Los Alumnos que no Aprobaron (1 de 4)

Tomás, el profesor de Derecho Romano, recibe una propuesta de parte de tres alumnos universitarios y heterosexuales. Quieren pasar el examen final y harán cualquier cosa por conseguirlo.

Me desperté intentando hacer el menor ruido . El invitado de la noche anterior podía dormir un poco más mientras yo me cepillaba los dientes, meaba y me pegaba un baño.

El joven dijo llamarse Guido y no ser de Alborada, sino de uno de los pueblos aledaños. Me aseguré, antes de continuar con mi trabajo de conquista, de que tuviera más de 18 años.

Me mostró su documento para que se me fueran las dudas.

  • ¿No crees que soy demasiado viejo para ti? - pregunté, con falsa modestia.

Guido solamente se rió, con una inocencia poco creíble.

A decir verdad, yo también me reiría. Tendré 45 años, pero tengo un gran estado físico y unos buenos músculos. Fui militar durante mi juventud pero ahora me dedicaba a enseñar Derecho Romano en la Universidad de Leyes.

Me gustan los jovencitos, aunque debo admitir que los jovencitos son los que gustan de mí. Yo, por mi parte, tengo que ser honesto y reconocer que me gusta cualquier cosa que tenga trasero, boca y pene.

  • Seguramente tengo asuntos con papá sin resolver - me respondió Guido, guiñándome el ojo. - Pero si no te gusto, puedo buscar otra cosa.

  • Me gustas - le aseguré. - ¿A tu casa o a la mía?

  • ¿No me vas a invitar a una copa antes? - preguntó Guido.

  • ¿Gustas algo para tomar? - pregunté.

  • No, prefiero ir a tu casa - señaló. - Tengo trámites que hacer mañana temprano.

Caminamos hasta mi departamento, a diez cuadras del bar donde nos conocimos. Guido era atlético, tenía el cabello cortado a raíz y me pregunté si acaso no estaría en el servicio militar también. Pero preferí evitar la pregunta. A los ligues de una noche no le brindo demasiada información sobre mí.

En cambio, Guido me contó que vino con su madre porque su tía está enferma. Por lo que me dio a entender, estaba en la etapa terminal de un cáncer.

  • Lo siento mucho - dije.

  • No te apenes tanto - respondió. - Es triste, pero apenas la conozco. No me genera más tristeza que el ver a cualquier persona en ese estado.

Me pregunté si acaso había visto a más personas muriendo así.

Llegamos a mi departamento y Guido aprovechó para inspeccionar el lugar. Se quedó mirando las fotografías de mis tiempos en donde utilizaba el uniforme verde. Por suerte, no hizo la obvia pregunta de "¿eres militar?".

  • No quiero sonar apresurado, pero mañana tengo que levantarme temprano para ir al trabajo - le comenté.

Guido me miró divertido.

  • No quieres sonar pero suenas - me corrigió.

Me reí por su ingenio.

  • ¿Sigues en el servicio?

  • No, eso es otra vida - contesté. Miré la foto como si realmente me remitiera a una época feliz. - Ahora soy profesor en la Universidad de Leyes.

  • Vaya, un profesor universitario - analizó. - Siempre tuve fantasías de acostarme con algún profesor.

  • ¿Nunca lo has hecho? - pregunté.

  • Vivo en un pueblo muy pequeño - respondió. - Allí las cosas son un poco diferentes. No me muevo con la misma libertad que aquí.

Para decir que tenía libertad, no podía jactarse de estar moviéndose mucho. Intenté no sonar ansioso.

  • Bueno, al menos en estos días puedes divertirte un poco, ¿no? - lo alenté.

Surtió efecto. Me sonrió y se acercó hacia mí lentamente. Apoyó su mano en mi pecho y luego me dio un beso tímido, casi seco. Decidido a que me brindara un poco más de pasión, lo tomé de la cintura y lo atraje hacia mí como si fuera una presa que no se me iba a escapar.

Lo volví a besar y esta vez metí mi lengua en su boca. No tenía tiempo ni ganas para inhibiciones.

  • Besas bien - me felicitó, en cuanto lo dejé respirar.

  • Hago muchas cosas bien - respondí.

Me desabroché la camisa y dejé que caiga en el suelo. Después de todo, mañana debía de llevarla al lavado.

Apreció mis abdominales y los tocaba como si fueran piedras mágicas. Cada cuadrado parecía cumplirle un deseo o, en secreto, le entregaba una plegaria.

  • Estás muy bueno - comentó, sorprendido.

  • Espera a ver lo mejor que tengo - sonreí, comenzando a desabrocharme el pantalón.

El chico sonrió al ver mi miembro erecto, listo para la batalla de esa noche.

Apagué la luz amarilla. Me gusta hacerlo en penumbras, únicamente iluminado por aquella luz magenta que ofrece el letrero del teatro del otro lado de la calle.

Se puso de rodillas al tiempo que se quitaba la remera. En efecto, tenía un cuerpo delgado y marcado, lleno de vellos rubios en su pecho y abdomen.

Olió mi miembro, dejándose embriagar por el aroma, como si fuera el equivalente a la bebida que no consumió en el bar al que fue.

Luego, deslizó su lengua por toda mi verga hasta que finalmente se la metió en la boca.

Tenía una forma muy buena de chuparla, pero lo más gratificante era escuchar esos sonidos que hacía cuando se la metía y se la sacaba de la boca. Era como si mi miembro fuera un chupón.

La saliva comenzó a salir al exterior, provocando que mi verga quedara completamente empapada al instante.

No me moví y dejé que él hiciera su práctica.

  • Eres bueno - le dije. - Para no tener mucha libertad en tu pueblo, parece que tienes una práctica excelente.

Sacó mi verga para contestarme, pero con su mano derecha la masturbó suavemente.

  • Soy de ir a buscar mi libertad con bastante frecuencia - respondió.

  • Vamos a la cama - le dije, aprovechando que se detuvo.

Se incorporó y lo guié hasta mi habitación. Aquí no llegaba la luz púrpura del letrero, sino la amarilla luz de los faroles de la calle y los edificios cercano.

De todos modos, lo guié hasta mi cama y lo tiré boca abajo.

  • Quítate el pantalón - le indiqué.

Guido levantó su cintura para poder desabrocharse el jean. Lo ayudé con la fuerza que necesitaba para que quedara a mi merced aquellas nalgas redondas y blancas.

Me recosté sobre él, tomé mi verga con mi mano izquierda y comencé a golpear sus nalgas con ella.

El chico comenzó a lanzar pequeños gemidos, expectantes por lo que estaba a punto de comenzar a sentir.

Tomé el gel que guardo en mi mesa de noche y vertí un poco en la entrada de su cuerpo. Se volvió a estremecer ante el contacto frío del líquido espeso.

  • Vienen con sensación de calor también, ¿sabes? - se quejó.

  • Ya vas a sentir calor - le prometí.

Llené de gel mi miembro y luego lo tiré en el piso. El gran problema del producto es la mano pegajoza que queda al usarlo. Pero en ese momento, no me importaba sacrificar una sábana que con toda probabilidad tendría que volver a lavar.

  • Ooohhh... - gimió cuando la cabeza de mi verga encontró su agujero.

La saqué lentamente y luego la volví a meter, para que se fuera dilatando de a poco.

Volví a la carga y cada vez sentía que ganaba terreno dentro del cuerpo de aquel joven desconocido.

  • Ohhh... - gritó, retorciéndose.

Me tumbé completamente sobre él y con la mano que tenía seca le tapé la boca. Me gusta esa sensación de posesión sobre el otro.

  • Vas a sentir lo lindo que es irte con desconocidos de un bar - le remarqué en susurro.

Dudaba que me hubiera escuchado, pues toda su atención estaba en el placer que le estaba proporcionando mi verga.

Yo continué el mete y saca aumentando el ritmo y la intensidad. Quería romperlo en pedazos y que mañana no pudiera caminar.

  • Me gusta, me gusta, me gusta - gemía, despacio.

La sensación era tan satisfactoria que sentí que hacía tiempo que no obtenía tanto placer.

Los alaridos del muchacho eran en un tono grave, como si la vida de pueblo le hubiera dado la certeza de que así debía gemir en la cama, porque seguramente así gemían los hombres.

No lo juzgada, por supuesto. Dominar tanta masculinidad no hacía más que excitarme.

  • Estoy por acabar - le comenté al oído. - ¿Dónde quieres que lo haga?

  • En la cola - me pidió. - Déjame tu leche en la cola.

Quité mi verga al tiempo que sentía que se venía la explosión. Fue una suerte que me haya permitido hacerlo en sus nalgas, porque no iba a tener tiempo para ir a otro sitio.

Mi esperma se derramó, blanco y poderoso, sobre su cola. El muchacho lanzó un siseo cuando sintió el impacto.

El chico se incorporó de la cama, cuidando de no manchar las sábanas.

  • ¿No quieres acabar? - pregunté.

  • No, no es necesario - respondió. - ¿Me dices dónde está el baño?

Cuando salió del baño, ingresé yo, aunque no cerré la puerta.

  • ¿Tienes que volver con tu madre? - le pregunté.

  • Está en la clínica - respondió Guido. - Tengo que volver al departamento nomás.

  • Oh, en ese caso puedes dormir aquí si quieres - ofrecí. - A menos que tengas ganas de ir a buscar otro chico.

  • No, con uno por noche está bien - me aseguró. - ¿No te molesta?

  • Si a ti no te molesta que te levante mañana temprano cuando me vaya - dije, encogiéndome en hombros.

Así que nos dormimos sin darnos una muestra de afecto o demostrar alguna clase de cariño.

Volví a la realidad y recordé que tendría un día intenso en la universidad. Estábamos en fechas finales y los alumnos andaban más emocionales que de costumbre. Parecía que en cualquier momento alguno iba a perder la cabeza.

Salí del baño y caí en cuenta que el ruido que hice despertó a Guido, quien todavía desnudo, estaba boca abajo.

A la luz del día, sus nalgas eran aún más apetecibles que antes.

No pude evitar darle una nalgada, que aunque fue suave, repiqueteó con un fuerte sonido en la habitación.

  • Me alegro que te hayas despertado - le dije. - Me tengo que ir.

Guido, más dormido que interesado en mi situación, asintió y se incorporó. Parecía estar intentando recordar dónde estaba y quién era yo.

  • ¿Cuánto tiempo estarás en la ciudad? - le pregunté.

  • Creo que hasta que ocurra lo inevitable - respondió.

  • Oh, cierto - lamenté haber preguntado y lamenté no tener nada qué decir. - Bueno, si quieres repetir un día de éstos, puedes llamarme.

  • Me gustaría - aceptó el muchacho.

Cuando nos despedimos, quise darle un beso pero gentilmente me rechazó.

  • Tengo mal aliento - me respondió. - No puedo besar a nadie hasta que no vaya a casa a cepillarme los dientes.

Acepté su excusa. Intercambiamos números de teléfonos y tomé un taxi hasta la Universidad.

La noche de sexo casual me vino de lo mejor para lidiar con la ansiedad de los jóvenes que debían rendir el examen recuperatorio. A un par de ellos, les tocaba la suerte de que si no lo aprobaban, los vería el año próximo recursando la materia.

Caminé por el pasillo para llegar al aula , despertando la mirada inquieta de los alumnos que rendirían conmigo durante el día. Los dos profesores adjuntos iban charlando animadamente sobre una clase de incidente que tuvo lugar la noche anterior. Pero a mí me gustaba concentrarme en los jóvenes que se iban a presentar ante mí.

Algunos, desviaban la mirada y continuaban sumergidos en sus apuntes. Otros, intentando congraciarse, saludaban con una sonrisa como si eso consiguiera despertarme piedad.

Uno de los jóvenes se acercó a mí con una sonrisa. Lo conocía por los cinco finales previos que rindió conmigo y desaprobó. Álvaro Neiff.

  • ¡Profe! - exclamó, con una sonrisa ancha. - Después del examen, quisiera hablar con usted un segundo.

La propuesta me tomó por sorpresa. Era habitual que los alumnos se acercaran antes del examen para suplicar o incluso querer quitarse una duda a último momento, pero que quisieran hablar conmigo después del examen, era una situación insólita.

  • ¿Qué estás tramando, Álvaro? - preguntó Victoria, mi profesora adjunta.

Victoria era una mujer morena, joven y de buen cuerpo. Compartíamos ese placer sádico de torturar a los alumnos en los exámenes finales. Si yo fuera heterosexual, ella sería la mujer perfecta para mí.

  • Nada, profesora, nada - dijo Álvaro, lanzando una risa poco creíble. - Sólo quiero hablar con él.

  • Bueno, búscame cuando termine el examen - le dije. - Aunque vas a tener que esperar mucho tiempo. Esto pinta para rato.

  • No hay problema, señor Punzio - dijo Álvaro. - Lo esperaré lo que haga falta.

La presentación al examen de Álvaro fue , por lejos, una de las peores. Ni aún siendo benevolente, pues sabía que era su última oportunidad de aprobar, podía dejar pasar por alto todas las falencias que tenía.

No obstante, percibí su intención por recordar cosas que había estudiado, pero llegó a un punto en donde empecé a sospechar que sufría dislexia.

  • Tal vez lo que te quiere decir después es que seas bueno con él el próximo año - le comentó Victoria, cuando el muchacho se fue aceptando su derrota. - Porque es obvio que lo vas a tener que volver a tener en tus clases.

  • Creo que tiene alguna clase de bloqueo emocional con esta materia - comentó Iván Urinsek, el otro profesor adjunto. - Es la única que lo está demorando. Es un buen alumno, pero hay algo en esta materia que no le permite avanzar.

  • No es nuestro problema resolver los conflictos psicológicos que tengan los alumnos con nuestras materias - le recordé. - Nadie más que él ha impedido aprobarlo.

No obstante, no fue el único que perdía aquella materia en ese examen final. Había otros que lo hacían por cuestión de plazos. Sólo tenían dos años de vigencia para aprobar una vez que la terminaban de cursar, sino debían volver conmigo durante otro año.

De los 35 alumnos inscriptos, sólo 4 aprobaron el examen final. Y 3 de ellos lo hicieron porque con Victoria e Iván decidimos bajar la vara y no mostrarnos tan exigentes. De los 31 alumnos restantes, 26 tenían la posibilidad de volver a rendirla en dos meses, mientras que 5 serían mis alumnos el próximo años, entre ellos Álvaro.

  • El problema con tu materia o materias como Historia, es que nadie se las toma en serio porque creen que no sirven en la vida real - dijo Victoria, cuando despacharon al último alumno.

  • Bueno, técnicamente no sirven... - dudé.

  • Pero son la bases del derecho legal, Tomás, por Dios - se quejó ella, furiosa. Luego, suspiró con cansancio y resignación. - Debo tranquilizarme. Los alumnos, ante todo, son estúpidos.

  • ¿Quién quiere ir a almorzar? - propuso Iván, para sacar la tensión del ambiente.

  • Yo no puedo - respondió ella.

  • Yo sí - acepté. - Me conviene más quedarme por la zona. Soy profesor adjunto en la mesa de Gael.

Salimos del aula donde ocurrió la masacre y nos encontramos con Álvaro, quien esperaba ansioso sentado en un banco. El pasillo ya se encontraba vacío. Me había olvidado que el muchacho quería hablar conmigo.

  • Oh, Álvaro, lo había olvidado - reconocí, deteniéndome ante él. Victoria e Iván siguieron su camino, como si el muchacho fuera una víctima en la que no valía la pena perder el tiempo. - ¿Qué tenías que decirme?

  • Es algo... Personal - dijo, intranquilo.

  • ¿Quieres que hablemos dentro del aula? - pregunté.

  • Sí, por favor.

Volvimos a ingresar y estuve tentado en volver a sentarme detrás del escritorio de la mesa evaluadora. Eso impondría una distancia, una prohibición de intimidad. Estaba acostumbrado a utilizar el recurso. Pero no quería que aquello fuera cómodo para Álvaro, sino que ese encuentro inesperado terminara lo más pronto posible.

Tomé mi celular para escribirle a Iván para que me esperara antes de ir a almorzar y me encontré con un mensaje de Guido, el sensual joven que conocí la noche anterior.

Me mandó una fotografía de él frente al espejo, vestido solamente con un bóxer de rayas blancas y negras. No obstante, por más inverosímil que pareciera, lo que más me gustó de su foto fue que posara sonriendo. No era una mueca grotesca similar a la de un payaso, sino que era una sonrisa sutil, apenas divisible en la comisura de sus labios. Casi, podría decir, natural.

En tiempos donde todos posan para las selfies con el rostro que mejor creen que salen, una joven posando naturalmente era destacable. No obstante, eso no significaba que no me fijara en el resto de su cuerpo, claro.

Le escribí a Iván y me volví hacia el alumno.

  • Bien, dime - le dije, guardando mi teléfono en el bolsillo. - ¿Qué sucede?

Álvaro se sentó en el escritorio de la mesa evaluadora y me estudió, como si fuéramos cómplices de un secreto o amigos desde la infancia. Había algo en esa actitud que no me gustó y me hacía pronosticar una situación desagradable.

  • Verá, profesor, como sabrá, pese a mis intentos, tengo que volver a verlo el año entrante - dijo Álvaro. - Su materia es la única que me está trabando para que yo pueda cursar el último año de la carrera y necesito quitármela de encima. Así que dígame, ¿cuál es el costo?

Tal como me lo imaginé, la conversación iba a tomar un rumbo desagradable. No era, no obstante, el primer alumno que me ofrecía sexo a cambio de que lo aprobara. Y, nobleza obliga, confieso que en un par de ocasiones acepté la oferta.

  • Que estudies - dije, cruzándome de brazos.

Siempre es bueno jugar al gato y al ratón. Ceder fácilmente sería reconocer que es algo que no me provoca un dilema ético. Que, a decir verdad, no me lo provocaba.

Álvaro se puso nervioso al encontrar una respuesta no grata.

  • Yo lo intenté - se excusó, como si quisiera creérselo. - Pero a veces, hay cosas para las que uno no está hecho...

  • ¿Qué es lo que me quieres ofrecer concretamente, Álvaro? - pregunté, interrumpiendo su discurso tan falso como mi moral. - Porque me están esperando para almorzar y tengo hambre.

  • De acuerdo, se lo diré - dijo al fin. - Unos amigos y yo estuvimos pensando en proponerle que nos apruebe a cambio de que haga con nosotros lo que quiera.

Ese giro de los acontecimientos no me lo esperaba. Por lo general era algún alumno muy decidido, pero jamás vino uno en representación de otros.

  • ¿Unos amigos y tú? - repetí. - ¿De quiénes estamos hablando?

  • De Hernán Silva y Bernardo Ventre - dijo Álvaro, apresurado, como si quisiera sacar los nombres de ambos a toda velocidad para que me diera cuenta que no estaba actuando solo. - Los tres estamos en la misma situación.

  • Ninguno de los dos se ha presentado hoy - afirmé.

  • Porque les dije que yo iba a proponer esto - dijo Álvaro.

Recordaba vagamente a Hernán y Bernardo. Eran, en efecto, un trío de estudiantes que salieron juntos del instituto y ficharon para ser abogados, probablemente con los sueños de tener una sociedad a futuro. Eran niños de elite, heterosexuales y acostumbrados a resolver todo con dinero. Con el dinero de sus padres, claro.

  • ¿Cómo surgió esa conversación, Álvaro? - pregunté, divertido. - Me intriga saber cómo tres jóvenes llegan a la idea de decir "oye, vamos a hablar con el profesor y que nos apruebe a cambio de que nos use".

Álvaro se mostró incómodo. Su plan hubiera sido perfecto si yo aceptaba aquello de una sola vez.

  • Fue idea mía, de hecho - respondí. - Yo los convencí. Ellos no es que están muy entusiasmados con la idea...

  • ¿Entonces tú me ofreces que, a cambio de que yo los apruebe, me acueste con tres jóvenes poco entusiastas? - retruqué. - No suena interesante la propuesta. Nos vemos el año próximo...

Giré para salir del aula, pero Álvaro, desesperado, me tomó del brazo. Me volví hacia él, poniéndome frente a frente y desafiante. No iba a dejarme atropellar por un alumno rico.

  • Por favor, usted no entiende - suplicó. Parecía a punto de llorar. - Necesitamos pasar su materia.

  • Claro que lo necesitan - dije, burlándome.

Noté que sus ojos se estaban inyectando en lágrimas y, lejos de enternecerme, me estaba resultando fastidioso.

  • Por favor, dime que además de ofrecerme sexo poco entusiasta, no estás por romper a llorar porque lo estoy rechazando - le comenté.

  • Tiene que haber una manera - insistió. - Haremos todo lo que usted pida, de verdad, estamos más que dispuesto...

Suspiré.

  • Tengo que almorzar y tengo una mesa evaluadora luego - respondí, mirando el reloj. - Vuelve a buscarme a las 4 y continuaremos hablando del tema.

Eso pareció tranquilizarlo.

Lo estudié bien. Álvaro había engordado dos kilos por cada vez que se presentaba a rendir mi materia. No obstante, continuaba siendo un muchacho atractivo, de piel pálida y barba negra descuidada.

Estaba tan vulnerable, que si le pedía que se abriera de piernas para mí en ese momento, lo hubiera hecho sin dudarlo.

Pero podía esperar. Realmente en ese momento tenía ganas de ir a comer.

- ¿Y bien? - me preguntó Iván cuando nos sentamos a comer. - ¿Qué quería Álvaro?

  • Suplicar - le respondí. - Una nueva oportunidad antes de que entregue los resultados finales.

Iván torció la boca. Había algo sobre el asunto que no estaba queriendo mencionar.

  • Generalmente te diría que descartes la idea - comentó. - Pero lamentablemente, Álvaro Neiff es el hijo del Juez Neiff.

Lo miré a Iván indicándole que eso no me significaba nada.

  • Es un Juez Federal - comentó mi colega, al ver que yo no reaccionaba. - Y bastante respetado. Tiene mucha influencia en el ambiente universitario, en especial con aquellos que son abogados. Te diría que si Álvaro habla con él, puede haber mucha presión sobre ti de parte de los de arriba.

  • Oh, qué mundo cruel e injusto - murmuré.

  • Lo sé, no es lo ideal - repuso Iván. - Pero seamos coherentes. No vivimos en un mundo ideal, sino en uno real. Y los vínculos políticos tienen mucho peso.

  • No seré hipócrita y diré que la posibilidad de aprobar un alumno sólo por ser "hijo de" me escandaliza - reconocí. - Lo supe hacer por otros alumnos en el pasado.

También lo supe hacer por chicos hijos de nadie que me ofrecieron un buen rato de sexo. Pero ahora eran tres. Y esa idea me generaba mucho morbo.

  • Si quieres mi consejo, te diría que dejes tu ética profesional de lado en este caso también - me recomendó Iván. - Después de todo, Álvaro es un buen alumno promedio. Sólo es tu materia.

  • El mal de muchos - dije, con cierto orgullo. - Lo cité para después de mi supervisión, a ver si podemos llegar a un acuerdo. Quizá pueda hacerlo estudiar una unidad o dos y aprobarlo. No quiero regalar cosas sólo porque es el hijo de alguien importante.

  • Es una sabia y justa decisión - aceptó Iván.

Claro que mi colega ignoraba qué clases de pruebas le haría a Álvaro para aprobarlo.

A las 4 de la tarde , cuando terminé el segundo examen como profesor adjunto, Álvaro nuevamente me esperaba. Tenía que reconocer que al menos estaba decidido a aprobar esa materia a como diera lugar, por más que yo lo hubiera obligado a ir vestido de Batman.

¿Por qué no le dije que fuera vestido de Batman? Hubiera sido hilarante.

  • Tendremos la conversación en la oficina - respondí.

Conseguí que Iván me cediera su oficina para hablar con el alumno. Era un cubículo pequeño, de pequeñas ventanas, donde Iván cumplía algunas funciones administrativas, además de ser profesor.

Era el sitio perfecto para que nadie nos viera.

Entramos al despacho y cerré la puerta con llave. Álvaro notó mi movimiento y me miró, inquieto e indeciso.

  • He pensado en lo que me propusiste - comenté. - Todavía no he tomado una decisión al respecto.

  • ¿Y cómo puedo ayudarlo a decidirse? - preguntó, con voz temblorosa.

  • Bueno, primero quiero saber si has estudiado para el examen de hoy - comenté, dirigiéndose hacia el sillón de ruedas detrás del escritorio.

  • Claro que estudié, profesor - insistió. - Sólo que me cuesta un poco. Su materia se basa en muchas leyes que ya no existen actualmente. Y me confunde con las que sí existen.

  • De acuerdo, para convencerme de aceptar la propuesta, quiero que me expongas lo que estudiaste - le dije. - Yo no interrumpiré ni te corregiré, sólo escucharé tu capacidad de oratoria. ¿Puedes hacerlo?

  • Si es así, sí, claro que puedo - comentó.

Lo dijo con tanta seguridad que tuve que reconocer que quizá estaba equivocado y el muchacho, en efecto, sí había estudiado.

  • Una cosa más - le dije, sonriente. - Quiero que expongas tu estudio en ropa interior.

Álvaro me lanzó una mirada cargada de ansiedad.

  • Vamos, esta charla es para que tú me convenzas de aceptar la propuesta - le dije. - Bueno, te estoy dando la alternativa. Si no puedes quedarte en ropa interior para mí, ¿qué clase de placer crees que voy a encontrar si me acuesto contigo?

El chico aceptó la premisa asintiendo. Luego, se quitó la remera y la dejó sobre el escrito, sin dejar de mirarme altaneramente. Sabía que le iba a hacer perder esa actitud de niño que se lleva al mundo por delante.

Su abdomen estaba cubierto de un vello tan negro como su barba. Eso me daba el indicio de que su entrepierna se encontraría en la misma situación. No soy un hombre exquisito, lo reconozco, pero me gustan las colas sin pelo, así que le tendré que pedir que se la afeite para el encuentro futuro.

Se sacó las zapatillas y, tras ella, se desbrochó el pantalón. Tenía un bóxer azul holgado, por lo que sería poco probable lograr distinguir qué había de interesante en su entrepierna, pero luego noté que el muchacho estaba excitado.

  • Vaya, no estás tan a disgusto como pensé - murmuré satisfecho.

Álvaro miró su verga erecta y luego me lanzó una mirada sonriente.

  • Soy de excitarme rápido, profe - me contó. La risa lo había ayudado a distenderse. - He visto miles de videos en donde los hombres le hacen hacer esto a las putitas y para cuando ellas se quedan completamente desnudas, yo ya acabé. Por suerte, ese mismo video me sirve para cuatro o cinco pajas más.

  • Entonces, me estás diciendo que te excita que te trate como una puta - le comenté.

Reveló los ojos como si aquella necesitara una respuesta elaborada.

  • No lo había considerado - me dijo. - Pero quizás sí.

  • Iremos a eso luego, Álvaro - le contesté. - Por el momento quiero que me digas lo que estudiaste.

Demoró unos veinte minutos en contarme lo que había aprendido, mientras yo simulaba no irritarme por lo poco que se apegaban a los hechos lo que él me relataba. Reconocía cierto interés por la materia, pero no hizo el menor esfuerzo por relacionar los temas que se trataban.

La entrepierna de Álvaro fue disminuyendo a medida que el muchacho continuaba hablando, así que, al cabo de un rato, comencé a aburrirme.

  • De acuerdo, déjalo ahí - le dije, como para frenar aquella tortura. - Veo que tuviste la intención, al menos, de estudiar. Ahora quiero ver qué me ofreces.

  • Me desnudaré si usted también lo hace - me propuso. - Comprenderás que es la primera vez que me desnudo para otro hombre y no puedo ser excitante si me encuentro nervioso.

  • ¿Crees que verme desnudo te aliviará? - pregunté. - Porque tengo una herramienta que te podría poner incómodo.

Álvaro se encogió de hombros, así que sin dejar de mirarlo, me incorporé y comencé a desabrochar los botones de mi camisa.

  • Acércate - le ordené.

Álvaro se acercó y se puso al centímetro nuevamente. Sin que yo se lo pidiera, comencé a despegar los botones de la parte de abajo, por lo que yo me dediqué a ir hacia mi pantalón.

No dijo nada en cuanto mi miembro salió a la luz, pero le dedicó una mirada tenaz.

  • Ahora quítate el bóxer - le indiqué.

El muchacho aceptó y, tras el movimiento, ambos quedamos completamente desnudos.

Si Iván supiera lo que estaba a punto de pasar, jamás me hubiera perdonado por haberle pedido que me prestara su despacho.

Lo besé, más por capricho que por genuino deseo.

Álvaro me dio un beso bruto. Estaba nervioso pero necesitaba encantarme. Así que estaba usando todos sus esfuerzos para conseguirlo, aunque no le saliera bien. Era, después de todo, una excelente analogía sobre su presentación en el final.

Lo arrinconé contra los archiveros de la oficina, haciendo que nuestros miembros se rocen.

El alumno, entonces, se llevó una mano hacia mi cabeza, acariciándola junto con el beso, buscando que aquello no le resultara tan extraño.

Debo reconocer que eso me excitó un poco más.

  • Dime que lo deseas - le susurré.

  • Lo deseo, profesor - me aseguró, al oído.

Guié su mano hacia mi miembro. Su masturbación fue torpe y apresurada.

  • Más suave - le indiqué. - No aprietes tanto.

Suavizó un poco el agarre y comenzó a darme un masaje, masturbando mi verga con lentitud. Sin que yo se lo pidiera, llevó su otra mano para acariciar mis huevos. Eso me hizo lanzar un gemido de satisfacción.

  • Aprendes rápido - me burlé.

Álvaro entendió el chiste y también sonrió.

Puse mis manos en sus hombros y comencé a ejercer presión hacia abajo. El alumno, que bien sabrá sobre videos pornográficos, entendió lo que significaba.

Se arrodilló lentamente, sin dejar de mirarme, desafiante a cumplir con mis expectativas.

Abrió lentamente su boca y se metió la punta de mi verga dentro.

No esperaba gran cosa. Si era verdad lo que el muchacho hacía creer, yo sería la primera verga que entraba en su boca. Por lo cual, no esperaba un resultado muy satisfactorio de su primera experiencia. Pero debo reconocer que, pese a todo, no lo hacía tan mal.

  • Abre un poco más la boca - le indiqué. - No uses los dientes.

Aceptó la indicación, pero aún así sus movimientos eran de suma torpeza.

Decidí ayudarlo con mis manos.

Puse cada mano en la dentadura de arriba y en la de abajo, comenzando a hacer presión para abrir más la boca. Como el chico no opuso resistencia, me permitió tener más sitio donde ingresar.

Así, sin nada que lo impida, comencé a meter mi verga cada vez más profundo.

  • Uuuhhhh... - gemí. - Ahora nos entendemos, nene.

Quiso sonreír pero mi miembro no se lo permitió.

Estaba tan fuera de mí que era capaz de acabar allí mismo.

Me gusta mucho cuando mis alumnos proponen esa clase de tratos, pero cuando son heterosexuales que experimentan conmigo por primera vez, mi morbo es mucho más poderoso.

Saqué mi verga del interior de su boca y se la pasé por todo el rostro, quedando un rastro de su saliva marcada en cada centímetro.

Me aparté un poco y lo invité a ponerse de pie.

Obedeció, expectante porque le dijera qué es lo que pretendía de él a continuación.

Volví a besarlo. Nuevamente por capricho y por mi pasión por romper los paradigmas heterosexuales.

  • Puedes vestirte - le dije.

Volvió a poner esa expresión tan graciosa que utiliza cuando quiere demostrar sorpresa.

  • No... - se trastabilló. - ¿Eso es todo? ¿No vas a hacer nada más?

  • No ahora - le dije, sonriendo. - Quiero que te afeites la cola. Eso va para ti y para tus amigos.

  • ¿O sea que lo tenemos que volver a hacer? - me preguntó, más sorprendido.

Lo lapidé con la mirada.

  • No hicimos nada - le recordé. - Sólo me convenciste de aceptar el trato. Es un logro para ti, Álvaro. Al menos no vuelves con la frustración de haber perdido todo un día esperándome.

Continuará...