Los Benitez (I) - Los primos Sandra y Rodrigo

Ha llegado el momento de tomar una decisión sobre la casa de los bisabuelos, ahora que la comarca tiene un nuevo empujón turístico. Dos primos en los cuarenta pasan unos días en la casa para empezar a evaluar opciones y el sexo se cuela por medio.

  • Eso se lo dirás a todas, jajajjaja....

  • Que no, prima, en serio; que llevo desde ayer eclipsado con tus ojos. Que tienes ahora la mirada más bonita que cuando eras joven.

  • ¡Eso! Y ahora llámame vieja... jajajajajajja....

Mi primo Rodrigo y yo habíamos vuelto a vernos después de doce años, según las cuentas que habíamos hecho la tarde anterior, y estábamos disfrutando de un agradable reencuentro que se iba a prolongar durante varios días.

-¡Puff! ¡Arghh! -protestó, agobiado y arrinconado-. ¡Que no, coño! Déjalo, no se pueden tener palabras bonitas contigo. Da igual, volvamos al tema: el concepto...

Estábamos en el viejo caserón de nuestros bisabuelos, a las afueras de uno de los cinco pueblos que conforman la comarca histórica de Las Navetas, un territorio que tuvo su momento de gloria a mediados del S.XVII y que, ahora, podría volver a tener una nueva oportunidad de crecimiento: recientemente se había abierto al tráfico una autovía que iba hacia la capital y que pasaba cerca del pueblo.

  • Eso depende del tipo de cliente que busquemos -le contesté entonces, dando por terminado el “momento chinche” que acababa de tener con él y dejándole por fin respirar tranquilo-. O del tipo de turismo que queramos vender...

  • Eso suena interesante...

Si la comarca decidía explotar su potencial histórico a nivel turístico, la gran mayoría de los hoteles que florecieran por la zona estarían cuajaditos de armaduras y yelmos, eso era evidente. Así que, para ser la nota singular, había que elegir una perspectiva nueva; había que diferenciarse.

  • Esta casa tiene una buena biblioteca... Vacía, pero una biblioteca... Tal vez hacer de esta casa un hotel para investigadores sea una buena opción. Nosotros no vamos a aprovecharnos de los chinos con cámaras de fotos, nosotros podríamos ir a por los que publican en revistas de historia...

Mi primo captó mi idea de momento. Lo cierto es que siempre nos hemos entendido a la perfección, ya de pequeños se nos daba de lujo cubrirnos el uno a la otra o viceversa en nuestras travesuras.

  • O a por los fetichistas de las jaulas y los grilletes -añadió él.

  • Estás con el “tontuno” subido, ¿no? Jajajajjaja... ¿Qué haces pensando ahora en jaulas y potros de tortura?

  • Debe ser la etapa desbocada post-divorcio -respondió, dando normalidad a sus palabras-. Pero no es ninguna tontería. ¿Sabes algo del tema? ¿Quieres que te cuente o prefieres que no?

  • ¡Ah! ¡No! ¡Claro! Cuenta, cuenta...

Hacía cuatro meses que Rodrigo y su ya ex mujer, Silvia, se habían divorciado; fue de lo primero que estuvimos hablando cuando llegamos al pueblo. De hecho, si terminé por aceptar lo de venirnos a pasar unos días juntos al caserón, fue más por escucharle cómo se desahogaba que por la iniciativa empresarial que también me propuso como razón para venir; al principio, yo no veía lo de convertir la casa en un hotel...

Y, día y medio después, ya quería hasta que me contara qué era eso de un hotel para fetichistas...

Mi primo no era el mismo de hacía doce años. Sí que lo era, pero no... El Rodrigo de veintiséis años, el último que recordaba, tenía el mismo caracter y personalidad que el Rodrigo de treinta y ocho con el que me había encontrado, pero era un soñador que construía castillos en el aire. El de ahora, por el contrario, sabía hasta cómo preparar unos buenos cimientos.

Y así fue como empezamos a hablar de sexo...

Empezó contándome que no era un especialista en el tema y que su imaginación no pasaba de imaginarse una celda o una mesa con grilletes pero que, como yo, sabía que era un mundo que existía y que tenía mercado si se tomaba la idea en serio. Para que un establecimiento así funcione es importante que tenga cerca altas densidades de población, porque no vive del turismo típico sino de planes de gente que vive cerca. Y la capital está a treinta kilómetros y resulta que, hacia el otro lado, tenemos la de la provincia de al lado a cincuenta. Una población estimada de quinientos mil habitantes entre unas cosas y otras que, ahora, podrían abastecer de clientela un establecimiento especializado de unas siete u ocho habitaciones.

De la exposición empresarial la conversación derivó a frustradas experiencias sexuales en nuestros fracasados matrimonios y, de ahí, de nuevo a un poco de todo. Lo cierto es que se nos fue la tarde con tan entretenido tema de conversación y, para cuando quisimos darnos cuenta, la tripa ya nos estaba pidiendo el picoteo previo a la cena; o incluso la cena directamente.

Hablamos de sexo, sí, pero sin entrar en detalles muy escabrosos; eso me apeteció reservarlo para la noche si terciaba...

Como él mismo había reconocido, mi primo andaba en la época desbocada que viene tras cada divorcio y, aunque se empeñara en decir que los piropos que me echaba tenían el cariño de siempre, los dos sabíamos que me estaba metiendo ficha; solo que nos lo permitíamos porque hay confianza y, como dice el refrán, “cuánto más primo, más me arrimo”.

Ya sabéis... A un hombre cualquiera no le dejas que te ponga una mano encima pero si, sin más, un primo con el que siempre te has llevado bien te coge del culo y hasta te lo amasa un par de veces antes de volver a soltarlo, pues no se lo tienes en cuenta.

Rodrigo no me había puesto una mano encima, pero sí que llevaba tratándome como si fuera su churri desde diez minutos después de reencontrarnos. Y no estoy diciendo que fuera maleducado, todo lo contrario. De hecho me resultaban simpáticos sus piropos hasta el punto de que me permitía reírme mucho con él; como antes, cuando me llamó vieja.

Que habláramos de sexo me cambió el chip. Llevábamos un día y medio en la casa, iba a ser nuestra segunda noche y, por primera vez, recobraba la vitalidad de la niña que está con su primo el de las travesuras. Hasta ese momento había sido Sandra, la prima de Rodrigo que le quiere con locura pero que hace doce años que no le ve; y me gustó eso de sentir que éramos de nuevo Sandrilla y Rodri, solo que con cuarenta años yo y treinta y ocho él.

¡Mucho mejor! ¡Dónde va a parar!

El caso es que, al final de la tarde, decidí irme a mi dormitorio a cambiarme de ropa para dar por finalizada la jornada laboral y diferenciarla del rato de esparcimiento y asueto ¡Cómo si hubiera mucha diferencia para cualquiera de los dos, allí, en la casa del pueblo! Bueno, pues, el caso es que no pude dejar de imaginarme cómo sería el caserón si fuera un hotel para fetichistas y, mirando las paredes de mi habitación, me estuve imaginando las antorchas o las lámparas colgando, las luces y las sombras, la decoración con tapices de escenas sexuales en “modo épico”...

Imaginar un sitio para follar con fantasía me puso tonta, que mi primo me tirara la caña me hacía gracia, plantearse una noche pícara era un plan que me empezaba a apetecer mogollón. Tenía ganas de mojar las bragas y, con mi primo, era algo que podría ser súper divertido.

Volví a bajar con el pijama puesto y mis zapatillas de fieltro. Aunque la primavera ya había llegado, las noches seguían siendo frescas y la manga larga era recomendable. Lo que sí que hice, que no pudimos hacer la noche anterior, fue encender la gran chimenea del salón.

  • Tráeme una cerveza, anda -le dije a mi primo cuando, de cuclillas y de cara a las ramas que empezaban a crepitar en una cuna de troncos en la chimenea, le sentí por mi espalda llegar también al salón.

  • ¡Oído! -me respondió a varios metros de distancia mientras yo seguía alimentando el fuego-. ¡Ahora sí! -volví a escucharle enseguida mientras me daba ya la lata de cerveza y trataba de entender cómo había sido tan rápido-. ¡Chimeneita encendida!

  • ¿Cómo has tardado tan poco? -terminé por preguntarle antes de dar el primer trago y con cara de absoluto desconcierto.

  • Pues hija -me respondió como si nada-, lo que ha sido ir y entrar en la cocina, abrir la nevera y venirme. No querrás que tarde cinco minutos, que la casa es grande pero no tanto...

  • Pues me ha parecido un suspiro... Entonces, qué dices, qué podrías encargarte de hacer un estudio de mercado por si lo del hotel fetichista pudiera funcionar.

  • Sí, tengo unos amigos que podrían orientarme... ¿Tirarías en serio para adelante si fuera viable?

No sé en qué estaría pensando mi primo al hacerme esa pregunta pero le vi con el rabillo del ojo como, después de hacerla, me echaba un vistazo y se detenía fugazmente a mirarme el culo.

  • Si fuera viable, antes habría que convencer a todos los Benitez para que dieran su aprobación... ¿Tú te has parado a pensar en tu tía Celia? ¡Nos condena al infierno solo por tener estas ideas!

Con la carcajada mi primo volvió a conectar nuestras miradas.

  • Como si no hubiera hecho ella sus cosas... A ver si Nico, Luis, Cristina, Antonio, Lourdes y Chari vinieron al mundo por inspiración divina...

  • Sí que ha follao la beata -asentí al encajar el sarcasmo de Rodrigo nombrando a mis seis primos-, es verdad... Igual hasta es la más viciosa de todas...

  • Que va!! Esa es la tita Rosa

  • ¿Y tú cómo lo sabes?

  • Porque... -mi primo guardó silencio al darse cuenta de que había estado a punto de soltar una imprudencia-. El primo Falín, que me ha contado alguna que otra -reculó finalmente.

Fue demasiado evidente, Rodri había estado a punto de soltar una bomba jugosa y se la había callado.

  • Ahora me lo cuentas... -sentencié, dejándole claro que le había cazado el lapsus.

Mi primo se quedó callado un segundo, sopesando. Pero tampoco se lo tuvo que pensar mucho.

  • Pues si quieres que te cuente las fotos que se hace la tita y que le manda al primo, antes tienes que dejarme que te diga que me encanta el tanga que llevas puesto; porque si no lo digo, reviento!!

Fue entonces cuando comprendí por qué mi primo me había mirado el culo antes; al ponerme de cuclillas para encender el fuego, la cinturilla del pantalón del pijama se había bajado lo suficiente como para dejarme el tanga y la hucha a la vista: un tanga turquesa de hilo... En esa parte del cuerpo como si no llevara nada más que un rayajo pintado, prácticamente.

Y, entonces, me dio el punto gracioso y, aún de cuclillas, me cogí el pantalón del pijama, me lo baje para enseñar todo el culo y, de inmediato, me lo volví a subir; asegurándome, dicho sea de paso, que la cinturilla esta vez sí que me tapaba la hucha y el tanga.

  • Culazo de prima!! -bromeé mientras realizaba el movimiento exhibicionista que no duró más de un segundo-. ¡¿Cómo que fotos?!¡¡¿Qué fotos le manda la tita a su hijo?!!

Mi tía Rosa es la pequeña de los hermanos, de hecho solo es un par de años mayor que yo, que soy su sobrina. Solo tiene un hijo, mi primo Falín, que ahora debe tener veinte o veintiún años; O por ahí... Es que los Benitez somos muchos y tengo mala cabeza para las edades, qué le vamos a hacer.

  • Pues... -mi primo alargó la palabra mientras se incorporaba. Estaba de cuclillas, como yo, junto a la chimenea mientras terminábamos de acomodar el fuego. Y, ya de pie y haciendo el ademán de echar a andar hacia los sofás, terminó de responderme-. Digamos que el primo se conoce todos los conjuntos de lencería de su madre y que es su consejero cada vez que la tita queda con alguien de Tinder.

Me levanté yo también, el fuego ya podía dejarse solo. Mientras lo hacía, en esas décimas de segundo, me imaginé a mi tía quedando cada dos por tres para tener una cita con sexo y me surgieron más preguntas.

  • Pero, fotos, ¿Por qué? Digo yo que lo normal sería, dentro de lo normal que es hablar de ropa interior con tu hijo -me interrumpí-, que se la enseñara en casa, sin ponérsela... -la cabeza no dejaba de bullirme-. ¿Entonces la tita es una follarina y el primo sabe lo follarina que es? ¡¿Y por qué te cuenta esas cosas Falín a ti?!

Nos acomodamos en uno de los cuatro espacios diferentes que tiene el caserón de los bisabuelos, una esquina con dos sofás, un sillón y una mesa de té que queda entre la chimenea y el primero de los tres grandes ventanales del salón, y continuamos con la conversación mientras disfrutábamos de nuestras cervezas. Los pormenores de la vida sexual de mi tía Rosa y su asesor, el primo Falín, fueron la charla perfecta para que la sensación familiar inundara el ambiente. ¿No os ha pasado nunca que, con alguien que conoces de toda la vida, le sigues viendo la cara de su mejor momento aunque hayan pasado cuarenta años? ¿Y no os ha pasado que, en ese momento, tienes cargada en la memoria RAM todos los recuerdos familiares y que, el acceso inmediato a los mismos y saber que tu interlocutor también los conoce y está en la misma situación, te provoca una sensación de confianza y complicidad extrema?

Pues así estábamos mi primo yo: siendo nosotros, hablando de sexo familiar en el casoplón histórico de nuestros bisabuelos que nos conoce desde que nacimos y erigidos por la familia como los dos Benitez que iban a desarrollar una de las propuestas para el futuro del edificio; partiéndonos de risa mientras recordábamos momentos del pasado que se intercalaban en la charla principal y conectando como conecta la sangre cuando se ama con sinceridad.

Y poniéndonos calientes, claro; cosa que podíamos imaginar el uno del otro pero de lo que no hablábamos porque era más morboso enterarse de cosas como que mi tía follaba con su hijo de vez en cuando...

  • ¿Tú cómo ves lo del sexo entre familiares? -le pregunté.

  • Pues imagino que como todo -comenzó a responderme Rodrigo-. Que, al final, el parentesco no importa si hay química sexual entre dos personas y termina por salir. No tendrías ni que preguntármelo, ¿no?

Dudé un segundo sobre si interpretar eso como una insinuación o si, por el contrario, era lo que me terminó por confirmar su mirada después de hacer la pregunta: que, a estas alturas de mi vida, ya debería conocer la respuesta a esa pregunta.

  • Ya, ya sé que lo tuyo conmigo viene de hace mucho tiempo -le contesté con un humor lleno de sarcasmo familiar para pillarle a contra pié.

Me encantó la cara de desconcierto que puso y tuve que echarme a reír. Cuando mi primo comprendió que le había cazado en todas las ocasiones en las que, a lo largo de nuestra vida, había sido meloso de más conmigo (que las había, incluidas las del último día y medio), se mordió el labio, cerró los ojos y suspiró aliviado.

  • Si es que siempre has estado buena de más, prima -me contestó.

  • Como para regentar un hotel fetichista con las ropitas de la tita Rosa, ¿no?

Volvió a morderse el labio, a cerrar los ojos y a suspirar. Y volvimos a echarnos a reír.

  • Pues el culo da la nota para un sitio así... Y estoy convencido de que habría quien vendría tan solo por verte.

  • No tengo yo desinhibición sexual como para tanto...

  • Eso suena a que, otras cosas, sí que has hecho...

  • ¡Que no quiero el trabajo! ¡Deja de vendérmelo! -bromeé antes de ocupar la boca con un sorbo de cerveza. Necesitaba aún un par de segundos más antes de empezar a hablar con mi primo de mis aventuras sexuales.

  • Es una lástima, porque pagamos bien -me respondió Rodri, continuando mi broma.

Que me perdonen las mujeres del discurso feminista, pero también existimos mujeres que nos ponemos cachondas al imaginarnos en un rol tan sumiso como el de una puta; en cualquiera de sus variables. Y la razón es sencilla, al menos en mi caso: estoy tan cansada de bregar con tantas responsabilidades en mi vida diaria que fantaseo con despreocuparme, perder los papeles y que alguien me controle y me dirija hasta donde quiera hacerlo. Y, cuántas más formas se le ocurran de manejarme y que yo no tenga que pensar en nada, tan solo en disfrutar del momento, mejor.

No quiero tener la responsabilidad de tener que sacar a pasear también al animal sexual que llevo dentro, prefiero que me lo saquen... Fácil, ¡No?

Pues lo de “una entrevista de trabajo” me pareció una buena ocasión para salir de paseo; lo sé porque mojé finalmente las bragas cuando me imaginé desnuda y de pie delante de mi primo, que me evaluaba para el puesto de gerente guarra de un puti hotel fetichista.

  • ¿Cerveza? -le pregunté a mi primo mientras me levantaba del sofá y le enseñaba mi botellín vacío.

  • Y habrá que ir pensando en cenar algo -me respondió-. ¿Pizza? El restaurante reparte a domicilio y me ha dado el antojo tonto.

  • Me apunto, que tampoco es que tenga yo muchas ganas de ponerme a cocinar ahora... -Rodri me miró ofendido-. Sí, ya sé que tú también puedes hacer de comer -le dije mientras caminaba de espaldas por el salón para no perderle la cara-. No me refería a eso, sino solo a mi pereza... Ahora volvemos a hablar de lo otro...

Dejé el comentario en el aire a posta justo antes de darme la vuelta como también le enseñé el tanga a posta a mi primo por segunda vez. En esta ocasión, me preocupé de que asomara “accidentalmente” por encima de la cinturilla del pantalón lo suficiente como para que Rodri lo viera y pensara que, “lo otro”, eran mis experiencias sexuales. Y yo me fui a la cocina mientras le daba vueltas a todas las ideas y recuerdos que me venían a la cabeza.

Hubo una ocasión en la que mi primo y yo estuvimos muy cerca de liarnos siendo jóvenes. Fue en su casa, un fin de semana que nuestros padres nos dejaron solos por otro asunto familiar para el que, entonces, éramos aun pequeños o innecesarios. Fue una noche en la que mi primo se buscó las vueltas para que nos acomodáramos de una forma determinada en el sofá: él contra una esquina, con una pierna estirada sobre los cojines y la otra en el suelo y yo sobre él, con mi espalda sobre su pecho, mientras veíamos un vídeo doméstico de momentos familiares. En aquella postura, mi primo podía colocar plácidamente sus manos sobre mi vientre y lo hizo, ¡Vaya si lo hizo! De hecho, sus manos no pararon quietas hasta que no tuvo más remedio que desistir de sus intenciones. Pero que sepáis que estuvo durante más de un par de horas acariciándome el vientre y tratando de colar los dedos por debajo de mi braguita, que le dejé que lo hiciera mientras sentía cómo se me clavaba su polla en la espalda baja y que no llegamos a más porque se empeñó a colarse por abajo y no probó a tocar por arriba... Por la posición en la que estábamos, sus dedos nunca podrían colar más de media uña por debajo de mis bragas, pero podrían haberme acariciado las tetas a placer por debajo de la camiseta.

Y no se lo ocurrió hacerlo; tenía dieciséis años y yo acababa de cumplir los diecinueve. No se mereció que yo hiciera nada más, no estaba preparado...

  • Y seguro que ahora es capaz de hacerme un dedo que me deje el coño hecho merengue -pensaba mientras abría la nevera.

No fue el frío del otro lado de la puerta lo que me puso los pezones duros.

Me vino muy bien que Rodri me viera con las largas puestas cuando regresé al salón. Su sonrisa y el modo en que, furtivamente, miró cómo se me marcaban las tetas en la camiseta del pijama, me confirmaron por enésima vez que ponía a mi primo y que estaba loco por sexualizar aún más el rato que estábamos pasando. Lo cierto es que ambos queríamos aparcar ya el coño de mi tía para empezar a preocuparnos principalmente del mío.

  • Entonces... Gerente no, pero traviesa sí. ¿no? -me preguntó cuando volvía a sentarme, dando voz a la evidencia.

  • ¡Ah! No hablaba de eso cuando me he ido, sino de las entrevistas de trabajo -respondí con toda la intención, esperando el gesto de desesperación de mi primo que, efectivamente, no se hizo esperar-. Porque, a ver... Estamos hablando de que son entrevistas a personas que deben estar preparadas para responder a preguntas sobre situaciones como, por ejemplo, que a un cliente se le enganche el aparato en un grillete y cosas así... O que debe saber qué música tiene que sonar si hay hilo musical, o si hay o no cafetería; y cómo es y cómo tienen que ir los clientes en la cafetería... ¿Y todo eso en lencería? ¿La entrevista también en lencería?

  • Imagino que, como en todas las entrevistas, quien se presenta sabe a lo que se presenta y lo que se le puede presentar...

  • ¿Tú le pedirías a una aspirante que se desnudara?

  • Si es por manifestarse de una manera políticamente correcta, sería una mujer quien hiciera las entrevistas por respeto inicial a las aspirantes; aunque todos sepamos de qué se está hablando.

En ese momento sentí que había un problema de comunicación entre mi primo y yo. Tenía la sensación de que, a estas alturas, él entraría más al trapo si percibiera algún tipo de doble sentido en mis palabras. ¡Estábamos en un momento en el que podía bromear abiertamente un “desnúdate prima” y no lo hacía. Me sentí un pelín frustrada, me acordé del Rodri adolescente que no fue capaz de cumplir su fantasía con una mayor de edad porque no fue valiente y tuve la sensación de que estaba pasando de nuevo lo mismo. No era normal que, a pesar de las ganas que yo creía que teníamos los dos de jarana, mi primo soltara respuestas tan evasivas y asépticas como la que acababa de darme.

  • ¿Tú acudirías a una entrevista de trabajo en la que supieras que es una posibilidad? Y, es más, matizo ¿Tú irías a una entrevista de trabajo en la que sabes que, los desnudos, son para disfrutarlos desde esa connotación sexual?

  • Sí a la primera; y gracias por matizar -contesté con una simpática sonrisa de naturalidad-. Y no a la segunda. No siempre hay ganas de sexo y, si tuviera que simularlas por trabajo, terminaría siendo un problema. ¡Seguro! Yo puedo ser una porno chacha si quiero, pero no por contrato mercantil...

  • ¿Desnuda y en delantal? -el modo en el que le brillaron los ojos cuando contestó me sacó una sonrisa; supe que estaba reaccionando y que la cosa empezaba a despegar-. Pues, si no es por contrato mercantil va a tener que ser por afinidad familiar, pero me encantaría ver eso.

  • ¿Eso también se lo dices a todas tus primas?

  • No. Solo a las que están buenas y con las que tengo confianza para decírselo...

Se produjo el “breve silencio mágico”, ese en el que algo acaba de pasar y que te revoluciona. Por fin Rodri tomaba la iniciativa y disparaba fuego real familiar. Evidentemente no creo que se imaginara que sería capaz de hacerlo, pero le encantaría y estaba empezando a pasar a la acción por si sonaba la flauta. De nuevo iba a dejarle que, metafóricamente, me colara media uña de los dedos por debajo de las bragas todo el tiempo que quisiera. Venía su segunda oportunidad y tenía muchas ganas de que supiera aprovecharla en esta ocasión.

Y pude ver en sus ojos que él también había pillado el tipo de momento en el que nos encontrábamos.

  • Tengo una colección de fotos enorme de esa guisa -le confesé-. Con Nacho jugaba mucho a los porno disfraces.

  • Podía usted haber aportado ese material en su currículum previo a la entrevista -bromeó mi primo con cierta picardía pero sin saber que acababa de pulsar la tecla adecuada.

  • ¡Ah! ¿Que me estás entrevistando? -sacudí el cuerpo levemente, como si quisiera ponerme en posición de entrevista pero sentada en el sofá, y traté de poner cara de entrevistada-. Vale... Pues, entonces... Sí, supongo que habría sido practico tener en cuenta esas fotos. Un descuido lo puede tener cualquiera -respondí entonces con voz de entrevistada nerviosa para terminar de meter a mi primo en el juego.

  • Pongamos que tienes que apagar el siguiente fuego: hay un cliente de setenta años desnudo y sujeto a un potro vertical (una cruz de San Andrés) que se ha desmayado y al que hay que quitarle los cinco grilletes que le sujetan: cuatro de pies y manos y el quinto en la polla; el que le ha provocado el desmayo. ¿Cómo lo gestionas?

Mi primo se fue agarrando sabiamente a las perlas que, inconscientemente, me estaba dando cuenta en ese momento de que le había ido dejando y me alegré de que hubiera aprovechado ese recurso. Ya habría tiempo de ver cuáles más tenía, que empezaba a sospechar por cómo me miraba al plantearla el supuesto que los tenía, pero de momento mostraba la iniciativa que, en su pubertad, le hizo perderse la oportunidad de culminar esto que, de nuevo, estábamos haciendo en la madurez.

  • Imagino que la plantilla del hotel contaría con más personal. Así que, en primer lugar, acudiría a ver al cliente acompañada de alguien lo suficientemente fuerte como para poder sostener su cuerpo. La prioridad sería liberarle del potro y tratar de hacerle recuperar el conocimiento con las técnicas básicas de reanimación. Y llamaría a los servicios sanitarios de inmediato, entre la inspección ocular y lo de reanimar al abuelo.

Mi primo puso cara de rechazar el uso de esa expresión para referirme al cliente del supuesto. Estaba completamente metido en su papel y eso me encantaba.

  • Al cliente -me corregí avergonzada-, quería decir... Esto de que el entrevistador sea familia hace que mezcle los roles...

  • ¿Te genera algún otro tipo de incomodidad el hecho de que seamos familia?

  • No, ninguna -respondí firme, sabiendo que esa pregunta era realmente oscura-. De hecho, ni siquiera es incomodidad... Es que yo, en las entrevistas de trabajo, intento mostrarme tal cual soy; nunca pretendo impostar un comportamiento demasiado rígido, forzado o presumible... Vamos que, por mí, nos hablamos de tú y... ¡Un momento! ¡Tú has dicho polla hace un momento! Tampoco sería normal en una entrevista...

  • Perfecto, prima -me dijo a continuación-. Continuamos en este tono la entrevista. Me parece bien... ¿Hablamos del uniforme de trabajo de los empleados y del tuyo propio?

  • Imagino que, en el recibidor, traje o vestido de chaqueta y, del recibidor para adentro, fantasías eróticas acorde a la oferta comercial, ¿no? Y yo, para el cargo de gerente, encerrada en mi despacho la ropa que quiera y, cuando sea la cara del establecimiento, lo que el momento demande. Incluso el delantal de porno chacha si fuera necesario...

Mi primo guardó silencio unos segundos en los que me sostuvo la mirada. No era capaz de escudriñarle el gesto. Era evidente que debía haber lascivia en sus pensamientos, me miraba como si estuviera imaginándome con el delantal. Pero había algo más en su mirada y en su silencio y no pude evitar sonreír para transmitirle un “sé que me estás imaginando ahora mismo de porno chacha y que te gusta”.

Miró el reloj de la pantalla de su móvil antes de volver a hablar.

  • El delantal de porno chacha... Ese con el que nos habría venido muy bien verte en tu currículum antes de llegar a este delicado momento... -volvió a guardar un brevísimo silencio y yo tragué saliva temiéndome ardientemente lo que podría escucharle decir a continuación-. Entenderás que, para este trabajo, el aspecto físico es una variable fundamental que no se puede pasar por alto...

  • Evidentemente -contesté, haciéndome la valiente porque estaba convencida de que, lo que venía a continuación, implicaba desnudarse y estábamos jugando y no iba a ser yo la primera en achantarme; con lo bien que me lo estaba pasando.

  • Ya que consideras que habría sido interesante mostrarme esas fotos por el tipo de empleo que ofertamos, supongo que no tendrás inconveniente en, al menos, responder a la siguiente pregunta... ¿Entiendes que me parezca necesario conocer tu anatomía y que quiera resolver ese extremo en esta entrevista?

Fui a echarme a reír; “conocer tu anatomía” ¡menuda forma de decir que me quite la ropa! No lo hice. Llegué a sentir la bocanada subirme hacia la boca pero me contuve, no quería salirme del rol de entrevistada. Sin embargo, tras la primera reacción de ir a volver a ser la tímida avergonzada, recordé que mi rol era el de entrevistada por mi primo y que eso me daba cierto margen de maniobra; podía reírme si me nacía hacerlo. Podía usar muchos recursos...

  • Si llego a saber que iba a tener que quitarme la ropa, le habría pedido a la tita alguno de sus conjuntos de lencería para la entrevista. Claro que tampoco sabía que mi tía era tan divertida...

  • No es la ropa que uses lo que interesa -respondió casi sin dejarme terminar de hablar-, sino la percha. Así que, con lo que llevas ahora, seguro que está bien.

Los nervios le quebraron levemente la voz cuando dijo “percha”, pero el aplomo y la convicción con la que terminó de hablar y el modo en el que se quedó sosteniéndome la mirada, lo dejaron del todo claro: mi primo me estaba diciendo que quería y esperaba que me quitara el pijama; seguía jugando y subiendo la apuesta.

Me quedé inmóvil unos segundos, en los que yo también le sostuve la mirada, y aproveché para recapitular: había llegado el momento que me había hecho mojar las bragas al fantasearlo y no había sido por casualidad ni me pillaba por sorpresa. Mi primo y yo estábamos jugando y podíamos detener el juego en cualquier momento si queríamos.

  • Y todavía no quiero ni sé si quiero... -pensé.

Eché un vistazo al enorme salón que, por su tamaño, estaba casi en penumbra. Solo nos iluminaba la bombilla de una lámpara que había entre el sofá grande y el sillón y la luz del fuego de la chimenea. Los otros tres espacios del salón estaban casi a oscuras y, de fondo, emergía tan solo la luz de la cocina; que tengo la costumbre de tenerla siempre encendida en casa en cuanto atardece.

Me levanté del sofá, mi primo me vio venir y los ojos le hicieron chirivitas. Agudicé los sentidos en la piel para evaluar la temperatura del salón y, cuando constaté que no iba a pasar frío, me coloqué de pié de frente a Rodri y empecé por quitarme los pantalones.

Los lancé al sillón y, de seguido, me quité la camiseta que lancé luego al mismo sitio. Estiré la espalda, me cogí las manos por detrás y crucé las piernas. Cuando mi primo decidió atreverse a pedirme que me desnudara, sabía que me iba a quedar tan solo con un tanga minúsculo; lo había visto y sabía que no llevaba sujetador. Yo decidí mojar el tanga cuando subí a ponerme el pijama, así que no elegí uno cualquiera: la poca tela que había por delante, era una redecilla que no dejaba lugar a la imaginación y enseñaba, casi exhibía, todo mi sexo.

Llevarlo era casi lo mismo que no hacerlo; solo se diferenciaba por una concisa cuestión de higiene. Estaba empapado de mí...

Sin cambiar la postura, como una azafata, me permití el lujo de dedicarle miradas morbosas a mi primo, diciéndole que me lo estaba pasando bien, que estábamos disfrutando de un momento íntimo, cómplice y divertido; de alto contenido sexual pero sin fines pornográficos previstos ni premeditados. Evidentemente tenía unas ganas de follar locas y no me importaría haberme hecho seis pajas seguidas delante de mi primo pero, lo que quería sentir en ese momento, era más el morbo de la complicidad en las locuras más que el placer sexual puro y duro.

Rodri adoptó mirada de examinador y me repasó de arriba a abajo y de abajo a arriba en dos pausados y observadores barridos. ¡Tiene una maravillosa mirada seductora el puñetero! ¡Incluso cuando te mira el coño descaradamente!

  • Es indiscutible que tu anatomía encaja con el espíritu del hotel y con el puesto de trabajo... Me estoy acordando de uno de los conjuntos de la tita que seguro que a ti te quedaría mucho mejor...

¡¡¡¿Perdona?!!! ¿Qué bombazo acabas de soltarme?

No dejó de mirarme el coño fijamente mientras esperó a que asimilara lo que acababa de decirme. Me costó un instante querer verlo pero enseguida supuse que Falín no solo le contaba, sino que también le enviaba las fotos de su madre. Así que, de repente, mi primo Rodrigo era el puto fuckermaster de la familia y ya llevaba conocidas, como poco, a un par de Benitez casi desnudas.

  • No, si al final va a ser verdad que nos dices cosas a todas...

El cabrón de mi primo no me contestó, se limitó a poner una sonrisa morbosa para hacerme dudar: “anda que si juego con más mujeres de la familia... Qué morbo, ¿no?”

Apenas estaba reponiéndome del subidón de excitación que me produjo imaginar que mi primo era así de morboso cuando el timbre de la puerta me provocó otro sobresalto.

  • Debe ser la pizza -me dijo mi primo-. ¿Abres tú?

  • Me estás vacilando -reaccioné.

  • ¡Ah! No... Es un caso práctico. Buscamos una gerente que esté preparada para cualquier tipo de eventualidad.

Y volvió a decirme con la mirada que quería y esperaba que abriera desnuda la puerta para atender al pizzero.

Y me puse tan cachonda que tuve que disimular las ganas que me entraron de repente de ir corriendo a abrir la puerta.

  • Dinero -le dije, extendiendo la mano-. Los gastos corren a cargo de la empresa.

Mi primo se levantó del sofá sin dejar de mirarme completamente atónito. Me había lanzado el órdago y no se esperaba que se lo respondiera. Por un momento le vi el desconcierto en la mirada, como si estuviera a punto de detener el juego, pero se lo impedí. Con la adecuada sonrisa, le dije que esa noche me lo estaba pasando tan bien que me sentía lo suficientemente loca como para hacer semejante disparate. Se acercó a un aparador en el que dejamos los bolsos y carteras cuando llegamos el día anterior y me dio un billete de 20 euros.

  • Estás como una puta cabra -suspiró, alucinando todavía.

  • Eso ha sonado muy poco profesional -le contesté bromeando mientras cogía el billete de su mano-. Espero que no se lo digas a nadie en una entrevista de verdad.

Me di la vuelta, le di la espalda y comencé a recorrer el camino que me separaba de la puerta de la casa. La repentina impaciencia que me había dado un momento antes se convirtió en el más excitante de los miedos; lo mismo me temblaban las piernas mientras caminaba que tenía que tener cuidado de no resbalarme con mis propias babas vaginales.

Vale, igual he exagerado un poco con eso último; ¡pero estaba lubricada como para no chirriar en cien años!

El caso es que estaba cachondísima, muerta de la vergüenza y también de la excitación. No era la primera vez que abría desnuda la puerta de casa sino la tercera y, en las dos ocasiones anteriores, terminó siendo una noche de puta madre. Aún no había perdido la vergüenza de afrontar un momento así, pero sabía que la excitación que provocaba bien valía siempre la pena.

Encendí la lámpara de techo de diez brazos del recibidor y, tras dar pausadamente los últimos cuatro pasos mientras regulaba la respiración, alargué la mano y agarré el frío picaporte de hierro.

No sabía a quién me iba a encontrar al otro lado de la puerta pero sabía que, por un instante, solo con mi cuerpo iba a doblegarle en cuanto me viera. Ese instante te hace sentir poderosa solo por existir, ¡es maravilloso! Y cuando, luego, adivinas la instintiva reacción sexual de quien te ve -que siempre se produce de una u otra manera- puede pasar cualquier cosa. Pero siempre es, como poco, divertida.

  • ¡Hos-tiás, chiquilla! ¡Joder con los Benitez!

Apenas debía tener dieciséis años el muchacho que acababa de llamarme chiquilla; me pareció algo tan simpático, cercano y agradable como la calidez que tenía su pícara mirada. Llegó a dar de un repullo un paso para atrás y cerró instintivamente los ojos lo que dura un parpadeo doble. Luego volvió a abrirlos y su mirada fue tanto o más expresiva que las propias palabras que soltó por la boca hasta llamarme por mi apellido.

Me encanta estar buena y disfrutarlo con estos juegos... Hay miradas que provocan mejores escalofríos que los de algunos ratos de satisfayer.

Y, ese muchacho, acababa de provocarme un subidón que supe corresponder con una mirada y sonrisa morbosa y sugerente; de las de “no tengas miedo, ni prisa...”

  • ¡Perdón! -dijo casi de corrido con sus anteriores palabras, mientras me mostraba la palma de la mano y la sacudía como si pudiera reiniciar el momento-. ¡Buenas noches! -me dijo a continuación, mirándome a los ojos-. Traigo pedido de la pizzería.

  • Perfecto -respondí sosteniendo todavía la sonrisa pero girándola de erótica a simpática-. Gracias por lo de chiquilla, me acabas de quitar muchos años de encima... ¿Chiquilla?...

Se había recompuesto con tino y estaba manteniendo la compostura, incluso sabía aprovechar los tiempos para lanzarme miradas furtivas mientras, interesadamente, se recolocaba por delante la bolsa térmica para sacar un par de cajas de pizza. Era un muchacho espabilado, despierto; no me cupo la menor duda.

  • Es una palabra que uso mucho con las muchachas bonicas -me respondió en tono amable aunque algo nervioso, confirmando que era listo y que había captado perfectamente el tono de curiosidad con el que acababa de preguntarle-. Como un cariñico...

  • Sí -respondí entonces yo, manteniendo un ritmo ameno en la conversación y mientras le daba el billete-. Es que es eso exactamente lo que me ha parecido y por eso me ha sorprendido; el primer arranque en estas situaciones suele ser de deseo o de pudor. Es la primera vez que me encuentro con un caso de ternura...

  • ¿No te habré cortao el rollo, no? -preguntó cómplice y tras lanzarme una nueva mirada furtiva a la entrepierna.

Esas son el tipo de preguntas espontáneas que definen el caracter de alguien. Solo con esa pregunta me animé a contonearme de nuevo sugerentemente, dejándome ver, mientras me acomodaba las cajas en un brazo y cogía la vuelta con la mano del otro.

  • No lo parece, ¿no? -le respondí yo con guiño pícaro de ojo al final de la frase.

  • Estás para mucho más que mirarte, chiquilla...

Nos echamos a reír de inmediato; le salió espontáneo, no pudo evitarlo. Volvió a ponerme muy cachonda.

  • ¿Qué pasa con los Benitez entonces? -pregunté con sonrisa cómplice.

  • Que se montan unas fiestas de puta madre por lo que veo... Buena comida, tremendas mujeres... -se recreó al decirme esto último. Me lo dijo mirándome a los ojos, follándome con la mirada-. Lo que viene siendo el “gold pack”... El pizzón-pibón... - guardó un breve silencio esperando una sonrisa que le regalé encantada-. Una cosa más -me dijo entonces, introduciendo un nuevo tono de voz y un nuevo tema-. Me ha pedido mi jefe que le diga a Rodrigo que le espera mañana para comer en el restaurante... ¿Le puedes dar el recado?

Me quedó bastante claro que el muchacho tampoco tenía ni idea de con quién estaba hablando.

  • Sí, yo se lo digo ahora a mi primo -contesté con una nueva sonrisa pícara y otro guiño cómplice que provocó la esperada sorpresa en la cara del muchacho-. ¿Alguna cosa más?

  • Pues, ahora que lo dices... Si queréis para vuestras fiestas aliños para el tabaco, buscadme. Los civiles tienen mi número, son colegas...

¡Menudo elemento! Tuve que volver a reírme con su gracia. Y, en nuestras sonrisas, leímos que nuestros secretos estaban a salvo.

  • No es habitual, pero me la apunto -le contesté con una sonrisa de despedida.

  • Ok -respondió-. Que la vida te trate siempre bien, chiquilla...

Me guiño un ojo y se dio la vuelta antes de que le diera tiempo a ver la sonrisa de felicidad con la que le miré al marcharse. Volvimos a cruzar las miradas cuando se subió en la moto y volvimos a estar de frente. Me apeteció esperar en la puerta de casa hasta el último momento a que se marchara; no había más miradas que las de los árboles de los huertos de en frente y el fresquito primaveral de primera hora de la noche me mantenía despiertas y sensibles todas las terminaciones nerviosas, sobre todo las que transmitían impulsos sexuales.

Eché un último vistazo al exterior antes de cerrar la puerta, me habría encantado sorprender a un mirón para llevarme ese último sustito con excitación incorporada; pero no lo hubo.

Rodrigo se había levantado del sofá; estaba de pie, junto a la gran mesa del salón, y parecía que había estado pendiente desde ahí de mi encuentro con el repartidor.

  • He estado siempre tan absorto en la fantasía de gozarte el cuerpo que nunca me había dado cuenta de que tu cabeza mola mucho más... -se atrevió a decirme con impostada naturalidad educada para que no se notara mucho la burrada que acababa de soltarme.

  • Follarse al cerebro, primo... Ese es el truco -contesté mientras seguía caminando hacia el salón.

  • Eso parece -me dijo de seguido-. Espera -y dejó de apoyarse en la mesa para venir caminando hacia mí.

Me detuve en seco, era lo que me pedían sus palabras, su forma de decirlas y su manera de mirarme. Llegó a mi altura y, cuando pensaba que me iba a coger las cajas de las pizzas, se agachó para ponerse de cuclillas y, con una seguridad que me encantó, no dudó en posar las manos en mis caderas un segundo para deslizarlas con suavidad hacia abajo y llevarse el tanga con ellas.

Abrí un poco las piernas y luego levanté los pies para que lo sacara.

Al incorporarse me cogió las pizzas y comenzó a caminar lentamente de espaldas, observándome mientras yo permanecía inmóvil y sonriendo con expresión de placentero morbo.

  • ¿Cómo se llama la costumbre esa de Japón de poner la comida sobre mujeres desnudas? -preguntó dejando entender que su intención era más la de contarme lo que me haría que la de saber cómo se llama eso que me haría.

  • Coño a la barbacoa sería ahora, ¿no? -respondí con desenfado sincero-. Pero, ¡qué va! Que yo también tengo hambre y tumbada no puedo comer -terminé de decir comenzando de nuevo a moverme en dirección al sofá para coger mi cerveza.

Rodri no dijo nada, se limitó a mirarme. Aun se entretenía en admirar cada una de mis curvas y de mis rincones.

Volví a mi rincón de mi sofá, a aclimatarme a la calidez del fuego del salón y lamenté que la cerveza no estuviera más fresca. Volví a levantarme.

  • Está caliente, parece que no es la única -contesté para devolverle un poquito a la realidad-. ¿Quieres una fresquita?

Y totalmente despreocupada y desinhibida, ya me movía desnuda con total naturalidad delante de mi primo por aquella enorme casa; con mi calentón latente, pero sin prisas por sofocarlo. ¡Qué estaba muy agustito!

  • ¿Has oído el recado que traía el repartidor para ti? -pregunté al regresar de la cocina con dos botellines fresquitos de cerveza; uno en cada mano.

  • Párate un segundito, prima -me dijo cuando pasaba a la altura de la chimenea-. Solo un segundito antes de volver a la realidad... -me detuve y se hizo el silencio por unos segundos; hasta que mi primo empezó a describirme una escena-. Cersey Lannister, cuando está en lo alto de las escaleras para comenzar el camino de la Penitencia que la lleve de regreso al castillo de Desembarco del Rey...

Recordé esa escena de Juego de tronos; la reina madre, después de haber sido juzgada y condenada, está desnuda frente a la multitud; ante todos los vecinos de la ciudad que es capital de los Siete Reinos. No se puede estar más humillada ni más expuesta...

Y, cuando el rollito sumiso te pone, imaginarte en esa situación te pone; me puso...

De nuevo estiré la espalda, crucé las manos por detrás y, en esta ocasión, no crucé las piernas sino que las mantuve juntas; separadas solo lo necesario para que los labios vaginales respiren sin rozar muslo. Hundí levemente la barbilla hacia el cuerpo, saqué pecho, sonreí y mantuve la mirada serena por el tiempo que fuera necesario.

Cogió el móvil, me asusté y me excité; abrí un poco más las piernas y entreabrí la boca para que empezara a hacerme fotos.

Solo hizo una.

  • Justo con esta actitud te fantaseaba en esa escena... Te va a gustar -terminó de decir, cambiando por completo el tono de voz hasta el punto de hacerme entender que ya podía moverme y mientras le veía trastear con su móvil para que, un pitido en el mío, me dijera que acababa de enviarme la foto.

Regresé a mi sitio del sofá. Había traído en previsión un corta pizzas e hice bien al tenerlo en cuenta. Mi primo se encargó de los cortes mientras que yo examinaba la foto que me había enviado.

¡Fotón!

Había bajado tanto la luminosidad al hacerla que, prácticamente, la foto era un fondo completamente negro del que salía a la luz una mujer desnuda, iluminada desde su izquierda y con media cara, el brazo derecho y la parte baja de las piernas aún en las sombras. Mi gesto, lejos de manifestar la serenidad que le había supuesto al ponerlo, exponía una sensualidad insultante. Era increíble la mirada de seducción con la que, literalmente, me había estado comiendo al objetivo mientras me hacía la foto.

Me estaba poniendo cachonda de verme y de, como Rodri, imaginarme así de disfrutona en medio de Desembarco del Rey...

  • Sí señor, me gusta mucho la foto...

La fotografía, en sus múltiples variables, ocupó la primera parte de la cena. A Rodrigo se le daba bien, estuvimos repasando algunas de paisajes y otros encuadres de las que tenía publicadas en sus redes sociales y, evidentemente, mientras charlamos de todo un poco también tocamos algo del lado erótico-festivo de la fotografía.

Hasta que no supo que mi fototeca sexual supera las dos mil imágenes y que hasta tengo un felatio- collage de más de cincuenta fotos no se le ocurrió compartir conmigo las fotos que tenía de mi tía Rosa en lencería y que terminé pidiéndole que me enseñara. Esa curiosidad mía nos llevó a hablar de mis experiencias lésbicas, de las que también hay fotos, y a que todo el rato inicial de la cena compaginara perfectamente la tarea de mantener alimentados nuestros estómagos y el resto de los apetitos.

Hablamos del estado de excitación sexual de ambos, claro, pero Rodrigo no estuvo tentado de abalanzarse sobre mí aunque, finalmente, se soltara y me fuera contando algunas de las barbaridades que me haría.

Y sabía que me calentaba escucharlas; ya estábamos follándonos placenteramente los cerebros, no había prisa en terminar con el resto de la piel.

  • ¿Preparas la mesa para lo de las japonesas? -le pregunté cuando me apeteció, señalando con un golpe de barbilla la gran mesa de comedor del salón-. ¿O no te cabe un bocado más?

Los dos sabíamos que “ese” bocado, sí que le cabía... Coño a la barbacoa...

Asintió con gesto de parecerle una buena idea y se levantó del sofá aún con la boca llena; sin prisas ni atropellos, sino seductoramente decidido.

  • ¿Llamamos al repartidor y que se traiga sus cosillas? -le pregunté a continuación.

Mi primo me miró para conocer mis intenciones; si iba a llamarle para que viniera y se fuera o si iba a llamarle para que viniera y se quedara.

  • Sí -empezó a decirme-. Pero lo resuelves tú mientras yo termino de cenar...

Y ahí tienes a mi primo follándome el cerebro porque acaba de hacer que me lo imagine comiéndome el coño mientras hablo por teléfono con otro tío para que se sume a la fiesta.

  • ¿Cómo se desbloquea tu móvil?

  • Es una M invertida -me respondió mi primo al verme coger su teléfono y adivinar mis intenciones-. Nico “Pichabrava” es el del restaurante.

Rodrigo continuó quitando cosas de la mesa y poniéndolas en el gran aparador mientras yo le trasteaba el móvil. Hable con su amigo Nico, le confirmé que comeríamos en el restaurante al día siguiente y le pedí el teléfono y el nombre de su repartidor. Nico no hizo preguntas, pero me lo dio sabiendo, sospechando más bien, para qué podía quererlo; no tenía ni la más mínima idea de la realidad.

  • ¿Todavía no has terminado? -le pregunté a mi primo al finalizar la primera de las dos llamadas que tenía que hacer.

  • Sí -respondió-. Ya puedes venir y tumbarte.

La mesa tenía una tabla de unos dos metros aproximadamente. Tumbada boca arriba con las piernas estiradas, apenas me sobraba un palmo de mesa por la cabeza y otro palmo por los pies.

¡Ah! ¡Bueno! Que no os he dicho que mido casi metro ochenta...

Nos cambiamos los sitios. Yo estaba ahora tumbada sobre la mesa, posando el cuerpo sobre un tapete burdeos que caía por ambos extremos, y Rodrigo había regresado al sofá para, con el cortapizzas, cortar unos cuantos trocitos tamaño “bocadito”. Como me había llevado su móvil para hacer luego la siguiente llamada, le estuve curioseando la galería de fotos mientras le esperaba; concretamente el histórico de archivos que había en la conversación con el primo Falín. A los pocos minutos, Rodrigo se me acercaba con una de las cajas en la mano.

  • Ahora, tumbadita y quietecita...

Me quitó el móvil de las manos y me pegó los brazos al cuerpo. Me cogió del mentón para colocarme la cabeza y, luego, dio un paso atrás, me echó un vistazo de pies a cabeza y acercó la mano a la caja.

El primer trocito me lo puso en el extremo exterior de la clavícula izquierda, el segundo en el interior. Otro más justo al lado, sosteniéndose en la base del cuello; uno en cada pezón, otro encima del ombligo con uno más al lado...

  • ¿Has pensado qué foto de las que me vas a hacer le vas a mandar al primo Falín? -le pregunté con los ojos cerrados para follarle yo también un poquito el cerebro, mientras le sentía poner otros dos bocaditos de pizza, uno encima de cada protuberancia de la pelvis junto al vientre-. Porque digo yo que irás a hacerle fotos a la mesa que estás poniendo antes de comértela, ¿no?

  • Igual le mando un vídeo... -me respondió el hijo de puta, justo en el momento en que me hundía entre los muslos con el dedo la punta del bocadito que me había puesto sobre el coño-. Y te dejo que, al final, tú misma le mandes un beso...

  • Ese trozo va a estar caliente cuando te lo comas -le tuve que responder, abriendo los ojos y con una cara de calentón de la que ya era consciente hasta yo.

No dijo nada, se limitó a mirarme y sonreír mientras me ponía los últimos tres bocaditos; uno sobre cada muslo y otro sobre el pie izquierdo.

  • La noche aquella en mi casa que, de jóvenes, me dejaste meterte la punta de los dedos bajo las bragas, tu descaro me avisó de que eras mucha mujer para mí. No he disfrutado en mi vida de acariciar una piel tanto como gocé esa noche con tu velada confesión... Y, ahora, quietecita de nuevo que voy a hacer las fotos.

-¡Qué pedazo de cabrón! -pensé, a la par que un escalofrío me recorrió media espalda hasta la rabadilla.

Resulta que, aquella noche de jóvenes, fue la primera que reaccionó como un adulto y yo sin saberlo. He estado todo este tiempo pensando que había sido un adolescente obcecado cuando, en realidad, mi primo fue un tío listo. ¡Muy listo!

¡¡Aquella noche se pasó dos horas follándome el cerebro solo con colarme la punta de los dedos por debajo de las bragas!!

Hijo de puta, qué cachonda me tenía encima de la mesa... ¡Qué genio!

  • ¿Cómo se desbloquea tu móvil?

  • Un reloj de arena, da igual desde dónde lo empieces -contesté, abriendo los ojos y mirando hacia mi izquierda sin girar la cabeza.

Me sorprendió que cogiera mi teléfono y, como ocurrió al principio de la noche en la chimenea, que tardara tan poco en moverse de un sitio a otro. Darme cuenta de cómo me llevaba calentando desde el principio de la noche no me había costado los segundos que se tardan en ir de la mesa a la mesita y los sofás. Luego, cuando supuse que debía haberme entretenido en mis pensamientos más de lo que imaginaba, empecé a encontrar también razones por las que me parecía mucho mejor que me hiciera las fotos con mi móvil que con el suyo. Así que volví a mirar al techo con los ojos cerrados y me relajé mientras que, con el oído, me limitaba a seguir la escena.

Mi teléfono hace el sonidito cada vez que dispara una foto. Así que, cuando empecé a escucharlo, pude ir situando a mi primo y, también, la imagen que podría tener de mí en el encuadre. Estaba imaginando fotos muy morbosas y siendo consciente de que, con ellas, mi cerebro era puro sexo en ebullición y mi primo lo sabía; lo estábamos disfrutando, ahora sí, juntos. Ya sí que podíamos decir que llevábamos un buen rato follando. Luego me sorprendí y estremecí cuando escuché el disparador pegado a mi oreja derecha.

Y de nuevo cuando, unos segundos de silencio después, junto a mi mano pitó el móvil de mi primo avisando de que había recibido algo.

  • Voy a empezar por el del cuello -le escuché entonces decirme junto al oído izquierdo-. Mándale a Falín la foto por mí, si te parece bien -continuaba diciéndome en un cálido tono de voz, con entonación indecisa entre “por favor” y “es una orden”, que me puso todavía un poquito más loca-. Y no te despistes mucho, que voy a terminar de cenar y todavía tienes que llamar al pizzero...

Se me aceleró el pulso en cuanto se hizo el silencio y separé la espalda de la mesa en un espasmo de placer cuando, un instante después, sentí la boca de mi primo aspirar el bocadito y fundir sus labios y mi piel con el contrato de la saliva.

¡Virgen santísima, qué rico!

Dejé caer la cabeza hacia la derecha para que me chupara a placer. Disfruté de los primeros y apasionados segundos en los que me recorrió el cuello con la boca y, cuando regresó al bocadito que me había puesto en la base de la clavícula izquierda, respiré hondo para disfrutar del modo en que me siguiera seguir recorriendo cada palmo de la piel.

De la base de la clavícula fue al hombro izquierdo comiéndome a besos y, tras comerse el bocadito, regresó a por el que aún me quedaba de los dos que me había puesto en el cuello. Ese lo aprovechó para, con la mano, cogerme el del hombro derecho y, luego, acariciarme el contorno de la teta derecha en dirección al pezón; donde se encontraba el siguiente. Por otro lado, su boca descendía besándome del cuello a la teta izquierda.

Estaba disfrutando de cómo me comía dulcemente el pezón izquierdo y me acariciaba el derecho cuando, finalmente, tuve cuerpo además para sumarle al momento la foto para Falín.

Abrí los ojos y cogí el móvil, que tenía junto a la mano derecha. Una vez desbloqueado, abrí el Whatsapp; mi primo tenía un mensaje mío. O, mejor dicho, de mi teléfono. Era una foto...

En perspectiva, de pies a cabeza, se me veía extendida sobre la mesa. En la profundidad de la foto, por la parte de mis pies se veía la zona de los sofás y, al fondo, más allá de mi cabeza, el fuego y la chimenea. Estaba tomada desde una distancia en la que el salón y la cena compartían importancia; era tan evidente que se trataba del salón de la casa de los abuelos como que había una mujer desnuda sobre la mesa lista para ser devorada.

Y, de nuevo, le había tocado la iluminación de tal manera que no se podía decir de primeras si la mujer era yo o no lo era; pero era más evidente que en la primera foto que me había hecho desnuda y de pie junto al fuego.

Falín podría reconocerme... Y Rodrigo me estaba comiendo divinamente las tetas...

  • ¿Reenviar? Sí... -susurré espontánea-. ¡¿No me digas que no se parece a la prima Sandra?! -le escribí al primo Falín a continuación.

Rodrigo había bajado a mi ombligo a saborearme el vientre mientras le enviaba el mensaje a Falín. ¡Qué ricura de escalofríos! Era inevitable que el placer me contrajera los músculos de la tripa; y mucho más atractivo que esperar una respuesta en el teléfono. Lo dejé caer junto a mí sobre la mesa y me centré en disfrutar lo que me estaba haciendo mi primo.

Y mi primo me estaba haciendo virguerías...

Aún no me había tocado ni una parte de la piel más allá de la línea imaginaria de las caderas que delimitaban aquellos siguientes dos bocaditos, y la zona más castigada de mi cuerpo estaba precisamente en ese otro lado. En serio, con todo lo que mola un cerebro desatado, un coño fuera de control lo supera. Y me tenía el coño loco...

Después de comerse el bocadito de la cadera izquierda, Rodrigo rodeó la mesa por mis pies y regresó para comerse el de la derecha. Nos mirábamos mientras lo hacía; yo desnuda y devorada sobre la mesa, él vestido y devorándome. Pasándolo bien.

Quedaba una llamada por hacer...

Cogí de nuevo el móvil de mi primo, en el que yo misma había memorizado antes el contacto del repartidor, y le llamé. Seguía mirando a Rodrigo mientras esperaba respuesta; mi primo se incorporó y se situó al fondo de la mesa para comerse el siguiente bocadito; el de mi pié izquierdo.

  • ¿Lalo?... Buenas noches de nuevo, muchacho -le dije cómplice para que me reconociera de inmediato-. Soy la prima Benitez -continué diciéndole con tono seductor juguetón-. Este es el móvil de mi primo, guárdatelo. ¿Te viene bien pasarte por casa y traerte hierba para los tres?

Rodrigo me cogió firmemente con las manos por los pies antes de sentirle como, con la boca, eliminaba el bocadito y me erizaba de nuevo el coño sin tocarlo. Sabía cómo poner en contacto de la mejor manera posible sus labios con mi piel; ahora, además, con la firmeza de las manos había hecho aún más maravillosa la maravilla.

  • Sí. Nosotros hemos terminado ya de cenar, estamos ahora con algo de sexo... Ok. Ahora nos vemos.

Colgué y solté el teléfono. Me reincorporé levemente, apoyándome con los antebrazos sobre la madera de la mesa; tenía que ver qué era eso que me estaba haciendo mi primo que me tenía cachondos hasta los tobillos.

De uno en uno, primero el izquierdo y luego el derecho, me cogió en peso los pies para comerme hasta los dedos. ¡Otra puta maravilla! Después de volver a posarlos de nuevo, pero un poco más separados que antes y apoyados sobre la madera, mi primo localizó su siguiente objetivo: el bocadito de mi muslo derecho.

Me rodeó bien la pierna con las manos. Con la exterior me tenía bien trincado el costado del muslo y el bajo culo derecho y, con la interior, se aferraba bien a la molla interna del muslo. Sus dientes se hicieron presentes en el juego y supo bien utilizarlos. Una vez saboreada la pierna derecha, Rodrigo soltó la mano interior para cogerme de igual modo la otra pierna por fuera.

Y, una vez me tuvo bien trincada por ambos lados del bajo culo, tiró de mi hacia el filo de la mesa para que el tapete hiciera su trabajo; se deslizó con la suficiente suavidad como para que a mí me diera tiempo a apoyar los pies contra el filo, a ir abriéndome de piernas y a que mi primo me detuviera a placer justo en el lugar que quisiera para rematar la faena.

Su paso por el penúltimo bocadito fue prácticamente fugaz, la presentación oportuna antes de saltar al gran momento. Y mi primo supo colocar la boca de nuevo de la manera perfecta para celebrar el último encuentro. La lengua también se presentó con exquisita inteligencia y, el todo que unía nuestros cuerpos, fue construyéndonos todo el sexo que nos fue apeteciendo ir construyendo.

  • ¿Cómo quieres la foto de perfil? ¿Con los ojos cerrados o abiertos? -pregunté sin quitarle un ápice de placer a mis palabras mientras me trajinaba.

Tenía la cabeza hundida en mi entrepierna, con su barbilla y su labio inferior ocultos contra mi sexo. Me había rodeado con las manos, que ahora me sujetaban por las caderas; y también podía sentirle los hombros contra el culo. Yo tenía las piernas lo suficientemente abiertas y lo suficientemente flexionadas como para no empezar a oprimirle las orejas por tan solo un centímetro; El encuadre de su cara mientras me comía el coño me había ya unas cuántas fotos de mi primo con los ojos cerrados.

Los abrió para buscar la cámara, no se esperaba mis manos sosteniendo el móvil en vertical sobre mi vientre, un poco mas abajo del ombligo. Le hice también tres o cuatro buenas fotos mientras me miraba a través del objetivo.

Estuve tentada de ponerle una de las fotos como foto de perfil, pero me contuve porque entendí que podrían verla contactos con consecuencias negativas. Así que, para desquitarme, se la mandé también al primo Falín; que aún no había dicho nada desde la anterior.

  • Y este vídeo... -comencé a susurrar a continuación-. Nos lo dedico porque va a ser un grato recuerdo...

Sujeté con firmeza el móvil como estaba sobre mi vientre, eche la cabeza hacia atrás para apoyarla de nuevo sobre la mesa, cerré los ojos, miré al techo y levanté un poco el culo para clavarme el coño contra la boca de mi primo; pidiéndole lo siguiente.

Mis despreocupados gemidos, tres o cuatro a gritos, mis respiraciones entrecortadas acompañadas del correspondiente “¡Joder!” y los golpes que, a veces, daba con un puño contra la mesa mientras sostenía el móvil con la otra mano, fueron la banda sonora de la comida de coño más maravillosa que me han hecho en cuarenta años, seis meses y un día. Una comida de coño de dos orgasmos de padre y muy señor mío; un primer tsunami arrasador y una segunda réplica perfectamente amplificada.

Rodrigo aguantó con la boca absorbiéndome lo justo el clítoris hasta que pude ir recuperando la respiración. Se despidió de la perla con un último relame y el hilo fundido de babas que nos unió hasta el último momento fue el que sirvió de conexión para trasladar la conversación de la piel a la voz.

  • ¡Salud! -me dijo mi primo mirándome a los ojos y sonriendo.

  • Salud -le contesté plenamente satisfecha-. Necesito algo de beber...

Cuando mi primo tuvo que abalanzarse rápidamente para sujetarme porque me fallaron las piernas al tocar suelo, me di cuenta de la envergadura de aquellos temblores que tenía. Le miré y nos echamos a reír. Luego, sin soltarme, empezamos a caminar hacia los sofás en silencio. Rodrigo cogió los dos teléfonos de la mesa antes de cambiar de sitio.

Evidentemente las cervezas habían vuelto a calentarse y, evidentemente, los cuerpos ya pedían gintonics. Así que, mientras mi primo se entretenía en revisar el material fotográfico de los dos teléfonos, yo volví a levantarme del sofá y eché a andar en dirección a la cocina.

Y, entonces, sonó el timbre de la puerta.

  • Ya voy yo -contesté dando por hecho que los dos dábamos por hecho que volvía a tener ganas de volver a abrirle desnuda la puerta al joven repartidor.

De nuevo la lámpara de diez brazos y el frío picaporte de hierro.

  • Buenas noches de nuevo, chiquillo -le dije sonriente justo antes de posarle la mano en el hombro para darle un par de besos-. Pasa...

Estuvo lo suficientemente ágil como para echarme una mano al culo antes de prolongar un instante más de lo habitual el segundo de los besos.

  • Paso... -me dijo a continuación.

  • ¿Qué bebes? -le pregunté mientras cerraba la puerta-. Voy a preparar gintonics...

  • Whisky con refresco. Si puede ser...

  • ¿J&B cola te parece bien? - asintió-. ¡Perfecto! Pasa al salón -le dije entonces con un gesto de cabeza-. Voy a la cocina... Mi primo está vestido.

Igual no hubiera sido necesario aclarar ese último matiz, pero me salió de dentro quitarle esa preocupación al muchacho; si es que la tenía. Así que se lo dije con una sonrisa y un guiño, me di la vuelta y me fui a la cocina mientras que, tras seguirme los pasos que quedaban de recibidor, Lalo se desvió para entrar en el amplio salón; al fondo, al otro lado de la chimenea que tenía delante, saliendo de la pared de su izquierda, el primo Benitez estaba sentado en un sofá mirando el móvil.

Rodrigo se levantó al acercarse el muchacho y se presentó; supongo que lo haría así, es lo normal. Yo lo que sé es que, cuando volví de la cocina con las tres copas, los dos estaban charlando animadamente de drogas mientras se liaban un par de canutos y Lalo estaba sentado en el sillón, encima de mi pijama pero con mi tanga encima de su pernera y bien colocadito.

Mi primo ya le había presentado al muchacho mis colores y lo interpreté como un mensaje también para mí: mandaba él.

Yo encantada, por supuesto. Hasta el momento nos lo estábamos pasando de puta madre. Y me mola que mi primo me someta.

  • Por ahí hay un primo que -me empezó a decir con un gesto hacia su móvil, mientras yo terminaba de llegar a los sofás para dejar las copas sobre la mesita-, aparte de llamarte puta, dice que hace buenas fotos. ¿Le apuntamos uno, o dos halagos?

  • Si también me llama fotógrafa, serán dos entonces. ¿no?

  • Ha enviado una foto de la tita...

  • Ahora la veo que, entre unas y otras, no he pasado todavía por el aseo.

  • Espera ahí un segundito... Y abre un poquito las piernas...

Qué ricos siempre los jueguecitos de mi primo...

Lalo me escaneó a placer mientras yo le miraba cómo lo hacía igual de placenteramente; y sonreí satisfecha a su insinuación de restregarse mi tanga por la cara mientras me observaba. Mi primo, por su parte, estaba terminando de liar un canuto.

Le había cogido el pellizco al papel y solo faltaba mojar la pega para cerrarlo. Así que lo sujetó con destreza y me lo deslizó por los labios vaginales. Terminó de cerrarlo y se lo pasó al muchacho para que lo encendiera él.

Sonreí ardiente por verle aspirar mi sexo.

  • Toma -me dijo Lalo pasándome mi tanga antes de encender el canuto-. Sécate lo que puedas antes aquí primero...

El muchacho había sabido cogerle el punto perfectamente a la situación. Me sequé lo que pude, se lo devolví y, antes de irme, le pregunté a mi primo:

  • ¿Te importa si me llevo tu móvil al baño?

  • Solo si no haces nada sin nosotros...

  • Soy mala y perversa, pero no tonta -contesté con la más lasciva de mis sonrisas.

Lalo sonreía de felicidad mientras echaba humo por la nariz mirándome el coño.

Ni cerré la puerta del baño antes de sentarme. Tenía el cerebro con tanto sexo bullendo que me apetecía verles asomar por el pasillo. Efectivamente, el momento mujer desnuda sentada en el váter, es también altamente excitante y disfrutón.

No vinieron, así que aproveché mi intimidad para sentir a solas la reacción que me provocara cualquiera que fuera la foto de mi tía que Falín había enviado pensando que hablaba con su primo Rodrigo; el que se había estado comiendo el coño de una puta fotógrafa que se parecía mucho a su prima Sandra.

Abrí la conversación...

  • ¡¡¿ NO JODAS QUE VAS A FOLLARTE A SANDRA?!! ¡¡ES ELLA!! EL ANTOJO JUNTO A LA RAJA DEL COÑO ES INCONFUNDIBLE... -siguiente mensaje- ¡Háblale de mí, cabrón! -siguiente mensaje- Nosotros también somos felices hoy...

Si mucho me sorprendió enterarme así de que, alguna vez, mi primo Falín me había visto el coño, no menos lo hizo la miniatura de imagen con que finalizaba la conversación. Así que, mientras me reponía de la nerviosa y placentera sensación de saber que Falín, o yo, o todos, empezábamos a ser algo así como “uno de los nuestros”, abrí la foto para confirmar que estaba viendo lo que estaba viendo.

Mi tía, desnuda, cachonda y maniatada al respaldo de una silla sobre la que está sentada abierta de piernas; con un antifaz de fantasía y una inscripción a rotulador más o menos donde yo tengo el antojo: “con cariño para el chat, de parte de mi hijo y mi sobrino” y la fecha de hoy.

Qué ganas me entraron de estar en la misma situación que mi tía; qué ganas también de follármela...

Me hice una foto del coño abierto, suspendido sobre el vacío de la taza del váter y con mi antojo bien a la vista, y me la envié a mi móvil, para que mi primo Rodrigo la abriera.

  • Mándasela a Falín de mi parte y dile que aquí somos tres; que respondan si se animan con una videollamada a tú móvil.

  • ¿Qué vas a hacer si te llaman?

  • Salir del baño, desnudar al niño y comerle la polla para que le pierdan el miedo y luego lo que tú quieras.

Falín estaba videollamando al móvil de mi primo, que vibraba entre mis manos en el baño, al cabo de un par de minutos...

Todo lo que pasó a partir de ese momento es toda otra historia y creo que, así de entrada, os podéis hacer una idea que a mí me ahorra tener que seguir contandola. Es que he perdido la cuenta de los orgasmos que me he llevado escribiendo estos veinte folios y quiero creer que, de vuestra parte, también está la tarea hecha... Dejadme que respire antes de escribir otros veinte.

Que, como para haberlos, lo hay...