Los Alumnos que no Aprobaron (2 de 4)

Tres jóvenes universitarios y heterosexuales deciden proponer a su profesor que los apruebe, a cambio de un encuentro sexual.

No puede ser . No puede ser. No puede ser.

Volví a mi casa manejando tan rápido que aún me costaba creer que ningún oficial de tránsito me hubiera detenido por exceso de velocidad.

Y lo peor de todo, es que si algún policía me detenía, yo iba a confesar.

Me encontraba en un estado de shock y culpa que lo iba a confesar.

¡Se le había chupado a mi profesor!

Entré corriendo al baño de mi casa y comencé a cepillarme los dientes de forma frenética. Incluso la lengua. Hice tanta presión que tras unos minutos de espuma, mi boca me dolía completamente.

Pero mi boca se encontraba sucia. La verga de ese hombre había entrado en ella. No podía ir a besar a mi novia luego y que sienta que mi boca olía al miembro de otro hombre.

¡Sería ridículo! No podría explicarlo.

Pero mi boca no era la única sucia, sino que todo mi cuerpo se encontraba cubierto por una fiebre que me costaba mantenerme en un sano juicio.

Entré a bañarme, sin importarme el tener que volver a ponerme la misma ropa después.

El agua caliente me serenó.

Pude bajar la ansiedad y, aunque las imágenes de lo que pasó estaban grabadas en mi mente como si fuera fuego, estaban perdiendo el poder desestabilizador que me generaron.

¿En qué pensaba cuando se me ocurrió acostarme con ese hombre para aprobar una materia?

Y lo peor es que ni siquiera era un plan que se me ocurrió y decidí llevarlo a cabo solo, sino que lo compartí con mis dos mejores amigos, con quien compartíamos el problema de no poder aprobar Derecho Romano, impartida por el profesor Punzio.

  • ¿Álvaro? - la voz de mi madre sonó del otro lado de la puerta. - ¿Eres tú?

No iba a responderle que por supuesto era yo, porque dudaba que un ladrón entrara en la casa a usar una ducha.

  • Sí, mamá - le dije. - Me estoy bañando.

  • Bueno, Laura está aquí - me dijo mi madre. - Apresúrate o llegarán tarde a la iglesia.

Genial. Sencillamente genial.

Tenía que calmarme. De lo contrario, Laura notaría que algo me sucedió y de ninguna manera ella se podría enterar de lo sucedido.

Y yo soy una persona confiada. Jamás muestro duda o temor. Ese el macho del que Laura se enamoró. No podía permitirme caer.

Salí de la ducha, me puse el bóxer y me miré al espejo.

Un Álvaro confiado me devolvió la mirada y, entonces, me pude sentir más seguro.

De todos modos, mayor seguridad me daría si me comía una menta.

- Mi amor, ¡te extrañé tanto! - exclamó Laura, rodeándome con sus brazos delgado.

Laura era una chica preciosa que había conocido gracias al grupo de jóvenes de la Iglesia. Nos dedicábamos a hacer obras de caridad. Ella, a simple vista, era una muchacha obediente y entregada a hacer el bien al prójimo, pero lo que más me enamoró es que tenía un cierto enojo en su interior que de vez en cuando salía a relucir.

Fueron esos matices, a fin de cuenta, los que me enamoraron e hicieron que la amara con locura.

Por eso, fue tan inevitable sentir culpa cuando me dio un beso.

Pero, ¿a qué se debía la culpa?

Todo lo sucedido había sido por ella.

Mi padre, el Juez Federal de Alborada, no estaba a gusto conque tuviera una relación hasta que no terminaran mis estudios.

  • Puedes cogerte a todas las chicas de la ciudad, pero no te enamores hasta que no tengas el título - me había dicho, en una de esas pocas veces que me hablaba.

Sus consejos, como siempre, eran órdenes disfrazadas.

Por eso mismo, él no estaba al tanto de mi relación con Laura. Algo que no costaba demasiado mantener en secreto, puesto que nunca estaba en la casa y no lo tenía en ninguna de mis redes sociales. Además, no asistíamos a los mismos eventos.

Pero mis intenciones con Laura eran serias y, para que ella pueda pasar la noche en mi casa, tenía que tener el tan bendito título que mi padre quería.

Entonces, si ella valía la pena el sacrificio, ¿por qué la culpa?

Descartaba completamente que fuera por la infidelidad. La había engañado un par de veces antes con chicas de ocasión, sin nombres pero con muchas tetas, y jamás me había despertado ni un recuerdo más que el deseo de un par de pajas antes de dormir.

No importaba. Me sentía culpable pero tenía que evitar que ella lo percibiera.

  • ¿Cómo te fue en tu examen? - me preguntó. - No me escribiste en todo el día.

  • Fue complicado - respondí. - De hecho, no. No me fue bien. Pero tuve que hablar con el profesor para que analice la posibilidad de darme otra oportunidad. Me rebajé a suplicarle, porque sino tendría que repetir la materia todo el próximo año.

  • Yo creo que deberías usar tu apellido para convencerlo de que apruebe - me recomendó. - No es ético, pero si en la Universidad presentas una queja contra él, no van a dudar en hacerte pasar.

  • Lo he pensado - asumí. - Pero creo que es mejor si primero intento por las buenas, ¿no crees? Es más meritorio.

  • Tú tienes mucho orgullo, mi amor - se burló ella, apretándome un cachete. - El orgullo es pecado.

Chupársela a tu profesor, también.

Fue hace dos semanas cuando se me ocurrió la estúpida idea que, desconozco, nadie intentó impedírmela aludiendo que era una estupidez. No sé si fue la marihuana, la cerveza o una combinación del estrés por los exámenes finales, pero esa noche que nos reunimos a estudiar, se me ocurrió proponer la idea.

Quedamos en reunirnos en la casa de Hernán, ya que tenía la casa liberada.

Perdimos gran parte de la tarde en un partido de fútbol improvisado, en una cancha llena de barro gracias a la lluvia que hubo durante la mañana.

En resumen, empezamos mal.

Cuando finalmente nos bañamos y nos sentamos con los apuntes y libros para estudiar sobre el Derecho Romano, la frustración fue instantánea. Durante años habíamos dejado de lado la materia.

  • Ya sé que nos puede alegrar la noche - dijo Bernado.

Extrajo del bolsillo de su pantalón corto un armado de marihuana. Yo jamás la había probado, pero lo cierto es que mi frustración era más grande que todos los prejuicios que yo podía tener por la droga.

Me hice bien, a decir verdad, aunque me hizo decir estupideces de las que me arrepiento.

  • Me contaron de una forma de aprobar esto sin que tengamos que estudiar - les dije a mis amigos. - Aunque tengamos que sacrificar nuestra hombría.

  • ¿Hablas de ofrecerle sexo al profesor? - preguntó Hernán. Siempre fue el más perspicaz de los tres. - Yo también escuché los rumores.

Bernardo se rió.

  • Yo me apunto - comentó, para sorpresa de ambos. - Necesito recibirme, empezar a trabajar de esto e irme de la casa de mis padres.

No podía creer lo que dijo. ¿Realmente no le importaba acostarse con un hombre con tal de irse de su familia?

Bueno, ante esa idea tampoco podía juzgarlo mucho.

  • ¿De verdad lo harías? - le pregunté.

  • Bueno, estamos en la universidad - dijo Bernardo, encogiéndose en hombros. - Se supone que debemos experimentar estas cosas.

  • Pero no somos gays - le recordó Hernán. - ¿O acaso tú sí?

  • No, pero tampoco acostarse con un hombre te vuelve gay, Hernán - le dijo Bernardo. - Se trata de algo importante como nuestra carrera. Y si esto lo podemos resolver de esta forma, no veo cuál es el problema.

Hernán se llevó el dedo al mentón y ese fue el momento en donde me sentí que estaba viviendo una película surrealista.

¡Mis amigos de toda la vida no podían estar hablando en serio!

Pero dos días antes de presentarme a rendir , descubrí dos cosas terroríficas: que mis amigos hablaban en serio y que no llegaba a aprender todo lo que debía rendir. Me sentí atrapado. La única opción era cursar Derecho Romano el próximo año y eso me atrasaría de una forma increíble.

  • Ahora que estamos sobrios, creo que deberíamos hablar en serio sobre lo que dijimos el otro día - fue Hernán quien sacó el tema.

  • Aunque decidiéramos ofrecerle nuestro cuerpo a cambio de una nota, todavía queda esperar a que él lo acepte - comenté.

Yo también había pensado en lo que se propuso, aunque esperaba que sólo quedara como una idea que no se llevara a cabo.

  • No tengas dudas de que el hombre aceptará - dijo Hernán. - He escuchado cosas sobre él y se baja a todo lo que se mueve. Y nosotros tres somos jóvenes, heterosexuales y desesperados. Somos el morbo para cualquier historia pornográfica.

  • No del porno que yo miro - comenté. - De acuerdo, se lo ofreceré.

  • Es mejor si esperas a después de los exámenes - dijo Bernardo.

  • ¿Para qué quisiéramos acostarnos con él después de los exámenes? - pregunté, horrorizado. - Si el objetivo es que nos apruebe.

  • Después de rendir, tienen una semana antes de presentar las notas finales - comentó Bernardo. - En ese período de tiempo es mucho mejor, porque no lo haría entrar en desconfianza. Tenemos que tener en cuenta de que puede denunciarnos a nosotros por ofrecer una cosa así.

Justo lo que necesitaba. Que mi padre se entere que su hijo fue expulsado de la Universidad de Leyes por ofrecerle sexo a un profesor. Si eso sucedía, me podía imaginar con las valijas yéndome a vivir a la calle.

Tras la iglesia, le escribí a Hernán y a Bernardo para que nos reuniéramos. Laura comenzó a percibir que algo no andaba bien conmigo.

  • ¿Qué es lo que te sucede? - me preguntó.

  • Nada, mi amor - le dije. - Es que... Son los exámenes, la presión, ya entiendes.

  • Sí, te entiendo - respondió con un soplido. - Estoy igual.

  • Además, lo de Derecho Romano es lo que más me preocupa...

Por más motivos que el simple hecho de rendir una materia.

  • Tienes que estar tranquilo - me aconsejó Laura. - Estoy segura que ese profesor va a revisar la situación y te dará una nueva oportunidad.

  • De eso estoy convencido - afirmé. - Sólo me preocupa volver a fracasar.

Ella puso sus dos manos en mi mejilla. Era bálsamo para mi angustia.

  • Entonces practica mucho, Álvaro - me dijo. - No desperdicies esta oportunidad.

Ni siquiera imaginaba qué hacer ante el profesor, no iba a concebir la posibilidad de practicar teniendo sexo con otro hombre sólo para que finalmente pudiera estar con él.

¡Ni hablar!

La reunión era en la casa de Hernán , que volvía a tener la ausencia de su familia para que podamos hablar tranquilos sobre los temas que con competían.

Qué afortunado era. Parecía que su familia nunca estaba en su casa. Yo ni siquiera me animo a pensar en sexo en la mía por si mi padre adquirió la extraña habilidad de leer los pensamientos de otras personas.

Mi amigo me dijo que fuera por el patio, que se encontraba fumando allí.

Cuando llegué, me sorprendí de encontrarlo completamente desnudo.

  • ¿Qué haces así? - le pregunté.

Hernán me miró y lanzó una risa seca.

  • ¿Te preocupa verme así cuando contamos con la posibilidad de que tengamos que tener sexo los tres juntos con el profesor? - me preguntó. - Creo que deberíamos ir perdiendo algunas inhibiciones, Álvaro.

Tenía un punto razonable, aunque no del todo satisfactorio para mí.

Ingresamos a la casa y me senté en el sillón.

  • ¿Qué tal te fue? - me preguntó.

Era la primera vez que lo veía a mi amigo desnudo. A diferencia mía, parecía que él sí le prestaba atención a la depilación.

  • Me fue bien - respondí. - Le hablé sobre la propuesta y la aceptó. Con algunas condiciones.

  • ¿Te cogió? - la voz de Bernardo sonó desde el pasillo.

Al menos, Bernardo tenía puesto unos bóxer. Y el hecho de que me pregunte si tuve sexo o no con el profesor con la naturalidad que uno pregunta si miró hacia ambos lados antes de cruzar la calle, me tranquilizó un poco.

  • No, pero se la chupé - confesé.

Esperaba alguna clase de escándalo de parte de ellos, pero simplemente asintieron, interesados en que prosiguiera con la historia.

El problema era que no había más historia que esa.

  • Se la chupé y para cogerme me pidió que me depilara la cola - contesté, con un poco de vergüenza.

  • ¿No te depilas? - preguntó Hernán.

  • ¿Tú lo haces? - pregunté, sorprendido.

  • No, pero me paso la afeitadora eléctrica cuando noto que está convirtiéndose en un bosque - indicó.

Acto seguido, se giró para que Bernardo y yo pudiéramos apreciar su trasero.

Hernán debía de tener el trasero más grande de los tres. Podía entender que necesitara cuidarlo estéticamente.

Mi trasero es normal. No es tan redondo como el de mi amigo, pero al menos no es chato y pequeño como el de Bernardo.

Pensar en eso me hizo preguntarme ¿por qué diablos estaba pensando en la cola de mis mejores amigos? ¡¿Qué diablos me pasaba?!

  • Yo no necesito pasarme la afeitadora - comentó Bernardo. - Apenas tengo vello. Por suerte, soy lampiño.

Y como si yo hubiera pedido una clase de muestra gratuita, Bernardo se quitó el bóxer y nos mostró sus nalgas.

Yo comencé a sentir un impulso en mi entrepierna, lo cual me aterrorizó.

  • Bueno, yo sí tengo vello - les comenté. - Voy a necesitar afeitarme.

  • ¿Te dijo si quiere que estemos los tres con él o prefiere que estemos uno por vez? - me preguntó Hernán.

  • No me lo dijo - comenté.

  • Yo propongo que le digamos que lo cumplamos acá, en mi casa - dijo Hernán. - Después de todo, la situación va a ser muy rara para nosotros, pero al menos vamos a tener un ambiente conocido.

  • Es una buena idea - aprobó Bernardo.

A mí ya me daba igual. Estaba escandalizado internamente de que las colas de mis dos mejores amigos me resultaran atractivas.

Pasado un rato y , al confirmar que mi cola necesitaba ser afeitada, Hernán se ofreció a hacerlo por primera vez, para enseñarme cómo debo hacerlo.

  • No creo que lo necesite a futuro - remarqué. - De hecho, no tengo intenciones de hacerlo a futuro.

  • No necesariamente tienes que hacerlo para un hombre, Álvaro - me dijo Hernán. - Hay mujeres que también disfrutan de una cola afeitada.

Me oponía rotundamente a aceptar esa idea. Me parecía más otro de los delirios de Hernán, que siempre se jactaba de acostarse con miles de mujeres.

Mi amigo era un galán nato. Siempre fue el Don Juan del trío. Tenía la palabra justa para conquistar a una dama. El carisma necesario para atrapar a la presa en su sonrisa triunfante. Debo reconocer que una parte mía siempre envidió su forma de desenvolverse.

Seguí a Hernán hasta el baño, sumamente nervioso. Mi amigo fue a tomar la afeitadora eléctrica.

  • Voy a enseñarte cómo se hace - me indicó. - Así que vamos, muéstrame tu colita.

Lo lapidé con la mirada.

  • No hagas esto más humillante de lo que ya es - le dije, enojándome.

Hernán puso los ojos en blanco. Se acercó hacia mí, me rodeó con sus brazos y desabrochó el botón de mi pantalón.

Me quedé paralizado al sentir su cuerpo apoyándome, pero más nervioso me puso cuando tiró de ello y toda mi entrepierna quedó al aire libre.

  • Si alguno de los dos debería sentirse humillado, debería ser yo que te está por afeitar tu cola - me respondió. - Y no me siento humillado por esto, porque sólo pretendo enseñarte.

Suspiré intentando conservar la calma. Mi amigo tenía un punto lógico, aunque yo me encontrara fuera de toda cordura.

  • Le estás poniendo mucho de ti a esta situación - remarqué.

  • Creo que Bernardo tiene razón - comentó. - Estamos en una edad en donde deberíamos experimentar. Somos chicos de ciudad, después de todo. Tendríamos que tener la mente más abierta.

Hernán encendió la afeitadora eléctrica y un sonido irritante envolvió el ambiente.

  • Yo lo intento - le comenté. - Aunque no parezca. Sólo que... No sé, Hernán, siento culpa.

  • Sentimiento extraño para venir de ti - me acusó Hernán.

  • Tampoco soy un monstruo, Hernán - respondí, sorprendido por la acusación.

  • No dije que lo fueras - comentó. Comenzó a pasar la máquina por mi cola. - Sólo digo que es un sentimiento raro.

Tenía que reconocer que tenía razón.

  • Hoy la vi a Laura y me sentí terrible.

  • Con las mujeres que la engañaste no te pasó, ¿o sí?

  • No, no me pasó - respondí.

Era en vano ocultarle algo a Hernán. Se acordaba muy bien las conversaciones que teníamos. Era un hombre inteligente.

  • ¿Por qué crees que con el profesor sientes culpa? - me preguntó.

La pregunta me trajo aparejado automáticamente el recuerdo de haberme sentido excitado con el profesor. Primero, cuando me hizo quedarme en bóxer para él. Luego, también volví a excitarme cuando separó mi dentadura con sus manos para que su verga entrara en mi boca. Y finalmente, la cola de mis mejores amigos. ¿Por qué me estaban resultando atractivas?

  • Oh, Dios... - murmuré, comprendiendo. - Fue porque yo estaba excitado.

Si esperaba que mi amigo se tomara la noticia como algo tremendo, me decepcionó por completo. Su actitud, en cambio, volvió a ser más coherente que la mía.

  • Está bien que lo estés - contestó. - No puedes tener sexo si no estás excitado, Álvaro.

  • Eso tiene sentido - analicé.

Y después de todo, para eso era todo aquello, ¿no? Había aceptado tener sexo con aquel profesor. No era malo que me excitara.

  • Ahí está - dijo Hernán, apagando la máquina.

El cuarto de baño se volvió silencioso otra vez.

Mi amigo limpiaba los restos de vello cortado dándome suaves palmadas. Luego, abrió mis nalgas con sus manos y sopló.

La sensación me hizo estremecer.

No sabía por qué, me generó una descarga de placer que, inapropiadamente, me excitó.

Cuando bajé la mirada, mi pene miraba hacia el cielo.

Quise tapármelo con las dos manos, pero fue demasiado tarde. Además de demasiado obvio, por supuesto.

  • Cielos - dijo Hernán, quien esta vez sí parecía sorprendido. - Eso te gustó, ¿eh?

  • Qué vergüenza - atiné a decir, apenado.

  • ¿Alguna vez una chica te chupó el culo? - me preguntó.

La pregunta, si consistía en bajarme a la realidad, lo único que hizo fue encender más mi deseo.

  • Pero, ¿qué dices? - pregunté. - No creo que una mujer quisiera hacerme eso.

  • No iban a querer hacértelo con la cola como la tenías - me respondió, riéndose. - Eso está claro.

  • ¿Por eso te lo afeitas tú? - le pregunté.

Miré a mi amigo. Continuaba arrodillado ante mi cola. No entendía qué diablos hacía allí si ya terminó con su trabajo, pero una parte mía no quería que se levantara.

  • Pues claro - me respondió. - Un par de chicas me dieron ese placer. Es una sensación demasiado linda como para que no se la experimente.

  • Nunca me lo hicieron - anuncié.

  • ¿Quieres probar? - me preguntó.

Sentí mi corazón comenzaba a latir con fuerza.

  • Pero tú eres hombre - le recordé.

  • No me digas.

  • Y somos amigos - insistí. - ¿Acaso no se volvería raro?

  • Álvaro - me detuvo Hernán, con impaciencia. - Deja de dar tantas vueltas para todo. ¿Quieres que lo haga o no? Decídete.

  • Sí, quiero - dije, sin pensar. - Pero...

No me dejó explayarme ni dar mis motivos para oponerme. De repente, el rostro de mi mejor amigo estaba hundido entre mis nalgas.

La imagen fue tan extraña como excitante.

Y entonces, sentí una punta húmeda entrando en mí.

  • Ooohhhh... - gemí, sin poder contenerme.

Me mordí los labios. Bernardo estaba del otro lado de la puerta y no quería que notara que uno de sus mejores amigos le estaba chupando el culo al otro.

Pero no sabía si iba a poder contenerme. Hernán era muy bueno en lo que hacía. Movía su lengua provocándome un placer que jamás pensé que se podía llegar a sentir.

Aquello tenía que ser inhumano.

Estaba tan excitado que no pude evitar comenzar a masturbarme. Ni siquiera lo razoné. De hecho, ni siquiera me importó si a mi mejor amigo le molestara. Mi mano derecha comenzó a subir y bajar por mi verga.

  • Hummm... - gemía en silencio.

La lengua de mi amigo dejó de trabajar en mi ano, para permitirle hablar.

  • No me salpiques - me pidió, divertido. - Todavía no llegamos a ese punto.

Me reí.

  • Lo prometo - le aseguré.

Me relajé al tiempo que Hernán volvía a la carga.

Pero no fue su lengua esta vez la que estaba intentando entrar en mí. Sentí algo extraño que no era húmedo, pero a la vez no dejaba de ser estimulante.

  • ¿Qué diablos...? - pregunté, mirándolo. - Hernán...

  • Tranquilo - me dijo. - No te lo hundiré. Sólo fíjate si esto te estimula.

  • Diablos... - murmuré, cerrando los ojos. - Sí...

El dedo de Hernán entraba apenas, pero lo suficiente como para sentirlo en mi interior.

Era una sensación tan agradable que dejé de lado la culpa y la inhibición. Me gustaba. Tenía que reconocerlo. Y no me importaba si luego mi mejor amigo pensaba mal de mí.

  • ¿Te gusta? - me preguntó, divertido.

  • Mierda, me encanta - contesté.

Hernán se rió. No fue una risa burlándose de mí, sino más parecía que estaba sintiendo una satisfacción por lo que él me provocaba.

  • Al final de todo eras una putita, amigo mío - me comentó.

  • Oh, sí, soy una putita - le contesté. - ¡Soy una putita!

  • Relájate - me calmó Hernán. - Disfruta de esto.

Me comencé a masturbar a mayor velocidad.

La imagen de mi profesor se me vino a la mente.

Me imaginé acostado debajo de él, dispuesto a complacerlo. Su cuerpo musculoso me asfixiaba mientras me la metía. Y yo gritaba de placer mientras aquel hombre me hacía pedazos.

También me imaginé a Bernardo y a Hernán mirándome disfrutar de aquel momento. Me sonreían, cómplices.

Se acercaban a mí con sus vergas duras. A mi boca, más precisamente.

Dos vergas en la boca y una en la cola.

No sabía qué clase de fantasía me estaba provocando el dedo de Hernán, pero no pude aguantar más y exploté.

Sentí cómo se me iba la vida en esas gotas de semen que ahora quedaron pegadas a la pared del baño.

Hernán decretó concluido su trabajo y abrió el grifo del lavamanos.

  • Voy a encargar algo para comer - me comentó, como si hubiéramos atravesado un momento de lo más normal. - ¿Te quieres quedar a cenar?

Decidimos que concretaríamos el encuentro con el profesor dos días después, citándolo en la casa de Hernán. Tenía razón en que hacerlo ir a un sitio conocido para nosotros, nos ayudaba a relajarnos y a no tomarnos con tanta ansiedad lo que fuera que iba a suceder.

  • Sólo quiero que prometamos que, pase lo que pase, nos vamos a permitir que esto cambie nuestra amistad - les dije a los chicos.

  • Somos amigos hace tantos años que nada va a cambiar eso - me aseguró Hernán. - ¿Te sientes más relajado?

Lo miré, insinuante y cómplice. Lo que habíamos hecho en el baño de su casa me tranquilizó, a la vez que no podía dejar de sentir que fue una experiencia sumamente estimulante.

No me importaba qué significaba. Me concentré en que lo había disfrutado, así como estaba predispuesto a disfrutar lo que sucedería esa noche. No obstante, estaba un poco nervioso.

Bernardo y yo comenzamos a tomar un whisky para calentar el ambiente y así nos ayudara a estar más relajados. Pese a que mi amigo no lo demostraba, se lo notaba un poco tenso.

  • Es tarde para hacernos los cobardes - mencionó. - Así que disfrutemos como podamos de esta experiencia.

El profesor llegó a la hora programada, vestido de una camisa al cuerpo y unos pantalones ajustados. Debía de tener una amplia experiencia en esto de tener sexo con sus alumnos, porque no se lo notaba incómodo ni ansioso.

Hernán lo recibió con un apretón de manos.

  • Profesor, antes que nada quiero agradecerle que haya aceptado nuestra oferta - le dijo. - Esperamos no decepcionarlo en esta oportunidad.

  • Yo espero lo mismo que ustedes, chicos - comentó el profesor.

Era obvio que el hombre no tenía intenciones de que no nos sintiéramos presionados.

Tomó asiento en el living, en el mismo sillón que estaba y aceptó cuando Bernardo le extendió un vaso de whisky.

  • ¿Han practicado? - preguntó.

  • Hemos practicado entre nosotros - dijo Hernán, divertido.

Lo miré como si hubiera perdido la razón. Se suponía que lo que sucedió en el baño entre nosotros era un secreto. Bueno, nunca le dije que no lo comentara con nadie, pero confié en que mi amigo no iba a decirle abiertamente que me chupó el culo y que luego me metió el dedo hasta hacerme acabar.

  • ¿De verdad? - Tomás me miró como esperando que confirmara lo que el anfitrión declaró. - ¿Estuvieron jugando entre ustedes?

  • Bueno... - respondí, mirando hacia el piso.

  • Sí, lo hicimos - fue Hernán, nuevamente, quien respondió. - ¿Quiere alguna demostración previa?

  • Me gustaría - aceptó Tomás, cruzando sus piernas, intrigado por el espectáculo.

Quizá no fuera tan malo, después de todo, montar un show para aquel hombre similar al que vivimos en el baño.

Pero cuando me iba a incorporar para ir hacia Hernán, Bernardo también lo hizo. Se dirigió hacia el anfitrión, tomando su rostro con las dos manos y luego, mis dos mejores amigos, se dieron un beso.

Me quedé helado.

Claramente no disimulé mi estado de shock, porque Tomás me miró riéndose.

  • Supongo que te quedaste fuera de esa práctica - me comentó.

Finalmente recordé la noche que vine a esta misma casa y me encontré con Hernán desnudo, fumando en el patio. Bernardo, en ropa interior.

Lo había tomado como algo raro, pero tenía otras cosas en la cabeza como para analizarlo.

Sin embargo, ahora lo comprendía. ¡Yo llegué unos minutos después de que ellos dos tuvieron sexo!

Y ahora me estaban demostrando los resultados, en uno de los besos más apasionados y excitantes que creí ver alguna vez en mi vida.

Continuará...