Los áticos son para el verano

En la calurosa calma de una tarde veraniega sólo domada por la fresca brisa del aire acondicionado voy poco a poco descendiendo somnoliento por el pozo del sueño.

En la calurosa calma de una tarde veraniega sólo domada por la fresca brisa del aire acondicionado voy poco a poco descendiendo somnoliento por el pozo del sueño. Me hundo en el sofá, lentamente, desapareciendo de la habitación hacia el centro de la tierra. Atravieso estratos de vidas anteriores y vislumbro cómo era el día a día de los ancestros. Atisbo emociones intensas y profundas, también se advierten promiscuas y placenteras situaciones sufridas por los ocupantes del camino hacia las entrañas de la diosa Gaia.

Unos fuertes golpes en el cristal me anuncian que estoy llegando al final del viaje, a chocar contra el espejo que a Alicia la situaba en el país de las maravillas. Son cada vez más fuertes y seguidos, con urgencia, son... son reales y me hacen volver vertiginosamente a la vida de la habitación fresca-acondicionada artificialmente.

-Por favor, ábreme, rápido, por favor-, decía una voz femenina al otro lado del cristal, de la puerta de cristal de la terraza de mi ático. Abrí los ojos aunque la luz vespertina era todavía muy brillante y no me dejó ver quién estaba al otro lado. Tuve que hacer un esfuerzo infinito para levantarme y llevar mi cuerpo hasta allí.

-Date prisa, por favor, vamos, acércate y abre...- me urgía la chica que estaba allí. Mi visión comenzó a aclararse y ganar en agudeza. Vaya sorpresa. Golpeando mi puerta había una belleza en ropa interior, bueno, mejor dicho estaba en Top-less y llevaba el resto de su ropa bajo el brazo.

-Espera, espera, ya voy, y deja de machacar la puerta que me vas a romper el cristal-, le increpaba mientras abría la hoja de cristal y salvar la vida de aquella preciosidad.

-Perdona y gracias. He tenido que salir precipitadamente de la casa de tu vecino, imagínate la situación, su mujer ha llamado al portero diciendo que bajase a ayudarle a subir unas compras. El tiempo justo para desaparecer. Él me ha dicho que eres de confianza y, además, enrollado, ¿no?-

Con mucho desparpajo puso la situación a la luz. Que cabroncete mi vecino. Mientras que su chica salía a hacer recaditos, él invitaba a una amiga tan especial como esta, y se homenajeaban a gusto. Cojonudo. Su mujer llama y todo son prisas que el vecino debe solucionar. Pues con mucho gusto.

-No te preocupes que no te ha engañado en nada. Aquí estás a salvo, bueno siempre que yo no tenga ninguna visita, porque entonces no sé hacia dónde te vamos a enviar-, y pronuncié las últimas palabras con demasiado énfasis, como si ella ya fuese un asunto de dos, de mi vecino y mío.

Indudablemente la huidiza había pillado la intención al vuelo y una sonrisa apareció entre sus labios.

-Bien, cada cosa a su tiempo. Ahora necesito un lugar donde vestirme y arreglarme un poquito, debo tener una pinta que...- y me miró fijamente esperando mis palabras. La respuesta de un hombre a la frase femenina: debo tener una pinta que ... es muy difícil por lo que opté a contestar a la primera cuestión: -Sigue este pasillo y a la izquierda hay un baño. A la vista tienes todo lo que necesitas- e hice un recorrido visual completo de su anatomía, la que también estaba a la vista y la que no.

Era delgada y más alta que las mujeres delgadas como ella. Tenía el pelo más bien largo y alborotado, lo que le hacía que resaltasen todavía más sus grandes ojos de niña traviesa; sus labios podrían pedir cualquier cosa, siempre lo conseguiría; como sus manos a veces tapaban su pecho, pude comprobar, en esas otras ocasiones que sin ser excesivo se veía muy bien, como les suele pasar a muchas mujeres delgadas y, sobre todo, bastante erguido; seguro que dentro de sus aficiones o manías, según se mire, entraba el deporte, lo que mantenía su vientre liso y con poderío; sus piernas eran largas y con bonitas formas que le hacían desplazarse con gracia. Era una preciosidad que se había colado en mi casa como si fuese una fantasía de la siesta de la tarde.

-¿Te vas a quedar ahí toda la vida mirándome o me vas a dejar que vaya al baño?- saltó sobre mí haciendo que volviese del mundo de los sueños.

-Sí, perdona, ve al baño, pero... ¿Vestirte? ¿Con lo bonita que estás así?- le arrojé fruto de la excitación que comenzaba a manifestarse dentro de mi cuerpo.

-Vaya, el vecino es enrollado, como me habían dicho, solo que no pensé que tanto. Y ¿para qué quieres que me quede así?-

-Para continuar algo que seguro has tenido que dejar a medias hace un ratito, ¿o no?-

-¿Se me ha notado mucho?, la verdad es que no hay nada que me fastidie más que tener que cortar un orgasmo por culpa de otra mujer.-

-Bueno, ya me explicarás esto después, pero... sí, se te ha notado claramente. Pero no te voy a hacer un repaso al manual de la excitación femenina en este momento. Seguro que quieres tomarte algo fresquito, ¿no?-

-Me vendría bien una cervecita fría, muy fría, gracias. Voy a vestirme de todas formas, no quiero más sustos. Por cierto, ¿tú no esperas a nadie?-

-Espero que no, quiero decir que no espero a nadie-. Estaba consiguiendo ponerme nervioso. Seguía allí, dejándome entrever sus preciosas tetas, coronadas por dos areolas bien definidas y elevadas y un par de pezones que decían a cada instante y con cada vaivén: cómeme, cómeme .

Sin poder evitarlo me acerqué hacia ella sin dejar de mirarle a los ojos, pasé un par de dedos por el borde de su cara, descendiendo por su cuello, saltando el obstáculo de su clavícula, comenzando a escalar por su pecho, hasta llegar al pezón, que al contacto con mis yemas se endureció visiblemente a la vez que su dueña entrecerraba los ojos y dejaba escapar un ligero suspiro.

-¿Qué haces, traviesooo, ahhh...? Ufff, eso ha dolido, eres muy bravo, ¿no?-

Me atrajo más hacia ella, hasta que nuestras caras estaban casi unidas, se humedeció los labios, los acercó a los míos y me plantó un beso que casi llevaba el sello de la pasión. Se dio la vuelta y se llevó toda su ropa hasta el baño.

Menos mal que estaba en el pasillo de mi casa y no en medio de cualquier lugar público, estaba helado, mejor dicho, petrificado, me había dejado de piedra, saboreando el beso que había explotado en mí con una cascada de sensaciones.

Esta vez sonó el timbre de la puerta. Alerta. Primero, una mirada por la indiscreta mirilla. Anticiparse al enemigo. Tenía un botín en casa y podían empezar los problemas. Era Miguel, el vecino. Ahora le veía como el otro, el enemigo a batir.

-¿Sí?-, contesté desde dentro.

-¿Qué? ¿Cómo va todo? ¿Está esta todavía ahí? No puedo estar mucho aquí en la puerta, o me abres o tengo que irme- susurraba con premura.

-Todo va bien, no te preocupes por nada. Hiciste muy bien en decirle que viniese aquí, es una chica muy maja. Se está vistiendo para irse. Todo controlado- dije como si estuviese leyendo un prospecto de una medicina.

-¿Pero...? ¿Cómo qué todo controlado? ¿Y si viene tu mujer? ¿Todo controlado? Dónde la vamos a mandar ahora, ¿al tejado? Dile que se dé prisa en marcharse, ¿vale?- dando la sensación de que lo que más le preocupaba es que pasase demasiado tiempo en casa del vecino enrollado . Vamos, que casi ni le importaba que viniese mi mujer.

-Oye, ¿has visto un sujetador transparente?- escuchamos ambos la voz de mi inesperada visita desde la puerta del baño.

-Que sí, que se va a ir ya, porque si no, mira que bonito, tú te quitas un problema para que lo tenga yo, hasta ahí podríamos llegar- le dije al vecino para que se fuese a su casa cuanto antes.

Dado que nuestras dos puertas están muy juntas y la suya estaba abierta, oí un par de chillidos de su chica que me anunciaron problemas inmediatos.

-Migueeeeellllllllll, Migueeeeellllllllll, ¿me quieres explicar de quién es este sujetadoooooor?

Abrí la puerta y vi como su cara cambiaba de color, bueno, era abandonada por él, mejor dicho.

-Tienes un problema. Ésta está buscando su sujetador, ya lo has oído, y por las voces de tu chica veo que en mi casa no está. La cagaste tío. Tienes dos trabajos urgentes: convencer a tu chica de la bondad de ese hallazgo y conseguir el hallazgo para dárselo a ésta antes de que mi mujer llegue a casa. Y creo que tienes para todo ello poco más de una hora-.

Cerré la puerta y me fui directo al baño, a darle las buenas nuevas a mi huésped.

Al llamar la puerta se abrió solita, dejando ante mí una imagen que desde entonces me acompaña en todas mis fantasías. No sólo no se había vestido, sino que al encontrarse un baño en el que había de todo lo que una mujer necesita para sentirse guapa, había empezado a ponerse un polvito por aquí, una rayita por allá, un color por este ojo, un poquito de este perfume por el cuello, vamos, ni que estuviese en la feria de muestras de Lancôme. Y, como toque final, y así la encontré, había decidido que era un buen momento para quitarse algunos pelitos que pueden acabar en la boca de otras personas. ¡Joder, eso es aplomo! Cómo alguien en su situación puede desentenderse tanto del peligro y dedicarse a su embellecimiento. Sentada en una pequeña butaca y con una de las piernas descansando lejos de ella, hacía contorsionismos para acercar peligrosamente la cuchilla hacia sus labios inferiores. Levantó la vista, me miró, y volvió a su tarea.

Frente a ese espectáculo sólo se me ocurrió un ¿puedo ayudarte? Me ofreció la cuchilla y en un momento estuve sentado en el suelo, a menos de dos palmos de un coñito maravilloso, apetitoso, jugoso, y todos los calificativos oso-imaginables. Sus labios mayores se abrían con una simetría pasmosa, casi artificial, y los pliegues que guardaban su botón mágico eran de un color rosáceo intenso. Por los lados, en sus ingles, aparecían tímidamente unas raíces que eran el objeto de los ataques de ella. Con sumo cuidado e intentando calmar mi respiración para que se aminorase el temblor que mis dedos no podían esconder, le apliqué espuma de afeitar a los lados de esa entrada al paraíso. De la abultada piel que cubría su clítoris partían cinco líneas delgadas de vello, perfectamente separadas entre si, y se abrían hacia su monte de Venus, asemejando los rayos del sol al amanecer. Ella ya había hecho lo más difícil, delimitar esos rayos. Ahora me tocaba a mí el trabajo menos artístico, pero sin duda, el más apetecible.

Al aplicar la cuchilla sobre esa zona tan sensible y oculta, me pregunté: ¿qué coño hago aquí, en mi cuarto de baño, depilando a una tía que no conozco, sabiendo que dentro de poco va a llegar mi mujer?, soy un inconsciente... pero me embargaba una fuerza superior a la razón. Además, también era más inconsciente todavía a sabiendas que la mujer del vecino le estaba montando una buena bronca por la industria corsetera ajena. Eso iba a explotar y seguro que la onda expansiva llegaría a mi casa, era sólo cuestión de tiempo.

-Por cierto, ¿no te preocupan los problemas que se están montando y los que se montarán por lo del sujetador?-

-¿Ha aparecido ya? Menos mal... aunque todo tiene arreglo, seguro que una casa que tiene un baño tan surtido, tiene bastante ropa interior de mujer socorrida, y por las prendas que veo por aquí, tenemos una talla similar-, dijo apuntando a un corto vestido que mi mujer solía usar en verano para estar en casa.

-Sí, ha aparecido ya, pero donde no debía aparecer. Ya te vale, en la carrera te lo has dejado en la otra casa y ahora su mujer lo ha visto. Vamos a tener problemas.-

A pesar de la conversación yo seguía con mi dulce y artesano trabajo, usando la mano izquierda para separar lo que estorbase a la cuchilla, aunque allí no sobraba nada, todo estaba muy bien y en su sitio.

-Oye, ¿tú has hecho esto más veces, eh? Bueno, espero que lo del sujetador no vaya más allá que otras veces. Tengo que poner cuidado con recoger toda la ropa cuando salgo de esta manera. Sobre todo en invierno. Siempre me cuesta tanto saber si llevo ropa interior o no, sobre todo de arriba, que se me olvida.

Sus palabras me encendían cada vez más, además decía las cosas de una forma tan natural que no sonaba petulante ni engreída.

Una vez que acabé de depilar esos laterales decidí aplicar un bálsamo sobre ellos, para que no se irritase y que mejor que la saliva. Acerqué mi lengua hacia sus enrojecidas ingles comprobando mi buen trabajo, nada se notaba, sólo suavidad y dulzura. Advertí un leve suspiro y un estremecimiento en ella al pasar la lengua por ahí, le estaba calmando la irritación que siempre sucede a la cuchilla. Aplicaba generosamente una pátina de saliva y pasaba de un lado a otro de su brillante rajita dejando arrastrar la lengua, con intención. A cada uno de estos gestos ella respondía con una ligera presión de sus manos en mi nuca. Cuando pensé que ya estaba curada de sus recientes heridas, dediqué mis conocimientos a disfrutar del manjar que se ofrecía abierto y lampiño, ese sol fuente de vida y hundí con precisión mi lengua con la punta endurecida dentro de su coñito y la moví como un látigo.

-Joderrr, menudo cabrón estás hecho. Ahhh... qué tienes ahí lancero bengalí, uhmmm-.

¿Lancero bengalí? Nunca me habían dicho eso pero me gustaban las películas de aventuras aquellas. Como un buen súbdito del Golfo de Bengala, seguí atacando aquella fortaleza con ahínco, deslizando mi lengua de arriba abajo y de abajo arriba a los ritmos que la respiración de ella solicitaba, procurando rozar desinteresadamente su clítoris, lo que hacia que arquease el cuerpo con el peligro de caerse de la butaca de diseño. Empezó a agitarse, la cosa iba bien, me lanzaba palabras que apenas entendía y menos con mis orejas sensualmente ocluidas por sus suaves y deslizantes muslos. Cuanto daría en ese momento por ser como los peces. Respirar por branquias, sacar el oxígeno de las humedades femeninas en vez de necesitar aire. Salí a la superficie, tome una buena bocanada del precioso gas y volví a sumergirme en el atolón polinesio yendo directamente a por la madreperla. Descubrí mi tesoro entre los pliegues que lo custodiaban y apliqué dulcemente mis labios a esa protuberancia marina y como si de una fuente se tratase busqué sorber su esencia. La embestida que me dio al sentir su botón poseído de forma tan intensa hizo que ambos cayésemos al suelo, aunque ella desde más alto.

-Que hostiaaaa, ahhh... sigue ahí donde estabas, sigue, lancero, que tienes la perla en tus labios, pero no pares, cabrón, no paressss, ahhh-, que sintonía, la perla en mis labios. Al acercarme a continuar la labor que había endurecido mi miembro hasta llevarlo casi al estallido oí unos sonidos ya familiares en esa tarde. Esos maravillosos golpes cristaleros que iban a acabar con la puerta de la terraza.

-¿Pero quién será ahora?- dijo contrariada mi amante casual.

-No tengo ni idea, pero te advierto que los golpes son idénticos a los que tú dabas hace un rato. Alguien ha saltado por la terraza. Tengo que ir a ver, perdona.-

-No me lo puedo creer, otra vez a medias, esto no puede ser-, lanzó al aire totalmente fuera de si.

Me acerqué a la puerta y allí estaba el vecino, con un sujetador en la mano y la cara bastante colorada. Abrí ligeramente la puerta para coger la prenda pero él empujó con decisión para entrar en mi casa.

-¿Sigue aquí, no? Me he jugado la vida por esta prenda al saltar por la terraza y quiero dársela en mano.-

-La vida no sé, pero te han dado un buen par de hostias, todavía las llevas marcadas en la cara. Vaya con tu chica. Por cierto, ¿cómo te has hecho con el sujetador?-

-Eso te lo digo luego, ahora dime dónde está Venus y espero que no te hayas aprovechado de la situación, ¿eh?-, me increpó demasiado excitado.

-Mira, ya sé cómo se llama, algo es algo... ¿Aprovechado? ¿Me crees capaz, Miguel?- contesté sin poder evitar que una sonrisa escapara por la comisura de mis labios.

-Sí, aprovechado... conociéndote como te conozco y en una situación así...

-Vaya, creo que te he sacado de un buen apuro como para que te importe lo que suceda después. No me parece que estés en condiciones de poner las reglas. Tendrás que volver a tu casa antes de que te echen en falta, supongo que también al sujetador.-

-Sí, a ella le ha dado un ligero ataque de celos y está reuniendo fuerzas en el baño de arriba. No tengo mucho tiempo, pero ¿dónde coño está Venus?-

-Bueno, bueno, calma, está en el baño... no te sorprendas por lo que puedas ver, a veces las apariencias, ya sabes...-, le preparé.

Abrió la puerta del baño e introdujo por ella la controvertida prenda, imagen a la que siguió la voz de Venus:

-Maravilloso, mi wonderbra, una cosita menos. Te lo ha traído Miguel, ¿no? Es un cielo, bueno, ahora ¿no vas a acabar lo que has empezado?, creo que con este cepillo no es lo mismo, cariño-.

-Lo que ha empezado, pero... ¿Qué cojones está pasando aquí?-, Miguel abrió la puerta del todo y allí apareció ella, ante nuestros ojos, con el grueso mango del cepillo haciendo las veces de improvisada polla.

-Hola Miguel, ¿estás ya solo?- le dijo inocentemente, mientras sacaba con lentitud el cepillo de su húmedo coño, -¿Quieres que vuelva a pasar a tu casa?-, seguía preguntando a la vez que continuaba con su acicalamiento. -Me estaba poniendo guapa para ti, para que continuásemos con lo que tuvimos que cortar-, y le regaló su sonrisa más preciosa.

-¿Continuar..? Parece... que tienes... muchas... muchas cosas que continuar... ¿no? Si no fuese porque tengo que volver ahora mismo a casa... joderrrrr, esto no iba a acabar bien.-

Gritaba con voz entrecortada, demasiado cabreado, por lo que decidí hablar con él.

-Oye Miguel, la tía está buenísima y la situación ha venido rodada, además, no creo que tenga que recordarte una escena similar, de hace unos meses, pero con los personajes trocados. Venga tío, no te lo tomes así, no nos vamos a cabrear por esto, ¿no? Además, joder, parece que te molesta más que esté ella aquí, en estas condiciones, a que estuviese tu mujer.-

-Pues en cierta manera sí, me molesta más, aunque me he dado cuenta que ésta no desaprovecha ninguna oportunidad por estas latitudes-, se le notaba que estaba cediendo en su postura de celoso multilateral, por lo que le animé a que volviese a su casa, intentase calmar a su mujer, que eso era lo primero, y que yo me ocupaba de todo lo que tenía que ver con Venus.

A la vista de la prioridad de los asuntos pareció aceptar, aunque a regañadientes, por lo que volvió a desaparecer por la medianía de las terrazas vecinas o mejor dicho, el paso natural de las dos viviendas.

Volví con mi invitada, esta vez dispuesto a concluir algo que habíamos empezado en esa comunidad dos de los vecinos más avezados. Abrí la puerta del baño y me la encontré con la ropa interior puesta. El sujetador viajero le quedaba cañón, sus tan buen puestas tetas se mostraban tan exultantes como al aire, intentaban salirse de la prisión de esas copas: yo iba a ser el lancero salvador. Me acerqué con decisión, llevé las manos hacia atrás buscando un broche y allí estaba, lo hice saltar y a continuación sus dos tetas quedaron al alcance de mi boca. Las apreté con ambas manos por los lados y acerqué sus pezones de tal manera entre ellos que con mi gran boca empecé a chuparlos a la vez. Aquello pareció entusiasmarle porque me ofrecía su pecho con generosidad, para que derrochase mis caricias linguales. Ella misma lo movía hacia los lados para hacer más amplio el contacto verbal.

La excitación que, con la visita de Miguel, en parte me había abandonado, volvió con renovadas fuerzas y me pareció buena idea que Venus la advirtiese también, por lo que le di la vuelta y apoyé con fuerza mi miembro en su culo sin dejar de girar mis palmas sobre sus maravillosos y erguidos pezones. La chica seguía estando tan excitada como antes, lo que comprobé al llevar mi mano a su lloroso coñito, por lo que le hice agacharse un poquito más, hasta que por detrás apareció ante mí su preciosa rajita coronada por el asterisco perfecto que identificaba su culito. Estaba fuera de mí, no iba a dejar pasar la ocasión de hacérselo allí mismo. Me bajé los cortos pantalones que llevaba deslizándolos con los dedos de los pies, cosa nada fácil, y dejé de acariciar sus tetas para llevar las dos manos a separar los labios de su húmedo chochito. Puse la punta de mi enrojecida polla en su entrada y empujé de tal forma que se salió y sólo conseguí que fuese ella la que con su mano me indicase el buen camino.

Así, con ayuda y de un solo envite, entré todo lo que esa posición da de sí, que no es demasiado, ya se sabe. Un grito de placer se escuchó en todo el baño, mientras sus puños se cerraban sobre las toallas más cercanas.

-Dale, dale, cabrón, que esta vez es la buenaaaaa, ahh, ... así....sigue, sigue, ahora no pares...-, me decía convencida de que eso ya no tenía marcha atrás.

Que bien se estaba dentro de esa mujer, joderrr, una y otra vez, entraba y salía a mi gusto, y ella me correspondía avanzando su precioso culito hacia mí cuando intuía que yo empujaba hacia ella. El plash-plash que hacían nuestras caderas al chocar tenía un compás de ensueño y el choff-choff de su húmeda gruta tenía un estribillo placentero de ejecutar y fácil de recordar. Era divina y podría estar ensayando todo el día esa melodía de pasión con ella. Pero tristemente no iba a poder ser. El timbre de la puerta reventaba de los apretones que le estaban dando, junto a contundentes golpes que procedían de la propia puerta, todo a la vez.

-No... no me lo puedo creer, tú sigue ahí, sigue follándome... no pares llame quien llame, me da igual, no me voy a quedar cortada esta vez, nooooo por favoooorrrr-, empezó ordenando para acabar casi suplicando, pero no podía hacer oídos sordos a tanta llamada. Debía ser algo urgente e importante y tal y como estaba el patio era mejor dar la cara.

-Siento tener que sacarla, reina pero igual es mi mujer, he dejado cerrado por dentro y eso es siempre muy sospechoso. Vete vistiendo y espera instrucciones-, le dije con toda la pena de mi corazón y más aún de mi polla que era la que iba a sufrir el mayor desconsuelo al tener que abandonar la cueva.

Joder, estaba más contrariado que ella por la interrupción, pero era mi casa y tenía que tomar decisiones rápidas. Nuevamente acerqué el ojo a la mirilla y allí estaba mi vecina, aporreando mi puerta y diciendo claramente:

-¿Dónde está esa puta, dónde? Ábreme Nío, abre de una vez.-

Estaba claro que algo sabía porque lo buscaba en el lugar adecuado. Abrí la puerta pero con la cadena puesta, para ganar tiempo e intentar calmar a esa fiera antes de que accediese precipitadamente a mi casa. Al fondo, adiviné la silueta de mi vecino que con la puerta entreabierta no quería perderse la escenita.

-Cálmate Sara y dime qué es lo que pasa y a quién buscas con tanto interés. Tranquila-, dije en voz alta para que me oyese Venus y supiese lo que tenía que hacer rápidamente.

-A la puta que ha estado en mi casa, con Miguel, y ahora está aquí, que él me lo ha confesado. A la que ha perdido el sujetador que ahora no aparece. A esa hija de la gran puta que se va a acordar del día de hoy, te lo aseguro. Pero… NÍOOOOO, ABRE LA PUERTA DE UNA PUTA VEZ, JODERRRR- Joder pensaba yo, esta iba en serio, estaba terriblemente cabreada y eso que le habían dicho la verdad. Joder con la verdad que mal efecto causa a veces en la gente.

-Espera, espera, que voy a buscar la llave-, inventé a pesar de estar abierta la puerta y sólo a falta de quitar la cadena.

Me acerqué al baño y le dije que fuese hacia la terraza y saltase a la de Miguel, que ahora estaba su mujer intentando entrar y por allí podría salir del edificio, ah, y que no se olvidase nada esta vez. Le planté un húmedo beso en los morros y un tenemos que vernos en los oídos y le empujé hacia la terraza, cerrando la puerta una vez que ella ya saltaba la medianía. Giró su cabeza y me lanzó un beso desde sus labios que atravesó el cristal con decisión. ¡Que fuerza de voluntad hay que tener a veces! Volví a la puerta donde estaban mis vecinos y quité la cadena dejando que ella entrase como un vendaval mientras le indicaba a Miguel, que seguía hecho una estatua en la entrada, que Venus iba para su casa.

-Vete para allá que ya entretengo lo que haga falta a tu mujer. Vete y haz que se vaya de una vez por todas, ¿está claro?, y por Sara no te preocupes, ya me ocupo yo, en serio-.

-Sí, ya sé cómo te ocupas tú de las mujeres que salen de mi casa para entrar en la tuya. Ya hablaremos, aunque tengo que reconocer que hasta ahora sólo me has hecho favores, eso es así-.

-Y así va a seguir siendo, salvándote el culo como lo estoy haciendo hoy, ¿o no?-

-Sí, así es, pero comprenderás que tenga mis recelos, creo que en tu lugar yo haría lo mismo con ellas y eso es lo que me mosquea, ser tan parecidos.-

-Venga, pírate ya, dejemos los cumplidos para otro momento- le urgí.

Por no alargar más la conversación que habría que tener tranquilamente, una larga noche con unas copas delante, le empujé hacia su casa y cerré la puerta. Ahora sólo había que entretener lo más y mejor a Sara y creo que esa tarea me iba a gustar. Bonito encargo.

-Sara, por favor, pero ¿a quién buscas? No te das cuenta que estoy sólo, que Selene todavía no ha llegado y que no hay dentro ninguna mujer y menos ninguna puta de esas que tú dices, profesionales, de las cuales, por suerte, no necesito sus servicios, todavía.-

-Sí es que Miguel es un cabrón, Nío. He encontrado un sujetador que no es mío en casa y hemos tenido una movida que te cagas y yo estoy... Pero, ¿de verdad que aquí no hay nadie? ¿No ha entrado ninguna mujer esta tarde?-, preguntó truncando el buen camino que llevaba su confesión.

-Que no, que te digo la verdad, estaba durmiendo un poquito, con el aire acondicionado hasta que has llamado a la puerta de esa manera tan eficaz-, dije imprimiendo a mi voz todo el tono de naturalidad que me era posible.

-Si a ti te creo, al que no creo ni gota es a Miguel, es un cerdo de verdad. Si no ha venido aquí ninguna mujer, en mi casa ha estado una, no sé cuando, pero ha estado y se ha dejado su sujetador, porque mía no es una talla 90, eso lo sé bien-, y se miró el pecho que aunque era más reducido que el de Venus a mí me parecía también precioso y en su sitio.

-Pues mira por donde yo hubiese apostado porque tenías esa talla; vamos, sin dudarlo- y puse mi cara más inocente, la del chiste. Y funcionó. Sara no pudo contener una risa que contrastaba con los dos regueros casi secos de lágrimas derramadas apenas unos minutos antes. Pero le hizo muy bien. Le puso guapa y atractiva.

-Gracioso y creo que mentiroso nos ha salido el vecino, pero simpático y con tacto para tratar a una mujer en esta situación, ¿a qué no tienes algo de beber para celebrar tu inocencia?-, y se fue directamente a la cocina.

-Pues creo que sí pero va a tener que ser un poquito de Etiqueta Blanca con hielo, el whisky de las situaciones calientes- y serví dos en sendos vasos que me había regalado la propia marca. Le puse un par de dedos pero me quitó la botella para ponerse una mano entera.

-Vaya arranque para ser el primero que te tomas esta tarde. O mucho quieres olvidar o estas tomando fuerzas- le insinué brindando con ella y por ella.

-Y por ti también, que lo sepas, que eres el más enrollado de aquí y no porque lo diga Miguel, el cabronazo ese...-, me dijo acercándose un poquito más para volver a chocar nuestros sólidos vasos.

Ahora era el momento de tomar una decisión pero antes había que repasar las tres reglas básicas:

Regla número uno: no aprovecharse de ninguna mujer que esté hablando mal del marido y con la que estés bebiendo en ese momento.

Regla número dos: no enrollarse con las vecinas, sobre todo si conoces y tratas al vecino.

Y regla número tres que está en clara oposición a las anteriores: si una mujer solicita tu ayuda y crees que vas a sacar beneficio de ello, préstasela sin dudarlo y sin aplicar las reglas uno y dos.

Y Sara estaba solicitando mi compañía y comprensión, además, y se me estaba olvidando, tenía el encargo de su chico de entretenerla y esto iba bien, muy bien, vamos, tan bien que si Miguel le echaba huevos podía acabar la faena que tuvo que cortar y cumplir con la insatisfecha Venus, a la que ambos habíamos dejado a medias. Ya estaba todo decidido: Sara se quedaba allí el tiempo que hiciese falta y la consolaría hasta donde fuese necesario; las cosas que pudieran pasar, bienvenidas serían.

Tan ensimismado estaba en la ética de la elección adecuada que no me percaté que a Sara se le volvían a empañar los ojos. Le sequé las lágrimas que asomaban y la atraje hacia mí, haciéndole notar el calor de mi acogedor pecho. Ella se resistió ligeramente pero bajo mi cálida y confiada mirada dejó caer su cabeza sobre mi hombro y a mí llegaron los acordes de aquel Put your head on my shoulder , de alguien que ahora no venía a mi mente y le empecé a acariciar debajo de la nuca, primero tímidamente pero después, una vez que ella no separaba su pecho del mío y su respiración se iba haciendo cada vez más agitada, pasaba descaradamente mis manos por su espalda, en toda la extensión que mi brazo me permitía.

Las escenas vividas con Venus me habían dejado muy tocado y sensible, sobre todo en ciertas partes a las que había sometido, esa tarde, a la tortura de la inacabable montaña rusa. Ahora tocaba volver a subir las grandes rampas y el tibio aroma que desprendía su cuerpo, pegado al mío, me ayudaba en las cuestas. Le giré la cara hacia mí y besé sus labios con precipitada pasión, fue un gesto casi artificial que luego suavicé mostrando un interés más comedido. Ella respondió con soltura y avaricia, como si fuese la única persona a la que le permitiese besar su boca, buscando mi lengua con interés, para saciar una sed que yo supuse se habría despertado esa tarde. Nunca se sabe si uno atrae a las mujeres que están prohibidas. Así estuvimos durante un espacio de tiempo indefinido, pero que no tuvo que ser demasiado porque cuando me quise dar cuenta ella estaba bajando mis pantalones cortos y me indicaba que me subiese a la encimera, para tenerme más a mano, bueno, es decir, más a boca.

Al ver liberada mi deseosa polla ella se entregó a la labor de acariciar, chupar, sorber, lamer, succionar, presionar, y un sinfín de verbos que pueden aplicar a esta acción de devorarme como nadie lo había hecho últimamente, y eso que mi chica es toda una experta o a mí así me lo parece. Si seguía así iba a hacer que me corriese allí mismo y eso no me parecía bien, aunque tan bravo como me sentía no creo que tuviese problema en volver a atacarla una vez me vaciase en su preciosa boquita; lo que no iba a tener era tiempo, los elementos cercanos amenazaban.

-Uhmmm, Saraaaa, no pares, sigue así, pero dónde has aprendido a hacer esas cositas con la boca, aghhh, divina, eres divina, Saraaa...-, me escuché gimiendo mientras tenía esos estratégicos pensamientos. Todo un misterio el desdoblamiento que puede alcanzar un hombre en su personalidad mientras le están haciendo una buena mamada, ¿a ellas les pasará lo mismo?

Ya estaba decidido. No le iba a dejar seguir, prefería que fuese mi boca la que hiciese que ella me recordase, volví a apartar de mí, por segunda vez esa tarde, a una mujer preciosa que estaba haciéndome ver el cielo y la senté sobre la encimera de la cocina, subiendo su vestido hasta que apareció un minúsculo tanga transparente totalmente humedecido por sus propios jugos. Uhmmm, en su punto. Arrimé mi boca a esa dulce prenda y sople todo el calor que había dentro de mí hacia su coñito, a la vez que aspiraba uno de los aromas que más echo en falta en las perfumerías.

Sara dio un gran suspiro ante la brisa que inundó su centro de gravedad y fue con sus propios dedos con los que separó la fina tela para que tuviese todo el acceso del mundo a su ya húmeda raja. Esta vez no estaba dispuesto a dejar pasar el momento y nada ni nadie iba a evitar que hiciese correrse a la dueña de aquel tesoro. Con verdadera gula me apliqué a chupar, lamer, soplar, succionar e incluso mordisquear aquellos labios que se ofrecían abultados y enrojecidos de deseo. Los separé con mis dedos dejando entrever la entrada al túnel del placer y hundí mi lengua todo lo más profundo que pude, hasta que mi nariz se empotró contra su clítoris.

-Uhmmm, qué tienes en la boca lancero bengalí, ¿un puñal?-

¿Lancero bengalí? ¿Otra igual? ¿Qué pasa, que anoche pusieron una del imperio británico en India o era la del plus de los viernes? Pues nada, en distancias cortas ya se sabe, la espada no es buena pero una buena daga... Por lo que seguí indagando si aquella gruta tenía paredes sólidas a lo que Sara contestaba que sííííí , que síííí , que sigue ahíííí . Deslicé mi daga hacia la parte superior de la caverna, buscando el interruptor de la luz y vaya que lo encontré, a Sara se le iluminaron los ojos con un brillo especial cuando descubrí el mecanismo y le di una buena capa de lubricante en formato saliva. Mientras, para no perder tensión, introduje dos dedos dentro de su coñito, ahora podía ir a tientas, no necesitaba la reciente iluminación para darme una vuelta por su coño. Por toda respuesta a estos movimientos, Sara alzó sus caderas hacia mis dedos y lengua. Advertí que ella estaba a punto de irse o venirse, que siempre queda más cariñoso y educado que irse, y aproveché sus movimientos para introducir el meñique en su fuente untuosa para después llevarlo escurridizo a su entrada trasera. Y de un solo golpe le ensarté al más pequeño de la familia dentro de su apretado esfínter. Ella soltó un pequeño grito, me llamó dos veces cabrón y me animó a que lo llevase más adentro pero a mí me interesaba su botón, por lo que no hice mucho caso a su sugerencia, no se puede atender a todo. Dejé al aire su interruptor y le besé con elegancia, dando ligeros rebotes sobre él hasta quedarme enganchado por su magnetismo. Ella empezó a gemir de verdad, sin importarle dónde ni con quién estaba, totalmente desinhibida; sus gemidos pasaron a ser gritos y las yemas de sus manos a clavarse en mi cráneo. Se le olvidó que al otro lado de la pared de mi cocina, estaba su novio. A mí también.

Tal y como estaba sobre la encimera, comenzó a manifestar unos espasmos que yo noté, sobre todo, en el anillo que presionaba mi meñique y, algo menos, en los dedos que danzaban dentro de su dulce y pringoso coño. Las manos de Sara imprimieron un ritmo creciente a mi cabeza y el compás de sus gritos, que sólo emitían una palabra, añadieron el resto:

-Así..., así..., así..., así..., así..., síííííí- y así sucesivamente seguía estrellando mis labios contra ella mientras un verdadero río de jugos abandonaba su coño a lo largo de mis dedos. Fue bestial, nunca había visto a una mujer correrse de forma tan intensa teniendo mi lengua como culpable de la surgencia. Se quedó encogida sobre la encimera, tiritando y sintiendo los coletazos de ese orgasmo tan reciente.

Al irse apagando su voz en un potente ronroneo empezaron a emerger otros sonidos ya familiares y nada agradables a mis oídos. Primero, los dichosos golpes en la puerta. Alguien intentaba llamar mi atención porque no podía entrar con su propia llave a pesar de intentarlo con ahínco. Eché un vistazo por la mirilla: era mi mujer. ¡Joder! MI MUJERRRR.

Menos mal que cuando entró Sara había dejado puesta la llave en la cerradura, para evitar un contratiempo como el que se avecinaba. Con ello impedía la entrada de ella aunque tuviese la llave, lo que me concedía unos minutos preciosos. Además, no delataba mi presencia en el interior, podría haber sido un olvido al salir de casa. Eso me daba aún más tiempo, más ventaja para intentar pensar en algo. Volví a acercar el ojo a la mirilla y ya no estaba allí, sino que llamaba insistentemente al vecino para que le abriese la puerta y supongo prepararse para saltar por las terrazas, como habíamos tenido que hacer en más de una ocasión y empezaba a ponerse de moda ese día. Ufff, que situación, demasiada tensión y morbo. En esos momentos miré hacia abajo y parecía un pingüino, aunque no sé si esas aves podían aguantar una erección como la que tenía a la vista. Mi polla iba por libre porque no era momento de mantenerse tan arrogante, había que dejar al cerebro pensar y para ello se necesita sangre. Durante unos minutos sólo se escuchaba el insistente timbre de la puerta de al lado. Estaría todavía Miguel dentro con Venus, seguro, porque si no ya hubiese intentado ver cómo le iba a su mujercita. Volví a la cocina y allí estaba Sara, preguntándose qué era todo ese jaleo y porqué la había abandonado en un momento así, se abrazó a mí y me empujó hasta una silla para sentarse encima de mi lustroso puñal, pero eso era más de lo que la situación permitía. Le expliqué que mi mujer estaba intentando entrar y que estaba llamando a su puerta pero que Miguel no le abría. Ella volvió a la realidad y a Miguel.

-Ah, ese cabrón, ahora pretenderá tirarse a tu mujer, ¿verdad?- me dijo echando sus manos a su cara.

-Que no, que no es eso. Ahora hay que conseguir que él le abra la puerta para que tú puedas salir de aquí tranquilamente, ¿entiendes? En nada se van a presentar aquí, vendrán por la terraza. Voy a abrir la puerta para facilitar las cosas y que no haya que romper ningún cristal, no sería el primero, pero tienes que irte de aquí, ya le explicarás a Miguel porqué no fuiste a casa directamente al salir de la mía. Ah, y mejor date una vuelta por ahí y tranquilízate, tómate algo y más tarde vuelves, ¿entendido?-, le dije con determinación para que obedeciese sin pensar.

Nos acercamos a la mirilla para ver si mi mujer seguía allí. Nadie en el rellano: vía libre. En ese momento la puerta de la terraza chirriaba anunciando una nueva visita por lo que me despedí de Sara con un beso en los labios. Ella me confesó: ha estado muy bien, gracias por atenderme así, te debo una de verdad y me plantó un tierno beso en los morros.

Al cerrar la puerta e irme hacia la terraza no podía creer lo que veían mis ojos, Venus otra vez allí, bueno ya entraba hasta la cocina, que es el primer lugar cubierto de la casa al que se llega viniendo de la terraza.

-Joder Venus, ¿todavía no te has ido? Ahora que tenía esto casi solucionado-, le dije al borde del infarto sin dejar de admirar su preciosa figura que esta vez venía completamente vestida, por lo menos en lo que a prendas exteriores se refiere.

-Sí, dónde voy a ir, si tengo que salir de allí siempre a la carrera y ahora es otra mujer la que llama, pero ¿qué líos os traéis aquí? Por cierto ¿no alquilan nada en este simpático edificio? Aunque... no sé, creo que nadie aquí sabe acabar un trabajito... hombres...-, no perdía ni el atractivo ni el sentido del humor. Esa mujer era increíble pero ahora se tenía que ir y ya.

-Venus, esa otra mujer es la mía. Ahora el problema lo tengo yo, por lo que tienes que irte ya; no te puedes quedar ni un segundo más, ponte en mi lugar. Vamos que te tienes que ir echando hostias porque no me equivoco si te digo que dentro de nada están en la puerta de la terraza Miguel y mi mujer-, le apresuré acompañando, casi empujando, a esa belleza a la puerta. Me volvió a plantar un jugoso beso en los labios mientras yo cerraba la puerta y dejé en el aire un nos vemos nada prometedor pero tampoco comprometedor.

Hoy sólo despedía mujeres guapas en mi puerta, vaya día. Me fui directamente a la cocina para colocar los posibles desperfectos del guiso reciente; una vez resuelto este paso me dispuse a esperar la visita de los improvisados vecinos con una revista en la mano y sentado cómodamente en el sofá, como si nada hubiese pasado. El corazón me latía con fuerza pero la situación empezaba a estar bajo control o por lo menos me lo parecía. Pasaron los primeros minutos y me pude calmar del todo, pudiendo pensar en posibles excusas o explicaciones para todo lo que tuviese que oír.

Unas fuertes ganas de mear me estaban entrando, a lo que se unía, de forma cada vez más intensa, un dolorcillo de huevos debido, sin duda, a que en una tarde de tanto ajetreo sexual todavía no me había ido (o venido) ni una sola vez. Al llegar al baño se encendieron las alertas. ¡Joder, que caos! Venus había dejado todo patas arriba y se me había olvidado, hasta la cuchilla estaba allí, con la espuma suavizante. Ufff, que agobio, eso iba a ser más difícil de explicar, tenía que recogerlo todo lo antes posible, colocarlo en sus sitios adecuados, bueno, más o menos, porque lo que se dice igual, igual, era imposible.

Mientras, la amenaza de la visita seguía latente pero no terminaba de materializarse, lo que me hacía ofrecía el tiempo necesario para adecentar el aseo. Me llevó más tiempo de la cuenta, sobre todo por la curiosidad de Venus que había sacado todo lo que mi chica tenía tan bien colocado. Ellos seguían sin aparecer. Tanto empuje para entrar a casa y ahora qué, se habían desvanecido las ganas de mi mujer o... una pregunta se coló en mi cabeza..., ¿Más que desvanecerse se habrían despertado sus ganas en casa del vecino? Joder, tenía que impedírselo. Ya sé que yo había consolado a su mujer, pero no era lo mismo; en mi caso, lo había hecho sobre una realidad, un momento de debilidad de mi vecina, pero el único problema que ella tenía era que no podía entrar en casa, nada más. Y ahora, el muy cabrón estaba cuidando de ella mientras se solucionase lo del cerrajero, que por cierto también vivía en unos de los áticos del edificio, menos mal que no estaba en ese momento. Ya habíamos echado mano de él en alguna ocasión. ¿Y porqué fue ella a ver a Miguel si no pensaba saltar por la terraza, con lo fácil que había sido en anteriores ocasiones?

Mi cabeza daba vueltas y empezaba a ver escenas en las que mi mujer se entregaba en los brazos de Miguel, olvidando la llave, a mí y al resto del mundo. Me estaba encendiendo por los celos pero no eran los únicos responsables del calor que tenía, una sensación de sana y morbosa curiosidad me estaba inundando. ¿Cómo podría saber qué estaba sucediendo en casa del vecino? Si llamaba a la puerta se rompía todo, sólo me quedaba la opción que hasta ahora todo el mundo usaba. El consabido paso natural: la terraza.

Tenía que poner cuidado, sobre todo en no caerme, sólo faltaba eso, un muerto o un malherido, y después en no hacer ruido si quería ver lo que pasaba sin llamar la atención. Todo lo que siempre ha habido de voyeur en mí se despertó con el acicate que era mi mujer a la que iba a espiar. Una incipiente erección me acompaño en el salto decisivo.

Una vez en la terraza contigua me orienté gracias al conocimiento previo del terreno, dado que habían sido varias veces las que había estado allí y me deslicé, ocultó por las plantas, hacia la puerta de su terraza. No tuve que realizar grandes esfuerzos visuales, allí, ante mis propios ojos estaban los dos. Que cabronazo, no había perdido tiempo desde que Venus había abandonado el piso, y de eso no hacía mucho. Había convencido a mi mujer que la puerta podía esperar. Con su inventiva, seguro que le había dicho que había oído la puerta y que me había visto salir hacía un rato. Incluso no le habría dejado acercarse a la medianía de las terrazas para que no comprobase que la puerta estaba abierta, a la espera de la llegada de mi mujercita, ya con todo en orden y las tareas hechas.

No, era mejor entretenerla, por si acaso a mí me venía bien y remataba con Venus. Si en el fondo, el muy hijodeputa, pretendía hacerme un favor aunque por las posturas y las cercanías que tenía con mi mujer, el favor se lo estaba ofreciendo a ella, no había duda. Aunque, a decir verdad, yo había hecho lo mismo con su mujer. Consolarla en un momento difícil.

Mientras continuaba con estas disquisiciones no podía apartar la vista de ambos. A través del cristal de la terraza tenía una visión de primera fila y, además, era imposible que me viesen. Miguel, echado encima de ella mientras besaba todo lo que a su alcance estaba hacía muy difícil que prestasen atención al intruso que al otro lado del cristal no perdía ni un solo fotograma de aquella escena. Mi mujer estaba disfrutando, conozco su reacción cuando le muerden suavemente el cuello y se arquea hacia atrás, como estaba haciendo justo en ese momento. Las manos de mi vecino y desde ahora rival, se perdían por debajo del top de ella buscando liberar las tetas de mi chica, lo que hizo sin demasiado trabajo, dejando la prenda como si fuese un flotador, por debajo de sus axilas. Se apartó para tener una vista mejor de su pecho, para contemplar su obra; a la vez, me escondí tras unos troncos del Brasil por si desde allí les daba por mirar hacia el jardín, en plan romántico. No perdía vista de lo que Selene le estaba entregando, porque fue ella la que aprovechando la distancia se empezó a bajar la cremallera del vaquero. Con parsimonia y sin dejar de mirar a sus ojos. Le estaba poniendo a mil la muy...

Joder, y yo estaba a reventar con la escenita que le estaba haciendo Selene, allí, pared con pared. Me desabroché un poco el pantalón, por aquello de la circulación sanguínea y de paso me regalé unas ligeras caricias que me vinieron la mar de bien. Mientras, dentro de la casa, mi mujer, con las piernas abiertas y tumbada en el sofá le ofrecía a Miguel el tesoro que yo descubrí hace mucho tiempo; él no se hizo de rogar y enterró su cabeza entre sus muslos. Si hacía una buena faena la tendría de su parte para el resto de la eternidad, así era ella. Y por las convulsiones que describía su cuerpo él se estaba ganando la vida eterna. Selene debía de ir tan excitada que en breves momentos reconocí un gran orgasmo en su interior, apretó la cara de Miguel contra su coño, deseando introducir parte de él en su interior mientras su clítoris era besado hasta tocar el cielo. Que pena no poder oír sus gritos, seguro que le estaba diciendo: ¡Cabrón, que lengua tienes!

Aquello iba a hacer que me corriese, no podía imaginar que me excitase tanto ver a mi mujer disfrutar con otro, una vez superado los celos iniciales. Abracé mi polla con emoción, pensando que era ella la que iba a entrar en el coño de Selene. Volví la vista al interior y la observé como, ligeramente recuperada y de rodillas en el sofá, estaba maniobrando en los pantalones de Miguel pero la posición que ahora tenían ambos no me permitía ver exactamente qué pasaba. Sólo tenía una imagen trasera de él, los pantalones algo sueltos y los brazos de ella que, de vez en cuando, abrazaban su culo. No hacía falta mucha imaginación para saber que le estaba comiendo la polla en agradecimiento a sus atenciones pero desde ese punto de observación a mí no me satisfacía la imaginación y necesitaba realidades. Me desplacé hacia una pequeña ventana situada a la derecha de la puerta y desde la que tenía una perspectiva diferente, más elevada, más jugosa. Con verdaderas ansias, Selene hacía desaparecer el miembro de mi vecino dentro de su pequeña boca para después centrarse sólo en la amoratada punta y vuelta una y otra vez al jueguecito de magia de hacer desaparecer las cosas delante del público. Él estaba en la gloria porque sólo le acariciaba el pelo y le empujaba su miembro dentro con rítmicos golpes de cadera. Seguro que no estaban callados y hubiese dado medio brazo por oírles, pero la ventana estaba cerrada y me tenía que quedar con el cine mudo, aunque en color, eso sí. Hubo un momento en el que parecía que se iba a correr, por como tensó el cuerpo, pero ella, experta en esas lides, ralentizó su trabajo porque quería reservarse un mejor premio. De un único tirón le arrancó literalmente sus pantalones y pude ver como su polla se sintió libre y apuntaba arrogantemente al cielo, bueno al techo; ella se puso a cuatro patas, subida en el sofá y se bajó su precioso tanga que quedó enrollado a la altura de sus muslos, a mí esa imagen me volvía loco. Estaba claro que a Miguel también, ella le incitaba para que le atravesase con su sable. Sabía incitar a un macho, había llevado su mano a la rajita para abrirla a su vista y hacer con ello que la invitación fuese irrechazable.

Desde mi torre de vigía pude comprobar como Miguel sujetó a mi mujer por las caderas y de un solo impulso le clavó su ariete hasta lo más hondo de sus entrañas. La respuesta de su cuerpo fue como si hubiese recibido una descarga eléctrica porque se arqueó como una serpiente, se retorció sobre el miembro del asaltante y, unos segundos después, inició una danza de aproximación en la cual sus manos impulsaban el culo de Miguel para que la penetración fuese cada vez más profunda. Estaba disfrutando como hacía tiempo no le veía hacerlo. Esa imagen hizo que mi polla volviese a pedir asistencia y casi sin darme cuenta me encontré agarrado a ella e imprimiéndole un masaje cada vez más rítmico y satisfactorio.

Dentro, la batalla continuaba. Ahora era el agresor el que estaba decidido a dar una buena lección a su víctima, le había bajado la cabeza con fuerza hasta que las mejillas de Selene tocaban los cojines del sofá, su culo no podía estar más elevado y él no dejaba de bombear dentro de ella su polla, con ganas, con deseo, con pasión; estaban brillantes, sudorosos, creo que era por la falta del aire acondicionado aunque también estaban se les veía a punto de explotar de excitación. El castigo que le estaba infringiendo a mi miembro era cada vez mayor y ya empezaba a sentir los primeros cosquilleos que denotan que se va a llegar a un punto sin retorno, por lo que me contuve, no quería acabar antes que ellos. El momento era precioso, los tres estábamos a punto de corrernos aunque ellos no sabían que formaban parte de un suculento y distante menage a trois .

Como venía siendo habitual esa tarde algo empezó a marchar mal. Pude advertir como Miguel se retiraba y miraba angustiado hacia la puerta de entrada. A su vez, mi chica intentaba recoger sus ropas que estaban esparcidas por el salón mientras hablaban entre ellos de forma entrecortada. Esta vez no me hizo falta saber que decían. Seguro que alguien estaba intentando entrar en casa. ¿Sara? Es posible, tal vez había pasado más tiempo del que parecía y ya le habían entrado ganas de volver a casa, igual para reencontrarse con su chico porque se sentía culpable de lo que había sucedido y estaba dispuesta a perdonar su travesura anterior y la dudosa procedencia del sujetador perdido.

Venga, otra vez las carreras de salto de obstáculos. ¿La harán olímpica para el 2012? Cerré mis pantalones como pude, para asegurarme que no me iba a caer en el traslado. Por un lado me alegraba que no hubiesen podido acabar, como solía ser lo habitual, que se jodan, pero por otro, estaba en la gloria, se le veía tan arrebatadora y a mí no me hubiese importado abonar convenientemente los troncos de Brasil en una explosión conjunta de los tres. De nuevo me invadió el nerviosismo, pero esta vez la duda era: ¿Qué iba a ser de Selene en esa situación?

Supuse que ya era mayorcita y que iba a saber cuidar de si mismo por lo que me trasladé con rapidez a mi salón, tumbándome en el sofá para hacerme el dormido; era lo mejor para el momento y así podría pensar en los flecos de la situación para que todo pareciese normal. Sólo quedaba la reacción de Selene, pero no estábamos para reproches mutuos, lo importante es que Sara no advirtiese la presencia de mi mujer en su casa y para ello era importante que se diese prisa. Dejé la puerta de la terraza abierta, para facilitar su huida y como desde el salón tenía un sector de la terraza a la vista pude comprobar como, al igual que había hecho Venus en dos ocasiones hacía unas horas, mi mujer saltaba la valla y se iba vistiendo a la carrera, aunque todavía tenía sus preciosas tetas a la vista y traía sus sandalias en la mano.

Espero que no se le haya olvidado ninguna prenda. Sería el cuento de nunca acabar.

Terminó de vestirse en la cocina y haciendo alarde de una frialdad impresionante dijo en voz alta:

-Ya te vale, campeón, aquí dormido tan ricamente y la llave puesta en la cerradura. Como para una urgencia. Es que no tienes remedio-, y se acercó a la puerta, quitó la llave de allí, la abrió y echó un vistazo para ver cómo andaba el rellano. Volvió a cerrar la puerta y despacito se fue acercando a mí, agarró desde abajo la ligera sábana que solemos usar cuando está puesto el aire acondicionado y tirando de ella exclamó: Uhmmm, pero qué tenemos aquí... vaya, vaya,... ¿un regalito para mí...? Vete a saber en quién estabas pensando ahora mismo. Espero que en mí porque voy a ser yo la que se aproveche de esta hermosura. Nío, despierta, vamos, o... mejor ya te despierto yo...- y se agachó con decisión hacia mi polla que estaba tan deseosa de ser tratada bien y hasta el final que creció rápidamente en su boca. Llevé mis manos a su cabeza para que supiese que estaba disfrutando de su llegada y eso era realmente lo que sentía, verdadero placer; sobre todo por tener bien claro que esta vez nadie nos iba a molestar.

No pasó mucho tiempo hasta que me encontré sentado en el sofá y con ella frente a mí, en cuclillas y cabalgando sobre mi endurecida polla, deslizándose desde la punta hasta la base sin que mi ariete se saliese de su coño, de circo. A cada bajada, mi chica soltaba un gritito que me hacía comprender que estaba a punto de correrse y yo no podía aguantar más así que aceleré las embestidas, ella se destapó del todo, nunca le había oído gritar así, sin morder ningún cojín. Miguel había hecho maravillas y me la había dejado en puertas. Desde aquí gracias, vecino. Ambos nos fuimos casi a la vez de forma estrepitosa y vaciándonos por completo como vasos comunicantes.

Caímos extenuados sobre la alfombra y poco a poco nuestra respiración se fue normalizando mientras continuábamos abrazados. Cuando los latidos de nuestros corazones dejaron oír los ruidos del exterior ambos pudimos percibir claramente, desde la casa vecina, las exclamaciones de Sara:

-Sí, sí, Miguel, me vas a matar,... perooo... no pares... sigue así... uhmmm, pero qué te pasa hoy... estássss... como... nunca... ahhhh... cabrón... me matas... ahhhhh...-

Todo había vuelto a su cauce, ese iba a ser un buen verano para los áticos.

Salud.

Relato ideado en el mes de Junio de 2005 sobre un hecho real, con personas reales, lugares reales y muy domésticos, pero situaciones arrancadas a la fantasía y altamente deseadas por sus protagonistas. Quizá algún día… todo sean hechos sucedidos.

Para un escritor de estos relatos, todo comentario es un placer intenso; os dejo mis dos cuentas para hacerlos. Gracias a todos.

joleters@hotmail.com y ant1961vk@yahoo.es