Los cinco de negro

Sara sale una noche con su amiga y conoce a alguien muy interesante que no la dejará indiferente... nunca más...

Capítulo uno: Amaestrada

Nada la habría preparado jamás para lo que le sucedió aquella noche. Si hubiera sabido que habría acabado en aquella situación, probablemente se lo habría pensado antes de salir… o quizás no.

Solo hacía tres días que su novio de toda la vida la había dejado después de ponerle los cuernos con infinidad de mujeres. Ella no se lo esperaba, le llegó como un mazazo rompiendo su corazón en pedacitos. Afortunadamente, en aquellos tiempos de dolor contaba con su buena amiga Patricia, que no la había dejado sola en ningún momento desde que aquel malnacido se había mudado a otra casa.

-No te merece, Sara. Siempre has sido demasiado buena para él- no había cesado de decirle en aquellos días.

Pero al tercero, decidió que era hora de que su amiga se volviera a sentir la mujer hermosa que era, que una vez había tenido una larga fila de hombres a sus pies. Le obligó prácticamente a que se metiera a la ducha y eligió un vestido para ella: el plateado. Ese fantástico traje que hacía eones que no se lo ponía, quizás porque su vena provocativa estaba socavada tras años de fidelidad. El vestido lanzaba destellos plata con la luz, y su escote no dejaba indiferente. Sara estaba preciosa aquella noche. Una vez maquilladas y emperifolladas, salieron a divertirse. Después de todo, aún eran jóvenes para disfrutar de la noche y no sufrir por ello. Sara incluso sonreía. No le había costado mucho aceptar el plan de su amiga. Después de todo, necesitaba salir de esa maldita casa llena de recuerdos.

La noche sucedió como en una carcajada. Sara y Patricia bailaron toda la noche entre ellas, con desconocidos, bebieron, encendieron a muchos hombres de los locales a los que iban para luego dejarlos con la miel en los labios como en los viejos tiempos.

-¡Otra ronda de chupitos!- dijo Patricia al camarero, que le guiñó un ojo y les rellenó sus diminutos vasos.

-A tu salud, Patri- brindaron y se los bebieron en cero coma.

-¿Te has fijado en el camarero?-ronroneó su amiga, como una gatita. Sara conocía aquella voz: a Patricia le excitaba una persona cuando la ponía-. Igual me lo llevo a casa…

-¡Venga ya!-rio ella. Sara, entonces, redescubrió en su interior un lado triste y oscuro que la atormentaba con la posibilidad de no poder volver a divertirse así con un hombre. Suspiró y tomó la peor decisión de la noche… ¿O la mejor?

Mientras su amiga flirteaba con el camarero de buen ver, localizó a un hombre vestido de negro que se sentaba en una mesa en la que había cuatro sillas de más. Parecía estar bebiendo solo. Sara, bajo los efectos del alcohol y de su propia osadía, se acercó y se sentó junto a él, mirándolo sensualmente.

-Hola, te veo muy solo… ¿Quieres algo de compañía?- le preguntó lujuriosamente. El hombre la miró. Era verdaderamente muy atractivo: su mandíbula cuadrada enmarcaba unos labios carnosos, y su pelo moreno delataba su edad temprana. Bajo su traje negro se podían adivinar unos bíceps muy bien marcados y una espalda trabajada. Pero lo más fascinante eran sus ojos. Verdes. Muy verdes. Y a la vez, de muchos otros colores. Cuando ambos la recorrieron de arriba abajo con interés, Sara sintió un escalofrío. De repente, tenía algo de miedo a aquel hombre, pero a la vez, aquello la atraía más.

-Dime, hermosa- comenzó a hablar él, y su voz grave y tranquila la atrajo aun más-. ¿Qué hace una belleza como tú sola en un sitio como éste?

Cinco minutos después estaban comiéndose la boca en los lavabos de hombres. Los labios deseados del hombre paseaban por sus hombros y por su escote, sus manos palpaban y apretaban sus pechos firmes con pasión. Cada encuentro de sus bocas resultaba en una explosión de excitación. El hombre la agarró de sus nalgas y la empotró contra la pared, pegándose a ella todo lo que pudo. Sara notó como su miembro crecía entre sus piernas y se apretó más contra él. Lo quería, lo necesitaba para ella. Los dedos insolentes del hombre se deslizaron desde su cintura hasta su entrepierna, esquivando la tela del diminuto tanga, acariciándole y provocándole más placer. Se introdujeron sin ser invitados para deleite de ambos, y comenzaron su ansiosa marcha en el interior de Sara, que no los detuvo para nada.

-Pero que húmeda que estás, cariño- le susurró a su oído su amante-. Creo que podré hacer un buen trabajo contigo, preciosa.

Sus dedos seguían recorriendo juguetones el sexo de la mujer, mientras ella se entregaba a aquel desconocido. Nada importaba, nada. Solo el tacto de aquel hombre sobre su piel. Solo su boca insaciable de su saliva. Solo sus dedos… sus dedos…

-Dime, ¿cómo te llamas?

-Sa… Sara…- respondió obedientemente ella, recibiendo espasmos por el placer.

-Que nombre tan bonito, Sara. ¿Cuántos años tienes?

-Vein…ti…ooh… cinco… sí…-gemía ella, sin darse cuenta de lo que respondía.

-Eres joven entonces, preciosa. Servirás, ya lo creo que servirás…- murmuró el desconocido, y por primera vez, Sara se preocupó. Pero solo duró un segundo, porque los dedos del hombre alcanzaban un pequeño clímax en su interior, dejándola así deseosa de una sola cosa: su miembro.

La dejó en el suelo tambaleándose por el placer y como sabiendo lo que ella quería hacer, se dirigió a uno de los baños. Sara le siguió y cerró la puerta detrás de ella. No era el sitio más espacioso del mundo, pero aquello no era importante para ella. Quería algo y no pararía hasta conseguirlo. El hombre se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones. Sara ayudó a sacar el potente aparato del hombre, erguido como un rascacielos en su entrepierna. Ella comenzó lamiéndolo por abajo, sintiendo su sabor como el más perfecto del mundo. ¿Qué pasaba? Con su anterior novio, del cual extrañamente empezaba a olvidar su nombre, jamás había sentido tanta fijación por un pene. Pero aquél era extraordinario. Lo escupió, masajeó y miró con deseo antes de introducírselo en la boca. El hombre soltó un gemido que sonó a placer y a triunfo a la vez. Sujetó la boca de Sara y la meneó alrededor de su polla, ayudándola en su vaivén.

-Oh, sí, Sara… Pero qué bien la chupas, joder… - susurraba él- Vas a ser una putita excelente…

Ella no reparó en aquellas palabras, o si lo hizo, no le importó. Solo quería chupar más y más. Sentir aquel enorme miembro llegar a su garganta y vibrar en su interior, anhelándola.

-Dime, preciosa, ¿eres de esas chicas que se están desquitando por la infidelidad de su novio?

Ella se sacó su pene de la boca y asintió, mientras lo masturbaba con avidez.

-¿Cómo lo sabes?- preguntó ella extrañada, entonces realmente asustada de lo que estaba haciendo, y consciente de que no podía parar. Su cuerpo no la respondía.

-Porque no eres la primera esclava a la que cazo así- respondió él, obligándola de nuevo a felarle el miembro con toda su energía, y ella respondió gustosa. No podía evitarlo. Asustada en el fondo, miró desde su posición al hombre a los ojos y él le devolvió una mirada triunfal y malévola. La había esclavizado, sin duda. Sara se negó en su interior, mientras su boca seguía recorriendo el pene del desconocido. Con la sensación de que aún podía tener algo de control sobre si misma, se separó de la entrepierna del hombre, aún acuclillada en el aseo.

-¿Qué haces, por qué paras?

-Todavía no tienes todo el control sobre mí… Seas quien seas, o lo que seas…- respondió ella desafiante, intentando no mirar aquel miembro, porque sabía que volvería a lanzarse a por él.

-Tienes toda la razón, pequeña zorra- contestó el hombre, bastante interesado en ella de repente-. Solo me hace falta una cosa más para que seas mía.

Y colocó el miembro delante de la cara de Sara por sorpresa y ella no pudo evitar chupar y chupar como si la vida le fuese en ello. No podía parar… No podía…

-Oh, sí… Ya llego…

Aquella afirmación se hizo realidad un segundo después. De su polla nacieron innumerables chorros de semen caliente, que desembocaron en la boca de Sara.

-Trágatelo… ¡He dicho que te los tragues, sucia puta!

Y ella obedeció, sellando así su destino. Relamió el miembro de su amo con casi amor por él, y se golpeó un par de veces en la cara con el solo porque le proporcionaba placer prohibido. La cara de Sara rebosaba del líquido seminal de su amo y ella lo limpió con gusto.

-Ahora ven conmigo, pequeña zorrita… Tengo que llevarte a un sitio.