Los beneficios de un amigo

Me cansé y me puse de pie de nuevo, y sin dejar nada inconcluso, me tumbé sobre la cama, dejando las tetas hacia el techo y abriendo las piernas, dando una gran vista de mi coño rosado, empapado de jugos y líquido pre seminal. Era una invitación para que me follara.

Había una sensación en la boca de mi estómago, una mezcla de excitación y ansiedad, era una combinación extraña que me hacia querer adelantar el tiempo y ver qué era lo que ocurría. Aunque claro, puedo retractarme y simplemente, volver a no hacer nada, es decir, nada de nada. No arriesgarme. Pero hay algo que me dice que debo de seguir, probablemente la necesidad corporal.

Sentí el móvil vibrar entre mis manos, “¿Ya casi llegas?”, y la sensación de estremecimiento me recorrió el cuerpo, ansioso. Me puse de pie, sabiendo que ya había llegado y que no había marcha atrás, simplemente presioné el botón y el autobús se detuvo; bajé con los nervios entre mis dedos y la euforia naciendo.

“Estoy aquí”, tecleé. Caminé unos cuantos pasos hacia la casa de colores desvaídos, de color ladrillo, y esperé a que abriera la puerta.

Pablo y yo nos habíamos tenido muchas ganas desde hace dos años atrás. Nos traemos ganas.

En ese entonces, era una chiquilla de diecisiete y él me ganaría por tres años, lo único que sé es que un día agarré confianza suficiente como para hablar de sexo y de fantasías sexuales, poco después, comenzamos a creer que sería bueno tener una buena experiencia entre los dos. Aunque en ese entonces, me asusté y terminé la situación con un tajante “no” que determinaría, iba a mantenerme sin tener sexo por un par de años más. Hasta el día de hoy.

Y es que él ha sido siempre el que ha protagonizado mis fantasías, una a una, a pesar de que el tiempo ha transcurrido lentamente, cada uno con su vida, lejos del uno del otro a pesar de que vivimos a cuatro cuadras.

Me detuve frente a la puerta y no tardó mucho en abrirse. Pablo llevaba una playera, el cabrón sonrió ampliamente y me invitó a pasar con un gesto.

--Pensé que te retractarías—dijo, sentí que estaba relamiéndose los labios.

--Creí haber mencionado que no lo haría—enarqué una ceja, observándole directamente. Tenía esa chispa de perversión en los ojos.

Se acercó y me saludó con un beso, quisiera decir que fue en la mejilla, pero fue cerca de la comisura de los labios.

Al entrar, pude percibir el aroma a incienso de pachuli, lo cual fue un gesto agradable de su parte, su casa estaba fresca a comparación del calor que hacía allá afuera.

Cerró la puerta.

--Finalmente, una conversación decente—me atreví a decir con ironía.

--¿Quieres algo de tomar?—preguntó con amabilidad. Me di cuenta de que había tomado recientemente un baño, se había esforzado en verse atractivo aunque creo que para mí, ya lo era.

--No, gracias—negué, dejándome caer en el sofá y mirando alrededor--, ¿dónde puedo dejar mi mochila?

--Donde tú quieras—se cruzó de brazos. Es moreno, mide al menos uno setenta, no tendrá el mejor cuerpo pero tampoco es de los peores, tiene un aire atlético--. Realmente me sorprende que estés aquí.

--Que no te sorprenda.

Dejé caer la mochila en el piso, sin importar realmente si estaba en el pasillo, en pasadera o si no. Pablo se dejó caer en el sofá, a mi lado, tenía ese aroma a colonia que podría volver loca a cualquiera.

--Pero vaya que has crecido en dos años—observó directamente mis tetas, hinchadas y más jugosas de lo que eran antes--, ¿quién iba a pensarlo?

Se inclinó hacia mí, rompiendo el espacio personal, y presionó sus labios contra los míos en un beso desesperado que sabía hacia dónde nos llevaría. Abrí los labios para recibir su lengua, deseosa de ver a dónde nos llevaba este día de prueba como amigos con derechos.

Inconscientemente, puse los brazos alrededor de su cuello y lo acerqué a mí; terminó por tumbarme y colocarse sobre mí. Su peso resultaba excitante, de pronto, bajó por mi cuello dando lametones húmedos, extasiado.

Sentía el contacto cálido de sus labios contra mi piel.

--¿No vendrán tus padres?—pregunté en medio de un gemido.

--Ya te dije que no—aseguró, volviendo a besarme en la clavícula--. Pero sería mejor irnos de aquí a un lugar más cómodo.

Asentí.

--Aunque primero…

Levantó mi blusa de tirantes, dejando ver la lencería que había elegido minuciosamente para la ocasión, con un broche al frente, lo que resultaba “sexy”, según yo. Al darse cuenta, desabrochó la única barrera y la eliminó con un simple movimiento, dejando que mis tetas rebotaran, en todo su esplendor. Blancas, redondas, de buen tamaño y con pezón rosado erecto.

--¿Cuántas veces imaginaste hacer esto?—pregunté con un dejo de lujuria en la voz.

--No lo sé—respondió, y bajó a absorber uno de mis pezones en su boca, el tacto de la lengua con mi piel me hizo estremecer, sintiendo la humedad en mi pecho. Comenzó a mamar con delicadeza, después me mordisqueó levemente. Yo estaba jadeando, sintiendo como cada vez mi conchita se empapaba paulatinamente, deseosa de que ocurriera algo de acción.

Bajó por mi estómago, lamiendo, mordisqueando y dejando un reguero de besos húmedos que lo único que lograban era ponerme más caliente de lo que estaba.

Era mejor que los relatos y el porno. Definitivamente.

Se encontró con mi falda. La ignoró, abrió mis piernas y también vio la panti que había seleccionado minuciosamente y con los dedos, la recorrió a un lado para observar mi coño que en este punto, se encontraba húmedo, desprendiendo ese aroma a especias que alguien había mencionado anteriormente.

--Ay, Jan—me observó con una sonrisa pícara--. Nos perdimos dos años de buen sexo.

Y sin dejarme responder, hundió su cabeza bajo mis piernas, lamiendo los pliegues de mi piel, adentrando su lengua en mi vagina, lamiendo con delicadeza pero a la vez, de forma apasionada, como si quisiera absorber toda mi humedad y aprovecharla para sí. Pasó la punta de su lengua por mis labios, era delicado pero al mismo tiempo, sentía la intensidad que transmitía. Lancé gemiditos, y le incitó a ir y chupar directamente mi clítoris, que es una perlita hinchada. Lamió en círculos, arriba, abajo… Me torturó a su a antojo.

Comencé a gemir, tenía ganas de tocarme, llevé mis manos a mis pechos y empecé a masajearlos, hambrienta de sexo.

--¿Te gusta?—preguntó en medio de su jaleo.

Gemí en respuesta, intentando decir algo coherente pero sus labios aprisionaron mi clítoris y lo torturó con caricias intensas que poco después, me hicieron lanzar un “ahhh” prolongado que terminó en un orgasmo.

Sentí el cuerpo flojo, relajado. Y él seguía comiéndome la concha, desesperado.

Pronto, se acercó a mi rostro de vuelta, y me dio un beso apasionado, dándome a probar las especias de mis propios jugos, algo que sabía a gloria por el contexto.

Se puso de pie y me ayudó, dejando de lado la blusa que la dejé largada en el sofá, Pablo me guió escaleras arriba, hacia su habitación, la cual lucía semi ordenada.

Sin pensarlo, ambos nos lanzamos el uno sobre el otro, hambrientos de amor, llenos de lujuria.

Desabotonó su pantalón y metí la mano en busca del preciado premio, él metió la mano bajo mi falda donde ya me había quedado sin bragas, hundió sus dedos en mi humedad mientras que yo pude tomar la calidez de su cuerpo.

Le empujé, haciendo que se sentara.

--Es tu turno—dije en medio de los jadeos.

Su verga, erecta, estaba apuntando hacia mi rostro. Le observé, Pablo estaba expectante, esperando a que la engullera de un jalón o algo así. Lamí el glande, bajando con lentitud con la punta de la lengua, como si quisiera detallar cada parte para recordarla cuando quisiera dedearme.

Llegué a los testículos.

--Oh…--gimió--. No pares, nena.

--¿Te gusta?—pregunté con picardía, llegando a sus testículos, dándole la atención suficiente. Lamí uno de ellos y pronto, me encontré mordisqueándolos y absorbiéndolos con ahínco, haciendo que se endurecieran pronto.

Ambos estábamos lo suficientemente calientes como para darnos un revolcón que pasaría a la historia para ambos y que podría marcar la diferencia en una relación amistosa.

Sin pensarlo, dejé en el olvido por un momento su polla, me puse de pie y me acomodé para insertar su pene en mi cueva, dejarme caer y seguir con la faena. Le di un beso prolongado que me hizo gemir y con la mano, guié su verga para que llegara a su destino.

--Eres muy traviesa—me dijo en voz baja--. Tus panties azules han estado torturándome por dos malditos años.

Me dejé caer, lo que hizo que él llegara a un lugar profundo en mi interior.

--Aghh… Sólo—dije con una pausa, comenzando a moverme con lentitud, iniciando con un vaivén para auto penetrarme con su verga--...contigo.

Arriba. Abajo. Aprisionó una de mis tetas en su boca mientras que subía y bajaba lento.

--Ha… valido… la pena.

Sentía la dureza y la calidez, una combinación que no recordaba muy bien, algo que me hacía tanta falta. Me cansé y me puse de pie de nuevo, y sin dejar nada inconcluso, me tumbé sobre la cama, dejando las tetas hacia el techo y abriendo las piernas, dando una gran vista de mi coño rosado, empapado de jugos y líquido pre seminal. Era una invitación para que me follara.

--Cógeme—pedí sin miramientos, con la calentura invadiendo cada célula de mi cuerpo.

--No necesitas pedirlo—se acercó y puso mis piernas en sus hombros, apuntó y de golpe, de un movimiento de cadera certero, su pene entró en mi chocho con facilidad, sentí el golpe de sus huevos contra mis nalgas y su intención, no era algo lento. De pronto, comenzó a bombear con fuerza, embistiéndome el coño como si estuviera molesto, más bien, apasionado para hacerlo trizas. Lo único que podía hacer era chillar un “Ahhh… sí… siiiguee…” porque la calentura era tal que mi respiración estaba desapareciendo con rapidez.

--Pídemelo.

-Fó…fóll…ame—pedí con la voz entre cortada.

Y así lo hizo. No sé durante cuánto tiempo continuó dándome con fiereza, sólo sentí el estremecimiento palpable del orgasmo y el cuerpo flojo de vuelta. Pablo sacó su polla y se la fregó durante unos segundos hasta que se corrió.

La otra tanda… bueno, la otra, es historia.