Los Amigos de Papá (1 de 4)

Federico no se lleva bien con su padre. Y ciertamente el vínculo no mejorará si los amigos del hombre quieren montarse a su pequeño hijo.

Mi madre fue contundente.

  • Tienes que ir a visitarlo - ordenó.

Sabía que su sentencia era inapelable cuando movía su cabellera negra a la hora de hablar. Era un gesto inconsciente que, sin embargo, demostraba que no habrían palabras en contra que la hicieran cambiar de opinión.

  • ¿Por qué? - pregunté, como buen guerrero de batallas perdidas.

  • Porque es su cumpleaños - respondió. Al movimiento de cabello le siguió los brazos entrecruzados. Cada vez se ponía peor para mí. - Y me gustaría que alguno de sus hijos pasara a visitarlo.

Por alguno de sus hijos se refería a Agustín, mi hermano mayor, o yo. Y Agustín y mi padre no se hablaban desde hacía una década o un poco más, cuando él se marchó de casa.

  • Tal vez tenga otros hijos - propuse.

Esa sugerencia fue peor.

  • Fede, por favor - suplicó ella. - No podemos tener esta discusión por cada vez que tu padre cumpla años.

No eran solamente sus cumpleaños. También la teníamos en Navidad y en el Día del Padre. Mi madre le daba demasiada importancia a las fechas comerciales.

  • ¿Por qué debo ir yo? - insistí. - Agustín es el mayor. Debería ser el más maduro, ¿no?

  • No me metas en el medio - dijo mi hermano. - Además, como primogénito, he tenido más oportunidades que tú de frustrar a papá. Creo que te corresponde un poco a ti.

  • ¿Crees que es una competencia que merezca la pena ganar? - pregunté, desalentado.

  • No, pero yo fui claro - afirmó. - No pienso volver a ver a ese hombre en la vida.

Los momentos incómodos a los que nos sometía Agustín en cada oportunidad que mi padre pasaba por nuestra casa, pasaron de ser graciosos en un primer momento a volverse un fastidio.

Mi madre pegó un resoplido. Tercer gesto que, sumado al cruce de brazos y al movimiento de cabello, nos colocaba en una situación peligrosa.

  • Sólo pasa por su casa, salúdalo, cuéntale un poco de tus cosas y vuelve - ordenó.

  • ¿A ninguno le importa lo que realmente afecta mi autoestima el ir a verlo? - pregunté, apelando a la lástima.

  • No realmente - reveló Agustín.

  • Tienes autoestima de sobra, Fede - convino mi madre. - Eres el lindo de los dos.

  • ¡Oye! - exclamó Agustín.

Mi madre observó a mi hermano como si no comprendiera su sobresalto.

  • Lo siento, Agus, pero es la verdad - respondió. - Te hicimos sin ganas.

  • No veo la hora de encerrarte en un asilo - amenazó mi hermano.

  • ¡Como si tú fueras a gastar dinero en mí! - se burló mamá.

Puse los ojos en blanco. Empezarían de nuevo con una de sus peleas que rozaban lo matrimonial. No me sorprendía que mi hermano no consiguiera una novia estable. Estaba demasiado ocupado siendo el marido de nuestra madre.

Tampoco era sorprendente que yo fuera gay. No quería saber nada de mujeres.

Los dejé discutir y me fui a mi cuarto.

Me cambié de ropa para salir, pero decidí dejarme los pantalones deportivos de color gris.

Por lo general, suelo ser sumamente cuidadoso a la hora de salir de casa. Me gusta vestirme bien. Por ende, ir a visitar a mi padre sin prestar atención a la ropa que iba a usar, se sintió como una verdadera señal de rebeldía.

No es que tenga ningún problema en particular con mi padre, si debo ser honesto. Sencillamente, desde que se fue de casa, no tenemos nada en común.

Ni siquiera nos apasiona el mismo deporte.

A él le gusta el fútbol mientras que yo soy un chico de básquet.

Salí de mi alcoba para volver a pasar por el living. Mi hermano y mi madre habían llegado a un acuerdo de paz y ya estaban otra vez en la luna de miel.

Eso significaba que volverían a concentrarse en mí.

  • ¿Vas a ir con ese pantalón? - preguntó mi madre, quien no iba a pasar por alto el detalle.

En ese momento, me pregunté si mi rebeldía fue para provocar a mi padre o para provocarla a ella por obligarme a visitarlo. Después de todo, era poco probable que él notara la ropa que traía puesta.

  • Querías que vaya a saludarlo, no que asista a un desfile - retruqué.

  • Sería más sencillo si le hicieras un pasacalle que diga que no lo quieres - comentó mi madre.

  • ¡Yo podría ayudarte! - se ofreció Agustín.

Mi mamá nuevamente dio un resoplido y dio por perdida la batalla.


- No tienes que ir si no quieres - me aconsejó Gonzalo.

Di una calada al cigarrillo y tiré el aire por la ventana. No soy de fumar a menos que vaya a visitar a Gonzalo, lo cual es una actitud absurda porque él ni siquiera fumaba.

Era una tarde fresca para ser pleno verano.

  • Ya dije que iría - comenté.

  • ¿Te acuerdas aquella vez que me dijiste que tragarías pero al final decidiste que acabe en tu cara? - me preguntó.

Lo miré boquiabierto.

Me calentaba cuando Gonzalo evocaba un momento sexual, pero no veía relación de su comentario con lo que yo le estaba comentando.

No sabía si ofenderme o desnudarme.

  • ¿Qué tiene que ver con esto? - pregunté.

  • Quería exponer un punto sobre que puedes cambiar de idea - comentó, divertido.

  • Si fuera tan fácil ir contra los mandatos familiares, los psicólogos no tendrían empleo - retruqué.

Tiré mi cigarrillo desde el balcón a la calle y, como si estuviéramos acostumbrados a repetir la coreografía, Gonzalo se sentó a escucharme sobre la mesada de la cocina.

No me explico por qué, pero era su lugar favorito a la hora de hablar. Y eso que contaba con un buen living donde podíamos estar distendidos.

Al principio pensaba que lo hacía para que la persona que quedaba de pie, se sintiera incómoda y su visita no durara tanto. Pero con el tiempo, descubrí que era simplemente un lugar en donde se sentía cómodo sentándose. Como una especie de trono donde debía escuchar un caso y dictar la sentencia de rey.

Me acerqué hacia él, colocando mis manos en sus piernas.

Me dio un beso en los labios con suavidad.

  • ¿Quieres ver una película? - propuse. - ¿Echar un polvo o algo así?

  • ¿No estabas apresurado por ir a ver a tu padre? - me señaló.

Coloqué mi mano en su entrepierna y apreté suavemente.

  • Tal vez me hagas cambiar de idea - propuse, divertido.

Como cada vez que deseo tener sexo, me mordí el labio inferior y lo miré con deseo. Esta vez, aparentemente, no surtió efecto mi hechizo. Gonzalo me señaló la puerta.

  • Ve a enfrentar tus demonios - me indicó. - Puedes volver después.

  • Estaré desmoralizado y depresivo a mi regreso - le advertí.

  • Estás desmoralizado y depresivo todo el tiempo - contestó.

  • ¡Calumnias! - expresé, teatralizando como si realmente estuviera enfadado. - Soy un chico feliz con una ligera tendencia a volverse sombrío cuando tiene que lidiar con su familia.

  • Como cualquier persona que goza de salud mental - admitió.

Gonzalo me dio un beso en los labios para interrumpir mi soliloquio.

Los labios de Gonzalo eran carnosos. Uno se podía volver adicto fácilmente.

  • Sabes mucho para ser el chico que hace fotocopias - lo alenté.

Además de resultarme muy candente, Gonzalo era inteligente. No se destacaba en algún área particular, pero sabía un poco de todo. El clásico chico que sabía cómo caer bien porque sabía de qué hablar.

Tenía mucho que aprender de él. Yo era más limitado para los temas de conversación.

  • Leo mucho en mi trabajo - se excusó.

  • Gonzalo, el intelectual - me burlé.

  • Y deportista - me recordó, sonriendo. - Gracias a eso terminaste en mi cama.

  • Gracias a tus habilidades deportivas, cierto - sonreí.

Mi comentario lo hizo tomar una decisión. Me señaló la puerta de su departamento.

  • Vete - indicó.

Mi historia con Gonzalo comenzó hacía cuatro meses atrás. El invierno nos había atacado con fuerza, pero de todos modos, nada impidió que mi grupo de básquet se siguiera reuniendo a jugar tres veces por semana.

El día que lo conocí, Kevin lo llevó para completar el equipo, pues uno de nuestros amigos anunció que no iría por ser víctima de una gripe, pese a que esa noche en particular había un calor veraniego en el ambiente.

Mi primera impresión fue la de un chico moreno, robusto, atractivo y con unos ojos que se dividían entre lo entusiasta de estar en un ambiente nuevo y la tristeza de estar escapando de algo.

Me sentí atraído, pero con el correr del juego y alterarme lo pésimo que era, toda cuota de erotismo se fue tan próxima como llegó.

Terminé la noche increpando a Kevin por haberlo llevado.

  • ¿De dónde lo sacaste? - le pregunté, en susurro. - Jugaría mejor si no tuviera brazos.

Kevin era un buen chico. Lo consideraba un amigo realmente sabio. Lamentablemente, la adolescencia le dejó la cara para la miseria y nunca pudo recuperar una piel lisa. Además, era malo afeitándose. Parecía que siempre se olvidaba pasarse la máquina por algún fragmento distinto del rostro.

  • Es mi primo - me contestó, como si eso fuera válido en el juego. - Lo saqué a jugar porque estaba triste en su casa. Se peleó con la novia. Ella es una tonta, realmente tonta, pero él la quiere igual. Así que intenta ser amable.

  • Soy amable - dije. Tendría que haberle echado un ladrillo por la cabeza, pero no lo hice. - Yo puedo decirte que puedo ser amable, pero al resto de los chicos no creo que les agrade.

  • Eres el único que lo está insultando - me remarcó.

Kevin nunca se enojaba, pero su solemnidad me encendió las alarmas.

  • Oh, está bien - acepté. - Le diré unas palabras amables si tan importante es para ti.

Kevin no me respondió, pero asintió, agradecido por mi gesto.

Me acerqué hacia el muchacho. Tenía la pelota entre los brazos, como una burla, y estaba cubierto por una fina capa de sudor.

Ver aquello me hizo quitarme la remera antes de hablar. Era una actitud que durante el invierno había olvidado y que costaba considerar como opción.

Por lo visto, mi actitud lo incentivó a copiarme. Puso la pelota entre sus rodillas y se quitó la remera también. Tenía un abdomen plano, más no marcado.

  • Das asco jugando - le dije.

  • Lo sé - me reconoció. No sonreía. - Le dije a Kevin que no sabía jugar bien, pero él insistió. Te hice enojar.

  • Soy competitivo, eso es todo - relativicé. - Pero si quieres, puedo enseñarte unos movimientos.

Analizó la propuesta como si le hubiera ofrecido cruzarnos el desierto sin comida ni agua.

Me senté en el banquillo a su lado.

  • Kevin me dijo el motivo por el que estás aquí - dije. - ¿Crees que las cosas se arreglarán pronto con tu chica?

Negó con la cabeza. Esa pregunta sí podía responder rápido.

  • No creo que quiera hablarme - murmuró.

  • Entonces te veremos aquí de seguido - dije. - Es mejor si sabes lo que haces. Vamos, ven.

Me incorporé y me imitó. El resto de nuestros compañeros se marchó y ambos nos quedamos una hora más practicando.

No me jacto de ser buen profesor, pero entendió los movimientos y adquirió una agilidad valorable para ser su primera vez.

No obstante, pasaron dos semanas después de aquel día para que nosotros tengamos, propiamente dicho, nuestra primera vez.


Sucedió un martes al final de un partido. Gonzalo cada vez iba mejorando más y se notaba su esfuerzo en la dedicación que ponía para no defraudar al equipo.

Cuando esa noche no se apresuró en cambiarse, sospeché que me iba a proponer que nos quedemos entrenando un poco más los dos solos.

No obstante, cuando todo el resto se marchó, la cosa giró en otro sentido.

  • Creo que hoy es mi último juego - me contó.

Lo dijo sin ningún sentimiento en particular, pero yo interpreté que había cierta nostalgia en su voz.

Me quedé sin reacción por un momento.

Si la cosa se ponía sentimental, tendría que salir corriendo de allí. No soy bueno para ese tipo de situaciones.

  • ¿Vas a volver con ella? - le pregunté.

Mencionarla de ese modo, me hizo sentir que la estaba catalogando como la culpable que Gonzalo dejara de venir a jugar. Era algo absurdo, no obstante, un recurso muy utilizado el de acusar a la pareja (generalmente la chica) de los impedimentos sociales que en realidad no quería hacer el novio.

Sin embargo, no pude evitar sentir que ella era la que nos separaba.

  • Estos son los únicos horarios en los que podemos vernos - murmuró, como si necesitara excusarse. - Quiero volver con ella y tengo que elegir. Quería agradecerte por las veces que te armaste de paciencia para enseñarme a jugar.

  • No hay problema - dije. Mi voz sonó áspera. - Por lo menos, ya tienes los conocimientos necesarios para cuando vuelvan a cortar.

Gonzalo me miró con sorpresa por si exabrupto.

  • Lo siento - reaccioné automáticamente. - No quise sonar así.

  • Está bien - hizo un ademán que indicaba que no me hiciera problema. - Es merecido el comentario. No sé si Kevin te contó, pero Dánica y yo nos peleamos a cada rato.

No supe por qué, pero sonreí. Una sonrisa franca en el momento más inoportuno. Giré la cabeza para evitar que él me percibiera. Me obligué a comportarme.

  • No me explico por qué alguien se enojaría contigo - dije.

De acuerdo. Fue una frase trillada, pero tenía que remontar.

  • Si fueras mi novia, tal vez te enojaría encontrar en mi celular que otro hombro me manda fotografías de su pene - declaró.

Otra vez una sonrisa estúpida se cruzó por mi cara.

  • ¿Se enojó por eso? - pregunté.

  • ¿No te sorprende? - la naturalidad con la que me tomé su historia pareció sacarlo de su eje.

  • Si me hubieras contado que una chica te envió fotos desnudas y yo me lo hubiera tomado con naturalidad, ¿te sorprenderías? - pregunté.

Sonrió y asintió, mirando hacia la nada.

  • Tienes razón - afirmó, tras una leve pausa. - Además, no lo engañé con ese chico ni nada. Sólo fue una conversación casual que poco a poco fue subiendo de tono. Me dormí sin saber que me había mandado una fotografía. Ella la descubrió al día siguiente cuando revisó mi celular.

  • Al menos dime que aprovechaste esta pausa en tu relación para concretar ese encuentro - sugerí.

Volvió a sonreír, cual criatura que se acuerda de una picardía y acaba de ser descubierto.

Su silencio hizo que me concentrara en el hecho de que estábamos completamente solos en la cancha.

Mi parte lógica me indicaba que debía ir volando a darme una ducha y acostarme. La transpiración y el frío no eran buena combinación y me podría dejar como resultado un estado gripal.

Pero de todos modos, estaba intrigado por saber el curso de los acontecimientos ante la conversación. Era probable que quedara como una confesión sin consecuencias. Pero de todos modos, el hecho de que elija ese momento de soledad para hablarme del tema, me dio la pauta de que Gonzalo estaba intentando algo más.

Un último cohete en su, probablemente, última noche de libertad.

  • Todo lo que te estoy contando no parece asustarte - dedujo.

  • No tiene por qué - le respondí. - Si me asustaran las historias de hombres con hombres, sería un pésimo gay.

  • No sabía que eras gay - contestó.

Su rapidez a la hora de responderme, en especial cuando parecía meditar varios minutos lo que iba a decir a continuación, me dio la sensación de que me estaba mintiendo. Sabía que yo era gay, sólo quería parecer despreocupado.

  • ¿Te hubiera interesado saberlo? - disparé.

  • ¿Te hubiera interesado que yo lo sepa? - retrucó.

Sonreí. Esta vez el que se quedó unos segundos en silencio, meditando qué responder, fui yo.

Dio un paso hacia mí, con cautela.

En ese momento, me di cuenta que estaba atrapado entre él y la reja metálica que divide las canchas.

Nos quedamos mirándonos, en un desafío de miradas imposibles. Nos estábamos probando, como si todavía estuviéramos compitiendo en el juego.

  • No suelo hacerlo con heterocuriosos - remarqué, respondiendo a su pregunta. - Suelen ponerse muy nerviosos y no son divertidos.

  • Define divertido - me propuso.

Suspiré.

Una idea morbosa se me cruzó por la cabeza.

  • Por ejemplo, estamos solos en este lugar al aire libre - analicé. - Un hombre nervioso sería incapaz de poner llevarse, no lo sé, mi verga a su boca.

Marqué bien las palabras para que tuvieran el impacto preciso.

El suficiente para que la situación se defina y Gonzalo tuviera que decidir entre salir huyendo o aceptar mi desafío.

  • Reconozco los nervios - dijo, al fin. - Pero eso no me hace menos divertido.

Se aproximó un paso más y su mano fue hacia mi entrepierna. Mi pantalón deportivo la hacía sencilla al tacto.

Me endurecí.

Debo reconocer que una parte mía, no esperaba que fuera a suceder.

La suavidad con la que Gonzalo tomó mi entrepierna en su mano, me hacía suponer que no era la primera vez que lo hacía. Era cuidadoso.

Noté que divisaba la cancha completa, como si quisiera corroborar que efectivamente no hubiera nadie.

  • ¿Quieres que te la chupe aquí? - me preguntó.

  • ¿Demasiado para ti? - le pregunté, sonriendo.

Volvió a lanzar una mirada alrededor y se arrodilló.

Para cuando la rodilla de Gonzalo tocó el suelo, yo ya tenía una erección que iba a explotarle la cara.

Bajó mi pantalón sin esfuerzo y mi verga erecta le saltó a la cara.

La masturbó con su mano fría y me miró, sugerente.

Lo aprecié también para devolverle el gesto. Era un muchacho muy bello. Ahora finalmente veríamos si sus labios carnosos cumplirían lo que se dejaba adivinar.

Apenas se la metió en la boca, debo reconocer que sí, sus labios cumplían.

Sentí el calor invadiéndome mientras el muchacho comenzaba su mamada. Era un placer delicioso, sumado al peligro de hacerlo en público.

Vamos a ser sinceros, la escena excitaría a cualquiera. Un muchacho que volvería con su novia me la estaba chupando en un lugar público, después de un juego de básquet.

  • Lo haces muy bien - le dije, casi en susurro.

Me dedicó una mirada desde abajo y una sonrisa sutil se le cruzó por los labios.

Se la metía hasta el fondo del tronco y la volvía a sacar. Y no se ahogaba. Tenía una abertura impresionante.

Volvió a tomar mi verga con la mano y se incorporó. Pensé que iba a darme un beso, pero no obstante, se acercó hacia mi oreja. Parecía que iba a contarme un secreto.

  • Vamos a mi departamento - me susurró. - Te voy a coger allí.

Se apartó de mí y me miró a los ojos, esperando mi reacción.

Dudé unos segundos.

  • ¿O es demasiado para ti? - disparó.

  • No, no lo es - contesté. Me guardé el miembro dentro del pantalón. - Me doy cuenta que no sé dónde vive.

  • A unas cuadras de aquí - respondió, señalando con los ojos hacia el este. - No te preocupes, no tendrás que esperar mucho.


Caminamos cargados de tensión.

Sentía la humedad de la boca de Gonzalo en mi entrepierna, provocándome una sensación fresca. Lo cual no era divertido, considerando la temperatura glacial que estábamos viviendo.

Pero confiaba en que el ambiente se calentaría ni bien entremos.

Tuvimos que subir los dos pisos de su edificio a pie. El ascensor estaba fuera de funcionamiento.

Mientras lo seguía, escalera arriba, corroboré que Gonzalo, además, tenía un trasero apetitoso.

No era la primera vez que me metía en el departamento de alguien que apenas conocía, con el fin de tener un rato de sexo. Sin embargo, ignoro por qué, de repente me dieron ganas de saber cosas sobre él.

La realidad era que el chico me gustaba. Quizá se debía a que consideraba que era un imposible.

Despejé esos pensamientos de mi cabeza y me propuse disfrutar de aquel encuentro. Si se pronosticaba tan candente como en la cancha, creo que valdría la pena mi gripe posterior.

Cuando entramos al departamento, prendió unos focos tenues que colgaban en la cocina. Me di cuenta que la acción transcurriría a oscuras y eso me encendió un poco más.

La puerta no alcanzó a cerrarse que ya tenía su mano agarrando mi nalga derecha. Esta vez, fue un poco más brusco que cuando tomó mi miembro. Eso me encantó.

Me volví para besarlo pero me esquivó el rostro.

  • No beso - decretó. - Hago todo lo demás, pero no beso.

Generalmente una cosa así me ofendería, pero estaba tan encendido que lo dejé pasar por alto.

Contrario a eso, me concentré en su cuello. Tenía un sabor delicioso. El gusto salado de la transpiración postdeporte, ya seca por el frío que tomamos en la intemperie.

Suspiró de placer y ahora sus dos manos apretaron mis nalgas como si fueran frutas que debían exprimir.

Le di un tímido beso en la mejilla, apenas apoyando mis labios. Me gustaba sentirme así, atado a los deseos de Gonzalo.

  • Te deseo - le aseguré.

  • ¿Quieres mi verga? - me preguntó.

  • Sí, la quiero - respondí.

Me giró con la fuerza de sus manos y quedé dándole la espalda. Luego, me empujó suavemente para que mi columna se inclinara sobre la mesada de la cocina.

Así, abrió mis piernas empujándolas con la punta del pie para separarlas.

Luego, tomó mi pantalón y lo bajó, ya sin la sutileza con la que lo hizo en la cancha, sino que aquí usó la fuerza, como si quisiera desgarrarlo.

Los pantalones, al igual que yo, estaban predispuestos a bajar sin la necesidad de ejercer fuerza. De todos modos, aquel toque bestial terminó por encenderme todavía más.

Palmeó mi cola.

Podría decir que tengo una cola pequeña, pero firme y redonda. Por suerte, es lampiña, por lo que nunca tuve mayores dificultades para excitar a los hombres con ella.

Y al parecer, Gonzalo no fue la excepción, porque al instante sentí el roce de su miembro duro contra ellas, pidiéndome autorización para entrar.

Me tiré por completo sobre la cerámica fría de la mesada y abrí mis nalgas con mis manos, para que viera que estaba dispuesto a recibirlo.

Gonzalo metió la punta dentro.

Sentí una sensación fría, por lo que deduje que estaba utilizando un gel íntimo. Aunque tengo que admitir que, a menos que lo haya tenido en el bolsillo de pantalón todo ese tiempo, no me explico de dónde pudo haber salido.

Aún así, su miembro con gel se abrió paso poco a poco, mientras comenzó a moverse lentamente.

Gemí.

Me daba gusto descubrir que no era un improvisado. O varias chicas le entregaron el culo o ya lo hizo con varios chicos, porque sabía exactamente qué clase de maniobra hacer. Eso, amigos míos, una vagina no lo enseña.

Su ritmo empezó a aumentar, a la par de mi placer de recibir aquel trozo de carne que no podía ver, pero bien que lo podía sentir.

Sus manos se posaron en mi espalda, ejerciendo una leve presión sobre ella para que pudiera moverse con facilidad.

Gonzalo gemía también, en un tono grave que daba la impresión de que le estaba costando un gran sacrificio físico.

Pese a que la imagen me causaba algo de risa, me encendió todavía más. No podía verlo, pero imaginaba la expresión de su rostro, concentrado en partirme en dos.

Qué buena cogida me estaba dando el hijo de Dios.

Tras unos minutos, sacó su verga de mi interior y me acabó en las nalgas. Sentir sus gotas calientes en mi cola fue el cierre perfecto para esa noche placentera. Si lo analizo incluso mejor, fue la despedida perfecta para ese compañero de básquet que no iba a ver más.

Fui a limpiarme al baño y cuando volví, lo encontré sentado sobre la misma cerámica en donde yo había apoyado mi abdomen. Se quedó solamente en bóxer.

  • ¿Te encuentras bien? - me preguntó.

  • Bastante bien - respondió. - Un buen cierre para nuestro vínculo. Si todas mis amistades concluyeran la etapa así...

  • No tenemos que concluir nada - contestó.

Me quedé a medio camino de recoger mi ropa del piso. No debería decirme esas cosas cuando estoy desnudo. Me caliento rápido. En especial si yo no acabé.

  • ¿A qué te refieres? - pregunté. - Mañana vuelves con tu novia, ¿no?

  • ¿Podemos dejarla fuera de la ecuación? - me preguntó, un poco suplicante y otro poco apenado.

Me acerqué mordiéndome el labio.

  • Dime qué es lo que quieres - solicité.

  • Me caes bien - respondió. - Y me gustó lo que acabamos de hacer.

  • ¿Quieres que sigamos haciéndolo? - lo miré intrigado.

  • Si tú quieres, claro - respondí. - Además, me gustó ser tu amigo durante estos días. No veo por qué eso se tendría que interrumpir...

  • ¿Quieres un amigo o quieres un amante? - pregunté.

  • ¿No puedo tener a ambos?

Puse mis manos en sus hombros y luego rodeé su cuello, quedándome a centímetros de su rostro.

Me besó esta vez.

Diablos. No me la esperaba. Me volví a calentar en cuestión de un segundo.

Mi rabo chocó contra la mesada mientras que él envolvió mi cintura con sus manos nuevamente, una costumbre que sería la estampa de nuestro vínculo clandestino.


Recordé todo aquello mientras llegaba a la casa de mi padre.

Me alegré de ver un auto estacionado. Eso significaba que había recibido, al menos, alguna visita. Me pregunté si no sería cierto que en realidad tuviera otros hijos. ¿Estaría por conocer a algún hermano de imprevisto? ¿Mayor o menor?

No obstante, cuando me acerqué a la casa, la conversación que logré escuchar distaba mucho de ser un encuentro familiar.

  • Hasta fin de mes - decía mi padre. Su voz sonaba extraña. - Sólo hasta fin de mes y lo resolveré todo.

  • No puedo darte hasta fin de mes - respondía otra voz masculina. - Era hoy o nada.

  • ¿No puedes fracturarme una pierna o algo así?

  • Por más tentado que me encuentro, no soy de la mafia - respondió el hombre.

No era difícil imaginar lo que sucedía allí dentro. Mi padre, como en tantas otras ocasiones, debía dinero. Puse los ojos en blanco e ingresé a la vivienda. No es que me iba a topar con una escena innovadora.

  • Actúas como si pertenecieras a la mafia - respondió mi padre.

Ninguno de los dos notó mi presencia. El rostro de mi papá estaba desencajado. Me supuse que estaba a punto de quedarse en la calle.

Una parte de mí consideró que si mi padre no tenía casa, ya no tendría lugar donde volver a visitarlo luego. No todos eran pérdidas en la vida.

El hombre que estaba sentado en el sillón frente a él era un hombre moreno, algo regordete y de cabeza calva. Tenía un semblante que demostraba la confianza que tienen las personas en una situación de superioridad.

  • Sabías lo que hacías - lo acusó.

  • Claramente no. Sino, tendría el dinero a estas alturas.

Tal como era de esperar, el problema era el dinero. ¿En qué lo habrá perdido esta vez? ¿Prostitutas? ¿Casino? ¿Apuesta de peleas callejeras? ¿O habrá invertido en algún negocio que todos asumían que no iba a funcionar y él decidió hacerlo igual?

Me apoyé sobre el marco de la puerta y de brazos cruzados, consciente de que no era una conversación en la que yo debía de ser testigo.

  • Por favor, Zack, somos amigos... - suplicó mi padre.

  • Y esto no es nada personal, Roberto, es trabajo - el tal Zack se mantenía inmune a las súplicas.

Debía ser que estaba acostumbrado a la sangre fría. Su actitud me gustó. No se debía tener piedad con personas como mi padre.

Finalmente el hombre moreno pareció detectar mi presencia y me miró, una mezcla de asombro e intriga. Mi padre siguió su mirada y se encontró conmigo.

  • Hijo... - comentó.

  • ¿Es tu hijo? - preguntó Zack.

Entonces, sonrió.

Ahora el que se encontraba asombrado por su actitud era yo.

Era un sonrisa cargada de lujuria.

  • Bueno, Roberto, tal vez tu hijo pueda ayudarte a ganar algo de tiempo - decretó.

Sentí un escalofrío por la espalda.

Quizá debí esperar fuera hasta que la conversación termine.