Los claveles marchitos de la Revolución (cap. 4)

Bruno y Lucinda viven el verano mas feliz de sus vidas, pero gruesos nubarrones amenazan su futuro en común. La oposición del acaudalado padre de ella a su relación y la creciente tensión política en el país se suman al inestable estado emocional de Teresa, la conflictiva hermana de Lucinda.

“Jimmy y Pier no tuvieron tiempo suficiente para disfrutar de su naciente amor y consolidar su relación. Las constantes discusiones de Anna con su madre, y sus amenazas de abandonar la casa materna y casarse con Dean se revelaron infructuosas. El, inseguro por naturaleza, y seguramente inexperto en cuestión de mujeres, necesitaba mas tiempo para tomar una decisión tan importante, si bien los pasos que fue dando avanzaban en esa dirección: incluso le presentó a Pier a su distante padre, y dicen que estaba considerando seriamente la posibilidad de convertirse al catolicismo para obtener el aval de la madre de Pier a la hora de pasar por la vicaría.

En Julio de 1954, durante el momento más álgido de su relación, ambos intercambiaron regalos: Pier le regaló un portarretratos de oro con sendas fotos de los amantes enmarcadas en ella, y él le hizo entrega de un valioso reloj de firma que adquirió en una lujosa joyería de Los Angeles; de esa forma pretendían sellar un compromiso mutuo que debía conducirles al altar. Pero cuando James abandonó la ciudad durante quince días, a principios de septiembre, para rodar en Nueva York un par de obras de teatro televisivas, algo cambió en su relación. A su regreso, el romance se había enfriado considerablemente, y, si bien siguieron acudiendo juntos a diversos actos sociales, la mente de Pier parecía estar en alguna otra parte”.

Extraído de “La chica que se parecía a Pier Angeli”, pag. 152

El verano de 1974 fue el mas feliz que Bruno o Lucinda podían recordar hasta entonces. Ambos se entregaron a su naciente amor en un nuevo resort turístico recién inaugurado en la costa algarveña, Vilamoura, un complejo residencial de lujo situado en los alrededores de la población de Quarteira, y que no quedaba lejos del aeropuerto de Faro. El padre de Lucinda presumía de su amistad con Cupertino de Miranda, el empresario de Oporto que estaba desarrollando el ambicioso proyecto inmobiliario, y no perdía ocasión de acudir a su recién estrenado chalet a la orilla misma del mar.

La estrategia de su hija mayor consistía en introducir a Bruno de manera subrepticia en el entorno familiar, aprovechando que sus padres estaban concentrados en los asuntos políticos, que de momento soplaban con el viento a favor, pero que Dom Fábio consideraba que podrían volverse en su contra el día menos pensado.

-         El MFA está lleno de comunistas camuflados – rugía durante las barbacoas al aire libre a las que invitaba a sus amigotes del Marina Beach, y en las que aquella panda de capitostes vociferaba contra lo que presentían un inminente peligro contra sus intereses económicos – no hay que fiarse de ellos. Si es necesario se les corteja un poco y se les hace la rosca, no conviene nunca llevarse mal con los poderosos de turno, por supuesto, pero de esa caterva de militares fracasados, incapaces de defender nuestro Imperio como se merece, no me espero gran cosa.

-         Hay que darles tiempo, papá – se quejaba Lucinda recostada en la tumbona mientras leía una revista de actualidad – llevan pocos meses gobernando, y los vuestros han estado medio siglo sin hacer nada por solucionar la miseria del pueblo. Ya es hora de que cambien las cosas un poco en este atrasado país de tercera, ¿no crees?.

Su padre estaba indignado con lo que consideraba la ingrata deriva política de su hija, y no era del tipo que disimulara sus pensamientos reales por quedar bien. Criado en un barrio popular lisboeta, hijo de madre soltera en una época nefasta para todo tipo de disidencias de la norma estandarizada, se había elevado en la vida a base de ingenio y paso firme, y era un hombre duro y bregado en mil batallas, ajeno a cualquier tipo de sofisticación. Acomplejado por sus modestos orígenes, en cuanto su incipiente fortuna se lo permitió desposó a una mujer elegante y de mundo, que procuraba suplir con su saber estar y su buena disposición natural sus frecuentes meteduras de pata sociales.

-         ¡Hablas como una comunista de mierda! – y su mujer le hizo un leve gesto con la mano llamándole al orden, pero él se mantuvo en sus trece – parece mentira que hayas estudiado en los mejores colegios privados y que trabajes en el diario mas elitista de Lisboa.

-         Y también el mas carca, si me permites la expresión – apostilló ésta sin refrenar su lengua lo mas mínimo o achantarse ante la poderosa presencia física de su progenitor.

-         ¿Y tu amiguito de turno que piensa de todo esto? ¿Tu también eres un rojo perdido como el mamarracho que trajiste el año pasado? Cada día echo mas de menos al bueno de  Joao Saraiva, ese sí que era un buen partido, joder.

A Bruno le hervía la sangre por dentro cada vez que el hijo de puta de su futuro suegro abría la boca, pero por respeto a su chica, que le había pedido textualmente “que no le hiciera ni puñetero caso e ignorase sus provocaciones” fingía un temple que no se correspondía en absoluto con el volcán de lava que bullía en su interior.

-         No le tenga en cuenta sus palabras – se disculpó doña Evelina, recién salida de la piscina con un ridículo gorrito de baño en la cabeza para evitar mojarse el cabello, mientras se secaba el cuerpo con la toalla – mi marido es un hombre en apariencia rudo, pero de buen corazón. Lo que ocurre es que no sabe controlar sus impulsos.

-         No dudo de su buen fondo – mintió Bruno, que le consideraba un perfecto gilipollas – pero hay mejores formas de defender unos argumentos. Y, en relación a su pregunta, mi posición es la de esperar y ver que ocurre. Yo soy partidario de que en materia social se produzcan unos cambios drásticos y duraderos, y que el Imperio colonial sea desmantelado de forma inmediata, y se ponga término a la sangría permanente en vidas humanas de la guerra en los territorios africanos.

El padre de Lucinda no dijo nada esta vez, tan solo se le quedó mirando de manera desafiante y encendió un puro muy despacio, tomándose su tiempo. Tras apurar la primera calada, y crear un clima de suspense, estrategia en la que se consideraba un maestro consumado, creyó llegado el momento de sentar cátedra en relación a aquel advenedizo, que pretendía robarle su mayor tesoro sin ofrecer nada a cambio.

-         Escucháme bien, chaval – y recalcó está última palabra, pretendiéndole hacerle sentir insignificante – cuando tú estabas en pañales chupando la teta de tu madre yo ya había ganado mi primer millón, y para cuando hiciste la primera comunión, si es que la has hecho alguna vez, yo ya era el constructor mas importante de Angola y Mozambique; la mitad de los barrios nuevos de Luanda y Lourenco Marques los construí yo. Que ahora vengan esos jovencitos con ínfulas a darme lecciones y a pretender quitarme lo que he construido con tanto esfuerzo personal y sin ayuda de nadie, es algo que no pienso consentir. Veremos quien gana la partida, y donde están esos capitanes de tres al cuarto dentro de unos años y donde estoy yo.

Bruno supo en aquel momento que había topado con un obstáculo definitivo para sus planes de sentar la cabeza con su hija Lucinda; si conseguía arrebatarle a su mas preciado tesoro, como aquel cavernícola podrido de dinero la consideraba, tendría que ser a pesar de y no gracias a su familia. Pero era optimista: Lucinda era una mujer inteligente, políticamente consciente y comprometida con la realidad de su tiempo. Puesta a elegir en una situación límite, no le cabía la menor duda de que se marcharía con él y dejaría su vida anterior y todos los privilegios inherentes a su clase social para iniciar a su lado una nueva vida en un Portugal mas justo y solidario.

El tiempo fue dando la razón, sin embargo, al padre de Lucinda, y las primeras disensiones en el seno del MFA dieron paso a una purga interna de lo que se consideró “elementos reaccionarios” dentro de las Fuerzas Armadas Portuguesas. El presidente de la República, General António de Spínola, se vio obligado a dimitir de su cargo el 30 de Septiembre, en la primera gran crisis de la Revolución, que marcaría un poco la pauta de lo que estaba por acontecer en los meses siguientes, con una creciente radicalización política y social de la antaño inmovilista sociedad portuguesa.

Los hechos no mienten, y un pequeño goteo de nacionalizaciones dejó entrever que la política reformista y conciliatoria de los primeros meses iba a ser sustituida por la puramente revolucionaria, siguiendo la lógica interna de este tipo de situaciones. El 13 de Septiembre se procede a la confiscación por parte del Estado de los tres bancos emisores de papel moneda (el Banco de Portugal, el de Angola, y el Nacional Ultramarino) y el 12 de Octubre se aprueba la controvertida ley  540/74 que permite al gobierno nombrar comisiones administrativas para bancos en “situación de desequilibrio”. En una escalada de radicalidad anunciada, a comienzos de noviembre, el boletín interno del MFA denuncia la “moderación” económica del Gobierno Provisional y le urge a realizar cambios de gran calado en las estructuras socio-económicas del país. No es de extrañar, por tanto, que, ante tamaña sugerencia, el complaciente Gobierno tutelado por la cúpula militar apruebe el 25 de Noviembre el decreto-ley nº 660, que sujetaba a la “intervención directa del Estado” a aquellas empresas privadas que “no funcionen en términos que contribuyan al desarrollo económico para la satisfacción de los intereses superiores de la colectividad nacional”. Las posibles nacionalizaciones se decretan sin fijar indemnización alguna, ahorrando así una cantidad impresionante de dinero al debilitado Estado portugués, y deja en manos públicas una abundante cantidad de empresas particulares y grupos financieros e industriales; esta nueva dinámica de enfrentamiento con la élite económica tradicional polarizó de inmediato el país y consiguió la adhesión entusiasta de cuadros sindicales y partidos de izquierda, principales beneficiarios de la medida, en torno al omnipotente MFA de los capitanes de Abril, considerados héroes de la causa popular a partir de esas fechas.

Pero lo peor para la acaudalada familia Magalhaes estaba por llegar, aunque no les pillaría con el paso cambiado. El 10 de Diciembre, el Estado interviene el grupo empresarial Torralta, en abierta crisis debido a su dependencia de capital extranjero; el día 13 es detenido el banquero Jorge de Brito. Llegados a este punto, la desbandada es general; se procede a la nacionalización masiva de grandes y medianas empresas, y el día 15 le toca el turno a Saraiva & Magalhaes, dictándose de inmediato orden de detención contra sus dos cabezas visibles, Bento Saraiva y Fábio Magalhaes. El primero es detenido en Estoril al día siguiente, pero a esas alturas el segundo de ellos lleva ya varios días de incógnito en Madrid buscando casa con su mujer y su hija menor, Teresa. Lucinda y su abuelo materno, militar retirado de la misma promoción que el depuesto Presidente de la República , Almirante Américo Thomaz, y que había cumplido ochenta años ese mismo año, permanecieron en suelo portugués, en teoría salvaguardando los intereses económicos del clan Magalhaes en Portugal, y, especialmente, intentando evitar que el Estado se hiciera cargo de sus propiedades inmobiliarias, especialmente de la mansión familiar de Campo Grande.

Lucinda se sentía tironeada en dos direcciones. Su amor por Bruno y la ilusión que sentía por los cambios prometidos por la naciente Revolución la impulsaban a quedarse en Lisboa y continuar su vida de siempre, a lo que había que añadir que tenía un trabajo vocacional que le llenaba y no deseaba abandonarlo para lanzarse a la aventura de vivir en un país extraño, con una lengua y costumbres diferentes; por otro lado, tenía el convencimiento íntimo de que ésta era tan sólo la primera batería de medidas que el Gobierno Provisional tenía preparadas, conchabado con el núcleo duro dentro del MFA y asesorado por la influyente cúpula del Comité Central del Partido Comunista Portugués. Si, tal como pasó en Cuba en 1959-60, el proceso revolucionario seguía su curso (y de hecho, a partir de ese momento la Revolución pasó a denominarse con esas siglas en medios oficiales, PREC, Proceso Revolucionario En Curso) lo más lógico sería pensar que, en cuestión de poco tiempo, el capitalismo dependiente portugués, tal como había sido conocido, desaparecería para dar paso a algún tipo de socialismo tercermundista o a algún régimen híbrido como los que proliferaban por entonces en los países recientemente descolonizados. En ese caso, la adaptación a este nuevo orden de cosas sería difícil, por no decir imposible, por su parte, y la relación con el políticamente comprometido Bruno se tornaría tensa, tal vez insostenible, si ella optaba finalmente por abandonar el país. Era esta una cuestión que la obsesionaba y que no se atrevía a consultar con su pareja por temor a ser considerada una “derrotista”, o, peor aún, una “enemiga del pueblo” o una “vendepatrias”, epítetos reservados para los sucios hampones que huían del paraíso revolucionario portugués para refugiarse, con las espaldas bien cubiertas, en Madrid, Londres o París. Bruno había sido categórico en ese punto, y ella recordaba con aprensión sus vaticinios para el nuevo año durante la triste velada de Nochevieja en su solitaria mansión próxima a la Avenida do Brasil.

-         1975 será el año de la consolidación de los logros revolucionarios. El capitalismo, como forma de explotación del hombre por el hombre, desaparecerá de suelo portugués, y en su lugar se creará un Estado socialista de obreros y campesinos, en el que el pueblo soberano tendrá la última palabra – y levantó su copa de espumoso para brindar por el nuevo año y sus radicales pronósticos.

También recordaba como el abuelo Serafim se negó a brindar en compañía de lo que consideraba un “comisario político” y como, tras la sombría cena con varios cubiertos vacíos en recuerdo de los familiares ausentes, se retiró enfurruñado a su habitación tras besar en la mejilla a su nieta mayor, sin dar tiempo a que se descorchara la primera botella de champagne. Lo único que le ofreció un margen de esperanza fue el reflexivo comentario de Tiago al tremendista oráculo de su novio, y que hubiera deseado compartir por entero, y no ser tan pesimista en relación al futuro de su país.

-         Para que eso ocurra, amigo, tendrían que cambiar muchas cosas en Portugal, y, mas en concreto, en el carácter de los portugueses. Esto no es España ni Italia, aquí la gente es demasiado tímida y condescendiente como para luchar a brazo partido por ninguna causa, sea justa o no. Yo vaticino que 1975 será el año de la consolidación democrática de la Revolución, y que al final los partidos políticos ocuparán el espacio político que les corresponde por derecho propio. No será fácil, pero no hay otra opción. El pueblo portugués no tolerará la irrupción de una nueva dictadura, por muy socialista que se proclame. Y si no, al tiempo.

Ambos se equivocaban en distinta medida. Bruno acertó en su tesis de que 1975 sería el “año revolucionario” por excelencia, el año de los cambios sociales y económicos viscerales, que debían encaminar al sufriente país por la senda del socialismo real, pero se equivocó en el resultado final. Y Tiago minusvaloró la mística de la Revolución, que había calado profundamente en extensos sectores populares, y 1975 se convirtió en el año de la movilización popular a gran escala. Pero acertó en el pronóstico final: los portugueses eran demasiado templados como para liarse a tiros o provocar una guerra civil. Tarde o temprano, se impondría la razón, y la calma volvería al tranquilo solar patrio de Camoes y Don Enrique el Navegante. Pero, antes de que eso sucediera, habría que capear el temporal y aferrar la nave en puerto seguro: el 25 de Abril había destapado la caja de los truenos, y un poderoso impulso de liberación, enterrado en lo mas profundo del subconsciente portugués durante los últimos cincuenta años, se abría paso a machetazos, amenazando con devastar todo lo que encontrara por delante.

Había tantos frentes abiertos en esos meses de actividad frenética, que el impulso romántico de los primeros tiempos también se había evaporado en medio de la incesante acción política y social desencadenada por la celosa Revolución. Aquellos fueron malos tiempos para la lírica y buenos para la épica y la dialéctica. Entre los cambios notables de aquellos días, relacionados directamente con la actividad política, destacó el de una mayor permisividad sexual: la virginidad de las portuguesas dejó de ser un referente central a la hora de abordar el matrimonio y la relación de pareja, y una oleada de libertad sexual, paralela y deudora de las incipientes libertades políticas, arrasó de pronto con viejos prejuicios y clichés trasnochados; la consecuencia lógica de esta dinámica fue una abierta confrontación entre las ideas conservadoras en materia sexual de los padres y las nuevas concepciones en este terreno de sus vástagos, influidos por los aires modernizadores venidos de fuera. Lucinda vivió estos cambios en primera persona en su propio hogar, incluso antes de la Revolución, y ella consiguió imponer su opinión por encima de la de su autoritario padre, no sin algún rifirrafe preliminar, apoyándose en el ascendiente que tenía sobre él (era su hija favorita con diferencia), en la complicidad con su sufrida madre (que envidiaba en secreto la libertad de movimientos de que gozaba su hija y su desempeño profesional) e incluso contaba con la aprobación implícita de su ultracatólico abuelo, para quien la naciente Revolución no era tan sólo un foco de subversión marxista, sino, sobre todo, y principalmente, de degeneración de costumbres.

-         Esta es la revolución de las putas y los maricones, no hay mas que ver a esas zorras por la calle levantando el puño y besando a los hombres sin pudor como rameras, por no hablar de esos chicos de pelo largo que parecen mujerzuelas en vez de hombres: ¿a dónde vamos a llegar con esta juventud desquiciada?... menos mal que mis nietas no participáis de esos desenfrenos diabólicos y, si Dios y Nuestra Señora de Fátima lo permiten, llegareis vírgenes al matrimonio.

Aquellos comentarios apocalípticos y desnortados no podían por menos que provocar una sonrisa cómplice entre ambas hermanas cada vez que el abuelo decía la última palabra sobre un asunto dado. Lucinda y Teresa se llevaban sólo un año de diferencia entre ellas, pero ambas no podían ser mas diferentes entre sí; mientras Lucinda destacaba por su discreción, saber estar y sentido de la responsabilidad, unido a un carácter fuerte y asertivo, Teresinha se caracterizaba por su espíritu frívolo y burlón, y una inquietante tendencia a transgredir cada regla moral impuesta por sus mayores. Ya antes de la Revolución, la pequeña del clan destacaba por hacer lo que le venía en gana, era una pésima estudiante y lo único que le interesaba era la moda y asistir a fiestas y eventos sociales donde lucir el palmito. Y tal vez en su aspecto físico se encontrara el quid de la cuestión de su rebeldía y de su afán de desmarcarse de las normas sociales convenidas por todos; era una joven morena y de hermosas facciones, dotada de una envidiable figura y de una voz agradable que sabía modular con maestría para conseguir sus propósitos (una voz en todo caso mas dulce que la de Lucinda, que poseía un tono áspero característico, y que, si bien la confería aún mayor profundidad de carácter, también la daba aires de “mujer fatal”, algo totalmente alejado de su personalidad). Pero, con todo y con eso, no podía competir contra el espectacular físico de su hermana mayor. Lucinda era la “guapa oficial” de la casa, y ella, la “graciosa” de la familia. Aunque se llevaban bien entre ellas, sobre todo por la cercanía de edad, y eran cómplices en muchos asuntos, una soterrada rivalidad entre ambas desde niñas por atraer la atención paterna las había convertido en antagonistas sin pretenderlo, y sus estilos personales y vitales eran diametralmente opuestos.

Mientras que Lucinda era una enamorada del fado y de la canción protesta portuguesa, Teresa se consideraba desde niña la fan nº 1 de los Beatles y se apuntaba siempre a la última moda en música, moda o tendencias. Sus devaneos sexuales desde muy joven habían causado mas de un quebradero de cabeza a sus padres, pero la gota que colmó el vaso, ya en plena primavera revolucionaria de 1974, había sido descubrir que mantenía una relación de tipo lésbico con una joven sirvienta de origen caboverdiano llamada María Estrela, que fue cordialmente invitada a abandonar la mansión familiar de inmediato. Al ser descubierta casualmente por su madre mientras la ardiente mulata le practicaba un placentero ”cunnilingus” en las bodegas de la mansión familiar, la joven aseguró en tono cándido que era la primera vez que mantenía relaciones sexuales con otra mujer, si bien, en la intimidad de su cuarto, acabó por confesarle a Lucinda que, en realidad, llevaba seis meses revolcándose con la sensual empleada por los rincones mas secretos de la geografía doméstica; pero lo que causó mayor impacto emocional en su por entonces mojigata hermana mayor, fue descubrir que alternaba estos “momentos robados de placer entre chicas” con actividades sexuales alternativas con su novio oficial de entonces, Mário, a quien ella encontraba “aburrido como un sauce llorón”, y con otros chicos de su entorno, que le parecían, estos sí, “divertidos y excitantes” por igual.

Pero como ningún crimen queda sin castigo, Teresa se encontró de pronto ante la nada agradable disyuntiva de elegir entre la leve penitencia impuesta por su madre, una piadosa mujer de escaso carácter, o la de seguro contundente sanción esperable de su rígido progenitor, que, dada la gravedad del asunto, podría incluir la posibilidad de echarla de casa y desheredarla de por vida. Y puesto que ella sabía que su madre no soportaría esta eventualidad, ambas pactaron un castigo menor, a espaldas paternas, que consistía en poner tierra de por medio y enviarla a Londres durante un semestre a “perfeccionar el acento”, internándola en un exigente colegio mayor para señoritas de buena familia en el que no se permitía fumar o llevar chicos a las habitaciones, que su madre se encargó de asegurarse que eran individuales; pero su progenitora era buena pero no tonta, y se las arregló para colar de rondón en el acuerdo mutuo una condición innegociable: tendría que llevar como acompañante, por no decir carabina, a su prima María de Jesús, a quien Teresa consideraba una pelmaza del copón, y que era asidua a todo tipo de misas y sacramentos, pues en la familia se rumoreaba que deseaba profesar como religiosa.

Poco conocía Doña Evelina a su hija menor al pretender mantener controlada a una mujer de 21 años con fuego en las venas y moral distraída con tan burdos anclajes. No tardó ni una semana tras su llegada al centro en violar todas y cada una de sus normas, incluyendo la de subir chicos a su habitación, por los medios mas diversos, incluyendo el soborno o la delación, y en ignorar las reprimendas telefónicas de su madre, previamente informada por su espía londinense de las actividades ilícitas de su retoño.

A su regreso a Lisboa, a mediados de noviembre, con un póster gigante de David Essex en la maleta y un vanguardista peinado inspirado en el de la cantante Suzi Quatro, y una vez roto por vía telefónica su compromiso con Mário Coutinho, se sentía libre de volar con sus propias alas y decidir su futuro de ahí en adelante. Pero la creciente tensión política en el país al que regresaba y un hecho fortuito, si bien esperable, dieron al traste con sus esperanzas libertarias. Mientras hacía las maletas en su habitación con rumbo a un segundo exilio, esta vez a España con sus padres, Teresa fue descubierta por su hermana llorando a moco tendido; Lucinda interpretó que su llanto se debía a la pena por abandonar Portugal y decir adiós, quizá para siempre, a sus amistades previas y al paisaje de su infancia y juventud.

-         No llores, rapacinha, ya verás como España te acabará gustando; he oído decir que es un país muy alegre y que la gente allí es muy simpática y amable. Y, en cierto modo, se parecen mucho a nosotros. Cuando aprendas el idioma seguro que te adaptarás al país sin problemas, pero, de no ser así, siempre te queda la opción de marchar a Londres o a París.

-         No, si no lloro por eso, aunque también, claro… - el rostro congestionado de su hermana indicaba la gravedad del asunto -  lo que ocurre es que acabo de descubrir algo horrible…

-         ¿Horrible? – Lucinda no sabía como interpretar esta expresión de su hermana - ¿Que quieres decir con eso?

Teresa se secó el llanto con un pañuelo antes de responder, con un hilo de voz, y sin mirar a Lucinda:

-         Es que… estoy embarazada de seis semanas.

Lucinda se llevó una mano a la boca, aunque era una noticia que no podía sorprenderla demasiado, conociendo el historial erótico de su hermana.

-         ¿Estás completamente segura?

-         Me temo que sí…todavía no me he atrevido a ir al médico, pero mis reglas suelen ser muy regulares, y esta lleva demasiado retraso.

Lucinda dejó escapar un suspiro de impotencia y tomó su mano temblorosa entre las suyas, intentando transmitirla fuerza y serenidad.

-         Joder, Teresa…mira que te lo advertí. Tú me dirás que piensas hacer ahora. Cuando papá se entere de esto…

-         No se lo digas aún, por favor…

-         No te preocupes, no hace falta que le diga nadie nada, ya lo descubrirá él mismo con el tiempo. A no ser que…

-         ¿A no ser que…?

-         A no ser que te decidas a abortar…

-         ¡Lucinda, por amor de Dios!

-         Bueno, es solamente una posibilidad teórica, tú me dirás que hacemos entonces.

-         No lo sé, estoy cansada de darle vueltas al asunto.

-         ¿Conoces al padre al menos? – Lucinda sabía que la preguntita era de lo mas impertinente, pero conociendo la promiscuidad habitual de su hermana era una cuestión a considerar con detenimiento.

El expresivo gesto de Teresa con la mano y su rostro de resignación daban a entender que no estaba segura de cual de sus amantes londinenses podía ser el padre efectivo del niño.

-         Creo que te has metido en un buen lío, Teresa; pero cuentas con mi apoyo incondicional, si puedo ayudarte en algo.

Teresa se echó a llorar desconsoladamente y ambas hermanas se abrazaron, sentadas al borde de la cama, conscientes del reto al que se enfrentaban a partir de ese día.

(Continuará)