Los Amigos de Papá (2 de 4)

Federico no se lleva bien con su padre. Y ciertamente el vínculo no mejorará si los amigos del hombre quieren montarse a su pequeño hijo.

Mi padre nunca va a recibir un premio por su desempeño como padre. Ni quizá reciba uno por su desempeño como ser humano. Eso es algo que ya asumí hacía tiempo, cuando dejé de creer, tras su partida de casa, que era el héroe que asumí que era de pequeño.

Pero hay una enorme brecha entre una desilusión y el hecho de confirmar que era un hijo de puta.

Si alguien te dice que acepta a tu hijo como método de conseguir una prórroga para el pago de tu deuda, la normativa coherente sería saltar con indignación y exclamar: "¡de ninguna manera!".

Pero mi padre se llevó una mano a la barbilla y, con una frialdad insólita, miró al hombre que amenazaba con dejarlo en la calle.

  • ¿Cuánto tiempo puede conseguirme mi hijo? - le preguntó.

  • Un mes - respondió el hombre.

Era un joven moreno, regordete y de poco cabello. Atractivo, en cierta medida.

  • Que sean dos - dijo mi papá.

  • Podemos debatir eso cuando se termine el tiempo - respondió el hombre.

Mi padre pareció estar de acuerdo con ese razonamiento.

Yo los miraba intercaladamente, esperando que alguno de los dos notara que yo estaba escuchando la conversación y que no me agradaba el rumbo que estaba tomando.

  • Disculpen que interrumpa - dije, tomando el mando de la situación. - Pero, ¿cómo se supone que puedo colaborar yo con esto?

  • Bueno, eso que haces con todos los hombres, necesito que lo hagas con él - dijo mi padre, señalando a su invitado.

Me quedé boquiabierto.

No pude evitar sentirme automáticamente como una señorita a la que le indican cuál es el marido con el que debe casarse.

Jamás mi padre había intervenido en mi vida sexual, ni siquiera con un consejo sobre cómo protegerme. De repente, estaba decidiendo con quién me tenía que acostar y, como si fuera poco, para un bien suyo. El hombre era increíble.

  • ¿Esto es un chiste? - pregunté, mirando al invitado de mi padre.

  • No - respondió el hombre moreno. - Tu padre no consigue el dinero que me debe y yo le estoy ofreciendo una alternativa para conseguir más tiempo. Es sólo una idea. No tenemos que debatirla si resulta ofensiva o los pone incómodo.

  • Más incómodo me pondría dormir en la calle - dijo mi papá. - Podemos hablar de ésto.

Volví a abrir la boca pero ni siquiera supe qué era capaz de decir.

Lo peor de todo, es que la situación me estaba excitando, lo cual era una emoción totalmente inoportuna si es que quería estar enojado.

  • ¿Dónde será el encuentro? - preguntó mi padre.

Oh, por Dios. Estaba hablando cual negociante que va a entregar un producto.

  • En mi departamento - dijo el hombre, encogiéndose en hombros.

  • ¿Nada de cosas raras? - preguntó mi padre.

  • Nada - respondió el otro. - A menos que a Fede le gusten.

Ambos me miraron y yo sentí que me iba a morir allí mismo de la vergüenza.

  • No pienso debatir mi vida sexual delante de él - le dije, señalando a mi padre. - Y no estoy seguro que quiera debatirla contigo.

  • ¿Qué les parece si voy por unas cervezas mientras ustedes dos charlan un poco? - preguntó mi padre, cual casamentero que quiere que dos personas se conozcan y se enamoren. - ¿O deseas otra cosa, Zack?

  • Debo volver al trabajo, Roberto - dijo Zack. - Pero me gustaría hablar con tu hijo de todos modos.

Zack me lanzó una mirada penetrante que me hizo estremecer.

  • ¿Qué te parece si hablamos en el patio? - me ofreció.

Dejamos a mi padre en el living y salimos a caminar por el jardín, como si fuéramos amigos de toda la vida que se reencontraban.

Zack debía de tener sólo un par de años más que yo, aunque una parte mía lo admiró por tener un trabajo estable. Al menos uno en donde se podía permitir conseguir tener sexo como método de pago.

  • Quiero que sepas que no soy un hijo de puta - fue su oración para romper el hielo.

No emití juicio de valor. Esperaba que su explicación se extendiera.

  • Jamás hice una cosa así - continuó. - Vine a cobrar el dinero de tu padre, sabiendo que no iba a devolvérmelo. Comenzó a suplicar y a lamentarse. Tengo que tener algo de sangre fría para hacer este trabajo, no sé si lo entiendes.

Continué en silencio. En algún momento tenía que desembocar a la parte en donde decide que su sangre se calentaba al verme.

  • Y entonces apareciste tú - dijo al fin. - Cuando te vi, propuse esa sugerencia loca sin creer que realmente fueras a aceptar. Ni siquiera sabía que eras gay. Fue más bien un chiste para salir del paso que, en algún momento, tomó un rumbo más serio.

En cierta forma, aquello me tranquilizaba un poco más.

  • La reacción lógica de mi padre tendría que haber sido la de oponerse - comenté.

  • Por supuesto - aseguró Zack. - Pero estoy notando que tu padre no es precisamente un buen padre. Perdóname si me equivoco.

  • No te equivocas - respondí.

Zack detuvo su marcha, obligando a que mis pasos se detuvieran también. Me miró con una sonrisa sugerente.

  • Podemos hacer de cuenta que esto nunca pasó - me comentó. - Realmente no es tu deber pagar sus deudas. O conseguirle tiempo.

Mordí mi labio inferior mientras me dejé llevar por la duda.

  • Si te tengo que ser sincero, he tenido sexo con hombres por menos que esto - afirmé. - Tú eres atractivo y me puso caliente que me eligieras de ese modo. En lo único que tengo dudas es en si quiero hacer esto por mi padre.

Zack se rió. No entiendo qué parte de mi discurso le pareció gracioso, pero no me opuse a su risa.

  • Si quieres, puedes acostarte conmigo y mañana puedo embargarlo igual - propuso.

  • De ninguna manera yo seré quién decida eso - le aclaré. Era obvio que tenía que tomar una decisión, así que opté por la más acertada. - Dime dónde es tu departamento e iré a verte cuando me digas.

Sonrió con algo de perversión.

Era un gesto que me resultó jodidamente excitante.

  • Me gusta cómo piensas - declaró.

Me fui de la casa de mi padre sin despedirme de él. Directamente, no volví a ingresar a la vivienda. Sólo le pedí a Zack que le avisara que había conseguido un mes más y que ellos resuelvan su disputa, si es que tenían alguna.

Intercambiamos números de celulares y quedó en llamarme al día siguiente para organizar nuestro encuentro.

Era demasiado tarde para ir por el departamento de Gonzalo y contarle lo que había sucedido, así que sencillamente me volví hacia casa.

Encontré a Agustín, mi hermano, regando las plantas. Como siempre le gusta ostentar su cuerpo, hacía la tarea sin remera y utilizando unos jeans ajustados. Desconozco quién fue el asesor de moda que le indicó que hacer las tareas del hogar en jeans era buena idea, pero no me iba a poner a discutir eso con él.

  • ¿Qué tal te fue? - me preguntó, cuando volví.

Suspiré.

Era una historia que mi hermano mayor merecía saber.

  • ¿Cómo puedo resumírtelo? - pregunté. - Cuando llegué, lo encontré hablando con un señor a quien le debía dinero. Le suplicaba que le diera un poco más de tiempo. Y cuando el hombre me vio, se le ocurrió una idea muy ingeniosa de otorgárselo.

Miré a Agustín esperando que entendiera la idea, pero él sólo se mostró un poco confundido.

  • No entiendo - dijo, tras una pausa.

  • Papá me pidió que me acueste con este hombre para tener un poco de tiempo de reunir el dinero y no perder la casa - respondí.

Fue gracioso, sinceramente, los diferentes matices de colores que adquirió la cara de mi hermano mayor.

  • ¡Pero es un hijo de...! - exclamó.

  • No sirve de nada enojarse - lo interrumpí. - De todos modos, acepté el trato.

  • ¡¿Qué?! - se horrorizó. - ¿Por qué?

Me encogí en hombros.

  • Zack, el hombre en cuestión, era atractivo y me calentó - respondí. - De hecho, hablamos un poco a solas. Me cayó bien.

La explicación no le pareció suficiente a Agustín.

  • No puedo creer que papá te haya pedido una cosa así - insistió. - ¿Qué clase de persona es?

  • Si te preguntas si ha cambiado en todo este tiempo que no lo vimos, la respuesta es no - analicé.

  • Si mamá se llegara a enterar...

  • No se enterará - le aclaré. - Ya puedo solucionarlo solo.

  • No me parece bien que lo hagas - sentenció Agustín.

  • ¿Por qué no? - pregunté. - Es sólo sexo.

  • Por mí puedes hacerte romper el culo por todos los hombres de la ciudad, me tiene sin cuidado - afirmó mi hermano, tan lleno de amor. - Pero me indigna que lo tengas que hacer por papá.

El odio de mi hermano por nuestro padre siempre iba a ser superior al mío. Esto era molesto, porque me obligaba a tomar una postura contraria. Incluso, hasta comprensiva. Lo cual era absurdo, porque si alguien en el mundo no merecía una cuota de comprensión era papá.

  • Ni siquiera fue cosa de papá - dije, encogiéndome en hombros. - Fue una idea que se le ocurrió a Zack en cuanto me vio. Y, siendo honesto, la situación me genera un poco de morbo. Así que nadie me está obligando a nada. Lo haré porque quiero.

  • Estoy indignado porque papá haya aceptado venderte a ti para salvarse él - sentenció Agustín. - Y por más que lo hagas porque quieres, no quita que ese hombre te está usando para salvar su pellejo. No me sorprendería si desde lo de Pedro está esperando el momento de sacar partido de la situación.

Me reí, aunque la teoría de mi hermano no era desacertada.

Pedro era un compañero de tenis de mi padre que un día lo acompañó a casa, cuando festejamos el cumpleaños de Agustín.

Pedro era unos años más grande que mi hermano mayor, pero mi padre siempre tuvo tendencia a vincularse con jóvenes más pequeños, como una intención desesperada de nunca asumir la verdadera edad que tenía.

Fue la noche en que mi padre, el eterno Peter Pan, me descubrió en el país de Nunca Jamás.


- ¿Por qué va a venir? - se lamentó mi hermano . Cuando hacía un berrinche, adoptaba la voz de un niño pequeño que sufría en demasía por algo que no era tan grave. - ¿Para qué lo invitaste?

  • Porque es tu padre - respondió mamá, tan sabia y diciendo justo lo que se quería escuchar. - Quiere verte en tu cumpleaños.

  • Quiere cenar y tomar gratis - retrucó Agustín.

La visión de él no parecía desacertada.

Como si la presencia de mi padre no hubiera sido suficiente fastidio para Agustín, se sumaba el anuncio de que vendría acompañado de un compañero de tenis. Mi hermano lo tomó como el colmo. Una actitud que ponía en manifiesto que el hombre era un interesado.

  • Te guste o no, es tu familia - le recordó mamá a Agustín. - Así que si no lo aceptas por mí, al menos hazlo por tu abuela que va a estar feliz de que su hijo pase el día con su nieto.

  • Tampoco tengo mucho aprecio por la abuela - recordó Agustín, pero finalmente terminó cediendo. - De acuerdo, mientras lo mantengas lejos de mis amigos y no quiera ser uno más de nosotros, creo que podré sobrellevarlo.

La fantasía de Agustín sobre cómo debía transcurrir la velada, no iba a demorar mucho en quebrarse.

Yo me encargué de recibir a la mayoría de los amigos de mi hermano, a los cuales conocía y hasta podía decir que eran amigos míos también. Por eso, no fue extraño cuando salí a recibir a papá.

Mi padre descendió de su motocicleta tambaleando, lo que me demostraba que estaba en un completo estado de ebriedad. Justo lo que haría irritar a Agustín.

Me vio, abrió sus brazos enormemente y me abrazó.

  • ¡Hijo! - dijo, más alegre de lo que debería sonar para una revinculación. - ¡Feliz cumpleaños!

Dios mío.

  • Es el cumpleaños de Agustín, papá - le dije.

Se quedó boquiabierto, como quien es descubierto haciendo una estupidez y no lo puede creer.

  • Oh, no, no - comentó. - No le cuentes lo que pasó. Se va a enojar.

  • Tranquilo, ya está enojado.

Pasó caminando y, en el transcurso hasta la mesa, fue saludando a todos los invitados como si fuera el homenajeado. Yo, por mi parte, me concentré en la compañía que trajo. El hombre que iba detrás de él vestía una ropa elegante pero a la vez informal. Tenía una camisa, pantalón de vestir y zapatos.

  • Creo que se ha olvidado que me invitó - dijo, mirando como mi padre se mezclaba entre la gente. - Soy Pedro, compañero de tenis.

  • Soy Fede - respondí. - Su hijo. Pasa, por favor.

Por primera vez papá traía algo interesante a casa. No lo iba a dejar afuera.


La cena en un primer momento se dio en una larga mesa en el patio delantero de la casa. La cual, una vez que los platos quedaron vacíos, se puso a un costado y se utilizó como reposo de las bebidas alcohólicas. Los invitados juntaron las sillas y se armaron rondas de diversos grupos.

Noté las miradas de Pedro durante toda la noche.

A medida que el deportista iba ingiriendo alcohol, más cobraba fuerza esa sensación de que me estaba desnudando con la mirada.

Y lejos estaba de disgustarme.

Pedro tenía la nariz ganchuda y unos lentes que le daban un aire a nerd, pero cuando hablaba se desenvolvía con mucha clase.

Al igual que papá, rápidamente encontró maneras de relacionarse con el ambiente y, pronto, la velada se transformó en gritos, risas y charlas intrascendentes.

Mi hermano se relajó con la presencia de mi padre, lo que hizo posible que pudiéramos entablar conversación sin temer al ataque de armas nucleares.

Un rato más tarde, en medio de todo el barullo, Pedro se me acercó. Tambaleaba igual que mi padre cuando llegó a casa.

  • Disculpa, ¿me guías hasta el baño? - preguntó.

  • Tienes que entrar en la casa - le indiqué.

  • Guíame - solicitó una vez más. - Por favor. Estoy mareado. No suelo tomar alcohol y cada vez que tomo, un solo vaso ya me pone un poco... Entonado.

No tenía idea en qué noto se refería, pero se encontraba en uno que a mí me gustaba.

  • Claro, sígueme - le dije.

Caminamos lentamente entre la gente hacia el interior de mi casa. Sentí su mano por encima de mi cintura. Primer contacto. Me erotizó.

Noté, con cierta perversidad, que estaba prendida la luz del baño principal.

  • El baño está ocupado - le dije. - Si estás apurado, puedo llevarte al de mi habitación.

Lo miré a los ojos para estudiar su reacción. No descendió la mirada.

  • Te lo agradeceré mucho - dedujo.

  • Sólo sígueme con cuidado - indiqué.

Volvió a poner su mano en mi cintura, como si tuviera miedo de caerse y de perderme en el camino.

Entré en el pasillo que separaba el comedor de las habitaciones pero no hice el intento de encender la luz. Estar en penumbras con aquel hombre me excitaba. Al no tener el sentido de la vista, el sentido del tacto se agudizaba. Hasta escuchaba que mi corazón latía con más fuerzas.

De repente, escuché que Pedro tropezó a mis espaldas.

Me giré al tiempo que el joven se recostaba sobre la pared. ¿Estaba realmente borracho o simplemente estaba fingiendo?

  • ¿Te encuentras bien? - le pregunté.

Como si acabara de sufrir un infarto o algo por el estilo, puse mi mano en su pecho. Noté que su camisa era de una textura suave, al punto que me permitió sentir el vello que tenía sobre las tetillas.

  • Un poco mareado - respondió. - Pero bien.

No me moví de allí ni él me pidió que me moviera. Me quedé con mi mano adherida a su pecho, mirándolo fijamente e intentando diferenciar alguna clase de mueca en su rostro que me indicara qué hacer a continuación. No encontré ninguna.

Pero pasaron los segundos y nos quedamos allí los dos, en medio de un pasillo oscuro, al centímetro.

Entonces tomó mi mano desde la muñeca y, con lentitud, comenzó a descender por su abdomen.

  • ¿Quieres bajar? - me preguntó.

Sonreí, aunque estoy seguro que no lo notó.

Dejé que guiara mi mano hacia su entrepierna. Luego, tomé su bulto en mi poder. Estaba erecto.

Me puse de rodillas lentamente mientras él comenzó a bajar su cremallera. Una verga grande saltó en la oscuridad. La tomé en mi poder y, al instante, me la llevé a la boca.

  • Mmmmmm... - gimió, en una voz apenas audible.

Me metí aquel trozo de carne entre los labios y lo saboreé como si fuera un helado que corría riesgo de derretirse en cualquier momento.

Pedro puso su mano en mi cabeza para guiarme, mientras lanzaba pequeños gemidos de satisfacción por mi desempeño.

  • Qué buen putito eres - me susurró.

Me encendí más todavía. Quería proporcionarle una buena escena de sexo casual.

Me metí su verga hasta el fondo de mi garganta hasta que me atraganté.

Me vi obligado a sacármela para no ahogarme, pero eso pareció excitar todavía más a aquel hombre ebrio.

Cuando me incorporó, se vino hacia mí y me arrinconó contra la otra pared.

Empezó a besarme el cuello, a lamerme la cara. Era un monstruo al que le habían quitado la cadena y ahora iba a quitarse todas las ganas conmigo.

Lo aparté un poco de mí.

  • Vamos a mi cuarto - le sugerí.

No opuso resistencia. Tomé su verga con mi mano y lo dirigí como si fuera un perro con correa.

Continuaba en la duda sobre si su ebriedad era fingida o acaso era completamente consciente de lo que estábamos haciendo, pero preferí no resolver el misterio. Si estaba actuando, su actitud me calentaba de todos modos.

  • Necesito ir a tu baño, de todas maneras - me dijo, en cuanto llegamos a mi cuarto. - Tú puedes esperarme en cuatro, si quieres.

Acepté la orden, totalmente caliente.

Era poco probable que los invitados del exterior notaran nuestra ausencia. Ellos estaban ebrios de verdad. Aun así, no debíamos tentar a la suerte y demorar más tiempo del que contábamos.

Me tiré en la cama y me fui quitando la ropa, esperando que Pedro no se hubiera desmayado intentando echar una meada.

No había alcanzado a quitarme las medias cuando él salió, me vio desnudo y se tiró sobre mí.

Sus besos fueron poderosos, emanando ese olor a alcohol que me enloquecía.

Sentí unos intensos deseos de que me rompiera en mil pedazos.

Sin esperar demasiado tiempo, me giró ejerciendo presión en mis hombros y me tiró en la cama, quedando mi cola a su merced.

Me dejé llevar en las penumbras de mi cuarto por aquel hombre, que tras una pausa, metió su herramienta en mi interior.

Al principio, fue la punta.

Gemí de placer.

  • Ssshhh... - me susurró. - No nos vayan a descubrir.

Le hice caso.

  • Que no sean que todos te vean rompiéndole el culo al hijo de tu amigo - le dije, divertido.

  • Es más por ti que por mí - retrucó. - Yo no tengo problemas en que todos vean que eres una putita fácil.

Estuve a punto de responder cuando sentí el vergazo en mi interior.

  • ¡Aaaahhh! - gemí, mordiendo la sábana para opacar mi ruido.

Me retorcí.

Pensé que me iba a partir del dolor.

El desgraciado la envió a mi interior de un sólo golpe.

  • No te quejes tanto si te entra toda - se burló.

Antes de que pueda retrucar, comenzó a moverse. Mi ano cedió a su placer y poco a poco, el dolor inicial se fue esfumando.

  • Mmmmm... - comencé a gemir.

  • ¿Ves que te gusta? - me preguntó.

Puso sus manos sobre mi espalda para ejercer presión y continuó penetrándome, cada vez más violento, cada vez más lleno de poder sobre mí.

Me estaba rompiendo en pedazos y yo estaba encantado con eso.

Pocas historias de sexo casual fueron tan excitantes en mi vida como esa noche con Pedro.

Acabó dentro de mí, o al menos eso creí, porque no sentí mucho, a excepción de un último gemido para luego apoyar su cara contra mi oreja.

Sacó su lengua y me la lamió, excitándome por completo.

Visto de otra manera, tranquilamente Pedro podría ser el tío que venía a violarme de niño.

  • Estuviste bien, putita - me dijo, en susurro. - Espero repetirlo.

Se despegó de mí sin esperar respuesta.

Yo me incorporé y fui a limpiarme al baño sin echarle ninguna mirada de vergüenza.

Cuando salí, Pedro todavía me esperaba en el cuarto. Parecía desorientado sobre el sitio en el que se encontraba, pero tenía una sonrisa triunfante en el rostro. Había disfrutado de lo que habíamos hecho al igual que yo.

  • Creo que vas a tener que ayudarme a volver - me indicó.

Lo tomé de la cintura como quien ayuda a un herido en la guerra y lo arrastré fuera de mi cuarto. Yo, que no había acabado, todavía continuaba caliente.

  • ¿Te quedaste con ganas? - me preguntó, adivinando mis pensamientos.

  • Fue un momento muy bueno - respondí. - Cuando quieras, podemos repetirlo.

Del otro lado del pasillo, estaba mi padre mirándonos.


Mi padre no dijo nada entonces, ni tampoco volvió a sacar el tema luego. Pero a partir de ese momento, dejó de asistir con invitados sorpresas a los eventos en casa.

Desconozco si le planteó algo a Pedro sobre la situación, porque tampoco volví a saber sobre él. Y en ese entonces, yo me encontraba muy asustado como para intentar comunicarme con él.

De hecho, temía fervientemente intentar hablarle y que me rechazara, me trata de loco o le despertara la ira asesina que le suele venir a los heterosexuales cuando hacen cosas gays y se arrepienten.

Pero evocar aquel erótico momento me tenía en mi habitación, sentado frente a la computadora con los auriculares puestos, completamente desnudo y una erección en mis manos.

Mientras vagaba por las diferentes páginas de videos porno, busqué entre los amigos de Face de mi padre a Pedro.

Lo hallé.

Continuaba tal como lo recordaba, aunque con unos años y kilos más. Incluso parecía que nunca se había cambiado los lentes que sólo agigantaban su nariz.

Su perfil era público. Eso fue bueno, porque ayudaba a mi masturbación ver algunas cuantas fotos actuales de él.

Todavía sentía un escalofrío al recordar su lengua en mi oreja después de haber acabado dentro de mí.

Miré algunas fotografías de él jugando al tenis, deporte que compartía con mi padre aunque ignoraba si mi viejo seguía jugándolo o sólo fue un capricho de un tiempo atrás.

Pero entonces, descubrí un rostro familiar entre los jugadores que competían con Pedro.

  • No puede ser - dije, fascinado.

Zack.

El mismo Zack al que mi padre le debía dinero.

También era jugador de tenis.

No era tan extraño, si lo analizaba, puesto que de allí pudo haber surgido el vínculo que desencadenó en la transacción. Después de todo, era poco probable que un banco le prestara dinero a mi padre.

Lo que sí podría ser hilarante para él, es que dos de sus compañeros de deporte se acuesten con su hijo menor. Eso debía ser algo que lo ocultara en las reuniones de cervezas.

Me mordí el labio, encantado por la situación.

Y casi sin darme cuenta, con el miembro todavía duro en la mano, le mandé a Pedro una solicitud de amistad.