Los chavales del barrio (04: Un pasado inquie.. 1)

Las batallitas del abuelo de Nikolai Pentrescu durante la Segunda Guerra Mundial, en las que se tend´ra que enfrentar a un oscuro y peligroso secreto que parece haber regresado.

- Cuartel General del Grupo de Ejércitos Sur, Estado Mayor del 2º Ejército rumano, Kiev, Ucrania

25 de octubre de 1943.

Aquella noche fría, el Teniente Ion Pentrescu, comandante de la 5ª compañía del 115º Regimiento de caballería, fue a ver a su superior, General de Brigada Petre Calinesco. El motivo era una fosa común que había sido encontrada pocos días antes por su 2ª sección. La fosa estaba situada en un terreno que no había explorado, pero estaba dentro de su área. Los cuerpos estaban horriblemente mutilados, presentaban incisiones en la cavidad anal, desgarros que no obedecían a ninguna causa física. Estaban cauterizados, pero no había signos de fuego, lo que extrañó y a la vez horrorizó al joven teniente de 21 años, recién salido de la Escuela Militar, y cuyo contacto con el temido Frente Oriental había sido poco más que testimonial, ya que contaba con amigos en Berlín y en Bucarest.

-¡Necesito hablar con el general Calinesco, es urgente! –espetó a su ayudante, un teniente coronel que, según los rumores, tenía la costumbre de cepillarse a los nuevos oficiales de Estado Mayor más jóvenes. Con voz de falsete, este le contestó que esperara un momento.

Entonces apareció el general. Tenía unos 47 años, era alto y corpulento, con los cabellos negros grisáceos y los ojos negros como el carbón, y aunque era bastante atractivo, tenía el semblante cansado por el trabajo. Los rusos se hallaban muy cerca y su División iba a ser la encargada de parar el asalto; como le dijo el Führer por teléfono "mandar a todos esos perros bolcheviques al infierno". Delirios de un loco, pensó el General. Debía enfrentarse con el apoyo del 4º ejército panzer alemán a 10 ejércitos soviéticos bien equipados, con apoyo aéreo y de tanques, por lo que ofrecer resistencia era casi un suicidio.

-¿Qué desea, teniente? Espero que sea importante, ya que estoy muy ocupado.

-Mi general, creo que lo es. Hemos descubierto algo horrible en un campo cerca del Dnieper, una fosa común llena de cadáveres horriblemente mutilados.-explicó nerviosamente el Teniente.

-¿Qué? ¡Maldita sea! Estoy de esos malditos nazis y sus salvajadas hasta los cojones!-exclamó el general, visiblemente irritado. -¡Georghe!-llamó a su ayudante-quiero que llames inmediatamente al responsable de las SS en Kiev, Standartenführer Ignatius von Okelsdorf y preguntes a ese cabronazo que anda haciendo su pandilla de matones por ahí. ¿Entendido?

-Sí, General-contestó con una sonrisa lasciva el teniente coronel. Solía llevar el uniforme un par de tallas más pequeño para marcar el bulto, que solía notarse casi siempre, como señalando que era una perra en celo lista para ser montada. Saludó al general y al teniente y se dio la vuelta, contoneando descaradamente las prietas nalgas que tenía.

-Mi general, creo que debería usted echar un vistazo. Sígame, por favor-continuó Ion Pentrescu.

Montaron en un Opel Kübel con el banderín del Estado Mayor, y en poco más de un minuto llegaron al sitio dónde se habían hallado los cadáveres. Entonces el general pudo contemplar la dantesca imagen que se presentaba: docenas de cuerpos, algunos abiertos en canal, estaban alineados, cubiertos de hollín y desprendiendo un olor nauseabundo. Se bajó del coche, y pudieron comprobar algo que se le había pasado al teniente Pentrescu en un primer momento: había una marca en el suelo, realizada con sangre. Era un dibujo, sorprendentemente muy elaborado, que representaba a una esvástica curva, hecha con serpientes, y debajo de la cual se hallaban escritas tres misteriosas letras: "D.A.F.".

-¿Qué coño significa eso?-dijo el general.-Todo esto parece obra el demonio, como si alguien aquí lo hubiera invocado y hubieran hecho una orgia de sangre y depravación sexual.

En ese momento, se levantó una ráfaga repentina de viento, que causó un escalofrío en lo más profundo de los dos oficiales. Y entonces ocurrió.

Uno de los soldados que se hallaban inspeccionando y tratando de identificar los cadáveres, comenzó a lanzar unos gritos horribles y a retorcerse. Súbitamente, comenzó a tener convulsiones, y en un momento dado se quitó los pantalones, y comenzó a frotarse sobre uno de los cadáveres, sacándose la polla y "follándose", por decirlo de alguna manera a uno de los cadáveres. Todos los soldados que estaban allí intentando identificar los cuerpos comenzaron a convulsionar y después se desnudaban y empezaban a frotarse lascivamente con los cadáveres; algunos se llegaban a correr, como poseídos por una fuerza infernal.

El joven teniente y el general se quedaron atónitos, sin saber muy bien qué hacer, aunque pronto decidieron actuar. El general ordenó a Pentrescu que se apoderara de una ametralladora MG-34 que estaba emplazada cerca de allí y abriera fuego contra "esos malditos hijos de Satanás", como los llamó. Él se encaminó hacia una radio y ordenó que se bombardeara esa área del frente con granadas de 120 mm, de fósforo blanco, con un retardo de dos minutos y medio tras finalizar la transmisión.

Mientras tanto, Ion Pentrescu se esforzaba por abatir a la muchedumbre de cadáveres que seguían fornicando como locos, en una orgía de carne, semen, vísceras y muerte. Les disparaba a los soldados una y otra vez, y el cañón de la ametralladora ya estaba al rojo vivo, pero parecía misión imposible: ¡eran como inmortales!

De repente, el general Calinesco apareció detrás de él, portando un fusil ametrallador en casda mano.

-Ion, esto es un puto infierno, hay que salir de aquí… ¡van a bombardear todo esto con fósforo en menos de un minuto! ¡Al puto coche, rápido!

Mientras se alejaban del lugar en el Kübel a todo gas, se empezaron a oír violentas explosiones y una gran luz iluminó la zona donde habían estado nuestros amigos unos instantes antes: la descarga de artillería había comenzado.

-Espero, mi general, que esto baste para contener a aquellos demonios-dijo temeroso, Ion-. Sfânta Maica Domnului! -y se santiguó.

-No te preocupes, Pentrescu, esas horrendas criaturas habrán sido aniquiladas por el fósforo…aunque me pregunto… ¿qué demonios serían? En cualquier caso, será mejor no decir nada en el Cuartel General y menos a nuestros queridos amigos y aliados los alemanes-dijo estas últimas palabras con evidente sarcasmo-Teniente, le encargo a usted la misión de investigar lo sucedido aquí.

-¡A sus órdenes, mi general!-contestó marcialmente Ion Pentrescu.

Cuando llegaron al campamento, fueron preguntados por la orden de disparar la batería de granadas de fósforo. El general, encolerizado, contestó:

-¿Estas cuestionando mi órdenes, pedazo de mierda? ¡Unas ratas comunistas se nos echaron encima y tuvimos que deshacernos de ellos! Y ahora… ¡vuelve al trabajo! ¡Esto es una jodida guerra!

26 de octubre de 1943

El teniente Pentrescu ordenó que su mejor sargento escogiera un grupo de hombres para hacer un reconocimiento. Lo más sorprendente es que, cuando volvieron, los soldados dijeron que no habían encontrado nada de restos humanos, uniformes u otros objetos: sólo los restos del fósforo quemado y una cosa más, un objeto muy peculiar.

Lo que el sargento enseñó al teniente Ion Pentrescu estaba tallado en piedra, muy dura y muy pesada, con una forma alargada y cilíndrica, con extraños símbolos repartidos por toda su superficie, y uno de los extremos hacía una especie de curva final, que se asemejaba mucho a un falo circuncidado erecto. Tendría una longitud de unos 17 centímetros, y era de color negro oscuro.

Entonces Pentrescu recordó algo. En 1938, mientras era estudiante de Historia de las Religiones en la Universidad de Budapest, antes de matricularse en la Escuela de Guerra, asistió a una lección magistral de un amigo de su padre, un alemán que actualmente ostentaba un elevado cargo en las SS en Berlín, y que dio una conferencias sobre los Kurganes, los antiguos habitantes de Europa, también conocidos como indoeuropeos, de los que descendían casi todos los pueblos del continente Euroasiático, y muy investigados por los servicios de inteligencia del régimen nacionalsocialista. Estos habían becado al Dr. Gabriel von Hammersmarck para realizar una serie de investigaciones sobre la cultura y las costumbres de un remoto grupo de indoeuropeos que habían habitado las regiones de la antigua Dacia romana, y que combatieron contra los invasores itálicos hasta ser casi exterminados. Su peculiaridad, según el Dr. Hammersmarck es una serie de ritos arcanos, muy antiguos, asociados con la muerte y el sexo, que los cristianos identificaron pronto con adoraciones al Demonio. Además, expuso en la conferencia celebrada en Budapest que solían utilizar un falo tallado en un tipo de piedra muy rara de encontrar, para sus ceremonias masturbatorias masivas y sus orgías, y que supuestamente tenía poderes sobrenaturales.

Estos recuerdos llevaron a nuestro protagonista a inferir que, ya que la descripción aproximada del mítico objeto coincidía más o menos con lo que se había encontrado en aquel lugar. Decidió entonces buscar la manera de conseguir un permiso para viajar a Berlín, donde residía aquel profesor y enseñárselo. El problema era que el encargado de tramitar esos permisos era el teniente coronel Geoghe Stavanescu, jefe de personal del genera. Y sabía el precio que tenía que pagar: comer salchichón

28 de octubre

Pentrescu decidió entrar en la tienda-despacho del coronel Stavanescu. Había estado bebiendo vodka, y pensó que eso le ayudaría a soportar lo que se le venía a continuación.

-Buenos días, teniente. ¿Qué quieres?-Saludó alegremente Georghe. Mientras esperaba el saludo y la respuesta del teniente, se acomodó la polla descaradamente por encima de los pantalones.

-¡Buenos días, señor! Solicito permiso para realizar un viaje a Berlín de 3 días-dijo marcialmente Ion.

-¡Vaya! ¡Esta si que es buena! Al señor teniente se le ha antojado ir a Berlín, ¿quizá a pasear por la Unter der Linden ? ¡Estamos en guerra, deberá tener algún motivo, o al menos algo que ofrecerme!-esto último lo dijo el teniente coronel con algo de sorna, como invitando al teniente a ofrecerse como una puta de 10 marcos.

-Haré lo que me pida…-Mientras decía esto, Pentrescu cerraba la puerta de aquel sitio, y se ponía de rodillas. Georghe hizo un gesto de aprobación

-Así me gusta, pequeñín… ¡quítame los pantalones!-Dijo con un voz de locaza histérica.

El joven teniente comenzó a acariciarle el bulto que se le iba formando en el pantalón al coronel Stavanescu, el cual empezó a gemir. Después, Ion le bajó los ajustados pantalones del uniforme, y se dio cuenta de que no llevaba ropa interior. Una polla morcillona, sin circuncidar, se alzó a la vista del joven soldado, que no tuvo más remedio que metérsela en la boca, después de un gesto amenazador del superior, que le doblaba en edad. Ion comenzó a chupar torpemente el cipote, a lamer el tronco y sobretodo el glande, mientras se dio cuenta de que su propia polla estaba cobrando vida, lo que le sorprendió y le avergonzó interiormente. Georghe estaba gozando muchísimo, ya que siempre buscaba la oportunidad de que los jóvenes reclutas le doraran la píldora, y una vez que se hubieran calentado como perras cachondas, le destrozaran el culo con sus hermosas y viriles trancas. Y aquel muchacho apuntaba maneras, y quería ver como tenía la polla. Le sacó la tranca de la boca, le dio un par de pollazos en los carrillos, que quedaron llenos de babas y líquido preseminal, y le dijo:

-Ahora quítate la ropa, quiero ver tu cuerpo.

Ion Pentrescu obedeció. Sabía que no tenía otra si quería que el coronel le firmara los permisos para viajar a Berlín. Se quitó primero la chaqueta de oficial y la camisa, y después los pantalones, quedándose sólo con unos calzoncillos de algodón, que no tardó en quitarse también tras una mirada inquisitiva del coronel. Este pudo apreciar el bonito cuerpo de adolescente viril del teniente, ya que, aunque era muy apuesto, no estaba excesivamente musculado, y conservaba ciertas redondeces más propias de los últimos años de la infancia. Comenzó a besarle y a chuparle el cuello, las tetillas y el pecho, sin apenas vello que contrastaba con el suyo propio, y decidió lanzarse a por el manjar: un delicioso rabo rumano de 16 centímetros, unos 3 más que el suyo, que estaba ya erecto del todo, y que comenzó a lamer con fruición. El joven, que al principio le disgustaba todo aquello se dio cuenta de que le empezaba a gustar, y decidió poner la mente en blanco y disfrutar. La mamada del coronel era magnífica, le lamia primero el tronco hasta hacerle exasperar, y luego se metía sólo la cabeza de la polla en la boca y la chupaba con la lengua, lo que daba un placer inmenso a ion, que se retorcía de gusto. De repente, sacó su cipote lleno de saliva de la boca y dijo:

-¡Ahora me vas a follar, nenita, o si no no hay permiso ¿te enteras?- Pentrescu contestó con una voz casi enfadada.

-¡Te voy a dar lo tuyo, putita de mierda!- Y tras estas palabras, dio la vuelta al teniente coronel, le escupió en el culo, y sin más miramientos, le empezó a meter la tranca. Geoghe se retorcía de gusto, ¡por fin ese rabazo que le volvía loco por su gran grosor estaba dentro de él! Comenzó a gemir como una zorrita, mientras Pentrescu le daba bien por el culo al oficial marica. En el fondo él también se podría considerar marica, pero le daba igual. Estaba sintiendo un gustazo enorme al empalar a aquel cabrón por el culo, sintiendo que las paredes del ano del coronel le aprisionaba la polla, y como llevaba mucho tiempo sin follar con su mujer, sintió que se venía, pues aquel maricón le estaba dando mucho placer en la polla.

-¡Joder que gusto, mi teniente coronel, me voy a correr! ¿Dónde se lo dejo?-Preguntó riéndose.

-Áhh, siii,, ummmm…jodeeer, por el culo, hijo, por el culo, llena de leche a esta puta maricona…siiii.

-Sii, allává, me corro, jodeeer….ahhh… ¡SIIIIIIIIIIII! Toma cabrón, toma leche, ahhh, si… ¡Toma mi puta lecheeeeee!-Dijo entre jadeos el teniente mientras explotaba en su culo, llenándole de una espesa lefa. Dejó la polla un rato más hasta que el coronel le espetó:

-Teniente, saque su pene de mi ano y vístase, por favor.

Pentrescu sentó como que despertaba de un sueño, y sintiéndose de repente muy avergonzado por lo que había ocurrido, se vistió a toda prisa y quiso salir de allí de inmediato. Pero el teniente coronel, después de meterse un dedito y saborear la leche de nuestro amigo, firmó un permiso de viaje a Berlín de una semana y le dijo:

-Espere…aquí tiene su permiso…espero que lo disfrute tanto como yo lo de hace un momento.

El teniente cogió muy nervioso el papel que le entregaba el otro, que le hizo un guiño de ojos, y salió de allí. Por fin podría preguntar al camarada de su padre por ese misterioso objeto. Presentía que se trataba de algo peligroso y maligno…y empezó a imaginar sobre la relación de ese "falo de piedra" con los sucesos que había vivido con el general