Los amantes de abue 2
Una sorpresa tras días de no acción
Desperté temprano y me alisté como si la noche anterior no hubiera estado dándome placer, y es que de poco funcionó, de hecho mientras desayunaba hice cuentas y tenía más de 2 años sin actividad sensual y/o sexual, que mal, me estaba oxidando, igual de simplona, me levanté de la mesa y me despedí de los inquilinos. Salí con Renato, el mayordomo, y nos quedamos esperando en la entrada del palacio municipal a que llegaran los demás, ese día instintivamente me vestí presentable, con un conjunto de pantalón de vestir y un saco, noté que daba un aire más citadino que de “la dueña”, muy distinta a como ando siempre en la hacienda, no es que me vea mal en Jeans y camisa a cuadros, simplemente cambió mucho mi apariencia… de hecho cuando estaba en la plaza me quedé pensando que si había que pelear o alegar me vería como un abogado… pero ya era tarde para eso, allí venía el dueño de La corona, y detrás de él venía una muchacha delgada y menuda, sin duda era una señorita delicada, a diferencia de mí, comparada con ella incluso me veía más ancha, la mujer me miró fijamente de una forma un tanto despectiva pero pasiva, de hecho noté cierta falta de carácter en esa mirada, la prueba estaba en que no me incitaba competencia alguna, en frente de mí el dueño de La corona se quitó el sombrero y dijo obviamente para molestarme:
_ hasta la monstruosa dueña de Las rositas puede verse como una dama…
Si hubiera hecho algún gesto desagradable le habría dado gusto a ese hombre y su acompañante, por eso solamente sonreí:
_ buenos días, que lástima que su apariencia no haga juego con la mía…
Que forma más sutil de decirle, no eres un caballero…
El veredicto fue el mismo que mi abuela redactó en su diario, el límite de las tierras estaba justo en medio del río, además esa agua limpia y fresca servía no solo al ganado de nuestros respectivos ranchos, sino también a las tierras y ganado de los pequeños ejidos que estaban alrededor, los senderos y el puente que estaban en nuestro territorio eran un paso primordial para ellos así que el territorio era nuestro pero teníamos prohibido construir cualquier obra que afectara el tránsito de otros, por lo tanto la cerca estaba vetada, miré como Martín Corona (el dueño de la corona) se enfurecía y le gritaba prepotentemente al alcalde, realmente me daba igual si había o no cerca, mientras pudiera hacer uso libre del agua del río, y es que los ríos son una fuente vital en las rancherías, en realidad, solo ese río definía quien podría dominar la producción de aguacate en el pueblo, verán, en los pueblos ejidales y las rancherías que aún se manejan a la antigua, el resto de los rancheros grandes y pequeños son influenciados por los ranchos que toman la delantera en producción, en ese momento con muchos trabajos habíamos logrado levantar las tierras de Las Rositas, pero si nos quedábamos sin el abasto del río en caso de que se lo quedara La Corona, nosotros tendríamos un severo problema de agua, por lo tanto La corona sería aportador mayoritario a la economía del pueblo, era simple, eso me hacía pensar que en La Corona el dueño sentía cierta inclinación por declararme la guerra… eso se le hacía ridículamente excitante, aunque pensándolo bien fue por la historia de mi abuela, que me emocioné verán, decía así.
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1ro de Julio 1923
Después de muchos días sin novedad después de la retirada cobarde de ese pelafustán revolucionario se me ocurrió ir donde la curandera del pueblo para preguntarle sobre mis partes. Me vestí con una falda de Lupe, nuestra sirvienta más joven, y me tapé con un rebozo, la curandera del pueblo me puso en un espejo, me hiso quitarme la falda y el calzón de manta, me sentó en un banco toda desnuda y me hiso mirarme, bueno, en realidad ella no estaba porque me dijo que lo hiciera y que me tocara, me dijo que allí estaba el secreto de por qué los hombres se cogen a las mujeres… en la noche fui al burdel de Don Natividad, el que está más lejos de Las rositas, allí le pagué a una mujerzuela, y le pedí que me dijera por qué les gusta tanto a los hombres nuestra parte intima.
Esa mujer que es llamada la mujer más fácil del pueblo me dijo que los hombres no controlan ese instinto simplemente por ser hombres, pero que las mujeres también podemos sentir, creo que esa mujer es medio marimacha, y me ha confundido con una de su banqueta, y es que en cuanto nos quedamos solas me acarició las piernas y el cuello, o tal vez fue solo para enseñarme a sentir, aunque para eso no necesito que me enseñen… cuando salí de allí supe que lo que buscaba… pero necesitaba toparme con un hombre de verdad.
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Supongo que ya era hora de hacer cosas nuevas por mí, leer el diario de mi abuela me hacía replantearme la imagen de la mujer sola, y es que mi abuela era todo un caso, me imagino que mi abuelo debió ser un hombre muy fuerte y de temperamento imponente, claro, para domar a semejante fiera… me daba curiosidad seguir leyendo para saber qué clase de hombre habría conquistado el amor de la abuela, más tarde debía dar una vuelta por los límites entre Las rositas y la corona para revisar que todo quedara en orden, últimamente me gustaba transportarme a caballo, era más práctico y rápido, los autos eran pesados y no entraban en cualquier sitio, en cambio los caballos se aprendían los caminos mejor que uno mismo, y con ellos podías atravesar el río o el puente, hasta las malezas donde la sierra comenzaba a espesar, comencé a distinguir que me seguía un caballo detrás, y no me demoré en girarme para sorprender a Martín Corona montado en una yegua negra, hermosa, realmente se veía más hermosa ante mi convencional caballo café, realmente me encantó su animal me cautivó él lo notó…
_ Buenas tardes… será mejor que deje de ver a mi yegua antes de que le haga mal de ojo…
_ no sabía que eso se podía hacer a los caballos, en fin, buenas las tenga…
_ veo que revisa sus fronteras como toda una dueña…
_ solo cumplo con el encargo del notario señor… Perdón… Don Martín.
_ Martín, Martín Corona… recuerde ese nombre, ya que lo escuchará muy a menudo a partir de ahora…
Giró su caballo con altanería y saludó con el sombrero, me quedé allí, ese tipo definitivamente quería pleito, pero ¿por qué?... era tan hostil, como si me quisiera mantener alejada de algo, que estúpido, yo no tenía nada en su contra. Me adelanté y lo alcancé con mi caballo, supongo que mi caballo también quería alcanzar esa yegua, me adelanté y le cerré el paso desafiantemente…
_ ¡¡oiga!!... ¿Qué he hecho para tener tan enojado a Martín Corona?... ¿no cree que podamos compartir un rio?
_ De lo que me he dado cuenta SEÑORITA - ¿por qué enfatizó el “señorita”? – es que usted y yo no podemos compartir una distancia de 3 metros… es demasiado atractiva para los hombres como yo… si acepta un concejo de un hombre… guarde su distancia y baje sus humos por qué eso solo me hace querer domarla…
No lo dijo molesto, ni demasiado serio… pero sonaba a que era verdad, él estaba muy seguro de que si yo me descuidaba se abalanzaría sobre mí y me violentaría o… violaría… eso me hiso recapacitar en ciertas cosas, de hecho si me dio algo de miedo, lo miré de forma desconfiada y seria, y es que no tenía palabras y no sabía si el cosquilleo en el estómago y ese escalofrío era de excitación o pavor, igual mi primer impulso fue espuelear al caballo y salir de allí cabalgando a trote sintiendo su miraba penetrante desnudarme mientras me alejaba… para mi fortuna pasó una semana sin saber de Martín Corona, supe que su esposa había colapsado de una enfermedad y estaría en la capital unas semanas.
Tampoco mi abuela había tenido eventos importantes en su diario hasta el 9 de agosto, coincidimos en algo interesante.
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9 de Agosto 1924
Esta mañana a la casa de campo de unos riquillos llegó una familia de gente muy fina, no es que yo no me sepa comportar pero realmente sus “modales” son muy diferentes, Las Rositas es muy conocida por la Producción de Aguacate y porque el Mayordomo hace un vino excelente con la uvas que sacamos del viñedo personal que pertenecía a mi a´pah, creo que por eso decidieron invitarnos a cenar a mí y a mis hermanas, no usé un vestido, eso escandalizó a las mujeres que nos acompañaron, también invitaron a los Corona, allí conocí al hijo de Rogelio Corona, el enemigo de mi padre, su hijo se llama Martín, porque nació el día de San Martín de Porres, ese desgraciado lo único que tiene de santo es el nombre, pero yo no soy una blanca paloma, admito que su malicia me llama, creo que quiero tener a ese hombre, ya lo decidí… lo quiero para mí. Lo supe cuando me miró con desprecio y me dijo con ese mismo desprecio “¿usted vino a buscar esposa también?”… quiero que su pinche boca sucia diga “te amo, te amo más que a nadie”. Yo me aseguraré de que un día lo diga, por eso le contesté con insolencia “para su fortuna caballero he venido a buscar un amante vigoroso, no esposa, ni esposo”… no sé si se asustó o si solo se sorprendió, para mí, cualquiera de las dos está bien, escuché después de la cena que mis hermanas se hicieron amigas de la “damita” que acompaña a la familia Dorantes, Rogelio Corona quiere casar a Martín con ella, y por lo visto la tonta quiere ser su esposa por simple costumbre.
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