Los Amantes
Una habitación de hotel, una pareja de amantes y un torrente de pasión y deseo sin límites...
Los Amantes
Idea original: Juan José Navarrete
Primera edición: Mayo 2008
Corrección: Eva Azip
Edición corregida: Enero 2011
Quiero dar las gracias a todas aquellas personas que leyeron el primer borrador de este relato y me animaron a continuar, pondría sus nombres pero son tantas que, al final, esta dedicatoria sería interminable. Sin embargo he de hacer especial mención a dos personas, gracias a las cuales este relato ha salido del polvo del olvido en el que se encontraba y ha vuelto a ver la luz.
La primera es Sandra, quien fue mi guía particular en un momento de extrema necesidad y que encontró en este relato algo de utilidad para su trabajo.
La segunda es Eva, quien me ha ayudado a corregir los muchos errores de sintaxis y expresión que había cometido en la primera edición.
A ambas, Gracias de todo corazón, siempre estaré en deuda con vosotras.
Y por último agradecerte a ti, apreciado lector/a, que hayas decidido dedicar parte de tu tiempo a disfrutar de esta historia. Espero sea de tu agrado
Habían quedado a las 6 en la habitación del hotel. Como siempre cada uno vendría por su lado y cuando acabasen también se marcharían por separado. Seguían conservando la rutina de sus encuentros a pesar de que ya no necesitaban mantenerlos en secreto, no desde que ambos decidieran separarse de sus respectivas parejas para iniciar una nueva vida juntos, era una forma de mantener viva esa llama de pasión y lujuria que tanto necesita un matrimonio.
Y allí estaba ella, ataviada con un exuberante conjunto de satén negro con encaje y un batín semitransparente de raso con puños y cuello de seda, negro también, y unos zapatos de tacón.
El ambiente estaba impregnado de su perfume, Chance de Chanel, que con sus notas cambiantes la hacía aún más irresistible. Ello exaltaba su lívido hasta límites insospechados y convertía sus relaciones sexuales en auténticas orgías de placer.
Aún quedaban 10 minutos para que él llegase a la cita, por lo que se dispuso a revisar de nuevo todos los detalles de "la función":
El cava estaba la cubitera bien frío
La cama cubierta de pétalos de rosa
Las fresas en la pequeña cesta sobre la mesita al lado de la cama
El equipo de música listo para comenzar a sonar en cuanto él hiciera su aparición estelar.
Un minuto, tan sólo un minuto para que diese comienzo el encuentro. Su excitación comenzaba a hacerse evidente en sus pezones erectos y su vello de punta. Era algo que siempre le sucedía, el juego desataba el lado más salvaje de sus vidas aquello que era considerado prohibido.
Bajó la intensidad de las luces para sumir la habitación en una semipenumbra y se tumbó sobre el lecho de rosas.
Él llegó puntual y se acercó en silencio hacía donde ella se encontraba, sin decir nada la besó en los labios y comenzó a acariciar su nuca y cabellos mientras se fundían en un beso ardiente.
Sus manos se deslizaron hasta el pecho y comenzó a desabrocharle la camisa, sacándosela de los pantalones y abriéndola por completo. Disfrutaba acariciando su pecho terso y musculoso y eso la excitaba aún más. Sentía como su sexo comenzaba a humedecerse y su piel cada vez estaba más caliente, el deseo cada vez más irresistible... Deseaba arrancarle la ropa a tiras y devorar cada centímetro de su piel hasta quedar saciada de amor y de sexo.
Lentamente se separaron y él se quitó la americana y la camisa, lanzándolas sobre la silla que había en la pared frente a la cama. Ella se acercó gateando sobre la cama y le miro a los ojos poniendo esa sonrisa picarona que tanto le gustaba y sin prisa comenzó a desabrocharle el cinturón y el pantalón.
Lo dejo resbalar lentamente por los muslos mientras que sus manos acariciaban el abdomen y besaba muy lentamente los muslos desnudos.
Le encantaba recorrer con su lengua su cuerpo y le gustaba aún más sentir como miles de escalofríos le recorrían cada vez que su lengua se acercaba a su pene, que cada vez estaba más erecto dentro del boxer negro que llevaba.
Deslizó la punta de los dedos mientras, mirándole a los ojos llena de deseo, se mordía el labio inferior de un modo que a él le volvía loco de placer ante lo que, con toda certeza, sabía que le esperaba en ese momento.
Poco a poco sus dedos se fueron acercando al elástico del boxer y a introducirse por el muy lentamente hasta llegar a la base de su miembro mientras que sus labios lo recorrían por encima de la tela, humedeciéndola y haciendo que se pegase aún más a la piel.
Finalmente, llego hasta el glande y comenzó a besarlo y lamerlo sin quitar el boxer mientras sus dedos iban deslizándose por las nalgas y bajando el boxer muy despacio, ayudándose con los labios mientras su lengua recorría incansable su, tan deseado, falo.
Se detuvo un momento a contemplar su cuerpo desnudo y sin más dilación comenzó a devorar aquel pene que tanto deseaba.
Su lengua se deslizaba muy poco a poco recorriendo toda su superficie humedeciendo y rozándole con los labios, sin dejar de mirarle a los ojos. Cuando llegó al glande se lo introdujo en la boca casi por completo y jugó con la lengua sobre la superficie sensible de la punta, mientras succionaba y deslizaba los labios, haciendo entrar y salir el pene de su boca despacito y él acompañaba sus movimientos con sus dedos enredados en su melena, acariciándola con delicadeza.
Nunca llegaba hasta el final en la primera mamada, tan sólo le gustaba hacerle llegar a la erección completa con sus labios y sus caricias, y disfrutar de ese sabor dulce.
Se volvieron a besar con pasión y se dejo acostar en la cama, acompañada por sus fuertes brazos.
Le quitó el batín de seda sin prisas y comenzó a acariciarle los pechos sobre la tela del sostén. Los pezones duros se marcaban en la copa y le arrancaban gemidos de placer cada vez que sus dedos los acariciaban.
Poco a poco fue descendiendo mientras sus manos se acercaban al broche, situado entre ambos senos, para soltarlo y poder retirar la tela que cubría aquellas montañitas de placer que deseaba lamer, besar y mordisquear con dulzura.
Atrapó un pezón con sus labios y comenzó a mordisquear y succionar con suavidad, mientras descendía con sus manos muy despacito hacía el tanguita húmedo de excitación. Sin retirarlo, se dedicó a acariciar el pubis liso y recién depilado y recorrer la parte exterior de los labios, haciendo que aumentase de forma considerable su excitación y humedad.
Sin dejar de besar su piel fue descendiendo hacía el coñito húmedo y palpitante, ardiente de deseo, lleno de sabor. A la altura del abdomen levantó la vista y separó sus labios del cuerpo de su amante y sin dejar de mirarla se acercó lentamente a los labios de ese sexo fragante que se escondía tras el satén de la ropa interior. Su lengua se posó sobre ellos y comenzó a recorrerlos muy lentamente haciendo círculos, deslizándose por las ingles y los muslos mientras con un dedo acariciaba la apertura entre los labios, rozando lentamente el clítoris que comenzaba a salir de su capuchón, erecto y sensible.
La habitación comenzaba a llenarse de un leve murmullo, un atisbo de los gemidos que vendrían después cuando, en la cúspide del clímax, su cuerpo se contorsionara presa de un trémulo placer.
Adoraba aquellas caricias en su rajita, esa forma de elevarla hasta el placer más sublime para después devolverla a la realidad con sus embistes mientras la penetraba. Pero aquello aun tardaría en llegar, aún faltaba mucho para llegase a esa concatenación de orgasmos que indicaban a su amante cuando era el momento propicio para pasar al siguiente capítulo del guión, el segundo acto de su particular función de lujuria y placer.
Sentía como su piel ardiente hormigueaba bajo el contacto de aquella lengua sabia y traviesa, como aquellos dedos, juguetones y expertos en el arte de darle placer, recorrían los pliegues de su sexo, como jugaban con su clítoris y se introducía apenas unos centímetros, junto con la tela del tanga, dentro de su vagina. Mientras tanto iba jugando con su culito, acariciando ese pequeño orificio y lubricándolo con los jugos que resbalaban desde su concha a causa de la gran excitación de la que era presa.
Sentía como, cada vez más, se aproximaba ese primer orgasmo que indicaría el momento de retirar la ropa interior para que la boca y los dedos entrasen en contacto directo con su sexo. Si, ya casi lo tenía, faltaban pocos segundos para explotar de placer...
¡Oh Sí! Exclamó de repente cuando el orgasmo explotó en su interior - ¡Ya viene mi amor! ¡¡¡¡¡¡Ooooohhhhhhh!!!!!! ¡¡¡¡¡¡Mmmmmmmm!!!!!! No pares mi vida, ¡¡¡No Pares!!!!.
Retiró el tanga y se entrego al placer de recibir el néctar del orgasmo mientras continuaba dándole placer. Su lengua recorría diligente la apertura de la vagina, introduciéndose en su interior para saborear mejor ese jugo que tanto le gustaba, mientras sus dedos jugueteaban con el clítoris y el culito. Le encantaba sentir como se contorsionaba y temblaba al ritmo de sus caricias. El verla disfrutar era el mejor aliciente que tenía para perfeccionar cada vez más la técnica desarrollada a lo largo de tantos encuentros furtivos en el pasado, cuando su relación aún era algo secreto y prohibido.
Lentamente fue introduciendo 2 dedos dentro de su vagina a la par que capturaba entre sus labios el clítoris, dispuesto a darle mil caricias de placer con la lengua sin liberarlo de la prisión de su boca. Sabía que eso la enloquecía y le hacía alcanzar el clímax con gran rapidez. Introdujo el dedo corazón de la mano que tenía libre dentro del culito y comenzó a moverlo acompasadamente con los que tenía dentro de la vagina y acorde también a los movimientos que su lengua realizaba sobre el palpitante clítoris.
Más gemidos, más temblores, más calor y el penetrante y embriagador olor a sexo llenaban la habitación. Seguramente sería posible escucharlos desde el pasillo, pero eso era algo que, lejos de retraerles, les excitaba aún más. Alguna vez incluso, habían mantenido estas relaciones con las cortinas descubiertas y la luz encendida, dando pie a la posibilidad de que alguien pudiese verles desde el edificio que había frente al hotel. El morbo era un gran aliciente para sus relaciones y les permitía disfrutar aún más de sus encuentros.
Ella, mientras tanto, se dedicaba a acariciar sus pechos y pezones, pellizcándolos de ese modo que tanto placer le daba mientras sentía el placer crecer y crecer dentro de ella. Si seguía a ese ritmo pronto explotaría sin control y derramaría sobre los labios y la lengua de su compañero todo el flujo que su sexo iba acumulando en su interior.
Tenía la piel brillante y perlada de sudor y las sabanas estaban empapadas y revueltas por sus placenteras convulsiones cuando alcanzó la cúspide del clímax. Su espalda se arqueó, levantando su cuerpo casi 30 centímetros de la cama. En ese momento su amante extrajo los dedos del interior del ano y la vagina y apoyó los labios con la boca abierta sobre su coño, esperando ansioso el momento en que el flujo sería liberado de las contracciones que recorrían su cuerpo. No dejo de estimular el clítoris durante todo el tiempo que duró la concatenación de orgasmos, haciendo que estos fuesen aún más intensos y placenteros aún, y prologando algunos minutos más la duración del orgasmo.
Finalmente, su cuerpo se relajó y quedo tumbada sonriendo en la cama, con las piernas separadas y con flujo aún saliendo de su interior. Era el momento de la penetración y su cuerpo la esperaba ansiosamente. Sus labios se separaron mostrando la apertura vaginal, como pidiendo que llenase aquel hueco.
Dedicó una última caricia al clítoris y se preparó para penetrarla con todas sus fuerzas, con una embestida fuerte y profunda, tal y como a ella le gustaba en ese momento.
Justo cuando el último orgasmo estaba llegando a su final sintió como el pene se apoyaba sobre sus labios vaginales y la penetraba. Fue una embestida rápida y fuerte, hasta lo más profundo de su sexo que le arrancó nuevos gemidos y avivó el fuego que, deliciosamente, la consumía por dentro.
Sentía los golpes que sus caderas le propinaban en las ingles y los muslos y acompañaba las penetraciones moviendo sus caderas para que fuesen más fuertes y profundas.
Mientras disfrutaba del placer que le provocaba el ser penetrada de una forma tan salvaje ella deslizaba sus manos por la espalda de su amante, arañándole suavemente cuando el placer le hacía sacar las uñas como si fuera una gatita traviesa y juguetona, dejando unas marcas rojas desde los hombros hasta las nalgas.
Esas caricias a él le excitaban de sobremanera y al sentirlas deslizaba las manos por debajo de las nalgas para alzarla y penetrarla más rápida y profundamente. Con cada nueva embestida aumentaba el ritmo y la fuerza de las contracciones que se sucedían en el interior de la fragante y deliciosa vagina de su esposa-amante y eso le indicaba que el primer orgasmo de esa segunda parte estaba a punto de liberarse.
Un escalofrío le recorrió la espalda cuando se desató en su interior la oleada de sensaciones que le provocaban los orgasmos, haciéndole arquear la espalda y gemir escandalosamente con cada nueva cascada de placer.
Cuando el orgasmo llegó a su fin se tumbaron en la cama y comenzaron a besarse lenta y apasionadamente a la par que se dedicaban caricias con las manos llenas de ternura y amor mientras lograban recuperar algo de aliento para continuar con un nuevo asalto.
Sonriendo como dos adolescentes en sus primeros encuentros, se recorrían con calma y ternura mientras sus labios compartían el sabor de los besos y las manos se enredaban en mil caricias y abrazos.
Piel contra piel, perlados de sudor, ardientes y lascivos se retorcían y contorsionaban en una danza sensual y apasionada que les llenaba de energía.
Despacio, se colocó encima de su amante y comenzó a frotar su sexo húmedo y candente contra el miembro semierecto de su otra mitad haciendo que este comenzase a crecer de nuevo mientras lo humedecía y se excitaban cada vez más.
Cuando el pene estuvo completamente erecto lo cogió entre sus manos y lo acarició con ternura mientras lo colocaba en la entrada de su ardiente sexo. Comenzó a descender lentamente sobre aquella verga grande y dura, sintiendo como se abría paso en su interior a la par que se empapaba con sus jugos que chorreaban desde su interior hasta mojar las sabanas revueltas.
Cuando tuvo todo el pene en su interior comenzó a cabalgar a su amante muy lentamente, contrayendo y relajando los músculos vaginales mientras ascendía y descendía para obtener el máximo placer posible. Poco a poco iba subiendo el ritmo, a la par que crecía su excitación y el placer en su interior, mientras con sus manos acariciaba el pecho de su amante y este le pellizcaba los pezones, masajeaba los pechos y acariciaba las nalgas, acompañando sus movimientos mientras estimulaba el agujero del culito, empapado de jugos y bastante dilatado. Introdujo un dedo y dejó que ella marcase el ritmo con los movimientos de su cuerpo. Cuando el culito estuvo bien dilatado introdujo otro dedo y comenzó a moverlos acompañando los movimientos de ella y haciendo que la penetración fuese más profunda y placentera. Ella reaccionó aumentando el ritmo de sus cabalgadas y descendiendo hasta que ambos cuerpos se unían por las ingles y los muslos.
Los gemidos de ambos cada vez eran más fuertes y anunciaban la llegada de un gran orgasmo simultáneo, que estalló en medio de la excitación que les gobernaba, haciendo que se fundiesen en un abrazo mientras se besaban y acariciaban lentamente, dejando que las corrientes desatadas por el clímax les recorrieran el cuerpo y los sentidos, fundiéndose en un solo ser.
Aun cuando el orgasmo había llegado a su final los amantes seguían profiriéndose mil caricias y besos, rodando sin separar sus cuerpos ni un solo milímetro.
Reían y sonreían como chiquillos, gozaban como adolescentes y se amaban como adultos, todo a la vez y disfrutando cada vez más de su excitante representación y permitiendo que sus cuerpos recuperasen las fuerzas necesarias para comenzar con el tercer, y último, asalto.
Ella fue poniéndose de rodillas sobre la cama y girándose para quedar mirando en dirección al sexo de su amor, a la vez que su propio sexo quedaba expuesto a los ojos y caricias de él. Fue deslizando lentamente los dedos hasta llegar al pene, acariciarlo con suavidad y ternura, mientras sus labios besaban el abdomen, el pubis, los muslos y las ingles, profiriendo lentos y pícaros lametones a los testículos y a la base del pene, ascendiendo hasta la punta acompañándose de los dedos.
Con delicadeza comenzó a lamer la puntita de aquel miembro que tanto le hacía gozar, rozándola levemente con los dientes e introduciéndosela en la boca muy despacio. Entretanto el había comenzado a acariciar las nalgas con los dedos mientras iba guiando el sabroso coñito hacía su boca y su lengua. Los dedos recorrían la piel provocando un leve hormigueo que se adivinaba en el vello erizado en la tersa y suave piel, acercándose hacia los labios vaginales, completamente empapados, para acariciarlos y prepararlos para recibir las caricias de esa, incansable y deseada, lengua que tan bien sabía lo que le gustaba. Cuando finalmente posó los labios sobre el ardiente sexo sintió como este se abría y dejaba fluir un manantial de dulce y cálido néctar, el cual recogió mediante hábiles movimientos de sus labios y su lengua a la par que comenzaba a estimular el clítoris con la yema de los dedos. Mientras tanto, ella había comenzado a realizar lentos movimientos con sus labios y su lengua por toda la extensión de su pene, introduciéndoselo en la boca, chupándolo, succionando y profiriendo leves mordiscos que hacían que se excitase aún más.
Las manos trabajaban sin descanso recorriendo centímetro a centímetro los cuerpos calientes y sudorosos de los amantes enredados, procurando placer y escalofríos, dibujando símbolos imposibles pero dueños de un significado inequívoco. Dedos, labios y lenguas trabajaban sin descanso a fin de llegar a despertar, por tercera vez en esa tarde, los sentidos que les transportarían de nuevo al paraíso del placer.
Mientras lamía apasionadamente el miembro de su amante sintió como este introducía 2 dedos dentro de su rajita y comenzaba a masturbarla con rapidez sobre el punto g, con lo que su excitación aumentó de sobremanera haciendo que ella aumentase también la velocidad de sus lametones y caricias.
Mientras introducía los dedos y los movía con velocidad su lengua se encargaba de capturar y estimular el clítoris recién liberado del capuchón de piel en el que se había escondido tras el último orgasmo. Ahora se encontraba indefenso ante la ávida lengua que le acechaba dispuesta a devorarlo con mil caricias y lametones capaces de hacer que se estremeciera con cada contacto.
Atrapándolo entre los labios sin perder ni un segundo comenzó a succionarlo y lamerlo a la par que sus dedos acariciaban y presionaban el punto g siguiendo el ritmo que ella imponía con su experta y deliciosa forma de hacerle gozar con su boca.
Les encantaba practicar el sexo oral enredados de ese modo, era algo que les permitía gozar del placer dado y recibido al mismo tiempo así como de provocar mayor excitación con cada nueva caricia. Pronto los cuerpos se encontraron en el umbral que habían atravesado por dos ocasiones esa tarde, de modo que ambos aceleraron el ritmo de sus caricias y lametones para procurar que esa tercera incursión en los terrenos sagrados del goce y el amor fuere aún más deliciosa, si cabe, que las dos anteriores.
El clímax les sorprendió a ambos con una oleada de fluidos inundando sus bocas, blanco esperma para ella, embriagador néctar para él. Diligentemente comenzaron a degustar los fluidos que, cuando retozaban adquirían el rango de manjares de alta cocina, hasta que no quedo más rastro de ellos que el sabor en las bocas que los habían disfrutado.
Más besos y caricias siguieron a ese momento de amor, acabando abrazados en silencio dedicándose pequeños besos en los labios mientras los ojos sonreían llenos del brillo de mil millones de galaxias.
Se quedaron tumbados en la misma postura en la que les había sobrevenido el orgasmo, aún con las bocas sobre los sexos húmedos y chorreantes, hasta que sus cuerpos reunieron suficiente energía como para poder levantarse. Entonces muy lentamente él la tumbó sobre las sábanas empapadas y revueltas, yl se dirigió al armario que había en la entrada de la habitación. Ella le miraba expectante, pues sabía que le había preparado una sorpresa muy especial para aquel encuentro, sin embargo no pudo ver en qué consistía puesto que su amante lo ocultaba dentro de una bolsa de terciopelo negro.
Sabiendo que no debía decir ni hacer nada permitió que este le tapase los ojos con un antifaz, de modo que no pudiese ver nada de lo que iba a ocurrir a continuación. Eso aún la excitaba más puesto que su imaginación, ya desbordada por los múltiples orgasmos disfrutados esa tarde, bullía de actividad pasando en segundos de una situación a otra, a cuál más lasciva y morbosa, más placentera.
Él mientras tanto observaba como una sonrisa ávida y pícara se iba dibujando en los labios, sabía lo que eso significaba y se regocijaba de placer al saber que nada de lo que se imaginara podría igualar lo que había preparado para ella.
Se acercó despacio y le colocó una pulsera de cuero en la muñeca, sujetándola a continuación, mediante la larga cadena que llevaba, a una de las patas delanteras de la cama. Repitió el mismo proceso con la otra mano y con cada uno de los tobillos, hasta dejarla completamente inmóvil y a su merced. Ella se convulsionaba de placer, de anticipación, imaginando aún más situaciones ahora que se sabía atada e indefensa.
De pronto lo sintió, algo le recorría la piel, era como un hormigueo, algo apenas perceptible pero que a la vez hacia que sus sentidos se volvieran locos. Fuera lo que fuese se estaba dirigiendo a su coño, completamente expuesto, pero no tuvo tiempo de pensar, puesto que a la vez que lo estaba produciéndole ese hormigueo llegaba a su coño húmedo sintió como algo la penetraba, resbaladizo, duro y frío al tacto, pero que le proporcionó un escalofrío de placer al comenzar a vibrar en su interior a una velocidad endiablada. Además de moverse sintió como crecía y encogía dentro de su vagina, presionando el cuello del útero y obligándola a moverse al ritmo de sus contracciones.
En su rostro se reflejaba el placer que sentía al verla gozar del vibrador que le había introducido mientras que acariciaba su piel con la sedosa pluma que había comprado para la ocasión. Sentía como su pene iba creciendo de nuevo hasta ponerse duro del todo y como la excitación se anticipaba a lo que iba a ocurrir en breves instantes Lo tenía todo planeado al milímetro y se aproximaba el momento de hacer la siguiente jugada.
Cogió el otro vibrador de la bolsa y lo untó con un poco de gel lubricante. Sabía que ella estaría totalmente empapada y dilatada, pero quería que notara la sensación fría del gel en su cuerpo, eso la excitaría aún más. Lentamente lo fue introduciendo en su ano y activó el motor vibrador al máximo. La reacción de ella fue inmediata, un grito de placer inundó toda la habitación y seguramente varios pisos del hotel también. Con los 2 vibradores dentro de ella llegaba el momento de acercarse a su boca, muy lentamente, hasta poder rozarla con la punta de los dedos.
Sintió un roce en sus labios y supo al instante que es lo que era. Así pues sacó la lengua y comenzó a deslizarla por la punta del pene de su amante, ese pene que de nuevo estaba duro y listo para descargar en ella todo el fruto de sus caricias. Abrió los labios invitándole a entrar en su boca, indicándole que quería que la penetrara como si de su coño se tratase, mientras ella se dedicaba a succionar y lamer el capullo.
Estaba completamente ida de placer, 2 vibradores se convulsionaban con ella dentro de su coño y su culo, su marido le llenaba la boca con su miembro ardiente. No iba a poder soportar mucho tiempo antes de comenzar a correrse sin control y de un modo que nunca antes había sentido.
Lo sentía próximo, su cuerpo actuaba con voluntad propia y ya no podía aguantar más, de modo que se dejo ir, succionando con toda su fuerza el miembro de su marido para hacerle llegar en ese mismo instante y gozar de su esperma mientras mil orgasmos le recorrían la columna, las piernas, el pecho, el sexo y cada centímetro de su ser. Un orgasmo intenso y duradero que crecía por momentos, para calmarse unos breves instantes antes de volver a subir en otra oleada de sensaciones increíbles.
Finalmente, le sobrevino la calma, tras 10 largos y maravillosos minutos de placer sin límite, se sentía completamente satisfecha, realizada y deseada. Exhausta por la larga sesión de sexo, pero deseosa de llegar a casa para esta vez ser ella quien le arrinconara en la cama y hacerle todo lo que había pasado por su mente mientras gozaba de este último juego, aunque antes tendría que ser liberada y por lo que parecía su amante-esposo no estaba por la labor. ¿Le tendría preparada alguna sorpresa más?...
Sintió que le quitaba el antifaz y parpadeó un momento hasta mirarle. La sonreía de un modo que la enloquecía, demostrándole la complicidad que ambos compartían. Se sintió libre, inmensamente libre, pese a estar en esos momentos atada de pies y manos. Ella miró sus manos y él interpretó que ella estaba pidiéndole que le soltara.
Negó con la cabeza tranquilamente, confirmándole sus sospechas el juego no había acabado aún. Sintió que se levantaba de la cama e ir a buscar algo al recibidor de aquella habitación. Cuando volvió llevaba una mano oculta a su espalda.
Subió de nuevo a la cama, acercándose a ella y la besó despacio y profundamente, buscando excitarla con sus labios suaves, con el roce de su lengua y pequeños mordisquitos y caricias a los que ella sucumbió rápidamente, embriagada por sus besos. Cuando la sintió rendida, le susurró contra su boca:
- Ábrela - le pidió mirando su boca - y cierra un momento los ojos
Y ella, sorprendida, le miró a los ojos intentando adivinar lo que le quería hacer. Confiada, le obedeció, entreabriendo los labios despacio para él mientras cerraba los ojos.
Al instante sintió que él se movía y escuchó un sonido de aire comprimido a la vez que sentía llenarse sus labios y su lengua de algo suave, ligero y frío. El sabor llegó a sus papilas: nata.
Abrió los ojos mientras le miraba y él comenzó a trazar un camino serpenteante desde sus labios hacia su barbilla, bajando por su garganta y continuando entre sus pechos hasta llegar al ombligo, donde se detuvo a depositar un poco más de cantidad. Después, siguió trazando su camino por su vientre hasta bajar a su sexo y detenerse en su clítoris cubriéndolo de nata también.
Para terminar, rodeó sus pezones mirándolos con hambre, con hambre de saborearlos y apartó el bote, dejándolo en el suelo, para mirar el festín que le esperaba.
Subió, mirándola con intensidad, acercándose a sus labios para lamérselos despacio, recogiendo la nata que en ellos había depositado. Rozándolos, succionándolos, mordisqueándolos lentamente y una vez que los hubo limpiado la hizo separarlos para hundir su lengua en busca de lo que sabía que hallaría en su interior.
Ella cerró los ojos saboreando la mezcla del sabor de la nata y el de él, deliciosa mezcla que pudo sentir al recorrer él cada milímetro de su lengua, provocando, acariciando, incitándola a desearle cada vez más, hasta hacerla arquearse buscando su caricia y gemir de deseo por él, mientras una cálida sensación volvía a apoderarse de todo su cuerpo.
Con la respiración agitada, él se apartó con un esfuerzo sobrehumano de los labios que le embriagaban, para seguir el dulce camino que había dibujado sobre su deliciosa piel. Avanzó poco a poco, con tiernos y calientes besos, que recorrían la nata y la piel de sus inmediaciones bajando desde la barbilla a su garganta, que ella le ofreció arqueándose. Se detuvo ahí, porque sabía perfectamente lo que le excitaban las caricias en esa zona sensible.
Ella tiraba inconscientemente de sus brazos intentando agarrarle, olvidándose que se encontraba atada y le era imposible acariciarle como deseaba.
Sintió el calor de la boca bajar más, hacia sus pechos y lamer el espacio entre ellos mientras sus manos los masajeaban suavemente evitando rozarle los ocultos pezones. Solo cuando el espacio entre sus pechos quedó bien limpio se permitió desviarse de su camino para cubrir con su boca los pezones succionándolos mientras los sentía endurecerse bajo la nata. Una vez limpios, y brillantes de la huella dejada por su lengua los mordisqueó provocándola gemidos de placer y haciéndola estremecerse al soplar suavemente sobre su piel sensible.
La miró, sonriendo seductor y retomó su camino siguiendo hacia el ombligo, donde se detuvo haciendo especial hincapié mientras hundía en él su lengua y ella se ahuecaba para amoldarse a ella, arqueando la espalda.
Sus muslos se agitaban buscando el roce de él, necesitando mucho más contacto del que él deliberadamente le permitía tener.
Cuando le sintió continuar su descenso, el calor se extendía por cada uno de sus miembros y notaba su sexo caliente, húmedo por la expectación era el final de su recorrido.
Avanzó ahora más despacio aún, acariciándola con sus suaves pero firmes manos el interior de sus muslos, subiendo lentamente hacia sus ingles. Ella cerraba los ojos, mordiéndose los labios y gimiendo sentía que no podía más. Le quemaban las ganas de sentirle en su sexo, de la forma que fuese.
De su sexo manaba un flujo caliente y espeso, que comenzaba a mezclarse con la nata que se derretía por el intenso calor y el roce que ella provocaba con sus piernas y sus labios al moverse ansiosa. Aplicó un poco más de nata sobre el clítoris, cubriendo también los labios mayores y se dirigió a la pequeña nevera que había frente la cama y extrajo el patito de fresas que hábilmente había escondido para que no se viera.
Lo llevó a la cama y comenzó a mojar las fresas en la humedad del sexo de su amante y en la nata, para introducirlas después dentro de su vagina, lo suficiente para poder cogerlas con los dientes y procurarle placer a ella.
Al sentir como algo iba entrando en su interior no pudo evitar gemir de deseo y expectación, le gustaban esos juegos, no saber que pasaría a continuación, pues aunque no llevaba ya el antifaz mantenía los ojos cerrados concentrándose en el placer que el le profería con sus caricias y juegos.
Cuando la fresa se hubo empapado bien de los jugos que tanto le gustaban se dirigió con su boca hacia los labios abiertos que le indicaban el camino al paraíso. Lamió la abertura muy despacio, recogiendo la nata que había sobre ellos, acariciando el clítoris y chupándolo para limpiar la nata que chorreaba desde allí, ya derretida y embriagadoramente mezclada con los flujos vaginales. Una nueva pasada de su lengua y un estremecimiento recorrió el cuerpo de su amante, que se acomodó arqueando la espalda para aproximar aún más su sexo a esa boca que tanto placer le daba.
Despacio, con calma capturo la fresa con sus labios y la atrajo hacia el interior de su boca, recogiendo los jugos que manaron al quedar libre la abertura de ese delicioso coño empapado. Con la fresa en los labios se aproximo a la boca de su amante y con delicadeza la poso sobre sus labios entreabiertos, capturándola los 2 con sus dientes, uniendo los labios y mordiendo a la vez para disfrutar de ese sabor nuevo, mezclado e intenso. El jugo de la fresa resbalaba por la comisura de sus labios y el lo limpio con su lengua muy despacio, besándola nuevamente antes de volver a introducir otra fresa dentro de ella, esta vez un poco más adentro para tener que jugar más para conseguirla, le gustaba entretenerse, lamer, acariciar.
Poco a poco se fueron comiendo todas las fresas mezcladas con sexo, hasta que solo quedó una. Ese era el momento más especial, en la que ella llegaría al clímax expulsando a su vez la fruta completamente empapada como ninguna otra antes, así pues la introdujo hasta el final de la vagina, completamente lubricada y dilatada, espasmódica de placer e impaciencia. Cada milímetro de avance provocaba nuevos gemidos de placer, nuevos movimientos de cadera, de espalda, de piernas, no podía estarse quieta pues mil corrientes le recorrían el cuerpo desde el cerebro hasta las yemas de los dedos de los pies.
Con la fresa totalmente dentro el se dedicó a acariciar los muslos, las ingles, los labios, ahora semicerrados pero que dejaban entrever la abertura que le entregaría el premio a sus juegos, y el clítoris expectante fuera de su capuchón.
Posó los labios sobre la cara interna de un muslo y una mano sobre el otro, con la otra hizo presión justo en el monte de Venus, con la palma rozando el comienzo de los labios vaginales, permitiendo que ella sintiera en todo momento el contacto de su piel contra la de ella.
Besos y más besos, lentos, con lengua, tiernos, seductores, ardientes, apasionados, se iba sucediendo mientras la boca ascendía y descendía por los muslos, las ingles, los labios, pero sin tocar el clítoris ni la vagina hasta que ella no pudiera soportarlo más y sus gemidos fueran tan desesperados de llegar al orgasmo que casi lo suplicara con cada uno de ellos.
Le encantaba jugar con ella, mantenerla expectante, hacer que se volviera loca de deseo antes de entregarle aquello que ella quería con locura y que él se moría de ganas de darle. Esos momentos de espera, de "castigo" eran los que hacían sus juegos aún más excitantes si cabe.
Un gemido largo, intenso, suplicante le indicó que el orgasmo se encontraba próximo, así como los jugos que resbalaban por los labios empapando las nalgas, las sabanas y su mentón cuando se aproximaba. Aquel era el momento de capturar la perla entre sus labios, mordisquearlo suavemente y aspirarlo, chuparlo hasta que explotara el orgasmo. Sus dedos le ayudarían acariciando los labios mayores y menores, la entrada de la vagina y el interior por la pared superior, justo en ese punto algo rugoso y sensible que era el punto g.
Caricias rápidas y lentas se sucedían y se acompasaban a los movimientos de caderas, muslos y espaldas de ella, rítmicos en una locura de éxtasis y placer, un baile loco sin más música que los cada vez más fuertes e intensos gemidos que escapaban de sus labios, de su boca, de su alma.
El orgasmo llegó como un torrente que le recorrió toda la columna y explotó en el centro de su ser, sintiendo un húmedo fuego, como un torrente de lava, emanar de los más hondo de su ser, y escapar de su sexo para ser recogido por una lengua que la lamía paciente, ávida y cariñosa. Besos, caricias, algún espasmo al notar el contacto de los dedos, de la boca. Sus gemidos eran cada vez más pausados, callados, pero detonantes igualmente de un gran placer y satisfacción. Finalmente cesaron y pudo abrir los ojos.
Le encontró sentado a su lado, ya liberada de sus cadenas, con su mano acariciándole una mejilla y mirándole con una infinita pasión, ternura y amor en los ojos. Se miraron, como 2 novios que comparten esos primero meses en los que todo es de color de rosa, como los recién casados que disfrutan de la intimidad de la luna de miel, como 2 amantes que hacen realidad sus más escabrosas y excitantes fantasías. Se miraron como lo que sabían que eran, un solo ser en 2 cuerpos, una sola persona con 2 sexos complementarios, necesitados el uno del otro.
Finalmente se besaron muy lentamente y sin dejar de mirarse a los ojos, encendidos y brillantes como 2 niños que abren un regalo de cumpleaños, y con ese beso se tumbaron dejando que un merecido sueño les encontrara abrazados y exhaustos, pero totalmente satisfechos y enamorados