Los castigos de mamá 4.
Sigue la educación de esas calientes madres...
Los castigos de mamá.
- ¡Paco, Roque! – Escuché la voz de mi madre. - ¡Vamos niños, levantaros!
Nuestras madres nos despertaron con prisa. Un poco más despiertos nos explicaron que mi abuela había fallecido en casa de mi tía. Raquel conducía y mi madre no paraba de hablar con su hermana para ver cómo podíamos ir lo antes posible hacia su casa. En un principio íbamos a ir a nuestra ciudad para que Raquel y Roque pudieran estar en su casa, pero durante el camino mi tía le comentó a mi madre que allí tenían un piso que aún no había alquilado y podríamos estar varios días los cuatro, mientras se solucionaba todo el tema de mi abuela.
Bastantes horas después, sobre las cinco de la tarde, llegamos a aquel pueblo que distaba de la capital en unos treinta kilómetros. Nos dirigimos directamente a la casa de mi tía. Mi madre y mi tía se abrazaron nada más se vieron. Todos pasamos a la casa y allí había un montón de gente que no conocía, la mayoría vecinos que habían conocido a mi abuela ya que ella nació allí. También estaban mis primos Mauricio y Magdalena, los hijos de mi tía Amparo.
Mi tía era viuda desde hacía ya bastantes años. Ella sola llevó el negocio de su marido hasta que Mauricio llegó a ser mayor de edad y desde entonces se encargó del negocio. Magdalena también ayudaba un poco en el negocio, pero sobre todo hacía trabajos de costura para muchas de las personas del pueblo. Los tres vivían en la casa, que tiempo atrás fue de mi abuela y que ahora compartían.
Durante aquella tarde mi primo, mi madre y mi tía tuvieron bastante jaleo pues al morir mi abuela de repente, según nos comentó el médico del pueblo por un fallo cardiaco, tuvieron que moverse para que no fuera trasladada a la capital, así que buscaron y consiguieron papeles que demostraban que ella padecía un grave trastorno que fue lo que le produjo la muerte. De todas formas sería enterrada el jueves, así que deberíamos pasar allí dos días por lo menos.
Fueron días tristes, mi madre, mi tía y mis primos, todos estábamos tristes por la perdida de nuestra abuela. El miércoles mi madre lo pasó todo el día en casa de mi tía. Yo pasé gran parte del día con ella, pero a veces me desconectaba un poco yendo con nuestros amigos al piso que nos habían dejado. Aquel día pasó sin que tuviéramos ninguna recompensa por portarnos bien, era lógico. Mi madre volvió por la noche para descansar un poco y se acostó en la cama de matrimonio que había en la habitación. Yo me quedé viendo un poco la televisión, pero al cuarto de hora escuché a mi madre sollozando en su cama. Apagué todo y me fui a su cama, sin decirle nada me metí bajo la sábana y la abracé por detrás para mostrarle mi cariño. Ella me agarró las manos y juntos nos dormimos.
El jueves por la mañana estábamos muy temprano de nuevo en la casa de mi tía. Sobre las diez llegó el coche que llevaría a mi abuela, primero a la iglesia y después al cementerio. Nunca olvidaré como mi madre lloraba abrazada a su hermana mientras introducían el féretro de mi abuela en su nicho. Después volvimos otra vez a la casa y allí tomamos café en un ambiente triste y callado.
Después de almorzar tomamos nuestras maletas y tras despedirnos de nuestros amigos marchamos de viaje. Raquel conducía y decidimos volver a la casa de la sierra para dejarlo todo lo mejor que pudiéramos. Al día siguiente, el viernes, volveríamos a la ciudad para seguir con nuestra rutinaria vida.
Y allí llegamos el jueves por la noche, con muy poca luz. Roque y yo cogimos algo de leña y la llevamos al salón donde días atrás nuestras madres nos habían dado nuestras recompensas por habernos portado considerablemente bien. Aquella noche, cansados del viaje y la pena, nos sentamos en el sillón a mirar cómo se movían las llamas del fuego. Yo tenía a Raquel sentada sobre mi regazo y Roque y mi madre estaban igual junto a nosotros. Después de un buen rato, las madres se fueron a su cama y Roque y yo a la nuestra.
El viernes por la mañana organizamos todo, recogimos y después de almorzar emprendimos el viaje de vuelta a casa. Ya nada sería igual, después de aquellos días allí en el campo con nuestras madres, la marcha inesperada de mi abuela… Ya nada sería igual. Por la tarde llegamos a nuestro piso y Raquel y Roque nos ayudaron a subir nuestras cosas. Más tarde cenamos y bien entrada la noche nuestros amigos se marchaban a su casa.
- ¡Bueno querido Paco! – Me dijo Raquel abrazada a mí y dándome besos. - ¡Si sigues bien, estudiando y ayudando a tu madre pronto te recompensaré!
Roque y mi madre estaban igual. Mi madre estaba como ida, la pérdida de su madre le había afectado y no tenía demasiado ánimo para tener relaciones sexuales con el hijo de su amiga. Los dos se despidieron y quedamos para vernos al día siguiente.
Mi madre se duchó primero y después yo. Entre los dos colocábamos las cosas y ropas que habíamos llevado de viaje. Ni que decir que yo la ayudaba a todo lo que me pidiera, no quería que le dijera a Raquel que no me había portado bien y que no pudiera volver a tener la experimentada boca jugando con mi polla. Mi madre no llegaba a concentrarse en lo que hacía, se equivocaba o colocaba mal las cosas.
¿Aún estás mal, mamá? – Le dije agarrando sus manos para que parara. - ¡Descansa y mañana seguimos colocando lo que falta!
Bueno… - Dijo ella sin muchas ganas y se sentó en el filo de la cama. Me senté junto a ella y la abracé con cariño. – Hijo… - Empezó a hablar. – ¿Te parece raro lo que hemos hecho esta semana?
¡Hombre, muy normal no creo que sea! – Le dije dándole un beso en la mejilla. – Soy tu hijo y tú mi madre, te he visto chuparle la polla a mi amigo, te he visto desnuda… Nos hemos besado como dos amantes y si me lo hubieras insinuado, te hubiera hecho el amor… - Me separé de ella con preocupación como si me hubiera despertado de un sueño. - ¡Sólo espero que no todo el mundo folle con sus hijos o madres!
¡Perdona hijo mío! – Ella se abrazó a mí sonriéndome y cariñosa. - ¡No te estoy reprochando nada de lo que ha pasado! – Se levantó y se sentó en mi regazo abrazándome de nuevo. - ¡Lo nuestro a pasado y llegaremos hasta donde queramos…! – Se separó un poco de mí y me señaló con su dedo. - ¡Siempre que te portes bien y estudies!
¡Te quiero no sólo como a mi madre! – Le dije y besé apasionadamente sus labios. - ¡Y la verdad es que estoy muy contento de esta situación!
¡Sí, claro, y además se te alegra la colita…! – Ella reía divertida. - ¡Anda, duerme esta noche conmigo! – Dejó las cosas a un lado y empezó a destapar la cama. - ¡Pero a tu amiguito lo mantienes dentro del pantalón o sufrirás un gran castigo!
Las semanas pasaban y nuestro comportamiento iba mejorando con el tiempo, y con el sexo oral que nuestras madres usaban como recompensas. Siempre era más o menos igual, el fin de semana nos reuníamos en una casa u otra y después de pasarlo bien juntos con algunos juegos o bailes, ellas nos daban nuestra ración semanal de sexo y se acabó. Durante la semana no teníamos sexo, y en mi caso dormía casi todas las noches con mi madre… y bien empalmado. Y ella lo notaba pues pegaba mi polla a su culo, pero nunca intentamos tener sexo entre nosotros.
Ya hacía varios meses que manteníamos esta situación y pronto acabaría el curso. Roque y yo hablábamos de la posibilidad de que nuestras madres nos llevaran de nuevo a la casa de la sierra. Casi todas las asignaturas estaban aprobadas, faltaba conocer las notas de dos o tres. Los fines de semana de junio eran un continuo suplicar de Roque a mi madre para que lo dejara meter su colita dentro de la cueva de mi madre. Más de una vez el impaciente Roque acababa enfadado. Yo aguardaba a la señal de Raquel para tener por completo su cuerpo.
Las dos madres habían conseguido hacer coincidir sus vacaciones y estarían libres en julio. Roque y yo nos frotábamos las manos pensando en ellas y la vida de salvaje naturaleza que nos esperaría en la sierra. Él me contaba muchas veces todas las perversiones que tenía pensado para mi madre. Y casi a finales de junio nuestras madres nos desvelaron los planes para las vacaciones.
- ¡Hijos! – Empezó a hablar mi madre. – Hemos estado hablando y hemos decidido que este año en julio nos iremos a casa de tu tía Amparo… - Miró la cara que se nos había quedado a los dos. - ¡Es que mi hermana ha insistido mucho en que pasemos allí todo el mes…!
Poco se habló del tema. En pocos días partiríamos hacia el pueblo de mi tía y mis primos y allí estaríamos los cuatro, en aquel piso de la otra vez. Y así, a primero de julio llegamos a casa de nuestros familiares. Esta vez nos quedaríamos todos en la misma casa. Nos dieron una habitación para Roque y para mí y a nuestras madres les dieron otra. Nos acomodamos y después de un rato todos nos reunimos en el salón para cenar.
Mi tía Amparo y mi madre se sentaron en las cabeceras de la mesa, a un lado se sentaron Mauricio, Magdalena y Roque, al otro lado Raquel y yo. Mauricio era un chico robusto, de veinticinco años y no precisamente guapo. Magdalena tampoco era muy afortunada en belleza, pero a cambio se le podía intuir que bajo sus ropas poseía un cuerpo bien formado, demasiado bien formado que de inmediato atrajo las miradas de Roque y de mí. Tenía veintitrés años. El cuerpo de Magdalena era heredado de mi tía, aún teniendo los cuarenta y muchos, también tenía una hermosa figura. Charlábamos un poco de todo, de cómo nos había ido el curso y de cómo éramos.
Así que sois buenos chicos… - Dijo Amparo.
Ha costado educarlos, pero al final parece que poco a poco van entrando en vereda. – Dijo mi madre. – Hasta hace poco eran unos gamberrillos…
Y por aquí… - Roque habló. - ¿No hay alguna discoteca o algo parecido?
No. – Dijo Magdalena. – Si lo que quieres es música y diversión has de irte a la ciudad. Aquí lo único que hay son bares donde se reúnen los viejos del pueblo.
¿Y qué hacéis ustedes durante todo el tiempo? – Pregunté.
¡Bueno, él trabaja casi todo el día y yo coso las ropas que me encargan! – Magdalena me habló.
Miré a Roque y nuestras caras lo decían todo, nos esperaba un verano la mar de divertido con aquella familia. Mauricio todo el día trabajando, Magdalena como monja todo el día cosiendo y mi tía por allí por la casa… ¡Difícil sería tener sexo con nuestras madres! Cuando acabamos de cenar y tras recoger toda la mesa, nos fuimos a una habitación donde tenían preparada una especie de sala de cine. Aquello ya era otra cosa y hasta las doce de la noche, más o menos, estuvimos viendo una película.
Aquella noche estaba muy cansado y al poco me dormí, pero eché de menos tener cerca el cálido cuerpo de mi madre. Eso sí, me dormí escuchando las quejas que Roque hacía sobre el mal veraneo que tendríamos. Nuestras madres podían haber elegido otro lugar para veranear, hubiera bastado un simple camping pues dentro de una tienda los cuatro podríamos haber hecho tantas cosas… Fuera como fuera allí estábamos los cuatro con nuestros tres parientes y si Roque y yo queríamos algo de nuestras madres, tendríamos que soportar aquel mes que parecía iba a ser de lo más aburrido.
Cuando despertamos al día siguiente ya todos estaban levantados. Roque se aseó primero y después lo hice yo. Eran la diez de la mañana y llegamos hasta la cocina. Allí estaban sentadas tomando café nuestras madres.
- ¡Vaya, ya se han levantado nuestros niños! – Dijo Raquel. - ¡Dame un beso cariño! – Abrió sus brazos esperándome. – ¡Están todos fuera, estamos los cuatro solo!
Mi madre hizo lo mismo para Roque y ambos correspondimos a sus peticiones. Después me acerqué a mi madre y la besé en la boca. Nos sentamos y ellas nos pusieron unos cafés y unas tostadas.
- Cuando acabéis, recogéis todo y salís a la piscina que está en el jardín trasero… - Dijo mi madre. – ¡Allí os esperamos!
Desayunamos y casi habíamos terminado cuando entró en la cocina Amparo. Nos saludó y dejó unas cuantas bolsas en la encimera. Roque había terminado y recogió sus platos y ayudó a mi tía a guardar las cosas que había comprado.
¡Qué chico tan amable! – Le dijo y Roque le dio las gracias. - ¡Guapo y cortés… eso me gusta! – Entre los dos lo guardaron todo. - ¡Bueno, voy a ponerme otra ropa, nos vemos en el jardín! – Le dijo acariciando sensualmente su barbilla.
¡A ver si te vas a estrenar con mi tía! - Le dije a Roque.
¡Mejor con las dos, con tu tía y tu madre! – Me respondió tocándose la polla en señal de que las dos lo ponían caliente.
Cómo las tres mujeres nos habían sugerido, salimos al jardín. Allí estaban nuestras madres, tumbadas en el sol. Ya empezaba a hacer cierto calor y ellas disfrutaban llevando sólo una camiseta. Nos sentamos a los pies de ellas, cada uno con la madre del otro.
Al poco apareció Amparo. Llevaba un bañador de cuerpo entero negro y su figura era inmejorable, tenía casi mejor cuerpo que nuestras madres. Mi tía cogió otra tumbona y se colocó junto a nosotros. Disfrutábamos de la presencia y las vistas que nos ofrecían las tres maduras mujeres.
- ¡Ya va calentando demasiado el sol! – Dijo mi madre mientras se quitaba la camiseta y quedaba en bikini. - ¡Roque, dame un poco de crema! – Se colocó boca abajo.
Raquel no dijo nada, se quitó la camiseta y me dio una leve guantada indicándome que tenía que hacer lo mismo que su hijo, pero con ella.
Los dos disfrutábamos de acariciar los cuerpos de nuestras madres. Ellas se dejaban dar aquel masaje y mi tía nos miraba disimuladamente. Tras varios minutos Roque dio una cachetada en el culo de Pili y se giró, su cara quedó blanca al ver como mi tía lo miraba descaradamente.
- ¡Espero que ahora me hagas a mí lo mismo! – Le dijo y se tumbó boca abajo.
Roque ahora se dedicaba al cuerpo de Amparo y su piel mostraba que era la mayor de todas, pero era una mujer muy apetecible. Tal vez nuestras madres con sus provocaciones y el escaso sexo que nos habían dado nos habían hecho apreciar a las mujeres maduras. Pocas jóvenes nos dejaban tener sexo, nuestra única experiencia había sido con nuestras madres y eso nos hacía apreciar el caliente cuerpo de una mujer madura como el de Amparo.
Entonces ocurrió algo que nos dejó helados a Roque y a mí. Magdalena apareció en el jardín. Los dos quedamos paralizados y con las bocas abiertas. Traía un diminuto bikini que apenas cubría sus pechos y con un pequeño triángulo que a duras penas contenía los labios de su sexo. Llegó andando hasta donde estábamos y extendió una toalla en el césped. Al girarse pudimos contemplar el redondo culo de una diosa. Un finísimo hilo de tela del bañador se perdía entre los cachetes de su culo. Llevó sus manos a la espalda y se quitó el sujetador de aquel diminuto bikini. Se tumbó en la toalla y sus dos turgentes tetas quedaron apuntando con sus oscuros pezones al cielo, apenas se movieron a los lados de su cuerpo por la fuerza de la gravedad.
- ¡Cariño, échate crema o te quemarás! – Le dijo su madre.
Deseé que me lo pidiera a mí que había acabado con Raquel y estaba libre, pero se sentó en la toalla y comenzó a untarse aquella blanca crema de forma que nos tenía ensimismados a Roque y mí. No le quitábamos los ojos de encima. No sería muy agraciada en belleza, pero su cuerpo derretía a cualquier hombre por frío que fuera. Acabó de untarse crema por la parte delantera.
Primo. – Me llamó. - ¿Me la untas por la espalda…?
¡Por supuesto! – Dije y boté del lado de Raquel hasta llegar a mi prima.
Ella se colocó boca abajo y esparcí la crema por su espalda. Mis manos recorrían cada centímetro de su suave piel y fui bajando poco a poco. Llegué hasta donde su pequeño tanga estaba y comenzaba su redondo culo. Me paré dudando.
- ¡Por ahí también primo! – Me dijo girando la cabeza para mirarme. - ¡Somos primos y sé que no tendrás malos pensamientos! – Una maliciosa sonrisa se dibujó en su boca.
Nunca había tocado más culo que el de Raquel, aquel era un culo joven, prieto… Mi polla se puso erecta y me costaba esconderla. Lo froté con ambas manos y separé sus cachetes un poco. Pude ver su redondo ano bajo la fina tira del tanga que llevaba. Más dura se puso mi polla. Lo hice varias veces para intentar ver la raja de su coño.
- ¡Primo, sigue con las piernas qué ya no vas a ver más! – Sus palabras me dejaron helado y rápidamente me puse a untar crema en sus piernas. - ¡Así primo, así!
Al escuchar sus palabras la miré. Había separado sus piernas y ahora podía ver cómo el final de sus labios envolvía parte de la tela. Su coño estaba totalmente depilado y de un agradable y sensual color rosado. Iba a reventar de la excitación que me provocaba mi prima. En ese momento pensé que tal vez nuestras madres no habían elegido mal al pasar allí el verano. Mi prima era soltera y pocos hombres habían por allí para satisfacer aquel cuerpo tan hermoso, seguro que Roque o yo podríamos dedicarnos a él… o tal vez los dos a la vez.
Tuve que abandonar mi tarea pues su cuerpo estaba totalmente cubierto con aquella crema. Roque había acabado con mi tía y los dos nos fuimos a bañarnos en la piscina, había que intentar bajar aquellas erecciones incontenibles que no podíamos disimular. Mi tía nos miraba caminar hasta tirarnos al agua. Las cuatro mujeres hablaban en sus tumbonas mientras que nosotros las mirábamos desde el borde de la piscina.
¡Dios, cómo está tu prima! – Me dijo Roque. – ¡Perdona, pero esa es para mí!
¡Eso habrá que verlo! – Le dije desafiándolo.
Pero es tu prima…
¡Si es prima hermana, me arrimo con más ganas!
¡Eres un pervertido! – Me dijo.
¡Ya, claro, qué te quieras follar a mi madre no es de pervertido!
¡No… Es que tu madre está muy buena…! – Miró a las cuatro mujeres que tomaban el sol. - ¡La verdad es que me follaba a todas!
¡Y yo, amigo, y yo!
¡Voy a darme un baño! – Dijo Magdalena levantándose de la toalla. - ¿Venís alguna?
Los dos estábamos en el agua viendo como mi prima caminaba y sus tetas apenas rebotaban con cada paso que daba, sus pechos estaban bien puestos y sus tetas caían ligeramente hacia arriba. La mirábamos descaradamente, admirándola, comiéndonosla con los ojos. Se duchó y después se tiró al agua. La mirábamos moverse por el agua hasta llegar a la otra parte de la piscina.
¡La vais a gastar! – Dijo mi madre a la vez que nos daba unos guantazos en la cabeza. - ¡Es que las que estamos aquí valemos menos!
¡No, no, pero es que la prima…! – Le dije.
¡Eso les pasa a todos los hombres de la familia que la ven! – Dijo mi tía. - ¡Hasta su hermano…!
Aquel comentario me resultó raro, pero ella lo dijo con tanta naturalidad que no le eché más cuenta. Las tres maduras mujeres también se metieron en el agua. Roque dejó de lado a mi madre y se dedicó a juguetear e intentar cortejar a mi prima. Mi madre y mi tía acabaron en un lado de la piscina hablando mientras Roque intentaba bromear con Magdalena. Raquel se acercó hasta donde yo estaba y su mano me agarró por mi excitada polla.
¡Tú también te pones caliente con tu prima! – Me dijo al comprobar que la tenía medio erecta. - ¡Espero que yo te produzca el mismo efecto!
¡Bueno Raquel! – Le contesté. – Verás, desde hace unos meses lo único que obtengo de ti son unas maravillosas mamadas que me extraen todo lo que llevo dentro, pero sólo eso…
¡Vaya, mi dulce amante quiere cogerme y tener sexo conmigo! – Se giró y pegó su culo contra mi polla que de inmediato reaccionó poniéndose más dura. - ¡Pues sí, yo también te estimulo! – Mis manos la agarraron por las caderas y empujé mi polla contra ella. - ¡Tranquilo, aquí no me folles que nos van a ver!
Roque seguía intentando obtener algo de Magdalena y mi madre y mi tía se acercaron a nosotros. De inmediato nos separamos. Ellas salieron por la escalera que había junto a nosotros y volvieron a las tumbonas. Magdalena no tardó mucho en seguirlas, Roque se estaba volviendo demasiado pesado para darse un baño tranquila. Él, cómo perro en celo, la siguió hasta las tumbonas y los cuatro comenzaron a hablar.
Raquel no estaba muy lejos de mí, alargué los brazos y la agarré por la cintura pegándola a mi cuerpo. El borde de la piscina era alto y no nos podían ver desde las tumbonas. Presioné su culo contra mí y mi polla cayó en la raja de su culo, se la froté y ella podía sentirla perfectamente.
- ¡Cariño, nos van a ver! – Me decía pero no intentaba separarse, aquello le gustaba y la ponía caliente. - ¡Por favor, qué dirán si nos ven aquí!
Metí mi mano por la braga del bikini y empecé a acariciar su coño mientras mordí suavemente su cuello. Mi mano se llenó rápidamente de sus calientes flujos. La masturbé un poco y ella ya empezaba a gimotear tapándose la boca con una mano para no hacer demasiado ruido. Se zafó de mí y se giró. Sus piernas me rodearon por la cintura y sus brazos se aferraron a mi cuello. Estaba muy caliente y su sexo se frotaba violentamente contra mi polla. Deseaba besarme pero no podía, podían vernos y aquello sería imposible de disimular. Metí mi mano entre nosotros y bajé mi bañador un poco, mi polla había sido liberada y agarrándola con la mano la empujé fuerte contra su coño, frotándola contra la tela que lo cubría para masturbarla.
Su cara mostraba que estaba a punto de estallar. Tener aquel conato de sexo conmigo con el peligro de ser descubierta la excitaba sobremanera. Una de sus manos me soltó el cuello y bajó en auxilio de su lujurioso y ansioso coño. Apartó la fina tela que nos separaba y en la punta de mi polla, en mi henchido glande sentí el calor que brotaba de su vagina. Ahora nada separaba nuestros sexos. Su cara mostraba el placer que estaba sintiendo. Tiré atrás de mi polla y mi glande salió de su envoltura de piel. Mi suave piel sintió como sus labios se separaban y recorría toda su raja desde abajo hasta llegar a su abultado clítoris. Su cuerpo se convulsionó cuando mi glande chocó contra él, sintiendo un gran placer cuando acarició casi toda la longitud de mi polla.
- ¡Ouf, Paco, la necesito dentro ya, no puedo esperar más! – Me susurró mostrando su cara la desesperación que sentía por no ser penetrada aún. - ¡Te has portado muy bien y tu recompensa es mi coño, clávate entero en mí!
Su mano vino a auxiliarme y empujó mi polla hasta que se colocó en la entrada de su vagina. Nunca antes había sentido tanto placer como aquel día que por primera vez penetraba la vagina de una mujer, de una mujer madura y caliente que deseaba que entrara en ella inmediatamente. Sus piernas me aprisionaron y mi polla entraba suavemente en su coño, su vagina se dilataba a medida que entraba en ella. Sus flujos hicieron que entrara por completo, hasta lo más hondo de ella, hasta que mis huevos frenaron mi penetración.
Cerró los ojos y echó la cabeza atrás. Había conseguido lo que tanto quería, lo que tanto deseábamos los dos. Mi polla estaba completamente hundida en su coño y nuestros cuerpos eran uno. La agarré por la cintura y comencé a penetrarla suavemente, despacio, sintiendo como mi polla entraba hasta el fondo, como mi glande casi salía de su vagina para volver a penetrarla profundamente. Seguía agarrada a mi cuello con una mano mientras la otra tapaba su boca. Quería gemir, gritar, decirle a todo el mundo que estaba sintiendo un placer tremendo, un placer que hacía muchos años que no sentía… Quería que todo el mundo se enterara que estaba follando con el hijo de su amiga. Pero no podía y su mano intentaba contener tanta pasión.
Aumenté el ritmo de mis penetraciones agarrado a su culo con mis dos manos. Mi polla entraba y salía frenéticamente cuando sentí que sus piernas se convulsionaban mientras cerraba sus ojos y se mordía la mano. Estaba tan excitante que mi polla no podía aguantar más, quería correrme.
¡Me voy a correr! – Le susurré con gran esfuerzo.
¡Sí, lléname!
No quería correrme en ella para no dejarla embarazada, pero ella no soltaba la mordaza que había hecho con sus piernas en mi cintura y mis caderas se movían sin control de forma que sentí como mi semen empezaba a subir por mi polla. Presioné con mis manos en su culo, con todas mis fuerzas de forma que mi polla se clavó en lo más profundo de su vagina y un gran chorro de semen se lanzó en su vientre. Un gemido más fuerte de lo debido salió de su boca. Otro latigazo de semen caliente la golpeo por dentro y tuvo que hacer mucho esfuerzo para no volver a gemir. Los dos permanecimos abrazados mientras nuestros convulsos cuerpos aún sentían los últimos latigazos de placer. Poco a poco íbamos recuperando el aliento y nuestros labios se dieron un dulce beso de pasión.
¡Por fin lo habéis hecho! – Dijo mi madre desde el borde de la piscina. - ¡Menos mal que se han ido todos adentro, si no hubieran escuchado vuestros gemidos!
¡Ya vamos, espera que acabe de disfrutar de tu hijo! – Dijo Raquel y ahora nos fundimos en un gran beso.
Nos colocamos bien nuestros bañadores para tapar nuestros sexos y salimos del agua. Mi madre nos esperaba y los tres caminamos hacia el interior de la casa. Raquel se acercó a mí.
- ¡Prepárate para esta noche que tendrás que darme más de lo que me has dado antes! – Entramos en la casa y nos unimos a los demás.