ocultado, aunque todavía quedaba algo de luz.

Por acuerdo de los cuatro, no nos dirigimos a la casa, sino que decidimos caminar por el paseo marítimo del pueblo cercano, haciendo tiempo hasta la hora de la cena. En un momento determinado, pasamos a la playa, absolutamente desierta a aquella hora. Nos descalzamos, y como el día de nuestra llegada, caminamos por la franja de arena húmeda, dejando que las pequeñas olas, apenas una leve ondulación del agua que moría en la orilla, nos acariciaran los pies de tanto en tanto.

Parecía no haber cambiado nada. Las mismas conversaciones sobre cualquier cosa, las mismas bromas de siempre. Ninguno de los cuatro hizo ninguna nueva referencia a los hechos sucedidos aquel día, después de la explicación que habíamos tenido durante el regreso.

Bueno, sí que había un cambio sutil, pero significativo: durante la hora que duró el paseo, había veces en que no era Any la que caminaba a mi lado, sino Asun, enlazada a mi cintura, mientras que Any hacía lo propio con Toni.

Las luces del paseo habían quedado atrás, y nos rodeaba una absoluta oscuridad. Any propuso volver, pero yo había tenido una idea:

  • ¿Qué os parecería un baño nocturno?.

Asun tenía una objeción:

  • Me apetece muchísimo, pero luego tendremos que andar con la ropa húmeda

  • Eso tiene solución -repliqué-. Nos la quitamos, y ya está.

Any miró nerviosamente alrededor.

  • ¿Y si alguien nos ve?.

Pero no había nadie cerca, ni que alcanzara a distinguir algo en la oscuridad reinante. Asun ya se estaba quitando los pantalones cortos, acción en la que Toni y yo la imitamos. Después de que los otros tres estuviéramos ya desnudos, seis manos se aferraron al cuerpo de Any, que protestaba divertida, quitándole la totalidad de la ropa (y metiéndole mano de forma descarada al paso). Y finalmente, los cuatro nos introdujimos en el agua tibia.

Además de la hasta hace poco desconocida sensación de bañarme desnudo, el hecho de estarlo haciendo en un lugar público (por más que nadie pudiera vernos) me producía una morbosa sensación, que me excitó inmediatamente. Una melosa Any se me abrazó por detrás, y pegó una de sus mejillas a mi oído:

  • ¿Me quieres?.

Me di la vuelta, y pegué mi cuerpo al suyo.

  • Te quiero. Lo que ha sucedido hoy no tiene nada que ver para que sigas siendo mi amor.

La besé apasionadamente. Ella pareció reparar entonces en mi dureza, apretada contra su vientre, y la tomó en sus manos:

  • ¡Fiuuuu!, Alex, ¡cómo estás!. Después del polvo que le has echado a Asun imaginaba que tardarías más en reponerte

Se quedó pensativa unos instantes. Luego preguntó, casi en un susurro:

  • Oye, Alex, ¿qué crees que pasará esta noche?.

Sinceramente, no tenía ni idea. Se lo dije. En ese momento, un sonriente Toni se acercó por detrás de Any, y se pegó a su cuerpo desnudo. Any dio un respingo al notarlo.

  • No está bien que acapares a Any -exclamó risueño-.

Any me dirigió una profunda mirada, pero se dejó llevar por el otro chico. Y un momento después, pude entrever como se besaban a unos metros de mí con las bocas entreabiertas. Busqué con la vista a Asun. Estaba parada un poco más allá, mirando en dirección a la negrura del mar. Me acerqué a ella por detrás, y puse mis dos manos sobre su pubis. Ella volvió la cabeza a medias, sonriente, y pasó los brazos a su espalda. Mi pene quedó rodeado por los dedos de una de sus manos, mientras que la otra masajeaba suavemente mis testículos.

  • ¿Tú crees que tendremos que empezar a ponernos celosos? -preguntó con una media sonrisa-.

  • No, al menos mientras tú y yo estemos haciendo lo mismo que ellos.

Le mordí suavemente el cuello.

  • Creo que deberíamos ir pensando en volver -susurré-.

Al final no era del todo cierto que nuestras ropas pudieran quedar secas por el hecho de bañarnos desnudos, y durante la cena todos lucíamos manchas de humedad, que se fueron evaporando poco a poco debido a la alta temperatura ambiente, insólita a mediados de septiembre.

Finalmente, eran bastante más de las 11 p.m. cuando emprendimos el regreso. Any y yo nos acomodamos esta vez en la parte trasera del auto de Toni. Cuando abandonamos las luces del pueblo, la oscuridad dentro del auto y en el exterior era prácticamente completa. Y ello me dio una idea de lo más morboso. Puse un dedo sobre los labios de Any, en una muda petición de silencio. Luego, dirigí mis dos manos hacia la cinturilla de su pantalón, y lo desabroché. A duras penas pude introducir una mano por debajo de la braguita de su biquini, tentando la suavidad del inicio de su vello púbico. Pero en aquella postura era muy difícil llegar más allá. De modo que tironeé de la cintura del pantalón, intentando quitárselo. Ella hizo ademán de impedírmelo, pero luego se encogió de hombros, y se incorporó ligeramente en el asiento. Y ella misma fue la que terminó de quitarse pantalón y braguitas, subiendo después los talones al asiento, muy abierta de piernas, para facilitar lo que vendría después.

Y lo que vino después es que estuve recorriendo arriba y abajo su sexo con una de mis manos. Cuando al rato uno de mis dedos se introdujo en su vagina, no pudo reprimir un pequeño gemido.

  • ¡Eh!, los de atrás -gritó irónicamente Asun-. ¡A ver que estáis haciendo!.

Asomó el rostro entre los reposacabezas, e imagino que la leve claridad del tablero fue suficiente para distinguirnos.

  • ¡Toni! -chilló-. Esos dos se están metiendo mano ahí detrás.

  • Qué, ¿tienes envidia? -preguntó el aludido-.

Y pude distinguir su mano derecha dirigirse al cuerpo de Asun. Pero no pudo mantenerla mucho tiempo ahí, porque los bruscos movimientos del auto que acababa de abandonar la parte asfaltada, requirieron del concurso de ambas sobre el volante.

Olvidado de que estábamos acompañados, obligué suavemente a Any a adoptar otra postura: con la espalda apoyada en la carrocería, atravesada en el asiento, su sexo quedó ahora en una mejor posición para recibir las caricias de mi lengua.

Las succiones de mi boca en la vulva de Any eran perfectamente audibles en el reducido interior del vehículo, así como los ligeros gemidos que ella no podía contener, por más que sus rápidas miradas a la parte delantera me indicaban que estaba algo violenta. Pero a pesar de ello, se había subido la camiseta hasta el cuello, y sus manos pellizcaban sus pezones inflamados.

Y finalmente, sus gemidos no fueron ya ahogados, sino que se entregó a un orgasmo que le hacía contraer espasmódicamente la pelvis, al ritmo de las pasadas de mi lengua sobre su sexo. Y entonces sentimos los irónicos aplausos de Asun en la parte delantera:

  • Me dan ganas de pasarme yo también atrás, a ver si ha quedado algo para mí

Unos segundos después, Toni detuvo el 4x4 frente a la casa. No sé si sería porque Any aún seguía en las nubes por efecto del placer que acababa de experimentar, o quizá por el hecho de que su proceso de desinhibición había llegado más lejos de lo que yo suponía, pero el hecho fue que pasó ante los faros aún encendidos con un pecho fuera de la camiseta, y desnuda de cintura abajo, lo que provocó un admirativo silbido de Toni.

Mientras mi amigo y yo descargábamos el maletero, las dos chicas se dirigieron al baño. Momentos después, Toni y yo escuchamos sus risas, superpuestas al sonido del agua de la ducha. Y yo estaba completamente excitado, no solo por la escena del coche, que me había puesto "a mil", sino porque me estaba imaginando los dos cuerpos femeninos desnudos bajo los finos chorros de agua.

Minutos después, ambas regresaron al salón "ataviadas" de la misma forma: sólo una toalla a modo de turbante en la cabeza, y nada más.

  • ¡Venga!, ahora os toca a los chicos -invitó alegremente Asun-.

Los dos nos miramos confundidos. Ya sé que no deja de ser un convencionalismo, pero se ve normal que dos mujeres vayan juntas al baño, mientras que el mismo hecho protagonizado por dos hombres es simplemente inaudito.

  • Te cedo el turno, Toni -balbuceé-. Ya me ducharé yo después.

No fue mala elección, no. Porque en los escasos minutos que estuvo ausente, tuve ante mis ojos el espectáculo de la desnudez de las dos chicas, que cuchicheaban aparentemente olvidadas de mi presencia. Y Toni debería estar arrepentido de su decisión, porque no tardó ni cinco minutos en volver. Tampoco se había vestido, y su pene apuntaba hacia adelante, completamente horizontal.

Asun se levantó del sofá que ocupaba, y vino directa hacia mí.

  • Aquí hay uno al que parece que le da vergüenza desnudarse -dijo, sonriendo con malicia-. ¡Y yo que creía que era Any la única pudorosa!.

Me tomó de una mano, obligándome a ponerme en pie. Luego se arrodilló ante mí, y con dedos rápidos desabrochó mis pantalones, que fueron a parar a mis tobillos. El bañador siguió en segundos el mismo camino. Luego se incorporó y se abrazó a mí, so pretexto de agarrar el polo que vestía por la parte trasera, pegándome los pechos al paso. ¿Qué otra cosa podía hacer?. La sujeté fuertemente por las nalgas, y me comí sus labios llenos, ante la mirada medio divertida medio excitada de su marido y mi compañera.

Me dí la que probablemente ha sido hasta ahora la ducha más rápida de mi vida. Apenas enjabonarme para quitarme la sal y los restos de arena, un aclarado, y ¡fuera!, que estaba deseando unirme a los otros. Pero mientras lo hacía, no dejaba de pensar en la pregunta de Any, que yo no había sabido responder: "¿Qué sucedería esta noche?". O mejor aún, ¿quién dormiría con quién?.

Cuando volví al salón, me quedé en la misma puerta, asombrado. Los otros tres habían aprovechado bien el tiempo en mi ausencia: Any tenía los ojos cerrados y estaba abrazada a Toni, que lamía sus labios e introducía de cuando en cuando la lengua en su boca. Una mano de Toni masajeaba el sexo de Any, que tenía las piernas entreabiertas, absolutamente entregada a sus caricias. Y Asun, sentada al otro lado de Toni, tenía en la boca el pene erecto de su marido.

Fue esta, quizá por ser la menos entretenida, la primera en advertir mi presencia. Me sonrió, y se levantó del asiento, viniendo hacia mí:

  • ¡Menos mal!, creí que no volverías nunca.

Me guiño un ojo:

  • La cosa estaba francamente desequilibrada, dos mujeres para un solo hombre. Y además mi marido no me hace ni caso, que prefiere la novedad.

Agarró desvergonzadamente mi erección con ambas manos. Luego me miró con zalamería:

  • ¿Tú tampoco vas a darme una satisfacción?.

Miré hacia los otros dos. Any había advertido mi presencia, y me miraba con los ojos muy abiertos, algo ruborizada. Pero no hacía aparentemente ningún esfuerzo por deshacerse del abrazo. Y sus muslos seguían separados, facilitando la tarea de Toni, que ahora había introducido un dedo en su vagina, y lo movía lentamente adelante y atrás.

Me encogí de hombros. Y decidí que la pregunta de Any acababa de tener respuesta. De modo que apreté el menudo cuerpo color cacao contra el mío, y lamí su cuello. Las manos de Asun habían empezado a subir y bajar sobre el tronco de mi verga. Luego buscó mi boca con la suya, y me besó apasionadamente. Y me olvidé de todo lo que no fueran los duros pechitos aplastados contra el mío, la sensación de sus pezones erectos cuya rígida rugosidad notaba perfectamente sobre mi piel, el vientre de seda que presionaba mi glande, los preciosos muslos en contacto con los míos, la suavidad de sus nalgas entre mis dedos, y el sabor de su saliva en el interior de mi boca.

Al fondo de la habitación distinguí la salida de Any, tomada de la mano de Toni. Yo conduje a Asun hacia uno de los sofás, y me senté, conduciéndola para que se sentara en mis muslos, muy abierta de piernas. Mi mano encontró sus pliegues completamente mojados, y acaricié suavemente el pequeño botoncito de la cúspide de su sexo, provocando pequeñas contorsiones de sus caderas. La vulva estaba entreabierta por la postura, y su vagina acogió dos de mis dedos, que resbalaron en su interior sin resistencia alguna, debido a su extrema lubricación.

Las manos de ella continuaban sobre mi erección, alternando con suaves masajes en mis testículos de cuando en cuando. Y su boca seguía sobre la mía, pero ahora había urgencia en sus besos, que eran casi como mordiscos de sus gruesos y sensuales labios.

Segundos después se estremecía con un intenso orgasmo, y noté perfectamente su humedad en mis muslos. Y su boca no abandonó ni por un momento la mía, dejándome en los labios el soplo de su alborotada respiración, ni sus manos dejaron de apretar mi verga, aunque ahora estaban inmóviles.

Poco después abrió los ojos, y me sonrió dulcemente:

  • ¡Caramba, que ya lo estaba necesitando!.

Me mordió ligeramente el lóbulo de una oreja:

  • ¿Sabes?, es una tontería, pero casi he sentido celos de Any cuando estabais "liados" en el coche. Me ha excitado muchísimo, y me habría encantado cambiarme con ella.

(Pues aún quedaba noche por delante -pensé-. Y estaba dispuesto a hacerle olvidar los celos con un tratamiento similar).

En ese momento fuimos conscientes de los chillidos descontrolados de Any, incluso a través de la puerta que se suponía cerrada.

  • ¿Siempre es así de ruidosa? -preguntó bajito Asun-.

No respondí. Me levanté del sofá, y tiré de su mano, conduciéndola al dormitorio.

(¿A cual de ellos? -dudé-).

Pero, efectivamente, la puerta de la habitación que habían compartido Asun y Toni estaba cerrada, por lo que no hubo indecisión. Aunque

  • ¿Sabes?. Me habría gustado hacerte el amor a la vista de los otros, como esta tarde -le dije al oído-.

  • Mmmmm -ronroneó-. Al principio estaba muy avergonzada, pero me excitó tremendamente que me follaras delante de ellos.

Asun se tumbó boca arriba en la cama, y me tendió los brazos, invitadora. Me arrodillé con una pierna a cada lado de sus caderas, y me abracé fuertemente a ella, reiniciando nuestra sesión de ardientes besos. Pero le había hecho una promesa

Me incorporé, y me coloqué entre sus muslos. Su vulva relucía, todavía húmeda después de su orgasmo de unos momentos antes. Separé los labios mayores con la palma de las dos manos, y me dediqué a admirar su sexo. Sus labios menores sobresalían ligeramente hinchados, y eran de un color ligeramente oscuro, cercano al de sus aréolas, en contraste con el rosado intenso de su interior. Chocolatito y fresa -recordé-. El clítoris era perfectamente visible, como una pequeña perlita entre los pliegues de la parte superior. Y debajo, la abertura de su vagina ligeramente dilatada por mis dedos unos minutos antes. Me incliné, soplando ligeramente el anillo de carne que daba paso a su interior, lo que provocó un pequeño estremecimiento de su pelvis.

Y luego puse decididamente mi boca sobre su clítoris, abriendo y cerrando mis labios sobre él, y lo contorneé con la punta de la lengua, arrancando los primeros suspiros de Asun. Me dediqué a pasar arriba y abajo la lengua por la ardiente hendidura, llena aún del flujo de su placer anterior. Y luego se la introduje ligeramente, como un pequeño pene que exploró la suavidad del inicio de su conducto del amor.

Su voz sonó entrecortada, pero en tono bajo:

  • Alex, me está viniendo de nuevo

Abandoné por un instante mis caricias, y la miré al rostro, que estaba ligeramente contraído. Sus labios se fruncían un momento para luego abrirse de nuevo, y tenía los ojos cerrados. Me incliné un momento a su oído:

  • Me encantaría que no te contuvieras, como hace unos instantes. Quisiera escuchar el sonido de tu placer.

Tomé ahora con dos dedos su clítoris, desplazando hacia atrás los pliegues que lo ocultaban en parte. Y lamí golosamente la dureza que había entre ellos. La pelvis de Asun comenzó a contraerse espasmódicamente. Sus gemidos comenzaron a ser audibles entre sus labios entreabiertos. Y finalmente, dio rienda suelta al placer de un nuevo orgasmo:

  • ¡¡¡Aleeeex!!!. ¡¡¡Ayyy!!!, ¡¡¡Yaaaaaaa !!!. ¡¡Por favor, sigue, sigue, sigue!!!. Mmmmmm. ¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhh!!!.

Su cuerpo temblaba como una hoja entre mis manos, y sentí en mi boca las contracciones de su clímax. Luego se relajó, respirando ruidosamente:

  • ¡Qué vergüenza, Alex!. Se me ha debido oír en varios kilómetros a la redonda

  • ¿A que te sientes mejor, después de desahogarte?.

Me miró profundamente.

  • Creo que nunca más volveré a contenerme. Es una tontería, pero he sentido un placer mucho más intenso gritando sin control.

Hizo un mohín:

  • ¡Pobrecito!. Yo pensando solamente en mi goce, y me he olvidado de ti. ¡Tienes que estar a punto de reventar!.

(Y lo estaba. La tensión en mis testículos era casi dolorosa, después de la escenita con Any, y lo que le había seguido. Llevaba más de una hora en una erección casi continua).

Asun pasó las dos manos en torno a mi cabeza, atrayéndome hacia su pecho. Pasé los brazos en torno a su espalda, para aliviar el peso sobre su cuerpo, y me tendí entre sus piernas. Comenzó a enredarme el pelo entre los dedos.

  • ¿Crees que podrías conseguir acabar al mismo tiempo que yo?. Me encantaría.

Reí por lo bajo:

  • Tal y como me encuentro ahora mismo, creo que si te penetrara eyacularía incluso antes de terminar de introducirte mi pene.

  • Mmmmm, pues descansa un poco, cielo.

  • Mira, -continuó con voz melosa-, tengo dos pezoncitos que se mueren por sentir tus labios

De modo que tuve que dedicarme a mordisquear sus pezoncitos, que sobresalían de sus oscuras aréolas completamente erectos, lo que arrancó ligeros suspiros satisfechos de Asun. Unos momentos después, me obligó a alzar la cabeza, con las manos en mis mejillas. Me besó en los labios, y luego retiró las manos, para introducirlas entre nuestros dos cuerpos, lo que facilité alzando ligeramente las nalgas. Aferró mi pene, y lo condujo hasta introducirlo unos centímetros en su interior. Una contracción de mis caderas consiguió que se alojara profundamente dentro de ella. Sentí, tal y como le había dicho, que estaba a un paso de eyacular, por lo que me quedé quieto, volviendo a succionar sus duros pechos, alternando con pequeñas lamidas en sus pezones.

Segundos después, fue Asun la que inició una contracción rítmica de sus caderas, que hacían que mi verga se retirara ligeramente, para después entrar de nuevo hasta el final. Sentí que me venía, y me abracé aún más estrechamente a su cuerpo.

  • Si sigues moviéndote así, no voy a durar ni un suspiro -susurré en su oído-.

Me mordió ligeramente la mejilla.

  • Espera, vamos a cambiar de postura.

Me empujó ligeramente, hasta liberar una de sus piernas, y luego se incorporó, pero solo para arrodillarse en la cama, mostrándome sus redondas y firmes nalgas. Y al paso, la oscura rugosidad de su ano, sobre la abertura de su vulva totalmente expuesta entre sus muslos ligeramente separados.

De nuevo mi boca encontró el sabor salobre de su flujo. Mientras lamía su interior, tuve una idea repentina. A Any no le gustaba, pero quizá… Introduje el dedo índice en su vagina, empapándolo de su abundante lubricación. Y luego lo posé tentativamente sobre su apretado ano. Un ligero gemido me indicó que había acertado, por lo que acaricié circularmente el pequeño anillo oscuro, lo que provocó ligeras contracciones de su pelvis.

Volví a posar mi lengua en su vulva, lamiéndola de arriba abajo. Un segundo, o un minuto después, no sé, Asun estaba balanceando las caderas adelante y atrás, y se quejaba con gemidos que no eran de dolor, sino de placer. Y yo sentí que no podía resistir la tensión ni un instante más. La empujé ligeramente, llevándola a su anterior posición tumbada boca arriba, y me arrodillé entre sus piernas. Levanté ligeramente su culito, y ella ayudó abrazándome con sus piernas alrededor de mis caderas, quedando literalmente colgada de mí, con solo su espalda apoyada en la cama. Una contracción, no sé si suya o mía, enterró mi pene profundamente en su vagina, hasta que mis testículos quedaron en contacto con su cuerpo. Any gemía acompasadamente, aferrada a mí con piernas y brazos. Sentí llegar imparable mi eyaculación:

  • Asun, cariño, no puedo evitarlo, yo

  • ¡¡Aleeeeex!!. ¡¡Sigue, por favor, me estoy corriendo!!. ¡¡¡Síiiiii!!!, ¡¡ahhhh, ahhhh, ahhhhhh!!. ¡¡¡¡Ahhhhhhhhhhhh!!!.

Sus gritos me pusieron más allá de toda posibilidad de control, y no intenté contenerme más. Sentí las intensas contracciones de mi pene, que proyectaban mi semen en el interior de la cálida funda de carne que lo abrazaba.

Asun jadeaba después de un orgasmo que aparentemente fue más intenso que el anterior. Estaba esperando que se desmadejara sobre la cama, pero ante mi sorpresa, de repente comenzó a oscilar fuertemente las caderas, y se corrió de nuevo, en otro orgasmo que prácticamente era continuación del que había sentido unos segundos antes. Solo después de que cesaran sus contracciones, descruzó las piernas que apresaban mis caderas, y se tendió absolutamente relajada, intentando controlar sus intensos jadeos.

La besé ligeramente en la comisura de los labios:

  • ¡Vaya!, parece que lo has pasado bien

Me guiñó un ojo, mientras se desperezaba sensualmente debajo de mí.

  • Tengo una amiga que es un poco burra. Dice que no hay nada como cambiar de semental para aumentar las ganas de follar. No lo había experimentado hasta hoy, pero tiene toda la razón

(Bueno, aquello era aplicable a los dos sexos. Llevaba ya dos polvos aquel día, y aún no se había apagado del todo mi deseo. No de inmediato, que mi pene estaba poniéndose fláccido a marchas forzadas, pero quizá, después de un rato de descanso…).

Me tendí de costado, para liberar a la chica de mi peso. Ella se pegó a mi cuerpo aún más, si eso era posible:

  • ¿Sabes?. Aún tengo más ganas

  • Yo estaba pensando exactamente lo mismo.

Una de sus manos jugueteó un momento con mi pene.

  • Pues creo que tendremos que esperar aún un poco

Se incorporó sobre un codo.

  • Oye, ¿cómo sabías que me vuelve loca…?. ¿O es que a Any también le gusta?.

Yo no sabía a qué se refería.

  • Bueno, es que cuando empezaste a acariciar mi… ya sabes, la puertecita de atrás, pensé que o bien Any tiene mi misma afición, o quizá que Toni y tú os habíais asesorado mutuamente.

Me eché a reir.

  • No, cariño, fue como una inspiración momentánea, pero ahora que lo sé

Me mordió juguetonamente la barbilla.

  • Te diré que haremos: primero, una sesión de besitos. Luego, podrías dedicarte otra vez a mis pezoncitos, mientras vuelves con tu dedito a tocar… ya sabes qué, y no me importaría que esta vez entrara, sólo un poquito. Si para entonces tu "soldadito" no está en posición de firmes, te ayudaré con un trabajito con la boca, que por cierto, aún no he tenido ocasión de hacerte, y me apetece un montón. Y después, me la metes de nuevo bien, bien dentro. Me encanta sentirme llena

Pero no hubo caso. En un descanso de la "sesión de besitos", oí su respiración acompasada. ¡Se había quedado dormida!.

A.V. Octubre de 2003.

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