Los crímenes de Laura: Una jornada inútil

Pero ahora ya estaba segura de que había algo más, algo que el juez le había ocultado, y algo que el fiscal había intentado comunicarles pese a lo avanzado del estado de su enfermedad mental.

Los crímenes de Laura:

Una jornada inútil

Nivel de violencia: Bajo

Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explícita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto, todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia que contienen:

-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.

-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.

-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explícita, sólo apto para gente con buen estómago.

La luz del primer rayo de sol del amanecer golpeó, a traición, el rostro dormido de Laura, que parpadeó mientras se cubría los ojos con el brazo. Le dolía la cabeza, le dolía el cuello y la espalda. Le dolía todo. Mientras intentaba retener la consciencia recién adquirida, observó que no estaba tumbada. Eso descartaba, seguramente, una habitación de hotel. Con los ojos entornados, abriéndolos tan sólo lo indispensable, y a cubierto del sol bajo su antebrazo, inspeccionó a su alrededor.

El coche. Eso explicaba el dolor de espalda. Estaba durmiendo sentada en el maldito coche. Una rápida recapitulación de los acontecimientos de la noche anterior le confirmó que, efectivamente, tras un buen número de copas, y algo de sexo sucio, en un baño sucio, de un garito sucio, había decidido retirarse a descansar. Y dado que no le apetecía dormir en su solitaria habitación, se había quedado a pasar las pocas horas que la separaban del alba en el coche, que había aparcado justo bajo su casa.

Laura se apeó del vehículo bostezando y sacudió ligeramente la dolorida cabeza. Dejando atrás el sedán negro, entró en el edificio de apartamentos y subió en ascensor hasta su casa. La primera parada, como de costumbre, fue en la botella de ginebra semivacía, desenroscó el tapón y le dio un buen trago, que le recorrió el cuerpo de garganta para abajo. Tras el segundo trago de ginebra, y sintiéndose un poco mejor, empezó a desvestirse, tirando la ropa de cualquier forma por el salón. Cuando llegó al cuarto de baño ya no llevaba prenda alguna que cubriera su desnudez. Abrió el grifo de la ducha mientras rebuscaba la caja de aspirinas en el botiquín. Después de enjabonarse y lavarse de arriba abajo, dejó que el agua caliente limpiara también su alma durante varios minutos, simplemente manteniéndose en pie bajo el torrencial caudal.  Al salir, mientras se enrollaba con la toalla, se sintió razonablemente mejor.

Pocos minutos después, con un cigarrillo arrugado entre los labios y con unas gafas de sol encontradas por casualidad en un cajón, bajaba de nuevo hasta la calle, y se reencontraba con el coche que le había servido de colchón. El motor ronroneó mientras conducía a gran velocidad por las avenidas en dirección a la comisaría, sin tener, esta vez, que valerse de las luces camufladas en el salpicadero para llegar a tiempo.

Detuvo el vehículo frente a la central de la UDEV, y cruzó la calle hasta el bar de enfrente, como casi todas las mañanas. Cuando entró en el local, buscó con la mirada al subinspector García mientras se acercaba a la barra. Su compañero estaba sentado en una mesa con un par de agentes, pero cuando la vio, se despidió de ellos y se aproximó. Mientras tanto, el camarero le sirvió su habitual desayuno, café solo y chupito, sin necesidad de decirle nada.

-Buenos días –saludó él.

-¿Qué me puedes contar de la chica?

-Joder, no te andas con rodeos… Pues de momento poca cosa. Se llama Noa, Noa Naranjo. Es profesora de ciencias…

-Sí, sí. En la universidad, eso ya me lo dijiste anoche –le cortó Laura bruscamente-. ¿Algo más?

-¡La puta! Mala noche ¿eh?

-Como de costumbre…

-A ver, denunció la desaparición una amiga suya. No le habrían dado mayor importancia, de no ser porque di aviso a todas las comisarías de la ciudad del perfil de mujer que tenemos en el depósito. En cuanto vieron que la desaparecida encajaba, me avisaron. Por cierto, ¿has visto esto? –El subinspector señaló la prensa del día sobre la barra del bar.

-El asesino de la maleta –leyó Laura en voz alta el gran titular -. ¿Cómo se han enterado?

-Joder, pues como siempre, supongo… De todas formas no dice más que tonterías.

-Me decías de la chica… -insistió Laura.

-Sí, sí, claro… Pues al parecer estuvo con una amiga en una discoteca, y según cuenta, debió de tener mucha suerte, pues ligó con una pelirroja despampanante.

-¿Nuestra pelirroja? ¿La del video de seguridad de casa del juez Alonso?

-Justo ésa –corroboró Germán-. Fui a hablar con la amiga de la chica, te llamé varias veces para que vinieras conmigo, pero como estabas ocupada… ¿Qué averiguaste tú en el archivo del juzgado?

-Pues robé el informe de un caso…

-¡¿Que hiciste qué?! ¡Me cago en la puta! Laura, por dios, estás mal de la cabeza.

-Lo devolveré, no te preocupes. Pero ya tengo al juez Alonso pillado.

-¡La madre que te parió! Vámonos a la comisaría, no creo que éste sea el sitio más adecuado para hablar de documentos robados –dijo el subinspector bajando la voz y mirando a su alrededor con desconfianza-. Estás como una puta cabra.

Salieron juntos del local y cruzaron en silencio la calle que les separaba de la comisaría. Atravesaron rápidamente y sin mirar a nadie la gran sala repleta de mesas, que ya comenzaba a mostrar trajín, y entraron en una pequeña sala de interrogatorios, procurándose mayor intimidad. La habitación era pequeña, gris, fría y sucia. Un par de solitarias sillas y una mesa era todo el mobiliario que contenía. Laura se sentó y aguantó impasible la mirada de su compañero hasta que finalmente éste se decidió a continuar con la conversación.

-A ver, cuéntame de qué coño va el informe que has robado. Y más vale que merezca la pena, joder.

-Está fechado en diciembre del noventa y nueve. Y en él tenemos a nuestro juez estrella y al fiscal Perea –contestó Laura sin inmutarse.

-Joder, ¿y qué?

-Pues que es muy extraño todo. El caso no pertenece a este distrito judicial, se traslada desde otro… ¿Sabes cuál?

-Sorpréndeme.

-El mismo distrito en el que trabajaban ambos antes de ser transferidos aquí.

-¿Eso es todo?

-No, espera. Las circunstancias del caso son de lo más interesantes. Una chica joven aparece degollada en su cama, y al parecer, mantenía una aventura con el cura del pueblo, que ese mismo día se suicida de forma misteriosa.

-¿Era la chica pelirroja?

-No… Pero hay más, déjame terminar. Según esto, el cura se suicida dentro de la iglesia, en el confesionario, de un tiro en el pecho… y otro en la sien… Y no hay nada más. Ninguna referencia a testigos, pruebas, informes policiales… Sólo el atestado del juez Alonso, el visto bueno del fiscal Perea y un nuevo nombre, el de un teniente de la Guardia Civil…

-No, no, no, no… ¡No me toques los cojones! Por ahí sí que no vamos a pasar. Ya le estás buscando las cosquillas al juez Alonso, pero no voy a permitirte que nos busques líos con la Guardia Civil.

-Escúchame, Germán, todo esto es muy raro. El juez me envió todos sus informes, aunque casualmente este se le traspapeló. Hay una clara relación entre los asesinatos de las jóvenes que estamos investigando y la muerte de esta chica hace trece años. Además, la forma de llevar esta investigación, este juicio, sin incluir nada de nada… Parece como si intentaran tapar algo…

-No sé, Laura. ¡Me cago en...!

-Germán, es evidente.

-Por el amor de Dios... Aunque fuera verdad lo que dices… Es totalmente circunstancial. No podemos probar nada. Ni siquiera deberías tener este documento en tu poder. ¿Cómo lo robaste, por cierto?

-Un funcionario del juzgado me debía un favor.

-Pues devuélvelo inmediatamente. ¡La hostia! Sólo nos falta que te pillen con eso…

-Haré una copia y lo devolveré hoy mismo.

-Pero haz la fotocopia tú misma. Que nadie vea qué es lo que haces…

-¿Y cómo te fue a ti con la chica?

-Ah, sí, la chica… Pues fui a hablar con la amiga, Olga, la que puso la denuncia. Me dijo que salieron por la noche, que Noa, nuestra víctima, se fue con la pelirroja, y que ya no fue capaz de localizarla. No cogía sus llamadas, y al parecer no regresó a su casa por la mañana ni se presentó en el trabajo. Se preocupó y puso la denuncia en la comisaría del segundo distrito. Ellos se pusieron en contacto conmigo enseguida, afortunadamente, y me fui para allá. No pudo decirme mucho más, pero sí fue capaz de identificar el cadáver de su amiga. Pobre chica…. Y reconoció a la mujer del video de seguridad de Alonso como el ligue con el que se había marchado de la discoteca.

-¿Y qué hacemos ahora? –preguntó Laura.

-Voy… voy a intentar mover unos cuantos hilos. Tengo un par de buenos amigos en los mandos de la Guardia Civil. Intentaré que nos permitan hablar con… ¿cómo se llama el agente?

-Aquí firma como teniente.  Xavier Xacón.

-Lo intentaré, pero no prometo nada. Tú, mientras tanto, devuelve ese jodido archivo. Y después podrías acércate a la universidad. Intenta averiguar si alguien ha visto por allí a nuestra asesina. Es poca cosa, pero por algún lado tenemos que continuar.

-Ese hijo de puta de Alonso está metido hasta las cejas. Germán, tenemos que hablar con el teniente –dijo Laura antes de salir de la sala de juntas-. No me falles.

-Me cago en la puta, Laura, esto nos traerá problemas, te lo digo yo.

El documento no era excesivamente extenso, de hecho, y dado que no contenía referencias a interrogatorios, pruebas o investigación alguna, sino que se limitaba a una sentencia de archivo de la causa, basada en nada, fue sencillo hacer la copia sin despertar la atención de nadie. Laura estaba convencida de que aquello implicaba al juez Alonso, pero el subinspector tenía razón, simplemente con los papeles robados no podría conseguir mucho, tal vez, y con suerte, se le podría atribuir cierta prevaricación, pero con el visto bueno del fiscal Perea y del teniente Xacón, el caso estaría cogido por los pelos. La única esperanza residía en aquel nuevo implicado, y realmente no confiaba mucho en aquella línea de investigación. Pero ahora ya estaba segura de que había algo más, algo que el juez le había ocultado, y algo que el fiscal había intentado comunicarles pese a lo avanzado del estado de su enfermedad mental.

Cuando tuvo la copia del dossier en su poder, metió el original en un sobre y lo envió a los juzgados, a la atención de Ulises Ugarte, el funcionario de la fiscalía. Él se encargaría, por la cuenta que le traía, de dejarlo en el lugar correspondiente. Cuando estaba a punto de abandonar las dependencias de la UDEV, la voz del subinspector García la obligó a detenerse.

-Espera, Laura, vuelve un minuto.

-¿Qué quieres ahora? –preguntó acercándose a su compañero, que la esperaba junto a su mesa de oficina.

-Quiero que te lleves ayuda. –Laura frunció el ceño ante aquella revelación-. ¡Joder! El campus es muy grande y hay que interrogar a mucha gente. Ya he pedido un grupo de apoyo, tú estarás al mando. Te estarán esperando al pie del edificio principal. He hablado con el rector y nos ha concedido acceso absoluto a todo el recinto, así que no tendrás problemas.

Laura no pareció muy conforme con la idea de trabajar con un equipo de agentes uniformados, pero el tiempo era crucial si pretendían evitar más muertes, y ella sola no podía cubrir toda la zona universitaria, así que, aunque puso cara de pocos amigos, aceptó con un gruñido.

El veloz sedan negro serpenteó entre el tráfico emitiendo destellos azulados desde las luces camufladas  en el salpicadero, mientras Laura lo conducía hacia las afueras, donde estaban ubicados los edificios de la universidad. Una oleada de nostalgia la invadió conforme recorría el camino de entrada al campus, recordando todas las veces que había compartido aquel trayecto con su amado, cuando ambos aún eran estudiantes.

Laura dejó atrás la ancha avenida que comunicaba el recinto universitario con el resto del mundo y condujo por la zona de acceso para vehículos oficiales, siguiendo el estrecho carril pintado sobre la acera, mientras algunos estudiantes observaban con curiosidad. A lo lejos, frente al edificio de mayor tamaño, donde se encontraba la sede del rectorado, se divisaban las luces de un buen número de coches de policía.

Laura paró el motor y apagó el cigarrillo en el cenicero del vehículo antes de apearse. Un nutrido grupo de agentes uniformados, algunos de ellos mucho más jóvenes que ella, conversaban animadamente junto a los coches patrulla. Cuando la vieron salir del coche, las conversaciones fueron bajando de tono y muriendo en los labios de los policías. Laura ni siquiera se dignó a mirar a los agentes, que se apartaron para dejarla pasar cuando se acercó. Se dirigió inmediatamente hacia el hombre de avanzada edad, vestido con un elegante traje claro que destacaba entre los uniformes.

-Usted debe ser el rector…

-Al rector le ha sido impossible modificar su aghenda para esstar aquí –dijo el hombre con un marcado acento árabe-. Mi nombre ess Yasser Yazzagua, soy el decano de la facultad de física y ciencias esactas.

-¿El rector no ha podido modificar su agenda? –preguntó Laura molesta.

-Ess un hombre muy ocupado, me temo, y ahora mismo no se encuentra en el país, aunque le garantisso que está tremendamente afectado por la muerte de la professora Naranjo. Era una joven realmente prometedora. Pero no debe preocupar, tienen acceso libre a todo la facultad.

-De acuerdo –dijo Laura, y acto seguido se volvió hacia los agentes-: Tenéis la foto de la sospechosa que buscamos.

-Sí, detective –contestó uno de los agentes más veteranos-. El subinspector García nos la facilitó al enviarnos aquí.

-Muy bien. Quiero que peinéis todo el campus. Enseñad la foto a todos los alumnos y profesores. Es todo lo que tenemos para encontrar a la asesina. Si ha estado aquí, alguien tiene que haberla visto. Vamos, ¿a qué estáis esperando?

Los agentes se dispersaron por la zona con la foto de la joven sospechosa, mientras Laura devolvía su atención al decano.

-¿Qué puede decirme de la profesora Naranjo?

-Siento no poder sserle de mucha aiuda. Io apenas la conocía, como comprenderá, dirijho una facultad con miless de alumnos y sientos de professores. No tengo contacto directo con la maioría. Pero ssí puedo decir que era una invesstigadora briyante, y que teniendo en cuenta ssu edad, habría iegado lejos en el campo de la físsica aplicada. Además, y a judgar por los resultados de sus alumnos, era una exselente dosente.

-Necesitaré ver su despacho y tener acceso a todos sus alumnos, en particular a los últimos que la vieron con vida.

-No habrá problema. Pero como comprenderá, no queremoss alarmar a alumnoss. La notisia aún no sse ha hecho pública… Le rogaría que no esplicaran motivo de lass preguntass. Se enterarán tarde o temprano, pero no assí.

-¿El despacho? –preguntó Laura cansada de la palabrería que no le aportaba nada.

-Terser edifisio. Pregunte en resepción, ellos le acompañan.

Laura encendió un cigarrillo y recorrió el exterior del campus, cruzándose con algunos de los agentes que rondaban interrogando a los alumnos. Ninguno de ellos parecía haber encontrado nada, por lo que los ignoró por completo mientras se acercaba al tercer edificio. Cuando llegó, apuro las últimas caladas del pitillo y entró. Se identificó, mostrando la placa, ante un joven que estaba sentado tras un mostrador de recepción. El muchacho debía estar al corriente de su llegada, pues no puso pega alguna en acompañarla al despacho de la Profesora Naranjo.

Durante el trayecto, Laura interrogó al recepcionista, aunque no obtuvo demasiada información provechosa. El despacho de la joven víctima, según su guía, era compartido con otros dos miembros del departamento de física aplicada, y además, casi cualquier miembro del personal de limpieza y mantenimiento tenía llaves. Laura mostró la foto de la sospechosa al joven, antes de que se marchara y la dejara sola, pero este aseguró no haberla visto nunca.

Durante aproximadamente media hora registró el despacho de Noa Naranjo sin ningún resultado. Papeles, papeles y más papeles que no le decían nada. Resultados de exámenes, publicaciones científicas incomprensibles, libretas llenas de fórmulas matemáticas imposibles… Aunque nada remotamente útil.

Cuando se cansó de perder el tiempo en aquel despacho, bajó de nuevo hasta la recepción y preguntó al joven empleado la forma en la que podría contactar con el jefe de departamento en el que Noa Naranjo había trabajado. No tardaron demasiado en localizar al hombre, y Laura pudo mantener una conversación totalmente inútil con él. Estaba empezando a perder la paciencia, aquello era dar palos de ciego, y era evidente que no sacaría nada en claro.

Cansada de perder el tiempo, Laura abandonó el edificio de oficinas y se dirigió al aulario. Buscó el aula donde, según el horario, debería haber estado Noa dando clases, de haber podido. Cuando llegó, encontró un agente uniformado en la puerta, que había tenido la misma idea que ella, y se había dedicado a enseñar la foto de la sospechosa a los alumnos de la joven víctima. Nada en absoluto.

Durante un par de horas se dedicó a peinar el campus, como si fuera un agente más, intentando encontrar a alguien que hubiera visto a la mujer de la foto. Pero desde el principio fue consciente de que si nadie la había identificado durante la primera hora, ya nadie lo haría. De pronto se dio cuenta de dónde estaba. Su errático caminar, de grupo en grupo de alumnos, no había sido en absoluto aleatorio. Su subconsciente le había jugado una mala pasada, y la había conducido hasta las inmediaciones de la facultad de derecho, donde no hacía tantos años, ella misma había estudiado criminalística.

Dejándose llevar por la nostalgia, entró en el edificio en el que tanto tiempo había compartido con Fernando, acompañándolo en la persecución de su sueño de convertirse en agente de la ley, y finalmente alcanzándolo con él. Todo estaba tal y como lo recordaba, parecía como si el tiempo se hubiera detenido en aquellas salas que recorrió ensimismada. Se detuvo junto al aula en la que habían realizado su último examen antes de licenciarse, se asomó a la gran sala de actos en la que ambos habían recibido sus títulos y deambuló por los pasillos. Finalmente, y sin saber bien cómo, llegó a la cafetería de la facultad.

Estaba siendo una jornada inútil, así que decidió tomarse un descanso. Pidió un café solo, sin chupito de ginebra, y se sentó en una de las mesas más aparatadas. Su mente vagó libremente por los recuerdos del amor que jamás recuperaría, extrañando la sencillez del café en compañía que tan insignificante le había parecido en aquel momento. Sin embargo ahora, ¡cuánto lo echaba de menos! Eran los pequeños momentos los que más añoraba, regresar a casa tras un duro día y darse cuenta de que él no estaba, abrir los ojos por la mañana y no encontrarlo allí, o sentarse a tomar un café sin nadie a su lado.

Sintió la humedad inundando sus ojos, y cómo la opresión en el pecho amenazaba con hacerla derrumbarse. Se levantó bruscamente, dejando el café prácticamente intacto y corrió en busca de un refugio seguro. Encontró un aseo de profesores y entró sin pensárselo dos veces. Tras comprobar que no hubiera nadie allí, atrancó la puerta desde dentro y se sentó en el suelo. Encendió un cigarrillo y aspiró con calma, procurando relajarse, pero no conseguía concentrarse.

Aquel cuarto de baño le trajo repentinamente un recuerdo a la mente que creía olvidado. En una ocasión, hacía ya mucho tiempo, habían estado estudiando en la cafetería cercana. El estudio había sido poco fructífero, porque habían pasado la mayor parte del tiempo haciendo el tonto. Él se acercaba y le mordía la oreja, ella le acariciaba la pierna por debajo de la mesa, una mirada cómplice, un mordisco en el labio, un lametón en el pulgar… Laura sonrió con el recuerdo de aquel día, en el que sin decirse nada habían comprendido lo que ambos necesitaban, y dejando libros y libretas abandonados en la mesa, habían ido en busca de un lugar algo más íntimo, encontrando, como acababa de hacer ella, el aseo de profesores cercano a la cantina.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por las mejillas de Laura, pero ella sonreía, centrando su recuerdo en aquella mágica y lejana mañana de primavera en la que habían cedido a la pasión. Mientras el cigarrillo se consumía entre sus labios, sus manos se dirigieron, de forma casi automática, a los botones de la camisa, y comenzó a desabrocharlos lentamente, sintiendo en su interior que no era ella la que lo hacía, sino él, que había regresado para acompañarla por un momento.

Con los ojos cerrados, sin secarse las lágrimas que bañaban su rostro, se acarició los pechos por bajo del sujetador, sintiendo como el vello de la nuca se le erizaba, tanto por el presente como por el pasado. En aquel momento ya no se sentía sola, notaba la presencia de su amado en aquel pequeño refugio. Necesitaba desahogarse, necesitaba compartir lo que sentía con el hombre que no estaba allí, pero que de alguna forma nunca se había ido.

Aspiró una bocanada del cigarro, con la respiración pausada, y deslizó su mano derecha hasta la entrepierna, desabrochando el botón de los pantalones, retirándolos lo suficiente como para dejar a la vista las finas braguitas. No fue sólo su mano la que acarició su monte de Venus por encima de la tela, no fue sólo su mano la que se metió bajo la ropa interior, allí estaba él, a su vera, susurrándole amor eterno al oído.

Los recuerdos del pasado se arremolinaban en torno a ella, mezclando realidad y sueño. Él la había besado en los labios con ternura, mientras ella apoyaba su espalda contra la misma pared en la que ahora se recostaba. Se mordió el labio mientras suspiraba, deseando que aquellos dientes no fueran suyos, si no prestados. Subió la mano hasta la cara, acariciándose con ella los pómulos mojados, bañándola en lágrimas de amor, y volvió a deslizarla por su torso hasta la zona baja de su vientre. Con delicadeza, sintiendo el contacto de él sobre su piel, introdujo la mano bajo la braga y sintió la humedad que comenzaba a formarse entre sus piernas. Con la mano libre lanzó el cigarro al retrete, que se apagó con un chasquido humeante.

Él la había desvestido, recordó, con pasión, sin preocuparse por nada más que verla desnuda, dejando que su ropa cayera sobre el mármol del lavabo, mojándole la tela de la camiseta. Sonrió de nuevo, suspirando, envuelta por aquello que fue y nunca volvería. Con los dedos acarició la zona del clítoris, recreándose en el momento mientras su mente regresaba una y otra vez a otro tiempo. Un calor reconfortante le recorría el cuerpo mientras se dejaba circundar por el pasado. Mantenía el dedo índice jugando con el botón placentero al tiempo que con el resto de la mano acariciaba los labios vaginales, abriéndolos con dulzura, e introduciéndose entre ellos.

Fernando la había inmovilizado contra la pared, cogiéndola por las manos, y tras besarla, todo lengua y labios, le había jurado, mentido, amor eterno. El recuerdo de aquella promesa enfureció a Laura, que volvía a llorar desconsolada, mientras se acariciaba la entrepierna. Le amaba, pero a la vez le odiaba, le detestaba por haberla abandonado, por haberse marchado sin ella, dejándola sola, por haberle asegurado que siempre estaría a su lado.

Después se había desnudado, haciéndole subir la pierna hasta el lavabo, y allí de pie, la había penetrado. Dejándose guiar por el recuerdo, introdujo los dedos en su interior, arqueando el cuerpo. Tal y como él la había penetrado hacía tantos años, ahora hacía ella, intentando mantener el ritmo de su mano y de sus pensamientos. El sudor se mezclaba con las lágrimas, que empapaban su cara mientras jadeaba desconsolada. Con el pulgar mantenía el clítoris ocupado mientras introducía el resto de los dedos entre los labios internos.

Él estaba allí con ella en el pasado, aunque su presencia se extendía a través de todo su cuerpo hasta el presente. Laura aceleró el ritmo de la mano, al igual que Fernando se había desbocado. Aquél era un momento robado al mismo tiempo, una conexión que se extendía más allá de la propia muerte, el amor y el deseo se ligaban al recuerdo para traerle de vuelta al hombre que la había traicionado, dejándola abandonada.

Sintió el orgasmo ascender desde una época remota, arqueándose entre espasmos, gimiendo descontrolada, enredando los gritos de otro tiempo con los jadeos del momento. Los flujos vaginales le empaparon la mano mientras el vaivén era cada vez más acelerado. Entre lágrimas y recuerdos, pasión y tristeza, se corrió, recordando lo que había perdido, lo que anhelaba.

Se levantó como pudo, acalorada y conmocionada. Dolida por su ausencia, pero relajada tras el orgasmo compartido con su amado a través de la distancia. Se acercó al lavabo, todavía con la camisa abierta, el pantalón desabrochado, medio caído, y la ropa interior empapada. Se lavó las manos, y después hizo lo mismo con la cara, intentando disimular en vano el enrojecimiento de sus ojos. Esperó durante unos instantes hasta que se normalizó su respiración acelerada mientras se recolocaba la ropa. Estaba cansada y harta de perder el tiempo en aquella inspección universitaria, de la que estaba claro, que no obtendría nada.

Cuando se sintió totalmente recompuesta, salió de su escondrijo y caminó hasta su coche. Marcó en su teléfono el número de la central, y cuando contactó, solicitó que se trasmitieran sus órdenes al resto de agentes que patrullaban el campus. Esperó durante unos minutos a que todos regresaran a la zona donde aún permanecían estacionados los vehículos. Ninguno había averiguado nada. Les dijo que tanto daba, que el que quisiera se marchara, que ella también se iba. Si no habían conseguido nada en toda la mañana, lo más probable es que aquello fuera una pista falsa.

Antes de regresar a la comisaría, paró en un bar y encargó un bocadillo que fue mordisqueando el resto del camino. Realmente no tenía apetito, así que cuando llegó a la central de la UDEV se había comido menos de la mitad.

El subinspector García estaba sentado tras su mesa, con cara de agotamiento. Laura le contó la infructuosa búsqueda por el campus universitario, y él le recriminó los favores que había tenido que pedir a sus amigos de la Guardia Civil para conseguir una entrevista con el teniente Xacón.

-¿Has conseguido que nos permitan interrogarle? –preguntó.

-Más o menos. Debemos tener cuidado, tacto. ¿Sabes lo que eso significa? Joder, no quiero que tengamos un enfrentamiento entre los dos cuerpos…

-Pues vámonos, venga.

-No, Laura, hoy no puede ser.

-¿Cómo que no puede ser?

-Me cago en la puta, he hablado con el teniente Xacón. No tienen ningún inconveniente en atendernos, pero tendrá que ser mañana por la mañana a primera hora. Iremos a su domicilio.

-¿Desde cuándo los sospechosos imponen los horarios de interrogatorio? –rugió Laura, indignada.

-¡Me cago en todo! No es un sospechoso. Es un posible testigo, y ni siquiera sabemos si sabe algo. Mañana iremos, Laura, mañana.

-Puede que mañana sea demasiado tarde –dijo lacónicamente.

Pasó el resto de la tarde intentando recomponer el rompecabezas al que se enfrentaba. No tenía pruebas, no tenía pistas, tan sólo dos jóvenes asesinadas, una furgoneta en paradero desconocido, la foto de una joven pelirroja sospechosa y una idea clara: el juez Alonso implicado hasta las trancas. Cuando se cansó de darle vueltas a la nada, se fue al gimnasio del edificio, en el que los agentes se entrenaban, y tras ponerse los guantes, se dedicó a descargar su frustración contra el saco de boxeo. No tenía nada, y no hacía más que repetirse la última frase que le había dicho a García:

“Puede que mañana sea demasiado tarde.”