Los claveles marchitos de la Revolución (cap. 11)

Lucinda y su íntima amiga, la desenfadada Esther Cifuentes, acuden a la conferencia de presentación del último libro publicado de Tiago, en el Centro Cultural Portugués de Madrid. El reencuentro con un afectuoso Tiago pone de manifiesto la existencia de notables similitudes biográficas entre ambos.

Los últimos haces de luz diurna bregaban por hacer frente a la oscuridad, en una lucha sin cuartel que duraba millones de siglos, cuando Lucinda terminó de componerse ante la luna del espejo del vestidor; revisó concienzudamente el peinado, el vestido, los complementos, dudó entre colocarse unos zapatos de tacón plano de Prada o los taconazos de infarto de sus carísimos

Manolos

, y, al cabo de veinte minutos agónicos, decidió que, por mucho maquillaje y muchas cremas de regeneración celular que se aplicara en el rostro, estaba mas cerca de los sesenta que de los cuarenta años, y esa era una realidad insoslayable, ante la que nada podía hacer, salvo acatar los dictados del implacable Cronos y aplicar costosos tratamientos paliativos al inasumible paso del tiempo.

  • ¡Que horror! - exclamó Lucinda ante el espejo, inspeccionando en actitud expectante las líneas de expresión del rostro, a la caza y captura de posibles surcos y arrugas delatoras - soy mas mayor que mi propia madre cuando murió, y Tiago me recuerda como una jovencita de veintitrés años con todo en su sitio y la cara tersa como la de una Madonna del Quattrocento. Claro, que él también habrá cambiado con los años, pero los hombres, por lo general, a poco que se cuiden, envejecen mejor que nosotras. Y por las escasas fotos que he visto de él en la red, se conserva como un chaval. Espero que no piense de mí al llegar que soy

la madre de Lucinda

, por Dios.

Tras darse los últimos retoques de urgencia al peinado en el espejo del ascensor de su edificio, aceleró el paso en el garaje para no impregnar su ropa de humo y desnaturalizar el costoso aroma de su perfume de Lanvin, y se subió a su flamante Alfa Romeo Giulietta. De camino a recoger a su íntima amiga, la malagueña Esther Cifuentes, aprovechó para escuchar algo de música en el coche;

el maldito atasco de la hora de salida de los colegios

  • pensó para sus adentros mientras intentaba sortear a niños y padres a la altura del Colegio San Agustín, en la atestada calle de Padre Damián. El etéreo sonido de la voz de Teresa Salgueiro, la cantante del grupo portugués Madredeus, la relajó de inmediato; escuchar la privilegiada voz de soprano de esa mujer constituía uno de sus placeres mas confesables, y recurría a ello cada vez que se sentía estresada o agobiada (si estaba deprimida, lo que ocurría a menudo desde que murió Enrique, optaba por ritmos mas alegres, como la optimista música

euro-house

que le grababa su hijo Aleixo durante sus sesiones de baile a lo largo y ancho del planeta). Al escuchar los primeros compases de

Vem

, uno de los mayores éxitos del conjunto luso en los años 90, y una pieza de extrema sensibilidad y belleza, Lucinda recordó haber leído en el último libro de memorias de Tiago que esta canción, una de cuyas líneas daba título al mismo, le había servido de consuelo y refugio espiritual desde la primera vez que la escuchó, y consideraba que poseía ciertas cualidades terapéuticas, que le habían ayudado a sobrellevar la dolorosa pérdida en un brutal accidente de su compañero sentimental en fechas recientes.

Vem                                                   Ven

Alem de toda a solidao                       Mas allá de toda la soledad

Perdí a luz de teu viver                       Perdí la luz de tu vivir

Perdí o horizonte                                perdí el horizonte

Esta bem                                             Está bien

Prossegue lá até quereres                    Continúa haciendo lo que gustes

Mas vem depois iluminar                    pero ven después a iluminar

Um corasao que sofre                         un corazón que sufre

Pertenso-te                                         Te pertenezco

Ate o fim do mar                                Hasta el fin del mar

Sou como tu                                       soy como tu

da mesma luz

de la misma luz

Do mesmo amar                                 del mismo amar

Por isso, vem                                      Por eso, ven

Porque te quero consolar                    porque te quiero consolar

Si nao esta bem                                   si no sale bien

Deixa-te andar a navegar                     te dejo echarte a navegar

De nuevo Bruno acudía a su pensamiento cada vez que escuchaba esta canción, en un ejercicio de saudade muy portugués, que Lucinda no podía ni quería evitar; ella se sentía portuguesa hasta la médula, a la par que española de adopción, e ibérica en un sentido general, y no pensaba renunciar a los rasgos de identidad patrios, entre los que se contaba una tendencia a la ensoñación y la nostalgia, y la identificación idealizada de un pasado remoto en el que la hierba era siempre mas verde y el sol refulgía en lo alto con un brillo desproporcionado. Pero, de pronto, la súbita aparición de su amiga, encaramada a un par de tacones de aguja que producían vértigo, en el cruce de Paseo de la Habana y Alberto Alcocer, y haciéndole señas con la mano para que frenara, la sacó de sus melancólicas quimeras.

Encontrar aparcamiento en Argüelles resultó tarea imposible, y les llevó casi media hora encontrar hueco, pues los aparcamientos públicos estaban colapsados debido al desaforado afán consumista de los madrileños, vapuleados pero no hundidos por la degradada situación social; y es que la galopante crisis económica afectaba sobre todo a las clases populares, como reconocía abiertamente la privilegiada Lucinda, cuyo envidiable tren de vida apenas se había visto modificado de momento por ella. Cuando quisieron entrar a la conferencia, tarde y con los nervios a flor de piel, intentaron molestar lo mínimo posible y se acomodaron de manera discreta en las últimas filas del auditorio. Dos centenares de personas habían acudido a escuchar al conferenciante, lo que le pareció un número alto, teniendo en cuenta que esta era la primera novela suya que se publicaba en España (pero no así en Latinoamérica, como averigüó Lucinda mas tarde, y gran parte del público estaba formado por señoras pijas con residencia en Miami y cultivados próceres de acento porteño y labia incontenible). Lo primero que le sorprendió es que el conferenciante, que a cierta distancia parecía veinte años mas joven de lo que su cédula de identificación decía, se expresaba en un perfecto castellano, con un marcado acento rioplatense, lo que sumió en el desconcierto a Lucinda por unos instantes y le hizo comprobar en el programa de mano la identidad exacta del conferenciante. Pues sí, no cabía duda, era el mismo Tiago que había conocido:

Tiago Costa Abreu, nacido en 1950 en un pequeño pueblo del Alto Alentejo y periodista de profesión, es considerado uno de los escritores portugueses de mayor renombre internacional y bla, bla, bla, bla

…”

.

Había tantas cosas que desconocía de su antiguo amigo, que le pareció encontrarse ante un auténtico desconocido. Tras exponer con un léxico bastante amplio y preciso para un extranjero la génesis y el desarrollo creativo de su nueva novela, llegó el turno de preguntas de los asistentes, y aquí el escritor se mostró bastante lúcido y atrevido en su análisis de la Revolución de los claveles y del PREC, (

Yo estoy convencido de que el intento de golpe de estado del 11 de Marzo de 1975 no fue mas que un montaje de la extrema izquierda militar instalada en el poder para soliviantar los ánimos de la gente e impulsar su agresivo paquete de reformas radicales, que de otro modo hubieran encontrado una fuerte oposición interna. Por supuesto que es un punto de vista personal y heterodoxo, que los partidos de izquierda de raíz marxista niegan de forma contundente en mi país, pero me baso en pruebas concretas, y no soy el único que pienso así, ya que mucho antes que yo, un icono del periodismo mundial como Jean-Francois Revel, autor de dos ensayos que figuran entre mis libros de cabecera,

Ni Marx ni Jesús

y

La tentación totalitaria

, y que se encontraba en Lisboa en el momento del golpe, denunció el montaje de inmediato, aclarando que se trataba de un burdo intento de implantar el comunismo en Portugal por la vía de los hechos consumados

) y empático y resolutivo con el público asistente, que se mostraba extrañado de ver a un escritor de éxito compartiendo micrófono con sus lectores y contándoles bromas privadas y anécdotas personales (

es posible que quienes no me conocieran con anterioridad esperaran encontrarse ante un escritor pedante y pagado de sí mismo, con las ínfulas literarias tan características del que cree saberlo todo sobre una cuestión dada, pero es que se da la circunstancia de que soy portugués, y eso es algo que no puedo cambiar ni pretendo hacerlo. Los portugueses tenemos muchos defectos, y una sola virtud, la de ser gente humilde y campechana, que camina por la vida sin complejos de superioridad ni sentimientos de culpa. Eso sí, si tienen un mal día y buscan a alguien que les levante la moral, no recurran para ello a ningún compatriota mío

…"

  • bromeó el escritor, que incidía en otro de los tópicos comúnmente asociados a su nacionalidad, el de ser mas tristones que un sauce llorón a la entrada de un cementerio).

Tras concluir la amena disertación, que se desarrolló en un ambiente amable y relajado, y proceder a la firma de ejemplares de su obra, se dio por finalizado el acto, pero el autor continuó departiendo con los asistentes durante un buen rato, mientras el servicio de

catering

contratado por la organización del evento se paseaba por la sala con bandejas repletas de canapés y entremeses, regados con altas copas de cava para hacer mas llevadero el momento. Lucinda apretó con fuerza la mano de su amiga hasta hacerla daño, en busca de valor antes de presentarse en carne mortal frente al compañero de piso de su gran amor. Tiago constituía uno de sus recuerdos mas apreciados de su alegre juventud lisboeta, y durante largos años había lamentado no haber mantenido el contacto con él, lo que de todos modos hubiera resultado complicado, por estar unido su recuerdo de forma insoslayable al del por entonces vetado en su memoria Bruno Alves.

  • Hola, Tiago

  • una temblorosa Lucinda se dirigió a él en un dubitativo portugués, mientras éste procedía a firmar un ejemplar de su libro a una señora de mediana edad, que le miraba con arrobo desde detrás de sus gafas de diseño de color verde - ¿Sabes quien soy?.

Tiago procedió a devolver el libro recién firmado a la señora con la mejor de las sonrisas (Parabéns, Tiago, parabéns, se despidió la señora en un portugués de acento imposible, amarrando el libro contra el pecho como si de un tesoro se tratara). Se giró para mirar a su interlocutora y achicó los ojos en un intentó de ubicarla mentalmente. Al cabo de unos segundos, que a Lucinda se le hicieron tan eternos como los partidos de baloncesto a los que asistía con su marido durante los primeros años de unión marital, él hizo ademán de reconocerla, dejando escapar una irresistible sonrisa Profidén y acercándose a besarla con prontitud.

  • ¡Pero que sorpresa tan agradable! ¡Me cuesta creerlo! ¡Lucinda! - el entusiasmo de su interlocutor le hubiera parecido fingido y postizo de no haberle escuchado hablar minutos antes, manteniendo un alto tono emocional durante toda la alocución - ¡Te he reconocido de inmediato, estas increíble!

Lucinda no se veía tan increíble aquella tarde, sino que, a pesar de su estilizada figura y unos pechos milagrosamente firmes para su edad, se sentía como la juvenil mamá de su interlocutor, que parecía haber acaparado todas las existencias del elixir de la eterna juventud, o centrifugarse cada mañana en la caldera mágica de Obelix el galo.

Dios, visto de cerca es una mezcla entre los actores Ricardo Pereira y Pepe Rapazote, y con las canas y el magnetismo de José Mourinho, pero sin su mala leche

  • pensó de inmediato una acomplejada Lucinda, deslumbrada por la lozanía y el buen aspecto físico de su antiguo amigo.

  • Tú tampoco andas mal - acertó a decir una inusualmente tímida Lucinda - de hecho has cambiado tan poco que si no fuera por las canas y tu traje y corbata pensaría que me encontraba de nuevo en 1975.

  • Bueno, no exageres tampoco - la sonrisa beatífica de Tiago dejó paso a una expresión algo mas lúgubre en cuestión de segundos - han pasado muchas cosas en mi vida en todos estos años y algunas han dejado una huella indeleble en mi cuerpo, como le ocurre a todo el mundo. Lo que pasa es que he heredado la buena genética de mi abuela Agostinha, eso es todo.

Un ruidoso grupo de cuatro argentinos ansiosos de mediana edad se interpuso entre ellos con descaro para robarle unos minutos de atención de Tiago. Lucinda esperó pacientemente, dando pequeños sorbos a una copa de cava que cazó al vuelo poco antes, a que los maleducados porteños bombardearan a preguntas a un abrumado Tiago, y después se acercó a él pletórica de facultades y con su socorrida arma del sarcasmo punzante en bandolera.

  • Veo que tienes mucho éxito en Argentina, por lo que he creído escucharles decir. Eso sí, la parte de tu conferencia dedicada a glosar la humildad típica portuguesa se la han saltado a la torera

  • Bueno, ya sabes lo impetuosos que son los porteños

  • Lucinda encontró cómico que alguien que hablaba español con acento argentino criticara de esa forma la famosa arrogancia argentina - pero tienen virtudes redentoras, como su amor a la cultura, su famosa labia porteña, y lo que yo llamaría un cierto acercamiento intelectual a la vida; pero, por encima de todo, Argentina es uno de los países mas progresistas y tolerantes del mundo actual, lo que en estos momentos de ofensiva neoliberal generalizada no es un asunto menor. Aunque, de todos modos, yo me quedo con mi pequeño Uruguay

en fin, Lucinda, hay tanto de que hablar, si te parece

  • Por supuesto que sí - se apresuró a responder ella, y no exageraba un ápice al decir esto.

  • Y este no es el lugar adecuado para ello, con constantes interrupciones de los lectores de mis libros - reconoció él apesadumbrado - ¿Qué te parece si quedamos a comer cualquier día de esta semana? Yo me quedo en Madrid para resolver unos asuntos con mi editorial española hasta el sábado 19, día en que parto a Barcelona a presentar el libro, y luego regreso a Lisboa. Si te viene bien algún día entre medias

  • De acuerdo - Lucinda no las tenía todas consigo, y pensó que se trataba de un ardid para librarse de una presencia molesta del pasado que le traía dolorosos recuerdos a la cabeza, pero, aun así, le facilitó el número de su móvil particular, por si se animaba a ello.

  • Entonces, hasta pronto, Lucinda. Ha sido un placer inmenso volver a verte.

  • Lo mismo digo. Pero, antes de irme, tienes que firmarme un ejemplar de tu libro. No he venido aquí sólo en calidad de antigua conocida, sino sobre todo como admiradora de tu obra literaria - reconoció Lucinda, haciendo señas a su amiga para que se acercara.

Esther se avino a la sugerencia de su amiga y sacó dos ejemplares de la novela de una bolsa de plástico con el logotipo de FNAC. Lucinda se encargó del ritual introductorio:

  • Tiago, te presento a mi mejor amiga en España, Esther Cifuentes.

-En realidad quiso decir su mejor amiga soltera

  • puntualizó una irónica Esther, que seguramente ignoraba la condición sexual del escritor, toda vez que no había leído sus anteriores obras, no publicadas aún en España.

Los tres rieron con el chascarrillo, y Esther le quitó hierro al asunto asegurando que solo pretendía facilitar la tarea a sus posibles pretendientes.

  • Espero que disfrutéis con la lectura del libro; yo mismo me he encargado de la traducción, ha sido una tarea muy prolija.

  • Estoy segura de que así será - terció Esther antes de que su amiga pudiera siquiera abrir la boca - por cierto, no sé si sabe que Lucinda también es escritora, y de las buenas

  • Ah, ¿sí?... no lo sabía, la verdad. Que interesante

  • Tiago se quedó mirando fijamente a Lucinda con cara de pasmo, en espera de una confirmación por su parte - ¿y tienes mucha obra publicada?

Lucinda se sintió un poco avergonzada con la metedura de pata de su amiga, pues su

corpus literario

se reducía a una obra publicada y otra en galeradas, y si bien había recibido excelentes críticas con su bien publicitada ópera prima, su bagaje literario no podía compararse al de Tiago. Este contaba con un impresionante cúmulo de obras publicadas, que alcanzaba la cifra de 23 entre novelas y ensayos.

  • Bueno, digamos que lo mío ha sido un caso evidente de vocación tardía - explicó una azorada Lucinda, que deseaba que se la tragara la tierra antes que reconocer que sólo tenía una obra publicada - en realidad, fue a raíz de una grave crisis personal hace 3 años cuando me decidí finalmente a plasmar sobre la pantalla del ordenador algunas historias que me rondaban la cabeza desde hace mucho tiempo. Pero, publicada, de momento, solo tengo una novela, y otra que está en camino.

  • Lo de la crisis personal es porque perdió a su pareja, no se imagine nada raro... - comentó Esther, convencida en su interior de que era importante aclarar ese punto para evitar malentendidos – pero, en fin, dentro de lo malo, hemos ganado a una brillante escritora de ficción histórica.

  • Esto sí que es una sorpresa, los dos escribiendo novela histórica al mismo tiempo, y yo sin saberlo. Te emplazo a que el próximo día me traigas un ejemplar de tu novela publicada, y a cambio te invito a comer al restaurante que tú elijas.

  • Trato hecho - y le ofreció la mano, que Tiago entrechocó con viril energía para luego llevarse el dorso de la misma a los labios, en un gesto galante que pilló por sorpresa a la escritora.

  • Entonces te llamo para quedar antes del fin de semana - resumió Tiago.

  • Muy bien, ha sido un placer volver a verte, Tiago - se despidió Lucinda, satisfecha de que el encuentro hubiera resultado mejor de lo esperado.

Según se alejaban por el vestíbulo del moderno edificio en dirección a la puerta giratoria de salida, Esther, colgada de su brazo como una lapa, no cesaba de hacer comentarios laudatorios del portugués, en particular sobre su buena planta y su cuidada imagen externa, sin caer en metrosexualidades desfasadas, y apostaba por imaginar a un hombre que acudía al gimnasio cada día y que cuidaba sus hábitos alimenticios.

  • Desde luego como eres, Cinda, no me habías dicho que fuera tan guapo; por favor, yo esperaba un señor mayor barrigudo y con barba, y me encuentro este bombón glacé; vamos, vamos, si lo llego a saber me hubiera puesto mucho mas sexy

  • Me temo que no eres su tipo

  • comentó Lucinda sin prestar atención.

  • Anda, mira esta

lo que pasa es que le has echado el ojo, y le quieres acaparar para ti sola - bromeó su amiga - y lo tienes fácil, porque ya me he fijado en las miraditas que te echaba, a mí no se me pasa ni una, ya me conoces...

Lucinda se paró en seco para buscar las llaves de su auto, lo que aprovechó para tomar distancia de su amiga, y poner los puntos sobre las íes.

  • Mira, no debería decirte esto porque no le importa a nadie, pero si hubieras leído sus anteriores libros sabrías que es gay, y que has hecho el ridículo mas espantoso intentando flirtear con él como una cría de instituto.

Esther no daba crédito a lo que Lucinda soltaba por su boca; su gesto de incomprensión reflejaba el estrecho universo mental de una mujer de la alta burguesía poco acostumbrada a desentrañar presuntas ambigüedades sexuales.

  • ¿Quieres decir que ese tío tan masculino y apuesto es

es homosexual? Pero no puede ser

¡si no lo parece!

Lucinda no tenía paciencia para ese tipo de situaciones, y, haciendo gala de la confianza reinante entre ellas, le leyó la cartilla de la A a la Z.

  • Vamos a ver, Esther

¿Qué es lo que tiene que parecer? Un homosexual es simplemente un hombre común y corriente que prefiere mantener relaciones sexuales con alguien de su mismo sexo, eso es todo; y para tu información, mis amigos gays de la revista me han confirmado que la gente de la calle solo puede llegar a percibir, como mucho, al 25% de los homosexuales, porque el otro 75% está compuesto por hombres casados o con novia. Padres de familia amorosos, y adorables yernos o novios ideales que llevan una doble vida oculta.

  • ¡Que horror!

¡seguro que mi ex era uno de esos!  - comentó Esther en tono jocoso - ¡se pasaba todos los domingos por la tarde mirando en la tele las piernas depiladas de los jugadores del Real Madrid! Bueno, en todo caso, vaya desperdicio lo de tu amigo. ¡Con lo bueno que está el jodío!.

  • Mira, te voy a ser sincera

…- terció una Lucinda mas guerrera que de costumbre -

yo conocí a su pareja en Lisboa y te aseguro que comprendo perfectamente que prefiriera meterse en la cama con él antes que con muchas lobas de medio pelo que le rondaban; así que de

desperdicio

nada, lo que pasa es que hay mucha envidia y mucha desinformación al respecto. Yo creo que eso de los

desperdicios

no son mas que tópicos absurdos de mujeres frustradas sexualmente, como tu y yo - reconoció Lucinda mientras caminaban a buen paso por la calle Alberto Aguilera .

  • Eh, maja, habla por ti

que a mí me queda todavía mucho carrete - le interrumpió su amiga, que de joven había sido una devoradora de hombres insaciable, pero que hacía ya mucho tiempo que habían pasado sus días de gloria.

  • Me parece a mí que las dos estamos ya para echar los últimos polvos...

  • aseguró en tono pesimista una cansada Lucinda, que se sentía demasiado mayor para casi todo en la vida.

  • Bueno, tu dirás lo que quieras, pero yo que tú lo intentaría con él

por si acaso; ya sabes que mi radar no falla nunca - aseguró Esther, dejando escapar una sonrisa maliciosa que formaba parte de su arsenal expresivo habitual.

Lucinda sonrió desganada ante la absurda propuesta, y ambas continuaron su camino en silencio, mirando escaparates y comentando los preparativos de las compras navideñas de ese año. Esa misma noche, sin embargo, Lucinda recibió en su móvil un intrigante mensaje mixto portugués-español que decía:

“Poderíamos nos encontrar amanhá, pero para cenar? Tú eliges restaurante, por supuesto. Agora é muito tarde, amanhá falamos. Besinhos.”

Lo primero que chocó a Lucinda del mensaje no fue el cruce idiomático, precisamente, ya que a ella misma le ocurría a veces pensar en ambos idiomas a la vez, sino la curiosa circunstancia de que decidiera cambiar la cita de la hora de la comida a la de la cena, que siempre parece una invitación mas íntima y formal. No estaba segura de que eso tuviera que ver con la indiscreción de su amiga, que le había dado a entender a Tiago que Lucinda no levantaba cabeza desde la muerte de Enrique, dos años y medio atrás. Todo eso era cierto, pero no era el momento ni el lugar oportuno para comentarlo, si bien ella ya estaba acostumbrada a los patinazos verbales de su amiga del alma, y solía pasarlos por alto, porque su simpatía y buen humor eran el mejor antídoto perfecto contra el aburrimiento y la depresión, que la cortejaban de lejos desde hace años.

(Continuará)