Los Amigos de Papá (3 de 4)

Federico no se lleva bien con su padre. Y ciertamente el vínculo no mejorará si los amigos del hombre quieren montarse a su pequeño hijo.

Zack me citó a su departamento el viernes por la noche. Al parecer, tenía intenciones de desvelarse conmigo.

Me encantó esa alternativa.

Mi padre no dio señales de vida, aunque presumo que si no lo habían echado de su casa, estaría al tanto de lo que estaba por hacer.

De todos modos, era mejor que no apareciera.

Ese viernes por la noche hacía un calor sofocante, así que decidí ir caminando hasta el departamento de Zack.

Opté por ponerme jeans, llevar mi mochila pero no usar ninguna remera.

Era irónico, porque días atrás había criticado a mi hermano mayor por ese estilo y ahora lo estaba utilizando yo.

Pero me gusta mi abdomen y tenía ganas de que fuera lo primero que Zack viera al abrir la puerta de su casa.

  • Supongo que no vas a ninguna fiesta, ¿eh? - preguntó mi hermano, al verme.

  • No, ya sabes dónde voy - le dije.

Le guiñé un ojo y le dediqué una de mis mejores sonrisas, pero Agustín sólo me mostró su rostro más perturbado. Continuaba sin agradarle lo que estaba por hacer.

  • Estaré bien - prometí.

  • Si necesitas algo, sólo llámame - me pidió.

Un gesto de lealtad que retribuí con un asentimiento de la cabeza y una marcha silenciosa.

Las calles que debía tomar para llegar al departamento no eran transitadas, así que me encontré con pocas personas que me lanzaron fugaces miradas por ir sin nada arriba.

Yo caminaba despreocupado y hasta me detuve en una máquina expendedora para comprar una lata de gaseosa.

No sabía si el encuentro con Zack sería igual de excitante que el que tuve con Pedro, pero la calentura que yo sentía era la misma.

Llegué al departamento y subí por el ascensor hasta el quinto piso.

Fue en ese momento en donde comprendí que quizá debía de haberme puesto ropa. Quizá los vecinos de Zack no sabían sobre su orientación sexual y yo estaba, sin querer, exponiéndolo a que todos sospechen que, como mínimo, había contratado a un prostituto.

Tenía una remera en la mochila, pero no me encontré a nadie en el pasillo de aquel piso. Corrí, de todos modos, hasta su puerta y llamé.

Zack me recibió a los pocos segundos y se quedó mirándome con sorpresa. Esperaba haber despertado en él lo que deseaba.


- ¿Es así como acudes a todas tus citas? - me preguntó Zack, cerrando la puerta de su departamento detrás de mí.

  • De hecho, mi intención fue venir así para excitarte - confesé. Supuse que ya no tenía sentido ocultarlo. - Una vez que estuve aquí, me di cuenta que quizá te exponía.

Zack se rió, mientras me señalaba con su brazo extendido para que me dirigiera hacia el living.

  • No tienes por qué preocuparte por eso - me dijo. - Mis vecinos están un poco acostumbrados a mi ajetreada vida social. O sexual, en este caso.

Por un segundo, me imaginé la cantidad de muchachos que habrán entrado en ese mismo departamento para hacer con Zack lo mismo que yo venía a hacer.

Tomé asiento en un cómodo sofá blanco mientras que mi anfitrión se dirigió hacia lo que debía ser la cocina. Cuando regresó, tenía dos latas de cerveza en la mano. Me extendió una.

Eso volvía inútil la gaseosa a medio tomar que tenía todavía en mi poder. Dejé la lata roja sobre la mesa y acepté la bebida alcohólica que me ofrecía.

  • Me gusta tu look - me informó. - De hecho, creo que estoy vestido de forma muy formal para nuestra conversación.

No tenía mucho de formal su ropa. Una remera ajustada, que remarcaba sus brazos, más un jeans gastado.

  • ¿Quieres desvestirte? - le pregunté.

  • Todavía no - respondió. - Pero quizá pueda ponerme un pantalón deportivo, si te parece bien.

  • Como mejor te sientas - le respondí.

Salió nuevamente del living y entró en su habitación. Quizá esa forma de no quedarse quieto significaba que estaba nervioso. Esperaba que se relajara, porque yo estaba sintiéndome bastante bien.

Volvió al rato, vestido solamente por un pantalón deportivo negro y corto. Verlo sin remera consiguió el mismo efecto que, esperaba, yo hubiera consigo en él.

  • Si el tenis provoca esos músculos, quizá deba jugarlo - le dije, sonriente.

Tomó asiento en el sillón frente a mí. Su decisión no se me pasó por alto.

Debía entender que no deseaba que la acción comenzara en ese instante, sino que era la clase de personas que solicitaban una charla previa.

Nunca entendí por qué los hombres hacían eso, si después de todo, una vez que haya culminado el acto, era poco probable que se volvieran a encontrar.

De todos modos, era a quien se le estaba dando los honores, así que él decidía las reglas del juego.

Sobre la repisa del living, en el centro del mueble como si fuera una reliquia familiar, había una escultura de una mano dorada que tenía seis perlas de diferentes colores.

  • El guante de Thanos - dije, apreciándolo.

Zack volvió a reírse. Parecía un niño al que se le descubre una fechoría.

  • Por el precio que me salió, las gemas tendrían que tener poderes de verdad - comentó, mirando el guante. - Pero es un capricho que me doy de vez en cuando. ¿Te gustan las películas de Marvel?

  • Algunas - respondí. - No vi todas, en realidad. Pero sí vi Infinity War. Anteriormente, también vi Thor 3 y me gustó.

  • A mí me pareció una mierda - sentenció. - Demasiado cómica para una película de Thor.

  • Pero eso lo hizo divertida - la defendí.

Me había reído como descerebrado toda la película. De todos modos, la apreciación de Zack sobre la comedia también la tenía Agustín. Así que no me iba a gastar en hacerle entender mi punto de vista.

  • No te niego, es divertida - respondió. - Pero no tiene relación con el personaje.

  • Si quieres algo oscuro y triste, quédate con la trilogía de Nolan - disparé.

  • Es una excelente trilogía - declaró.

Al menos, coincidíamos en eso.

  • Una pena lo que hicieron luego con Batman - comenté.

  • Las películas que continuaron tienen sentido - dijo Zack. - Son malas, pero tienen sentido.

Recordé que comenzamos a ver La Liga de la Justicia con Gonzalo. A su novia no podía importarle menos los superhéroes, así que el chico no dudó en llamarme para quedar con un amigo y ver la película.

Terminé mamándosela a los pocos minutos y, cuando ya Superman había vuelto a la vida, me la estaba metiendo sobre el sillón.

Pensé que cuando me llevó al cine, hacía poco más de dos meses atrás, para ver Infinity War terminaríamos haciéndolo entre las butacas.

No pudimos por dos motivos esenciales: la sala estaba repleta de gente y la película me había gustado.

Esa noche me quedé entusiasmado pero no pudimos tener sexo porque su novia se quedaba a dormir en su departamento.

No obstante, días después encontré la forma de agradecerle la invitación.

Evocar aquel recuerdo me provocó una puntada en mi verga.

  • ¿Hablaste con tu padre? - me preguntó.

  • No - respondí. - Y no estoy desesperado por hacerlo.

Zack hizo una mueca. Había algo de comprensión en su expresión.

  • Sí, estaba bastante aliviado cuando le dije que habías aceptado - respondió. - No mandé los papeles de desalojo, así que tiene un mes para conseguir el dinero.

  • ¿Para qué lo necesitaba? - pregunté.

Zack se encogió en hombros.

  • No es la clase de preguntas que hago - respondió. - Conozco a tu padre del tenis. Por lo que sé de él, es probable que el efectivo se haya ido en apuestas. No creo ser la única persona a la que le debe dinero.

Una parte mía se sintió desilusionada.

Suena horrible pensarlo, pero hubiera preferido que me dijera que necesitaba el dinero para pagarse una cirugía porque se estaba muriendo de alguna enfermedad.

Pero no. Seguía siendo mi padre.

  • Hablando de tenis, conozco a otro de tus compañeros - dije, cambiando el tema de conversación. Me deprimía hablar de mi padre. - Pedro.

  • ¡Pedrito! - exclamó Zack, entusiasmado. - ¿Cómo lo conoces?

Sonreí.

Zack interpretó, incrédulo, lo que significaba mi mueca.

  • ¿Bromeas? - preguntó. - Debe tener diez años más que tú.

  • Se conserva bien - lo defendí.

  • Eso no te lo voy a discutir - convino Zack, divertido. - Pedrito siempre tiene un chico detrás de él. He escuchado muchas cosas interesantes sobre su accionar.

Aquello, no supe por qué, pero me cayó mal.

En esos días, a la espera que responda una estúpida solicitud de amistad en Facebook, me di cuenta que le estaba proporcionando muchas emociones.

  • ¿Cómo fue? - me preguntó.

  • Fue con mi padre al cumpleaños de mi hermano - respondí. - En un momento, me pidió que lo acompañara hasta el baño. Estaba ebrio o al menos fingía estarlo. Allí fue cuando una cosa llevó a la otra y me terminó rompiendo el culo en mi habitación.

  • ¿Con toda tu familia fuera? - preguntó Zack.

  • Fue una de las experiencias más calientes que tuve - respondí. - Creo que mi viejo descubrió lo que hicimos. Aunque a mí no me dijo nada. No sé si a él.

  • Por lo que supe, se siguen hablando - respondió Zack. - Pero no es de extrañar. Pedro es abogado y tu padre siempre ha sabido mantener buenos vínculos con la gente que le puede ser de utilidad.

Aquello no debía de sorprenderme.

Aun así, entonces, ¿por qué Pedro no quiso volver a contactar conmigo después de aquel encuentro?

Si él mismo me había dicho que quería repetirlo. Me sentía estafado.

Tarde. Un par de años tarde. Pero estafado al fin.

Mi rostro debía de ser más simple de leer de lo que pensé en un primer momento, porque mi anfitrión notó automáticamente el matiz sombrío que adquirió mi rostro.

  • ¿Qué sucede? - me preguntó.

Negué con la cabeza.

  • Una tontería - respondí. - Pensé que Pedro no había vuelto por mí porque mi padre se lo prohibió.

En ese momento, me di cuenta de lo ilusa e infantil que sonaba mi imaginación.

  • A veces los chicos simplemente desaparecen después de una vez - me comentó Zack, como si quisiera darme ánimos.

Me reí con ganas. Tanto por su intento como por la forma en que me dio el consejo.

  • Lo sé, lo sé - dije. - Yo también he desaparecido en muchas ocasiones. Sólo se siente diferente estar en el banco de los rechazados.

Zack se encogió de hombros y bebió un sorbo de su lata.

  • No es tan malo como parece - comentó. - Con el tiempo, uno le agarra cierto gusto.

  • ¿Te han rechazado? - pregunté.

Hizo un gesto seguido de un resoplido. Creo que intentaba darme a entender de que había sido rechazado en incontables ocasiones.

  • Muchas me han rechazado y muchas más me han aceptado - dedujo. - Hay que aprender a vivir con ambas partes. Sino, es imposible.

  • Me gusta tu forma de ver las cosas - declaré. - No suelo estar acostumbrado a ser rechazado.

  • Y entiendo por qué - dijo, lanzándome una mirada sugerente.

Me gustó su manera de mirarme. Noté el deseo que depositaba en mí.

Tomé un cigarrillo y me dirigí hacia el balcón de su casa. Una costumbre que a Gonzalo nunca le molestaba y esperaba que con Zack tuviera el mismo resultado.

No obstante, cuando llegué a ponerme de pie, el hombre se incorporó también y me tomó de sorpresa por la espalda.

Sentí su entrepierna firme en mis nalgas, pese a que yo tenía un jeans. Pero sus pantalones deportivos eran bastante buenos para permitirse el sentido del tacto.

Puso sus manos en mi cintura y me atrajo para él. Quería que se la sintiera endurecida. Algo que yo había provocado, en algún momento de la noche.

  • Tal vez no sea Pedro, pero puedo hacerte pasar un buen momento igual - me susurró.

No sabía si aquello simbolizaba una competencia entre ambos, aunque sonaba a que sí. Después de todo, si jugaban tenis, quizá había cierta rivalidad entre ellos.

  • Imagino que estarás a su altura - le dije.

Pasó su lengua por mi cuello y me hizo tiritar.

Sentí su abdomen desnudo y caliente pegarse a mi espalda.

Su mano izquierda me tomó suavemente de la garganta mientras que la mano derecha fue hacia mi pezón, provocando una pequeña presión que me cautivó de placer.

Sentí un leve mordisco en mi cuello, como si quisiera jugar a que era un vampiro y yo su inocente víctima.

Descarté la posibilidad de fumar, al menos en el corto plazo. Era obvio que íbamos a pasar a la escena que ameritaba correspondientemente un cigarrillo.

Me giré para tomar su entrepierna con mis manos. Era un paquete gordo, no me cabía en la palma.

Zack me lanzó una mirada divertida.

Me lancé a su cuello para devolverle la estimulación.

No me quiso besar ni yo busqué besarlo.

No sé por qué, pero estaba acostumbrado a esos encuentros sin besos. Me hacían sentir más apasionados y a la vez, ponía un límite de intimidad.

Metí mi mano por debajo de su pantalón. Su miembro se sentía gordo aunque no muy largo.

De todos modos, me arrodillé para poder metérmelo en la boca.

Lo miré disfrutar de mi mamada, cerrando los ojos y dejándose llevar hacia otro mundo.

Ninguno de los dos hablaba. Ni siquiera había música de fondo. Sólo el silencio de dos cuerpos conectándose.

La verga de Zack me entraba en la boca con facilidad, pues su dimensión me lo permitía. Lanzó un gemido de gusto y eso me incentivó a continuar.

Me fui hacia sus testículos, que colgaban rígidos esperando que les tuviera consideración. Ahí recién percibí que el muchacho se depilaba. Quizá era lo único menos masculino que podía decretarle.

Me impulsó a que me levantara y, guiándome como si estuviera ciego, me llevó hasta el sofá.

Me quité las zapatillas, las medias y los pantalones. Levantó mis piernas para apreciar mi cola y, a los segundos, sentí un dedo húmedo abriéndose paso.

Gemí, en silencio, pero gustoso.

Observé que Zack estaba entusiasmado con mi cola y me pregunté si el motivo de su excitación se debía a que yo era el hijo de Roberto Selvas.

Dejó escapar la saliva de su boca, cual canilla que se abre suavemente. Acertó sin que nada se derrame en el suelo.

Me dio gracia contar con que, al menos, tenía experiencia para ello.

Como no costó metérmela en la boca, tampoco costó demasiado que mi cuerpo se abra para que ingrese en mí.

Dejé que mis piernas reposaran en su abdomen, mientras él utilizaba la presión de sus manos en mi cadera, para moverme a su antojo.

De repente, me sentí en medio de una película pornográfica y eso, aunque no pareciera, no era bueno.

Porque la película en la que estaba participando era genérica y no erótica. Una de esas clases de videos en donde los actores simplemente comienzan a tener sexo mecánicamente, mostrando el acto de las mamadas y las penetraciones, pero sin ofrecer nada más.

Éramos esa clase de película. Dos hombres atractivos, de cuerpos atléticos, tenían sexo. Sexo genérico.

Cerré los ojos y me dejé llevar. Era evidente que a Zack poco le importaba lo que yo tuviera para aportar a la situación.

De vez en cuando, gemía de placer, como para obligarme a recordar que yo también formaba parte de aquello.

En algún momento de aquel encuentro, Zack quitó su verga de mi interior.

Lo miré, preguntándome si es que acaso ya había acabado dentro de mí.

Pero él me señaló el piso con el dedo índice.

  • Quiero acabarte en la cara - me indicó.

Me arrodillé en el piso mirándolo con placer. Al menos había hecho algo, a último momento. Una intervención para que aquello no fuera un simple encuentro entre dos robots.

La explosión pegó en mi frente y las gotas blancas empezaron a caer por mis mejillas.

Zack pasó la lengua por sus labios al verme. Me daba la impresión de que era un perro hambriento, mientras que yo era un simple trozo de carne que deseaba.

Ese gesto terminó por gustarme.

  • No sé si fui Pedro, pero espero haber estado a su altura - me dijo, sonriente. - Si quieres, puedo hablar con él para que nos enfiestemos los tres.

Dos amigos de mi padre y yo. ¿Cómo podía decir que no a semejante propuesta?


Era extraño quedarse a pasar la noche en casa de alguien. Quizá estaba demasiado acostumbrado a Gonzalo, en donde por la noche yo no era más que un recuerdo en su cabeza. Su novia ocupaba mi lugar en la cama.

Pero cuando abrí los ojos, vi a mi compañero de la noche anterior dormido simplemente en bóxer y sentí unos intensos deseos de que me volviera a poseer.

En mi celular, tenía unos mensajes de mi hermano preguntándome si me encontraba bien. Otro de Gonzalo, también pidiendo un pequeño informe sobre cómo me había ido con Zack. Después, varios sin sentido de mis grupos de Whatsapp que ni siquiera iba a hacer el esfuerzo por leer.

Saqué mi cepillo de dientes de la mochila y fui al baño.

Me puse a pensar en cuál sería el protocolo al día siguiente. ¿Debía irme simplemente o debía despertarlo para anunciarle que me marchaba? ¿Hacerle el desayuno y llevárselo a la cama me iba a dejar como un desequilibrado?

Salí del baño y me coloqué el jean. Decidí que mientras analizaba mis pasos a seguir, iba a fumar un cigarrillo y disfrutar de la vista.

Su ventana estaba bien ubicada porque había una amplia vista hacia la playa.

Me puse a pensar que, para vivir en una ciudad costera, hacía pocas visitas a la arena. Quizá debería considerarlo. Era una buena forma de escapar de casa y, si tal vez tuviera suerte, conocer gente nueva.

Me di cuenta que carecía de amigos, a excepción de los chicos con los que nos juntábamos a jugar básquet. No se podía decir que tuviéramos una relación íntima, sino más bien éramos compañeros que hacían una actividad deportiva.

Y eran un grupo aleatorio. Así como una vez apareció Gonzalo, muchos se fueron y vinieron durante el transcurso de los meses que llevábamos jugando de forma amateurs.

Escuché que Zack se despertó y, al cabo de un rato, apareció en el balcón junto a mí.

  • ¿Dormiste bien? - me preguntó.

  • Estupendo - dije, arrojando el cigarrillo gastado al aire. - Tienes una buena vista en esta ventana.

  • Fui uno de los primeros inquilinos de este edificio - me contó. - Pude elegir libremente el departamento.

Me sonó a historia ensayado. Probablemente le contó lo mismo a otros tanto que lo felicitaron por la vista de su balcón.

Zack se acercó hacia mí y nuevamente me tomó por la espalda.

Me quedé sorprendido por su actitud.

  • Sé que no es parte del trato - me dijo. - Así que sólo lo haré si es que tienes ganas.

El trato.

La noche anterior había olvidado que estaba ofreciendo un servicio sexual. La idea, que vino poderosa a mi mente, terminó por hacer efecto y erotizarme nuevamente.

  • Hazlo - le permití.

Me desabrochó el botón y mi pantalón cayó al suelo.

Me quedé mirando el tranquilo mar, mientras volvía a sentir un miembro en mi cola.

Cerré los ojos y pensé en Pedro.

No supe por qué, pero su imagen vino nuevamente a mi cabeza mientras era penetrado.

Quizá porque la imagen de Zack, que hacía las cosas con lentitud y tranquilidad, contrarrestaba el morbo de lo apresurado de mi encuentro con su compañero de tenis.

O quizá Zack no era tan estimulante como pensé en un primer momento.

No obstante, su verga sí provocó que mi cola tuviera deseos.

Pedro poco a poco se borró de mi mente y comencé a disfrutar de los envíos de aquel hombre moreno y silencioso.

Desde donde nos encontrábamos, era prácticamente imposible que alguien nos viera. Probablemente era un sitio donde él disfrutaba cogerse a los chicos.

  • ¿Traes a muchos aquí? - le pregunté.

  • Me gusta cogérmelos mientras miran el agua - respondió. - Así como te lo estoy dando otra vez.

  • Mmmmm... - gemí, disfrutando del acto.

Volvió a acabar tras otro empujón. Continuaba agitado, como si la vida se hubiera ido en ello.

  • Tengo que felicitarme a mí mismo - dijo, entonces. - Por suerte, cuando te vi, propuse acostarme contigo.

  • Y le pediste permiso a mi propio padre para hacerlo - le recordé.

No quise besarlo.

El chico no me daba asco, pero lo consideraba un gesto muy íntimo que perdía relevancia tras el acto sexual.

Me limpié y esta vez sí salí, dispuesto a volver a casa.

  • Te llamaré si arreglo algo - prometió.

No esperaba que cumpliera.


El drama estalló cuando volví a casa.

Al principio, no interpreté que mi hermano y mi madre mantenían una conversación angustiante hasta que no vi las lágrimas en los ojos en los rostros de ambos.

A Agustín siempre le hacía llorar ver a mi madre llorar. Era su talón de Aquiles.

  • Siéntate, Fede - me indicó mamá.

Los miré esperando que me dijeran que habían descubierto que alguno de los dos tenía alguna enfermedad incurable y le quedaban pocos meses de vida. Pero no. El drama resultó ir por otra rama.

  • Tu hermano me contó lo que hizo tu padre - dijo ella.

Miré a Agustín con sorpresa. Simplemente atinó a bajar la cabeza. Otra actitud surrealista para venir de él.

Mamá intentaba encontrar las palabras para continuar hablando y yo le di su tiempo. No me apresuré en intentar jugar a adivinar lo que quería decirme.

  • No entiendo - dijo, finalmente. - No entiendo cómo este hombre te ha sometido a una cosa así.

  • Fue su petición, es cierto - respondí. - Pero fue mi decisión aceptar.

  • Aun así, Fede - dijo ella. - Agustín me contó cómo fueron las cosas. Si alguno de mis amigos me ofrece tener sexo con alguno de ustedes a cambio de un favor, yo le volaría la cara de un cachetazo. La misma reacción tendría que haber tenido tu padre.

  • Tú esperas mucho de él - le dije. - Y al parecer, no quieres entender lo que es en realidad.

  • Lo sé, lo sé - aceptó su responsabilidad. - Es culpa mía. Yo los sigo obligando a relacionarse con él. Yo quería que ustedes tuvieran un padre, que traten de sentir que pertenecen a una familia...

  • Pertenecemos a una familia - le aseguré. - Simplemente que papá no está. Y las veces que aparece, nunca pasa nada bueno.

Me reservé el comentario sobre Pedro. Esa vez sí que había sido buena.

  • Lo vivo diciendo - coincidió Agustín.

  • Ustedes necesitaban un padre - se limitó a decir mamá.

  • ¿Nosotros o tú? - pregunté, sin contenerme.

Fue una respuesta coherente, aunque en un momento sumamente inoportuno, porque mamá comenzó a llorar escandalosamente. Al punto que mi hermano, con quien yo debería estar ofendido por abrir su boca, me miró con repulsión.

Otro gran momento para mi retirada. No quería quedarme a ver otro show deprimente.

Había pasado una linda noche y me prometí guardarme la sensación, que sabía que iba a durar poco. Después de todo, fue un buen momento pero intrascendente.

Me encerré en la habitación y me volví a dormir hasta el mediodía, cuando me llamaron para comer.

  • Tratemos de no hablar del tema - me pidió mi hermano. - Me llevó un rato largo tranquilizar a mamá.

  • De algo que tú le metiste en la cabeza - le reproché, aunque sin ánimos de discutir.

Agustín aceptó el reclamo sin oposición. Fue un gesto conciliador y, tenía que remarcarlo, otra vez sorpresivo para venir de él.

  • Perdóname - admitió. - Realmente estaba preocupado por ti.

Lo perdoné, aunque no se lo dije. De todos modos, suponía que esto me habilitaba para no ir a visitar a mi padre nunca más.

Miré mi celular y me encontré con un mensaje de Zack.

"Dice Pedro que quedamos cuando quieras".

Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

Diablos, Pedro.

De todas las promesas que nunca esperé que alguien cumpliera, esta era la que menos chances tenía de concretarse. Y sin embargo, estaba allí.

Un golpe de entusiasmo me invadió.

Cuando entré a mi Facebook, vi que había aceptado mi solicitud de amistad.