Los 16 latigazos (9: El chulazo italiano)

...vi que estaba tan empalmado y que la tenía tan dura que pensé que se correría encima de mí como siguiera dándome aquellos pollazos.

LOS 16 LATIGAZOS (9). EL CHULAZO  ITALIANO

Mi primo Claudio. Su madre y mi madre eran hermanas, aunque mi tía se había casado con un chulo italiano, así lo llamaba mi madre cuando se refería a su cuñado, y se habían ido a vivir a Salerno al día siguiente de la boda.

En el año 2001, justo cuando yo pasaba por aquellos momentos tan duros en el colegio con tan sólo diez años, mis tíos y mi primo Claudio se volvieron definitivamente a Navarra. Yo no los conocía a ninguno de los tres, tan sólo de algunas fotos que mi tía enviaba de vez en cuando, ya que desde que se fueron habrían venido de visita tan sólo unas cinco o seis veces en viajes relámpago, y yo jamás los había visto.  Supongo que fue uno de los peores momentos para conocer a aquel chaval que me sacaba seis años y se encontraba en plena adolescencia, una adolescencia infernal, según oía comentar a mi madre de vez en cuando al hablar de su sobrino, por las cosas que mi tía le contaba. La imagen que se había ido formando en mi cabeza de mi primo era para cagarse de miedo. Me lo imaginaba como si hubieran cogido a todos los cabrones de mis compañeros de clase y los hubieran metido en una misma persona, y el resultado hubiese sido Claudio.

Por desgracia la realidad superaba todo cuanto había imaginado sobre él, y durante cuatro largos años Claudio se dedicó a hacerme la vida imposible para empeorar aún más mi ya de por sí lamentable situación en el colegio. Aquel cabronazo hablaba castellano perfectamente pues mi tía se había encargado de ello en Salerno, pero hoy creo que aún si no hubiese hablado una palabra de español, la habría tomado conmigo de la misma forma. Claudio aprovechaba cualquier momento para zurrarme, humillarme o insultarme y me amenazaba con mayores y más dolorosas palizas si contaba algo de aquello a nuestras madres. Yo intentaba evitarlo como podía pero él siempre encontraba el momento de hacérmelas pasar putas, a veces me esperaba en la puerta del colegio y me ponía en ridículo delante de quien hiciera falta, lo cual no contribuía en absoluto a mejorar el tormento que ya vivía cada día en clase. Otras veces mi madre lo llamaba para que cuidase de mí mientras ellos iban a cenar fuera, ella y mi tía pensaban que confiarle aquel tipo de responsabilidades le vendría bien a aquel chulo rebelde, y en esos ratos él aprovechaba para inventarse mil formas de putearme. Era todo un personaje, y yo lo odiaba. Lo odiaba a muerte.

Cuando caí en aquella depresión dejé de verlo completamente, y a lo largo de aquel año en el que me empezaba a recuperar y a tratar de levantar cabeza intenté evitarlo por todos los medios. Me las ingenié incluso para evitar la cena de despedida que celebró mi madre en nuestra casa unos días antes de mudarnos, así que llevábamos sin vernos casi cuatro años, desde octubre de 2005. Después nos trasladamos y hasta hoy no lo había vuelto a ver.

Joder. Y ahora con su inminente llegada volvía a mi cabeza todo lo peor de aquellos años de suplicio en aquel puto colegio. Todos mis fantasmas. Todos mis demonios. Todo. Esperaba al menos que Claudio hubiese madurado un poco, ahora debería tener unos 24 ó 25 años, y por otro lado yo ya no era aquel chaval escuchimizado, asustadizo y encerrado en sí mismo. Ahora estaba dispuesto a poner a aquel hijo de puta en su sitio si hacía falta.

Me levanté de un salto de la cama, una mano aún sujetando el móvil y la otra chorreando de semen de mi última corrida. Tenía la mala costumbre de magrearme el cipote de forma totalmente mecánica mientras hablaba por teléfono lo mismo que a otros les da por pintar garabatos, y con la megacorrida de aquel sueño de hacía unos minutos me había pringado la mano casi hasta la mitad del antebrazo. Me disponía a meterme en el cuarto de baño para darme una ducha y quizás volver a cascármela un rato ya que a pesar de todo seguía bastante cachondo por aquel sueño, cuando empezó a sonar el timbre como si quien lo estuviera tocando quisiese echar la casa abajo. Y por supuesto supe sin ninguna duda que se trataba del cabrón de mi primo. ¿Pero joder, qué hora era? Miré el reloj y vi que ni siquiera eran las nueve de la mañana. Claudio debía haber llamado a mi madre la noche de antes a las tantas de la madrugada mientras conducía desde Navarra para decirle que venía de camino, lo cual para mí equivalía totalmente a no haber avisado.

-Me cago en la puta, joder, ¡Me cago en todo ya, hostias!

Le pegué una patada con todas mis fuerzas a la pata de la cama pero estando descalzo como estaba me hice un daño de la hostia en el dedo meñique.

-¡Arrgghhhh! ¡Cojones!

Cojeando, agarré una camiseta que había tirada en el suelo y que me había puesto el día anterior y me limpié como pude la mano llena de lefa. El timbre seguía sonando de una forma atronadora y temí que Sonia se levantara y fuera a abrirle a aquel hijo de puta, temblaba nada más que de pensar la burrada que podía soltarle cuando ella le abriera medio en pijama y con aquel par de tetas que tenía, así que me coloqué corriendo la camiseta por encima, cogí mis shorts también del suelo, arrugados y hechos una bola, los sacudí un poco y me los puse, dejándome debajo aquel calzoncillo chorreante de esperma y sudor para salir cagando leches del cuarto sin ponerme siquiera unas zapatillas, con la auténtica sensación  de haberme meado encima.

Bajé a trompicones las escaleras que daban directamente al salón mientras al muy cabrón, que como digo ya no tenía duda alguna de que era mi primo, se le había quedado ahora el dedo completamente pegado al timbre y un desagradable zumbido ensordecedor sonaba en el salón sin acabar de dar el timbrazo.

-¡Joder! ¡Para ya, hostias! –grité mientras ponía mi mano en el pomo y abría la puerta con un tirón que casi la hizo saltar de sus bisagras.

Efectivamente. Allí delante de mí con una pose de chulazo y cabrón engreído estaba mi primo Claudio aunque al principio casi no lo reconocí después de todo aquel tiempo. No era mucho más alto que yo aunque estaba un poco más fuerte que la última vez que lo vi, calculé que podríamos pesar prácticamente lo mismo. Llevaba unos shorts de deporte azul marino y una camiseta blanca con las mangas bastante cortas que dejaban ver un par de brazos bien formados, con unos marcados bíceps y unos antebrazos también musculados y cubiertos de un suave vello oscuro. Tenía el pelo y la cara chorreando de sudor, que se escurría por su fibrado cuello y le creaba una gran mancha en la parte frontal de la camiseta. Sus patillas, joder sus patillas. Me fliparon nada más verlas, y eso que yo creía que las mías estaban guapas, pero éstas eran una auténtica pasada, pobladas y muy oscuras como su cabello, le llegaban casi hasta el ángulo inferior de la mandíbula curvándose ligeramente hacia delante y le daban un aspecto aún más interesante a su cara, ayudadas por aquella sombra de barba que tenía pinta de rascar como mil demonios. Tenía el pelo ni muy largo ni muy corto, y peinado ligeramente hacia delante y hacia el centro, como un adolescente gamberrete a pesar de sus casi veinticinco tacos. La nariz ligeramente afilada y unos labios bastante gruesos que se curvaban en una sonrisa de autosuficiencia enseñando apenas aquellos dientes perfectos. Con una mano se apoyaba en el marco de la puerta tensando los músculos de su brazo y con la otra apretaba el timbre aún sin soltarlo, mirando hacia arriba con aire distraído como si no me hubiera visto abrir aquella puerta. El zumbido del timbre seguía sonando pero él tardó cinco largos segundos en bajar lentamente la cabeza con aquella chulería y mirarme fijamente con aquellos ojos grandes y tan oscuros que apenas se veía la diferencia entre la pupila y el iris. Aquellos ojos algo achinados que fueron casi los únicos que me indicaron que aquel era mi primo Claudio. Y cuando lo hizo, la sonrisa se le borró de su cara de un plumazo y quitó el dedo del timbre como si le hubiese soltado una descarga de diez mil voltios, casi dando un salto hacia atrás. Volvió a mirar hacia arriba pero esta vez con cara de confusión, sin ningún atisbo de chulería en su gesto, como tratando de comprobar que no se había equivocado de casa. Sin duda no me había reconocido, pero entonces decidí que era el momento de darle un poco de caña al chulazo.

-Qué quiere –le dije, tratándole de usted para confundirlo aún más.

-Ehmmm… -Claudio seguía mirando hacia arriba, no sé qué cojones estaría buscando porque el número de nuestro chalet estaba en la verja de fuera-. Estoy buscando a… me parece que me he confundido de casa

-Sí, a mí también me lo parece –dije intentando poner cara de mala hostia, lo cual no me resultó muy difícil pues su voz y su acento sí que no habían cambiado ni un pelo y a medida que lo oía hablar volvían a mi mente todas las putadas que me había hecho, y con ellas el infierno de mi antigua vida en Navarra.

-Esto… disculpa tío, ¿eh? Lo siento colega, hasta otra.

Y diciendo esto agarró las dos maletas que descansaban a ambos lados de aquellas velludas piernas que casi hacían reventar su pantalón de deporte por mitad del muslo y se giró dispuesto a recorrer el camino de piedra que bordeaba el estanque artificial para salir del jardín hacia la calle. Odiándolo como lo odiaba estuve a punto de dejarlo irse con la esperanza de que no volviera, que se largara a casa de su puta novia donde coño estuviese. Pero sabía que aquello no funcionaría.

-Joder primo, sigues igual de capullo que siempre, anda pasa gilipollas.

Claudio se giró de nuevo con las cejas arqueadas en un gesto de sorpresa que me hubiera gustado inmortalizar para la posteridad.

-¿Antonio?

-Venga cojones, trae para acá una maleta –me acerqué con cara de fastidio, aunque en el fondo estaba empezando a divertirme.

Claudio empezó a sonreír y de repente hizo algo que me cogió totalmente desprevenido, dejó sus maletas y se acercó, me agarró dándome un enorme abrazo y empezó a pegarme palmadas en la espalda, dejándome casi sin respiración.

-¡Joder primo! ¡Me cago en la puta hostia! ¡Que no te había conocido tío! ¿Pero qué te han dado de comer estos años pedazo de mamón? ¡La Virgen Santísima chaval! ¡Si estás hecho un toro! –me retiró para volver a contemplarme pero sin soltar mis hombros, y luego soltó una carcajada que le salió del alma mientras volvía a agarrarme y llevarme hacia él, apretándome contra su sudoroso cuerpo, podía notar su patilla derecha y su barba arañándome el cuello y la oreja.

Aquella sincera efusividad y aquel abrazo tan inesperado, no sé cómo cojones ni por qué pero me hicieron olvidar de repente casi por completo el calvario que aquel hijo de puta me había hecho pasar durante aquellos años. Al menos eso me pareció en aquel momento, aunque supongo que en realidad en mi interior tenía marcas que tardarían mucho en borrarse. Con lo que no contaba era con que su asfixiante abrazo y el olor que despedían su piel y su ropa mezclado con el agradable aroma de su desodorante me pusieran la polla tan sumamente dura. Me liberé de su abrazo no sin esfuerzo y le sonreí yo también.

-¡Quita maricón! –le solté mientras lo apartaba de mí- joder lo sobón que te has vuelto desde que no nos vemos ¿no primo?- y diciendo esto me agaché intentando disimular aquella erección y cogí una maleta para girarme y volver a entrar en la casa-. Anda, que te ayudo. ¿Vienes, o te vas a quedar ahí todo el día diciendo mariconadas?

-Joder primo, ¡que es que no me lo creo! –Claudio había agarrado la otra maleta y me seguía a través de la puerta de entrada con una sonrisa de oreja a oreja- y yo que me esperaba encontrar al tirillas de mi primo Antonio y me encuentro al bicharraco este que parece el puto clon de mi personal trainer –y diciendo esto me dio un fuerte palmetazo en el culo con la mano izquierda, la que no tenía ocupada por la maleta. Mi polla dio un respingo-. ¡Hostias primo, que culo más prieto cabrón!

-Serás hijoputa. Si ya te digo yo que estás hecho un mariconazo, ¿Y ahora tienes ‘personal trainer’ y todo? –le dije sin volverme a mirarlo, intentando picarlo.

Mi primo estaba disfrutando de todo aquello como un crío pequeño con un juguete nuevo. El hecho de escuchar aquellos comentarios saliendo de mi boca y ver el cambio que se había producido en mi físico y en mi actitud le había impactado muy positivamente, y supe que en su escala de valores había subido a los primeros puestos de un solo golpe. Y lo cierto es que aquello me gustó, a pesar de odiarme a mí mismo en el fondo por seguir teniendo aquellas reminiscencias de un pasado en el que lo único que me importaba era ser aceptado por los demás.

-Primo… ¡vengo meándome vivo! –me informó con urgencia-. Cuando estaba ya aparcando el coche creía que me iba a reventar algo por dentro. ¿Dónde cojones se mea en este palacio?

-Serás nenaza… pues no parece que te estuvieras meando tanto cuando he abierto la puerta y te he visto allí plantado con esa pose de chulo italiano que tienes, cabrón.

Mi primo volvió a reír abiertamente dejando ver su dentadura, blanca y perfectamente alineada. Ciertamente me lo estaba ganando por momentos con cada nueva chulería que salía por mi boca. Tres años con esa fingida actitud me habían hecho un pedazo de actor en aquel género y a veces pienso que en realidad a estas alturas ya sentía lo que decía, que aquello no era fingido en absoluto.

Llevé a mi primo a la planta de arriba y le conduje al que iba a ser su cuarto, había decidido mientras subíamos las escaleras que lo instalaría en el cuarto más alejado del de Sonia, y lo había hecho casi inconscientemente.

-¡Joder primo date prisa si no quieres que me mee aquí en esta puta alfombra tan cara que tenéis! ¡Cojones con los ricos!

-¡Shhhhh! Más bajo, joder, que hay gente durmiendo –dije volviendo la cabeza para mirarlo.

-Uuuh Antoñito… ya me ha dicho tu madre que estabas con una pibita ¿eh? –mientras decía esto me metió su mano entre mis piernas por detrás y me agarró suavemente los cojones por debajo a través del pantalón corto dándome un pequeño magreo. Aquello volvió a ponérmela dura como una roca en medio segundo.

-¡Para ya cabrón que vas a despertar a Sonia! –le susurré en voz baja pegándole un codazo hacia atrás en las costillas y moviendo la cadera para zafarme de su agarre.

-¡Tío! Joder, yo me estaré meando ¡pero tú ya te has meado del todo! -Claudio había notado toda la humedad en mis calzoncillos a través de mis shorts y se olía la mano extrañado tratando de identificar qué cojones era aquello que había mojado ligeramente sus dedos-. Tío, ¡hueles a polla que echas para atrás cabrón! –dijo mientras seguía pasándose sus dedos por las narices, casi parecía que lo estuviese disfrutando.

-Si… será porque el cabronazo de mi primo el italiano me ha sacado de la cama porque se le ha quedado el puto dedo enchufado en el timbre y no me ha dado tiempo ni a cambiarme los calzoncillos sudados de toda la puta noche.

Claudio se descojonó con una carcajada sincera ante aquella revelación y se acercó más a mí por detrás mientras avanzábamos por el pasillo, pasó su brazo izquierdo por mis hombros y lo cerró por delante de mi cuello acercándome más a él mientras reía.

-Te quiero tío –y me dio un sonoro beso en plena cabeza-. No sabes lo que me hubiera gustado que nos llevásemos bien en Navarra. Pero tío es que eras un puto pringado joder. ¿Qué cojones te han hecho los andaluces que eres otra persona?

Estuve tentado de decirle que no habían sido los andaluces los que me habían transformado, que habían sido él y todos los hijos de puta de su calaña, pero me contuve, aquello no me llevaría a ningún sitio. Y aparte de eso, aquel beso en plena cocorota me había dejado un poco descolocado y casi sin poder hablar. Aquello era casi surrealista, joder. El hijoputa de mi primo tratándome como al más querido de sus colegas.

-anda mariconazo… entra ya en el cuarto y suelta esa meada de una puta vez -y abriendo la puerta de su dormitorio le dejé pasar, para después seguirle y meter las maletas, la que yo llevaba y la que él había dejado en el pasillo con la urgencia de estar reventándole la vejiga.

-¿Aquí en mitad de la habitación? –dijo Claudio mirando alrededor extrañado y empezando a desatarse el cordón del pantalón corto. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que era capaz de echar una meada allí en medio sin pensárselo dos veces.

-No seas cerdo, gilipollas, en el váter –y señalé con la cabeza una puerta cerrada que daba al baño interior que tenían todas las habitaciones del chalet, mientras soltaba las maletas en el suelo, al lado de la enorme cama de matrimonio en mitad de la habitación. Claudio miró la puerta del baño y luego a mí, dando un silbido de admiración.

-Joder qué cabrones, menudo nivel, hostias. Eres un puto niño de papá –y riendo con chulería se metió en el baño dejando la puerta totalmente abierta, se sacó el cipote, se pegó un fuerte tirón de la piel para liberar su cabeza  y empezó a echar la meada de su vida-. Por cierto, me dijo mi madre que tu… padre, anda por el pueblo ¿no? Con su… familia, ¿no? –soltó una pequeña risa maliciosa.

Ese comentario, que indicaba que mi primo conocía sin duda al dedillo la verdadera historia de mis padres me pasó casi desapercibido porque desde mi posición comencé a ver perfectamente aquel chorro brillante que producía un ruido atronador al caer al agua del inodoro. Su brazo derecho se apoyaba en las teselas de la pared del baño formando un musculado ángulo con los dorsales de su espalda, y con la mano izquierda se agarraba aquel instrumento que, aún de lejos y en reposo parecía tener un calibre tremendo. Claudio echaba su cabeza hacia atrás poco a poco a medida que meaba, el cabrón estaba en éxtasis, los ojos completamente cerrados, sonriendo y con los labios ligeramente abiertos, casi podía oír el pequeño jadeo de placer que se iba escapando por su boca al mismo tiempo que expulsaba todo el líquido que le comprimía la vejiga a mala hostia.

Me quedé medio embobado mirando la escena y un intenso cosquilleo me erizó la piel de los cojones, mientras mi polla luchaba por salirse de aquel húmedo calzoncillo. Mientras volvía su cabeza hacia delante con una sonrisa de satisfacción y empezaba a sacudirse el cipote con violencia para escurrir las últimas gotas de aquella descomunal meada me di la vuelta y me acoplé el paquete aprisionándolo con el elástico, volví a colocarme bien el pantalón atando bien fuerte el cordón y puse por encima la camiseta, todo ello tratando de disimular mi erección. Joder, nunca había mirado a un tío que no fuese Juan de aquella forma, y en cierta manera era como si estuviese redescubriendo aquellos sentimientos tan prohibidos y que tan culpable me habían hecho sentir en el pasado.

-¡Me cago en la puta que a gusto me he quedado! –la voz de Claudio llegaba atronadora desde el baño, parecía haber vuelto a olvidar que Sonia aún estaba durmiendo. Me di la vuelta de nuevo con la polla bien asegurada en aquella nueva posición y lo que vi me dejo perplejo. Claudio seguía en el baño pero se había quitado las zapatillas, los calcetines, la camiseta y los pantalones cortos de deporte y ahora estaba tratando de deshacerse de sus gayumbos blancos, los tenía por la mitad de las rodillas y estaba agachado de espaldas a mí, podía ver aquellas piernas duras como columnas y llenas de vello negro, aquel culazo de infarto, y aquellas nalgas casi sin un solo pelo y de una blancura inmaculada, mucho mayor que la del resto de su piel que ya de por sí era bastante clara a pesar de ser tan moreno de pelo. En esta blancura prístina destacaba sin necesidad de fijarse demasiado una ensortijada mata de pelos negros que poblaba únicamente la raja de su culo como una puñetera selva y que se hacía mucho más obvia al tener sus nalgas casi peladas. El vello de las piernas le comenzaba a nacer a partir de la parte inferior de sus cachetes. Casi me corro de gusto con aquella visión, pero no tuve que esperar ni tres segundos para admirar otra mucho mejor porque una vez se había quitado el sudado slip y lo había tirado a una esquina junto al inodoro como si estuviera en su propia casa, salió del baño como si tal cosa dirigiéndose hacia su maleta, su polla bamboleándose libremente mientras caminaba hacia mí.

-Tío, no te importará que me dé un duchazo antes de desayunar algo ¿no? Joder es que vengo muerto, se me ha roto el aire acondicionado del coche y las he pasado putas de Toledo para abajo. ¿Qué cojones pasa aquí con estos putos calores, macho?

-Pues… –acerté a decir tratando de no sonar muy afectado por aquella visión- tío, haz lo que quieras, estás en tu puta casa- dije finalmente.

Se había agachado a abrir la maleta para coger una muda de ropa justo a mi lado y mientras tanto yo fui a cerrar la puerta del dormitorio que seguía medio abierta, para correr después el cerrojo. Claudio me miró al oír el sonido del pestillo y sonrió con malicia.

-Qué pasa, ¿me vas a violar ahora pedazo de mamón? –dijo entre risas.

-No gilipollas. Es que eres tan cerdo que no te has dado cuenta de que mi novia puede entrar en cualquier momento y verte en pelota picada. Y la verdad es que no me entusiasma demasiado.

-Joder tío, ¿y crees que no le habría molado lo que hubiese visto? –dijo levantándose muy lentamente con unos calzoncillos limpios en una mano y su cipote que estaba algo morcillón o bien que era así de grueso  en la otra, mientras lo sacudía de arriba abajo acercándose a mí muy despacio con mirada lasciva, muy teatralmente. Me quedé quieto mirándole a los ojos, pensando que el Antonio que él conocía se habría apartado sin dudarlo un instante, y por supuesto no quería que aquel Antonio saliera a la superficie después de tantos años encerrado dentro de mí. Casi sin querer me fijé en sus pezones, muy oscuros en su blanca piel, estaban totalmente erectos, joder, duros como rocas, supuse que por el aire acondicionado, aunque la simple idea de que Claudio pudiera estar disfrutando de aquella situación tanto como yo me lanzó tal latigazo a la punta del rabo que creí que me correría allí mismo en sus narices sin poder hacer nada por evitarlo. Una gota de sudor me bajó rodando por el cuello y se estrelló con mi camiseta. Claudio empezó a sonreír socarronamente y cuando estaba a tan pocos centímetros de mí que casi podía oler sus sudados cojones comenzó a pegarme pollazos en una pierna.

-¡Chaf!¡ Chaf!¡ Chaf! –empezó a gritar mientras se partía de risa con cada pollazo que me daba, mirándose el cipote y con las rodillas ligeramente flexionadas y la espalda encorvada hacia delante. Parecía un crío jugando con sus superhéroes articulados soltando aquellos ruidos por su boca, sólo que él estaba jugando con algo mucho mayor y que además iba creciendo por segundos a cada golpetazo que daba contra mi pierna.

En cinco o seis pollazos más Claudio tenía aquel enorme y venoso cipote en todo su esplendor y a medio descapullar, creí incluso ver un ligero brillo en la punta. Seguía agarrándolo por su base y golpeándolo contra mi pantalón mientras se descojonaba de la risa y vi que estaba tan empalmado y que la tenía tan dura que pensé que se correría encima de mí como siguiera dándome aquellos pollazos, el cabrón debía llevar bastantes días sin descargar aquellos enormes e hinchados cojones. La blancura de su piel en contraste con su abundante y oscura mata de vello púbico hizo que mi polla diese otro fuerte latigazo contra mi anterior corrida, que aún continuaba bastante húmeda. Aquel enorme rabo tan blanco saliendo de aquella negra espesura con sus azuladas venas surcándolo de arriba abajo me estaba poniendo malo y a punto de empezar a repartir crema para rellenar los bollos de una pastelería entera.

-Madura un poco chaval –dije intentando aparentar una completa indiferencia, y dándome la vuelta me dirigí hacia la puerta del dormitorio.

Me siguió un poco y me dio un par de pollazos más en las nalgas sobre mis pantalones, seguía riendo sin control y soltando aquellos ‘chaf’ ‘chaf’, uno por pollazo, y cada vez le costaba más atinar con su polla en mis cachetes debido a sus carcajadas. Quité el cerrojo y abrí la puerta sólo un poco, mirando al pasillo por si estaba Sonia rondando por allí, y me di la vuelta de nuevo volviendo a cerrar la puerta. Claudio había dejado de darme golpes con su rabo y ahora estaba encorvado hacia delante con los brazos agarrándose la barriga y descojonándose de risa mientras su polla totalmente tiesa se movía descontroladamente con cada sacudida que sus risotadas le propinaban.

-Joder Claudio, que eres ya muy viejo, hombre, para hacer tanta chorrada. Te voy a decir una cosa, nada de nudismos ni naturalismos ni guarradas de esta puerta para fuera, que Sonia es muy sensible. ¿Te ha quedado bien claro, capullo?

Claudio asentía con la cabeza mientras reía, ya se estaba serenando un poco pero aún tenía los ojos apretados de la risa y dos lágrimas le corrían por las mejillas.

-Joder tío. ¡Joder! –acertó a decir entre jadeos y risas-. ¡Mira lo dura que se me ha puesto, cabrón! ¡Me va a reventar, coño! –y volvía a reír apretando los ojos.

Se agarraba el cipote y se tiraba hacia atrás del pellejo, ahora sí estaba seguro de que una gota de líquido preseminal se había escapado del agujero de su polla y le colgaba un par de centímetros balanceándose por efecto de su risa. Se agarró los cojones con la otra mano y se dio un buen magreo, rodeándolos después por su base con los dedos índice y pulgar formando un anillo y apretándoselos fuerte para que parecieran aún más hinchados de lo que ya estaban. Mientras apagaba su risa ya casi por completo, se aprisionó un poco más aquellos huevos y una nueva oleada de precum hizo que la gota que ya colgaba cayera al suelo y un fino hilo quedara adherido a la punta de aquella tranca. Volvió a subir y bajar el pellejo unas cuantas veces y me miró con los ojos muy abiertos y las cejas arqueadas. Había parado de reír totalmente.

-¿Quieres chupármela? –dijo muy serio.

Jamás se la había mamado a ningún tío, ni siquiera me había planteado hacérselo a Juan, pero su tono había sido tan solemne que posiblemente me habría puesto allí mismo de rodillas y habría comenzado a comerle el rabo sin ningún tipo de pudor si no hubiera sido porque al momento comenzó de nuevo a partirse de la risa. Y yo no sabía qué cojones me estaba pasando, aquel cabrón me tenía como hipnotizado y de repente me entró un súbito pánico de no poder controlar aquello que se estaba despertando dentro de mí. Supe que si no salía de allí en aquel mismo instante iba a hacer alguna tontería. Sacudí levemente la cabeza y me dirigí a la puerta del dormitorio.

-Joder tío, estás muy mal –dije abriendo de nuevo la puerta y saliendo al pasillo-. Cuando acabes de ducharte baja al salón que voy a hacer café, capullo –le informé antes de cerrar la puerta y dirigirme hacia mi habitación.

Me pensaba dar una ducha para quitarme toda aquella costra reseca de saliva y de todo el semen de mis corridas anteriores, pero sobre todo me había entrado una urgencia casi irracional por cogerme el cipote y pajeármelo frenéticamente, estaba seguro que no tardaría ni dos segundos en correrme de lo cachondo que el hijo de puta de mi primo me había puesto en aquel dormitorio. Aquella idea me golpeó como un martillazo en la cabeza y durante una pequeña fracción de segundo me sentí culpable, culpable de haberme excitado de aquella forma tan brutal, culpable de que aquellos pensamientos cruzasen siquiera por mi mente. Pensé en Juan, pensé en Sonia y pensé en mí. ¿Qué coño me estaba pasando? Sabía que la llegada de Claudio me iba a traer muchos problemas, pero no imaginaba que fuesen a ser de aquel tipo. Casi a la carrera entré en mi habitación y cerré la puerta, me deshice de toda la ropa, y me lancé un enorme salivazo en la mano para después agarrarme el rabo que estaba casi a punto de estallar y con los ojos fuertemente cerrados comenzar un pajote de vértigo que terminó diez segundos después con varios trallazos bien cargados de leche que fueron a parar a mis sábanas arrugadas. Mis cojones se habían vaciado por tercera vez en esa mañana y casi me sorprendió que aún quedara aquella descomunal cantidad de esperma en su interior.

Una vez libre del calentón y con la mente fría y serena me senté sobre la cama y me dejé caer hacia atrás, con la polla medio empalmada apoyada en mi pierna izquierda. Cerré los ojos y me tapé la cara con las manos. Me sacudió una extraña sensación de vacío, casi de tristeza.

Aquella visita inesperada no empezaba con buen pie.