Los amigos de papá

Una tardecita divertida con los amigos de mi papá.

Nunca me he considerado la mujer más atractiva, pero no me puedo quejar. A pesar de que no soy alta, soy delgada –y me cuido para mantenerme así–, además soy morenita, de rostro simpático y risueño. Aunque no tengo un trasero demasiado voluptuoso, lo compenso muy bien con mis enormes tetas, producto de herencia familiar, las cuales me gusta lucir con escotes pronunciados. Es decir, si puedo darme el gusto, ¿porqué negármelo?

Llevo conociendo a David y a Javier ya más de diez años, prácticamente desde que era una niña. Toda la vida han sido compañeros de trabajo y amigos de mi padre. Siempre tuve una relación muy relajada y bromista con ellos. El cariño y la confianza que existía entre nosotros se debía a que visitaban nuestra casa con frecuencia, ya sea para cenar, para ver partidos de futbol con papá o para emborracharse con él.

Recuerdo que cuando atravesé por la adolescencia noté un cambio dramático en la forma en que los hombres comenzaron a mirarme; y no sólo fue cuestión de la mirada, ya que su comportamiento hacia mí también cambió: empezaron a portarse más cariñosos, más dispuestos a dedicarme tiempo. Lo jocoso es que mientras más cerca me tenían, más difícil les resultaba verme a los ojos. David y Javier no fueron la excepción, y con el tiempo sus miradas y su trato hacia mí se intensificaron, al punto que hasta comenzamos a coquetear. Mi padre se dio cuenta de la situación y al principio procuró mantenerme alejada de ellos, pero supongo que después de tanto tiempo se cansó de esto y nos dejó ser.

Ahora tengo 23 años, pero lo que voy a narrarles ocurrió cuando yo tenía 18; David en ese entonces me llevaba 20 años y Javier 17. El primero siempre se me hizo muy atractivo: alto, de cuerpo atlético y ojos claros. Mientas que Javier, aunque era más joven, no era tan atractivo como David, ya que era algo gordito, pero aún así tenia algo que me atraía, a lo mejor sus ojos grandes, que lo hacían ver muy interesante. Recuerdo que Javier ya estaba casado y David en algún momento lo había estado. Yo acababa de tronar con mi tercer novio y en ese momento no andaba en busca una relación.

Un día mis padres tuvieron que salir de la ciudad por la lamentable muerte de un pariente de mi papá, el cual realmente no era muy cercano a nosotros. En casa nos quedamos solos mi hermano mayor y yo. El primero solía aprovechar para salir cuando mis padres no estaban y regresar a altas horas de la noche, sobre todo si se trataba de un fin de semana, como era el caso. Así que obviamente aprovechó la oportunidad. Yo, por mi parte, quedé con una amiga para salir. Como mi último novio había sido muy celoso en nuestra relación, y estricto en cuanto a supervisar mi forma de vestir –me prohibía las faldas, los escotes, etc.–, esa tarde decidí festejar mi independencia vistiéndome algo sexi.

Me puse unos jeans muy pegados que favorecieron mi figura, acentuando un poco mi trasero. Casi siempre uso tanga y esa vez no fue la excepción. Me puse unas sandalias con tacones negros, y una playera con cuello en V, la cual me hacía un escote increíble. Si me agachaba la abertura era tan grande que dejaba ver todo, por lo que me puse un brasier negro de media copa para evitar accidentes. Era verano, así que no me preocupe en buscar una prenda extra para abrigarme.

Justo cuando estaba a punto de salir recibí una llamada de mi amiga, en la cual me informó que ya no iba a poder verme. En ese momento me frustré, ya que eso significaba que tendría que quedarme en casa sin nada interesante que hacer. Me disponía a cambiarme cuando de pronto tocaron a la puerta: era Javier, que buscaba a mi papá. Al parecer mi padre había olvidado avisarles de su salida de emergencia, y por lo mismo tampoco había cancelado la salida para tomar una cerveza que habían planeado para esa misma tarde. Le conté a Javier las razones por las cuales mi papá no estaba, y además le comenté que no regresaría sino hasta el día siguiente por la tarde. Como Javier se extrañó y me preguntó el porqué andaba tan guapa, también le expliqué lo que me había ocurrido.

De broma le pregunté a Javier si habían planeado tomarse la cerveza en un bar decente, a lo que él reaccionó riendo. Sabía que yo había atinado en sospechar algo así porque su risa fue nerviosa. Como un policía lo seguí cuestionando un poco más hasta que por fin admitió que su plan consistía en visitar uno de esos bares donde las chicas bailan desnudas. Me confesó que en ese momento ya no le quedaban muchas ganas de salir, pero que aún así iría a recoger a David para ver que se les ocurría.

–Hey, tengo una idea, ¿porqué no le hablo a David y le digo que nos veamos en otro lado, así nos acompañas? ¡Al fin y al cabo que ya estás arreglada! –dijo Javier.

La idea me agradó, para empezar vería a David, tan atractivo y amistoso, y por otro lado estaba segura que me la pasaría bien con los dos. Javier siempre contaba un montón de historias cómicas que me entretenían como una niña.

Acepté con gusto, y nos subimos al auto para ir a buscar a David. Durante el viaje noté como Javier, disimulando muy mal, aprovechaba cada momento que podía para darle una buena mirada a mi escote. Sin embargo, a mí me agradaba la situación, por lo que procuré provocar razones para que me lo viera. Platicamos poco durante el viaje y, finalmente, recogimos a David en su casa. Éste me saludó con un abrazo tan fuerte que sentí como mis tetas se apretaron contra su vientre. Sin duda aquello no había sido un accidente.

David iba vestido con un pantalón negro, de tela lisa, y una camisa también negra que lo hacían ver espectacular. Acordamos ir a un bar bohemio con música en vivo, pero no tan alta como para poder conversar con tranquilidad. Eso era importante para mí, ya que no quería perderme la oportunidad de escuchar las historias graciosas de Javier.

Me sentí extraña al convivir con ellos sin que papá estuviera cerca, pero a la vez me sentí bien. El notar que les gustaba verme me excitaba, pues me hacían sentir sexi. Dado que la situación me encantaba, decidí disfrutar plenamente del momento.

Estuvimos un par de horas platicando y riendo en el bar, en todo ese tiempo evité tomar demasiado, primero porque eso ponía a papá en mal plan, y segundo porque no estaba acostumbrada a hacerlo, ni siquiera con mis amigas. Javier y David me incitaron a que lo hiciera con tranquilidad, y prometieron no decirle nada a mi padre. Crédula sobre su promesa me tomé un par de cervezas, las cuales me hicieron sentir muy bien, muy ligera, me reía de más y me sentía muy a gusto. El efecto de las bebidas, y el hecho de estar sentada en medio de ellos, recibiendo abrazos de ambos, comenzó a prenderme, y por los bultos que sobresalían bajo la delgada tela de sus pantalones, noté que a ellos también les sucedía lo mismo.

Cuando dieron las diez, mis acompañantes decidieron que ya era tiempo de retirarse debido a que el lugar comenzaba a ponerse aburrido. David, educadamente, suponiendo de yo me encontraba cansada, ofreció llevarme de vuelta a casa. Yo no tenía ni la menor intención de dejarlos, por lo que el mismo David propuso que lo acompañáramos a su residencia para aprovechar un buen par de botellas que tenía reservadas, acompañando la ocasión con muy buena música de su colección. La decisión de continuar la velada en su casa fue unánime. En esos momentos no me preocupaba nada, ya que mis padres no estaban en casa; además, sabía que mi hermano no llegaría sino hasta muy tarde, y aunque llegara antes que yo, no se atrevería a acusarme debido a que yo contaba con secretos de él que a mis padres les resultarían muy interesantes. Además, andaba con los dos mejores amigos de mi papá, con ellos nada malo podía sucederme, ¿verdad?

Llegamos a casa de David, un lugar muy agradable y de buen gusto que yo ya había visitado mil veces en compañía de mi padre. Nuestro anfitrión se apresuró a ofrecerme algo de beber; le pedí que no me sirviera nada fuerte, ya que no quería sobrepasar el pequeño y agradable acelerón que me habían provocado las cervezas que me tomé en el bar. Al final me sirvió un poco de vodka con limonada, el cual me supo muy bien por lo que comencé a tomármelo lentamente. Charlamos un poco más, reímos otro poco, y la situación empezó a tornarse muy excitante para mí, ya que los intentos, mucho más descarados, de mis acompañantes para ver mis tetas no se hicieron de esperar.

En una de esas pausas en las que ellos iban a prepararse otra bebida, me levanté del sofá y comencé a curiosear sobre el librero de la sala, de pronto me encontré un paquete de barajas. Como mi hermano me había enseñado a jugar Poker en nuestras tardes de aburrición, las cuales, en ese tiempo en que la Internet y la televisión por cable aún no se acercaban por nuestra casa, eran muy comunes, me pareció buena idea proponerles a los muchachos que jugáramos.

–¡Pero claro que sí, nena! ¡Lo que tú quieras, corazón! –se apresuró a decirme David.

Javier no perdió tiempo en poner la mesa y acomodar nuestras bebidas.

–¿Qué sabes jugar? –preguntó Javier.

–Sólo sé jugar Poker, ¿está bien con ustedes? –pregunté inocentemente.

El ánimo de repente se tornó evidente en los ojos de ambos. Yo comenzaba a imaginarme a lo que conduciría todo aquello. Quizá en ese momento no tenía una verdadera intención de provocar una situación peligrosa, pero el hecho de saber que existía la posibilidad de que algo así sucediera, simplemente, me humedecía la vagina.

Empezamos a jugar, sin dejar en ningún momento de beber. No apostábamos nada, y así se pasaron unas quince manos, de las cuales yo gané la mayoría. Nos encontrábamos muy a gusto, algo mareados. De pronto tuve la idea de hacer el juego un poco más entretenida apostando algo.

–Pero, ¿qué tienes en mente, peque? –preguntó David.

–No sé, ¿monedas? –dije yo.

Aceptaron, y todos sacamos lo que teníamos en nuestras bolsas. A partir de ahí logré jugar unas 18 partidas antes de quedarme en ceros.

–¿Ya no tienes monedas, peque? ¿Qué vas a apostar ahora? –preguntó Javier.

Mil respuestas pasaron por mi mente, por lo que decidí empezar a hacer propuestas realmente interesantes:

–¿Qué tal un castigo? –dije–. ¡Lo que ustedes quieran!

–¿En serio? –preguntó David con una voz muy sospechosa, a la cual le siguió una risa nerviosa.

–¡Sí, lo que quieran! –dije yo.

Seguimos jugando, lo cual no me sorprendió. Perdí.

–Muy bien, peque, tu castigo será que andes descalza de ahora en adelante; pero tienes que quitarte el calzado de pie frente a nosotros, sin doblar las rodillas –se apresuró a decir Javier–. Claro está que sólo si no tienes algún inconveniente de hacerlo.

Javier y David intercambiaron miradas y se quedaron a la espera de mi respuesta.

Sin decir nada me paré frente a ellos y me doblé hacia delante, sabiendo que mi escote en ese momento resultaba todo un espectáculo para los dos "caballeros", quienes rieron y aplaudieron mi atrevimiento. Eso me puso a mil, el poco alcohol que había ingerido estaba desechando mis nervios. La situación me tenía excitadísima y sabia que a ellos también.

En un juego en el que David ganó y Javier se quedó sin monedas, yo le pedí a este último que se quitara la camisa por castigo. En el siguiente juego yo perdí, por lo que David me pidió que bailara en la mesa por un minuto, lo cual todos disfrutamos e hizo que las cosas se pusieran aún más calientes. Más adelante Javier perdió de nuevo y David lo hizo bailar en calzones. Situación que yo en particular disfruté mucho. Luego, en el siguiente juego, yo perdí.

–Lo siento, peque, tendrás que quitarte tu playera –dijo David.

Los nervios me regresaron un poco al momento que escuché eso, pero con un gusto inexplicable cumplí mi castigo, despojándome lentamente de mi playera ante la mirada estupefacta de mis compañeros de juego; esa forma en que me miraban era algo a lo que comenzaba a acostumbrarme. En aquel movimiento mis tetas casi se salen del brasier de media copa.

En la siguiente mano nuevamente perdí, y en esta ocasión fue Javier quien me pidió que me quitara los jeans. David intervino y ambos acordaron en que debía hacerlo de espaldas a ellos. Lo hice, y sentí las miradas de los dos clavarse en mi trasero como si de esa forma quisieran arrebatarme el tanga.

Seguimos jugando, y, como si el destino tuviese un pervertido plan, volví a perder.

–Te voy a dar a escoger: ¿tu tanga o tu bra? –dijo David con voz seductora.

Supuse que sería más fácil esconder mis nalgas manteniéndome sentada en la silla, así que me quite el tanga. Mi rajita quedó expuesta, oculta únicamente por mi fina capa de vello púbico. Ellos se me quedaron viendo maravillados, y yo no pude evitar sonrojarme, sobre todo porque pensé que mi excitación era tanta que a lo mejor mi humedad se notaría; sin embargo, al sentarme, respiré aliviada al percatarme que no estaba tan húmeda como para manchar el asiento de la silla.

Bajo el boxer de Javier se puso en evidencia una tremenda erección, y David no perdió la oportunidad para burlarse de ello. Jugamos una mano más, y, como era de esperarse, perdí otra vez.

–Déjanos ver esas hermosas chichotas, amor -dijo David–. Anda, chiquita, ¡vamos!

Procedí a quitarme el brasier, y mis tetas se balancearon con gracia al momento que las liberé. Luego las cubrí con uno de mis brazos. David me tomó de las manos y me pidió que le permitiera verlas; me puso de pie e hizo que me diera una vuelta. Yo, roja y excitada obedecí sin chistar, como en trance. De pronto sentí sus manos tocando mis senos y me congelé, presa de una sensación mezcla entre placer y vergüenza.

–No te preocupes, chiquita, nada sale de este cuarto –dijo David.

Javier sólo nos observaba desde su silla, mientras que David se acercó para besarme y yo lo correspondí. Fue un beso largo y agradable en el que sentí sus manos recorrer mi abdomen y rozar mis pezones. Luego, sentí como otras manos se apoderaron de mis nalgas, y al voltear, como lo supuse, se trataba de Javier, que aún seguía con el boxer puesto. Su forma de acariciar era un poco más brusca que la de su amigo, pero aún así me excitaba. Me miró a los ojos y comenzó a besarme también. Con el rabillo del ojo vi a David quitarse la camisa, luego se quitó el pantalón para quedarse en trusa; tenía el cuerpo perfecto: era musculoso y tenía el vientre plano. Con una mano empecé a acariciárselo, mientras que con la otra tomaba a Javier de la nuca para seguirlo besando.

Sentía manos por todo mi cuerpo: en mis senos, en mi vello púbico, en mis nalgas y en mi vientre. Era una sensación casi irreal, como si todo sucediera en cámara lenta, algo realmente increíble. Dejé de besar a Javier y me arrodillé ante ambos para quitarles los boxers. Gustosa noté como David tenía un pene más largo y no tan ancho como el de Javier. Sin un atisbo de duda, tomé aquel par de penes con mis manos y empecé a masturbarlos con frenesí. Javier me tomó de la cabeza y me acerco a su verga, la cual introduje en mi boca con dificultad debido a su gordura. Chupé por un poco más de un minuto, y luego, con desesperación, la solté para poder mamar también el gigantesco pene erecto de David, el cual no pude engullir en toda su longitud por más que traté de hacerlo. Estaba ardiendo, era como si quisiese mamar las dos vergas al mismo tiempo.

–Siempre supuse que eras una putita, amor –dijo David jadeando.

Escuchar aquello únicamente provocó que me excitara aún más, a un punto al que pensé imposible de alcanzar. Seguí mamando alternadamente las dos vergas hasta que Javier me tomó de la mano, me puso de pie y me haló hasta el sofá. Luego entre ambos me recostaron boca arriba, David se acercó a mi sexo y me metió un dedo, el cual comenzó a bombear dentro de mí, provocando con esto que me retorciera de placer. Javier acercó su pene a mi boca, el cual comencé a mamárselo de nuevo mientras él apretaba mis tetas con fuerza.

David acercó su boca a mi vagina, me introdujo la lengua y comenzó a hacerme unos deliciosos movimientos circulares con ella, dándome un placer que no había experimentado antes, y eso tomando en cuenta de que el sexo oral no era nada nuevo para mí. En ese punto yo únicamente deseaba gritar, pero el pene de Javier en mi boca me lo impedía.

David se detuvo, hizo que me incorporara y me acomodó en posición de "perrito".

–Esto te va encantar, putita –dijo mientras se disponía a penetrarme–, pero si te lastimo dímelo– concluyó con un tono tranquilizador.

De pronto sentí el gigantesco pene de David penetrándome, a lo cual reaccioné gimiendo fuertemente como posesa.

–¡Me encanta como gritas! –dijo Javier mientras me ponía de nuevo el pene en la boca.

Mis tetas se balanceaban al ritmo de las embestidas de David, y eso me provocaba tanto placer que apenas podía concentrarme en mamar la verga de Javier, sobre todo porque tenía que abrir bastante la boca para abarcarla. La mandíbula se me entumeció, y de seguro Javier lo notó, pues se alejó un poco para luego recostarse y ponerse a jugar con mis senos: primero me los apretó con fuerza, luego comenzó a pellizcar mis pezones levemente, eso de seguro lo emocionó pues al poco tiempo ya se encontraba besándolos y mordisqueándolos con vehemencia.

La situación entera me tenía a mil. No experimentaba ningún dolor ante la brusquedad de mis amantes, únicamente excitación que iba en aumento. De pronto comencé a sentir una explosión dentro de mí, producto de un tremendísimo orgasmo que me hizo alucinar. Todos nos detuvimos momentáneamente, apenas si recobré el aliento, David se salió de mí, Javier se recostó boca arriba y yo procedí a montarme sobre él. Su verga comenzó a abrirse paso entre mis carnes con dificultad, pero cuando me penetró por completo sentí lo más rico del mundo. Tener aquella verga tan gorda dentro de mi me hizo sentir plena, hasta el paroxismo.

Comencé a cabalgar a Javier mientras David no perdió tiempo y se puso a jugar con mi culo: humedeció uno de sus dedos con su boca y me lo introdujo en el ano, al mismo tiempo que me apretaba fuertemente una teta con su otra mano. Yo, por mi parte, no podía hacer otra cosa más que dar alaridos de placer.

–¿Te han penetrado por detrás, chiquita? –preguntó David.

La verdad era que sí, y muchas veces, ya que con mis dos novios anteriores había experimentado las delicias del sexo anal. De hecho, es un tipo de sexo que amo. Sin embargo, en ese momento sentía pena de admitirlo.

–¡No! – respondí de forma automática.

–¿Crees que te lo pueda hacer sin que te duela? -dijo David.

–Inténtalo, si me duele te aviso.

Él se acercó por detrás, se lubricó con saliva, y poco a poco comenzó a penetrarme.

–¡Vaya, pero si estás bastante dilatada, chiquita! Se me hace que me mentiste –dijo él.

Yo no respondí, no podía pensar, la penetración efectivamente me había dolido un poco, pero el placer nublaba por completo todos mis sentidos. Estar en una situación en la que no me había imaginado jamás, con dos deliciosas vergas dentro de mí, al mismo tiempo, me hacía delirar de gozo. Comencé a explotar por dentro una y otra vez.

Al poco tiempo David se salió de mi culo, Javier también se incorporó e hicieron que me levantara. El más viejo de mis amantes me ordenó que me arrodillara frente a ellos y que abriera la boca. Yo obedecí sin dudar. David acercó su pene, el cual agitaba con violencia, y de pronto sentí su leche caliente chocando contra mi lengua. Javier imitó a su compañero y a los pocos minutos comenzó a salpicarme también de su leche, pero la mayor parte cayó sobre mis senos. Luego David me ordenó que me lo tragara todo, y yo, sumisa y complaciente lo hice, no sin disfrutar del sabor agrio y de la consistencia de su simiente que sentí espesa cuando pasó por mi garganta.

–¡Eres un amor, putita! –dijo Javier.

–Siempre habíamos hablado de ti, haciendo suposiciones de cómo te desenvolvías sexualmente, pero nunca nos imaginamos que fueras tan rica -agregó David.

Recogí mis cosas y pasé al baño a asearme. Cuando salí ellos ya estaban vestidos. Les dije que la había pasado increíble, pero que desafortunadamente tenía que apresurarme en volver a casa, pues ya era muy tarde.

–El placer fue nuestro, y ojalá lo podamos repetir algún día -dijo Javier.

–Ya veremos –respondí sonriente.

Javier me llevó a casa. Cuando llegamos, y nos estacionados cerca de la entrada, éste metió su mano dentro de mi blusa, sacó una de mis tetas y me la besó. Luego me dio un profundo beso en la boca; nos despedimos y se fue.

Después de esa ocasión, tuve más experiencias con David y Javier de las cuales mis padres jamás se enteraron. De esas, y de otras cosas más, espero poder contarles en otra oportunidad.

También espero, queridos lectores, que hayan disfrutado de mi relato.

Un besote

Araceli