Los crímenes de Laura: Un hombre malvado.
-Ningún dios va a ayudarte dijo el hombre malvado-. Créeme, yo ya lo he intentado, y nadie escucha las súplicas.
Los crímenes de Laura:
Un hombre malvado.
Nivel de violencia: Extremo
Aviso a navegantes: La serie “Los crímenes de Laura” contiene algunos fragmentos con mucha violencia explicita. Estos relatos conforman una historia muy oscura y puede resultar desagradable a los lectores. Por lo tanto todos los relatos llevarán un aviso con el nivel de violencia:
-Nivel de violencia bajo: El relato no contiene más violencia de la que puede ser normal en un relato cualquiera.
-Nivel de violencia moderado: El relato es duro y puede ser desagradable para gente sensible.
-Nivel de violencia extremo: El relato contiene gran cantidad de violencia explicita, sólo apto para gente con buen estomago.
Bianca abrió los ojos y parpadeó varias veces hasta que sus ojos se acostumbraron a la poca luz penumbrosa que la deslumbraba. Le dolía la cabeza, tenía el cuerpo en una posición incomoda y notaba la boca pastosa. Intentó mover sus entumecidas extremidades y se sorprendió al descubrir que no estaba en su cama, si no sobre una superficie dura y fría. Pensó que se habría caído durante la noche y que debía estar sobre el suelo de su habitación. Pero eso no explicaba la desagradable sensación que sentía en todo el cuerpo. Recordó aquella noche, hacía muchos años, en las fiestas de su pueblo, en la que, habiendo una apuesta de por medio, había acabado con el contenido de una botella de tequila. Le vino a la mente la mañana siguiente a aquella hazaña. Pues en aquel momento se sentía de forma similar. Pero peor.
Intentó enfocar la mirada, pero no era capaz de identificar nada de lo que la rodeaba. Despacio, con cuidado, apoyándose con ambas manos, se incorporó para escrutar a su alrededor. Lo que vio la dejó momentáneamente noqueada. Desde luego, aquella no era su habitación. Entrecerrando los ojos para protegerse de la escasa luz que se filtraba por una pequeña trampilla y que le quemaba las retinas, fue capaz de deducir que se hallaba en un sótano polvoriento, con cajas apiladas entre sinfín de muebles viejos. También pudo ver que ella se encontraba sobre una mesa en una zona que parecía haber sido despejada por el método de amontonar todo lo que antes allí había en un rincón.
De pronto un ruido, un vuelco al corazón. Una puerta que chirría al abrirse, un pánico descontrolado que sube por la espalda. Unos pasos que bajan escaleras, una mujer aterrorizada que se tumba sobre la mesa, que cierra los ojos con fuerza, deseando, paradójicamente, despertar.
Tumbada de nuevo sobre la fría superficie, Bianca escuchó como aquellos pasos misteriosos acababan con los escalones y se acercaban a ella. Sintió como unas manos delicadas le acariciaban el rostro con ternura, pero no se atrevió a abrir los ojos.
-Veo que aún no has despertado –habló una mujer de voz dulce-. Siento de veras todo esto que va a pasarte, desearía que no tuvieras que sufrirlo, pero no puedo hacer nada por ti, tu destino está escrito para ser leído. O lo estará muy pronto.
Bianca no entendió aquellas proféticas palabras, pero pensó que tal vez podría encontrar ayuda en la mujer de voz triste. Lo último que recordaba era estar a salvo, enredada entre las sábanas de su cama, necesitaba algún tipo de respuesta, y quizás podría conseguirlas de aquella mujer. Incluso podría intentar escapar, era una mujer fuerte, atlética, deportista, debía aprovechar cualquier oportunidad para huir. Al abrir nuevamente los ojos se sorprendió al ver su propia imagen devolviéndole la mirada desde un espejo.
-Hola cariño, por fin has despertado –habló el reflejo-. ¿Quieres un poco de agua?
-¿Quién eres? ¿Qué me has hecho? –Preguntó Bianca a la mujer que se parecía a ella y que había confundido con su reflejo. Alargó la mano, desorientada, con la intención de acariciar aquella melena color fuego que tanto se parecía a la suya.
-Soy Carolina, y soy tu amiga. Toma bebe –dijo tendiéndole un vaso medio lleno-. Tienes que portarte bien, no le hagas enfadar, si le haces enfadar lo pagaremos las dos.
-¿Pero quién? ¿Por qué? ¿Qué está pasando? – Bianca estaba desconcertada. Cogió el vaso de agua y se lo bebió de un solo trago-. ¿Por qué te pareces tanto a mí?
-Él me quiere así, y a ti te ha elegido porque también te pareces a ella. Os lleva mucho tiempo vigilando, a ti y a las otras –dijo Carolina tristemente-. No es tú culpa, no podías hacer nada, él te ha elegido y ahora que se siente libre va a vengarse.
-Ayúdame –suplico Bianca-. Ayúdame a salir de aquí.
-No puedo, querida, debo cumplir sus ordenes, le pertenezco. Y si te ayudo a escapar me matará.
-Pues escapa conmigo – Bianca no entendía nada, pero estaba dispuesta a jugar sus cartas hasta el último intento.
-No puedo, de verdad, ya te he dicho que le pertenezco, soy suya.
-No, no, no le perteneces, no perteneces a nadie más que a ti misma – Bianca intentaba comprender lo que aquella mujer le decía sin conseguirlo.
-No es su culpa, es un buen hombre, pero sufre mucho, sufre mucho…
-¡Ayúdame! ¡Por favor!
-Prométeme que te portaras bien. Si te portas bien tal vez cambie de idea, si te portas bien tal vez no te mate.
Aquella última frase fue demasiado para Bianca. Debía escapar, y debía hacerlo antes de que volviera el hombre misterioso al que Carolina pertenecía. Con un esfuerzo sobrehumano ignoró sus síntomas físicos y se levantó de un salto. El repentino movimiento alertó a todas sus terminaciones nerviosas que se pusieron a gritar de dolor al unísono. Bianca hizo caso omiso a lo que su cuerpo le decía, consciente de que si se derrumbaba perdería toda oportunidad de escapar. Elevó la pierna todo lo que fue capaz y con un movimiento certero, practicado cientos de veces en el gimnasio, pateó a Carolina en el pecho haciéndola retroceder y caer sobre una pila de cajas.
Con su carcelera fuera de combate, Bianca pensó que ya tenía parte del trabajo hecho. Miró a su alrededor hasta que descubrió las destartaladas escaleras por las que debía haber bajado Carolina y corrió hacia ellas como si la vida le fuera en ello, algo que, de hecho, era bastante acertado. Cuando llegó al pie de la escala subió saltando los peldaños de dos en dos, de forma bastante ruidosa, hasta llegar a la puerta que separaba el último escalón de su libertad, o eso pensaba. Aunque no tuvo tiempo de comprobarlo. Cuando posó su mano sobre el picaporte con la intención de hacerlo girar, la puerta entera se separó de ella, abriéndose desde el otro lado, y mostrando en el umbral a un hombre realmente cabreado.
El hombre que la miraba era bastante atractivo, era alto y musculoso. Bianca pensó, contra todo pronóstico, y tal vez debido a la conmoción, que aquel hombre vendría a ayudarla, a rescatarla, a sacarla de allí. Pero obviamente se equivocaba. El hombre la miró con furia, y aplicando una fuerza considerablemente mayor de la necesaria, la empujó. Bianca calló de espaldas por las escaleras, rebotando escalón tras escalón hasta que el suelo del sótano salió a su encuentro. En ese momento, tendida sobre el frío piso y casi sin conciencia, todos sus puntos de dolor, que llevaban protestando durante todo el periplo sin ser escuchados, se tomaron la revancha, celebrando una fiesta a la que Bianca no fue invitada.
La mujer intentó levantarse pero no pudo. Sus piernas no respondían, sus brazos no hacían nada por ayudarla y su cabeza, que sólo hacia que dar vueltas, no colaboraba. Lo único que pudo hacer fue llorar desconsolada mientras escuchaba pasos que se le acercaban desde dos direcciones distintas, unos bajando las escaleras, los del hombre, supuso, y otros a su espalda, los de Carolina, seguramente, ya recuperada.
-Lo siento, señor –escuchó que decía Carolina-. Me atacó, me empujó. Perdóneme mi señor.
Bianca sintió como la mujer de la que había escapado se arrodillaba junto a ella y suplicaba perdón al hombre que ya había bajado las escaleras.
-Ya hablaremos tú y yo, ya pensaré cómo castigarte por tu descuido- dijo el hombre visiblemente molesto-. No creas que te vas a librar de esta. Serás castigada con severidad. Pero no ahora, ahora tengo otras cosas de las que ocuparme. Vete de aquí, déjanos a esta jovencita y a mí, ahora debo ocuparme de ella.
-Por favor, señor, no sea muy duro con ella –suplicó Carolina todavía de rodillas en el suelo.
-¡Te he dicho que te vayas! Fuera de aquí –exclamó el hombre mientras daba una patada con todas sus fuerzas en la cara de la mujer que imploraba-. No te atrevas a decirme como tengo que actuar.
Carolina gritó y se llevó las manos a la cara para intentar amortiguar el dolor. Sin decir nada más, con los ojos anegados en lágrimas, se levantó y subió las escaleras cerrando la puerta del sótano tras de sí.
Bianca escuchó la conversación entre las brumas del dolor y la angustia, sintiendo la patada como propia. ¿Quién sería aquel hombre que era capaz de tratar así a una mujer que le era tan fiel? ¿Cómo la trataría entonces a ella? Estaba segura de que mal.
El hombre se agachó sobre Bianca y le agarró de la roja melena estirando con fuerza para que se pusiera en pie. La muchacha gritó al sentir el terrible dolor mientras era izada por su captor. Así se quedó, sujeta de los pelos, dado que las piernas no la sostenían, frente a su agresor. Sus ojos, totalmente cubiertos por lágrimas, buscaron la mirada del hombre que la maltrataba, intentando encontrar un resquicio de humanidad al que poder aferrarse, pero aquellas pupilas, del color de la miel, no parecían albergar nada más allá del resentimiento.
-¿Por qué…? ¿Por qué me haces esto? –Preguntó la joven entre sollozos con un hilo de voz-. ¿Qué te he hecho?
-Pensaba que serías como ella. Ella se parecía a ti. Pero ella era buena, ella nunca hubiera intentado huir de mí –una lágrima recorrió la mejilla del hombre mientras recordaba-. Ahora tendré que matarte. Él la mató, no aprobaba su comportamiento y la mató. Me obligo a matarla. Y ahora tengo que matarte a ti, porque yo tampoco apruebo tu comportamiento.
-Por favor, no me hagas daño, haré lo que tú quieras.
-Ella también dijo lo mismo. Pero era tarde, tarde para ella, y ahora tarde para ti.
El hombre la arrastró hasta la mesa cogida por los pelos. Bianca gritó y pataleó durante el corto trayecto, pero no sirvió de nada. La subió a la fuerza a la mesa y la dejó allí tendida. La joven intentó levantarse, pero al mover su brazo derecho sintió un dolor tan agudo que casi perdió el sentido. Pudo comprobar horrorizada que su brazo colgaba inerte, en una posición imposible. Debía habérselo roto al caer por las escaleras. Hasta ese momento, tal vez por estar la fractura caliente o tal vez por el gran dolor que sentía en el resto del cuerpo, no había notado cuanto le dolía el brazo, pero en el momento fue consciente de la rotura, comenzó a sentir las palpitaciones que amenazaban con desmayarla.
Su carcelero, lejos de apiadarse o amilanarse ante aquella imagen, pareció disfrutar viendo el sufrimiento de su presa. Sonriendo con malicia, acercó su cara a la de ella, y con una lengua, que a Bianca le recordó a la de una hiena, lamió el rostro de la muchacha regodeándose en su sufrimiento.
-Por favor, déjame marchar –suplicó la joven-. No contaré nada a nadie, no diré una sola palabra, pero déjame ir, por favor.
-¡No vas a ir a ningún lado, zorra! –Gritó enfurecido el hombre malvado-. Y más te vale empezar a portarte bien, si no, sabrás lo que es sufrir de verdad.
Bianca pudo ver como la mano de su captor se alzaba para bajar instantes después, rauda, para estrellarse contra su rostro, dejándola marcada y dolorida. No entendía por qué le hacían aquello, no sabía qué había hecho para merecer tal castigo.
Bianca no era creyente, nunca había confiado su vida a ningún dios todopoderoso, y siempre había pensado que cada persona dependía de sí misma para encontrar la felicidad y la paz. Creía firmemente en el hombre como especie más allá de cualquier poder divino. Pero todas aquellas creencias pasaron a un segundo plano cuando empezó a rezar.
-Ningún dios va a ayudarte –dijo el hombre malvado-. Créeme, yo ya lo he intentado, y nadie escucha las súplicas.
Bianca calló, para no empeorar su situación, aunque siguió rezando mentalmente. No sabía si pedir ayuda a la divinidad serviría de mucho, pero algo le decía, que mal no haría. Si había algún dios escuchando sus plegarias, no lo demostró, pues el cazador arrancó el vestido de la joven de un tirón, extrayéndolo por la cabeza de la muchacha y haciéndola gritar de dolor al enredarse la prenda con el brazo inutilizado que no fue capaz de moverse con soltura.
Repentinamente, la joven se vio a sí misma tumbada en la mesa, de espaldas, con el brazo desgarrado y lágrimas en los ojos. Se vio desde fuera, desde arriba, y pensó que ya había muerto, que por fin se había librado de aquella tortura, durante el breve periodo que pudo contemplar la escena desde fuera de sí, no sintió dolor, no sintió angustia, y dio gracias al cielo por haber atendido sus súplicas. Pero el cielo debía tener otras cosas de las que ocuparse, porqué el dolor volvió, la angustia volvió y Bianca recuperó conciencia de sí misma de nuevo.
-Mátame, mátame ya o déjame ir, por favor –lloró Bianca-. No sigas torturándome más por favor…
El carcelero no contestó a las súplicas de la muchacha y haciendo caso omiso a los gritos acarició el cuerpo desnudo de la muchacha con ternura. Aquellas caricias, contra todo pronostico, aliviaron considerablemente el sufrimiento de Bianca, aunque sólo fuera por sentir un contacto tierno sobre la piel.
El hombre malvado centró sus caricias en los turgentes pechos de la joven cuya piel agradeció el contacto amable, aunque sólo fuera en contraposición a los padecimientos sufridos. Bianca se encontraba en una burbuja de dolor y vivía ya casi por completo ajena a su cuerpo. Poco a poco sintió como a las caricias sensuales se unían tiernamente los labios de su captor. El dolor del cuerpo, exceptuando el del brazo, iba remitiendo para dejar paso al contacto suave de aquellas manos expertas y labios húmedos que la recorrían. Únicamente cuando las caricias rozaban alguno de los puntos magullados o heridos Bianca emitía un leve quejido y las manos se desviaban de su camino para recorrerla en alguna otra dirección.
Bianca no entendía el cambio de actitud de su captor, que había pasado de agredirla sin piedad a tratarla con ternura, bueno, con la ternura que podía darse en aquella situación. No parecía querer hacerle más daño ni infringirle dolor, por lo menos de momento. Obviamente la muchacha seguía aterrada y no disfrutaba de las caricias, pero las prefería a los golpes. Así que no dijo nada, siguió callada, llorando en silencio, agradeciendo a quien fuera que hubiera intercedido para evitarle mayores sufrimientos.
Pausadamente, casi con devoción, las caricias y los besos fueron recorriendo todo el cuerpo de la muchacha. Ella no se resistió, y lo único que permitía asomarse a su sufrimiento eran sus ojos anegados en lágrimas y algún quedo gemido angustioso cuando el hombre malvado acariciaba algún punto especialmente dolorido. Bianca pudo sentir como la boca de su captor iba en busca de sus labios. Cuando él la besó, ella respondió sin saber bien porque, tal vez sólo agradecía los cuidados con los que ahora la agasajaba, tal vez deseaba evitar nuevas agresiones, o tal vez, en aquella situación, desorientada, aterrorizada y confusa, se aferraba al beso como único lazo que la unía al mundo de la cordura.
-No llores, mamá –susurró el cazador mientras recogía las lágrimas de la joven con los dedos, intentando liberar su rostro de aquellos ríos de terror y dolor-. No voy a hacerte daño, no dejaré que él te coja, él no te lastimará nunca más, no llores, mamá.
Ante estas inesperadas palabras, Bianca abrió los ojos y pudo comprobar como su agresor también lloraba abrazado a ella. La joven fue incapaz de apreciar lo irónico de la situación, porque realmente, no estaba capacitada, en ese momento, para apreciar nada. Contra todo pronostico, aquel hombre había comenzado a despertar en ella un sentimiento de lastima. Síndrome de Estocolmo, dirían los psiquiatras, empatía con un alma que sufre contigo, pensarían los religiosos, o simplemente delirios ante el dolor y la muerte sugeriría algún pragmático, incluso alguien podría suponer que no era más que puro instinto de supervivencia. Fuera lo que fuera, Bianca sintió compasión por el hombre que la había maltratado hasta dejarla en aquella situación, y de forma inconsciente, casi automática, le rodeó con el brazo sano y posó la mano en los cabellos del hombre.
-No me hagas más daño –rogó Bianca mientras enredaba sus dedos con el sedoso cabello de su atacante-. Por favor, no me lastimes más.
-No te haré más daño, mamá, ahora ya estás a salvo.
El hombre regresó en busca de los labios de Bianca y la besó haciendo que lenguas, saliva y lágrimas se fundieran entre el dolor y la sinrazón. Bianca, que aún mantenía la mano sana sobre la cabeza de su atacante, le atrajo para sí, devolviéndole el beso. No comprendía por qué lo hacía, simplemente lo hacía.
El agresor siguió con sus caricias mientras el húmedo beso se alargaba en el tiempo. Poco a poco, fue descendiendo por el cuerpo de la muchacha hasta que sus manos comenzaron a enredarse con el sexo de ella. Cuando Bianca sintió aquellas cálidas manos en su entrepierna regresó de golpe a la realidad de lo que le ocurría. Aquellas caricias, aquel beso, aquella ternura era mentira, sólo era un engaño al que ella se había agarrado para evadirse de la situación. Pero lo que aquel hombre malvado pretendía estaba claro, quería abusar de ella sexualmente, y no podía hacer nada por evitarlo.
Quizás en una situación de lucidez habría actuado de otra forma, nunca lo sabremos, pero en el estado de dolor y sufrimiento en el que se hallaba, decidió que su única opción de salir de aquella horrible situación era complacer a su agresor. No podía resistirse, no podía huir y desde luego no podía pedir ayuda, así que lo único que podía hacer era dejarse utilizar por aquel extraño, con la esperanza de que si era complaciente, obtendría su libertad.
Bianca, guiada por aquella esperanza, separó sus piernas permitiendo total acceso al hombre malvado, que entendió el gesto desesperado de la joven como una invitación. Con cuidado, eso si debía reconocerlo la muchacha, introdujo el dedo corazón en el interior del coño de la mujer, acariciando con el resto de los dedos la zona exterior. Bianca se negaba a disfrutar con aquella violación, pero las manos expertas del hombre sabían donde tocar. Bianca se fue excitando más física que mentalmente y su cuerpo comenzó a reaccionar de forma natural.
Bianca sintió como el hombre introducía en su interior más dedos a medida que su vagina lubricaba. No quería sentir placer, pero aquellas caricias internas estaban acelerando su pulso. El aumento de la presión sanguínea causada por la excitación aumentó de forma horrible el dolor en el brazo roto, que ahora latía al ritmo de la penetración manual. La muchacha notó como poco iba perdiendo la conciencia presa del dolor y del placer. Sus sentidos la traicionaban haciéndola gemir de placer cada vez que el hombre llegaba a lo más hondo de su ser y gritar de dolor cuando se retiraba.
Cuando el hombre malvado consideró que su presa estaba suficientemente húmeda, cesó sus caricias y se apartó para colocarse entre las piernas de la muchacha. Bianca pudo escuchar como su captor se desabrochaba los pantalones y subía a la mesa hasta ponerse sobre ella. La joven dio un respingo al sentir el contacto de la polla en su sexo pero no protestó, sabía que eso era lo que su agresor deseaba, y temía contrariarle.
Bianca pudo notar como el erecto miembro del hombre se restregaba entre sus piernas, como poco a poco se iba abriendo paso entre sus labios vaginales y cada vez entraba más en su cuerpo. Bianca estaba húmeda por las caricias recibidas y el agresor actuaba de forma cuidadosa, con ternura, intentando evitar dañar aquella zona tan sensible.
Con delicadeza fue introduciendo la polla en ella hasta que por fin estuvo toda dentro. Bianca la sentía en su interior, dura y caliente. El cazador comenzó a moverse en vaivén haciendo que el miembro saliera por completo y se volviera a introducir en su interior. Reclinándose sobre la muchacha unió los labios con los de ella y volvieron a besarse. Bianca ya sólo se dejaba llevar mientras el dolor del brazo volvía a amenazar con hacerle perder el sentido.
Ambos, cazador y presa, lloraban desconsolados, ella por el dolor, la humillación y la frustración, él, por alguna razón que escapaba a la comprensión de la muchacha. Finalmente, tras varios minutos de penetración, las embestidas del hombre se hicieron más rápidas, más violentas. Bianca supo que su violador iba a correrse y pensó que tal vez su suplicio terminaría. No estaba del todo equivocada.
La joven pudo notar como su carcelero eyaculaba violentamente en su interior, entre jadeos, inundándola con su semilla maldita. El hombre se separó de ella mientras las lágrimas surcaban los rostros de ambos.
-Me dejaras marchar –preguntó Bianca esperanzada.
-No, no puedo mamá, él no me lo perdonaría, ahora tengo que acabar lo que he empezado, ahora tengo que hacerlo, por ti.
El hombre volvió a acercarse a ella portando un gran cuchillo de aspecto afilado y lo acercó al cuello de Bianca. La muchacha sintió como el frío filo del arma blanca rasgaba levemente la piel de su garganta y supuso lo que vendría a continuación. Así que allí acababa todo, ese era su fin, su vida, sus proyectos, sus ilusiones, ya nada importaba, todo acabaría para ella en aquel momento.
-Perdóname, mamá, necesito que me perdones –sollozó el hombre malvado mientras se enjugaba las lágrimas.
Bianca supo como acabar con aquella horrible situación, en ese momento comprendió como podía librarse de todo el dolor, de toda la rabia, de todo el sufrimiento.
-Te perdono –y aquellas fueron las últimas palabras de la muchacha.
El cazador lloró amargamente mientras la vida de su presa escapaba junto aquel torrente carmesí. Permaneció mucho rato acurrucado al lado del cuerpo inerte de la muchacha, lamentando lo que había hecho, lamentando lo que iba a hacer, lamentando la sangre inocente que aún quedaba por derramar.