Los Calcetines Blancos

Cuando salimos, resultaba que Ana se había dejado las bragas en la sala común donde, devorando la polla de un asustadizo muchacho de dieciocho años, recibía los empentones despiadados de Mario.

(Antes de entrar en mayores, quiero agradecer sinceramente todos los comentarios que he recibido. Los positivos y las críticas constructivas. Siempre es fantástico recibir otro punto de vista, de cara a mejorar mis historias o desarrollar otras nuevas. Muchísimas gracias a todos.)

  • ¡Eres un inútil Bernardo! ¡Un inútil!.

Era lo más sutil que ella dijo.

En realidad era lo más sutil que ella me decía desde hacía ocho años.

Concretamente desde que un 7 de mayo no se me ocurrió otra que decirle si frente a ciento ochenta y tres invitados, un cura putero y un retablo churrigueresco.

¿Por qué no encontraría valor?

¿Por qué siempre fui un cobarde genético?

El noviazgo no, no fue eso.

El noviazgo corto, imagino que porque le costaba lo suyo ocultar y represar su verdadero yo, fue un paraíso de arrumacos y carantoñas, un todo mimos, besitos, te quieros y dale más

fuerte Bernardo que me corro.

Pero fue introducir el anillo en su correspondiente dedo y transformarse sin intervalos, en una controladora insaciable, maestra absoluta del dominio vital, capacitada para hacer creer que todo, desde la desfavorable coyuntura económica internacional hasta la nueva cana que se había encontrado tras meticulosa inspección capilar, era exclusiva culpa de su marido.

  • Mira de hacer bien la cama ¿eh? – soltaba de diario, sabiendo escoger el segundo adecuado para amargar el esperado primer café matutino – Porque no das nunca una. Ayer dejaste arrugas justo debajo. ¿Es que no sabes darte cuenta?

Y yo, acostumbrado al tono, a la hostilidad tensa y la poca mesura, respondía afirmando en un “arribaabajo” que no cambiaba mi silencio.

  • ¿Es que no me oyes? ¡Responde! – porque Ana no era capaz de comprender una contestación a no ser que saliera de una boca.
  • Siiii
  • Oye a mí no me respondas como si estuvieras harto ¿eh?.

Tras lo cual me aguardaban cinco minutos de ametralladora dialéctica…”Tu como todos”….un sin parar….”No sabes freír un huevo”…..un tsunami verbal…..”Allá tienes tus calcetines que no sé si llevan semanas sin ordenar”….¡!Dios que martiiiiirio!....hasta que miraba el reloj…”¿Lo ves? Por tu culpa llego con retraso”….cerraba la puerta y escuchaba su taconeo alejándose al aparcamiento, el motor de su coche, la forma torpe de meter marcha y su alejamiento.

Divino alejamiento.

Aquel era mi oxígeno.

El instante en que, levantaba dulcemente a nuestro hijo, lo aseaba, le daba el desayuno, lo vestía y, tras llevarlo a la guardería, bajaba a la calle de San Antón, principal del pueblo, para abrir mi modesto negocio de prensa.

Escuchar el descorrer de la verja era sentirse liberado.

Adoraba el aroma a papel cuché, el sentido efímero de un diario, la embadurnada portada de una revista de moda, la seriedad de una de Economía, Arte o Historia manipulada.

Mi humilde loca, apenas veinte metro cuadrados, era el rincón, mi rincón, mío, solo mío.

Allí imperaba el pulcro orden del negocio, el trato entregado al cliente, las largas charlas con aquellos que no compraban pero venían para darme un cortado que compraban en el bar más cercano.

Comentábamos las noticias, las novedades literarias, las noticias más insulsas y las que más consecuencias acarreaban….celebrábamos, en definitiva, que estábamos vivos, rodeados de lo conocido y cotidiano.

Claro que como todo, el

paraíso, tiene sus lapsus.

Cuando escuchaba sonar en el móvil la canción más lacrimal y lamentable de los Pecos, el único que gustaba a quien estaba al mando, ya sabía que tocaba un largo rato de…¿Has recogido el pedido que te encargué en la zapatería?....si cariño….¿mira que te lo dieran bien eh porque no sabes dar una?....si amor….¿los zapatos azul cielo recuérdalo?....si ángel de mi vida….¿y llama luego a mi madre para quedar la hora en que le dejas al niño?....si corazón….¿que no sea antes de las cuatro que tengo vez en la peluquería?....si, si…. A ver ¿Qué te he dicho?....no antes de las cuatro….es que como nunca escuchas, nunca haces nada a rectas….

Las visitas se apuraban, despidiéndose rápidamente, levantando el brazo, para no ver como mi mano, apretaba la opresión que se ceñía al pecho, aplastante, pringosa, envenenada y que solo cedía cuando se colgaba apretando el botón rojo o mandando el aparato a estamparse contra el suelo.

Cuando a las ocho de cada tarde echaba cuentas, hacía pedidos y daba el doble giro al pestillo, regresaba nuevamente a aquella jaula que mi licencia matrimonial había concedido.

  • ¿A qué haces pasta para cenar? ¿No sabes que son carbohidratos? ¡Me da a doler la tripa toda la noche por tu culpa!

Y eso lo decía mientras le cambiaba los pañales al niño.

  • ¿Pero es que no sabes cómo ponerle la cremita?. Le salen escozores por tu culpa. Se le sale la mierda porque no pones bien las tiras. No estires la ropita que parece te gusta romperla. No lo trates tan bruscamente pobrecito. Usa otra toallita no seas rácano. Dobla bien la camisetita que no hay manera que hagas una sola cosa bien a rectas.

Ana no gustaba de su oficio.

Ella estudió Financieras y su ilusión, era montar su propia agencia de negociado bursátil.

No era un mal proyecto.

Entre lo responsable y competente que era para su trabajo y su espíritu enérgico, hubiera triunfado.

Ana era un buen motor, de 280 caballos.

Pero Ana carecía de lo fundamental para rodar a toda velocidad: la intención de encender el contacto.

Toooodo lo que tuviera que ver con el dinero, le daba miedo…caerse o levantarse, andar o estarse quieta, mojarse o secarse, decidir o no decidir.

Lo cual, con los años, terminó inmovilizándola y logrando que, primero desconfiara de cada brizna de hierba y, segundo, que de esa parte del jardín a ella más cercana, sufriera su profunda insatisfacción existencial.

Y yo era esa parte más cercana…..Has planchado mal las camisas de diario…..cielo lo intento…. ¡Mil veces te he enseñado!.....no te pongas calcetines negros para ir por casa que dejan pelusilla….los llevo blancos amor mio….¿blancos? ¡Odio los calcetines blancos!. No te pongas calcetines blancos para ir por casa porque se ensucian de polvo….¿por qué limpias el suelo con la fregona de parqué?....es que no me aclaro con tu sistema…. Tienes la de porcelana al lado….¿cuándo arreglarás la puerta del salón para que encaje bien?...cariño ya la he arreglado….pues no se nota nada es que eres un desastrado.

La casa devino en un absurdo

de cien mil normas a cada cual más confusa y desastrada que incapacitaban el para mi inexistente placer de llegar, descalzarme y tumbarse en el sofá en busca de televisión cutre o buena lectura.

Una legislación injusta y cambiante, en función a que quisiera provocar en su contrincante la sensación de inutilidad que a ella le hacía sentirse ama y reina….escoba verde para la terraza, azul para la cocina, negra para el resto de la casa….camisetas de color a la izquierda, blancas en el centro, negras a la derecha porque combinan en el perfectamente con el tono interior del armario….la ventana del cuarto se abre treinta minutos, la del niño solo diez para que no se enfríe, la de la cocina una hora….si se fríen croquetas la campana se conecta media hora antes y se desconecta media hora después, si se cuece pasta diez minutos, si se hace carne a la plancha veinte….las manos se limpian cada vez que se toque algo, sea papel de wáter, basura, una flor, se abra la puerta o se ponga pintalabios….para comer las cremas con sal, las lentejas con la sal justa, el bistec de ternera extremadamente fino, los lomos de cerdo gorditos, el pollo sin piel, el ajo solo para los estofados, el laurel media hoja…para salir la chupa de cuero marrón, para diario la fina de trabajo….

Y no se te ocurra salirte de lo estipulado.

Sus histerismos escapaban a todo control si una sola de su férrea normativa, se salía de su encajonamiento.

  • ¡Inutil! ¡No sabes hacer una a derechas! ¡Harta estoy de que no sepa hacer las cosas de que yo lo haga todo porque tú no tienes ni idea! ¡Inutil!.

Con el tiempo, incluso la cordura exterior desapareció, insatisfecha con eso de limitar sus humillaciones a lo meramente privado.

Así que, sabiendo el temor que acaparaba a que el divorcio me arruinara y un juez decidiera que días del mes era padre y que días no, comenzó a machacar mi ego sin rubor, hubiera delante familiares o simples amistades.

  • ¿Tú te crees lo que aguanto? – le contaba a Eva, una sensual y gordita panadera cuyo marido hacía mucho, pasaba de ella en favor del futbol dominical y la barriga cervecera – Mira como viste. Camisa gris y pantalón vaquero. Vaya combinaciones. Y ni se peina – señalaba mi matojo medio calvo– Y es que me da vergüenza salir con el por la calle, con esos zapatos sucios y mal atados – Y se afeita cuando se acuerda. ¿A que tu marido no te trata de esta manera?.
  • Pues la verdad….
  • Lo dicho – cortaba Ana, sabiendo que el marido de Ana solía visitar una vez al mes a Estefanía, la joven prostituta rumana del bloque de al lado.

Las reuniones familiares también acabaron convertidas en su particular coto de caza.

  • ¿Trajiste el vino?.
  • Sí.
  • ¿Es un Ribera?.
  • Emmmm – estaba atrapado, aterrorizado viendo cómo se levantaba una de sus cejas mientras se hinchaba la vena derecha de su cuello. Instintivamente, metí para adentro el cuello.
  • Te lo dije…!mira que te lo dije! ¡Un Ribera! ¡Y me traes esta puta mierda de Cariñena!.
  • Mujer no deja de ser vino.
  • ¡Ni mujer ni ostias! ¡Nos has amargado la cena hombre! ¡Es que no das una! ¡Eres un imbécil Bernardo! ¡Qué insoportable eres! ¡Idiota!.

Y luego aparecía su madre, una de estas hieráticas señoras temerosas de que su hija termine divorciada y por tanto incompleta, procurando juntar todos los retazos del jarrón que los chillidos filiales habían resquebrajado…“Siempre tuvo ese carácter. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Ya no cambiará!”.

Y yo, tragando bilis a litros, con ganas de girarme y decirle… “Señora váyase usted, su hija y su carácter a tomar por el culo”.

Pero no se lo decía nunca.

¿Por qué?

¿Por qué no mandaba a esa migraña rubia plagada de imposibilidades, allá donde se mandan a aquellos que lo único que dominan, es el arte amargar la existencia a los demás para sentir que la propia es un trago menos atormentada.

¿Por qué?

¡Ah si!

Por esto de contemplar ahora mismo a Ana, a cuatro sobre una con sábanas canela, chupándosela con devoción al chapero negro que acabábamos de contratar para celebrar nuestro noveno aniversario.

El ejemplar, todo un profesional, primicia de la raza humana físicamente cultivada a base de pesas y literatura clásica, nos había proporcionado una cena magnífica con sus inteligentes comentarios sobre la política migratoria europea mientras, cada diez minutos, ingeniaba excitantes elogios hacia el escote de mi mujer y lo que pensaba hacer con él, una vez le arrancara la ropa a bocados.

Su mano lo mismo acompañaba un argumento que se posaba descaradamente sobre su muslo izquierdo, ante muchos ojos….los míos ensalivados, los del camarero, envidiosos y los del resto de la clientela, fariseos y escandalizados.

Clemente, como se llamaba, era una recomendación directa de Asun y Pepe, pareja y fieles amigos, ella peluquera, el comercial de productos higiénicos…amistad surgida bajo las toallas, cubatas y olor a humanidad y preservativo del “Absenta”.

El “Absenta” fue la curiosidad de ambos, nacida cuando los orgasmos de nuestra convencional vida conyugal, comenzaron a ser repetitivos y poco álgidos.

Nuestra primera vez allí, fuimos cogidos de la mano, como dos japoneses entre occidentales, discretos y arrinconados, planeando un par de copas ligeras, una toma de contacto superficial y la mirada al suelo apenas los veteranos nos estuvieran escaneando.

Cuando salimos, resultaba que Ana se había dejado las bragas en la sala común donde, devorando la polla de un asustadizo muchacho de dieciocho años, recibía los empentones despiadados de Mario.

Mario, tan recental como el amigo al que mi mujer se la estaba lamiendo, resistió dos minutos y catorce segundos. La diferencia que consiguió que Ana viera las estrellas, eran los veinticinco centímetros que parapetaba bajo la pantaloneta.

Un arma descomunal desde luego y que, aunque algo torpona, empujaba con la misma pasión que a nosotros, el tiempo, nos había hurtado.

Mario terminó convertido en nuestro primer amante fijo.

El chico, bueno pero no manso, inteligente pero no engreído, guapo pero no vanidoso, se dejaba querer y enseñar entre sábanas.

Ana le instruyó sobre cómo besar,

acariciar, practicar un cunnilingus de cum laude, masturbar con ligereza o firmeza e intuir cuando una hembra desea ser follada como puta, o amada como princesa.

Y el correspondía con una habilidad agradecida, con aquel aparato que provocaba en Ana corridas apoteósicas, sin cortapisas a la hora de exclamar a gritos, desde el vecino hasta al recepcionista, que estaba siendo enfilada vigorosamente, hacia el paraíso.

La imagen de aquel chaval, prodigio de juventud y energía, bombeando entre las piernas de mi esposa, fue de los mejores momentos de nuestra convivencia…pegamiento indisoluble que une a la pareja, tanto o más que los hijos, el apartamento de verano o la hipoteca.

Ella quedaba reventada sobre el colchón, con el coño enrojecido y las piernas aún abiertas, jadeando, sudorosa mientras yo besaba sus enjabonados labios y ella, ensoñada, jurando una y mil veces que me adoraba, que me quería, que le perdonara lo mala que era, que ella sin ropa, haría siempre lo que yo le ordenara…”quiero que se corra dentro de ti sin condón”.

Y Ana abría los ojos, me besaba y se levantaba para meterse en la ducha con Mario, arrodillándose, buscándole la polla con la boca…”¿Otra vez?”….”A pelo Mario, fóllame a pelo”….y a Mario se le iluminaban los ojos.

Ningún hombre se resiste a la tentación de que una mujer se deje penetrar sin grosores plásticos de por medio.

Mario abandonó nuestro mundo cuando se sacó de la manga a Isabel, su templada y casta novia.

Y regresó a él cuándo ella quiso comprobar aquello de que en la vida, hay que echar mucha sal y más pimienta.

Y esa pimienta…resultó que era Ana.

Abrazos y besos lésbicos mientras Mario y yo brindábamos con champan nuestra buena fortuna…”En casa es una inaguantable – me confesaba- Pero en la cama una leona”.

Y yo callaba.

Callaba porque en ese instante, Ana arreciaba con sus dos dedos chapoteando en el coñito depilado de Isabel, consiguiendo que con una mano intentara frenarla y con la otra se agarrara a las sábanas para dejar escapar un jugoso jugo orgásmico….”!Ogggg esto es el paraisooo!”.

Fue Isabel la que, en una conversación de terraza, le mencionó que nunca había probado una doble penetración.

Y fue Ana quien, media hora más tarde dirigía hábilmente nuestra pollas a sus respectivos orificios mientras ella, para tensar la excitación y aliviar los nervios de la primera, besaba su boca con tal maestría que no nunca supimos si el orgasmo triple y eléctrico en que aquella delicia devino, fue más cosa de su destreza besando que de nuestras pollas faenando.

Clemen se dejaba comer con placentera permisividad, con esa cara de seguridad que ponen los de su oficio, disfrutando porque mi mujer era mucha mujer, pero sin salirse del protocolo, conteniéndose, sabiendo que los trescientos euros daban para toda una noche de ferocidad africana.

Yo desnudo me levanté y empecé a besar la espalda.

Ana respondió acelerando la chupada mientras echaba una mano atrás para indicar a mi miembro donde paraba la entrada del ano.

Palpé bajo las sábanas, encontrando sin dilación el lubricante, que como los condones, teníamos siempre a medio paso.

  • No – ella lo dijo con la cara decidida – A pelo. Hazme daño. Dame duro, muy duro. Sin piedad cielo. Me merezco cada segundo de dolor que me regales. Por todo el mal que te hago.
  • Lo ves cariño – le dije disponiendo el miembro para acatar sus deseos – Por algo te quiero tanto.

Y empujé teniendo que contenerme, a punto de eyacular como un quinceañero, al escuchar su grito de puro sufrimiento.

  • Siii ooo Ana si. Debes saber que mientras te sodomizo, llevo puestos calcetines blancos.

(Indicar que Ana existe. Es un ser verdaderamente complicado. En cierta ocasión, hablando con ese beato que es su marido, tras presenciar como lo humillaba por pasarse echando azúcar en el café, le pregunté como tenía tanta paciencia. ¿Por que folla como una verdadera loba? Y me guiñó un ojo. El resto del relato, ha salido de mi imaginación)