Los castigos de victoria - por llegar tarde

(ABUNDANTE SPANK Y HUMILLACIÓN) Victoria es una chica que tiende a portarse mal. Traviesa, mala estudiante, y que necesita ser corregida. Por eso, en casa, sus padres, su hermano, su abuela, y todo el que puede, trata de hacerla ver que una azotaina, o varias, son la mejor educación.

Eran ya más de las doce y media, y Victoria sabía que llegaría tarde a casa. Sus padres habían sido claros. Si quería ir a la fiesta de Almudena tendría que estar en casa antes de las once y media o a esa hora en punto como muy tarde, pero ya… ya no podía ser.

Lo cierto es que no tenía excusa alguna, se había despistado en la pista de baile de aquella sala donde habían entrado colándose gracias al hermano de Almu. Lo que sí había conseguido era dejar de beber alcohol hacía ya rato, y gracias al caramelo de menta que había tomado, no le olía el aliento, además, no se encontraba ni mareada ni achispada. Si sus padres la hubieran olido a alcohol, el castigo que seguro la espera por llegar tarde sería peor. La chiquilla estaba aterrada ante la idea de lo que la esperaba. Sabía que recibiría unos azotes, pero no sabía ni de quién, ni cuántos, ni con que. Sus padres eran impredecibles en ese aspecto. Salvo por los castigos derivados de las notas, que si era exclusividad de ellos, sus progenitores no tenían estipulado una cantidad según la falta, ni instrumento, ni quien la azotaría, es más, igual no eran ni ellos; podía azotarla su hermano mayor, o su abuela, que era la única que sí tenía una costumbre, y era usar el sacudidor de alfombras, como ya hacía con su madre cuando esta era niña. A Vicky le parecía increíble que su abuela, estando en una silla de ruedas desde hacía años, tuviera esa fuerza para azotarla de semejante manera.

Cuando el taxi paró ante la puerta del chalet en el que vivían en la urbanización, Vicky salió tras pagar. Estaba ya descalza, se había descalzado al entrar en el taxi, y con los tacones en la mano y sintiendo el frío en los pies a través de las sedosas medias negras, recorrió los metros hasta la puerta y tras abrir con sus llaves que sacó del bolso, entró en casa.

En el recibidor no había nadie, pero en el salón había luz, y una voz la llamó desde allí.

  • Estamos aquí, Vicky. - era su padre. Sonaba serio.

Suspirando, cogiendo aire. Victoria fue hasta el salón. Allí, sentados en el sofá, estaban sus padres. Estaban todavía vestidos, su padre sin la corbata y la chaqueta, pero con los pantalones del traje y la camisa aun puesta, con las mangas arremangadas, lo cual la hizo sospechar que iba a usar la vara con ella. Su madre estaba aún con su falda de tubo, su impoluta camisa, y con las medias color carne en sus piernas otorgando ese tono moreno que tanto le gustaba. Tenía las piernas cruzadas, y del pie que estaba en el aire, en la punta del mismo, colgaba balanceándose su odiosa pantufla roja con la suela de goma amarilla que su culo bien conocía. Eso la hacía indicar que también recibiría sesión de zapatilla, o quizás solo eso… no podía saberlo, pero aquella situación empezaba a asustarla.

Tras ellos, de pie tras el sofá, estaba su hermano Hugo. Cinco años mayor que ella, había acabado ya sus estudios universitarios. Hugo disfrutaba azotandola con cualquier cosa. Su hermano era tan creativo e imaginativo que había probado en su culo desde una zapatilla como las de su madre que él también usaba, hasta la vara como su padre, pasando por el cinturón, o una raqueta de ping-pong en una ocasión y hasta el cable del cargador del móvil en otra especialmente dolorosa. Hoy estaba con los brazos cruzados, mirándola indiferente. Vicky se fijó que en los vaqueros no llevaba cinturón, así que suspirando, casi a punto de echarse a llorar, supo lo que la esperaba.

Y como no, su abuela. La mujer, que tenía ya ochenta años, la miraba con odio. en su regazo, sin descaro alguno, descansaba el sacudidor de alfombras, y lo acariciaba casi con lascivia.

  • ¿Acaso sabes que hora es? - dijo su madre. - Llegas cuarenta minutos tarde.

  • Lo lamento - dijo Vicky mirando al suelo, a sus pies descalzos. La chiquilla aguantaba las lágrimas a duras penas.

  • Estábamos todos muy preocupados. - dijo su hermano - a la abuela le ha dado una taquicardia.

Vicky sabía que era mentira, todo formaba parte de un teatrillo que ya había vivido. Hoy tocaba azotaina de las buenas, paliza más bien. Hoy la azotarian todos; no sería la primera vez, ni la última, y gracias a que no estaba en verano, con sus tíos y primos en el chalet, que entonces serían más, y no solo a ella, seguro que también se les ocurriria algo para azotar igualmente a su prima Elsa.

  • No me di cuenta de la ho…

  • Silencio. - gritó su padre levantándose. Fue hasta ella y levantó su cara con la mano cogiéndola de la barbilla. - No tienes ojos rojos de estar borracha. Échame el aliento.

Victoria obedeció.

  • Menta… - dijo el hombre. - Bueno… no puedo asegurarme de que hayas bebido… por esta vez eso puede pasar. Pero has llegado CU A REN TA  minutos tarde, y eso trae consecuencias.

  • Lo siento papá. - dijo ya llorando - no volverá a pasar, lo prometo… no me castigue...

Una bofetada en la cara la hizo caerse al suelo soltando los zapatos. Pocas veces la habían pegado en la cara, y si era así, había sido una vez nada más y como preludio a una buena zurra.

  • No digas nada. Has llegado cuarenta minutos tarde. Recibirás pues, cuarenta azotes de cada uno….

  • Noooo…. - chillo aterrada  agarrándose a los bajos del pantalón de su padre -  no… por favor… no….

  • Serán entonces cuarenta minutos de azotes de cada uno. Tu eliges. Pero si eliges cuarenta azotes en vez de cuarenta minutos, serán hoy, mañana, y pasado. Los tres días del fin de semana.

Vicky estaba aterrada. Miró a todos los presentes con lágrimas en los ojos. Cuarenta minutos de azotes era una azotaina tan terrible que no podría ni imaginar el número de azotes que caerían sobre ella.

  • Cuarenta… cuarenta, azotes…. por favor… seré buena….

Su padre se agachó junto a ella y la acarició la cara, donde un ronchón rojo la estaba saliendo en el sitio donde la había abofeteado.

  • Más te vale. Porque si no te portas bien durante la azotaina y cumples las normas como es debido… mañana serán el doble, y pasado… el triple.

Ahora levanta y ve preparándote, quiero que ocupes posición cuanto antes.

  • ¿Dónde? - dijo gimiendo mientras se levantaba.

  • Aquí… lo haremos todo aquí hoy. Para los de tu abuela te pondrás de rodillas en el butacón y ella actuará desde atrás sentada en su silla.

La chiquilla asintió. Cuarenta cada uno,.. ciento sesenta azotes, pero eso hoy, mañana y pasado, siempre y cuando cumpliera las reglas como es debido, y ya sabia que hoy, eso… la costaria mucho.

Las reglas eran siempre las mismas para cada azotaina. Bien sencillas:

1- Cuanto menos chillase mejor, eso podía aplacar a sus castigadores y reducir los azotes, algo que nunca ocurre, pero convenía hacerla y cumplirla. Podía llorar lo que quisiera, eso daba igual, pero chillar… nunca.

2- Tras cada azote debía contarlo y dar las gracias a su azotador pidiendo el siguiente por favor. No decirlo podría ocasionar dos cosas, empezar de cero la tanda, o simplemente que ese no contase. También depende del azotador, de su cansancio y de su humor. A su padre le gusta empezar de cero duplicando el número de azotes como castigo extra, y a la pobre ya la ha pasado un par de veces.

3- Tenía que estar desnuda siempre, o como mucho con las braguitas y medias puestas, por lo menos para los primeros azotes. A medida que avanzaban se las quitaban, y aunque eran de tela fina ambas, se notaba la diferencia de un azote recibido (fuera con lo que fuera dado) con medias y bragas a sentirlo con el culo desnudo.

4- Al acabar cada azotaina tenía que besar el instrumento con que la habían azotado. Si era con las pantuflas, además debía besar el pie del azotador.

Si cumplía bien esas normas, al finalizar la tanda, no habría represalias.

Una vez se quitó el vestido y lo dejó en su habitación, desnuda de cintura para arriba, con las medias y las braguitas aún puestas, fue hasta el salón. Allí la esperaba su padre. Eso quería decir que sería el primero, y tal y como sospechaba, tenía la vara de bambú en la mano.

  • Hola papá. Ya estoy lista.

  • Bien… bien… ocupa posición. - dijo azotando con la vara el aire. el sonido que hacía, como siempre, estremeció a Victoria.

La posición variaba según el instrumento. Con la vara tenía que ponerse con las piernas bien juntas, doblarse por la cintura y agarrarse los tobillos poniendo bien el culo, y procurar no soltarse los tobillos en toda la azotaina. Una vez estuvo lista, su padre se colocó tras ella y apoyó la vara en sus nalgas, la frotó con ella y cogió aire.

  • Allá va. Ya sabes, cumple las normas o serán ochenta zotes.

Vicky asintió, y antes de que se diera cuenta, el primer golpe cayó en sus nalgas con la fuerza desmesurada con la que su padre la azotaba siempre. Eso significaba que no había increscendo, que sería desde el principio salvaje y cruel. VIcky gimió aguantando un grito, tragó saliva, y sollozando, empezó su letanía,

  • Uno; gracias papá, dame otro por favor, me lo merezco.

  • Claro que si, y con gusto.

Y la azotó de nuevo, igual de fuerte, prácticamente en el mismo sitio, con la misma precisión milimétrica de siempre.

  • Dos… - gimió sollozando - Gracias papá… dame otro por favor, me lo merezco.

Y su padre la volvió a azotar.

Los diez primeros azotes de su padre cayeron prácticamente en el mismo sitio. Tanto es así que las medias se desgarraron y desde entonces, tras bajarlas hasta las rodillas, la dió cinco más sobre las braguitas con la misma precisión hasta que una fina línea roja se dibujó tras ellas. Vicky había empezado a sangrar débilmente. El hombre se detuvo unos segundos para bajar las braguitas también. Su hija sudaba y temblaba entre sollozos. Jamás había recibido una azotaina tan salvaje desde el principio. Si había sangrado en otras ocasiones, pero con los azotes más avanzados. También es cierto que su padre hoy se estaba esmerando con fuerza y acierto. Los quince había caído en el mismo sitio, de ahí que ya sangrara

  • Desnudate del todo.

.Temblando, Vicky obedeció. Su padre apartó de una patada la ropa y tosió. Su hija volvió a ocupar la posición, y sollozando, recibió el siguiente golpe, igual de duro, igual de salvaje, pero ya en otra parte de su ya castigado culo, cayendo en sus dos nalgas de nuevo, pero más abajo de donde la sangre se deslizaba despacio.

  • Dieciséis… gracias… papá; dame otro por favor, me … ,e.. me lo merezco.

Y siguió azotando hasta llegar a los cuarenta prometidos, con saña, dureza, disfrutando de ver como se coloreaba el trasero de la chiquilla, como las marcas carmesí mordían el culo marcandolo cada vez más.

  • Cuare….ee...ennnta…. Gracias… gracias papá….dame otro por… por favor, me…. me lo meerezco.

Siempre, incluso en el último azote estipulado, decía lo mismo. Ahí era cuando decidían seguir si había sido mala, o paraban. Su padre, sonriendo, admiró el lacerado trasero de su hija. Estaba satisfecho, había repartido al final los azotes más y los varazos dibujaban trallazos carmesí por las nalgas blancas de la chica. La herida producida por la concentración de los primeros azotes apenas sangraba ya.

El hombre puso la vara a la altura de la boca de la chica, que la besó.

  • Gracias por parar… me lo he merecido… seré buena.

  • Bien… Ahora espera así quietecita a que venga tu madre a mirarte esa herida. Puede que me haya excedido. Si te portas bien con todo lo que queda, tal vez prescindamos de la azotaina de mañana y la del domingo solo sea la mitad.

  • Gracias papá. - sollozaba Victoria, mojando sus pies con sus lágrimas, doblada todavía sobre si, agarrada aun a sus tobillos, sabiendo que tendría que estar así hasta nueva orden.

Su padre salió de la habitación con la vara en la mano y a continuación entraron su abuela en la silla de ruedas acompañada de su madre, que traía un bote con alcohol y una gasa.

  • Veamos esa herida. - dijo su madre situándose tras ella. - Vaya… sí que ha tenido puntería hoy papá.

Y sin decir nada más,empapó bien la gasa en el alcohol y la frotó en la herida. Victoria se mordió el labio inferior casi hasta hacerse sangre para aguantar un chillido que habría sido terrible para ella.

  • Bueno… ya está… cuando acabe la abuela te lo volveré a limpiar, seguro que aun sangrará.

  • Sí mamá.

  • Bien. Vicenta -dijo la mujer apoyando la mano en el hombro de su suegra - toda tuya. ¿Necesitas ayuda?

  • No… siempre y cuando se porte como es debido.

  • Lo hará. ¿Verdad? o al acabar empezaremos de nuevo.

Victoria asintió llorando.

Sin decir nada más, la mujer salió y dejó solas a abuela y nieta.

  • Bien… Cuanto antes empecemos, antes acabaremos. Ocupa la posición en el butacón.

Poniéndose firme, Victoria, llorando, arrastrando los pies, fue hasta un enorme butacón que había en un rincón, se subió de rodillas, con las piernas bien juntas y apoyando sus pechos en el respaldo y agarrándose fuerte al borde superior del mismo. La mujer llevó su silla de ruedas con el mecanismo motorizado hasta su lado, puso el freno, y asiendo el sacudidor de alfombras  con su mano, lo posó sobre las nalgas de Victoria que se estremeció al contacto del mismo en su ya lacerada piel.

  • Bien… allá vamos pequeña diablillo.

El primer azote cayó brutalmente con la fuerza habitual de la abuela, una fuerza que parecía imposible saliera de una mujer en esas condiciones. Las nalgas de victoria temblaron, la chica rebotó sobre el respaldo, golpeándose los pechos, lo cual era doble castigo  para ella, y sollozando, empezó su cuenta de la segunda azotaina de la noche.

  • Uno ... .gracias abuela… deme otro por favor… me lo merezco.

La anciana cogió aire, fuerza, y asestó el segundo azote, de nuevo, Victoria se golpeó los pechos, de nuevo sus nalgas botaron, esta vez la herida se abrió y empezó a salir otro hilo de sangre fino que pronto notaria recorrer sus nalgas, y de  nuevo, contó entre sollozos.

  • Dos. Gracias abuela, deme otro por favor… me lo merezco.

Y los azotes siguieron su curso.

La abuela azotaba más lento. se cansaba y solía dejar pasar unos minutos pasados un determinado número. Hoy habia sido a cada diez. Esos minutos de espera se hacían terribles para Victoria. Muchas veces le entraban ganas de orinar, y debía aguantarlas. Mearse encima sería terrible, bien lo sabía, una ocasión propició cinco azotes en su entrepierna con las pantuflas que le dió su madre.

La reanudación siempre era sin avisar, para ver si la pillaba de sorpresa y chillaba. Eso le pasó las dos primeras veces, pero ya no, así que siguió contando sin problemas, y tras el azote cuarenta. la mujer la dió a besar el sacudidor y Victoria lo hizo sin poder dejar de llorar.

Su madre entró estando aún la abuela en la sala, de nuevo con el alcohol y la gasa, y de nuevo la frotó con ellos. Victoria volvió a soportar en silencio el escozor.

  • Necesito orinar mamá. No creo que pueda aguantar.

La madre asintió, la dió permiso, y bajando con muecas de dolor del butacón, la chiquilla fue dando pasos pequeños, pues le dolía al andar, hasta el aseo cercano para vaciar su vejiga

Tras calmar sus ganas de orinar, Victoria se miró el culo en el espejo. Las marcas de la vara y los ronchones del sacudidor cubrian toda su superficia, dandole un aspecto rojo e inchado, Mañana estaria morado, pasado negro… pero los azotes que aun la quedaban emporarian el aspecto.

Sabe que al final del todo, antes de acostarse, su madre le dará una crema en su culo, en las dos nalgas, para que las heridas y los golpes cicatricen cuanto antes y duela menos. Pero eso no hacía que la situación fuera más llevadera. Salió del baño y al llegar al salón supo que la siguiente azotaina sería dura de veras.

Su madre estaba sentada en el sofá. estaba con las piernas cruzadas. El pie en el aire, descalzo, se balanceaba. En el suelo, junto al otro pie, estaba su pantufla roja. Sabedora de lo que se esperaba de ella, Victoria se puso a cuatro patas y, gateando, llegó hasta los pies de su madre. Cogiendo el pie descalzo, besó su punta sintiendo la suavidad del nylon y aspirando el olor a pie cansado de todo el día. Después, cogió la pantufla, de color rojo, con rayas azules formando cuadros casi imperceptibles de lo usada que estaba, de suela amarilla, de goma, ligeramente desgastada ya, de tanto andar y tambien, proque no, de tanta paliza en el culo de a chiquilla; con miedo, Vicky se la dió a su madre y se levantó a la vez que la mujer bajaba la pierna cruzada y tras descalzarse el otro pie y dejar a un lado la zapatilla, juntaba ambas.

  • En posición.

Obedeciendo, Victoria se levantó y se tumbó sobre las rodillas de su madre, apoyando las manos en un lado y los pies en el otro. Su madre acarició las magulladas nalgas haciéndola gemir y empezar a sollozar.

  • Hoy estamos excediendonos, pero era necesario darte una lección.

  • Gracias mamá… lo estoy aprendiendo… seré buena y no llegaré tarde nunca más..

Sin más, apoyó la suela de goma amarilla en las nalgas de la chiquilla, que tensó sus músculos. Los zapatillazos de su madre eran terriblemente duros, quemaban, la dejaban el culo ardiendo y tan rojo que casi parecia morado.

  • Empezamos.

Y el primer azote cayó de lleno en las dos nalgas.

  • Uno…. gracias mamá, dame otro por favor… me lo merezco.

El siguiente cayó en la nalga derecha. Victoria ya sabia que seria así. Las dos, derecha, izquierda, las dos…

  • Dos… gracias mamá… dame otro por favor… me lo merezco.

  • Por supuesto que sí… claro que te lo mereces, y muchos más.

Y siguió azotando con fuerza, con dureza, coloreando de rojo, quemando las nalgas de la pobre Victoria que lloraba sin poder dejar de contar… sería terrible si lo hiciera, empezar todo de cero…

La madre de Victoria azotaba duro, deleitándose en cada golpe con el sonido, arrastrando los azotes en algún golpe, deslizando la zapatilla con furia por las nalgas de la niña a propósito, para irritarlas mucho más aún, siempre, con fuerza, y al acabar, mientras acariciaba la ya ampollada superficie roja e hirviente de las nalgas de su hija, la daba la zapatilla para que la besara, y la chiquilla, besaba la suela.

. Baja.

Obediente, llorando, con la cara roja, igual que su culo que ya casi ni sentia, se arrodilló a los pies de su madre, y tras besar la punta de ambos pies descalzos, la calzó ella misma las zapatillas quedándose de rodillas en el suelo, casi hecha un ovillo, esperando a su siguiente y último, por hoy, azotador, su hermano, mientras su madre, tras descalzarse nuevamente, apoyaba sus pies en las nalgas de Vicky, uno en cada nalga, y los frotaba constante e insistentemente haciendola llorar de dolor y escozor.

Hugo entró nada más ver salir a su madre, que había estado frotando sus pies en el culo de Vicky durante cinco minutos, aumentando así el escozor de la pobre.

El hermano de Vicky era a quien más temía la pobre chiquilla, porque era impredecible. Podía haber intuido que usaría el cinturón, al haberle visto sin él, pero podía ser para despistar. Le gustaba jugar con ella, y sobretodo, le gustaba improvisar. No sería la primera vez que le azota con algo inusual, como una espumadera de la cocina o el cable de red del router. Además, era de lejos el que más fuerte azotaba, por lo que la esperaba la peor de las sesiones a buen seguro

  • Bueno…. ya solo te quedan cuarenta. ¿cómo lo llevas?

Hugo se había puesto junto a ella, poniendo sus pies a la altura de su cara. Estaba descalzo, bien podía traer en sus manos una chancla o una de sus propias pantuflas, o bien era un engaño, como lo de no llevar cinturón. Vicky suspiró.

  • Bien… gracias… deseando recibir mi merecido como una niña mala que soy.

Hugo sonrió.

  • Sabes, me encanta esta posición que tienes ahora, pero no tienes todo el culo listo, así que… vamos a tu habitación y te tumbas en la cama.

El cinturón ganaba enteros, pensó Vicky levantándose. Andando a duras penas, encabezó la procesión  hasta su dormitorio, donde al llegar, vió ya un cojín sobre su cama. Sabía que se tenía que tumbar sobre el, dejándolo justo debajo de su pelvis para así elevar el culo.

  • Así, cuando acabe.ya viene mamá directamente a darte la pomadita.

Victoria asintió.

  • Bueno… ¿Sabes ya con que te voy a azotar?

Victoria, sollozando, se tumbó en la cama y se acomodó. Su hermano empezó a acariciarla la planta de los pies, la chiquilla se estremeció, a Hugo le encantaba azotarla ahí, alguna vez que le habían dado libre elección en un castigo, disfrutó golpeando sus piececitos con la vara.

  • ¿Vas a azotarme los pies? - casi lo prefería, no sabía si su culo soportaría cuarenta azotes más.

  • ¿Quieres? Tengo permiso para hacerlo, pero ya sabes que podré subir diez más si quiero,

Vicky cerró los ojos, calibrando las opciones.

  • ¿También me azotaras ahí en lo que queda de fin de semana?

  • Si quieres, si, pero ya sabes… puedo aumentar el número.

La mano de Hugo acariciaba ahora sus nalgas. Vicky dió un respingo, el mero roce de algo la ardía y dolía terriblemente.

Vicky cogió aire y suspiró.

  • Azotame el culo… por favor.

Y sonriendo, Hugo, se agachó y lamió cada planta de los pies de Vicky dándole después un beso a cada una.

  • Una pena… otra vez será. - y seguro que sí, pensó Vicky, a la mínima excusa - Voy a por la vara de papá.

Y Victoria gimió, sabedora de lo mucho que aquello iba a doler.

Apenas cinco minutos después, Hugo entraba agitando en el aire la vara de su padre. El mero sonido de aquello zumbando, erizó la piel de Victoria

.- ¿Lista?

Nunca lo estaba, pero la chiquilla, asintió.

Y sin más, apoyando la vara sobre la herida ya formada de la anterior azotaina de su padre y frotandola allí mismo, produciendo un ardor y dolor terrible en la chiquilla, con precisión milimétrica, Hugo empezó a azotar a VIcjy, dando los primeros golpes en el mismo sitio donde antes su padre se había ensañado, haciéndolo él con más dureza aún y sacándola sollozos de dolor y terror a su hermana mientras contaba entre hipidos y temblando.

  • C… cu… cua… cu… cuaren… ta…. gra….cias Hu… Hu… Hugo…. dame otro por favor… me…. e...e…. me ... .lo merezco.

Vicky temblaba y sudaba entre temblor y sollozos. Hugo había azotado sus nalgas con la vara de forma tan cruel, haciendo caer todos los golpes que pudo sobra las ya heridas abiertas, si no en el mismo sitio si transversalmente, cortándolas, dibujando rayas carmesí en las magulladas nalgas de su hermana que sangraban por diversos sitios..

Hugo admiró su obra. El cuerpo de su hermana temblaba mientras la chiquilla sollozaba y gemía de puro dolor y terror. Sin duda había sido la paliza más terrible que había recibido hasta la fecha. En la habitación entró la madre y sonriendo, acarició a su hijo en el hombro.

  • Ya está… vete  a dormir, es tarde.

Hugo asintió, sacudió una vez la vara en el aire y el sonido hizo a Vicky gemir y temblar más aún. Madre e hijo se miraron divertidos.

  • Bueno… - dijo la madre sentándose en la cama, a la altura del culo de Vicky que acarició haciéndola dar un respingo y gemir al sentir el roce de algo en aquellas pobres nalgas tan magulladas,

Con calma, aplicó de nuevo una gasa con alcohol en toda la superficie del magullado trasero haciendo a VIcky gemir y sollozar con más  ganas. Cuando acabó, dejándolo en el suelo, junto a sus pies cubiertos por las medias aún y esas zapatillas rojas de felpa,  suspiró. El padre de Vicky entró a continuación y le dió a su mujer un bote de pomada. Abriendole, poniendo un gran globo en su mano, empezó a aplicarlo en el culo de la chiquilla que volvió a sobresaltarse por el dolor y siguió gimiendo entre sollozos.

-  ¿Crees que has aprendido la lección? - dijo mientras aplicaba el ungüento en sus nalgas sintiendo los temblores de la chiquilla,

Vicky asintió,

  • ¿Volverás a llegar tarde?

  • Nooooo…   - gimió entre sollozos la pobre chiquilla,

  • ¿PIensas que debemos prescindir del castigo del resto del fin de semana?

  • Por favor,,,. Siiiiii…. seré buena…. haré lo que queráis…..

Su madre dejó de aplicarla el ungüento y tapó la desnudez de su hija con una sábana. Se levantó y la miró seria.

  • ¿Lo cambiarias por 120 azotes en tu culo ahora mismo?… con el cinturón….

Te los daría papá.

En ese instante estaban dentro de la habitación todos, viéndola. Sonriendo, esperando una respuesta.

Sin dudarlo, aunque temblando, Vicky, sin moverse más de lo necesario, se quitó la sabana que cubría su culo y piernas, elevó sus caderas poniendo su culo lo mas tieso posible, un culo que latía debido a la paliza y que por el ungüento brillaba de un color rojo intenso,  y ahogando un gemido, aguantando las lagrimas, seria, sin llorar, con voz clara, habló.

  • Papá… puedes empezar… me lo merezco.

Y sonriendo, cinturón en mano, su padre se dirigió hacia el lado de la cama preferido para estas lides y empezó a azotar el culo de Victoria con su saña característica las 120 veces prometidas mientras su hija contaba sumisa y fiel sin dejar de llorar.