Los celos de mi madre
Una madre lleva los celos por su hijo al límite cuanto él le hace una propuesta indecente a cambio de complacerla
Nada de lo que aprendí en la vida me preparó para lo que ocurrió esa fría noche de diciembre cuando llegué a casa pasada la media noche. Tal vez fue culpa de mi exceso de confianza por lo que me volví descuidado pero yo no esperaba llegar a casa y encontrar a mi madre con su bata de dormir puesta y sentada en el sofá de la sala esperándome con la cara roja de coraje y una mirada asesina.
No era la primera vez que llegaba tarde a casa, de hecho llevaba meses haciéndolo y nunca había tenido problemas con mi madre por eso. A la mañana siguiente ella solo me llamaba la atención cariñosamente, pidiéndome que fuera más cuidadoso, que no llegara tan tarde, que la casa no era hotel y cosas por el estilo que todas las madres les dicen a sus hijos. Pero esa noche era diferente. Su lenguaje corporal hablaba más que mil palabras. Mi madre estaba que echaba chispas y en verdad me dejó frío cuando la vi.
Solo una frase salió de su boca cuando la miré directo a los ojos de Gorgona con los que me acribillaba. — “Te estás cogiendo a la puta de tu madrastra”.
Si ya estaba helado cuando la vi así de molesta mi alma abandonó mi cuerpo cuando escuché esas palabras saliendo de su boca. Recuerdo perfectamente todas las sensaciones que pasaron por mi cuerpo en ese momento. Me quedé mudo, mi lengua se volvió de piedra y se me secó por completo la boca; mis oídos empezaron a zumbar con una fuerza inusitada, mis manos y mi frente estaban empapadas de sudor frío, mis rodillas temblaban como si fuera yo un potrillo recién nacido y mi vista se nubló como si estuviera a punto de desmayarme. Un golpe directo de un boxeador no me hubiera dejado tan aturdido como las palabras de mi madre en ese momento.
A pesar del impactó no pude retirar la vista de la mirada asesina de mi madre. En verdad creí por un momento que me mataría. Por mi mente pasaba el pensamiento de huir de la casa, salir corriendo lejos donde la verdad no pudiera alcanzarme.
Porque era verdad, me estaba cogiendo a la esposa de mi padre desde hacía varios meses. No bien había regresado de su luna de miel cuando ya habíamos comenzado una tórrida relación amorosa.
Mi madrastra se llama Sol y le hace honor a su nombre. Es rubia y de ojos verdes, sus tetas no son muy grandes para una mujer arriba de los 50, pero su trasero es un monumento a la voluptuosidad, redondo y firme. Sorprendentemente firme y suave para sus años.
Mi padre había tenido muchas “novias” después de dejar a mi madre y antes de conocer a Sol, pero todas habían sido jóvenes amantes, algunas incluso más jóvenes que yo, que solo se dedicaban a sacarle el dinero al viejo. Por eso cuando mi padre recapacito se buscó una mujer madura que no anduviera solo buscando desplumarlo. Así entró Sol a su vida y a la mía.
No sé si fue mejor para mi padre encontrar a Sol, pues si bien ella no lo abandonó como las otras resultó ser la portadora de todo el karma que mi padre venía arrastrando a través de los años pues a Sol no le gustaban los vejetes como mi padre sino los jóvenes adultos como yo, y el dinero obviamente, que era su verdadera motivación. Motivo por el cual de inmediato se sintió embelesada por mí, joven amante y heredero único de la mucha o poca fortuna de mi padre. Yo no me hice mucho del rogar principalmente por dos motivos. Primero que nada despreciaba a mi padre por haber descuidado y abandonado a mi madre, y segundo, siempre me han atraído las mujeres mayores que yo. Maestras, vecinas, las mamás de mis amigos y sí, también mis tías y mi propia madre, todas ellas siempre han sido el foco de mi deseo. Así que cuando mi madre putativa se me acercó de una forma poco fraternal yo no hice siquiera el intento por resistirme.
Me convertí en su amante de cabecera en un santiamén, y lo mejor era que no teníamos que ir casi nunca a un hotel o cualquier otro lugar donde nos expusiéramos. Yo iba a casa de mi padre cuando sabía que este no estaba, lo cual era frecuentemente, y me entregaba a la lujuria cuasi-incestuosa con la esposa de mi padre.
El morbo con mi madrastra era prácticamente insuperable, cuando la penetraba me imaginaba que era mi verdadera madre a la que follaba y eso me ponía como potro en celo. Considerando que de complexión son muy similares las dos, la única diferencia más notable es que Sol es rubia y mi madre es morena. Pero a oscuras la verdad ni se notaba la diferencia. Hasta la voz de las dos era bastante similar y yo me imaginaba que al momento de gemir, mi madre seguro gemía igual que mi madrastra. Sin embargo toda esa fogosidad y morbo se convirtió en culpa y remordimiento en el mismo momento en que mi madre me reclamó mis fechorías.
Las pocas veces que a Sol y a mí nos ganaba la calentura cuando mi padre estaba en su casa, Sol inventaba pretextos para salir y nos íbamos a un hotel cerca del centro de la ciudad. Nunca imaginamos que en una zona tan transitada alguien nos reconocería justo en la entrada del hotel. Pero eso fue lo que pasó esa misma noche. Mi madre no quiso decirme quien nos delató, pero quien haya sido no le había contado nada a mi padre aún, al menos eso me dijo mi madre cuando continuó con su regaño.
Mi madre empezó a reclamarme a gritos sin dar señas de parar, yo no hacía más que escuchar o mejor dicho fingía escuchar pues el zumbido en mis oídos iba en aumento con cada palabra que salía de boca de ella. Yo parecía estatua de sal, inmóvil y con la cabeza agachada. No había podido decir una sola palabra y solo quería que esto se terminara. Por fin mi madre guardó silencio un momento y terminó la plática diciéndome: —Vete a dormir y piensa en lo que has hecho. Ahora no tiene caso hablar contigo.
Mi madre se levantó del sillón y se dirigió a su cuarto, de repente sentí como el espíritu me regresaba al cuerpo y la razón volvía a mi ser. Vi a mi madre levantarse y no la vi molesta, la vi sumida en una gran tristeza. Pero ya no me sentía culpable pues en realidad no creí que lo que hacía fuera algo malo. Quise contestarle a mi madre y decírselo, Decirle que Sol no era ninguna puta y que mi padre no la satisfacía, que no la podría satisfacer jamás pues no tenía hombría, que necesitaba un hombre y yo era ese hombre.
Lo que pasó inmediatamente no tiene explicación lógica, no logro entender que fue lo que pasó por mi mente esos segundos que estiré mi mano y tomé a mi madre del brazo y la jalé hacia mí. Vi sus ojos bañados en lágrimas y pensé en reclamarle, en decirle que no tenía derecho a controlarme, pero mis labios y mi mente estaban desconectados en ese momento pues lo único que dije fue: —“Te amo madre, te amo locamente”.
Acto seguido use mi mano libre para tomar de la nuca a mi madre y acercar su cara a la mía, pegué mis labios a los suyos y comencé a besarla con una pasión insólita. Solté su brazo del que la jalé y pasé ese brazo alrededor de su cintura. Ella no se movía casi en absoluto. Su lengua correspondía los movimientos de la mía dentro de su boca, pero sus manos estabas estáticas como si no pudiera moverlas por obra de magia, podía sentir como temblaba todo su cuerpo mientras yo la abrazaba y la besaba. Bajé mi mano de su cintura a sus nalgas y comencé a acariciarle su enorme trasero, que era un poco más grande que el de mi madrastra y bastante más firme. Yo parecía una enredadera que se encaramaba alrededor de su figura, ella apenas se movía y temblaba cada vez con más intensidad. No fue hasta que mis dos manos bajaron sobre sus nalgas y las comencé a apretar fuertemente tratando de separárselas para pasar una de mis manos sobre su ano cuando ella por fin recupero la fuerza motriz e intentó zafarse de mí. Pero era inútil, yo la tenía bien sujeta y mis manos no cesaban de tocar sus nalgas y su espalda. Nuestras bocas se separaron y ella recupero el habla.
— ¡Hijo! ¿Acaso te has vuelto loco? Soy tu madre, no puedes hacer esto. — Me dijo aterrada.
— No me importa mamita, te deseo más que a Sol y a todas las mujeres del mundo. — Fue lo que le contesté y acto seguido volví a besarla.
Ella no dejaba de resistirse, me pedía que parara, me rogaba que la soltara, me suplicaba que recuperara la cordura y yo solo contestaba que no, que no la dejaría libre. Mi boca buscaba cualquier punto donde posarse, fuera su cuello, su cara, el escote de su bata de dormir. Dónde fuera que pudiera sentirla a ella.
— Por lo que más quieras hijo, bebé, te lo ruego, ¡contrólate! — Me dijo ya casi llorando.
— Lo que yo más quiero es que seas mi mujer, madre ¿no entiendes que por eso me estoy cogiendo a Sol? Porque ella me hace pensar en ti. Me imagino que estoy contigo cuando me la cojo a ella. Pero en realidad te quiero follar a ti madre. — Le dije mientras la abrazaba con fuerza, como queriendo sacarle el aire de los pulmones y entendiera que no la iba a dejar ir.
— Pero esto está mal hijo, recapacita, no puedes hacer esto con tu propia madre.
— Escoge. — Le contesté gritando mientras la tomaba de los brazos y la zarandeaba — O te vuelves mi mujer o sigo haciendo mía a la esposa de mi padre. No renunciare a mi madrastra a menos que tú aceptes ocupar su lugar. Entrégate a mí o deja de meterte en mi vida. — Le contesté subiendo el volumen con cada palabra que salía de mi boca.
— No grites por favor hijo, que alguien puede escuchar tus locuras. — Me contestó ya en otro tono menos desesperado y con aires de que buscaba negociar. Mis más recientes palabras habían hecho mella en su voluntad.
— Entonces toma una decisión. — Le susurré al oído. En ese momento mi madre dejó de forcejear, yo dejé de apretarla y me limité a acariciar sus caderas y sus nalgas con suavidad. Me acerqué a besarla nuevamente, esta vez con más dulzura. Ella correspondió mi beso con la misma ternura.
— Necesito pensarlo bebé. Esto que me pides no es normal — Me dijo mientras tomaba mi rostro entre sus manos y me acercaba el rostro para seguirme besando. — No quiero perderte como perdí a tu padre, tú eres todo lo que me queda y sin ti no puedo vivir.
Yo la abracé con ternura y delicadeza, la comencé a besar con más pasión, lamía y mordisqueaba suavemente sus labios y ella hacía lo mismo con los míos.
— De verdad te deseo madre, eres la única mujer que de verdad deseo hacer mía. — Dije y en seguida abrí su bata de dormir y comencé a acariciarle las tetas.
— Entiendo bebé, pero me da miedo y no sé qué hacer. — Tras decir esto su mano se estiró hacía mi verga que sobresalía debajo mi pantalón. — Pero tengo una idea. — Me dijo mientras desabrochaba mi pantalón y tomaba mi verga entre sus dedos.
Su mano libre se posó sobre mi cabeza y me acarició como cuando era un niño, pero al mismo tiempo con la otra mano comenzaba a masturbarme. Yo ya había liberado sus tetas de su sostén y jugaba con sus pezones. Me dio un beso profundo y romántico y después acercó su boca a mi oído.
— Déjame pensarlo esta noche corazón, solo esta noche bebé y mañana te diré si me entrego a ti por completo o no. Pero para que no te quedes insatisfecho puedo hacerte el sexo oral para que te vayas a dormir tranquilo. — No bien terminó su frase cuando apretó con fuerza mi verga y la jaló hacia ella.
— Está bien madre, me gustaría que hagas eso. — Le dije con una sonrisa cómplice en los labios, en el fondo yo sentía que mi madre ya estaba decidida pero quería prolongar el momento y disfrutar del morbo de saber que se iba a entregar a su hijo.
Después de recibir mi respuesta mi madre se arrodilló frente a mí y me bajó los pantalones hasta los tobillos. Ahora el que temblaba era yo y podía casi sentir mis rodillas chocando de la excitación de ver a mi madre así postrada ante mí con los pechos de fuera y acercando su boca a mi miembro que palpitaba de deseos y ansiedad por estar dentro de ella. Lo único que pensé en el momento en que sus labios tocaron la punta de mi verga fue: “Esta noche será tu boca madre, pero mañana no bien amanezca penetraré el coño por donde vine al mundo”.
Mi madre comenzó a lamer mi verga, cubriéndola totalmente con su saliva tibia. Pasaba de mis huevos a la cabeza rodeándola casi por completo. Sabía muy bien lo que hacía y por un momento me pregunté cómo es que era tan buena mamando si desde que la dejó mi padre ella no había tenido otro hombre, al menos no que yo supiera.
Después tomo mi miembro y lo paso sobre su rostro como si quisiera que mi verga la acariciara, la paso sobre sus ojos, sobre sus mejillas, sobre sus cienes y cuando la pasó sobre su nariz inhalo profundamente como si quisiera impregnarse del olor de la verga de su hijo. Exhalo por la boca y al mismo tiempo se metió mi pene entero dentro de la misma.
Su boca estaba tibia y húmeda, su lengua jugaba con mi verga mientras esta entraba y salía cada vez con más rapidez. Mi madre me la mamaba con ahínco y entusiasmo. Casi con ansias metía la verga de su hijo hasta su garganta. Los ruidos que hacía cuando mi verga le entraba completa me excitaban como nada antes lo había logrado. Parecía que se estaba asfixiando pero al mismo tiempo intentaba meterla un poco más profundo, aunque fueran unos milímetros más. Yo solo podía acariciar sus cabellos negros que se enredaban entre mis dedos y gemir con sumo placer.
— ¡Oh madre! ¡OH MADRE! Nunca me lo habían mamado tan rico, ninguna mujer chupa verga como tú mamita. — Decía con voz temblorosa.
Mi madre no dejaba de mirarme a los ojos mientras me chupaba el miembro. Yo le repetía lo bien que mamaba. Pero cada vez me costaba más trabajo articular palabras. Sabía que faltaba poco para alcanzar el clímax.
— Madre, mamá, mamita linda, ¡oh mami! No aguanto más mamita ¡me voy a venir en tu boca!
En cuanto dije esto solté una descarga enorme de leche, a pesar de que acababa de tener sexo con mi madrastra pocas horas antes. Mi madre no había podido reaccionar a tiempo y había recibido toda mi descarga dentro de su boca pero esta no pudo ser contenida y comenzó a escaparse a chorros por las comisuras de sus labios. Lo que quedó dentro de la boca de mi madre ella procedió a tragárselo como si se tratara de un manjar. Siempre mirándome a los ojos yo sentí un placer inusitado cuando vi como su garganta se contraía al tragar mi semen recién eyaculado.
— Tienes muy buen sabor hijo. — Me contestó mientras con su mano limpiaba el resto de semen que había quedado en su cara y sus tetas. No bien terminó de limpiarse el semen lo llevó a su boca para completar el festín. Pero yo no la dejé que se tragara mi leche de inmediato pues lo que hice fue volver levantarla del suelo hacía mí y darle un beso apasionado en el cual se confundieron nuestras salivas y mi semen.
Tras ese último beso ella habló con ternura — Ahora es momento de irnos a dormir. Mañana te diré que he decidido bebé. Te amo hijito. — Me dijo con un susurro casi inaudible.
Nos dimos un último beso de buenas noches que duró solo unos pocos segundos y me resigné a irme a dormir solo esa noche. Me tomó un par de horas dormir, incluso creí que no dormiría esa noche pero una vez que pude pegar los ojos me dormí como si fuera una piedra inanimada. Desperté casi hasta medio día.
En cuanto recupere la conciencia salí disparado de mi cama, totalmente desnudo y con una tremenda erección. Fui directo a la recamara de mi madre y la encontré sentada a la orilla de su cama cepillando su cabello negro. Ya no tenía su bata de dormir sino un babydoll negro que dejaba transparentar las delicias de su cuerpo.
— Buenos días hijo. — Me saludó mi madre al escucharme abrir la puerta sin voltearme a ver. Acto seguido volteó a mirarme y sus ojos se abrieron del tamaño de platos al verme totalmente desnudo en el umbral de su recamara y con la verga a punto de explotar. Tras un segundo de debilidad recuperó la compostura y se mordió los labios sin quitarle la vista de encima al trozo de carne que estaba a punto de entrar en ella.
— Buenos días mamita. — Contesté cortésmente y avancé hacía ella, al mismo tiempo que ella se ponía de pie y me dejaba ver su bella figura de reloj de arena cubierta por su hermosa lencería.
Me detuve a pocos centímetros de ella y por un momento creí que estaba soñando, que no era posible que mi más prohibida fantasía estuviera a punto de hacerse realidad. El rostro de ella se mostraba igualmente dubitativo y parecía que intentaba decirme algo pero no sabía cómo hacerlo o las palabras exactas para expresar lo que pasaba por su mente.
Fui yo el quien rompió ese incomodo silencio. — Madre, yo sé que tienes dudas sobre lo que va a pasar, pero ya no hay marcha atrás. Después de anoche ya no podemos volver a ser como éramos antes, ya no somos solo madre e hijo. Ahora vamos a ser amantes también. — Le dije al mismo tiempo que le tomaba la mano y la acercaba a mí.
Ella me abrazó con fuerza y empezó a temblar como un cachorrito abandonado a la intemperie. — Tengo miedo hijo, tengo miedo de cometer un grave crimen al complacer tus perversiones. Pero no quiero que me dejes, sin ti no tengo razón de ser. — Al decir esto dejó de temblar y su voz se tornó más segura. — No soporto la idea de perderte así que prefiero pecar a tu lado y condenarnos a los dos a dejarte ir. Tómame hijo, fóllame, cógete a tu madre.
En cuanto terminó de hablar nos dimos el beso más apasionado que jamás he sentido en mi vida. Nuestros cuerpos se volvieron líquidos y comenzamos a mezclarnos en un abrazo prohibido. Mis manos acariciaban sus pechos, apretujaban sus nalgas, se deslizaban sobre su cintura y sus caderas, mientras que mi boca se enredaba con la suya y le lamía el cuello, le mordía los oídos, le soplaba la nuca. Ella no se quedaba atrás y correspondía mis besos y caricias de la misma forma. Acariciaba mi verga con ternura para de repente apretarla un poco y comenzaba a masturbarme. Perdí la cuenta del tiempo, no sé si fueron segundos o minutos los que pasamos en ese abrazo pecaminoso. Hasta que la levanté cargándola de las nalgas y la recosté sobre su cama para encaramarme sobre su cuerpo. Le bajé su babydoll para descubrirle las tetas y empezar a chupárselas arrebatándole suspiros de placer. Me pedía más, me rogaba que siguiera. — Muérdeme los pezones, mi amor, chúpamelos como cuando eras un bebé, mi cielo. ¡Oh hijo! Me matas de placer.
Mi boca pasaba de uno de sus pechos al otro ayudado por mi mano que apretaba con fuerza la teta que quedaba sin atender. Ella acariciaba mi cabello y suspiraba con fuerza.
Le bajé aún más el babydoll hasta dejarla solo con unas pantaletas de encaje negro que cubrían su templo de amor el cual yo iba a poseer y penetrar. Proseguí a bajárselas también hasta los tobillos. Con sus piernas levantadas en vilo pude ver su coño que tanto ansiaba, fue tanto mi estupor y mi lujuria que solo le saqué un pie de su calzón y se lo dejé colgando en su otra pierna. Yo abrí sus piernas de par en par y arrojé mi cara sobre su coño, comiéndomelo con desesperación.
Los suspiros de mi madre se transformaron en gemidos de placer. Mi lengua se movía como una anguila queriendo entrar a su cueva. Jugaba con su clítoris y bailaba sobre sus labios vaginales. Ella ya no sabía ni como se llamaba, simplemente repetía “¡Sí bebé, sí bebé, más, más, dame más!”. Yo podía sentir como se humedecía más y más sintiéndome como un hombre perdido en el desierto que encuentra un oasis en el cual saciar su sed.
Continúe comiendo la vulva de mi madre, pensando que por ahí yo había salido al mundo y ahora sería el coño donde saciaría mi lujuria y mis deseos más perversos. Mi madre pronto sería mi puta y eso me animaba a provocarle más placer aún del que ya le estaba provocando. Después de un tiempo de sumirme en pensamientos perversos e impuros mientras mi lengua complacía a mi madre, ella explotó en un orgasmo intenso mientras yo devoraba sus jugos amatorios con un fervor inefable.
Levanté mi cara de entre sus piernas y la miré directo a los ojos. Su cara mostraba una lujuria que seguramente era reflejo de la mía. Ella ansiaba este momento tanto como yo y no la iba a defraudar. Me emparejé con ella y la comencé a besar en los labios. De haber querido la hubiera podido penetrar en ese momento pero no lo iba a hacer hasta que ella me suplicara que lo hiciera. Como un vampiro que no puede entrar a una casa si no es invitado, mi verga no iba a entrar en ella a menos de que ella lo solicitara.
Mis manos paseaban por todo su cuerpo, desde su cintura y sus nalgas, pasando por sus tetas y su rostro. Mi lengua y la suya se enredaban como dos serpientes húmedas e inquietas. Nuestros alientos se confundían en uno solo y ambos suspirábamos como si el alma quisiera abandonar nuestros cuerpos. Entonces por fin escuché las palabras mágicas que tanto esperé escuchar.
— Hazme tuya, hijo mío, tómame bebé, fóllame ¡coge a tu madre! — Me dijo entre gemidos y suspiros. Yo no me hice más del rogar.
Mi verga entró de un solo golpe en el coño de mi madre. Ella soltó un gemido que casi fue un aullido en cuanto sintió mi verga cuan larga es que se deslizaba dentro de sus entrañas. Yo sentía que volaba, que era más ligero que el aire mientras me disponía a comenzar a follar a la mujer que me había traído al mundo. Lo único que podía pensar era que estaba penetrando el coño por el que una vez vi la luz.
Le dije que la amaba mientras mi verga empezaba a salir y entrar nuevamente entre sus piernas. Le entraba toda completa sin esfuerzo pero a pesar de eso sentía como me apretaba con cada estocada. Ambos nos repetíamos lo mucho que nos amábamos, nos fundíamos en un abrazo pecaminoso convirtiéndonos en un solo ser. Nuestros cuerpos se fundían entre nuestro sudor y saliva que compartíamos, nuestros cuerpos no podían estar más cerca uno del otro.
Pase unos pocos minutos penetrando a mi madre de esta forma cuando de repente sentí que su cuerpo se contraía de forma extraña. La miré a los ojos y antes de que pudiera decir una sola palabra vi como sus ojos se ponían en blanco y empezaba a gemir con más fuerza. De repente sentí como mi madre empezaba a tener un orgasmo súper intenso y se movía como si se estuviera convulsionando. Saqué mi verga y de inmediato ella empezó a venirse a chorros.
Ella tardó uno o dos minutos en reponerse y cuando lo hizo me miró como mira una gata a un canario que está a punto de comerse.
— Nunca había tenido un orgasmo tan intenso en mi vida hijo, nunca había estado tan cachonda en toda mi vida. Gracias hijo, me haces una mujer muy feliz.
No bien terminó de decir eso cuando se dio la vuelta y se puso en cuatro patas ofreciéndome su cola como si de un sacrificio se tratara.
— Es hora de que yo te satisfaga a ti amado hijo, te daré una recompensa digna de mi nuevo dueño. Ahora termina lo que has empezado, haz tuya a tu madre por completo, llena todos mis agujeros hijo.
Como si estuviera yo hipnotizado obedecí sin dudarlo y acerque mi boca a las nalgas de mi madre. Su bello ano se me ofrecía como si fuera un tributo a un dios de la lujuria, o mejor dicho al dios del incesto. Acepté el sacrificio y procedí a posar mis labios sobre el culo de mi madre. Lo besé y lo lamí con locura. Ella gemía suavemente y me repetía su amor incondicional. Una vez que lo dejé bien ensalivado aleje mi cara y acerqué mi verga al ano de mi madre.
Esta vez la penetre suavemente, con mucha parsimonia y delicadeza. Poco a poco mi verga fue adentrándose en el culo de mi madre. En mi mente me repetía a mí mismo una frase: “Estoy sodomizando a mi madre”. Con cada milímetro que la penetraba esa frase resonaba en mi mente con mayor fuerza. Estaba cometiendo un doble pecado y me parecía lo más fascinante del universo.
— Me encanta cogerte por el culo madre. — Le dije en cuanto mi verga completa estaba dentro de ella.
Ella no podía hablar, solo contestaba con gemidos y pujidos pues no bien había terminado de hablar cuando comencé a cogerme su culo. La mente de mi madre se hallaba perdida en un laberinto de placer prohibido y lo estaba disfrutando como la puta que era. Y pensar que la noche anterior me estaba reclamando mis pecados mientras que ahora era ella mi cómplice.
— Voy a retacarte el culo con mi leche madre, te lo voy a reventar con mi semen. — Le dije cuando sentí que estaba a punto de venirme.
— Sí… hijito, sí… bebé ¡lléname de… de tus mecos… hijo amado!
Solté un grito en cuanto escuche las palabras de mi madre ahogadas en gemidos. Al mismo tiempo sentí mi verga como eyaculaba como nunca antes lo había hecho. El culo de mi madre no fue suficiente para contener ese río desbordado y pronto entre sus piernas resbalaba un chorro de líquido blanco y espeso que salía de entre sus nalgas y que ensució las sabanas de la cama de mi madre. Ella se dio vuelta y miro el desastre que habíamos hecho sobre su cama. Semen, sudor y flujo vaginal habían convertido la cama de mi madre en un campo de batalla.
— Soy tuya hijo ¡júrame que nunca me vas a dejar!... Te amo hijo. — Me dijo con lágrimas en los ojos.
— Yo también te amo madre. Y ahora que eres mia no va a haber lugar para otras mujeres en mi cama. — Le contesté con total sinceridad.
Se abalanzó sobre mis brazos y me regaló un beso lleno de amor maternal y de amor lujurioso, un beso único que ninguna otra mujer podrá darme jamás. Solo ella puede ser mi madre y mi amante a la vez. Ese mismo día en la tarde le llamé a Sol por teléfono, le dije que mi madre nos había descubierto y que lo nuestro no podía seguir. Ella me dijo que me iba a extrañar, yo no le correspondí.
Faltaba poco para navidad, recuerdo que ese año no fuimos a visitar a nadie de la familia y así ha sido cada navidad desde ese año hasta ahora. Y año nuevo y día de la Independencia y nuestros cumpleaños. Bueno, ya casi no tenemos contacto con nadie. Y no nos hace falta pues solo existimos uno para el otro. Mi madre y yo.