Los celos de mi hija 3
Como sigue la historia con mi hija..
Odio conducir y mucho más si lo tengo que hacer por la noche. En este momento me dirijo a la otra punta de la ciudad donde la mejor amiga de mi hija, Lucia, celebra su fiesta de cumpleaños. Las niñas se fueron muy emocionadas a primera hora de la tarde, Lucia es la primera en llegar a la mayoría de edad, poco a poco lo irán haciendo las demás y eso las llena de gozo, ¡cómo no!
Mientras voy circulando por el centro a paso de tortuga, las noches de los sábados el centro se convierte en un hervidero de gente y los coches tienen que hacer números para no llevarse a nadie colgado del parabrisas. Mientras circulo, voy pensando en lo más crucial que ha pasado en mi vida las últimas semanas. Primero fue un “baño” en casa con mi hija, luego nos volvimos locos en el probador de una tienda de ropa, en esos momentos la lujuria me puede, el tener a mi preciosa hija entre mis manos me hace perder la cordura, pero luego se me llevan los demonios al pensar que la mujer con la que pierdo la cabeza es mi hija Carla. En casa todo sigue siendo de lo más normal. Carla sigue siendo la niñita sonriente y agradable que ha sido casi siempre, mi esposa a la que creo sabedora de lo que pasa entre Carla y yo, o al menos algo debe olerse, se comporta como si esto fuese lo más normal del mundo:
¡Toda la mañana de compras y no habéis comprado nada! _ nos dice en la mesa con incredulidad fingida _ al menos os lo habréis pasado bien.
¡Muy bien! _ le contesta Carla sonriente mientras yo no dejo de mirar al plato.
La cara de tu padre no dice eso _ y las dos se ríen al unísono. ¿Qué cojones de juego macabro es este? Pienso yo mientras quiero que la tierra me trague.
¿No te gusta ir de compras conmigo? _ me pregunta Carla fingiéndose ofendida.
En ese momento Andrea comienza a llorar a grito pelado con sus súper pulmones, la pequeñaja me acaba de librar de ese juego infernal.
La casa del padre de Lucia está en una zona residencial de lujo, unos guardias de seguridad comprueban que yo pueda entrar, cuando llego a la puerta principal ya me espera Carla sonriendo como siempre. Se sube al coche como si la energía le saliera por los poros y después de darme un beso en la mejilla comienza a hablarme de la fiesta. Yo la voy mirando de reojo mientras salgo de aquella urbanización del demonio. Cada vez que pasamos debajo de una farola la luz tenue rebota en la piel pálida de su rostro dándole un aspecto oscuro y precioso. Es una diosa:
¿Vamos a ir por el centro? _ me pregunta cuando ya estamos cerca de la autopista.
Preferiría no tener que volver por el centro, está a rebosar de gente.
Me gustaría pasar por F.G. _ me dice mientras me chantajea con un mohín al que no me puedo resistir.
Giro en el último momento antes de entrar a la autopista lo que me hace oír un puñado de cláxones dirigidos a mi temeraria maniobra; F.G es un parque para niños donde llevábamos a Carla mi mujer y yo cuando era pequeña. Por aquel entonces era una gran zona verde donde se juntaban cientos de niños, padres y abuelos, ahora ya no. Nosotros lo visitábamos mucho ya que vivíamos cerca del centro en un pequeño apartamento y este era el parque más cercano a casa. Ahora todo aquello se redujo a menos de la mitad, varios edificios, algún parquin y una gran plaza donde se juntan los jóvenes para beber los fines de semana se ha llevado gran parte del terreno:
¿Por qué quieres ir allí ahora?
No sé _ dijo encogiéndose de hombros _ lo vi cuando venía con la madre de Ana esta mañana y me trajo buenos recuerdos.
Aparcamos cerca de nuestro destino y comenzamos a caminar. Carla me rodeo con su brazo por la cintura y yo hice lo mismo poniendo mi brazo sobre su hombro, así fuimos disfrutando del paseo y de la suave brisa de verano que hacía respirable el aire bochornoso del día. Cuando llegamos a la zona de los columpios Carla me soltó y se fue corriendo hacia uno de los que aun, se mantenían medio decentes, la mayoría de las cosas estaban muy deterioradas. Me quedé sentado en uno de los bancos mientras observaba a Carla, el vestido largo de tiras que casi tapaba las botas altas estilo militar que vestía mi hija, se movía hacia un lado y otro cuando ella se impulsaba dejando ver parte de sus pantorrillas, la vista era preciosa. El parque estaba desierto en aquel momento, normal a aquellas horas de la madrugada. Carla vino corriendo, me agarró la mano y tiró de mí para que la siguiera, hizo subirme con ella a varias de aquellas atracciones pensadas para niños, nuestra imagen era penosa. Ella se reía sin parar mientras que yo le seguía la corriente, parecíamos dos niños pequeños. Ya llevábamos casi una hora de un lado a otro cuando yo dejé caer mi cuerpo cansado en el único banco de madera que había justo en el centro del recinto. Carla caminó hacia mí muy despacio, cuando pensé que iba a sentarse a mi lado no lo hizo, se subió el vestido un poco para poder doblar las rodillas y se puso a horcajadas sobre mí. Yo intenté abrir la boca, pero como había hecho en aquel minúsculo probador, me tapó los labios con un dedo y después de mirarme a los ojos unos segundos me besó. Respondí a su beso acercándome más a ella mientras mis manos se acomodaban sobre su culo. Carla, aquella niñita sonriente, con carita de ángel que jamás te creerías que ha roto un plato, se transformaba en una fiera que te comía cuando llegábamos a aquel punto. Nos besamos con calma, dejamos que nuestras lenguas se enredaran ante la imposibilidad de separar nuestros labios. Carla comenzó a moverse muy lentamente sobre mi entrepierna al sentir la dureza que escondía mi pantalón, les juro que con solo aquel movimiento, mientras sentía la lengua de mi hija en mi boca, bastaría para hacerme correr como un animal.
Varios silbidos desde la otra punta del parque nos devolvieron a la realidad. Unos jóvenes que caminaban hacia la plaza nos vieron y decidieron jalearnos desde lo lejos, Carla escondió su cara en mi cuello mientras se reía yo me moría de la vergüenza.
Los chicos siguieron su camino no sin antes soltar varios improperios, cuando Carla se bajó las tiras de su vestido dejando sus pechos sin sujetador al descubierto. ¿Quién podría mantener la cordura al tener sobre él a una hembra de aquel calibre? Yo no podía, además algo muy dentro de mí me decía que siguiera, que no me parase, que todo aquello tendría fecha de caducidad y lo echaría de menos.
Comencé a lamerle los rosados pezones mientras introducía mis manos por debajo del vestido y luego del tanga. Tocar su culo mientras succionaba aquellos pechos perfectos, hizo que mi polla gritase; Por favor sácame de aquí. Carla comenzó a jadear junto a mi oreja cuando mis dedos se abrieron camino hasta rozar su clítoris. No fui yo, fue ella la que liberó mi polla de su encierro y con un gesto de su culo la dejó justo a la entrada de su vagina, sólo la fina tela del tanga separaba mi polla de su coño. Llevé mi mano hasta la fina tela y después de apartarla de un tirón mi dureza se encontró con la entrada de su coño. El holgado vestido de Carla no dejaba que se mirase nada de nuestros cuerpos ni de lo que estaba pasando debajo de aquella tela, eso me dio ánimo. La miré a los ojos unos segundos mientras sujetaba mis ganas de penetrarla:
- ¡Por favor! _ me rogó tres veces. Aquellos ojos llenos de deseo me pedían que lo hiciese a gritos y no lo dudé más.
Empujé Con suavidad y la punta de mi polla comenzó a entrar en la vagina muy mojada de mi hija. Otro empujoncito más y ya tenía casi la mitad dentro, Carla soltó un quejido suave con la nueva embestida, y otro y otro cada vez que yo empujaba más y más a dentro hasta que mis huevos tocaron su culo y mi polla ya estaba toda dentro de mi hija. Nos quedamos quietos un tiempo para que la vagina de mi hija se fuese adaptando a mi polla sobre estimulada. Fue Carla quien comenzó a mover su culo arriba y abajo muy despacio, sacando y metiendo mi polla dentro de ella, ambos jadeábamos sin pudor, aunque nuestras bocas estuviesen pegadas. Nos besamos y mordimos con las primeras embestidas, le chupé los duros pezones, le apreté las tetas o le acariciaba la entrada de su ano cada vez que mi polla entraba toda en su estrecho agujero. Los suspiros de Carla se fueron volviendo bufidos y luego chillidos conforme fuimos aumentando el ritmo de la penetración. Nos estábamos mordiendo las bocas como posesos cuando ella comenzó a saltar sobre mi polla, el placer cada vez que mi polla llegaba hasta el fondo era indescriptible, daría años de vida por volver a repetir ese momento y no me arrepentiría jamás. Las uñas de Carla se clavaron en mi espalda, su cabeza miró al cielo y comenzó a gritar a pleno pulmón. Apuré más las embestidas y mientras mordía una de sus tetas mi leche comenzó a inundar las entrañas de mi hija. Apreté con fuerza su cuerpo contra el mío, para que mi corrida llegase lo más adentro posible, ella hacía lo propio apretándome con sus piernas como si yo fuese su montura. Nos quedamos así unos largos minutos, hasta que mi polla ya flácida abandonó su interior. Pude ver como el coño de mi hija escurría mi leche a borbotones, mientras se ajustaba el tanga y el vestido. Caminamos de nuevo abrazados hasta el coche y nos besamos varias veces en el trayecto, como si de una pareja de jóvenes enamorados se tratase.
Carla se fue a la universidad y yo seguí con mi vida. No volvimos a tener sexo, todavía…