Los 16 latigazos (7: La cena)

Y qué tal, ¿te está… gustando? –dijo acentuando la última palabra con un tono casi erótico, aunque quizás fue simplemente mi percepción de la situación ya que no vi que nadie notase nada raro en su voz...

LOS 16 LATIGAZOS (7). LA CENA

Salí de aquella casa como un autómata. No recuerdo haber andado el camino de vuelta a casa de Pilar, mi mente no estaba allí, eso seguro. El dolor de cabeza había vuelto con más fuerza, si es que alguna vez se había marchado, y seguía notando una extraña e incómoda sensación en el culo. Habían pasado ya más de diez minutos desde que Antonio colocará en mi interior aquel siniestro juguetito japonés pero el jodido cacharro seguía tan frío como un témpano de hielo, ¿cómo era posible que el calor de mi cuerpo aún no lo hubiese calentado? La pequeña cadena de seguridad que sobresalía por el ojete seguía igual de fría y a cada paso que daba se enredaba con los pelos de mis pelotas, provocándome pequeños latigazos y una media erección que trataba de acomodar como podía. Volví a sentir la necesidad de follarme a aquel chulazo y borrarle de la cara ese aire de superioridad. Cuando sintiera mi polla taladrarle sin piedad se le iban a quitar las ganas de jueguecitos, y quién sabe, a lo mejor era entonces yo el que empezaba a someterlo a mis caprichos.

Joder, ¿pero qué estaba pensando? Borre de un plumazo estas ideas de mi mente, y volví a pensar en Pilar. En su culo, en aquellas piernas kilométricas. En la primera vez que conseguí apretar una de sus tetas lo suficiente como para hacerle asomar por su sujetador un pezón perfecto y totalmente erecto y en la hostia que me llevé dos segundos después. El recuerdo me hizo sonreír, y sentí un latigazo y un trallazo de líquido preseminal manchando el slip de Antonio. Sentir aquellos latigazos en mi cipote con el ‘Tomodachi’ totalmente acoplado en mi culo y con el rabo enfundado en un slip ajeno era una extraña sensación que a mi pesar encontré de lo más excitante.

Mientras caminaba hacia casa de Pilar bajo el intenso sol del medio día mi mente volvía sin querer una y otra vez a aquel baño, aquellos grifos, aquello que Antonio me había hecho, y cómo no, al curioso objeto de metal que sentía en mi interior a cada paso que daba. Intentaba imaginar su utilidad, lo cual no me resultaba muy difícil, aquello era un puto vibrador, un consolador como los que había visto miles de veces en las revistas llenas de tías en bolas que mi colega Alberto llevaba a veces al colegio a escondidas. En las pelis que nos habíamos tragado en casa de Luis con aquellas tías siliconadas de tetas desproporcionadas y aquellos tíos con pollas como camiones metiendo aquellos enormes cacharros de plástico en húmedos y palpitantes coños y en sus correspondientes y cerrados ojetes, tías que se enculaban mutuamente entre ellas con inmensos rabos de latex negro chorreantes de lubricante y muchas más variantes de todo lo anterior. Pero algo me decía que el ‘Tomodachi’ no tenía nada que ver con aquellos consoladores de plástico barato. Conociendo a Antonio y el nivel de vida que parecía llevar su familia, aquel invento nipón tenía que ser algo mucho más especial. Y también mucho más perverso. Para empezar era de metal, no sé de qué puto metal o aleación estaría hecho porque aquello no se calentaba ni harto de hostias. Por otro lado era inusualmente pequeño para ser un consolador de esos, como mucho tenía el tamaño de un supositorio bastante grande, en verdad ni me habría enterado de que me lo estaban colando por el ojete si no hubiese sido por aquel incómodo frio. Y por último, aquello… ¡sonaba! Sí, joder, sonaba. Lo había oído varias veces mientras Antonio me trabajaba el culo para introducirlo. Pitidos de diferentes intensidades, a veces habían sido más largos, otras más fuertes. Casi sentía que lo que llevaba allí acoplado era una consola PSP en miniatura de contrabando, y me acordé de aquella película en la que se metían todo tipo de droga por el culo para pasar la aduana.

El caso es que aquel cacharro daba la impresión de estar…  en fin, la idea hizo que un escalofrío me recorriera la espalda, pero sí, de estar ‘vivo’. Y si era cierto lo que me había dicho Antonio sobre el sensor que el artilugio tenía para medir la temperatura y otras muchas cosas y no se estaba marcando un farol, aquel cacharro era cuando menos un minúsculo laboratorio portátil en miniatura. Un pequeño robot por así decirlo, y en ese momento hubiese preferido tener acoplado en el culo un pollón de silicona como los de las pelis porno del padre de Luis. Al menos hubiese sabido lo que llevaba dentro. Algo en mi interior me decía que lo más inocente que aquel artefacto oriental de metal sabía hacer era ponerse a vibrar. Y  no tardaría en descubrir cuánta razón tenía.

Cuando llegué a casa de Pilar, algo pasadas las tres de la tarde, Sonia se estaba despidiendo de mi novia en la puerta de su casa. Al verme llegar me sonrió con aquella sonrisa que derretía los casquetes polares.

-Qué tal, ¿cómo lo habéis pasado? –joder que buenísima que estaba la cabrona con aquella camiseta tan ajustada y el tirante rojo luchando por salírsele. Tenía un ‘naughty’ encima de cada una de sus tetas y el ‘Girl’ aparecía en grande sobre su abdomen.

-Ehmm. Bien. Si, bien –afirmé mientras una oleada de calor subía a mi cara, tratando de parecer convincente, rezando por que no se notara aquel intenso rubor. Ni aquella maldita erección.

-Ya, me imagino. Habéis descargado muchas tensiones ¿no?

-¿Cómo dices? –casi me atraganté al oír sus palabras

-Que si habéis soltado ya toda la adrenalina matando bicharracos de esos del futuro –dijo riendo.

-Ah, sí. Claro. Ha sido bestial –dije un poco más calmado. Y no mentía, aquello que había ocurrido en casa de Antonio había sido la puta hostia. Brutal.

-En fin –volvió la cabeza hacia Pilar y le dio dos besos para despedirse-. Esta tarde os veo un rato en la playa –y se alejó con sus pantalones cortos meneando caderas y luciendo aquellas pedazo de piernas de infarto.

-Anda, entra, que tienes muy mala cara –me dijo Pilar mientras me miraba tratando de analizar qué coño era lo que me pasaba- ¿Te ocurre algo?

-Nada. Este calor, que me está matando.

-¿Y esa ropa?

-¿Esta? –me estaba volviendo un puto mentiroso y los embustes cada vez me salían con mayor facilidad-. Nada, el graciosillo de Antonio que me ha tirado a la piscina vestido y me ha tenido que dejar esto.

-Venga vamos para dentro que hace un calor infernal –y diciendo esto se dio media vuelta y ambos nos metimos en el agradable fresco del aire acondicionado.

Pasé todo el día entre el salón y el dormitorio, sentado en el sofá rojo o tumbado en la cama, excusándome ante Pilar y sus padres como podía. Apenas probaría un poco de ensalada en la comida, les dije que no me encontraba bien debido a las quemaduras del día anterior en la playa y que la cabeza me iba a estallar, quizás por aquella insolación, que no había sido tan ligera y que ahora me pasaba factura. La madre de Pilar se empeñó en llevarme al centro sanitario del pueblo pero me negué rotundamente, haciéndoles ver que mi estado no era tan grave, lo último que quería era que en un reconocimiento descubrieran aquella extraña y fría cadena saliendo de la raja de mi culo. Preferiría que me tragase la tierra joder. En uno de los momentos en que Pilar ayudaba a su madre a preparar la comida, Andrés apareció en el salón y se sentó a mi lado en el sofá. Lanzando una breve mirada hacia la puerta de la cocina, que daba directamente al salón en dos alturas, puso su mano sobre mi rodilla.

-¿Te pasa algo chaval? –dijo con un tono de voz algo preocupado.

Instintivamente retiré un poco mi cuerpo de su lado. Andrés siguió con la mano en mi rodilla, en una actitud más paternal que sexual.

-No Andrés, estoy bien, gracias.

-Esto… ¿no te habré hecho daño… ahí abajo, no?

Aquellas palabras me hicieron gracia, ahora a la luz del día Andrés se había vuelto tímido de repente. Traté de hacer mentalmente una lista con todas las palabrotas y guarradas que había soltado por su boca mientras me follaba con todas sus ganas la noche anterior.

-No. Estoy bien, en serio.

Su mano subió un poco más en dirección a mi polla pero se detuvo casi al final. Tan sólo su dedo meñique rozaba mi cipote ligeramente a través de los pantalones cortos que Antonio me había prestado.

-Me alegro. Estaba un poco preocupado. Ya sabes, por

-Sí, no te preocupes. Estoy perfectamente.

Su mano estaba totalmente quieta sobre mi pierna pero su dedo meñique comenzó a subir y bajar con fuerza sobre mi polla, provocando un ligero cosquilleo en mis pelotas y volviendo a hacer que el rabo se me pusiese duro como nunca.

-De acuerdo, pero si te pasa algo… pues eso, dímelo sin problema.

-Lo… haré –dije jadeando un poco mientras miraba hacia la cocina de reojo y comenzaba a respirar más agitadamente.

Aquel pequeño jadeo hizo que Andrés se armase de valor y diese un paso más, introduciendo su mano por el elástico de mi pantalón y mi calzoncillo, sobando ahora directamente mi rabo totalmente empalmado. Agarraba el extremo y tiraba hacia atrás de la piel, descapullándome la cabeza y subiendo y bajando suavemente el pellejo. Puse una mano sobre mis pantalones, agarrando su mano a través de ellos, frenando sus movimientos, y dirigiendo su mano hacia arriba. No quería que bajara tanto hacia mis huevos que se encontrase con el frío de la cadena del ‘Tomodachi’. Andrés lo interpretó como un intento de querer dirigir personalmente la paja que me estaba haciendo así que se dejó llevar, sonriendo con malicia, pero al ver que lo que yo intentaba era quitar su mano de mis genitales, volvió a bajarla con más fuerza, continuando con aquel soberano pajote.

Eché la cabeza hacia atrás y comencé a jadear entrecortadamente mientras Andrés aceleraba el movimiento, y en pocos segundos llené su mano de semen por completo. Quedó allí unos momentos con mi cipote lentamente deshinchándose entre sus dedos, y finalmente sacó la mano y la introdujo en su calzoncillo, limpiándose mi corrida con la tela mientras me miraba con una sonrisa. Se levantó y se sentó en el sillón donde yo había estado unas horas antes y me dejó allí casi sin fuerzas. Aquella había sido la paja más breve de toda la historia del onanismo por parejas, y supuse que el hecho de tener aquel artilugio metido en el culo me había hecho correrme más rápido de lo normal.

Que el padre de tu novia te la casque y se limpie tu corrida en sus calzoncillos a menos de diez metros de tu novia y de su mujer puede ser lo más fuerte que te pase en tu monótona y aburrida vida de estudiante mediocre, una sensación tan extrema, tan intensa que te haga volver a sentir la sangre corriendo por las venas. Pero lo cierto es que en mi caso aquello sólo fue un escalón más hacia el interior del pozo al que me dirigía de cabeza desde aquel lejano primer encuentro con Antonio en el vestuario del cole. Principalmente porque dicho suceso era una minucia comparado con la follada de la noche anterior, la droga en mi té, la enculada en la playa, el video de Antonio y aquel puto cacharro japonés hospedado en mi culo. Por ello no le di más importancia, me levanté tranquilamente y subí a la habitación para limpiarme un poco aquel desastre, me cambié de calzoncillos y de pantalón, y me lavé como pude sin llegar a mojarme por completo para no tentar a la suerte y que el maldito aparatito empezara a mandar mensajes al móvil del cabrón de Antonio a diestro y siniestro. Me sentía en cierta forma como si tuviera un puto espía alojado en el trasero, expectante y alerta, deseoso de que cometiese una infracción para contársela a su dueño inmediatamente.

Aquella pequeña cadena de metal estaba empezando a tomar una temperatura más acorde con la de mi cuerpo, al igual que el cacharro en sí, y la molestia era ya apenas perceptible. Estuve pensando en la cena de la noche y en los enrevesados planes que la enfermiza mente de Antonio me tendría preparados, y no se me ocurría ninguna forma de eludir aquella cena ni aquellos planes. Supuse que quedarme en casa sin ir al restaurante sería para Antonio igual que si me hubiese quitado el ‘Tomodachi’. Estaba cogido por los huevos, y bien fuerte además. El resto del día lo pasé tumbado en la cama, comí poco y me disculpé rápidamente para levantarme de la mesa y poder cabecear un rato en el dormitorio. Pilar y sus padres habían decidido ir a la playa por la tarde, pero yo no tenía ni puta gana de moverme de allí con aquel supositorio tamaño familiar alojado en mi ojete. Así que me acosté y me dispuse a dormir un rato y a olvidarme de todo.

El ‘Salado’ era un restaurante inmenso situado en un lugar privilegiado del paseo marítimo. Sus enormes ventanales y su gigantesco comedor tenían una panorámica increíble de la puesta de sol. Pilar y yo estábamos tomando un aperitivo en la barra mientras sus padres se habían sentado en la mesa, preparada para ocho, y bebían un vino joven mientras Ana hablaba por teléfono y Andrés se fumaba un cigarro mirando hacia el mar.

-¿Has hablado con Sonia después de que se fuera esta mañana? –le pregunté a Pilar en voz baja, acabábamos de quedarnos solos y no habíamos podido hablar en todo el día.

-No tío, al final no han ido a la playa, he estado toda la tarde con mis padres, oyendo a mi madre hablar por el móvil con siete amigas distintas. Mi padre tampoco ha sido una gran compañía, está muy raro y apenas me ha dirigido la palabra.

Sentí lástima por aquella última información y me pregunté si yo tendría la culpa.

-Me refiero a lo de los padres de Antonio, ¿sabes qué excusa va a poner cuando aparezcan sin ellos?

-Me imagino que cualquier excusa que se le haya ocurrido, Sonia dice que Antonio es un tío con muchos recursos.

-Sí. No lo dudo

Cuando Antonio y Sonia llegaron al restaurante, se acercaron a la barra a saludarnos y los cuatro nos dirigimos hacia la mesa de los padres de Pilar. Joder menuda pareja, parecían salidos directamente de una revista de H&M. Sonia estaba buena de cagarse, y cuando se arreglaba un poco aquello era el no va más de los novamases. Y Antonio, en fin, decir que un tío estaba bueno no iba mucho con mi forma de hablar ni de pensar, ni siquiera de sentir, pero el caso es que el cabrón me ponía a mil con sólo sentir su presencia, y eso sí era un hecho. Se había quitado el piercing de la ceja y se había afeitado la sombra de barba, arreglándose las patillas casi milimétricamente y acortándolas un poco, supuse que Sonia le habría advertido de lo conservadores que eran los padres de mi novia.

Ana había acabado de hablar por teléfono, y puso un gesto torcido cuando nos vio acercarnos. Antonio me pegó un manotazo  en el culo mientras nos dirigíamos hacia la mesa, y yo le di un codazo en las costillas que le hizo agacharse un poco.

-Te sientan de puta madre mis pantalones –dijo en un susurro. Sonia y Pilar iban delante de nosotros sorteando las mesas.

-Vete a tomar por culo –contesté sin mirar.

-Jajaja. No Juan, no me voy a ir a ningún sitio, voy a estar justo a tu lado. Te veo tenso, relájate hombre, verás qué cena más divertida.

La excusa de Antonio de por qué sus padres no habían podido ir a la cena fue de lo más pueril, su tía Rosa la hermana de su madre que vivía en el pueblo de al lado acababa de ser ingresada por no sé qué historia en la rodilla. Joder quién se traga eso. Hubiese apostado mis propias pelotas a que ni siquiera existía aquella tía Rosa y no me habría quedado estéril. Pero al parecer Ana y Andrés se la tragaron doblada, si bien Andrés parecía un poco incómodo cuando Antonio y Sonia aparecieron sin los padres de él. O quizás era por lo de la noche anterior, no lo sé. Yo me senté a la izquierda de Pilar y Antonio rápidamente ocupó el asiento a mi izquierda. Sonia se sentó entre Antonio y Andrés, y Ana entre su marido y su hija, dejando los dos sitios vacíos a su izquierda. Estuve tentado de cambiarle el sitio a Pilar para no tener al lado a Antonio pero me contuve, aquello hubiera parecido bastante raro.

Antonio sacó su móvil y lo colocó encima de la mesa,  un escalofrío me recorrió el cuerpo. El cabrón quería que supiera que él tenía el control de la situación, así que me miró y sonrió, me pasó el brazo por los hombros y me dio una sonora palmada en la espalda con un sincero y fraternal gesto. Sonia sonrió al ver aquel colegueo entre los dos.

El primer cuarto de hora de la cena transcurrió sin incidentes, al menos sin los incidentes que mi mente había pasado toda la tarde imaginando, pero justo cuando empezaba a relajarme y a pensar que la velada pasaría como otra cualquiera, Antonio habló en voz alta en un momento en que todos habían cesado sus conversaciones.

-Y dime, Juan, ¿es la primera vez que… que vienes a este pueblo? –lo dijo en una voz inusualmente alta, y me dio la impresión de que más que a mí había dirigido sus palabras hacia su móvil.

De repente algo se removió detrás de mi ojete y noté un leve zumbido mi interior. Miré a Antonio levantando las cejas. Un ligero calor me invadió las pelotas desde dentro y comencé a sentir una pequeña vibración. ¡Aquel hijo de puta acaba de activar su juguete mediante su voz! Un instantáneo chorreón de sudor me corrió por la sien.

-Juan, ¿estás bien? –Pilar me agarró el brazo al ver que no contestaba la pregunta de Antonio.

-Sí, lo siento, es que hoy estoy un poco despistado, entre el calor y… –miré de nuevo a Antonio- Sí Antonio, esta es la… primera vez.

-Y qué tal, ¿te está… gustando? –dijo acentuando la última palabra con un tono casi erótico, aunque quizás fue simplemente mi percepción de la situación ya que no vi que nadie notase nada raro en su voz.

-No está mal – respondí sin apartar mi mirada de la suya, casi desafiante.

El muy cabrón trataba de aplicar un doble sentido a sus frases, lo cual unido al zumbido del cacharro en mi culo me lanzaba pequeñas descargas al cipote, cada vez más duro bajo el pantalón.

-Me parece que no se lo está pasando demasiado bien –terció la puta de mi suegra con su cara de ardilla, mirándome con recelo.

-No, no, Ana, en serio, me está encantando esto, lo que ocurre es que soy muy bestia y el primer día me pasé con el sol –dije volviendo la vista hacia la madre de Pilar.

-Bueno hombre, y ¿qué tal tu segundo día? –Antonio usaba ahora ese tono de grabación robótica de empleada de Telefónica mientras giraba ligeramente su cabeza hacia su flamante móvil nuevo, pero al parecer sólo yo me di cuenta de ello.

Sentí un nuevo calor en el culo y me dio la impresión de que el cacharro se había puesto a girar sobre sí mismo, primero lentamente, para acelerar el movimiento poco a poco. Tenía la misma sensación del día anterior cuando Antonio giraba sus dedos en el interior de mi ojete. Mi polla pegó un ligero respingo y siguió aumentando su tamaño poco a poco. Antonio colocó su mano derecha por debajo del mantel encima de mi rodilla y ascendió un poco pero sin llegar a mi paquete.

-Puesss… regular, me he pasado el día durmiendo o tirado… en el sofá, tengo las piernas quemadas del… sol de ayer.

-Bueno esperemos que mañana estés mejor ¿eh? Habíamos pensado montarnos en la banana gigante.

-¿El… qué? –le pregunté arqueando las cejas.

-Uy tío, está genial, la vimos el otro día dando vueltas por la cala verde. Es un plátano enorme tirado por una lancha motora y la gente va montada en él con chalecos salvavidas –Sonia lo contaba entusiasmada mientras reía.

Antonio ya había comenzado aquel juego y no iba a parar. No hasta que consiguiera que me corriese en sus caros pantalones de vestir, aquellos que me había prestado unas horas antes, y además se había asegurado de que no llevaría calzoncillos para aquel acontecimiento. Mis suegros sonreían, al parecer Antonio les había caído de puta madre. Normal, aquel tío sabía actuar, y ahora estaba haciendo el papelazo de su vida.

–Sonia cariño, ¿te pido otro refresco? –volvió a lanzar sus palabras a su móvil. Comprendí que aquel cabronazo había programado el ‘Tomodachi’ para que se activara con ciertas palabras clave pronunciadas por su voz. No identifiqué en aquel momento ningún patrón de palabras, entre otras cosas porque estaba más pendiente de aquel siniestro aparato que removía mis entrañas que de Antonio, pero una nueva oleada de calor llegó irradiada desde el ‘Tomodachi’, y otra sensación más se añadió a las anteriores. Aquel cacharro estaba creciendo. Sí, joder, creciendo dentro de mí, ¡el puto artilugio se estaba literalmente empalmando dentro de mi culo!, no sé cómo ni qué puta tecnología del futuro habían usado los jodidos japoneses para fabricar aquel invento del demonio que parecía más cosa de ciencia ficción, pero pude notar cómo iba ocupando la totalidad de mi recto hasta alcanzar un tamaño que estimé superaba el de la polla de Andrés en algún que otro centímetro. La sensación de estar siendo penetrado  por un pollón japonés de dimensiones descomunales en mitad de un restaurante lleno de gente se apoderó de mí y lanzó una tremenda descarga a mi polla, que para entonces estaba totalmente tiesa y sin ninguna intención de encogerse, al menos a corto plazo. Me pregunté sin querer qué forma tendría el puto ‘Tomodachi’ si lo sacase ahora mismo de mi culo, si tendría forma de polla normal, o sería como un puñetero supositorio espacial gigante de reluciente metal con brillantes lucecitas a lo largo de toda su superficie.

Sudaba a grifo abierto por cada poro de mi cuerpo y me costaba trabajo tragar el salmón que me había pedido, a pesar de que aquel pescado estaba del quince, pero el pollazo nipón que me tenía ensartado como por arte de magia y de la tecnología punta me estaba dejando fuera de juego. Antonio me miraba de vez en cuando divertido, y acompañando una de estas miradas pude notar su pie restregándose por mi pierna izquierda, lo cual no ayudó nada a calmar mi descomunal erección. Debía haberse sacado el zapato con el otro pie y no paraba de subir y bajar acariciando mis pelos con sus dedos.

-Que comida más exquisita –dijo entonces con su voz melosa a mis suegros, arrancando una sonrisa de la cara de momia de Ana.

Aquellas palabras, de nuevo ligeramente enfocadas a su móvil, volvieron a activar otra de las funciones de su juguete. La punta del ‘Tomodachi’ comenzó a hurgar en busca de mi próstata, aquel cacharro debía tener sensores de todos los tipos, ultrasonidos, sensores térmicos, el puto aparato sabía exactamente dónde buscar, mi mente bullía con rapidez tratando de darle una explicación lógica a aquella tecnología, a aquel artilugio sexual que me estaba dando por el culo silenciosamente mientras sólo Antonio se percataba de mi estado, si bien Andrés parecía que había comenzado a notar algo extraño en mi comportamiento. El ‘Tomodachi’ debió encontrar el lugar exacto que estaba buscando porque comencé a notar una sensación que no había sentido en toda mi puta vida, una sensación de estar a punto de correrme pero sin llegar a eyacular. Aquello era una verdadera tortura, por un lado quería correrme y acabar con el martirio, pero por otro no deseaba dar un espectáculo, y además el juguete de Antonio parecía saber dónde y cómo masajear los puntos clave para mantenerme en ese estado a caballo entre el pajote y la corrida, era como un orgasmo continuo y perenne, pero un orgasmo sin fluidos. O mejor dicho sin semen, porque mi líquido preseminal sí que estaba haciendo un estropicio en el frontal de los pantalones, como pude ver cuando, entre respiraciones entrecortadas y pequeños jadeos que intentaba evitar de la mejor forma que podía, miré hacia abajo y comprobé aquellas manchas circulares de considerable tamaño haciéndose cada vez más grandes.

La punta de aquel cacharro, que ahora tenía una agradable temperatura algo superior a la de mi cuerpo, seguía con su masaje en el lugar preciso y con un ritmo invariable. No estoy seguro pero me pareció oír un agudo sonido saliendo de mi interior, y recé por que fuesen imaginaciones mías, lo único que me faltaba era ponerme allí a lanzar pitidos como una puta máquina tragaperras soltando el premio gordo. Cerré los ojos con fuerza y traté de relajar todo mi cuerpo, no quería correrme. No, no iba a correrme tan fácilmente, aquel cabrón no se saldría con la suya. La cena acabaría y todos nos iríamos de aquel restaurante, y entonces ya podía hartarse de gritarle a su móvil palabras sin sentido desde su puto Falcon Crest a la española, que yo me correría en la tranquilidad de mi dormitorio y quizás hasta me hiciera un buen pajote mientras aquel cacharro terminaba su trabajo.

Pero Antonio volvió a hablar hacia su móvil en aquella estridente voz y el ‘Tomodachi’ comenzó ahora a moverse arriba y abajo, cada vez con más intensidad, cada vez embistiendo con más fuerza. No podía creerlo. Aquello me estaba follando, así de simple, no tenía ni idea de por medio de qué mecanismo, pero lo estaba haciendo, y el mero hecho de ser consciente de aquella escena tan surrealista me había llevado ya a un callejón sin salida del que sólo saldría marcha atrás, con los pantalones corridos y muerto de vergüenza en aquel concurrido restaurante.

-¿Juan estás bien? –Pilar también había notado algo raro y me rozó la mano derecha levemente, visiblemente preocupada por mi actitud en los últimos dos minutos, aquellos en que el ‘Tomodachi’ estaba dando sus últimos coletazos antes de provocarme una corrida de campeonato. A mi otro lado el pie de Antonio subía y bajaba por mi pierna haciendo cada vez más presión.

-Ajaa…a  –acerté a decir mientras trataba de masticar otro trozo de salmón y aparentar normalidad.

-Hijo mío, que rarito estás últimamente –dijo moviendo la cabeza a ambos lados y mirando luego a su madre para comentarle no sé qué de una falda que había visto en no sé dónde.

Cuando noté la inconfundible sensación de que iba a correrme definitivamente, allí en medio de aquella mesa llena de gente, no sé cómo pero mi mente se iluminó y agarré mi bebida, para justo en el momento en que el jodido cacharro japonés llevaba su sube y baja a su punto más álgido, llevármela a los labios y derramarla intencionadamente sobre los pantalones. Acto seguido mi cipote comenzó a lanzar trallazos de semen descontroladamente, que se mezclaron con aquel refresco de limón recién vertido en la parte delantera del pantalón. Todos miraron hacia mí. Antonio reía.

-Uff. Lo siento – dije levantándome y haciendo como que me limpiaba la mancha con una enorme servilleta de tela pero lo que en realidad estaba tratando de hacer era ocultar la tienda de campaña que por supuesto aún no me había bajado y que sin calzoncillos era más que evidente, y también las manchas de semen y de precum, que no estaba totalmente seguro de que se disimularan lo suficientemente bien entre las de la fanta- Voy al baño, si me disculpáis

Y me levanté bruscamente casi tirando mis cubiertos para dirigirme hacia los lavabos con torpeza, sorteando mesas y apretándome el cipote hacia abajo con la servilleta, mientras trataba de tomar aire profundamente y acompasar mi respiración. Joder, aquello había sido brutal. Estaba furioso con Antonio. Pero al mismo tiempo tenía que reconocer que había sido una de las corridas más alucinantes que recordaba. Desconcertante, eso sí, pero de película. Mientras me dirigía hacia los lavabos noté que un brazo me rodeaba la espalda y miré hacia la derecha. Antonio me había alcanzado y me acompañaba a los servicios.

-Venga machote que te voy a echar una mano para limpiarte esa mancha tan fea –y soltó una carcajada.

-Eres un hijo de puta, Antonio.

-No me digas que no te ha gustado, cabroncete.

Tuve que disimular una sonrisa que pugnaba por salir de mis labios y no dije nada, tratando de apretar más aún  mi cara de enfado.

-Tendrías que haberte visto la cara cuando pasé al programa cuatro –siguió riendo alegremente mientras entrábamos a los lavabos- Eres una nenaza chaval, no me has dado tiempo a terminar los tres programas que aún quedaban.

-Serás cabrón –grité mientras trataba de echarme agua con la mano sobre aquella corrida- ¡Y qué cojones tocaba ahora!, ¿que el puto cacharro saliese de mi culo y gateando entre mis cojones llegara hasta la polla para hacerme la mamada del siglo con su boquita de metal?

Antonio se quedó un momento como asombrado y entonces comenzó a reír a carcajadas, a reír de una forma tan sincera y espontánea que acabó contagiándome su risa. Así que allí estábamos los dos como dos capullos descojonados, Antonio me puso las manos en los hombros y agachaba la cabeza, seguimos riendo, me daba palmetazos en los hombros, volvíamos a descojonarnos de risa. Se despegó un poco, empezamos a serenarnos y a dejar de reír y me miró a los ojos. Se puso muy serio y me empujó suavemente pero con decisión contra la pared más próxima clavándome la lengua hasta el fondo de mi boca como si quisiera absorberme el alma. Correspondí a su beso sin pensarlo y poco después nos separamos tan rápido como nos habíamos fundido, sólo conectados por un breve hilillo de saliva que se rompió al instante.

-Antonio. No puedo más con esto –dije cargando mis palabras con toda la confusión y el abatimiento que arrastraba desde nuestro primer encuentro.

-Pues no hemos hecho nada más que empezar –y diciendo esto se lanzó de nuevo hacia mi boca.