Los amantes en el paraiso (03: En la playa)
La hermosura de la blanca arena de la playa y el mar "lleno de urgencias masculinas", sirvieron de marco para nuestras pasionales entregas.
EN LA PLAYA
Por la tarde, el calor se dejó venir con gran intensidad, haciéndonos sudar a mares, por lo que decidimos irnos a dar un chapuzón a la playa. Nos pusimos ropa cómoda afelpada y subimos al automóvil. Me dirigí a la avenida que conducía hacia los lugares refrescantes, en los que pensábamos estar un rato.
Durante el trayecto, ella no dejaba de estar jugando con mi pene, que como no era nada inactivo, no tardó en adquirir todo su grosor. Ella lo desencapulló y procedió a frotarlo delicadamente con sus manitas de seda, mientras contemplaba con mirada arrobada como la cabeza se guardaba en el prepucio, para desaparecer nuevamente al subir ella su mano.
Con la respiración entrecortada por la excitación, acercó su cabeza a mi verga metiéndola entre mis piernas y el volante, y ya acomodada adecuadamente, procedió a mamármela con gran deleite. Yo la dejaba hacer, encontrando en aquellas caricias un gran placer, aunque corría el riesgo de provocar un accidente, ante la emoción de esa mamada maravillosa, que me trastornaba y limitaba un poco mis facultades para manejar.
Los carros pasaban junto a nosotros y nos rebasaban fácilmente, pues yo había disminuido la velocidad y me había colocado en el carril de la derecha. Algunos conductores se habían dado cuenta de lo que acontecía en el interior del coche y me sonreían pícaramente envidiándome la suerte.
Ella seguía su tarea mamadora y yo, feliz de la vida, sintiendo como sus labios succionaban hambrientamente mi tranca, para después recorrerla con la lengua en toda su longitud.
Las cosas se le facilitaban, pues mi cuerpo lo cubría únicamente aquella bata afelpada, ya que el traje de baño, con las prisas no me lo puesto, lo que le permitía hurgar a su gusto, llegando a lamerme hasta los huevos. ¡Qué sensaciones más deliciosas sabía arrancarme aquella mujer! ¡Qué delicias me proporcionaba con sus caricias que me hacían sentir que una descarga eléctrica recorría mi cuerpo! Y lo mejor de todo, era que ella también gozaba mamándome el pene, pues sus mejillas se coloreaban por el deseo y su mirada se hacía soñadora cuando sentía deslizarse el cuerpo de mi verga en el interior de su boca. Chupaba con avidez y mordisqueaba delicadamente la punta de la cabeza, para después bajar besando todo lo largo, propinándome unos chupetones de maravilla, desde la puerta de la verga, hasta la raíz de mis cojones.
Se lo frotaba en las mejillas, lo olisqueaba excitándose con su olor y no dejaba de untárselo en el cuello y detrás de las orejas. Creo que si hubiera sido más larga y flexible, le hubiera encantado ponérsela de collar.
Todavía seguía ella entretenida con su placentera labor, cuando llegamos al sitio que había escogido para darnos una zambullida. Casi anochecía y no se veía gente en aquel lugar.
Al sabernos solos en aquella playa, me dio confianza para seguir con nuestros juegos eróticos. Incliné el asiento delantero hacia atrás, lo que nos permitió recostarnos como si fuera una cama y ya con ella tendida , me le encimé, buscando su peludo coño para posar mi boca sobre él y proceder a mamarlo, aspirando aquel aroma de hembra que brotaba de su entrepierna y que hacía que me excitara maravilla, por su parte, con la cabeza metida entre mis piernas, reinició la mamada que venía dándome, atrapando mi verga entre sus cálidos labios, mientras yo titilaba el clítoris que se erguía retador y lamía los abultados labios de su coño, que se estremecía al contacto de mis labios y mi lengua. Yo Estaba feliz chupando aquella suculenta fruta y gozaba enormemente sintiendo como mi pene era tratado en esa forma maravillosa, haciéndome suspirar con cada chupetón, cada beso, cada lamida, que eran dejados como espléndido regalo en cada poro de mi enhiesto pene.
Como sentía que ya casi me venía y no era cosa de dejar nuestro trabajo a medias, la levanté y le pedí que saliéramos del auto.
Me apoyé en uno de los guardafangos y atrayéndola hacia mí, abrí su bata para encontrar su delicioso coñito al que rocé con mis dedos, introduciéndolos después. Cuando sentía que estaba convenientemente lubricada, levanté una de sus piernas y acercando mi pene a su abertura sexual, empujé suavemente hasta que la cabeza se perdió en aquella apretadísima gruta.
Después de dos o tres arremetidas, todo el cuerpo de mi verga quedó alojado en aquel revenido interior.
Solté su pierna, y ella quedó lindamente ensartada en mi carajo, a tal punto que el pelambre de nuestros sexos se frotaba, de tan completo que era este acoplamiento.
Al enderezar mi cuerpo, como ella era de estatura más baja, quedaba ensartada suspendida por mi pene, casi colgando, con lo que mi verga le frotaba toda la raíz del clítoris y en la profundidad llegaba a tocarle hasta la misma matriz.
La presión que ejercía la parte superior de su vagina sobre el cuerpo de mi pene, lo hacía sentirse más apretado, con l o que mi tranca adquiría una dureza increíble, que venía a aumentar las ricas sensaciones que le producía en su interior.
Ella suspiraba cachondamente, gozando con la introducción de mi pene en su vagina y el intenso frote que le producía cuando yo lo deslizaba hacia fuera. Gemía de placer y doblaba su cuerpo para ir en busca de mi verga para ensartarse nuevamente.
Tomándola por los hombros y aumentando la velocidad de mis movimientos, sepulté mi tranca rudamente en aquel apretado coñito, que acariciaba con sus bien lubricadas pareces todo el cuerpo de mi verga, haciéndome soñar con los paraísos eróticos de las Mil y Una Noches.
Después de unos momentos de esta ruda penetración, mientras ella se deshacía removiéndose velozmente, buscando el frote más intenso, bajé una de mis manos y la posé en la hendidura de sus dos nalguitas, que se estremecieron de placer al sentir el contacto de mis dedos que las acariciaban y acercaban al centro de ella, buscando el ano pequeñín, limpio de pelos, que guardaban celosamente. Éste, al sentir la proximidad de mi dedo índice, empezó a abrirse y cerrarse espasmódicamente, anhelando la introducción, que no tardó en efectuarse cuando lo penetré totalmente con aquel dedo explorador que se deslizó por completo en su interior. Al sentir la penetración, ella apretó su vagina más de lo que estaba, con lo que mi pene prácticamente estaba siendo triturado. Echó ella su cuerpo hacia atrás buscando la penetración de mi dedo, con lo que conseguía el frote de mi pene al deslizarse hacia afuera y luego con la introducción de mi pene y el frote de mi dedo al retirarse sus nalgas, la tenía puesta en un tremendo dilema, porque no sabía cual escoger, si mi pene en su vagina, o mi dedo en su culo, pero disfrutando enormemente con aquella indecisión que le daba unos frotes espléndidos en sus dos orificios sexuales.
-¡Ay, mi amor! ¿Qué caliente me has puesto! ¡Qué ganas tengo de que la metas por el culo!
Sin pensarlo mucho, yo siempre atenta para complacerla, la hice apoyarse sobre los codos en el asiento delantero del auto, teniendo sus nalguitas al aire, acerqué mi pene a su ano y presionándola levemente por los hombros, se la dejé ir hasta los huevos en una arremetida cruel, pero harto deliciosa para ambos. Ya con la verga sabrosamente encajada en su trasero, procedía a sacar y meter mi verga rítmicamente en aquel culito que tantas satisfacciones me proporcionaba, gozando al ver como se metía en aquella argolla toda la longitud de mi verga, hasta desaparecer completamente, para volver a aparecer nuevamente.
La contemplación de nuestra jodienda me encendía cada vez más y atacaba aquel culito precioso con todas las energías de que era capaz, gozando con aquella introducción, que ella también disfrutaba al máximo.
Ella, casi ahogándose por el placer que recibía, abría la boca como buscando aire, pues la respiración se le entrecortaba con aquella emoción que sentía, al ser penetrada profundamente en las entrañas. Queriendo complementar su placer, mi mano derecha se deslizó hacia su entrepierna y ahí se puso a juguetear con su clítoris y con los labios de su vagina, produciéndole sensaciones indescriptibles al sentirse perforada tan ampliamente por su trasero, y al repercutir su placer hacia las terminales nerviosas de su coño. Yo gozaba intensamente al sentirla despedazarse de placer, pues gozaba mucho más intensamente al verla disfrutar a ella tan completamente con aquella jodienda.
-¡Sigue así, mi amor! ¡Sigue perforándome el culo! ¡Métela más! ¡Que la sienta que me traspasa la garganta! ¡Anda, muévela más rápido! ¡Ay, que rico siento! ¡Siegue así, mi vida! ¡Jódeme con esa linda verga tuya que es mi adoración! ¡Anda, papacito! ¡Encúlame más! ¡Que rico! ¡Qué rico siento! ¡Sigue! ¡Sigue! ¡Destrózame con tu verga, que quiero morir así, ensartada por ella!
Ante sus frases cachondas, yo me encendía cada vez más y en ese momento sólo vivía para complacerla y sepultaba mi verga hasta lo más profundo de sus entrañas, aumentando la velocidad de mis movimientos con la sola idea de joderla, penetrarla, introducírsela completamente, deteniendo con mucha dificultad la venida, que pugnaba por salir, pero no dejaba que se escapara, conservándola en el interior de mis huevos, todo el tiempo que ella quisiera seguir gozando con aquel pedazo de carne que la hacía gozar de lo lindo.
El frote tan intenso de su culo y el jugueteo que llevaba a cabo en su vagina, no tardó en dar sus frutos y ella se vino abundantemente en un éxtasis de placer inenarrable, mientras sus manos iban hacia sus pechos acariciándose y al sentir la venida, apoyándose sobre su cabeza, las llevó a su trasero, para soportar las nalgas y conseguir una penetración más profunda de mi verga en su culo. Su coño dejó escapar sus calientes jugos que me mojaron las manos, y su culo apretó mi verga como queriendo decapitarla, succionándola amorosamente, buscando extraerle todo el líquido seminal que conservaba todavía.
-¡Qué delicia, mi vida! ¡Anda, échame tu lechita calientita y espesa! ¡Anda, rico! ¡Refréscame con tu venida! ¡Sigue jodiéndome! ¡No te detengas! ¡Perfórame el culo con tu rica verga! ¿Así! ¡Así! ¡Vente ya dentro de mí! ¡Qué rico! ¡Qué rico!
Ya no pudiendo más , dejé escapar dentro de sus entrañas un torrente de leche hirviente como lava, que llenó totalmente sus intestinos, que al no poder contener tal cantidad de leche, dejaron escapar hilillos aperlados que se escurrían por la circunferencia de su ano, imposibilitado para contener aquella invasión láctea, que se derramaba sobre su vagina y sobre el asiento del carro.
Yo, enloquecido de placer, se la metía y se la sacaba sin ninguna consideración, ensartándole la verga con saña, disfrutando tremendamente con aquella penetración, mezcla de sadismo y ternura, queriendo coque ella, ante aquellas ensartadas tan tremendas, encontrara el éxtasis.
Mientras yo me derramaba con las tremendas venidas, mi mano no había dejado de jugar con su vagina, por lo que a la tremenda venida inicial, se le unieron otras de igual intensas, que la hicieron aflojar el cuerpo, quedando completamente desmadejada sobre el asiento del carro, mientras yo caía sobre ella en un último envite, que le sepultó mi verga hasta lo más profundo de su recto.
Después de descansar unos instantes, nos quitamos las escasas prendas de vestir que medio cubrían nuestros cuerpos, y aprovechando la soledad que se observaba en aquella playa, nos metimos al agua completamente en cueros.
Jugueteando como dos chiquillos, sin intentarlo, nuestros cuerpos desnudos se rozaban y después de unos instantes, mi verga se levantó de nuevo con ganas de joder.
Ella se sobre mi cintura frente a mí, enlazando mis nalgas con sus piernas, mientras mi verga iba al encuentro de su coño para penetrarlo. La sal que contenía el agua la hacía más densa, , con lo que su cuerpo se hacía menos pesado y la manteniéndola a flote. Yo, sujetando su cintura, le metía el pene y después, al aflojar la presión, ella se escurría hacia arriba, obteniendo un mete y saca muy natural, en el que nos ayudaba el mar. Después de unos momentos de jodienda en el lecho líquido, la saque cargada y todavía ensartada, del agua, para dejarla sobre la playa, acostada boca arriba, mientras que yo, sin retirar mi pene de su coñito, la ensarté profundamente mientras ella ponía sus piernas sobre mis hombros.
Despiertas nuevamente mis ansias de jodienda, ataqué aquel coñito incansable que aceptaba la intromisión de mi verga las veces que se me antojara, y pronto nos vimos envueltos en otra vorágine pasional, que vino a dejarnos exhaustos de placer, tirados en aquella playa blanca, mientras las olas del mar venían a acariciar nuestros cuerpos, llevándose entre sus aguas, completamente diluidos nuestros jugos sexuales.
Ya estaba bastante oscuro cuando regresamos a nuestra casa con un gran cansancio, pero felices de haber logrado la satisfacción de nuestros deseos, aunque seguíamos sintiendo el calor del clima y la necesidad de seguirnos poseyendo intensamente.