Los castigos de mamá.
¿Qué ha de hacer una madre para educar a su hijo? ¿Y dos madres?
Loscastigosdemamá.
Hola, me llamo Paco y os quiero contar la historia que nos ocurrió la Semana Santa pasada. Os pondré en antecedentes. En el momento de los hechos yo tenía diecisiete años e iba al instituto. Allí, desde hacía ya unos cuantos de años, conocí a mi amigo Roque. Desde el primer año que nos conocimos nos hicimos muy amigos y es que los dos teníamos un gran vicio: nos gustaba liarla gastándole bromas a los profesores y sobre todo a los compañeros, en especial a las compañeras. A los pocos meses ya éramos famosos en todo el instituto por la serie de putadas que hacíamos, incluso alguna vez quisieron imputarme en alguna trastada de la que me salvé por estar en casa enfermo. Roque y yo tenemos algo en común, aparte de nuestra afición, ambos vivimos sólo con nuestra madre, cada uno con la suya, claro, y al final ellas se conocieron al tener que acudir juntas al director del instituto y llegaron a ser muy buenas amigas, muy íntimas.
Raquel es la madre de Roque, una mujer guapísima que no cuidaba excesivamente su ropa y que no mostraba el maravilloso cuerpo que ocultaba bajo las telas. Pili es mi madre, bastante guapa y que atraía a los hombres pues solía vestir con pantalones que mostraban el maravilloso culo que tenía. Ellas solían escaparse algunos fines de semana o algunas fiestas a una casa rural que solían alquilar, según ellas para desintoxicarse del trabajo y sobre todo de los disgustos que le dábamos.
Cuando nos castigaban por nuestras “bromas”, solían hacernos cuidar de mi abuela, una mujer de cerca de ochenta años que tenía demasiadas manías, y la que más nos fastidiaba era ir a misa los domingos. Nos hacía ponernos “el traje de los domingos” y llevarla a la iglesia, aguantar todo el sermón y después llevarla a pasear por el pueblo. Toda una humillación para dos golfillos como nosotros.
Y ahora empezaremos por la historia del año pasado. La semana anterior a la Semana Santa, concretamente el martes, fuimos descubiertos por la profesora de gimnasia realizando manualidades en una pared de los vestuarios de las chicas. Nuestra intensión no era más que crear una ventilación pues empezaba hacer calor y podían sufrir sus hermosos cuerpos, pero la “globos”, así llamábamos a la profesora pro las enormes y redondas tetas que tenía, pensó que queríamos espiar a las chicas mientras se duchaban, nada más lejos de nuestros pensamientos. El resultado fue que hasta después de la Semana Santa no podíamos volver al instituto.
Pero lo peor vendría por parte de nuestras madres, seguro que nos harían estar toda la semana cuidando de mi abuela, llevándola a las misas, a las procesiones… Nos intentaría convertir en unos capillitas.
-¡Os parecerá bien lo que habéis hecho! - Gritaba mi madre de pie en el salón de nuestra casa mientras Raquel sentada junto a ella miraba fijamente a Roque. - ¡Ahora váis de pervertidos! - Los dos mirábamos hacia abajo en señal de sumisión. - ¿Os gusta que os castiguemos? ¡Pues no iréis al campamento la semana que viene, aunque perdamos el dinero!
Aquel campamento era el lugar que nuestras madres nos enviaban para quedar libres e irse a la casa rural durante toda la Semana Santa. Así que cogió el teléfono y llamó a mi tía Amparo. Amparo era la hermana mayor y normalmente cuidaba de mi abuela durante esa semana. Le pediría que nosotros nos quedáramos con ellas y nos obligara a hacer todo lo que necesitase mi abuela. Volvió de la habitación donde había hablado con mi tía y llamó a Raquel para hablar con ella en otra habitación. Roque y yo quedamos en el salón sin saber que pasaría con nosotros esa semana.
- ¡Bueno! - Dijo mi madre con cara de enfado. - Tu abuela se va a casa de tu tía esa semana, así que Raquel y yo hemos decidido que vuestro castigo será veniros toda la semana a la casa rural y no saldréis de la casa, estaréis toda la semana encerrados y estudiando…
Bueno, con aquel castigo nos libraríamos de la compañía de mi abuela que eso sí que era castigo. Pasaríamos toda la semana con nuestras madre encerrados en una casa en la sierra… ¡No nos pareció mal castigo! Seguro que habría algún pueblo cerca y podríamos ir a visitarlo si le imploramos después de estar todo el día encerrado allí en la casa. Los días previos al viaje fueron terribles, tuvimos que estudiar todas las tardes, pero por las mañanas mientras nuestras madres estaban en sus trabajos, teníamos que cuidar y ayudar a mi abuela. La de historias que nos contó en aquellos pocos días hasta que mi tía se la llevó a su casa. Tras la tortura, el Domingo de Ramos por la mañana temprano salimos de viaje los cuatro en el coche de Raquel, un bonito 4x4 con el que en tres horas nos plantamos en la puerta de aquella pequeña casa. Estaba perdida en medio de la nada, el pueblo más cercano estaba a más de cinco kilómetros, con lo que sería inútil pedirles libertad provisional para perder toda la noche andando en la ida y la vuelta, y menos por aquellos parajes.
Por dentro la casa estaba un poco mejor de lo que parecía por fuera. La casa pertenecía a un amigo del trabajo de Raquel, perteneció a su padre que era guarda de aquella finca y después de tantos años de servicio al señorito pues se la regalaron. Tenía luz y agua, pero no había una televisión ni un mísero teléfono, ni siquiera los móviles tenían cobertura. ¡Estábamos aislados en medio del bosque!
- Esta será nuestra habitación, - dijo mi madre apuntando a la puerta de la izquierda que había al fondo del salón - la vuestra será aquella, la de la derecha…
A un lado estaba la cocina y al fondo de ésta se encontraba el baño que tenía una pequeña placa de ducha, un retrete y un bidet. Roque y yo entramos en la habitación y lo primero que hicimos fue abrir la ventana pues la casa olía un poco a humedad y a cerrada. Nuestras madres se acomodaron en su habitación y después nos llamaron para que las ayudáramos a organizar un poco la casa para los días que íbamos a estar allí.
Una hora después todo estaba preparado y ellas empezaron a hacer la comida, pero antes nos mandaron a un cobertizo que había junto a la casa en la que se encontraba la leña y cogiéramos algunos maderos para pasar aquellos días pues por la noche refrescaba demasiado y haría falta.
Oye Roque ¿qué harán nuestras madres cuando vienen solas aquí? - Le pregunté a mi amigo.
¡No sé! - Me contestó encogiendo los hombros. - Si han salido a tu abuela pasarán todo el día rezando…
¡No seas tonto! Las dos son divorciadas, estarán condenadas al infierno… - Me quedé pensando. - ¿Te imaginas que las dos sean pareja y aquí den rienda suelta a sus fantasías?
¡Habrá que espiarlas para asegurarnos! - Roque rió. - ¡La verdad es que nuestras madres aún están apetecibles!
¡Ya te diré! - Contesté y me acerqué a él. - La primera vez que vi a tu madre en bikini me la casqué por la noche…
¡Ja, ja, el culo de Pili me proporciona unas corridas abundantes!
¡Pues prepárate a machacártela pues creo que eso será lo único que podremos hacer aquí en medio de la nada!
Entonces se despertó una faceta que nunca había visto en Roque, creo que ni él mismo la conocía. Sus ojos se abrieron y se notaba que la excitación lo estaba invadiendo. Se rascó la polla inconscientemente y comenzó a hablar.
- Paco, ya que estamos aquí aislados, sin ninguna chica a la que cortejar, sin una discoteca en la que distraernos… - Realmente se estaba excitando.
Después de portear las dichosas maderas mientras nuestras madres preparaban todo para que comiéramos fuera de la casa en una mesa que había cerca de la ventana de la cocina, por la que sacaron todo, nos sentamos y comimos los cuatro tranquilamente. Era un sitio muy bonito, aislado, pero bonito. Tras la comida recogimos todo y volvió mi inquisitiva madre.
- ¡Vamos, coged los libro y poneros a estudiar mientras nosotras fregamos!
Roque y yo obedecimos sin rechistar. Allí mismo, en la mesa en la que comimos, sacamos los libros y comenzamos a hacer algo parecido a estudiar. Las risas de nuestras madres nos distraían de vez en cuando. Las dos hablaban de sus cosas y se burlaban de cosas que no podíamos comprender. Sigilosamente comenzábamos a hablar y cuando menos lo esperábamos sonaba la voz de una de ellas: ¡A estudiar, nada de hablar! Nuestras cabezas volvían a meterse entre los libros. No sé cuanto tiempo pasó, pero apareció Raquel y se sentó a mi lado. Se había cambiado de ropa, ahora traía un pantalón corto de ese tipo safari y una camiseta blanca muy ajustada que le marcaba totalmente sus pechos y se notaba el bulto de sus pezones.
- ¿Qué estudiáis? - Dijo acercándose a mí para ver de que era mi libro. - ¡Oh, matemáticas, eso me gusta!
Ella hablaba y mis ojos no se apartaban de sus pechos, me tenían hipnotizado.
- ¡Mira el libro! - Sonó la voz de mi madre mientras me daba una palmada en la cabeza. - ¡No vas a ser nada en la vida! Y tú ¿qué estudias?
Mi madre también llevaba un pantalón corto, baquero y muy ajustado. Llevaba una camiseta de cuadros por la que mostraba generosamente sus abultados pechos. Roque quedó prendado de aquella visión, aquel canalillo que formaban sus contenidas tetas.
¿También estás con las matemáticas? - Lo miró a la cara y era evidente dónde miraba él. - ¿Te gusta lo que ves?
Perdona Pili, pero es que esa visión... - Dijo el descarado de Roque señalando hacia el escote de mi madre. - Las de mi madre son bonitas, pero tú tienes calidad y cantidad... - Puso las palmas de las manos hacia arriba cómo si las cogiera realmente y las admirara.
¡Vaya con tu hijito! - Dijo mi madre a su amiga. - ¿A ti también te gustan? - Me miró mientras me preguntaba.
Bueno mamá... - Dije un poco avergonzado pues no estaba acostumbrado a hablar de eso con ella y no era tan descarado cómo Roque.
¡Vamos Paco, estamos solos aquí, ten confianza con tu madre y conmigo! - Dijo Raquel acariciando mi brazo para darme confianza. - ¡Tan golfillo que es y lo tímido que es para hablar de estas cosas! ¡Me encanta! - Me sonrió con la sonrisa más sensual que nunca le vi.
¡Mamá, tú también estás muy buena! - Dijo Roque.
¡Tú te callas que eres un sinvergüenza! - Raquel regañó a su hijo. - ¡Mira a mi Paquito, es un chaval de su edad que tiene timidez con una mujer madura! ¡Seguro que tú lo perviertes! - Me acarició suavemente la cara con la mano y me puse totalmente colorado.
No seas tan dura con tu hijo. - Dijo mi madre. - ¡Seguro que el tiene las hormonas más revueltas que Paco! Por eso reacciona de esa manera al ver dos mujeres de cerca de cuarenta años... Aunque seamos sus madres. - Se inclinó sobre la mesa para hablar en voz baja a su amiga, voz baja pero que todos la pudiéramos escuchar. - ¡Seguro que se masturban pensando en nosotras!
¡Eso me dijo antes Paco! - Roque no se pudo contener, le salió sin pensarlo. Nuestras madres lo miraron.
¿Qué? - Dijeron las dos a la vez y Roque comenzó a reír incontroladamente al darse cuenta de su torpeza.
¡No hijo, no! ¡No te avergüences por eso! - Me dijo Raquel al verme más colorado aún. - ¡Tranquilo, no le eches cuenta a ese! - Me decía mientras me abrazaba dulcemente. - ¡Es normal que una mujer te excite! ¡Aunque sea una vieja como yo!
¡No eres vieja! - Le dije tímidamente pero sin sentir tanta vergüenza. - Eres una madre muy guapa...
¡Dios! - Dijo Raquel medio gritando y separándose de mí mientras agarraba mi cabeza con las dos manos. - ¡Me comía a este niño! ¡No sé por qué dices que tu hijo es tan malo!
Nuestros hijos no son malos... - Dijo mi madre. - Pero tendrás que reconocer que no piensan nada bueno... Seguro que a Roque se le ha pasado cosas perversas por la cabeza cuando ha visto mi escote. - Mi madre se giró y abrió un poco más su camisa para mostrarle perfectamente su canalillo. Ahora fue Roque quién tomó el color más intenso que podía. - ¡Ves, él también es tímido delante de una mujer vieja!
Us... Ustedes no sois viejas. - Dijo Roque con la voz temblorosa y sin dejar de mirar las tetas de Pili. - La verdad es que yo también me he masturbado pensando en ti... muchas veces.
¡Ja, ja, ja! - Rió mi madre. - ¡Ves Raquel! ¡No es malo, es... sincero y espontáneo! ¡Cómo a mí me gusta!
Roque se lanzó contra mi madre y le dio un beso en la mejilla alterado por la conversación. Yo reaccioné como él, pero con más suavidad, me acerqué a Raquel y agarré su mentón para darle un beso fraternal en la mejilla.
¡En verdad son unos ángeles! - Dijo Raquel correspondiéndome con otro beso en la mejilla. - ¿Qué podemos darles para que se porten bien?
¡Eso digo yo! - Contestó mi madre dándole otro beso en la mejilla a Roque. - ¡Anda, ahora estudiar y sed buenos chicos!
Las dos se levantaron y se marcharon al interior de la casa. Roque y yo nos miramos e hicimos un gesto de que aquello nos había puesto a cien, no sabía él, pero yo tenía una inminente erección que me empujaba el pantalón con aquella situación y con el desfile que nos regalaron cuando se levantaron y caminaron hacia la casa meneando sus redondos culos.
No podría decir si era el ambiente bucólico que nos rodeaba, el aire del bosque o la conversación con nuestras madre, pero durante varias horas, hasta que empezó a marcharse la luz, me concentré en los estudios y aproveché bien el tiempo. Creo que Roque también lo aprovechó.
¡Vamos chicos! - Escuchamos la dulce voz de Raquel. - ¡Dejadlo ya que se va la luz! Guardarlo todo y mañana seguís. Ya vamos a comer que es hora.
¡Encended la chimenea! - Dijo mi madre.
Los dos entramos y cogimos la leña y preparamos el fuego. Media hora después ya daba unas abundantes llamas que hacían grato estar cerca de la crepitante hoguera. Acercamos una mesa para comer allí. La oscuridad cada vez se apoderaba más del exterior y poco a poco el frío iba llenando el aire. Mientras ellas hacían la cena, nos duchamos, primero Roque, después yo y por último entraron nuestras madres juntas para tomar su baño. Se nos pasó por la cabeza una imagen lésbica de nuestras madres en la ducha, pero la placa era demasiado pequeña e incómoda para tener un poco de sexo, además no habían tardado tanto. Todos estábamos en pijama y preparados para comer. Y eso hicimos, comer y hablar de cosas sin importancia.
Estábamos sentados cada madre junto a su hijo, de forma que Raquel quedaba frente a mí y mi madre frente a Roque. Estiré mis piernas después de comer aquella sopa calentita y choqué con las piernas de Raquel. La miré inmediatamente y ella me ofreció una dulce sonrisa mostrando que no le había hecho daño. Entonces sentí como sus pies descalzos se movían buscando mis piernas, tocando mi pie y subiendo poco a poco para meterse levemente por mi pantalón. Le sonreí y levanté el pie para jugar con el suyo. Nuestros pies se apoyaban en el talón y nuestros dedos se tocaban, moviéndose para darnos leves caricias. Mi polla reaccionó excitada, sin duda Raquel mostraba interés por mí.
Cuando acabamos de comer tuvimos que separar nuestros pies. Mi tobillo estaba entumecido por la forzada postura que adoptaba para poder sentir las caricias de aquella preciosa mujer. Recogimos la mesa y una de las veces que entré en la cocina para dejar cosas, Raquel estaba en el fregadero ordenando los platos para limpiarlos. Miré atrás y estábamos solo, los otros no nos podían ver. Me acerqué por detrás de ella.
Aquí tienes... - Le dije al oído, acercando mi cuerpo al suyo, poniendo descaradamente mi polla semi erecta contra su culo para que notara mi estado de ánimo. - ¿Dónde la pongo? - Pregunté colocando la botella en la encimera.
¡Ahí está perfecta! - Contestó sin mirarme y un leve movimiento de sus caderas me indicaron a que se refería. - ¡Ahí... perfecta... ahí...!
¡Mirad lo que ha hecho Roque! - Dijo mi madre desde el salón con un grito de alegría y me hizo separarme de Raquel. - ¿Os apetece bailar?
¡Ahora voy, cuando acabe estas cosas! - Raquel continuó fregando mientras sonaba la música en el salón.
Desde la puerta de la cocina miré a Roque y a mi madre. Él se movía toscamente al ritmo de la música, siempre le ha pasado lo mismo cuando hemos estado en las discotecas, pero ella, mi madre, Pili... Sus movimientos sensuales al ritmo de la música me hipnotizaron, la miré... ¡Cómo se movían sus caderas! Su culo respingón se agitaba delante de Roque que no dejaba de mirarlo, de admirarlo... de desearlo. Las manos del torpe bailarín se agarraron a la cintura de mi madre. Ella se giró y pasó sus brazos por los hombros de él.
- ¡No sabía que bailabas tan bien! - Dijo mi madre y evidentemente lo halagaba. - ¡Eres divertido! - Las manos de Roque se deslizaron por su cintura y se posaron en su culo. - ¡Divertido, sí, pero el hijo de Raquel! - Se separó de él y siguió bailando.
Roque me miró mientras ella bailaba apartándose y dándole la espalda. Con las dos manos hizo gesto de agarrar el hermoso culo de mi madre y como si la follara, estaba caliente con aquella situación.
- ¡Vamos baila! - Me dijo Raquel empujándome por la espalda. - ¡Ya he acabado! ¡A ver cómo te mueves!
Salí de la cocina y empecé a moverme al ritmo de la música mientras me acercaba a mi madre, mirándola mientras ella me miraba y con un dedo de la mano me llamaba. Seguí acercándome hasta que estuvimos juntos. Muchas veces habíamos bailado así en nuestra casa, pero aquella noche ella estaba más sensual de lo normal y si no fuera yo su hijo, hubiera pensado que quería excitarme para hacer el amor conmigo aquella noche. ¡Qué barbaridad de movimientos! Delante de mí, dándome la espalda, se agitaba e iba doblando sus piernas, pasando su culo por mi polla y después su espalda. Seguro que notaba la excitación que yo sentía y que mostraba en una prominente erección. Seguía bajando agarrada a mis piernas hasta que llego a ponerse en cuclillas. Se giró allí abajo, en cuclillas, con las piernas abiertas y agarrada a mis muslos... su boca a la altura de mi polla. Ella miraba el bulto de mi pijama y entonces sin pensarlo agarré con mis manos su cabeza y moví mi cintura como si follara su boca.
¡Dale timidito! - Gritó Roque. Entonces paré de moverme y la levanté agarrándola por los brazos.
¡Perdona mamá! - Le dije.
¡No te preocupes, nos hemos dejado llevar por la música! - Me dio un beso en la mejilla. - ¡Pero ha sido muy divertido! - Se separó de mí. - ¿Quién quiere una copa?
Mientras mi madre preparaba las copas, Roque se acercó a ella para ayudarla mientras seguía moviéndose al ritmo de la música, cómo solía hacer cuando quería ligar con las chicas en las discotecas, rozándose levemente con ella, pasando sus brazos por el cuerpo de mi madre para coger las cosas de la mesa. Mi madre se daba cuenta y parecía seguirle el juego.
Yo me senté en el sofá. Habíamos quitado la mesa de delante del fuego y el calor de la chimenea me daba directamente. Me recosté, Raquel se sentó junto a mí pasando un brazo por encima de mi cabeza, con una pierna doblada sobre el asiento y mirándome.
¡Qué manera de bailar entre una madre y un hijo! - Me dijo sonriendo. - ¡Ojala bailaran así conmigo!
Tomad... - Dijo mi madre con unas copas que había preparado para Raquel y para mí. - ¡Esta canción me gusta!
¡Vaya, yo me quedo de pie! - Dijo Roque mirando que los tres estábamos sentados y no cabía nadie más. - Cogeré una silla.
¡Espera! - Dijo mi madre levantándose. - Siéntate... - Le ofreció su sitio.
¡No, no te preocupes! - Dijo él no aceptando.
¡Qué te sientes he dicho! - Le ordenó mi madre y él obedeció. - ¿Te importa que use a tu hijo de asiento? - Le preguntó a Raquel.
¡Para nada, pero ten cuidado no te vayas a pinchar! - Le respondió y mi madre se sentó en el regazo de Roque que la aceptó con total agrado.
¡Es verdad que pincha un poco! - Dijo mi madre agitando su culaso sobre la henchida polla de Roque que la abrazó por la cintura.
¿Y a ti te importa que baile con tu Paco? - Preguntó Raquel y mi madre hizo un gesto con la mano dándole permiso. - ¡Vamos, enséñame a bailar como con tu madre!
La canción cambió y empezó a sonar una lenta. Nos abrazamos y ella se giró para darme la espalda y quedar abrazados, moviéndonos al ritmo cadente de la música. Tomábamos sorbos de nuestras bebidas y en mi empalmada polla se frotaba el culo de ella. Mirábamos para los otros que estaban sentados en el sillón, mi madre encima de Roque. Mientras una de sus manos acariciaba suavemente el culo de ella, la otra le apartó el pelo del cuello y la besó con suavidad. Mi madre movió la cabeza para que él pudiera besarla a placer mientras la mano que apartó el pelo descendía por su hombro en busca de los pechos de ella.
¡Pili, me encantan tus pechos! - Le dijo suavemente al oído. - ¿Puedo tocártelo? - Mordió suavemente el cuello de ella que le produjo sin duda que su sexo se mojara.
¡Acaríciame! - La voz de mi madre mostraba la lujuria que se apoderaba de ella. - ¡Hace mucho que no me acarician y lo necesito!
Las manos de Roque empezaron a deslizarse por todo el cuerpo de mi madre. Raquel y yo los mirábamos en silencio, moviéndonos al unísono con aquella lenta canción. Besé el cuello de ella y apartó la cabeza para ofrecerme su cuello. Mi brazo la atrajo más a mí y mi polla se estrujó contra su redondo culo. Las dos madres gimoteaban por el placer que les daba el hijo de la otra. Me separé de Raquel y entré en la habitación. Ella quedó de pie mirando a los otros amantes que empezaban a darse suaves besos en los labios.
Caminaba por la casa y mi corazón iba desbocado, excitado por el sexo que iba a tener con aquella preciosa madura, la madre de Roque. Muchas veces había sido mi inspiración en mis solitarias masturbaciones, pero aquella noche era ella, Raquel la que me ofrecía su cuerpo para que disfrutáramos. Volví al salón con unas cuantas mantas que cogí de nuestra cama. Mi madre se besaba apasionadamente con Roque que no dejaba de acariciar su cuerpo. Sus respiraciones entrecortadas mostraban la excitación que los envolvía. Raquel estaba frente a ellos, mirándolos sin perder detalle y sus manos la acariciaban, sin duda necesitaba un hombre a su lado.
- ¡Vamos, tumbaros aquí! - Dije colocando las mantas en el suelo frente a la chimenea.
Mi madre ya no era una jovencita escuálida, debía pesar lo suyo, pero la excitación que poseía a Roque lo hizo levantarla del sillón entre sus brazos y la llevó hasta la manta. La dejó de pie y se abrazaron para besarse. Después ella se tumbó y se colocó sobre ella para seguir disfrutando de su cuerpo. Los dos se retorcían entre caricias y besos. Me coloqué tras Raquel y la abracé, acariciando con mis manos su maduro y sensual cuerpo. Ella se agitaba y ronroneaba de placer. Nos tumbamos junto a la otra pareja. Los chasquidos de nuestros besos y los leves gemidos que dábamos llenaban la habitación, ya no escuchábamos la música, ya sólo existía para nosotros la mujer que teníamos entre los brazos.
Ni Roque ni yo habíamos llegado con una mujer a más de lo que ahora teníamos. Él me dijo que con una chica había llegado a tocarle el coño por debajo de la falda y yo lo máximo que tuve entre mis dedos fue el enorme pezón de una chica hacía ya dos años. Así que durante muchos minutos nos limitábamos a besarlas inocentemente en los labios y acariciarlas por todas partes, sin llegar a más.
¡Raquel, creo que tendremos que educar a nuestros hijos en esto! - Sonreía mirando a su amiga. - ¡Vamos, suelta a tu semental y ponte de pie! - Las dos nos abandonaron en el suelo, sobre la manta.
¿Nunca habéis visto el cuerpo de una mujer? - Preguntó Raquel. - ¡Ya veo que no!
Las dos empezaron a desnudarse, cada una para su amante. Mi madre se quitó el chaleco del pijama y dejó sus pechos a la vista, con sus pequeñas y oscuras aureolas y sus pezones totalmente erectos. Raquel se quitó el pantalón y pude disfrutar de la vista de sus hermosas y bien formadas piernas, por debajo del filo del chaleco asomaba el triángulo que formaba sus blancas bragas sobre su coño. Mi madre se giró y le dio la espalda a Roque, agarró el filo del pantalón que ella llevaba y empezó a bajarlo mientras iba apareciendo su redondo y hermoso culo en pompa. La polla de Roque iba a reventar el pantalón de su pijama y tenía que acomodarla dentro para que no le doliera. El culo de mi madre estaba cubierto por unas bragas negras que dejaban poco piel a la vista. Sin incorporarse, con el culo en pompa, llevó una mano atrás y cogió la tela de la braga estrechándolo y haciendo que se metiera entre los cachetes de aquel lujurioso culo.
Raquel se colocó sobre mí, un pie a cada lado de mi cuerpo. Yo la observaba desde abajo y podía disfrutar de la mejor vista que nunca hubiera imaginado de aquellas piernas. Puse mis manos sobre sus tobillos. Ahora veía mejor sus bragas y en medio parecía estar mojada.
- ¡Sube las manos por mis piernas! - Me dijo y le obedecí.
Me incorporé de forma que mis manos podían subir por sus piernas, mi cara estaba frente a su sexo. Mis manos subían impacientes para tocar su coño.
- ¡Despacio, disfruta de mi cuerpo! - Su voz sonaba sensual y excitante. - ¡Hazme gozar cariño! - Seguí recorriendo su piel hasta que mis manos entraron por debajo de su chaleco. - ¡Ahora baja mis bragas poco a poco!
Mi corazón latía a mil, mi polla iba a reventar bajo el pantalón. Nada más verla allí, de pie, medio desnuda y pidiéndome que le bajara las bragas me excitaba y calentaba a tal punto que deseé correrme. Su mano acariciaba mi pelo mientras sus bragas blancas bajaban por aquellos excitantes muslos.
- Paco ¿te gusta mi coño? - Me preguntó mientras se levantaba levemente la única prenda que cubría su cuerpo. - ¿Te gustaría probarlo? - La mano en mi cabeza se aferró a mi pelo y me empujó contra su depilado coño, el aroma de su sexo me envolvió. - ¿Te gusta como huele? - Aspiré profundamente su olor y mi polla necesitaba estallar.
Se agachó hasta sentarse sobre mí, sobre mi polla que presionó contra su raja, ella podía sentirla a través de mi ropa. Su cadera se agitó suavemente mientras me desnudaba. Sólo aquel pijama separaba mi polla de su coño que la mecía sintiéndola, deseándola, necesitando que se clavara dentro de ella. Su boca empezó a besarme suavemente, los labios, el cuello. Ninguno de los dos podíamos más. Se levantó y me quitó rápidamente los pantalones. Mi polla erecta y dura apuntaba al techo. Ella volvió a sentarse de forma que la bajó y quedó entre los labios que custodiaban su húmeda vagina. ¡Oh, Dios! Nunca había sentido un placer mayor que sentir el calor de su vagina sobre la piel de mi polla que embadurnada con sus flujos palpitaba de placer. Me abrazó y me besó. Nunca me habían dado un beso de aquella forma. Su lengua invadió mi boca y buscó la mía mientras sus caderas se agitaban acariciando, rozando, frotando su clítoris contra mi endurecida polla. Mis manos subieron por sus muslos y se aferraron a su redondo culo. Agarré la única prenda que llevaba puesta y se la quité. Ella estaba desnuda, sentada sobre mi polla; sus redondos pechos me apuntaban directamente a la cara, sus pezones endurecidos me amenazaban. Mi boca se aferró a uno de sus pezones y empecé a mamar como si quisiera sacar la leche maternal que alimenta a todo niño. Ella gemía, se retorcía mientras sus caderas no dejaban de moverse para acariciar mi polla con su clítoris. Sus gemidos se iban haciendo más fuertes, iba a estallar en un orgasmo mientras mis manos acariciaban su culo, mi boca mamaba sus tetas y mi polla palpitaba bajo ella deseando soltar toda su carga.
- ¡Me estoy corriendo! - Dijo mezclando un gemido con una queja. - ¡Me corro, no puedo más!
Verla allí, sobre mí corriendose con aquel orgasmo fue demasiado para mí. Me aferré a ella con fuerza mientras seguía moviéndose para darse más placer y entre convulsiones empecé a lanzar semen que se mezclaron en mi barriga con la gran cantidad de flujos que su vagina no dejaba de lanzar. Nos desplomamos sobre la manta y quedamos abrazados, besándonos con suavidad y cariño mientras nuestros sexos aún latían de placer.
- ¡Eso es cómetelo, cómetelo entero! - Escuchamos decir a mi madre.
Roque estaba sentado en la manta y mi madre le ofrecía su coño para que su lengua le diera placer. Ella se sujetaba los labios de su depilado coño para abrirlo y que su amante la pudiera lamer. Y eso hacía, la lengua de Roque entraba y se agitaba entre los labios, acariciando el clítoris que se le ofrecía. Mi madre gemía y se convulsionaba, sus piernas temblaban de placer.
- ¡Dios, cuánto tiempo sin que un hombre me comiera el coño! - Gritaba y gemía. - ¡Vamos, no pares! - Le agarró el pelo y le hundió la cara en su chorreante coño. - ¡Vamos, túmbate que quiero comerte la polla mientras me lames el coño!
Mi madre se excitaba diciendo sandeces y palabras mal sonantes. Roque se tumbó boca arriba y ella se colocó a cuatro patas para ofrecerle su coño mientras ella se zamparía su endurecida polla. Se acomodó y volvió a sentir como la caliente lengua de Roque recorría su raja. Agarró la polla con una mano y antes de poder llevarla a su boca pudo sentir como se convulsionaba y empezaba a lanzar grandes chorros de semen. No lo esperaba, pero el primer chorro blanco entró hasta lo más profundo de su garganta, su boca se aferró al joven glande mientras su mano se agitaba a todo lo largo de la polla. Sintió el semen salir y su lengua lo paraba. En el interior se mezclaba el calor del excitado glande con el del semen que no paraba de salir. Después de muchos años el salado sabor del semen volvía a inundar su boca. Abrió un poco los labios y el blanco semen cayó a todo lo largo de la polla hasta llegar a sus huevos.
Pili y Raquel se miraron, cada una sobre su amante, su joven amante, el hijo de la otra. Las dos cubiertas del blanquecino semen, las dos excitadas y con sus coños totalmente mojados. Las dos se tumbaron en las mantas para ver como recuperaban las fuerzas sus jóvenes amantes, acariciándolos.
¡Tenemos dos buenos sementales! - Dijo mi madre.
¡Sí, dos buenos sementales y una semana para disfrutar de ellos! - contestó Raquel.