Los calzoncillos sucios del militar (1º parte)
La noche antes de mi examen de selectividad fue mucho más divertida de lo que podría haber imaginado.
Sinceramente, jamás había estado tan nervioso. Sorprendentemente, mucho más que el primer día. Supongo que el hecho de que los exámenes del marte (lengua, filosofía e inglés) fueran mis asignaturas favoritas ayudó. Ahora, lo del miércoles era otro rollo: química y biología. La primera fue mi gran tortura en bachillerato, la segunda apenas me la había preparado. ¿La previsión? Un desastre.
Por eso, esa noche, sentía una ansiedad tremenda. Estar en un octavo en pleno junio en un piso de Badajoz tampoco ayudaba. Entre el calor, los nervios y el cansancio mental de los últimos meses, literalmente no podía más.
Durante esos días me quedé en el piso de mi hermano, que estudiaba en la misma ciudad.
- Somos tres, un compi de carrera, un militar y yo.
Un militar. Esas palabras se quedaron dando vueltas en mi cabeza. El tema uniformes siempre había sido uno de mis grandes fetiches, y poder ver a uno en directo, probablemente, con el uniforme, se me hacía la boca agua.
- Pero mi compi ya ha acabado los exámenes y el militar está de vacaciones, no sé cuándo vuelve, así que estaremos solos.
Mierda. La única alegría de esos días se chafó rápidamente.
Esa noche, la víspera de mi segundo día de selectividad, la de los nervios y el calor, mi hermano salió a tomar algo con sus amigos y dejó a su hermano pequeño de 18 años solo en casa.
Así, aprovechando que me quedaba solo en casa intenté concentrarme para repasar el temario de los exámenes del día siguiente, que en mi inseguridad sentía que ya no recordaba absolutamente nada. Sin embargo, el hecho de estar solo me empezó a poner automáticamente cachondo.
Además, la idea de no tener ningún tipo de contacto con el militar compi de mi hermano me frustraba, de verdad necesitaba saber cómo era. Me armé de valor y entré en su habitación. Realmente lo único que quería era ver una foto, ponerle cara, saber si estaba bueno. Al final encontré una especie de tarjeta identificativa de su curro. Ahí estaba él, ataviado con su uniforme. Se llamaba Jose, no era precisamente guapo, pero tenía unos rasgos tan masculinos, tan de macho, que mi polla empezó a crecer automáticamente y mi imaginación comenzó a volar.
Pero ya había encontrado lo que quería y allí ya no había mucho más que hacer, y mi parte responsable me estaba mandando a estudiar. Estaba a punto de salir del cuarto cuando di un barrido completo a la habitación y me fijé en que tenía un cesto de ropa sucia. Naturalmente fui a echar un vistazo y allí encontré algo mejor que la foto: unos calzoncillos Calvin Klein usados. Aquello fue similar a descubrir oro. Encontrar ropa interior de aquel macho me puso el rabo más duro aún.
Sin pensármelo, me los cogí, cerré la habitación y me metí en el baño con ellos. Allí me los llevé a la nariz. Olían a macho, a sudor, y un poquito a meos. Hacía tiempo que no estaba tan cachondo. Los exámenes se me habían olvidado, solo quería hacerme la paja del siglo.
Sin más, me desnudé por completo. Me miré al espejo. No estaba mal lo que veía. Soy muy delgado, pero sin hacer nada de ejercicio, la verdad es que bastante fibrado. Mi pelo rizado castaño me hacía bastante atractivo a pesar de que no me consideraba demasiado guapo de cara. Y el rabo, que estaba en su máximo esplendor, era un buen instrumento de 18 centímetros, ni demasiado largo ni demasiado grueso. Ni que decir tiene que el hecho de no haber salido aún de mi pueblo hacía que fuera completamente virgen, pero con las hormonas muy desatadas.
Me senté en el wc y me escupí en la mano y en el rabo mientras tenía los calzoncillos sucios del militar en la cara. Puse la parte del culo del calzoncillo sobre mi nariz y mi boca, poco me importaba que estuvieran sucios, ese olor a hombre me estaba transportado a sitios en los que no había estado nunca. Pensando en su culo, comencé a lamer la tela, quería sentir el sudor, cualquier roce de su piel.
Al mismo tiempo, con la imagen que me había proporcionado su foto, comencé a imaginarme que esa mano mojada que me estaba pajeando era su boca y me llevé los calzoncillos al rabo. Así, mientras la boca imaginaria del militar me estaba haciendo mi primera mamada, podía sentirme cerca de él con el roce de su ropa interior usada.
Ese pensamiento me encendió aún más. Necesitaba mucho más. Me tiré al suelo a cuatro patas, necesitaba imaginar que el militar me follaba y estrenaba mi culo. Me volví a escupir en la mano y me llevé por primera vez mis dedos al culo. Empecé a acariciarlo, me daba cierto miedo, nunca había experimentado esto, pero estaba tan caliente que pronto entró sin problemas el primer dedo.
Sentía que mi rabo no paraba de verter precum. Hice un mete-saca con el dedo, pero quería más y probé con dos dedos, luego con tres, sintiendo un placer que jamás había sentido. Todo eso mientras seguía con los calzoncillos sucios del militar, cuya fragancia cada vez me estaba pareciendo más deliciosa.
El espejo del baño me daba una imagen brutal. Un chaval de 18 años a cuatro patas, con el culo en pompa, mientras se trabajaba el culo. Por primera vez me sentía sexy, atractivo. Se podría decir que me estaba poniendo aún más cachondo con la imagen que el espejo me enviaba de mí mismo.
Y eso fue definitivo. Estaba a punto de reventar, de soltar la corrida del siglo, cuando sonó la puerta de casa.
Mierda. O mi hermano o el militar habían llegado.
CONTINUARÁ…
Es mi primer relato y sirve como introducción de la segunda parte, que os prometo será mucho más interesante.