Los chicos que miraban de vacaciones a mi esposa
De vacaciones en México, la pareja no podía ni imaginar sobre lo que se ocultaba en el grupo de jóvenes que no les quitaban ojo de encima.
Siempre había pensado que ir a un resort vacacional en México debía ser aburrido, con bucles monótonos de playa, comida, piscina y alcohol. Tras el segundo día en el complejo hotelero con mi marido, mi percepción cambió rápidamente.
Luis me había terminado por convencer para, aprovechando una oferta, tomarnos una semana de relajación absoluta. Tal y como le conocía estaba convencida de que se habría hecho muchas ilusiones para que nuestro viaje fuera sexualmente activo. Tras un primer día agotado por el viaje y el jet lag , su lívido decayó un poco.
Tras un paseo por una playa, de arena tan clara que dolía mirarla sin llevar gafas de sol, fuimos al bar de la playa a por nuestro mojito vespertino. Había bastante gente, y la algarabía delató a un grupo de chicos españoles. Mi chico no es celoso, aunque sí sentí que se ponía un poco nervioso ante la multitud que el grupito me lanzaba, seguidas de risitas. A mis treinta y pocos años me conservo muy bien, con un cuerpo delgado, y pese a tener unos pechos pequeños, estos son firmes. Con la cantidad de chicas que había por el lugar me sorprendió que se fijaran en mí. He de reconocer que hasta cierto punto me alegré. Mi bikini colorido y triangular de calcedonia no era para nada atrevido. Pese a tener un poco de relleno, la braguita era clásica y no era un arma de seducción.
Nos llevamos las bebidas a unas hamacas cercanas y Luis, mi marido, comentó la situación.
—Parece que estás causando furor. Ha sido llegar y triunfar.
—Ya me he fijado. No lo entiendo, con la cantidad de chicas guapas que hay por aquí, deben de ir muy desesperados —dije quitándole hierro al asunto.
—Venga, no seas modesta —me comentó acariciándome el brazo—. Yo en su situación habría hecho lo mismo al verte.
—Por suerte, me tienes solo para ti. —Sellé mis palabras con un profundo beso en la boca de mi chico.
Nos metimos en el agua, desde donde pudimos ver cómo el grupito de cinco veinteañeros elevaba la voz y sus risas en la tranquilidad de aquel paraje paradisiaco. Me percaté cómo uno de ellos, de piel más blanca que los demás, me miraba en aquellos momentos serio. No era una mirada pensativa, sino más bien cargada de prepotencia.
—Mira, el chulo del grupo nos está mirando.
—Que mire, que mire, que solo podrá hacer eso —comentó pegando su cuerpo al mío por detrás.
—Como en las mejores películas, tienen todos los estereotipos: el chulito, el gordito, el listillo con gafas, el graciosillo, y el nerviosillo.
—Esperemos que no sea una película de terror —afirmó sonriente.
Mientras nos preparábamos para darnos una ducha, antes de meternos dentro y de quitarme el bikini, sentí como Luis había apoyado su pene erecto contra mis nalgas.
—Vaya, vaya, estás animado ¿eh? —pronuncié en tono seductor.
—En estas vacaciones vas a ser mi putita —dijo en tono soez.
—¿Esto te gustaría? —Me giré y le acaricié los testículos mientras su pene se apoyaba contra mi abdomen—. ¿Te gustaría que fuera bien puta?
Él no dijo nada y asintió tragando saliva.
—En ese caso haré todo lo que quiera, ¿te parece bien? —Sentí vibrar su pene. Estaba muy excitado. En aquellos momentos podría haberle pedido lo que quisiera, que no me habría puesto pegas.
—Sí, pero por favor, ayúdame con esto —dijo agarrando su pene.
Lo cogí con una mano, y me lo metí lentamente en la boca tan profundo como pude. Ya había hecho otras veces, y pude aguantar así unos segundos. No se pudo decir lo mismo de Luis. Debía de estar muy excitado, porque varios temblores en su miembro me anticiparon lo que estaba a punto de pasar. Lo saqué de mi boca con un sonido acuoso justo en el momento en el que su volcán seminal entraba en erección. Un chorro blanquecino cruzó mi cara, y otro aclaró los vivos de la parte de arriba de mi bikini.
—Menos mal que no hemos follado porque me habrías dejado a medias —le dije con picardía.
La tarde anterior había escuchado cómo mucha gente contrataba una excursión a un sitio llamado Xcaret, una especie de parque temático eco-arqueológico. El autobús que partía desde nuestro resort estaba a rebosar, y los tonos elevados de voz delataron al grupo de jóvenes que habíamos conocido en la playa el día anterior. Guardé en la taquilla de la entrada el vestidito floreado que llevaba puesto, dejando a la vista un precioso bikini negro anudado con push-up con una braguita brasileña a juego.
—No sé si decirte de volvernos al hotel —me dijo Luis mirándome de arriba abajo mientras se mordía los labios.
No le respondí y empezamos la ruta que nos habíamos marcado en el mapa. El lugar era precioso, y una de las primeras atracciones era un trayecto natural haciendo snorkel a través de una especie de sistema de cuevas. Nos pusimos los chalecos y equipamiento que nos prestaron, y nada más meternos en el agua pude ver cómo el grupito de escandalosos españoles iba detrás de nosotros.
Buceamos tranquilamente en el silencio subacuático. No podía oírlos, pero estaba segura de que aquellos chicos se debían de estar poniendo las botas con la visión de mi pequeño trasero encajado en la braguita de corte brasileño.
Mientras entregábamos el material prestado al final de la experiencia, me quedé atónita al ver que los chicos de atrás se agrupaban alrededor de quien había etiquetado como Listillo . El chico sostenía lo que parecía una cámara de acción. Debía de estar enseñando al resto fotos y vídeos no sólo del recorrido bajo el agua, sino de mi culo. En lugar de enfadarme, un escalofrío recorrió mi piel perlada de gotas de agua. Mi marido me sacó del ensimismamiento apremiándome a seguir con la ruta.
Encontramos, casi por casualidad, una pequeña playa preciosa en la que no se bañaba nadie. Luis pidió que posara como en las revistas. Me arrodillé allí donde el mar entraba en contacto con la arena y fui cambiando de poses mientras él me hacía fotos con el móvil.
—Ya están aquí... —oí que decía al ver al famoso grupito de amigos.
Estos corrieron y se tiraron al agua salpicándose unos a los otros.
—Joder, qué buena está... —pude oír que decía Nerviosillo .
—¡Qué suerte tiene el pavo! —dijo Gordito.
Desconozco si mi marido pudo escuchar algo de todo eso, ya que estaba a unos metros de mí, y el sonido del mar amortiguaba las palabras. Seguí como si nada con la sesión de fotos. Me senté y estiré los brazos hacia delante juntando mis, los ya de por sí apretados por el push-up, pechos con los codos. Hice caso omiso a los silbidos cercanos. Me puse en pie, y arqueé la cadera poniendo más peso en una pierna que en otra mientras miraba sugerentemente al móvil.
—¡Guapa! —gritó Graciosillo .
Como Luis parecía no importarle la atención que estaba generando, continué. Me estaba gustando aquel jueguecito de una forma perversa. Le di la espalda y me giré apoyando una mano en la cabeza dejando a la vista mi pequeño trasero, del que la prenda inferior apenas ocultaba nada.
Para mi sorpresa, Gordito se acercó a mi marido y le preguntó algo que no pude oír. Ante mi sorpresa, éste se acercó a mí.
—Perdona... —dijo con la cara roja de vergüenza al escapar de la confianza que da un grupo más grande— ¿puedo hacerte fotos yo también? Tu novio me ha dicho que te pregunte a ti.
Me quedé mirando a Luis quien sonreía.
—Claro, las que quieras. Y una cosa...
—¿Sí? —pronunció no sin cierto temor.
—Es mi marido, no mi novio.
—Ah, claro, claro.
Apoyé mis manos en mis pechos de forma sugerente mientras el chico no paraba de darle al botón de disparo de su móvil. El resto del grupo se acercó. Listillo , sin preguntar, comenzó a grabar lo que parecía un vídeo con su GoPro. Me arrodillé y pegué mi pecho en la arena, dejando mi culito en pompa formando una abrupta «M». Se les veía claramente excitados. Me llamó la atención Chulito , quien observaba indiferente a unos pasos de distancia con los brazos cruzados. «¿Será gay?», pensé. Como colofón final antes de irnos, me tumbé bocarriba con las piernas abiertas. Era un milagro que no se viera nada a través de la pequeña braguita. Los jóvenes no pararon de soltar piropos, y aproveché aquellos momentos para levantarme y despedirme. Me fui entre aplausos no sin echar una última mirada hacia atrás y ver cómo Chulito me observaba con el rostro serio. «¡Ni que fuera mi padre!», pensé.
Fuimos a comer a un buffet del complejo. Luis se quedó guardando mesa mientras yo me fui a la barra. Bandeja en mano, coincidí con Chulito . Me sentía un poco cohibida al lado suya. Era más alto que mi chico, de piel muy clara, una pequeña barba recortada y unas abdominales en las que se podría haber cortado queso.
—Hola —pronuncié con una timidez impropia en mí.
—Hola Sara. — Me sorprendió que conociera mi nombre. Debía habérselo escuchado a mi marido. Me sentí un poco mal por sólo conocerle por los apodos que había puesto al grupo.
—Creo que tienes ventaja y tú ya sabes mi nombre.
—David —soltó con cierta sequedad.
Hablamos de trivialidades sobre aquellas vacaciones, el vuelo y el parque temático en el que estábamos.
—Mañana iremos al Coco Bongo, una discoteca de espectáculos en Cancún. Creo que te gustaría —Dijo justo cuando ya me iba a ir a la mesa.
—Ah sí, algo he oído ir de ella. Se lo comentaré a mi marido.
Me despedí fríamente levantando la barbilla. Aquel chico me tenía confundida. Era muy diferente del resto, y más allá del aspecto jactancioso que proyectaba, parecía ser muy diferente del resto de su jolgorioso grupo.
Nos saltamos la larga cola de acceso a Coco Bongo accediendo por una puerta VIP. Notaba las miradas que repasaban mi vestido corto brillante color dorado con escote en «V». El sujetador que me había puesto para la ocasión resaltaba la línea de mi escote más allá de lo que mis pechos podrían haber formado por sí solos.
El local era una locura, y más allá del espectáculo, la gente, hombres y mujeres, iban bastante salidos. Un camarero trajo una bandeja llena de chupitos y el grupo de amigos propuso un brindis invitándonos.
—¡Por Sara, la chica más guapa de Méjico! —anunció Graciosillo .
No estaba acostumbrada al tequila y éste me hizo toser. Estaba muy fuerte comparado con los mojitos que me habían acompañado en todo el viaje.
El local se había llenado y era difícil mantener el espacio personal. Me alegré de que aquel grupo de españoles estuvieran con nosotros porque nos hicieron un poco de barrera frente a la avalancha de gente local o turistas que se apiñaba alrededor.
Mi marido parecía haber congeniado con el grupo, y compartía risas con ellos. Me sentía a gusto, y ellos parecían cada vez más desinhibidos. No siempre identifiqué si se trataba de alguien del grupo, pero sentí más de un roce casual o n en mi culo.
—Oye cariño —me dijo mi chico al oído—. No querrás follarte a todos, ¿verdad?
Me reí ante su sugerencia.
—Claro que no, a todos no —le contesté guiñándole un ojo.
—Pues seguro que ellos lo estarían deseando.
—¿Y tú? —pregunté con cierto temor ante su respuesta.
—Lo que tú quieras me parecerá bien —confesó con su empatía habitual. Era un buenazo—. Ya quedamos que estas vacaciones serías una putita.
—Ya veo que te lo has tomado en serio. No te molestará que te diga que me ha tocado el culo más de uno esta noche—. Se rio ante mi respuesta.
—Creo que me lo han tocado hasta a mí.
Nos besamos pegando nuestros cuerpos con la pasión que habían achispado algunas copas de más. No sé muy bien por qué lo hice, pero abrí un ojo y descubrí a David, el chulito , observándonos. Por algún motivo me sentí incómoda y en cuanto tuve la oportunidad, me acerqué a hablar con él.
—¿Por qué me recomendaste este sitio?
—Está claro estáis bastante desinhibidos, al menos en este viaje. Aquí la gente se desmelena. —Movió su fuerte brazo entallado en una camisa ajustada señalando el escenario principal.
—¿Tú también?
—No lo necesito.
—¡Ja! —no pude contener mi interjección.
—Si quiero estar con una chica, haré lo que sea necesario para conseguirlo. No voy desesperado como mis amigos —dijo con total tranquilidad.
—A veces no siempre se consigue lo que se quiere —comenté levantando la barbilla con altivez.
—No me vengas con jueguecitos. Quizás te funcionen con Jorge —señaló con la cara al apodado como Gordito —, pero no conmigo.
—¿Y qué funcionaría contigo? —parpadeé lentamente de forma seductora.
—Nada. Si quisiera follarte ya lo habría hecho.
Su chulería no fue lo que me molestó. De hecho, me sentía mal porque que aquel tío no me estuviera valorando lo suficiente como para considerarme una candidata para sus altas exigencias.
—Y... ¿qué te lo impide? —Contesté sin pensar en lo que decía.
—Aunque puedas tener una imagen negativa de mí, respeto las relaciones. Ahora mismo no tengo novia, pero me han puesto los cuernos y no se lo deseo a nadie —movió su pronunciado mentón hacia Luis.
Me puse a reír dejándole desconcertado. Me apoyé en él hablándole en el oído.
—Él es el primero que me ha pedido que sea una putita en este viaje, así que no tienes que preocuparte por él. Antes me has hecho sentir mal, ¿no te gusto?
Puse mi mano en su pecho y la bajé en una tímida caricia sintiendo bajo mi palma sus fuertes pectorales. Mi marido y él intercambiaron miradas y emití un pequeño sonido de sorpresa cuando me agarró el culo de sopetón. Miré, intentando mantener la calma y sonriendo, a Luis, quien también sorprendió.
—Si te follo, lo haré como nunca te lo han hecho antes. ¿Estás segura que quieres continuar con esto?
Me giré y le besé en los labios. Al principio no hizo nada, y apenas me correspondió apartándose rápidamente.
—Ves y cuéntaselo a tu chico, no quiero líos.
La conversación con Luis habría sido rápida. Los dos estábamos convencidos sobre lo que queríamos hacer. En aquellos momentos nos encontrábamos los tres en un taxi de vuelta al resort . Sabía lo suficiente de los sencillos argumentos de películas porno como para presentir ir en la parte de atrás con David tenía todas las papeletas para convertirse en una de ellas. Se acercó a mí lentamente. ¿Estaba preparada para hacer algo en un coche en marcha conducido por un desconocido?
—Ponte tranquila —me dijo contra todo pronóstico acariciándome la mano—. Te voy a follar hasta que grites que pare, pero con todas las comodidades de mi habitación.
—Ya pensaba que iba a pasar algo aquí...
—Eso solo pasa en las películas, aunque si quieres, ¿te apetece jugar a algo?
—No me asustes.
—Nada, solo si quieres —su blanca sonrisa me calmó un poco—. ¿Por qué no alegras un poco la travesía al taxista?
Le dediqué una mirada pícara y lentamente subí la parte inferior de mi vestido.
—Disculpe, ¿queda mucho para llegar? —pregunté inocente al taxista. Éste miró por el espejo retrovisor al tiempo que me confirmaba el tiempo.
Le di las gracias, y me percaté que el hombre, pese a que hablaba con mi chico, no paraba de dedicar miradas fugaces por el espejo retrovisor.
Me acerqué hacia delante para hablar con Luis y apoyé las manos entre los dos asientos delanteros. Apreté los codos hacia dentro, dejando a la vista un hermoso escote. Oí una risita detrás de mí ante ante los ojos abiertos como platos del conductor.
—Vamos a dejarlo aquí Sara, no sea este hombre se distraiga y tengamos un accidente —me susurró David en voz baja.
Este pequeño juego me dio confianza y pensé que aquel chico de aspecto chulesco quizás no lo fuera tanto todo fuera parte de la fachada que se había construido.
Una vez llegamos al complejo, y siguiendo las indicaciones de David, me dirigí la primera con paso seguro hacia su habitación. Reconozco que me contoneé más de lo necesario al subir las escaleras. David abrió con su móvil la puerta de la habitación y nos invitó a entrar. Ésta estaba pulcramente ordenada. No se veía nada desperdigado por ningún lado, como si fuera la primera que entrara a aquel lugar y nunca hubiera estado. Todo aquello me daba una idea del tipo de persona que podía ser. El chico nos volvió a pedir confirmación sobre lo que estábamos a punto de hacer y que no habría vuelta atrás. Mi marido y yo asentimos.
—En ese caso, a partir de este momento eres mía. Harás todo lo que yo diga ¿Queda claro?
Luis y yo nos miramos y volvimos a asentir en silencio. Empecé a ponerme nerviosa, nuestro anfitrión me tenía desconcertada y no sabía qué debía de tener en mente.
—Sujeta a Sara así —dijo haciendo un gesto con los brazos.
Luis obedeció y me inmovilizó con sus brazos pasándome uno por el cuello y mientras que con el otro me retenía los brazos y las manos. Estaba a su merced.
—¿No vais a quitarme la ropa? —pregunté con voz sensual.
David se acercó, y tras sonreírme, me pasó un dedo por los labios. Los abrí un poco y me lo metió en la boca. Comencé a succionarlo y me metió otro más, y después otro hasta llenarme la boca.
—¡No me caben! —me quejé tras escupirlos.
—Yo te diré lo que te cabe y lo que no —aseveró con autoridad.
Sentí su mano introducirse por el interior de mi escote. Sorteando mi sujetador, jugueteó con mi pequeño pezón rosado con la maestría de quien sabe cómo excitar a una mujer.
—¿Y yo qué hago? —preguntó mi esposo inocentemente.
—Tú —dijo mientras acariciaba mis labios inferiores por encima del tanga— también harás todo lo que yo diga. De momento mantén inmovilizada a esta putita.
El chico debía de estar sintiendo la humedad a través de mi prenda íntima ya que la apartó a un lado y hundió sus dedos en mi vagina. Los sentí gruesos y juguetones mientras daban vueltas alrededor de mi clítoris. De repente, comenzó a masturbarme a una velocidad demencial. No pude evitar gemir como si no hubiera un mañana.
—Tranquila, tranquila, que acabamos de empezar —dijo sonriente.
Oímos una puerta cercana cerrarse y voces en la habitación de al lado.
—Parece que mis amigos ya han vuelto.
Le fruncí el ceño temerosa de que fueran a entrar en la habitación y aquello derivara en algo más grande y fuera de control. Él no dijo nada y pareció disfrutar con mis dudas.
—La quiero sin tanga, bocarriba y con las piernas levantadas —ordenó.
Mi chico me miró, y tras sonreírme dócilmente me guio hasta la cama. Me quitó cómo había hecho cientos de veces el tanga empapado, dejándome con el vestido arremangado, y me ayudó a sujetarme las piernas mientras apuntaba con mis orificios hacia el techo. El aire acondicionado me hacía cosquillitas en mi vagina.
—Cómele el culo —dictaminó.
Luis obedeció y sentí una extraña sensación al entrar en contacto su caliente lengua con mi ano. Lo lamió por fuera y metió un poquito la puntita. Vi la figura de David acercarse y lanzarse a hacerme un cunnilingus. Como no fueran con cuidado acabarían besándose, aunque no pensaba que nuestro anfitrión tuviera eso en mente. Me sentía en la gloria con aquellas dos lenguas en mis agujeros e inconscientemente lo demostraba gimiendo. Estaba haciendo conmigo lo que quería, pero… me estaba encantando.
—¡De rodillas! Y tú, ¡sujétale las manos por detrás!
Me quedé a la espera mientras David se desnudaba completamente. Al acercarse pude comprobar que portaba un pene de considerable tamaño. No estaba segura, pero me daba la impresión de que era más grande que el de Luis.
David se acercó y me bajó sin miramientos el vestido, quedándose este en mi cintura. Hizo un gesto con la barbilla y mi marido me quitó el sujetador. Sonrió satisfecho al ver mis pequeños pechos coronados por proporcionales pezones rosados. Me acarició la cara y se agachó para besarme en la boca con una pasión feroz. Enrolló mi pelo en una coleta con una mano, y acercó su pene a mi boca. Me lo introduje despacio sin dejar de mirarle a los ojos. Hice un intento de mamársela con el movimiento de mi cuello, pero me detuvo con su pinza sobre mi pelo. Comenzó a mover su cintura follándome literalmente la boca. Aceleró el ritmo al tiempo que se me caían grandes chorretones de saliva por la boca. Intenté sacar una mano, pero mi chico no me soltó. Tosí, y paró.
—Cornudo ¿te gusta ver cómo me follo la boca de tu putita?
—Sí —emitió de forma apenas audible.
—¿Te estás poniendo cachondo?
—Ya te digo…
—Pues venga, desnúdate que te toca.
David se situó a mi espalda y me inmovilizó con mayor fuerza las manos y brazos.
Luis se acercó rabo en mano y se encogió de hombros a modo de disculpa.
—Tú quédate quieto, que yo marcaré el ritmo.
Ambos obedecimos. Una vez tuve el conocido falo en mi boca, David movió mi cabeza lentamente para que se la comiera a mi marido. El chico aceleró el ritmo hasta que Luis se apartó suspirando.
—Nunca te la había comido así, ¿eh?
—Uff, no. Casi me corro.
—Ja, ja, ja. Aún no. Y ahora, voy a follarme a tu novia, que lo estará deseando, ¿a qué sí Sara?
—Soy toda tuya —mascullé complaciente.
—¡Así me gusta!
Me empujó con delicadeza y me tumbé bocarriba.
—Luis, ponle dos almohadas debajo de la cabeza y sujétale los brazos.
Así lo hizo, inmovilizándome de nuevo con mis brazos por encima de la cabeza.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó.
—Follarme.
—¿Qué? ¡No te he oído bien! —dijo alzando el tono.
—¡FÓLLAME!
—Así, mucho mejor.
Mientras sentía cómo el pene de aquel chico se introducía en mi interior fui consciente de algo. No se oía nada. Sus amigos de la habitación de al lado estaban en completo silencio. «¿Se habrán ido? ¿se habrán dormido?», pensé. Sus constantes embestidas me devolvieron a la realidad. Había doblado mis rodillas para una penetración más profunda al tiempo que me sujetaba los pies. Comencé a gritar como una loca cuando David me amartilló con su pene como si quisiera atravesarme.
—Joder, ¡qué bien follas! —dije lujuriosa.
De repente oí unos aplausos. Los cabrones de sus amigos debían de estar con la oreja en la pared. Mis pequeños pechos se movían salvajemente por el ritmo de la penetración. Luis intentó tocarme los pechos.
—¡No! ¡Es mía! —rugió acelerando el ritmo.
Me agarró del cuello con las dos manos mientras aceleraba el ritmo. Si seguía así, acabaría corriéndose. Era increíble el aguante de aquel chico.
—Ahora vas a follarme tú —me dijo.
Se sentó apoyándose en el cabecero de la cama y me hizo un gesto para que me subiera encima. Me encaramé, y su miembro entró fácilmente. Comenzó a lamerme y estrujarme los pechos como un cerdo. Luis estaba sentado a nuestro lado masturbándose sin quitarnos ojo de encima. Me apoyé sobre el pecho de mi nuevo amante y moví las caderas como toda una amazona. Él me sujetaba, sin asfixiarme, del cuello.
—Así putita, muy bien. Ahora me toca a mí. Ponte a cuatro patas y cómesela un poco a tu chico, que le va a dar algo.
Obedecí. Luis tenía la polla bien dura y había trazas de líquido preseminal. Se la empecé a chupar despacio hasta que sentí cómo David me agarraba de las caderas. Me la metió de golpe, y acercándome hacia él con sus manos, me folló con la misma pasión de antes. Mi pequeño culito quedaba aplastado con cada empujón. Con la polla en la boca no podía gritar, y mis gemidos quedaban ahogados. David me agarró del pelo y pudo coordinar sus movimientos de cadera con la mano, marcando el ritmo con el que mamársela a mi chico. Me sentía usada y sucia, pero estaba complemente excitada.
—Venga Luis, ya es hora de que se la metas un poco.
Siguiendo sus indicaciones, me senté dándole la espalda. Aunque más gruesa, el pene de mi marido era más corto y lo sentí deslizarse rápidamente en mi interior. Empecé a cabalgarle hasta que David me sujetó la cabeza y literalmente me folló la boca como había hecho antes. Al comprobar que no podía seguir cabalgando, aflojó un poco.
—Joder Sara, ¡qué buena estás!¡necesito follarte! —exclamó nuestro anfitrión.
Ni corto ni perezoso me sacó como una exhalación de la cama y me cogió en volandas. Apoyó mi espalda contra la pared, con como si fuera guiado por láser, su pene se introdujo dentro de mí. Me folló contra la pared con fuerza mientras me besaba como si se fuera a acabar el mundo. La pared retumbaba con cada embestida. Grité como una loca cuando tuve un orgasmo incontrolable.
—¡No aguanto más! Ponte de rodillas en el suelo.
Al parecer mi orgasmo le había excitado. Obedecí, y éste hizo una seña a Luis para que se acercara.
—Vamos a corrernos a la vez en su boca. Cuando vayas a terminar avísame.
Se masturbaron frente a mi cara mientras yo les motivaba con esporádicas lamidas y caricias en sus testículos.
—¡Ahora! —gritó mi chico.
Abrí la boca sacando la lengua y Luis, meneando la polla hacia los lados, sacudió goterones de semen por toda mi cara. Al mismo tiempo, David soltó un chorro con bastante presión que impactó contra mi mejilla. Entrecerré los ojos y una línea blanca me cruzó la cara llegando hasta mi pelo.
Me acerqué a los penes para dejarlos bien limpios se semen ante los gemidos de estos.
Hubo un silencio de respiraciones entrecortadas que se rompió cuando aplaudieron en la habitación de al lado. Sonreí.
—¿Quieres que les llame? —me preguntó David.
—Hoy no —respondí con la promesa impolítica de una lujuria continuada en aquellas vacaciones.
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