Los claveles marchitos de la Revolución (cap. 10)

Tras el fallido golpe de estado del 25 de Noviembre de 1975, Bruno se refugia en la soledad de su pueblo natal, Ribera do Alto Douro, completamente exhausto y derrotado. El salvaje asesinato de su tío Joaquím en Timor Oriental será el acicate que le llevará a tomar una sorprendente decisión vital.

“1956 se convirtió, paradójicamente, en el año de la consagración artística de James Dean, posiblemente uno de los mas espeluznantes casos de culto histérico de masas “post-mortem”, después del recibido por el mítico rey portugués Dom Sebastiao, que murió también a los 24 años, como Dean, en circunstancias inusuales y gloriosas, y cuya biografía y profundo calado en la formación del subconsciente luso actual he estudiado en mi anterior obra, “ Pronunciaréis mi nombre ”. Ambos tienen en común su probable homosexualidad no asumida, y su deseo de huir hacia adelante buscando una salida a sus demonios internos, Jimmy a través de la velocidad y las relaciones fugaces, y el joven monarca luso a través de la gestación de una imposible cruzada contra el infiel que habría de alejarle por largo tiempo de los apremios cortesanos para que contrajera matrimonio con alguna princesa europea, idea que, al parecer, le repugnaba profundamente. Al igual que el venerado rey, que provocó decenas de insurrecciones durante la ocupación española del país por parte de Felipe II, apelando a la simple mística de su nombre y a la patética creencia en su milagrosa reaparición en carne mortal dispuesto a comandar los ejércitos que liberarían Portugal del yugo español, también Dean reinó después de morir, como otra portuguesa ilustre, por cierto, la exquisita Inés de Castro. En aquel año icónico para la cultura popular norteamericana, se estrenaron dos películas de Dean que habrían de catapultarle a la condición de mito juvenil e icono de referencia para varias generaciones de cinéfilos: “Rebelde sin causa” y “Gigante”. No deja de ser inquietante que su siguiente película, que rodaría cedido a la MGM, habría de reunirle en los platós con su amada Pier, en una interesante recreación de la vida del boxeador Rocky Graziano titulada “Marcado por el odio”.

También 1956 resultó ser un año fructífero para Anna María, que había tenido que renunciar debido a su reciente embarazo a su participación en “La rosa tatuada”, vehículo creado para el lucimiento de su compatriota Anna Magnani, en un papel que acabó interpretando su hermana Marisa Pavan, y que le valdría una nominación al Oscar como mejor actriz secundaria. Aparte de su participación en la citada película de Robert Wise sobre Graziano, Pier fue portada por segunda vez en pocos años de la prestigiosa revista Life, y objeto de numerosos reportajes y seguimientos gráficos por parte de la prensa del corazón norteamericana en esos años, debido a su supuestamente idílico matrimonio con el ídolo de la canción ligera Vic Damone.

Dicen que no lloró al tener noticia del accidente mortal de Dean, pero tuvo tiempo de sobra para recordarle en el futuro: casi todas las biografías del actor la citan como el gran amor de su vida. Su carrera cinematográfica en Hollywood languideció después de que decidiera no renovar su contrato con la Metro en 1957, y el estado de su relación con Vic empeoró notablemente cuando comenzaron a circular rumores de sus supuestas infidelidades con otros actores mientras rodaba teatro televisivo lejos de casa, lo que enfureció a su marido. El divorcio entre ambos, a finales de 1958, coincidió en el tiempo con el de sus mejores amigos en Hollywood, Debbie Reynolds y Eddie Fisher, que provocaron uno de los mayores escándalos de Hollywood cuando Eddie se encamó con la viuda mas atractiva de Hollywood, su mutua amiga Liz Taylor, y abandonó a su esposa e hijos de corta edad para unirse en matrimonio a la temperamental diva de origen británico. Y, mientras que Debbie supo jugar de forma magistral la carta de esposa engañada y abandonada, y de madre amantísima y sacrificada de sus retoños, lo que le valió un repunte considerable de su popularidad y una lluvia de ofertas cinematográficas y publicitarias en los años posteriores, Pier fue considerada la causante de la ruptura de su matrimonio con su comportamiento caprichoso e inestable, y su carrera americana se hundió a partir de entonces. La lucha por la custodia de su hijo Perry se prolongó mas allá del divorcio, intensificándose en 1960 cuando la actriz decidió regresar junto a su hijo a su país natal. Vic apeló públicamente a sus derechos como padre, que consideró violados al permitírsele a su exmujer que se llevara al niño con ella de forma permanente, lo que equivalía a que perdiera el contacto con el niño durante largos períodos de tiempo. El intento de retener al niño en EE.UU. y su breve paso por la cárcel por negarse a entregárselo a Pier, le convirtieron en objeto de debate y crítica social, pero también en un héroe para muchos hombres divorciados que compartían su angustiosa situación. Hoy en día Damone, olvidada la controversia inicial, y mucho después de que Pier, que padecía por entonces un leve trastorno mental, producto de su vida irregular en Europa, le enviara de vuelta a su hijo a California en 1965, es reconocido como un pionero en la lucha por el derecho de los padres a permanecer en contacto directo con sus hijos después del divorcio.

Pier nunca remontó el vuelo en las pantallas de cine, y tampoco en su vida personal. En sus escasas entrevistas de finales de los años 60, profundamente deprimida, reconocía que no le encontraba aliciente a su vida y que no esperaba grandes alegrías provenientes de su inexistente carrera artística o de su complicada vida personal. Tras su inesperada muerte, en un momento en que se recobraba anímicamente de una etapa muy dura de soledad y falta de trabajo, se comentó qué había reconocido por escrito que Jimmy había sido el único gran amor de su vida, y que, aunque intentó amar sinceramente a sus dos maridos, tuvo siempre la impresión de estar interpretando un papel, siguiendo al pie de la letra un guión escrito por otros”.

Extraído de La chica que se parecía a Pier Angeli, pag. 215

A qué se dedicó Bruno desde que decidió abandonar su “vida burguesa” anterior es un misterio del que Tiago y Lucinda solo podían realizar conjeturas sin fundamento. Con la indemnización que le ofreció el periódico podía pasar una temporada sin apuros económicos, y Bruno los dedicó a empaparse del ambiente revolucionario lisboeta, que anunciaba ya la inminente toma del poder por parte del “pueblo en armas” y de la “vanguardia del ejército proletario” que constituía el COPCON y sus organizaciones civiles subsidiarias, como el MDP/CDE, el FSP, el MES, la LUAR o la propia UDP.

Y señales de la evidente descomposición de la sociedad portuguesa no faltaban en aquellos días: entre las mas evidentes, la lamentable situación del dividido Ejército, con los rebeldes reclutas desafiando abiertamente la autoridad de sus superiores, llevando el pelo largo bajo la gorra calada militar y organizando interminables asambleas internas que decidían sobre asuntos tan trascendentes para la seguridad nacional como la composición nutricional del rancho cuartelero o la relajación del estricto régimen de visitas de las novias y familiares de los uniformados; y la calle era el reflejo exacto de la desenfadada anarquía imperante en los cuerpos de defensa y el resto de instituciones republicanas.

Para aumentar la tensión reinante, en la primera semana de noviembre se presentaron en Lisboa de golpe 300.000 personas procedentes de la otrora próspera Angola, que se independizaba días mas tarde en medio de una virulenta guerra civil entre facciones armadas de distinto signo político. Una inmensa multitud compuesta por igual de blancos, mestizos y negros abandonó con lo puesto sus hogares y se dirigió en vehículos de todo tipo, que dejaban abandonados a su suerte al llegar a su destino, a los aeródromos seleccionados por el plan de evacuación portugués, planeado de forma tardía e insuficiente en número y capacidad de los aviones implicados. El VI Gobierno provisional esperaba la llegada a lo sumo de 50.000 colonos, y el impacto que causó en toda Europa las imágenes del bíblico éxodo de la población portuguesa de Angola fue tan descomunal que una lluvia de críticas alcanzó al ejecutivo luso desde las mas altas instancias comunitarias por su imprevisión y negligencia. El temor a una matanza indiscriminada de colonos por parte de las milicias del MPLA y UNITA movió incluso al Gobierno británico, que decía recoger el sentir popular de su pueblo, siempre solidario con Portugal y sus habitantes, por quienes tradicionalmente ha sentido una especial predilección, a ofrecer una flotilla de Boeing 707 de British Airways para completar el puente aéreo antes del día 11, fecha prevista de independencia del país africano.

Entre los hechos mas vergonzosos de aquel “noviembre rojo” por antonomasia se cuenta el secuestro del Presidente de la República, General Costa Gomes, del primer ministro y de varios ministros mas en el interior del Palacio de Sao Bento por parte de un nutrido grupo de manifestantes en huelga, pertenecientes al sector de la construcción, que no permitieron salir a nadie del edificio hasta que se aprobó una arbitraria subida del 45% de salario mínimo para el ramo de la construcción. El día 16 tocaba de nuevo manifestación “unitaria” contra "el fascismo y la reacción" en el centro de Lisboa, y 100.000 personas respondieron a la convocatoria, y el día 20 moría en un hospital madrileño el dictador español Francisco Franco, y en Portugal se celebraba esa noche por todo lo alto; ese mismo día, el Gobierno del Almirante Pinheiro, considerando que debido al desmadre generalizado de la sociedad portuguesa no podía gobernar en condiciones, por la sencilla razón de que sus órdenes no se cumplían en absoluto…¡se declara en huelga!. Los periódicos del mundo entero recogen al día siguiente la noticia con asombro y consternación, y el sentimiento generalizado es que el país ibérico se encuentra al borde de una segunda revolución, de consecuencias imprevisibles. La capacidad de sorpresa y asombro de los portugueses y del resto del mundo es desafiada de nuevo el 22 de Noviembre, día en que el Rey Juan Carlos I de España jura su cargo antes las Cortes franquistas, cuando en la sede del RALIS (Regimiento Articulado Ligero) la plana mayor del COPCON asiste a una peculiar jura de bandera, convenientemente televisada para amedrentar a la población, con los reclutas besando la enseña nacional con el puño levantado y prometiendo a voz en grito convertir a Portugal en un estado socialista. Dos días mas tarde, una asociación de agricultores derechistas cercan la capital, colocando barricadas y atravesando tractores en la carretera a la altura de Río Maior, para aislar lo que vienen a llamar  “la comuna de Lisboa” del resto del país, al que consideran libre del germen anarquizante de la capital. Y así llegamos al fatídico martes 25 de Noviembre, cuando, tras una épica asamblea plenaria de sus oficiales, la base de paracaidistas de Tancos, a 130 km de Lisboa, y considerada el feudo por antonomasia de la extrema izquierda, se insubordina contra el gobierno y decide marchar hacia Lisboa. Poco les dura la alegría, sin embargo, porque, pese al éxito inicial, y la ocupación de los estudios centrales de la RTP, las fuerzas gubernamentales, mas numerosas de lo que se podría pensar en un principio, se hacen con el control de la situación. El Partido Comunista recula entonces, y niega haber apoyado a los sublevados, y el carismático “Brigadeiro” Otelo Saraiva de Carvalho, que debía encabezar la intentona, se lo piensa dos veces. El resultado de tan chapucero pronunciamiento es que los oficiales moderados aprovechan la coyuntura para dar un contragolpe definitivo y realizar una purga en profundidad del Ejército, que permitirá conducir al país por fin por la vía de la democracia constitucional en los años por venir.

Bruno creía mucho en Dios, pero por encima de todo tenía puesta su fe en la capacidad transformadora de la Revolución pendiente. A su servicio se pasó con armas y bagajes cuando su intuición le indicó que el momento de la verdad se acercaba, abandonando casa, trabajo y amistades para colaborar a llevar a buen puerto la sagrada causa de la justicia social y del poder popular. Una vez que quedó claro a partir del 26 de noviembre que el sueño revolucionario había sido derrotado antes incluso de haber tomado forma, Bruno ya no tenía razones para seguir luchando por la vida. Extranjero de sí mismo, aplastado por un peso brutal, se sentía como un desposeído, como un Adán imaginario expulsado del Edén antes de haber probado el fruto del bien y del mal, y privado de la compañía de Eva para mayor ensañamiento. Ya no le quedaba nada.

De los últimos meses de vida de Bruno nada quedó demasiado claro para Tiago y Lucinda en los años sucesivos. Sabían que, tras la inesperada derrota de sus

ideales en el campo de batalla, se refugió en su pueblo natal, como un niño que volviera al útero materno en busca de consuelo y comprensión; pero él ya no tenía madre alguna a quien recurrir, y las desgracias no dejarían de llamar a su puerta en lo sucesivo. El 28 de Noviembre Timor Oriental se independizó unilateralmente de Portugal, que no reconoció los hechos consumados por temor a una respuesta violenta de la vecina Indonesia, como así se produjo días mas tarde. La invasión de Timor por las tropas indonesias a comienzos de Diciembre, que se anexionaron el diminuto territorio sin contemplaciones pese a la condena en firme de la ONU y de diversos organismos internacionales, fue una tragedia irreparable para el pueblo timorense, y, de rebote, para el propio Bruno. Su tío Joaquím, jesuita comprometido con la causa independentista y respetado evangelizador en una zona rural del interior montañoso de la parte oriental de la isla, en poder de la guerrilla del FRETILIN, fue una de las primeras víctimas de la invasión. A mediados de mes, una patrulla indonesia arrasó el poblado donde ejercía su labor pastoral y masacró a un tercio de su población, quemó la iglesia católica, símbolo de resistencia nacional, prohibió la enseñanza del portugués, lengua de hombres libres, y asesinó de un tiro en la nuca al subversivo párroco que les metía en la cabeza a los lugareños extrañas ideas de libertad y justicia social.

Cuando, apenas transcurrida la Navidad mas triste de su vida, el Ministerio de Asuntos Exteriores informó a los familiares del religioso de las circunstancias de su muerte, Bruno sintió que ardía de indignación e impotencia. Destrozado por la noticia, pasó tres días llorando y abrazado a la foto de su tío, negándose incluso a comer durante todo ese tiempo. Cuando se serenó lo suficiente como para reflexionar sobre lo sucedido, se despidió de su padre, se subió a su moto y enfiló la carretera de su pueblo rumbo a Lisboa. Una vez allí fue a ver al Padre Pereira para pedirle que oficiara una misa funeral en memoria del jesuita asesinado, e invitó a sus amigos y conocidos a que asistieran al mismo. El sacerdote amigo aceptó el ofrecimiento e invitó a asistir a muchos vecinos del barrio de Fontanhias, que conocían y apreciaban al fotógrafo trasmontano.

La ceremonia fue muy emotiva y estuvo presidida por un retrato en sepia del religioso fallecido, que Bruno le había realizado cuando estuvo de vista en Portugal años atrás, y que había mandado ampliar y enmarcar para el acontecimiento. Tiago permaneció a su lado en todo momento, sentados ambos en primera fila y pasándole la mano por el hombro a su amigo cuando se venía abajo para transmitirle ánimo. Las lágrimas de dolor y la emoción llegaron al límite cuando una mujer del barrio, que trabajaba como cantante de fados en un cafetín de Alfama, se acercó al altar poco después de la consagración y el Agnus Dei, y se arrancó a cantar de modo estudiadamente espontáneo, acompañada tan sólo por dos guitarras portuguesas que tocaban sendos jóvenes pertenecientes al coro de la parroquia, y que permanecieron sentados durante toda la ceremonia a ambos lados del altar mayor. La canción elegida para recordar al difunto no pudo estar mejor escogida, y produjo una honda impresión en su sobrino, que no paró de llorar durante toda la actuación. Se trataba de un clásico del fado lisboeta que la gran Amália Rodrigues popularizó a comienzos de los años 60, y que mas tarde consagró a la insigne Dulce Pontes como una diva del fado moderno gracias a una magistral versión en directo desde el Teatro Coliseu de Oporto: Povo que lavas no rio, un poema musical difícil de olvidar tras una simple escucha.

Povo que lavas no rio                          Pueblo que lavas en el río

Que talhas com teu machado               que tallas com tu hacha

As tábuas do meu caixão                      las tablas de mi ataúd

Há de haver quem te defenda               ha de haber quien te defienda

Quem compre teu chão sagrado           quien compre tu suelo sagrado

Mais a tua vida não                              pero tu vida no

Aromas de urze e de lama                    aromas de brezo y de barro

Dormi com eles na cama                      dormí con ellos en la cama

Tive a mesma condição                        tuve la misma condición

Povo, povo, eu te pertenso,                  pueblo, pueblo, yo te pertenezco,

Deste-me alturas de incenso                  me diste alturas de incienso

Mais a tua vida não                               pero tu vida no

El público asistió en medio de un respetuoso silencio a la brillante actuación de Branca Estremoz, la fadista de Fontanhias, y, a su término, tras llevarse a cabo el acto de la Sagrada Comunión y antes de recibir la Bendición final los asistentes depositaron cada uno de ellos un único clavel rojo a los pies del retrato del Padre Morais, a cuyos pies una artesanal pancarta leía: “ P. Joaquím Morais S.J., 1928 - 1975, MARTIR POR LA FE, APOSTOL DE LA LIBERTAD. SEÑOR, ACOGELE EN TU SENO”.

Al término de la ceremonia, tras secarse las lágrimas y saludar a los invitados, Bruno se despidió muy efusivamente del Padre Pereira, al que felicitó por la organización de la ceremonia, que había encontrado muy emotiva, y se fundió con él en un sentido abrazo. Lo mismo hizo en el exterior del templo con Duarte, al que trató con mucha familiaridad y cariño, a pesar de haber coincidido con él solo media docena de veces en el último medio año, y, por supuesto, con Tiago, al que, antes de ponerse el casco y montarse en la Harley, con la que desaparecería calle abajo, abrazó y besó en la mejilla con una ternura que la mayoría de los hombres se reservan para sus contactos femeninos, pero que alguien tan poco convencional como Bruno no limitaba a los miembros del sexo opuesto. A la insistente pregunta de su amigo de cuales eran sus planes ahora y hacia donde se dirigía, la respuesta no pudo ser mas críptica.

  • Para mí ha llegado el tiempo de encontrarme cara a cara con mi destino. Lo he estado posponiendo, pero ya es hora de hacer frente a mis deseos de justicia social y liberación popular.

Tiago quedó impresionado con la respuesta, pero aún mas con su mirada perdida, con la vista puesta en el horizonte, y le recordó a las pías postales de santos y beatos que le regalaba su abuela de niño, todos retratados con esa misma mirada que parecía estar puesta en otra dimensión, en otro mundo mas sutil y estilizado que el reino de la materia vil y perecedera en que habitamos. No hubo tiempo de seguir interrogándole, porque parecía poseído por una sed de justicia insaciable, reflejada en su mirada febril y en su verbo inflamado. Simplemente se marchó, dejando atrás una estela de humo a su paso y muchas preguntas por responder.

Tiago no volvió a saber de él en mucho tiempo, pero, meses después, una noche del mes de abril, se despertó sobresaltado y sudoroso, tras haber soñado con él. En su sueño, se encontraba en un lugar desconocido y de aspecto inquietante que simulaba ser algo parecido a una galería de arte en penumbra y con las paredes vacías de cuadros, o tal vez los pasillos débilmente iluminados de una estación de metro o de tren; no parecía haber nadie por allí salvo él, que estuvo deambulando por la sala durante unos segundos, hasta darse de bruces con un rejuvenecido Bruno, quien daba la impresión de estar mas joven y lozano que nunca. La alegría de Tiago al reconocerle y saludarle fue correspondida por su amigo, y ambos se lanzaron en brazos del otro con lágrimas de emoción por tan inesperado reencuentro. Tiago quiso saber donde había estado todo este tiempo, pero solo recibió la callada por respuesta; por fin, al cabo de unos segundos que a Tiago se le hicieron eternos, le explicó la cruda realidad.

  • Este que ves aquí ya no soy yo, el mismo que tu conociste; donde vivo ahora no hay tiempo ni enfermedades, y todo es diferente que en el mundo que dejé atrás.

  • ¿Quieres decir que estás muerto y eres el espectro de Bruno Alves? - preguntó Tiago horrorizado por la dimensión extrasensorial que esta explicación indicaba.

El presunto fantasma de Bruno se echó a reír, restando importancia a su condición de residente en el inframundo.

  • Pero, Tiago, sigues igual de escéptico que siempre; la muerte no existe, hombre de poca fe…¿no ves acaso lo bien que me encuentro? Quería que supieras que estoy bien, pero por lo visto solo nos podemos comunicar con vosotros a través del sueño, y es complicado, porque enseguida os olvidáis de todo al despertar, y no sirve de mucho.

  • Yo no me olvidaré de esto, te lo prometo - aseguró Tiago, muy impactado por la noticia.

  • Mira, Tiago, tómame de la mano.

  • ¿De la mano?

  • Sí, hombre, es para que veas que existo y tengo una dimensión real que puedes percibir en el reino onírico sin ningún tipo de intermediarios. Y, además, quiero que sepas que en este lugar ya no hay sexos ni jerarquías, aquí somos todos iguales, y puedo expresarte mi amor sin dobleces ni subterfugios.

Tiago no pudo contener la emoción y le cogió de la mano, con la misma inocencia y falta de malicia de dos niños de corta edad. Sintió de inmediato una descarga eléctrica que le recorrió todo el cuerpo y le transmitió poderosos pensamientos de amor incondicional, algo parecido a lo que la ciencia médica denominaría una descarga masiva de endorfinas.

  • Tiago, quiero que sepas que allí donde estés me tendrás a tu lado. Siempre cuidaré de ti, no estarás nunca solo. Ahora debo irme. Adiós, travessinho.

De pronto, la imagen de Bruno se fue desdibujando y desapareció detrás de una cortina invisible, que Tiago intentó descorrer con todas sus fuerzas entre súplicas y lloros pidiendo que se quedara un rato mas a su lado. Al despertar, lo único que recordaba de forma diáfana era la extraña despedida de su amigo, ese “adiós, travessinho” (adiós, traviesito) tan inusual, hasta que recordó que así es como le llamaba siempre de niño su difunta abuela, que prácticamente le había criado. El nunca le había contado a Bruno ese detalle tan íntimo, por lo que la aparición no tenía forma de saberlo, a no ser que fuese un mensaje en clave de su amigo para convencerle de su existencia ultraterrena, haciéndole ver que ahora estaba en contacto con sus familiares fallecidos. Ahora todo concordaba, pero estaba tan aterrado que no sabía como encarar la información contenida en el sueño; desfallecido y ahogado por la angustia, le pidió a Duarte que le abrazase fuerte y no indagase el porqué; su novio, que estaba demasiado cansado como para preguntar nada, se limitó a rodearle con los brazos amorosamente y reclinar la cabeza en su pecho hasta que ambos quedaron completamente dormidos.

Tiempo después, Tiago recibió una carta del padre de Bruno en el que le confirmaba la muerte de su hijo en algún lugar perdido de las montañas de Timor Oriental, adonde había acudido a luchar como voluntario (o “bandido mercenario” según los mandos militares indonesios que le acorralaron y dieron caza en un poblado selvático junto a una partida de guerrilleros del FRETILIN) por la libertad de la mitad oriental de la isla. De paso, le enviaba un paquete, que llegaría días después, con la cámara Nikon de su hijo, que Bruno deseaba heredara él, enfatizó su padre en la breve misiva, y un álbum de fotos, en el que, para sorpresa suya, solo había imágenes suyas, que el fanático de la fotografía que era su amigo le había sacado a traición y sin previo aviso en cualquier lugar y ocasión, desde lavándose los dientes hasta atándose los zapatos, besando a una chica en un cabaret o fumando un cigarro en la ventana con el torso desnudo en una tarde indeterminada de verano. Había centenares de instantáneas, tomadas en momentos y lugares que él no recordaba, pero lo importante es que Bruno le quería, le quería mucho, y lo demostraba de la mejor forma que sabía, a través de la lente de su cámara de fotos, que hablaba un lenguaje secreto hecho de sentimientos y emociones que hablaba directo al corazón. Tiago cerró el álbum con la sensación de haber perdido la ocasión, por vergüenza o miedo al ridículo, de expresarle el inmenso amor que sentía por él de una manera que no le hubiera resultado ofensiva, y que su amigo habría podido corresponder sin esfuerzo.

Lucinda, que había hecho esfuerzos extraordinarios por olvidarse de él y llevar una feliz vida conyugal con su pareja, no llegó a tener esa clase de sueños. Pasó algún tiempo aún hasta que se enteró, por mediación de su hermana Teresa y del Padre Pereira, de la muerte en acción bélica de Bruno, y la noticia la dejó estupefacta; es lo último que podía haber imaginado, aunque, al recordar que su tío favorito había sido asesinado en ese mismo lugar, las piezas del puzzle empezaron a encajar de nuevo. El matrimonio de Lucinda y Carlos no pasó nunca de discretamente feliz, y ambos eran tan diferentes entre sí, que, pasados los primeros años de matrimonio, y tras el nacimiento de sus dos hijos, Alejo y Blanca, ambos empezaron a hacer, sin darse cuenta, vidas separadas; a él solo parecía interesarle el baloncesto, y, como abonado del Real Madrid, no había partido liguero de fútbol o basket de su equipo jugado en casa que se perdiera, mientras que ella era básicamente una intelectual de izquierdas, y, a finales de los 80, cuando consideró que los niños estaban lo bastante creciditos como para valerse por sí mismos, y que dominaba lo suficiente el español como para escribir en ese idioma sin cometer faltas ortográficas o gramaticales, empezó a buscar trabajo como periodista. A su esposo, a quien suponía de derechas, aunque él se definía como apolítico, no le gustaba la idea de que su guapa mujer trabajara fuera de casa, donde, al parecer, estaría expuesta a todo tipo de tentaciones, pero, por mucho que insistió, no logró convencerla de que se quedara en casita con los niños y disfrutando cada tarde de los afamados culebrones sudamericanos de la época, como “Caballo viejo”, la inefable “Cristal” o “Doña Beja”.

Ese fue el principio del fin del matrimonio, que si bien nunca había derrochado química, sí había tenido momentos de cierto entusiasmo mutuo, dentro de la sobriedad característica de la relación; cuando encontró un empleo bien remunerado como redactora de una conocida revista femenina de moda y belleza, comenzó a llegar a casa cada vez mas tarde, y su relación de pareja se resintió: su marido, que era un hombre casero por naturaleza, se aficionó a salir de farra casi todas las noches, y los rumores sobre sus escandalosas relaciones extraconyugales, que coincidieron en su caso con la famosa “crisis de los 40”, comenzaron a llegar a sus oídos con cuentagotas primero, y en tromba después. En 1991 resolvieron separarse, y dos años después obtuvieron el divorcio. El se casó años después con una imponente colombiana veinte años mas joven que él, con quien tuvo dos hijos mas; ella siguió con su vida y con su carrera, y dejó un poco aparcada su vida sentimental. Hacía tiempo que había empezado a echar en falta a Bruno, pero era demasiado orgullosa para reconocerlo abiertamente. Mas tarde, al llegar la fatídica etapa del climaterio, le surgió de pronto un furor sexual que creía olvidado, y, puesto que aparentaba menos edad que la que mostraba su carnet de identidad y aún podía lucir su palmito en condiciones, se dedicó a llevarse a la cama a hombres mucho mas jóvenes que ella, los típicos sementales de buen ver y mejor yantar, algo chulos y prepotentes muchos de ellos y directamente olvidables en su mayor parte. Cuando se cansó de ejercer de asaltacunas, avergonzada por el hecho de que alguno de sus amantes fuera tan solo unos años mayor que su propio hijo, decidió probar suerte con los maduritos interesantes, pero en este apartado tuvo algunos problemas de adaptación, porque ella era una mujer de aspecto y mentalidad juveniles, y los hombres de su quinta estaban en su mayoría algo perjudicados por el sedentarismo y los malos hábitos vitales; conclusión: vuelta a empezar. Ya metidos en el nuevo milenio conoció a un profesor universitario de mediana edad, Enrique, un hombre muy culto y educado, con quien llegó a mantener una bonita relación romántica, pero que no llegó a cuajar porque él se había casado y divorciado dos veces y había tenido muy malas experiencias con cada una de sus exmujeres, a las que calificaba de “brujas chupasangres”; su temor a caer en las redes de otra “vividora”, como él definía a sus exparejas, le impedía avanzar en su relación con Lucinda, a pesar de hallarse a gusto con ella y de juzgarla muy distinta a sus dos anteriores relaciones. Por desgracia, en el 2008 le detectaron un cáncer de pulmón fulminante, con metástasis incluida, y al año siguiente fallecía, a los 62 años, y sin haberle confesado nunca que había sido para él la mujer de sus sueños. Lucinda se sintió de nuevo estafada por la vida, que ya se había llevado a su madre en 1978 de la misma dolencia, pero en otra variante igual de mortífera, y, por supuesto, a su añorado Bruno, al que recordaba cada vez con mas frecuencia, y al que consideraba desde hacía años como el gran amor de su vida.

Lucinda estaba ensimismada en sus recuerdos compartidos con Bruno Alves, recordando sus excursiones a Estoril y Coimbra, sus paseos en moto por la costa algarveña durante el verano mas feliz de su vida, cuando su amor y la propia Revolución estaban dando sus primeros pasos y prometían grandes alegrías, o sus noches de pasión inolvidable a la luz de la luna en el jardín de su casa de Lisboa, los días en que el servicio libraba y el abuelo Serafim se retiraba a descansar pronto.

Ahora todo eso quedaba atrás, muy atrás en el tiempo, como si nunca hubiera ocurrido, y tan solo se hubiera tratado de un simple sueño, un dulce sueño de amor y poesía engarzados en el romántico escenario de la Lisboa revolucionaria y algo anárquica de 1975.

  • ¡Señora! ¡Señora, por favor despierte! ¡Son las cuatro de la mañana, doña Lucinda!

Lucinda se despertó de improviso, sobresaltada por la aguda voz de tonalidad caribeña de Daisy María, su empleada doméstica de origen dominicano. Al principio, amodorrada e incapaz de ubicarse en modo alguno, pensó que se encontraba en la confortable cama tamaño king size de su habitación, pero, al intentar incorporarse y sentir todos los músculos entumecidos se dio cuenta de que se había quedado dormida en un sillón, mientras escuchaba la música de Pablo Alborán, que había dejado de sonar hacía tiempo. Muerta de sueño, le dio las gracias a la muchacha, que se había levantado a beber agua y se había extrañado de ver luz a esas horas en el salón principal, y se dirigió a su cuarto, consciente de haber tenido el privilegio de haber vivido una extraña experiencia, muy poco usual, denominada “sueño lúcido”, en la que el durmiente es consciente de su estado y puede interactuar con las imágenes del mismo como si se tratase de una guión escrito por él, y, aunque no siempre controle los fotogramas que circulan por su mente, es consciente en todo momento de que se trata de simples ensoñaciones, siendo a la vez protagonista y testigo de su sueño. Una variante de este tipo de recreaciones oníricas es la que vivió Lucinda aquella noche, pues, en su caso, incluía la rara habilidad de contemplar el sueño desde la perspectiva vital de otras personas y sintiendo lo que ellos sintieron en esos momentos, como dicen algunos que sucede a la hora de la muerte en la llamada “revisión de vida” a la que nos sometemos a nosotros mismos, repasando en pocos segundos humanos todas nuestras vivencias en una especie de escenario vanguardista tridimensional, pero en esta ocasión descubriendo los efectos de nuestras acciones (y omisiones) en la vida y el ánimo de los demás. De igual modo, Lucinda se transformó por unas horas en Bruno, y pudo sentir su terrible desesperación al perderla y su absoluta incomprensión de los motivos que la impulsaron a tomar tan fatídica decisión, o el profundo amor fraternal que sentía por Tiago, y que no tenía nada que envidiar, aunque con matices diferentes, al que sentía hacia ella misma; también se convirtió en Tiago, y entendió partes de su biografía que siempre habían constituido un enorme misterio para ella, y fue su hermana Teresa, sensual, divertida e influenciable, con un punto infantil muy seductor, según su experiencia de aquella noche, y muchos mas personajes que ya empezaba a olvidar, y eso que no habían pasado ni diez minutos desde que despertó de un modo tan tremebundo de su película mental de estilo neorrealista.

Cuando se levantó al día siguiente, agotada y con aspecto de no haber dormido en toda la noche, ya no recordaba absolutamente nada de la ensoñación en tres dimensiones de la noche anterior; pero, en su lugar, sentía una profunda e insondable nostalgia, una sensación de saudade imposible de explicar racionalmente, pero que la trasladaba en la memoria a aquel imborrable 6 de Noviembre de 1975 en que asistió en Lisboa a la psicodélica boda de su hermana. “Esa boda debió ser la mía” - reconoció Lucinda por primera vez en su vida, sintiendo que la pena le quemaba la garganta y que ya era tarde para rectificar el rumbo de su vida - “Algo se torció en nuestras vidas aquel verano, y, por un diabólico hechizo, mi hermana y yo hemos intercambiado nuestras vidas. Ella estaba destinada a vivir en Madrid con mis padres y a ser superficial e infeliz en su vida sentimental, y yo en Lisboa con Bruno, y a disfrutar de un amor auténtico con la persona que amaba con locura. ¿Qué sucedió para que las tornas se volvieran en contra mía, sin ser lo bastante lista como para darme cuenta de la trampa en que me estaba metiendo yo solita?".

Sentada en la cama con la bata abrochada y los brazos cruzados sobre el pecho, Lucinda reflexionó durante unos minutos, con total sinceridad y sin adornar la verdad como en otras ocasiones, y se confesó a sí misma que su vida regalada de hoy no significaba gran cosa en comparación a lo que había perdido por el camino: “No es cierto que el dinero de la felicidad o que ayude a conseguirla, son las personas que nos importan quienes de verdad construyen nuestra sensación de bienestar. Con Bruno a mi lado, no me hubiera importado que mi padre me desheredase o haber sido una mujer de clase media baja, como la mayoría de las ciudadanas portuguesas, por otra parte. Con otro hombre no, pero con él me habría dado igual todo, con tal de tenerle cerca, de sentir su aliento, su voz, sus besos…porque lo que sentíamos ambos era auténtico y sincero, había una magia en el aire que no he vuelto a sentir con ningún otro hombre, y al mirarle a los ojos me veía a mí misma reflejada en ellos, y a él debía pasarle lo mismo conmigo, por eso recalcó tanto que, lo quisiera o no, me acordaría de él el resto de mi vida, tan fuerte era el vínculo espiritual que nos unía y nos une aún todavía, de una forma que no puedo comprender con la razón, pero que es tan real como que hoy es viernes y que me llamo Lucinda Rocha Magalhaes".

PRONUNCIARAS MI NOMBRE

Lucinda recordó aquella frase, que se le había quedado grabada en la cabeza y que había utilizado incluso, con una leve variante fonética, para dar título a su primera biografía novelada. Sintiéndose reconfortada por la misma, se limitó a cumplir el mandato implícito en su interior, repitiendo mentalmente varias veces el nombre de su antiguo amor: Bruno, Bruno, Bruno…

El ruido de un mensaje recién llegado a su móvil la sacó de su ridícula imitación de la vida contemplativa de los místicos españoles, y se levantó sin ganas a ver de que se trataba. Al hacerlo, comprobó que había otro mensaje sin leer de la noche anterior, y que ambos los enviaba su amiga Esther, su paño de lágrimas desde hacía muchos años, casi tantos como los que llevaba instalada en España; empezó por el mas antiguo:

  • Cinda, cariño, próximo dia 11, presentación del libro en español del escritor portugués Tiago Costa Abreu “Los claveles marchitos de la Revolución”, en el Centro Cultural Portugués. ¿No es ese el periodista amigo tuyo de los buenos tiempos en Lisboa? Hasta mañana, dime si vas a asistir. Besos.

Y el segundo mensaje, insistía en lo mismo:

  • Cinda, anda, confírmame que vienes, el libro tiene muy buena pinta, trata de sus vivencias personales en el Portugal de la Revolución.Ya sé que estás liada con las pruebas de tu novela, por eso no te llamo, pero dime algo pronto. Cuídate. Besos.

Lucinda sintió un leve pellizco en la nuca, que atribuyó a la fuerte impresión recibida al leer esas líneas. Hacía 36 años que no había vuelto a ver en persona a Tiago, el bueno de Tiago, y justo ahora, en un momento de profunda crisis de identidad, surgía la oportunidad de volver a hacerlo, convertido de hecho en uno de sus escritores favoritos, pues Lucinda había devorado todos sus libros, en su inmensa mayoría directamente en su edición portuguesa, sin esperar la lenta publicación de sus trabajos en español, que se podía demorar durante años. Su favorito se llamaba “Irmaos de fe”, (Hermanos de fe), pero en el último, titulado “Além de toda a solidao” (Mas allá de toda la soledad), realizaba un saludable ejercicio de sinceridad, dejando caer algunos detalles autobiográficos en la trama de lo mas sorprendentes, que Lucinda había tardado en digerir por lo inesperado de las mismas, pero, cuando al fin lo hizo, muchos cabos sueltos en su vida encontraron acomodo en su memoria.

(Continuará)