Los Alumnos que no Aprobaron (4 de 4)
Tres jóvenes heterosexuales deciden proponer a su profesor que los apruebe, a cambio de una noche sexual.
Cuando era chico, solía tumbarme sobre el césped de la plaza principal a la hora que sabía que iba a descender el avión que venía de Costa Velar.
Era una rutina privada, que sin embargo repetía casi a diario.
Me gustaba ver al robot volador cruzar el cielo y, con la inocencia que tenía en aquella época, comencé a soñar con la posibilidad de volar.
- No hay una carrera universitaria para que puedas ser aviador - me dijo Álvaro, cuando le contaba mi sueño. - Si quieres serlo, tendrás que irte de Alborada.
En aquel entonces, la idea de marcharme lejos me ponía triste. No concebía la vida sin mamá ni papá ni mi hermano mayor, Fernando. No me imaginaba viviendo en otro sitio sin ellos.
Empeoró cuando Fernando se fue de casa. Él no tuvo las mismas fantasías que yo. Era un chico de oficina que fue subiendo escalones en una empresa internacional, al punto que fue convocado para trabajar en otro país.
Entonces quedé solo con mis padres y la idea de imitar a mi hermano mayor dejó de ser una posibilidad, sino que se agrandó mi sentido de pertenencia a mi casa.
Pero entonces, quienes dejaron de aparecer por casa fueron mis padres. Hubo un determinado momento en que mis padres tuvieron que elegir entre la familia y el trabajo. Claramente no me eligieron a mí. Había días, e incluso semanas, en que no los veía.
Hubo un año en donde vi más días a mi hermano mayor que a mis propios padres.
La situación, que me podría representar algo malo, terminó siendo más divertida de lo que pensé.
Después de todo, era un joven universitario con una casa vacía.
Las fiestas y los excesos se volvieron moneda corriente. Las orgías también. Era un reino que, sin darme cuenta, comencé a manejar a mi antojo.
Tanta diversión, por supuesto, hizo que aplazara los estudios. No sólo en Derecho Romano, la materia por la que me iba a ofrecer sexualmente con tal de aprobar, sino que en todas me iba bastante mal.
Pero eso no me preocupaba.
Después de todo, ser abogado no era algo que me apasionaba.
Mi sueño estaba en volar. Y a veces lo conseguía, tanto por alguna experiencia escandalosa, por alguna droga o, en este caso, por acostarme con mis dos mejores amigos cuando ninguno de los tres es gay.
La primera vez que me enteré sobre los puntos extras que otorgaba el profesor para aprobar a sus alumnos, fue después de un trío que realizamos en el remolque de Bastián.
Era un amigo tres años mayor pero que conserva su rostro casi púber, lo cual, además de ser envidiable, nadie creía cuando él decía que tenía 27 años.
La chica de ocasión era una morena que, tras el encuentro, decidió echarse a dormir. Quizá estaba demasiado drogada. No lo sé con exactitud.
Yo ya me encontraba vestido y listo para irme cuando Bastián me preguntó qué tal me iba en la carrera. Era un gran proveedor de apuntes académicos, además de otras cosas.
- Tengo dos oportunidades más para rendir Derecho Romano o el año próximo tendré que volver a cursar - le mencioné.
Bastián se rió para sí mismo, como si se acabara de contar un chiste.
Bueno, si estás desesperado por aprobarla, sé que hay un método para lograrlo sin estudiar - me dijo. - Aunque puede que no te guste.
¿Cuál es? - pregunté.
El profesor Punzio acepta algunos favores sexuales a cambio de dejarte pasar el año - respondió. - Esos privilegios sólo los tienen los alumnos masculinos, claro.
¿Punzio es gay? - pregunté, sorprendido. - No lo parece para nada.
Eso es porque tú tienes un prejuicio sobre cómo deberían ser los homosexuales, Hernán - me respondió alegre, aunque yo sentí que fue una especie de reproche. - Pero yo te puedo asegurar que es cierto, porque de hecho, así fue como aprobé la materia.
Me quedé helado ante la revelación.
En el acto sexual, Bastián y yo ni siquiera nos tocábamos, sino que nuestra concentración estaba en la morena. Jamás me hubiera imaginado que él sería capaz de estar con otro hombre y decirlo tan abiertamente.
Entonces tus apuntes para rendir esta materia son una farsa - lo acusé.
Sirven si los estudias - me respondió. - Pero admitámoslo, es una de las materias más complicadas de aprobar y, a la vez, si no la apruebas, no puedes acceder a rendir cinco materias del 4to año.
Y en 5to año lo tienes a Punzio como profesor en Democracia Constitucional - recordé.
También aprobé más fácilmente esa materia - dijo, prendiendo un cigarrillo.
¿Te acostaste dos veces con él? - pregunté.
La segunda vez la pasé mejor - relató. - Casi te podría decir que hasta me sentía culpable de que me aprobara.
Me quedé meditando la idea. ¿Sería capaz de acostarme con otro hombre con tal de aprobar una materia? ¿Una materia que pertenecía a una carrera que en realidad no me gustaba?
Quizá ahí estaba el golpe de adrenalina que necesitaba. Algo nuevo. Una anécdota de las que me hacen sentir vivo.
- ¿Cómo fue? - pregunté.
Bastián me miró de reojo y sonrió.
¿Estás pensando en ofrecerte?
Sólo quiero saber cómo fue - me defendí.
Me cogió bien - afirmó Bastián. - Yo estaba un poco drogado la primera vez, así que ayudó a que no me pusiera nervioso.
¿Fue tu primer hombre? - pregunté.
Y el único, Hernán - respondió, como si no fuera obvio. - Y a Punzio le encanta desvirgar culitos. Me lo decía mientras estaba sobre mí.
La imagen del profesor sobre Bastián me vino a la cabeza y de repente sentí un escalofrío en la entrepierna.
Mi amigo era atractivo y tenía un cuerpo atlético. Esta era la cuarta vez que hacíamos un trío con una muchacha que él conseguía para disfrutar la experiencia.
Por dentro, siento que simplemente estaba buscando una muchacha de la que enamorarse. Estaba seguro que a esa no me la compartiría.
A juzgar por su físico, te diría que esperaba que al hombre le gusten las cosas raras - me confesó. - Como atarme, lluvia dorada, cosas así. Pero sólo fue sexo.
¿Te desilusionó? - pregunté.
Bastián se encogió de hombros.
- Fue una buena experiencia - señaló. - Por algo, no dudé en repetirla cuando estuve en la misma situación.
Ahora era yo quien se encontraba en la misma situación.
Besé a Bernardo para calentar el ambiente. Agregarle una cuota erótica y poder salir de la tensión, donde uno no sabe bien qué reglas seguir ni cuál rol jugar.
Álvaro estaba catatónico cuando nos vio. Sería al que más costaría hacerlo entrar en clima.
Pero el más importante, el profesor, se acercó hacia nosotros. Formamos, con nuestros cuerpos, una especie de triángulo.
Tomás se dirigió hacia mí y me dio un beso. Fue apasionado, pero no bruto. Lo necesario como para encenderme y hacerme saber que él sí había picado el anzuelo.
Luego lo besó a Bernardo, quien aunque con más cautela, tampoco tuvo reparos en devolverle el gesto.
- Inclúyelo - me indicó, señalando con la mirada a Álvaro.
Dejé que Tomás y Bernardo se enrollaran en aquel beso, mientras me dirigía a Álvaro, quien sentado en el sillón, parecía apreciar la escena hipnotizado.
Le extendí la mano para que se levantara.
Por suerte, la aceptó sin mayores resistencia.
Cuando se puso de pie, lo tomé de la cintura y me acerqué hacia su oído.
Relájate - le propuse. - Tienes que disfrutar de esto.
Me quedé sorprendido por el beso que se dieron - me comentó. - ¿Bernardo y tú estuvieron jugando sin mí?
Me dio risa su reproche disfrazado de incógnita.
También tú y yo jugamos en mi baño, ¿no lo recuerdas? - le dije.
Pero no me imaginé que habías jugado con él también.
Estábamos tan nervioso como tú - confesé. - Y decidimos romper el hielo.
Por su rostro, noté que mi explicación no le fue suficiente. ¿Acaso estaba celoso de haber quedado fuera de nuestros experimentos previos?
Esto es muy raro... - me murmuró, mirando a nuestro profesor compartiendo saliva con nuestro amigo.
Sabíamos que iba a ser raro - le recordé. - Por eso, es mejor si te relajas e intentas disfrutarlo.
Ayúdame... - me pidió.
Sólo sabía que había una forma de colaborar con la causa. Puse mi mano derecha en su mejilla y acaricié su barba. Me miró suplicante, ¿o acaso entregado?
No supe interpretar su deseo, pero, por las dudas, me acerqué hacia sus labios y le dio un beso.
Si besar a Bernardo dos días atrás me había parecido, contra mi voluntad, un momento erótico, hacerlo con Álvaro tenía un plus mucho mayor.
Álvaro, mi amigo ultra católico, el niño de mamá y papá, un gran proyecto de macho alfa, estaba dejándose besar por otro hombre.
Cerró los ojos y se dejó guiar por mí.
Poco a poco, recordó que también poseía brazos y se aferró a mi cintura.
Los besos comenzaron a aumentar su potencia y su violencia.
Descendí mi mano hacia su entrepierna, para descubrir que estaba haciendo un buen trabajo. Su verga ya estaba dura por debajo del pantalón.
- Creo que tú y Bernardo tienen que darse la oportunidad de conocerse de esta manera también - le propuse.
Miramos a nuestro tercer amigo. Tenía los brazos alrededor del cuello del profesor, mientras el hombre tocaba sus nalgas.
Todo era muy surrealista, sin embargo estaba pasando y era algo excitante.
- Ven conmigo - le dije a Álvaro, tomando su mano.
Nos acercamos hacia los dos hombres. El más grande se apartó de Bernardo en cuando nos aproximamos, observándonos con lujuria.
- Mis dos amigos necesitan romper el hielo también - le expliqué al profesor. - Ellos todavía no tuvieron la oportunidad de acercarse íntimamente.
Empujé, con sutileza, a Álvaro hacia los brazos de Bernardo. Desde allí podía sentir los latidos del corazón acelerado de ambos.
Bernardo lo miró sonriente, invitándolo a cruzar juntos aquel puente.
Se miraron, dudando sobre quién lo iniciaría primero. Por fortuna, Bernardo fue más rápido. Se acercó hacia Álvaro y lo besó, atrayendo con sus brazos el cuerpo del muchacho asustado.
En otro momento, me hubiera parecido bizarro. Pero en ese instante, era el beso más candente que había visto en mi vida.
Tomás, el profesor, se acercó hacia mí y se colocó a mi espalda.
¿Hace cuánto que son amigos? - me preguntó.
Desde la escuela primaria - le contesté.
Es la primera vez que experimentan esto, ¿no?
Sí - respondí. - Y no me está pareciendo tan raro como creí.
¿Te agrada?
Mucho - dije, sin pensar.
¿Por qué no te unes a ellos? - me propuso.
¿Cómo?
Se están besando tus dos mejores amigos - me indicó. - ¿Por qué no aprovechan para besarse los tres?
Decidido, acepté la idea sin responderle.
Me puso detrás de Álvaro, tomándolo de la cintura y atrayendo su cola hacia mi entrepierna. Entre Bernardo y yo, lo cubrimos como si fuéramos un emparedado que nuestro profesor iba a devorar en cualquier momento.
No daba más de las ganas de que empezara a volar la ropa.
Álvaro se movió un poco al costado, dándome lugar para participar del intercambio de besos.
Las bocas y las lenguas de los tres comenzaron a mezclarse. Sentí que era una hermosa forma de hacer perpetua aquella amistad que nos ha unido desde la infancia.
Fue entonces que decidí liberarme.
Si mis dos amigos estaban nerviosos y, por ende, torpes a la hora de desenvolverse en el acto sexual, yo al menos iba a disfrutar aquella experiencia única.
Tenía deseos de volar.
No podría asegurar lo que voy a decir, pero creo que en un determinado momento, el profesor disfrutaba más como espectador que como participante. O quizá estaba esperando analizar nuestro desenvolvimiento para decidirse a actuar. Como fuera, de todas maneras no dejaba de ser una examen. Uno de los mejores exámenes que rendí en mi vida.
Como estaba decidido a dejarme llevar, me quedé en bóxer y me tiré sobre el sofá. Mis amigos me imitaron. Era obvio que estaban esperando que alguno lo guiara.
Bernardo estaba cerca de mí, así que le guiñé un ojo y le hice un movimiento con la cabeza para que se acercara.
Puso su entrepierna cerca de mi cara. Su verga se notaba erecta debajo de la tela del bóxer.
La olí. Un aroma dulce que me hacía recordar que era la misma herramienta que dos días atrás había entrado en mi interior.
- ¿La quieres de nuevo? - me preguntó Bernardo.
Lo miré con diversión. Esa clase de comentarios me indicaba que se estaba soltando. Era bueno.
¿De nuevo? - preguntó el profesor.
Sí - respondió Bernardo, mirándolo como si fuera su cómplice. - Hace unos días, usé la colita de Hernán para practicar.
Y me dejaron afuera - comentó Álvaro.
Tomás se rió por la escena de celos.
¿A ti también te hubiera gustado usar mi colita? - le pregunté, para encenderlo.
Pues claro, hombre - me dijo. - Tienes mejor cola que muchas mujeres que conocemos.
Aquello me puso a mil. De repente, comencé a desear que esos tres hombres que me rodeaban me utilizaran. Que dieran rienda suelta a sus impulsos con respecto a lo que les generaban mis nalgas.
Seguí besando la verga de Bernardo por encima de su envoltura de tela, mientras que Álvaro, aparentemente sin decidirse cómo actuar, optó por hacer lo mismo con mi entrepierna.
Como yo estaba acostado, el muchacho se inclinó sobre mí y comenzó a besarme la verga con suavidad.
Bernardo acariciaba mi cabeza pero también lo hacía con la de Álvaro, como un símbolo de unión afectiva en donde el profesor estaba limitado a ser el espectador.
- ¿Le gusta lo que ve, profesor? - le preguntó Bernardo.
Como era el único que tenía la boca libre, me pareció correcto que fuera quien liderara el asunto. Una actitud extraña para venir de él, quien siempre fue el más reservado a la hora de guiar.
Me gusta, por supuesto - comentó el hombre.
¿Cómo quiere divertirse? - disparó.
El hombre sonrió.
Me estoy divirtiendo, Bernardo - contestó. - ¿Ustedes?
Estoy pasando el puto mejor momento de mi vida - respondió mi amigo.
¿Por qué no me cuentas qué sentiste cuando te lo cogiste a Hernán? - le preguntó.
Miré a Bernardo, incitándolo a contestar con la verdad.
- Sentí que su cola estaba preparada para recibirme - le respondió. - No le costó mucho dilatarse. Le entró rápido. Para mí, no fui el primero.
Tomás se rió por la ocurrencia de Bernardo. Yo comencé a quitarle el bóxer a mi amigo.
¿Ah, no? - preguntó el profesor.
Además, tiene la cola depilada - continuó Bernardo.
Él dice que es por las chicas - fue Álvaro el que aportó a la charla. - Pero yo también creo que lo hace para los hombres. Y, tengo que agregar, es un buen chupador de culos.
El profesor miró a Álvaro con asombro.
¿Te ha chupado el culo? - preguntó.
Y lo hizo de maravillas - dijo Álvaro.
Eso es injusto - comentó Bernardo. - A mí no me lo chupó.
Bueno, creo que podemos remediar eso, ¿no, Hernán? - me preguntó el profesor.
Asentí, deseoso de que hicieran conmigo lo que deseen.
No sé por qué estaba siendo el punto para romper el hielo pero no me molestaba en lo más mínimo.
Bernardo se apartó de mí para ponerse a la altura de mi cara. Se bajó el bóxer y tuve ante mis ojos su trasero moreno y lampiño.
Se sentó sobre mi cara y mi lengua comenzó a hacer su trabajo.
Su gusto era fuerte, pero nada desagradable. A diferencia del trasero de Álvaro, Bernardo se encontraba todavía demasiado cerrado como para disfrutar de los placeres de tener una lengua allí.
No impedía, de todos modos, que gimiera.
- Hijo de puta, lo haces bien - me alentó.
Sentí que Álvaro se había apartado de mi entrepierna pero no podía ver qué estaba por hacer a continuación.
Yo preferí concentrarme en la cola de Bernardo.
- Tienes que relajarte - le dije. - Te juro que no te va a doler. Al contrario. Te gustará.
Aceptó mi consejo, porque dejó de contraer su ano.
Finalmente pude sentir que mi lengua estaba entrando dentro de él.
- Aaaahhhh... - gimió. - Ahhh... Me gusta.
Tomé su cintura con mis manos y lo alenté para que se levantara y se volviera a sentir sobre mi lengua, lentamente.
Bernardo entendió la orden, haciéndolo repentinamente con mucha agilidad.
- No puedo evitar sentirme una puta - me confesó, en voz baja.
Se movía como una, era para reconocer.
Bernardo siempre fue flaco, por lo que la posición en la que lo obligaba a ponerse para poder darle ese beso negro, lo hacía parecer con la sensación de que en realidad estaba cabalgando una verga.
Mi amigo salió de encima mío y yo pude volver a cobrar la visión sobre el panorama que había en casa.
A unos metros míos, pude ver qué estaba haciendo Álvaro y por qué no continuó su trabajo en mi entrepierna.
El profesor lo había agarrado.
Nunca pensé que ver a Álvaro chupándosela a un hombre que le doblaba la edad sería una imagen erótica para mí, pero ésta lo era.
El profesor se había quitado ya su camisa y tenía los pantalones en los tobillos. Su ropa interior gris colgaba a mitad de camino entre su cintura y sus rodillas. Y nuestro amigo le proporcionaba una mamada épica.
Tomás nos miró, insinuante, como festejando lo que estaba recibiendo.
- La primera vez lo hizo mal, pero me da gusto ver que aprendió - nos contó.
Álvaro permaneció inmune al comentario. Mamaba esa verga como si fuera el regalo que estuvo esperando durante mucho tiempo.
No pude evitar incorporarme e ir hacia ellos. Noté que Bernardo me seguía, como si quisiera verlo más de cerca.
Me agaché para quedar a la altura de la verga de Tomás, pero me concentré en el acto que realizaba mi amigo. Era, esta vez para mí, hipnótico.
Álvaro me miró, sorprendido de mi presencia cerca de él.
- Lo haces bien - le dije. - ¿Te gusta?
Asintió, todavía con timidez.
Le acaricié el cabello como si fuera un niño al que le tenía que recompensar por una buena nota. Álvaro no fue inmune a mi caricia, porque sacó el miembro erecto de su boca y me miró.
En un gesto de amor apasionado y sin soltar la verga del profesor, se acercó a mis labios y nos dimos un profundo beso.
La lengua de mi mejor amigo bailaba con la mía. Automáticamente se me vino a la cabeza de las veces que me he masturbado con videos de dos mujeres besándose. En ese momento, nosotros dos éramos esas lesbianas.
Noté que Bernardo se arrodillaba cerca de nosotros y sus manos comenzaron a recorrer nuestras espaldas. A paso lento, pero decidido, sus dedos terminaron metiéndose por debajo de nuestra ropa interior.
Tomé la verga del profesor al tiempo que sentía que los dedos de Bernardo iban llegando hacia mi agujero. Supuse que lo mismo debía estar sintiendo Álvaro en aquel momento, porque se sobresaltó ante la sensación. No había visto a Bernardo detrás de él.
Aproveché ese momento de confusión para meter el miembro de Tomás en mi boca, todavía húmedo por la saliva de Álvaro.
- Oh, vaya, vaya - dijo el profesor, al mirar mi acción. - Parece que alguien quiere ser la puta de la noche.
Miré a Tomás.
Tenía una sonrisa maliciosa en el rostro. Disfrutaba, dominante, de tres jovencitos que experimentaban con él. Debía ser súper cachondo estar en su lugar.
Y, tengo que reconocer, era estimulante el lugar en el que estábamos nosotros también.
- Ya dije que esta cola es para disfrutar - corroboró Bernardo, al comentario anterior.
Sus dedos encontraron la entrada a mi interior.
- ¿Te gustaría que tus amigos y tu profesor te cojan, Hernán? - me preguntó Tomás.
Saqué su verga de mi boca y lo miré.
Claro que me gustaría - respondí. - Quiero sentirlos a los tres.
Bernardo - dijo Tomás. - ¿Por qué no empiezas tú que ya lo hiciste antes?
Será un placer - dijo, mi amigo.
Con una violencia insólita, Bernardo me empujó para que cayera en la alfombra de mi casa. Luego, desesperado como si su alma dependiera de ello, me quitó el bóxer, dejando mi cola a la libertad de esos tres hombres.
Bernardo escupió entre mis nalgas para dilatar. Hubiera querido que lamiera mi culo. Además de que me encanta la sensación, considero que hubiera sido una buena devolución de gentilezas.
De todos modos, no me quejé de ello.
Tal como me lo han mencionado, al parecer me dilato con facilidad.
Sentí las piernas de Bernardo alrededor de mi cintura, recostándose lentamente sobre mí y apuntando su herramienta hacia mi ano.
Un instante después, la cabeza de su verga comenzó a buscar su entrada.
Me estremecí.
Sentí un escalofrío de placer cuando el miembro de Bernardo logró encontrar su lugar.
Cerré los ojos por inercia.
Él se tiró sobre mí, quedando su boca pegada a mi oreja.
No te resistas, putita - me dijo. - Sabes que esto es lo que quieres.
Sí, es lo que quiero - consentí. - Cógeme, maldito.
Te gustó como te lo hice, ¿no? - me preguntó. - Si hubiera sabido que eras tan puta, te hubiera cogido tantas veces, Hernán.
Me calentaban tanto sus declaraciones, independientemente de si era verdad o simplemente lo hacía para satisfacer la sensación del momento.
Mi verga erecta se refregaba por la alfombra, acompañando el movimiento de su penetración. Al tener los ojos cerrados, el sentido del tacto adquiría potencia. Sentía que si continuaba así, iba a acabar pronto.
Me hubieras dicho que me tenías ganas - le respondí, divertido. - Te hubiera dejado...
Porque te gusta la verdad - me replicó.
Me encanta la verga, Bernardo - contesté, decidido.
Pegué un pequeño grito cuando entró por completo y luego comenzó a retirarla, pero sin sacarla del todo.
Entraba y la retiraba con facilidad, así que me dejé llevar por aquella sensación de placer.
Finalmente me acostumbré a la sensación y volví a abrir los ojos. Me sorprendió descubrir que, unos centímetros cerca nuestro, Álvaro y Tomás estaban viviendo su propio encuentro.
Tengo que reconocer que la imagen que brindaba esa película fue altamente llamativa.
Era Tomás quien le chupaba la verga a Álvaro.
El profesor, de rodillas, estaba dándole una mamada a mi amigo.
Recordé que Bastián me había dicho que tengo un prejuicio sobre cómo deberían ser los homosexuales y, honestamente, no puedo más que darle la razón.
El hombre, tan musculoso, masculino e imponente, estaba proporcionándole placer a mi amigo, que era mayormente peludo, sin un abdomen destacable y de ninguna manera tenía la esencia de ser el macho dominante.
Álvaro reparó en mi mirada y me dedicó una sonrisa cómplice.
- La está humectando para ti - me remarcó.
Sonreí.
Realmente iba a ser la puta de la noche.
Si me lo hubieran preguntado, jamás hubiera imaginado que estaría de acuerdo con semejante idea.
Sin embargo, en ese momento era lo que más deseaba.
- ¿Tienes ganas de que Álvaro también te la meta? - me preguntó Bernardo.
Cuando me hablaba al oído, podía sentir el escalofrío que me generaba su voz susurrante.
Pese a que estábamos teniendo una charla pública, parecía que era una conversación íntima. Sólo mi mejor amigo y yo, hablando seriamente sobre mi deseo de que mi otro amigo me la metiera.
Sí, quiero que también lo haga... - suspiré.
Qué puta eres, Hernán - comentó Bernardo.
Bernardo lanzó un gemido, señal de triunfo.
Había acabado dentro de mí.
Salió de mi interior, sin siquiera dedicarme una caricia de aprecio. Me causó una especie de gracia interna sentirme como una mujerzuela utilizada.
Te lo dejé lubricado - le dijo Bernardo a Álvaro.
Entonces no debe costar nada - comentó mi otro amigo, sonriendo.
Tomás, que lo apresaba con su boca, lo liberó para que Álvaro viniera hacia mí.
Se puso detrás y metió sus manos por debajo de mi cadera. Luego, hizo presión para que me incorporara.
- Me gustan más en cuatro - comentó.
Me quedé en esa posición.
Álvaro palmeó mis nalgas, provocando un sonoro repiqueteo.
Uuhhh... - murmuré.
¿Te gustan las nalgaditas, putita? - me preguntó.
Me encantan - le respondí.
Lo miré por encima del hombro.
Apreciaba mi cola como si fuera un tesoro que estuvo buscando por siglos. Ese pensamiento me hizo verlo como un pirata. Un hombre hambriento de deseo carnal que yo estaba por satisfacer.
Noté que Bernardo salía hacia el patio, cigarrillo en mano y desnudo, dispuesto a ensimismarse. Salió de la escena, como un actor cuyo diálogo terminaba y no sentía interés en ver cómo continuaba la obra sin él.
Tomás, por otro lado, al verme en aquella posición decidió intervenir. Se ubicó, miembro erecto en mano, delante de mi cara.
Demoré unos segundos en comprender lo que iba a pasar a continuación.
Dos hombres estaban por entrar en mí. Uno por mi cola y otro por mi boca.
La imagen me provocaba una energía que jamás pensé que sería capaz de sentir. La sensación de estar volando, propiamente dicha.
Álvaro fue menos paciente que Bernardo. Si bien no fue bruto, no demoró mucho en clavarme toda su estaca entre mis nalgas.
- Aaaahhhh - gemí.
Como recompensa, Álvaro me dio otra palmada potente en mi nalga derecha.
El profesor me tomó del cabello con suavidad pero firmeza, indicándome que él también iba a aprovecharse de mi situación.
Me metí su verga en la boca otra vez.
Me dejé llevar por la situación de aquellos dos machos apropiándose de mí, haciéndome sentir una puta con la que podían jugar como quisieran.
¿Cuántas veces lo habré hecho con una mujer, estando en cualquiera de los dos roles que ahora ocupaban Álvaro y Tomás?
Jamás, pero jamás, me imaginé lo que se sentiría estar en esa posición.
Y se sentía tan rico y gratificante.
Álvaro presionaba sus uñas en mi cintura, como si tuviera miedo de que me fuera a escapar. Luego, se movía hacia fuera y dentro, provocando que nuestras caderas choquen con cada impacto.
Yo gemía en murmullos, disfrutando de aquel placer que me brindaban.
Dios. Quería que no se terminara más.
- ¡Hijos de puta! - exclamó Bernardo, desde la puerta de casa.
Los tres giramos para verlo, asombrado por el espectáculo, excitándose nuevamente.
Tomás se rió en lo alto, aunque no tenía acceso para girar mi cuello y mirarlo a la cara.
- Ven, Bernardo - me dijo. - Creo que tu amigo disfrutaría más si ustedes dos están haciendo esto.
Tomás era un desgraciado. Lo peor de todo, era que su pensamiento fue acertado.
Bernardo caminó hacia nosotros, confuso. Todavía su verga no se había repuesto de la experiencia previa.
No obstante, se arrodilló también sobre la alfombra, al lado de Tomás.
Álvaro, ajeno por completo a cualquier situación de compartir, continuaba con su ritmo bélico, entrando y saliendo de mí con pequeños gritos de furia. Parecía que estaba en su propia guerra.
Sin pedir permiso, me llevé el pene de Bernardo a la boca. Tenía el sabor de su néctar, el que explotó en mi interior.
Y finalmente ahí pude comprender lo que significaba.
Mis dos mejores amigos de la infancia me estaban cogiendo al mismo tiempo.
Y a mí me encantaba.
Qué linda imagen - dijo Tomás, sonriendo. - Los tres amigos juntos.
Así debió ser siempre - lo aprobó Bernardo.
Este es un examen en donde realmente aprendieron cosas - respondió el profesor.
No obstante, el encuadre mágico no duró mucho.
Álvaro, que no dio muestras de interesarse en la triada, explotó en mi interior profiriendo un bufido.
Salió de mi interior y se echó en el piso, agitado y transpirado, como si hubiera caído de un agujero, valga la redundancia.
- Supongo entonces que toca la prueba final - dijo Tomás.
Tomando mi cabello nuevamente, me impulsó para que me diera vuelta y me tumbara de espaldas.
Sin dejar de mirarme con lujuria, se fue hacia mi cola y abrió mis piernas.
La última verga de la noche estaba por entrar en mi interior.
Mientras Tomás vertía su propia saliva sobre su miembro, miré a mis dos amigos. Ya recuperados del éxtasis, eran testigos interesados en lo que me iba a suceder a continuación.
En un primer momento, la idea original era que los tres fuéramos las presas del profesor y, no sé por qué, terminé siendo yo el único que les dio el culo a todos.
Claro que a esas alturas de la noche, no tenía sentido quejarme. La estaba pasando de maravillas.
¿Estás listo para sentirte una putita de verdad? - me preguntó Tomás.
Sí, profesor - le dije, volviéndome a mirarlo. - Enséñeme.
Miren, chicos - les dijo a Bernardo y a Álvaro. - Les muestro como se hace gozar a una puta como el amigo de ustedes.
Entró en mi interior y yo proclamé un alarido.
No es que me haya dolido ni mucho menos, sino que verdaderamente el hombre sabía lo que hacía.
Probablemente se debía a toda la experiencia que tenía con los hombres. O quizá el semen de mis dos amigos todavía en mi interior era un lubricante fabuloso, pero yo no sentí ni una pizca de dolor, sino que el placer me invadió hasta llevarme al borde de la locura.
Aprecié los movimientos del profesor penetrándome. Era una bestia. Una enorme y musculosa bestia buscando la forma de complacerse conmigo.
Noté que Bernardo le hacía alguna clase de seña a Álvaro y le murmuraba algo por lo bajo. No interpreté a qué se debía, pero de repente los dos venían hacia mí.
Sus vergas venían hacia mi boca.
Nuevamente, el profesor dándome por detrás pasó a un segundo plano.
Mis dos mejores amigos pusieron sus miembros en mis labios y comencé a lamerlos mientras me movía al ritmo frenético de Tomás.
Ellos me observaban, entre divertidos y lujuriosos.
- Qué puta resultaste - me volvió a repetir Bernardo.
Tomás lanzó un gemido profundo, deteniendo su mete y saca al instante.
Se desvaneció sobre mí y finalmente yo me dejé abrazar por aquel cuerpo musculoso que había logrado que tres personas me poseyeran esa noche.
Tras aquel encuentro, pasaron dos semanas antes que los tres nos volvamos a reunir. Nuestras conversaciones se volvieron prácticamente nulas. Supongo que cada uno tenía que procesar a su manera lo que había sucedido.
Por eso, cuando los cité a ambos para hablar sobre algo importante, me dio gusto saber que los dos vendrían a mi casa.
Debo reconocer que tuve miedo de que se negaran a volver a hablarme.
Los primeros minutos estuvieron plagados con charlas tribales y cargados de una tensión incómoda. Fue, como era de esperarse, Bernardo quien decidió romper el hielo.
- Si nadie lo dice, lo diré yo - anunció. - Me he masturbado como cinco veces pensando en lo que pasó la otra noche.
Álvaro y yo nos comenzamos a reír. Eso alivió bastante la situación.
- Yo intenté olvidarlo - reconoció Álvaro. - De todos modos, todavía tengo muy presente lo que pasó. Todo.
Cuando lo dijo, me miró. Me dio a entender que también recordaba de nuestro asunto en el baño.
¿Te arrepientes de haberlo hecho? - le pregunté.
No, pero me avergüenza - dijo Álvaro. - No fue fácil para mí hacer una cosa como la que hicimos. Jamás, realmente, me imaginé estar con otro hombre. Mucho menos con tres al mismo tiempo. Y mucho menos si dos de ellos son mis mejores amigos.
Tal vez si lo hiciéramos más seguido, perderías la vergüenza - propuso Bernardo.
Álvaro y yo lo miramos como si hubiera perdido la razón, indecisos sin interpretar si se trataba de un chiste o si realmente lo decía de verdad.
Pero Bernardo no se rió.
¿Tú hablas en serio? - preguntó Álvaro. Su voz sonó aguda. Estaba nervioso. - ¿Quieres que voluntariamente volvamos a tener sexo?
Sólo digo que las cosas quedaron raras entre nosotros después de ese encuentro - convino Bernardo. - Lo sucedido nos pareció algo antinatural. Tal vez, si volvemos a repetirlo, lo encontremos más normal y podamos superar el tema. ¿O acaso me van a decir que ninguno se quedó con ganas de volver a hacerlo?
Miré a Álvaro, esperando alguna reacción en su rostro, pero parecía meditar la respuesta.
De mi parte, era obvio que quedé muy eufórico con el recuerdo de esa noche. Tal vez el punto de vista de Bernardo no era desacertado.
De hecho, tenía sentido.
Me puse de pie y me acerqué hacia Bernardo, extendiéndole la mano para que se incorpore del sillón. Mi amigo ni siquiera dudó cuando se puso de pie.
Envolvió sus brazos en mi cintura y nuestros labios chocaron.
Me aparté de él y nos dedicamos una franca sonrisa mutua. Luego, nos volvimos hacia Álvaro, invitándolo a sumarse.
Mi tercer amigo nos miraba sonriente, entre pícaro y sorprendido.
- No puedo creer lo que estamos por hacer - admitió.
Le extendí mi mano también.
Álvaro la aceptó y se acercó hacia nosotros, dando su consentimiento para un nuevo juego, ésta vez entre los tres.
Afuera, escuché el ruido de un avión.
Una metáfora hilarante, pero me sirvió para darme ánimos.
Estaba a punto de volar de nuevo.