Los claveles marchitos de la Revolución (cap. 3)
Bruno y su amigo Tiago salen a celebrar el triunfo de la Revolución por los concurridos garitos del Barrio Alto lisboeta, pero la noche resulta un fiasco espectacular. Bruno le confiesa su apasionado amor por Lucinda, a quien aún no conoce, y un achispado Tiago cometerá un error de cálculo crucial.
Unos
días después, ya convertidos en pareja formal, Bruno y Lucinda quedaron al salir de sus respectivos trabajos a tomar algo en el famoso Café A Brasileira, situado en la Rúa Garrett, frente a la estatua sedente del gran Pessoa, asiduo visitante de su arquitectura "art-decó" en otros tiempos; pero no estaban solos, como en días pasados, sino que en esta ocasión se sumó a ellos Tiago, el compañero de piso y trabajo de Bruno. Este le presentó ante su novia como su mejor amigo y casi como el hermano que nunca tuvo, lo que hizo ruborizar por un momento a su tímido acompañante, especialmente cuando el efusivo trasmontano le plantó un beso en la mejilla delante de todo el mundo y le tiró después del lóbulo de la oreja, un tipo de comportamiento habitual en él que sorprendía a las personas que no conocían su proceder habitual, poco proclive a las convenciones y a la etiqueta social.
Lucinda recuperó por un momento la lucidez en medio de su sueño autobiográfico y decidió que, en aquel momento, la introvertida quietud de Tiago le recordaba a la tranquila actitud vital del cantante Filipe Pinto, el reciente vencedor de la edición portuguesa del concurso de talentos “Idolos”, que ella había seguido con creciente interés a través de la televisión por cable. Poseía su misma timidez congénita y ambos parecían rodeados de un aura de pureza y serenidad, casi de bondad beatífica, muy diferente a la estampa de hombre de mundo que proyectaba su novio. Resultó ser además un joven muy atractivo, “de esos que las matan callando”, pensó Lucinda para sus adentros, con un irresistible aire a lo Gary Cooper, entre ausente y pretendidamente frágil, que le convertían en un niño grande, al que cualquier chica desearía abrazar para consolar su evidente saudade.
Pero aquel niño grande escondía en su interior un secreto, que ya no lo era tanto, y le carcomía por dentro. Lucinda notó que su pulso temblaba ligeramente cuando el histriónico Bruno le pasaba la mano por los hombros, o como enrojecía de pronto cuando se refería a él como “Tiago Balaperdida, el terror de las chicas decentes”, lo que encontró conmovedor y atribuyó a su evidente introversión, pero en ningún momento pudo sospechar durante la animada conversación que mantuvieron los tres cual era el motivo real de su relativa incomodidad aquella tarde. Pero Tiago sí recordaba perfectamente, mientras sorbía con premura su taza de café expreso, el imperdonable incidente ocurrido la semana anterior en la intimidad de su piso de solteros.
Aquel era el primer fin de semana tras el triunfo de la Revolución, y millones de portugueses salieron a celebrar su recién recuperada libertad por las calles y los bares de todo el país. Bruno y él se habían arreglado para seducir y estaban dispuestos a quemar la noche y llevarse por delante las chicas mas guapas de la ciudad, si se daban las circunstancias apropiadas. Para celebrar el Día de la Libertad, y, según Bruno, imbuido de un irracional entusiasmo, “la llegada del socialismo real a Portugal”, se acercaron a la centenaria Confitería de Belem, donde, tras guardar cola durante un rato largo, dieron buena cuenta de sus famosos “pasteles de Belem”, unas riquísimas tortas de crema, compuestas con una fórmula desconocida guardada en secreto durante mas de 200 años, y que gozaban de una enorme aceptación y demanda por parte de lisboetas y simples turistas de paso.
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¿Sabías que este establecimiento pertenece a una familia que se apellida Alves, como tú? – comentó de pasada Tiago, que parecía saberlo siempre todo sobre cualquier tema.
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Pues no lo sabía, pero si lo dices tú me lo creo; aunque dudo que sean de la rama trasmontana de los Alves, por allí solo sabemos hacer bordados y esas cosas. De todas maneras, cuando los capitanes del MFA instauren el socialismo científico, como todo parece indicar, este local pasará también a manos del pueblo portugués.
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Bueno, ya veremos que pasa con eso…- Tiago no creía aún que el nuevo régimen fuera a coquetear con el socialismo, teniendo en cuenta que el Movimiento de las Fuerzas Armadas que regía ahora los destinos del país estaba dirigido por el prestigioso militar africanista António de Spínola, el “hombre del monóculo”, un general conocido por su conservadurismo en materia política. Tiago quería evitar tratar un tema tan espinoso como la política, puesto que sabía que no compartía los mismos puntos de vista que su compañero de trabajo – Joder, que rico está esto, no me extraña que haya estas colas para entrar, en mi pueblo no hay nada parecido…ahora entiendo que estos bollos sean tan populares en China, donde los llaman “dan ta”, y a donde llegaron a través de Macao…
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¡Macao…! - Bruno hizo un gesto de fastidio al escuchar el nombre de la centenaria colonia portuguesa en la desembocadura del Río de las Perlas – otro típico ejemplo del colonialismo portugués mas rancio; mi tío Joaquím, el jesuita, dice que el imperialismo portugués ha hecho un daño irreparable a las culturas locales allí donde ha asentado sus reales, y que nuestro jodido Imperio debería ser desmantelado cuanto antes por el bien de la humanidad y por nuestra propia dignidad como pueblo.
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Sí, un discurso muy bonito, pero no veo yo que la Unión Soviética se apresure a dar ejemplo y desmantele su propio imperio colonial – replicó Tiago con sorna.
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Eso no son colonias, lo sabes muy bien, Tiaguinho: son repúblicas socialistas, libres al fin del capitalismo embrutecedor en el que nos hundimos en Occidente – protestó Bruno con vehemencia, poseído de pronto por la soberbia presunción de quienes confunden sus propias opiniones personales con la realidad objetiva del asunto a debatir.
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Bueno, como tú digas, no voy a discutir por eso – replicó Tiago bajando el tono de voz y echando una mirada nerviosa en dirección a las mesas vecinas, temeroso de que alguien hubiera escuchado la conversación. Tiago poseía en grado sumo algunos rasgos definitorios del carácter portugués, como la humildad, la timidez y la tendencia a contemporizar con los demás, al contrario que Bruno, al que solía llamar, mitad en broma, mitad en serio, “el Tenorio español de la Baixa Pombalina”.
Después, ya bien entrada la noche, dirigieron sus pasos hacia los locales de ocio nocturno del Barrio Alto, entrando y saliendo de uno a otro garito (en muchos de los cuales había barra libre ese fin de semana, en justo homenaje a la página gloriosa que había escrito el país, poniendo fin a una añeja dictadura sin disparar prácticamente un solo tiro). En uno de los locales confraternizaron con varios soldados y marineros que habían participado en la sublevación, y en otro de ellos intimaron con dos chicas muy guapas de Almada que parecían derretirse ante los dos guapos mocetones que tenían delante, y a las que, en circunstancias normales, se hubieran llevado a la cama antes de que el sol asomara de nuevo su cerviz por encima de las siete colinas del Tajo. Pero aquella no era una noche como las otras, descubrió Tiago muy pronto. Su amigo parecía sumido en un mutismo desconocido hasta entonces para él, se permitió desdeñar a las dos beldades almadeñas tras una breve charla intrascendente, y permitió que dos supuestos soldados de Infantería, vestidos de civil pero con los inevitables claveles rojos en la solapa, se las birlaran a base de labia y sin oponer resistencia por su parte. ¿Qué coño estaba pasando por la cabeza de Bruno en una noche de celebración colectiva como aquella?...ni siquiera se unió al resto de congregados cuando la megafonía del local, en un inusual alarde patriótico, entonó los primeros compases del himno nacional, que fueron recibidos con aplausos y vítores de júbilo por parte de una multitud abigarrada. Sin dejar de beber lingotazos de whiskey y de ron, Bruno se fue aislando de sus semejantes, y, a eso de las dos de la madrugada, ya ni siquiera hacía caso de lo que decía Tiago. Este no entendía la razón de su aparente desánimo, en una noche tan hermosa y que parecía diseñada por la Providencia para el desparrame mas absoluto.
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¿Se puede saber que te pasa, Bruno? No has abierto la boca en la última media hora, has dejado escapar a las dos chicas mas guapas del local, y ni siquiera quieres hablar conmigo…¿te encuentras mal?
Bruno lanzó un profundo suspiro, sin soltar su vaso de ron de la mano, y se le quedó mirando con aire ausente, como si la cosa no fuera con él.
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Creo que…me he enamorado, Tiago.
Este hizo un aspaviento con las manos, como si espantara una mosca imaginaria de la mesa, antes de responder.
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Buaaa, si es eso no veo que haya tanto problema; desde que te conozco te has enamorado cientos de veces, algunos días incluso de dos chicas diferentes a la vez.
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No estoy de broma, Tiago…- Bruno bajó la mirada y la levantó luego brevemente, mostrando unos ojos acuosos, luchando por no llorar – esta vez va en serio, el otro día conocí a la mujer de mi vida….
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Bueno, lo mismo decías de la enfermera esa que te ponía tan cachondo y con la que jugabas a los médicos en tu habitación; por no hablar de Cátia, la tal Célia, la famosa Asunsao, o la apasionada Rosinha Dias…y me olvido de muchas mas.
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No me has entendido bien. – Bruno se detuvo en seco para pegar un generoso trago a su brebaje favorito, compuesto de ron puro con tónica y corteza rayada de limón – Lo que quiero decir es que mi carrera de Casanova profesional ha terminado…he conocido a muchas mujeres en mi vida y todas vienen a ser lo mismo. Pero ella es diferente, tiene magia en la mirada…y un cuerpo de escándalo. Pero lo que me obsesiona conocer de ella es su alma, no sé como explicarlo.
Tiago comprendió al fin que no se trataba de una vacilada mas de su amigo, porque hasta entonces Bruno nunca se había interesado lo mas mínimo por el “alma” de ninguna de sus conquistas amorosas, y sí en cambio mucho por sus envoltorios de carne y hueso; alarmado por esta observación tan impropia de él, se sentó a su lado y le pasó la mano por los hombros, como solía hacer su amigo con él cuando estaba de bajón porque lo había dejado con alguna chica.
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Bien, veo que hablas en serio…pero no te pongas tan trascendente, Bruno, no va con tu personalidad. A ver, cuéntame…¿Cómo se llama la afortunada?
Bruno entrecerró los ojos como buscando ayuda del mas allá para poder pronunciar su nombre sin romper a llorar como un crío. Tras unos segundos de tensión, abrió los ojos y le miró de una forma tan tierna que Tiago sintió un escalofrío espontáneo por lo poco común que era ver al fiero trasmontano vencido por la realidad.
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Se llama Lucinda…¡Lucinda! ¿ves, Tiago? – su voz empezaba a flaquear y los primeros gallos de borrachuzo empezaban a delatar su estado etílico – es tan perfecta que hasta tiene nombre de princesa.
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No digas tonterías, es un bonito nombre, muy poético, pero nunca ha habido una princesa que se llamara así…de todos modos, ese nombre tan peculiar me suena de algo…
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Lucinda Rocha…- Bruno prosiguió su monólogo, ajeno por completo a los comentarios de su amigo – Lucinda Rocha Magalhaes se llama mi futura mujercita.
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¡Joder, ahora caigo! – Tiago chasqueó los dedos, en un gesto muy expresivo – pues claro que sí…Lucinda Rocha Magalhaes, mi antigua compañera de estudios... ¿pero de que coño la conoces tú?.
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La vi el Día de la Libertad – como el nuevo régimen y la gente en general había bautizado para siempre el 25 de Abril – en la Prasa do Comercio, y desde entonces no he podido quitármela de la cabeza. Como tú estabas negociando con los militares el acceso a la plaza y no podía preguntarte quien era, la saqué una foto de perfil mientras se alejaba de allí con un compañero, la revelé con el resto de las fotos de la jornada en la redacción y le pregunté a Mauro Ortigueira quien pensaba que podía ser…
Tiago rebobinó a toda prisa en su cabeza y procesó en cuestión de segundos toda la información sobre ella que recordaba en ese momento, a pesar de los estragos del alcohol en su debilitado cerebro.
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Ya veo…Lucinda Rocha Magalhaes, hija de Evelina Rocha, la conocida concertista de piano, y de Fábio Magalhaes, el polémico mago de las finanzas y considerado como el “rey del cemento” en Portugal. Una pija de grueso calibre…yo creo que en todo el tiempo que estudié con ella sólo cruzamos un par de palabras. No porque me cayera mal o no me atrajera físicamente, pero estaba claro para todos que ella pertenecía a otra clase social, con sus propias reglas e intereses…¿y esa es la mujer con la que pretende pasar el resto de su vida un comunista de manual como tú? – le interrogó un escéptico Tiago, que se hacía cruces sobre el futuro de tan improbable relación.
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Comunista, vale, pero eso de “de manual” no va conmigo, yo me meo en los manuales… - protestó un airado Bruno, que cambiaba de humor a cada momento cuando bebía demasiado – además, yo soy católico, como mi tío Joaquím, y eso se valora mucho en esos ambientes señoriales…
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Tu idea del catolicismo no creo que coincida mucho con la de esa gente de dinero…
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Me da igual lo que piense la gente, y me da igual lo que pienses tú. Cuando me case con ella… - a Bruno se le trababa la lengua al hablar y perdía el hilo de la conversación a cada paso.
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Antes tendrás que conocerla, digo yo. – le interrumpió su amigo - Con una foto de perfil de tu amada de momento no te puedes casar, que yo sepa. Y tus posibilidades de conocerla e intimar con ella no son precisamente altas; y, por último, pero no menos importante, te recuerdo que en la Facultad tenía fama de estrecha...
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Me da igual lo que digas, yo sé que la gusto y que será mía y solo mía – Bruno se levantó de improviso de su asiento y derramó el contenido de su vaso en el suelo y sobre la mesa vecina, provocando las justificadas quejas de sus ocupantes - ¡Lucinda será mía, escuchad todos! –gritó con todas sus fuerzas intentando superar el volumen descomunal de la música del local - ¡Lucinda es mía!
Algunos chavales que bebían cerca de ellos le jalearon para que siguiera gritando, y Bruno encontró en sus vítores la fuerza interior que necesitaba para proclamar a los cuatro vientos el sentimiento que amenazaba con estallarle en el pecho:
¡LUCINDA ES MIA! ¡LA QUIERO, LA QUIERO, LA QUIERO!
Todo fue mas o menos bien hasta que a uno de los marrulleros de alrededor, alentado por la alta concentración de alcohol en sangre, se le ocurrió encararse con él y llevarle la contraria, por el simple placer de incordiar un poco y hacerse el machito ante sus compañeros. Se acercó hasta donde estaba Bruno vociferando, le vació el contenido de su vaso en la cara y le espetó en sus mismas narices:
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No hace falta que grites tanto, payaso. Resulta que tu Lucinda es mi zorrita privada y me la follo cuando me sale de los cojones. Tu ni siquiera la has olido el chocho de lejos, maricón.
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¡A quien le voy a comer el chocho es a la puta de tu madre, cabrón! – Bruno le asestó un puñetazo que le derribó de inmediato al suelo, y luego se le lanzó al cuello, apretando con ambas manos sin piedad hasta que entre Tiago y el resto de amigos del golpeado consiguieron separarles. Tiago temía que, en su estado de embriaguez total, degollase al pobre desgraciado de su oponente, que se retorcía en el suelo como un cerdo en día de matanza, con la cara amoratada y luchando por liberarse de aquel asesino en potencia.
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¡Vámonos de aquí antes de que nos saquen a los perros! – Tiago tiró como pudo de su amigo, que apenas se tenía en pie, y le arrastró escaleras arriba en busca de la salida mas cercana.
Una vez en la calle, buscó un taxi, pero dos de ellos pasaron de largo al comprobar que el que mejor pinta tenía llevaba una tajada impresionante, y el otro apenas se tenía en pie. Por fin, un taxista caritativo o con menos escrúpulos previos, les acercó a su barrio, y Tiago cargó con Bruno a su espalda hasta llegar a su piso, en la segunda planta de un viejo edificio sin ascensor. Tiago le descargó como pudo sobre su cama y se tumbó a su lado en la semipenumbra de la habitación, completamente exhausto. Al cabo de unos minutos se recuperó lo suficiente como para levantarse y proceder a descalzar a su amigo, continuando luego con la camisa roja de grandes solapas y los pantalones de tergal negro. Iba a culminar la operación arropándole con las sábanas cuando reparó en el bulto que sobresalía de forma prominente de los calzoncillos de su amigo. Era un bulto descomunal, una tienda de campaña incorporada cuyo inquilino luchaba por abrirse paso al exterior de manera desesperada. Y eso que Bruno había pasado todo el viaje de vuelta rezongando y quejándose de las mujeres y los problemas que provocaban en los incautos hombres que las perseguían como si les fuera la vida en ello.
Visiblemente nervioso, y excitado a su pesar por la situación, que nunca hubiera imaginado posible, Tiago se debatía entre arroparle de una vez y pegarse una ducha fría para aplacar su incipiente calentura, o lanzarse a la piscina con todas las consecuencias, y dar rienda suelta a sus fantasías y a su verdadero yo, aunque sólo fuera por una vez en la vida.
En aquel momento Tiago fue dolorosamente consciente de que todas las mujeres que había cortejado y con las que se había acostado en todo este tiempo no representaban nada en comparación a la sublime visión que tenía delante de sus asombrados ojos. ¿Cómo podía desperdiciar una ocasión tan propicia y poco probable de repetirse yéndose a dormir como un boy-scout laureado y hacerle ascos al glorioso cuerpo que tenía al alcance de su mano? …por una parte, pensó, Bruno era su mejor amigo, y nada sospechoso de compartir sus tendencias ocultas, y aquello podría considerarse una violación encubierta, pero, por otro lado, un dubitativo Tiago determinó que en realidad no iba a hacer nada malo, y se justificó a sí mismo aduciendo que solo iba a masturbarle un poco para aliviarle el calentón, como había oído decir que hacían los soldados de reemplazo en Angola y Mozambique, en medio de la tensión de una interminable guerra colonial, y eso no significaba que fueran maricones ni nada por el estilo. Además, con la cogorza que llevaba encima y completamente dormido como estaba, lo mas probable es que ni se enterase. Envalentonado por esta circunstancia, y superando gracias al alcohol fluyendo por sus venas su timidez congénita, Tiago le fue bajando los gayumbos hasta la altura de las rodillas, y posó su mano nudosa de campesino alentejano en el miembro erecto de su compañero de fatigas.
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Joder, Bruno – pensó Tiago para sus adentros – si tú supieras la verdad de lo que te quiero…pero tal vez sea mejor así, que mi secreto quede a buen recaudo. No quisiera exponerme a perder tu amistad y tu afecto por un simple polvo…
Con un leve movimiento de la mano, firmemente enlazada al eje del mástil del yacente Bruno, Tiago dio rienda suelta a sus mas íntimos deseos, empujando atrás y adelante en dirección al prepucio; pero, a pesar del pausado ritmo que imprimía a la operación, ésta no carecía de riesgos. El ansiado objeto de sus atenciones se reanimó de golpe, y se le quedó mirando con una expresión de incredulidad en la cara. Tiago se retiró de inmediato de su lado y fingió una imposible coartada recogiendo los zapatos de Bruno del suelo y acercándolos hasta el armario.
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Pero…¿qué coño estabas haciendo? – para colmo de males, Bruno parecía haberse despejado como por ensalmo, y su tono de voz resultaba algo amenazante.
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Nada…estaba recogiendo tu ropa tras dejarte en la cama…- la vacilación y el nerviosismo implícitos en su respuesta le delataban sin necesidad de confesión previa.
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Venga ya, Tiago…estoy borracho, no gilipollas. Tu me estabas pajeando, no lo niegues ahora.
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Bueno, yo…- aquella conversación a media luz y sin mirarse a la cara estaba resultando la mas comprometida y difícil de su vida – en realidad no sé bien que pasó por mi mente…creo que he bebido demasiado, y no soy dueño de mis actos…
Bruno encendió a tientas la luz de la mesilla y contempló horrorizado la impresionante erección que se adivinaba a través del pantalón de Tiago.
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Lo que a ti te pasa es que estás cachondo y no tienes una buena hembra a mano para calmar tus instintos. En parte la culpa es mía, creo que te he jodido la noche con mis tonterías sentimentales, he pecado de egoísta contigo. Lo siento.
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No, no tienes que disculparte conmigo. Mas bien al contrario, mi comportamiento esta noche ha sido injustificable – Tiago no acertaba a levantar la cabeza y estaba tan rojo como un tomate - Y supongo que llevas razón, necesito una mujer en este preciso momento.
Bruno sintió una punzada de compasión y se levantó como pudo de la cama, ajustándose los calzoncillos durante el breve trayecto hasta el armario.
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Ven, Tiago, dame un abrazo.
Tiago no levantó la vista del suelo en ningún momento cuando Bruno se acercó hasta él y le amarró a su cuerpo, en un bienintencionado deseo de restarle importancia al asunto, pero que a Tiago le resultó ridículo y humillante, sin poder explicarse bien porqué.
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Tiago, mi querido Tiago – la voz temblorosa de Bruno indicaba a las claras que se encontraba de nuevo al borde del llanto, en una noche que semejaba una montaña rusa emocional con constantes fluctuaciones anímicas – tú bien sabes que eres mi mejor amigo, y que te quiero mas que a los de mi propia sangre…pero yo no puedo darte lo que buscas en mí; ¡joder, Tiago! – ahora sus lágrimas caían en cascada por el rostro – ¡no me hagas decir cosas que no repetiría en público ni aunque me amenazasen con un revolver!... – hizo una pausa en su monólogo y se secó las lágrimas de un rápido manotazo, antes de volver a abrazar el pétreo cuerpo de Tiago - te juro por lo mas sagrado que me encantaría poder complacer tus deseos, y que esta noche desearía con toda mi alma ser como tú para poder hacerte feliz…¡pero es que no puedo, es algo que no depende de mí!…no sé, tal vez cuando cumpla 60 años y la atracción que siento hacia las mujeres se enfríe un poco, pueda plantearme esa posibilidad, pero quiero que sepas que sólo lo haría por ti, por lo mucho que te quiero, Tiago…
Tiago estaba tan deshecho en lágrimas como su compañero, pero en su caso, no eran sólo de emoción, sino también de rabia, ira e impotencia; rabia e impotencia justificadas en su caso, pensaba, porque se había dejado llevar por falsas premisas y ahora su secreto mejor guardado había quedado al descubierto. Debía dar gracias al cielo de que Bruno hubiera reaccionado de una forma tan sorprendente y moderada en lugar de liarse a golpes con él o insultarle sin mas, como hubiera sido lo normal en aquella época de tabúes sexuales tan profundos, en un Portugal que apenas despertaba ahora de un largo sueño de siglos. Por otra parte, por mucho que le conmoviese la sacrificada actitud de su amigo, poniendo por delante sus lascivos deseos a los de su propia conveniencia personal, encontró en su emocionada exposición cierto tufillo paternalista y lastimero, y lo último que él deseaba era provocar lástima en los demás. Para colmo, se sintió internamente ofendido con la ridícula observación de que a los 60 años podría plantearse un cambio de rumbo en sus afectos, una vuelta de tuerca imposible que además les situaría a las puertas mismas de la jubilación y del asilo. Sentía dentro de sí un cúmulo tal de sentimientos contradictorios que el corazón le latía a mil por hora, y el desconsolado abrazo de su mejor amigo, por quien se sentía inmensamente atraído, le parecía una cárcel de carne y hueso de la que debía huir antes de que fuera demasiado tarde. Sin respetar la sincera muestra de cariño de su amigo, Tiago se deshizo de su asfixiante abrazo y le apartó de sí con cajas destempladas.
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¡Estás muy equivocado conmigo! – ahora Tiago sentía llegada la hora del desquite - ¡Yo no soy como tú piensas, solo estoy bebido! … - se puso a dar vueltas en círculo por la habitación, fuera de sí, ante la atónita mirada de su compañero – sí, está claro…lo que yo necesito esta noche es una mujer…una mujer de verdad….y voy a salir a buscarla…¡ahora mismo!.
Bruno intentó convencerle de que era ya muy tarde y estaba demasiado borracho para pensar con claridad, pero cuando intentó interponerse entre su amigo y la puerta de su cuarto, un desaforado Tiago, imbuido de una fuerza sobrehumana desconocida hasta entonces en él, le hizo a un lado con violencia y le arrojó al suelo sin miramientos, antes de marcharse de casa dando un sonoro portazo. Deambulando por la ciudad dormida sin rumbo fijo, con el alma rota y su hombría cuestionada por el hombre a quien amaba por encima de todo y de todos, se perdió al fin entre las callejuelas más lóbregas del barrio portuario, y no tardó en encontrar su objetivo. Una joven prostituta, con dos tallas menos de ropa, por lo demás escasa, de lo que la decencia y el sentido común aconsejaban, se le aproximó al doblar una esquina mal iluminada y, sin mas preámbulos, acordaron una transacción favorable para ambas partes. La chica le guió hasta una pensión cercana, donde había alquilado un cuartucho de mala muerte y en el que convivía con un gato famélico que no dejaba de ronronear en torno suyo.
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¿Te importa que te de por el culo? – la pregunta de Tiago sonó mas bien como una orden, lo que sumado a su cara de pocos amigos hizo temer a la fulana que se tratara de uno de esos tipos violentos que se complacen en provocar dolor a las mujeres.
Esta se dio la vuelta mientras procedía a desnudarse ante un espejo de cuerpo entero, y, tras mirarle de arriba a abajo sin dejar de mascar chicle en todo momento, respondió:
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Bueno, digamos que no es mi especialidad o lo que mas me gusta, pero en este negocio mandáis vosotros, los clientes…y, además, a un chico tan guapo como tú no se le puede negar nada, y menos un capricho inocente como ese .- y le sonrió de forma pícara dejando caer al suelo el sujetador ante el rostro impenetrable de Tiago.
Si la puta en cuestión pensó que sería un trabajo fácil o rápido, es que subestimaba las habilidades sexuales de su cliente. Sin llegar a la violencia explícita, no se puede decir que el trato de Tiago hacia ella fuera delicado, y la tremenda cabalgada sobre su castigado trasero la dejó exhausta, bañada en semen y al borde de provocarla un desgarro anal, por lo que cuando todo terminó y su misterioso semental la lanzó a la cama un fajo de billetes, que contenía el doble de escudos de lo acordado, no pudo por menos que sentir que el mal rato pasado no había sido en vano.
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Toma, para que te compres un vestido nuevo; ese que llevas revienta por las costuras.
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Gracias, guapetón…¡vuelve cuando quieras! – la meretriz le observó marcharse del cuartucho, y escuchó un golpe seco en la puerta de la calle después; el gato, que había estado rondándoles todo el tiempo, se subió a la cama mientras su dueña contaba billetes con la sonrisa instalada en el rostro.
En la calle, caminando hacia ninguna parte y con la mirada perdida, Tiago se sintió mas vacío y menos hombre que un rato antes, e indigno de conservar la amistad de Bruno Alves. Las lágrimas que vertía ahora eran de conmiseración, y le acompañaron hasta que llegó de nuevo a Rúa da Vitoria y el sueño se apiadó de él por unas horas.
(Continuará)