Los claveles marchitos de la Revolución (cap. 12)

Tiago y Lucinda quedan finalmente para cenar en un distinguido restaurante madrileño, y ambos aprovechan la ocasión para ponerse al día de sus respectivas biografías y compartir recuerdos, pensamientos, anécdotas y buenos y malos momentos vividos, en una atmósfera relajada propia de 2 viejos amigos.

Lucinda tuvo el detalle de elegir un restaurante equidistante entre su domicilio en el Paseo de la Castellana, la antigua residencia paterna, y el Hotel Villamagna, donde se hospedaba Tiago. Se llamaba El Tártaro, y se había convertido en los últimos tiempos en uno de sus lugares favoritos para salir a comer o cenar con amigos y conocidos, y quedar bien con todos ellos, por la informal elegancia del local y por la gran calidad de su cocina tradicional, que un hombre de mundo como Tiago sin duda apreciaría; Lucinda quiso pasar a recogerle, pero él insistió en acudir en taxi, para evitarla molestias innecesarias.

El cálido ambiente del restaurante y la discreta entrada de clientes de aquel lunes ayudaba a conseguir la atmósfera de intimidad que ambos precisaban para reverdecer recuerdos. Lucinda le obsequió al llegar con un ejemplar de su último libro, próximo a ser publicado, “La chica que se parecía a Pier Angeli”, unas “antimemorias”, como ella las definía, en las que recogía diversos recuerdos de su juventud en Lisboa y lo mezclaba en un original mestizaje con un detallado análisis de la relación sentimental que mantuvieron los actores James Dean y Pier Angeli, otra vieja obsesión de Lucinda; con este libro conseguía, pues, matar dos pájaros de un solo tiro. Tiago encontró la temática de lo mas original, prometió leerlo a la mayor brevedad posible y enviarle sus comentarios por correo electrónico.

  • La verdad es que te encuentro estupenda - afirmó Tiago sosteniendo las manos de Lucinda mientras elegían viandas de entre el variado menú - Supongo que estarás acostumbrada a que te lo digan, pero es cierto.

  • Bueno, mi trabajo me cuesta, no creas: ya no tengo 20 años…Tengo mis trucos, además de practicar mucho yoga y pilates. Descanso el justo, por desgracia.

  • Y dime una cosa…¿de verdad te pareces a Pier Angeli? -Tiago señaló hacia la portada del libro, situado en un lateral de la mesa, y que ocupaba una amplia foto en blanco y negro de una juvenil Lucinda en la terraza de su casa de Campo Grande, tomada por Bruno en los días felices de su relación sentimental.

  • En realidad habría que decir que me parecía, porque ella murió a los 39 años, y es difícil saber como habría envejecido. Pero de jóvenes éramos clavadas, salvo por el detalle de que yo soy bastante mas alta que ella, ya que mido 1’71 de estatura.

  • Si te soy sincero esa actriz solo me sonaba de nombre, pero no la ponía una cara en mi mente, - reconoció Tiago avergonzado - no soy tan cinéfilo como para eso.

  • Tranquilo, no es nada extraño, se trata de una actriz completamente olvidada en la actualidad; si no hubiera sido por su romance con James Dean difícilmente estaríamos ahora hablando aquí de ella. Digamos que no ha pasado precisamente a la Historia del cine, aunque en su momento fue una gran estrella, y gozó de una enorme popularidad, tanto en Europa como en Estados Unidos. Pero no tuvo suerte en su carrera, sobre todo porque el estudio para el que trabajaba no hizo gran cosa por promocionarla.

  • Otro juguete roto de Hollywood, entonces.

  • Sin duda. Yo estoy convencida de que, si se hubiera quedado en Italia, habría competido por los mismos papeles que hizo célebres a Lucía Bose y a Silvana Mangano. Cuando emigró a EE.UU., a los dieciocho años, ya tenía un prestigio enorme en Italia con solo dos películas, y el aval personal del influyente actor y realizador Vittorio De Sica. Pero en Hollywood no supieron que hacer con ella, como de costumbre.

Tras elegir un ragout de ternera con salsa de arándanos (Tiago) y una lubina al horno con salsa verde y patatas (Lucinda) junto a unos entrantes de jamón serrano y queso manchego, amén de los respectivos vinos que acompañan siempre el buen yantar, continuaron la conversación en el punto en donde la habían dejado.

  • Me sorprendió escucharte hablar en español durante la conferencia, con ese acento porteño tan marcado - comentó Lucinda - ¿has vivido en Argentina por casualidad?

  • La verdad es que no, aunque he cruzado muchas veces a Buenos Aires.

  • ¿Has dicho cruzado? - Lucinda creyó no haber escuchado bien la palabra en cuestión.

  • Sí, porque el país que yo visito habitualmente es Uruguay, que queda justo enfrente, en el estuario del río de la Plata...

  • ¡Es cierto! - le interrumpió Lucinda chasqueando los dedos de una forma tan seductora que Tiago tuvo que convenir que el paso del tiempo no había hecho mella alguna en su legendario encanto - el otro día mencionaste algo sobre eso. Pero la verdad es que no conozco mucho sobre ese país, salvo que sus playas son muy visitadas por la jet-set internacional, lo que me hace pensar que se trata de una nación pacífica y estable.

  • Sí, Uruguay es un pequeño gran país con una mentalidad maravillosa. La verdad es que la idea de pasar allí los inviernos fue de Duarte, que procedía de un país tropical y no terminaba de adaptarse bien a los húmedos

inviernos lisboetas.

  • Nuestro Duarte, podríamos decir - enfatizó Lucinda mientras daba buena cuenta de una rebanada de pan tostado con una loncha de Jabugo.

-Sí, tienes razón, ya que fuiste tú quien insistió en que se quedara a vivir en el viejo piso de la Rua da Vitoria en ausencia de Bruno, y en que le distrajera un poco y eso…

  • Y vaya si le distrajiste…vamos, te lo tomaste al pie de la letra - bromeó Lucinda con su habitual sentido del humor.

  • Bueno, lo cierto es que me llevó un tiempo atreverme a dar el paso, pero cuando me atreví, o, mejor dicho, cuando se atrevió él, dio lugar a una historia de amor maravillosa que habría de durar durante 35 años…

Tiago bajó la vista y se concentró en un vistoso anillo de plata que llevaba puesto en el dedo anular de su mano derecha. Lo acarició con ternura y se quedó un momento pensativo, casi melancólico. Lucinda se dio cuenta de la situación, e intentó salirse por la tangente.

  • Me estabas comentando que visitabas a menudo Uruguay…

  • Sí, así es, y se lo recomiendo a todo el mundo que se lo pueda permitir, porque está un poco lejos. Es un pequeño país asombroso, que me recuerda en muchas cosas a Portugal, sobre todo en la humildad y modestia de sus habitantes. Modestia innecesaria, porque conforman un pueblo culto y avanzado, y muy fiestero, además; el carnaval de Montevideo moviliza a toda la población. Yo le llamo el pequeño Brasil, porque de hecho es una mezcla entre Argentina y Brasil, sobre todo por el peso de su minoría negra. Pero bueno, como te contaba, Duarte, acostumbrado al clima tropical desde crío, estaba harto de los inviernos portugueses, y, cuando empecé a ganar dinero con los libros, nos compramos una casa en Punta del Este y solíamos pasar allí los inviernos, que allá son veranos, claro. Pero desde que él me falta no voy tanto como solía…

  • Ya leí en tu último libro que enviudaste, no es necesario que me des detalles si no quieres - apostilló Lucinda, temerosa de sacar a colación todo el dolor que parecía flotar en el ambiente desde que pronunció el nombre de su compañero.

  • No, si ya está casi superado. Bueno, algo así nunca se supera del todo, pero la depresión fuerte, la que me mantuvo fuera de circulación durante un año entero, ya está felizmente olvidada. Mi terapeuta insiste en que es preferible hablar de ello con gente de confianza para que el dolor salga fuera y no se enquiste y se haga fuerte en la mente.

  • Gracias por considerarme persona de confianza, a pesar de los años que hace que no nos vemos – y Lucinda estiró la mano para tomar en la suya la de su compañero de mesa.

Tiago mostró una sonrisa tímida que le recordó a Lucinda por un instante al vergonzoso joven que había conocido en otros tiempos, tan distinto del escritor de éxito con muchas horas de vuelo que tenía delante ahora.

  • Tú siempre serás especial en mi vida. No importa la distancia o los años que hiciera que no nos viéramos, eso son contingencias humanas.

El camarero se acercó con un carrito metálico a servirles los platos seleccionados. Ambos aprovecharon la pausa en la conversación para beber agua, y Tiago sirvió vino blanco en la copa de Lucinda y un chorrito de un Rioja alavés en la suya propia.

  • Como te decía, es mejor hablar de ello que guardarlo dentro. En fin, Duarte lo era todo para mí - confesó un emocionado Tiago al borde de las lágrimas - mi amigo, mi amante, mi hermano menor, mi confidente, tantas cosas a la vez. También era un tío listo, un chico espabilado que creció en contacto con la naturaleza y sabía hacer muchas cosas, podía valerse por sí mismo en cualquier circunstancia. Con un pequeño préstamo que le hice, montó su primer taller de mecánica, la cosa le fue bien, y a los pocos años ya había ampliado el negocio con otros dos, en Montijo y Almada. Y así hasta los 27 actuales de la cadena Pinto Andrade de reparación de vehículos 24 horas.

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¿Quieres decir que los talleres Pinto Andrade, los del logotipo con el leopardo saltando sobre la presa eran suyos? - Lucinda apenas podía contener su comprensible pasmo ante tan inesperada revelación.

  • Me temo que sí, y es que su nombre completo era justamente Duarte Pinto Andrade. Y ahora son míos, puesto que figuraba en su testamento como heredero universal, pero lo gestiona todo mi sobrino Guilherme, que es un hacha para los negocios, a mí ese mundo no me interesa nada. En resumen, que Duarte era un fuera de serie en todo lo que hacía; yo me metía con él porque era de derechas, del PSD, vamos, y del Benfica, mientras que como sabes yo soy socialista y del Sporting de Lisboa. Ahora echo de menos nuestras discusiones políticas y futboleras, mira por donde. Tras el accidente de helicóptero en Angola, hace ahora dos años, mi mundo se hundió; yo le pedí que no fuera, pero él insistió en que se seguía sintiendo angoleño, y ahora que el Gobierno de ese país había liberalizado la economía quería contribuir al desarrollo de su tierra natal invirtiendo allí. Pensaba montar una fábrica de tractores en Huambo, y estaba sobrevolando los terrenos que le interesaban cuando, al parecer, las condiciones climáticas cambiaron de manera brusca, y una tromba de agua cayó sobre la zona; según parece, el helicóptero no tuvo ningún fallo mecánico, sino que fue alcanzado por un rayo, y se estrelló en la llanura africana. No hubo sobrevivientes.

  • ¡Ufff!... es terrible perder a un ser querido de esa manera. Lo siento, Tiago, tu sabes como apreciaba a Duarte, y lo agradecida que estoy por lo bien que se portó conmigo durante el famoso “verano caliente” del 75 - Lucinda extendió el brazo y acarició el dorso de la mano de su amigo, que le devolvió a cambio una desganada sonrisa.

La conversación, tras un breve lapsus, giró entonces hacia el bando de Lucinda; Tiago mostró un repentino interés por conocer que había sido de su vida desde 1975, y que senderos vitales había tomado para convertirse en la brillante mujer madura y escritora vocacional que tenía delante.

  • Bien, no hay mucho que contar - mintió Lucinda, que, en realidad no sabía por donde empezar a hacerlo - Me marché a España, como sabrás, para cuidar a mi madre enferma de cáncer, y, por caprichos del destino, al poco tiempo de llegar conocí al que luego sería mi marido, Carlos, y nos casamos a comienzos del 76. El era un hombre muy atractivo y con mucho estilo personal, que había recibido una educación casi aristocrática por parte de su distinguida familia; yo estaba sola en este país, no dominaba el idioma y me sentía algo desplazada aún, y él sumaba a sus otras virtudes el impagable plus de hablar portugués de corrido, por haber pasado los veranos en Estoril desde niño. No sé, supongo que me dejé llevar por las circunstancias, y me autoconvencí de que aquello era lo que yo necesitaba en realidad, porque yo nunca sentí en mi interior con Carlos la misma magia que había vivido con Bruno, esa especie de runrún interno tan excitante que algunos comparan con la sensación de tener “mariposas volando en el estómago”, y que solo la gente que ha amado de verdad ha llegado a sentir alguna vez en su vida.

  • Bruno sufrió mucho con tu decisión, no podía creer lo que estaba sucediendo. Cambió mucho a partir de ese día, incluso viajó a España para hablar contigo y arreglar las cosas, pero, al final, a la vuelta de vacaciones, llegó aún mas desmoralizado. Se dejó crecer la barba, empezó a descuidar su aspecto personal, y un buen día se marchó. Dejó trabajo, amigos, todo, y desapareció; eso fue algo antes del 25 de Noviembre. Yo pienso que estuvo participando en las acciones revolucionarias previas al golpe de Tancos, porque estaba muy metido con los radicales de la UDP y era íntimo por entonces de tu cuñado Jorginho.

  • ¡Otro que tal baila! - exclamó Lucinda con su gracejo habitual - Menuda pieza está hecho…y no porque no sea un hombre simpático y agradable, que lo es y mucho, pero es que hay gente que parece tener estrella en esta vida, y él es uno de esos. En la Revolución era mas comunista que nadie, hasta el punto de pertenecer al famoso COPCON, el colegio cardenalicio de los popes del “Proceso Revolucionario En Curso”; después se hizo socialista en los buenos tiempos de Soares, y adaptó su discurso a las nuevas circunstancias políticas, y, tras las privatizaciones de Cavaco Silva, se convirtió sin mas dilación en empresario de éxito. Además, nunca ha pagado hipoteca, porque siempre ha vivido en la casona de Campo Grande, aunque durante años no se habló con mi padre por influencia de mi hermana.

  • ¿Quieres decir que al final Jorge y Dom Fábio llegaron a conocerse? No me hubiera perdido ese encuentro por nada del mundo –  admitió Tiago divertido.

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Sí, a partir de los años 80 empezaron a colaborar en asuntos de negocios, y se respetaban mucho, hasta el punto de que al final de su vida le consideraba casi como el hijo varón que nunca tuvo, porque mi cuñado le cayó en gracia a Dom Fabio, una vez que dejó de lado sus veleidades revolucionarias y se convirtió en un “hombre de orden”. Todo lo contrario que mi marido, al que consideraba un buen partido pero al que no soportaba en el día a día, decía que le veía demasiado pijo y estirado, y tras nuestro divorcio amistoso se negó a volver a verlo, siempre decía que un hombre con el mal gusto de dejarme plantada por cualquier camarera de club nocturno no merecía que invirtiera en él ni un minuto de su valioso tiempo. Y es que mi padre fue siempre un hombre del pueblo, ajeno a cualquier atisbo de etiqueta social.

  • ¿Y Teresa llegó a reconciliarse con él?

-¡Nunca! Al contario que su marido o sus dos hijos, ella nunca transigió en ese punto; guardó siempre un profundo rencor a mis padres y no acudió siquiera al entierro de mi madre, a la que consideraba cómplice de las barrabasadas de su marido. Desde luego ayudaba el hecho de que ella vivía en Lisboa y mi padre en Madrid, y que él se negó a regresar a Portugal, donde, decía, “le habían robado hasta el último escudo” sin ningún tipo de indemnización; y, aunque con el tiempo consiguió recuperar al menos la cementera, para entonces la base de su negocio ya estaba instalada de forma permanente en España.

  • Me he fijado - observó Tiago hojeando la carta de postres - que pintas a tu padre como una especie de “Padrino”, e incluso le llamas a veces Dom Fábio, no sé, noto una especie de distancia espiritual entre vosotros…; también he notado que has elegido el apellido materno a la hora de darte a conocer como escritora, y te haces llamar Lucinda Rocha a secas. Supongo que eso quiere decir algo.

Lucinda sonrió para sus adentros, buscando fuerza e inspiración a la hora de responder a una respuesta tan complicada, por la carga emocional y el cúmulo de sentimientos encontrados que implicaba.

  • Bien, respecto a lo del apellido artístico, te informo: estamos en España, tierra negada al don de lenguas, y todavía no he encontrado a nadie capaz de pronunciar el apellido Magalhaes de forma satisfactoria, si te fijas la mayoría lo pronuncia Magalaes o Magallanes, como el famoso explorador portugués al servicio de la Corona española, lo que me resulta patético cada vez que lo escucho; por eso decidí prescindir de él, y centrarme en el Rocha, que compartimos ambos pueblos ibéricos. En esta ocasión, se trata de una cuestión puramente práctica. Por lo demás, mi padre no era lo que se dice una buena persona, eso lo sabe todo el mundo; bien es cierto que la muerte de mi madre le afectó mucho, y, en cierto modo le dulcificó algo el carácter, si es que en su caso es posible decir eso, porque él siempre estuvo muy enamorado de esa mujer tan bella y distinguida que era mi madre, y a la que consideraba su mayor trofeo. Y digo trofeo, porque mi madre se iba a casar con otro hombre, allá por 1950, y mi padre la convenció, con su innegable carisma, para romper el compromiso y casarse con él, pese a la oposición de la familia de su novia, que le consideraba un advenedizo sin clase. Mi padre siempre se salía con la suya….yo le quise mucho de niña y adolescente, pero cuando me hice mayor y empecé a pensar por mí misma, empezamos a chocar y a discutir. Pero en el fondo él siempre me respetó mas que al resto de sus allegados o conocidos, decía que tenía los ovarios bien grandes, y que era digna hija de su padre.

  • Curiosa expresión viniendo de un padre, desde luego - apuntó Tiago divertido - pero es una pena que no pudiera repetirse la historia de tus padres y que te casaras con un desclasado como Bruno Alves.

  • Sí, eso mismo me he echado en cara yo durante muchos años - el rostro de Lucinda se tornó sombrío por unos segundos - pero estuve a punto de conseguirlo antes de que mi madre se pusiera enferma; el deseo de que ella pasara sus últimos días en paz, y de no provocarle disgustos innecesarios fue la verdadera causa de nuestra ruptura, no el enfrentamiento con mi padre, al que me sentía capaz de hacer frente sin mayor problema. Fue un sacrificio inútil, porque mi madre murió de todas formas, pero yo me quedé aquí, atrapada en un matrimonio sin amor que no podía salir bien de ninguna de las maneras.

El camarero se acercó solícito a requerimiento de Tiago, y ambos eligieron el postre. Tiago se decidió por la tarta de Santiago, intrigado porque un dulce español llevara su nombre de pila, y Lucinda le aclaró que se llamaba así en honor al Apóstol Santiago, Santo Patrono de Galicia, y que era una rica tarta confeccionada a base de huevo, azúcar, almendras y canela, y cuya característica distintiva era la gran cruz de la Orden de Santiago que llevaba grabada en su superficie. A Tiago le hizo gracia el asunto, y decidió pedirla; Lucinda se decidió por un “pudding” de manzana y pasas, aunque sabía que al día siguiente se arrepentiría al subirse a la báscula, y que su entrenador personal le aplicaría un drástico correctivo de inmediato.

Tiago, que poseía un gran trasfondo cultural, que fascinó ya en su juventud a Lucinda, le contó una curiosa anécdota mientras probaba la exquisita tarta de origen gallego.

  • El mundo en que vivimos es realmente esperpéntico. Para un agnóstico impenitente como yo no deja de ser un motivo de perversa satisfacción conocer que los peregrinos que realizan el Camino de Santiago y viajan a Compostela a visitar la tumba del “Apóstol”, en realidad están rindiendo homenaje al sepulcro del obispo hereje Prisciliano, que fue ejecutado por la propia Iglesia Católica, y que había fundado un culto gnóstico de tipo panteísta que tuvo un enorme seguimiento en Galicia en los siglos IV y V de nuestra era. La Iglesia fue capaz hasta de apropiarse de la tumba de su archienemigo y hacerla pasar por propia con tal de frenar la expansión del priscilianismo.

  • Y vive Dios que lo consiguieron - apostilló Lucinda - aunque gracias al cielo la influencia de la Iglesia en España es muy limitada, y, desde luego, mucho menor que en Portugal. Mis hijos, por ejemplo, están bautizados, pero mi único nieto hasta el momento, que tiene un año, no. No por nada en concreto, es solo que sus padres lo consideran irrelevante, puesto que de todas formas no le piensan dar ningún tipo de educación religiosa.

Tiago se quedó de piedra con su comentario, no porque le sorprendiera que su nieto no estuviera bautizado, puesto que en Portugal también empezaba a ser común encontrarse con niños criados en un ambiente de laicismo absoluto, sino por el hecho mismo de que tuviera nietos. En ese momento se dio cuenta de que ella no había mencionado en ningún momento la existencia de posibles hijos, aunque él había dado por hecho que los tenía, tal vez recordando antiguas conversaciones con Teresa, la hermana de Lucinda, en la que mencionaba a sus traviesos sobrinos españoles.

  • No lo he mencionado porque es algo que daba por supuesto, pero sí, tengo dos hijos maravillosos, Alejo, o Aleixo en portugués y Blanca, mi querida Branquinha. El mayor tiene 35 años, y es DJ de profesión; nunca fue buen estudiante y sólo destacaba como deportista: era un magnífico pivot jugando al basket, pero lo dejó por una lesión de menisco y se dedicó a su gran pasión, que es la música “house” y esos ritmos de discoteca tan estridentes. Y no le ha ido nada mal, es el diyei residente, o como se diga eso, de una conocida discoteca ibicenca, y, además, realiza sesiones esporádicas en salas de todo el mundo; dos veces al año hace un circuito de actuaciones que le lleva a Londres, Amsterdam, Berlín, Nueva York y Los Angeles, pero ha llegado a tocar hasta en Tokyo. Se hace llamar DJ Aleixo, y, bueno, digamos que tiene su público. Conmigo es muy cariñoso, pero solo le veo un par de veces al año a lo sumo, cuando se deja caer por Madrid para alguna sesión, o por Navidad. Ahora tiene una novia estable holandesa muy guapa, pero hasta llegar ahí ha sido mas golfo aún que su padre, y me quedo corto. Yo estoy muy orgullosa de él, y siempre me repito a mí misma que ha triunfado en la vida porque ha seguido su vocación y ha sido fiel a su verdad, en lugar de dejarse llevar por las circunstancias, como hice yo.

  • No seas tan dura contigo misma… - le pidió Tiago - ¿Y de la chica que me cuentas?

  • Bueno, si Aixo es mi ojito derecho, Blanca lo es de su padre, y de su difunto abuelo. Porque mi padre fue un abuelo muy cariñoso y consentidor, ahí donde le ves, después de haber sido un marido exigente y un padre tiránico y controlador. Mi hija le quería tanto que a su niño le ha llamado Fábio en su recuerdo…sólo espero que no saque el carácter del bisabuelo, por su propio bien. Mira que guapetón que está…

Lucinda buscó en el interior de su bolso de Prada el móvil de última generación que andaba perdido entre paquetes de kleenex, barritas de pintalabios y espejuelos de mano. Tiago sonrió al contemplar la cara regordeta y sonriente de un rubicundo bebé que jugaba con un sonajero de diseño vanguardista.

  • Por desgracia tampoco puedo ver a menudo a mi chiquitín. Sus padres, que son los dos arquitectos, viven a caballo entre Miami y Panamá, donde están desarrollando proyectos arquitectónicos de grueso calibre. Mi hija me ha llegado a decir que en la ciudad de Panamá se construye un rascacielos nuevo cada mes, y que el volumen de contratos en ese país, que de momento no conoce ninguna “crisis del ladrillo”, es tal que están pensando en instalarse allí de manera indefinida, al menos mientras dure el “boom” inmobiliario. Pero también viajan mucho a Dubai, Singapur, Kuala Lumpur…¡que sé yo! - el rostro de Lucinda se ensombreció de nuevo, y bajó la vista por un momento, buscando las palabras precisas que explicasen la dualidad de sentimientos que le producía esta situación de abandono emocional - Yo me alegro mucho del éxito profesional de mis hijos, y de que les vayan las cosas tan bien allí fuera, pero, egoístamente, preferiría tenerles cerca, y poder disfrutar de su compañía, y de la de mi nieto. La consecuencia de todo esto, que no te voy a ocultar, es que, a los 60 años, y después de haber dedicado media vida a criar a mis hijos y sacar adelante a mi familia, me encuentro completamente sola en mi enorme casa, como si no me hubiera casado nunca ni hubiera tenido hijos. Yo a esto le llamo “la venganza de Bruno”, porque estoy segura de que a su lado hubiera sido feliz y hubiera tenido una vida plena y satisfactoria en todos los órdenes. No sé porqué, pero estoy convencida de que no nos hubiéramos divorciado y seguiríamos juntos y en buena armonía.

  • No te mortifiques con eso, por favor - le rogó Tiago, tomándole la mano entre las suyas para infundirle ánimo - y no unas las palabras Bruno y venganza porque son incompatibles. El te quería tanto que hubiera dado su vida por ti, estoy convencido de ello; yo, al menos, nunca he visto a nadie tan enamorado de otra persona como a Bruno de ti. Pero parece que el destino no estaba por la labor, eso es todo. No hay que dejarse llevar por el derrotismo, todavía tienes mucha vida por delante, y a Bruno le hubiera gustado que fueras feliz y disfrutaras de cada instante de tu vida.

Lucinda, que había apartado el platillo de postre a un lado sin consumir mas que la mitad del “pudding”, no parecía compartir su opinión, a juzgar por su expresión alicaída.

  • Lo que mas rabia me da es que mi padre, que fue un opositor feroz a nuestra relación, y amenazó con desheredarme si me casaba con “ese comunista de mierda”, antes de morir, hace ahora seis años, me confesó en el lecho de muerte que se había equivocado respecto a Bruno, y que estaba seguro de que hubiera sido un buen yerno y mejor marido. Yo me quedé atónita al escuchar esto, pero es que además me reiteró varias veces su admiración por mi exnovio y me hizo llorar como nunca lo había hecho delante suya desde que era niña. Me dijo textualmente: “yo me oponía a él por razones puramente políticas, y porque le consideraba un mal partido para mi mayor tesoro, que eras tú, pero en el fondo de mi alma sabía que era un hombre de los pies a la cabeza, y le admiraba por su coraje y su gran personalidad. Fui muy injusto y arbitrario con él y te he hecho desgraciada a ti al obligarte a casarte con un hombre que no estaba a tu altura moral. Lo siento, hija mía, siento haber sido un mal padre y un cabrón como ser humano. Espero que Dios Todopoderoso en las alturas perdone mis pecados y me permita reunirme con tu madre, a la que sin duda habrá acogido en su seno”.

  • “Antes tarde do que nunca” - dijo Tiago en portugués, acogiéndose a la sabiduría popular de un refrán que también existe en castellano - Bruno era una persona muy empática, y si no se hubiera cerrado en banda con él, estoy seguro de que le hubiera seducido igual que a todos nosotros, porque tenía esa condición de caer bien a todo el mundo, y además era muy cariñoso y educado.

  • Sí, esa es una cualidad muy portuguesa que echo de menos en los hombres españoles; - añadió Lucinda - el macho hispano destaca en general por su simpatía y suele ser un amante portentoso, pero suele carecer de la sensibilidad del clásico hombre portugués, pausado y sereno, que habla bajito y no pretende comerse el mundo. España es un país muy divertido y sociable, pero a veces echo de menos esa magia indefinible que tiene Portugal, y, sobre todo, algunos de sus hombres. Aunque luego los que triunfan por el mundo, como Cristiano Ronaldo o José Mourinho, no destacan precisamente por esos rasgos tan lusitanos.

  • Bueno, pero al menos son auténticos y fieles a sí mismos, como lo era Bruno, y esos también son unos rasgos muy portugueses - argumentó Tiago mientras pedía por señas al “maitre” del local la cuenta - A mí particularmente no me cae bien ninguno de los dos, pero reconozco que no disimulan su particular carácter y se presentan ante el mundo tal como son, y eso la gente de la calle lo percibe, y se ganan su respeto. Mi admirado Mário Soares nunca ha negado que es un hombre de carácter fuerte, además de campechano y populista, y eso le ha servido para alcanzar los niveles mas altos de popularidad que un político portugués haya conseguido nunca. Hoy es una institución nacional en Portugal, como sabes.

  • Una cosa que me llama la atención de nuestros países - comentó Lucinda mientras buscaba en el bolso su cartera de piel de cocodrilo - es que en Portugal, habiendo pasado por una revolución auténtica, que puso el país patas arriba, y dirigida por unos líderes que no ocultaban su intención de convertir al país en un estado comunista, hubo muchas menos muertes que en España durante la llamada Transición, que no fue mas que un burdo pacto entre las élites franquistas y la oposición democrática interna para repartirse el pastel y que no se repitieran aquí los inquietantes sucesos portugueses. Eso prueba que somos un país pacífico y que anteponemos el consenso a cualquier particularismo personal, mientras que los españoles se decantan por la confrontación, incluso cuando se deciden a negociar. De todos modos, en España se vive bien, no lo voy a negar, y yo siempre me he sentido segura y protegida en esta tierra, que ya es la mía después de tantos años.

El elegante “maitre” se acercó hasta la mesa con la cuenta, que entregó en mano a Tiago. Esto indignó a Lucinda, que lo consideraba un clásico ejemplo de machismo, pues, según su opinión, debería haberla dejado en el centro de la mesa, pero no dijo nada para no aguar la buena marcha de la velada hasta ese momento. Ambos pugnaron por un instante por invitar al otro, o, al menos, insistió Lucinda, pagar a medias, pero el argumento de Tiago para hacerse cargo de ella la dejó sin palabras.

  • Esta vez invito yo, como habíamos convenido; además, tu me has regalado el libro, tal como acordamos hacer. Pero, si te has quedado con ganas de hacer uso de la tarjeta, puedes invitarme cualquier otro día. Le he pedido a mi asistente personal que me de un par de días libres para conocer Madrid y sus alrededores, y había pensado que tal vez tú quisieras acompañarme.

La propuesta dejó a Lucinda noqueada. Balbuceó un par de excusas poco matizadas y se escudó en su abultado volumen de compromisos, ahora que la edición de su novela era inminente; pero bastaron un par de sonrisas de Tiago marcando su irresistible hoyuelo en la barbilla y que le cogiera ambas manos y las sostuviera en alto como un Tenorio consumado para que cediera a su propuesta, sin ser plenamente consciente de ello. Tal vez influyera en su impulsiva decisión que Tiago le gustaba mucho, y se sentía muy a gusto en su compañía, aunque sabía de sobra que había cero posibilidades de llegar a nada concreto con él. Y, sin embargo, su serena mirada parecía posarse de continuo en las pupilas dilatadas de Lucinda, que se sentía como si estuviera atrapada en una cita de amor encubierta entre dos personas a las que se suponía incompatibles en principio. Y la curiosidad pudo mas que la prudencia en el ánimo de la escritora de ficciones históricas, que andaba muy necesitada de un revulsivo en su adormecida vida, y se veía obligada a agarrarse a un clavo ardiendo, aun a riesgo de quemarse en el intento.

(Continuará)