Los 16 latigazos (6: El Tomodachi)

...y apreté más fuerte el esfínter pero él separó las nalgas aún con más empeño, mientras se le escapaba una risa dentro de mi boca, hasta que tuve que ceder a esta presión sin remedio.

LOS 16 LATIGAZOS (6). EL ‘TOMODACHI’

Lo miré durante varios segundos con los ojos entrecerrados, casi sin escuchar lo que me había dicho sobre su jodida prueba.

-Quiero follarte –solté finalmente a bocajarro.

Juro que estas palabras salieron de mi boca sin ningún tipo de premeditación, quizás había sido mi subconsciente hablando por mí, yo no las había formulado en mi mente, de eso estoy totalmente seguro. Entre otras cosas porque aquella doble corrida me había dejado tan exhausto que lo último que se me habría ocurrido en aquel momento hubiese sido ponerme a follar. Surgieron de una forma tan absurdamente espontánea que a medida que lo hacían me iban sorprendiendo a mí mismo. Antonio me miró asombrado arqueando ambas cejas y entonces comenzó a reír descontroladamente. Retiró su brazo derecho de detrás de mi cuello y se inclinó hacia delante literalmente muerto de la risa. No esperaba aquella reacción, casi habría preferido un puñetazo que me hubiese partido el labio. Sus carcajadas estaban hiriendo de alguna forma mi amor propio, así que esta vez reformulé la ‘petición’ en mi mente antes de expresarla. Ahora sí deseaba conscientemente taladrar a pollazos a aquel hijo de puta con todas mis fuerzas y con toda aquella rabia que empezaba a acumularse en mi interior. Algo se removió en mis entrañas y entonces comprendí que no descansaría hasta haberme cepillado aquel ojete sin  ningún tipo de compasión. Que era algo que tenía que hacer aunque me fuese la vida en ello. O el honor. No sé cómo me atreví pero lo dije.

-Te voy a follar hasta partirte ese puto culo de chulazo por la mitad. Hasta que la polla y los cojones se te encojan del dolor que t

Antonio no me dejó acabar la segunda frase. Dejó de reírse de golpe, se avalanzó sobre mí tan súbita y velozmente como una cobra sobre su presa, agarró mi cuello con la mano izquierda y me tumbó sobre el sofá, echando todo su peso sobre mi cuerpo. Nuestras pollas volvían a estar duras y en contacto una con otra, resbalando entre ellas por efecto de nuestras corridas. Me miró fijamente con los ojos entrecerrados y un gesto que no supe cómo interpretar.

-¿Follarme? Estás de guasa ¿no? No, Juan. Esto es una puerta de única dirección –inclinó la cabeza hacia atrás y hacia un lado, obviamente intentando señalar su trasero- y esa dirección es de salida. Pero esto… -dirigió la mano derecha hacia mi esfínter introduciendo un par de falanges sin ningún tipo de delicadeza mientras seguía agarrando mi cuello con la otra mano- esto sí es una entrada. Es más, es ‘mi’ entrada ¿te queda claro?

Mi cipote se revolvió en un par de convulsiones entre mi abdomen y el de Antonio, junto a su polla.

-Sí, veo que te ha quedado claro –dijo Antonio bajando su mirada hacia nuestras pollas con una sonrisa de satisfacción.

Se separó de mí, incorporándose y sentándose nuevamente en el sofá con la polla tiesa y los cojones asomándole sobre el elástico de su slip, y yo quedé tumbado con los ojos cerrados. Escuché el ruido de la piedra de un mechero zippo y pude aspirar el aroma del cigarrillo rubio de Antonio mezclado con el olor dulzón de la gasolina. Justo después volví a escuchar de nuevo el ruido de la piedra.

-Anda Juan, levanta – susurró Antonio con aquel tono amable que empleaba en contadas ocasiones, sin rastro alguno de dureza en sus palabras. Me dio un ligero puñetazo amistoso en mi pierna izquierda. Me incorporé lentamente y lo miré, totalmente confundido por aquellos cambios de personalidad, por aquel juego que sin duda debía tener una razón de ser pero que no comprendía, y vi que me ofrecía el segundo cigarro que acababa de encender. Alargué la mano para cogerlo pero al igual que el día anterior en la playa, Antonio decidió que primero debía enriquecer aquel filtro, por lo que paseó lentamente la boquilla por la corrida que chorreaba por su torso con cuidado de no quemarse. Aquellos detalles ya no me sorprendían, pero aún así seguían lanzando furiosas descargas a mi polla. Cogí el cigarro encendido de sus manos y le di una larga calada notando el áspero sabor del semen de Antonio en mis labios. Cerré los ojos y me dediqué a disfrutar de aquella sensación que recorría mis venas junto con el humo del cigarro. Antonio colocó un cenicero encima de mi rodilla izquierda y se levantó, se deshizo totalmente de su calzoncillo negro, se limpió con él la mayor parte de su corrida y lo arrojó al suelo dirigiéndose después hacia una puerta del salón, que daba a un oscuro pasillo. Seguí allí fumando durante cinco o seis minutos y apagué el cigarro en el cenicero justo cuando Antonio volvía al salón.

-Psssst. Juan, ven conmigo.

Me levanté dejando el cenicero a un lado y al hacerlo comprobé que el móvil de Antonio ya no estaba sobre la mesita. La pantalla de plasma seguía emitiendo aquella enculada en la que yo me retorcía de placer una y otra vez, y decidí apagar el reproductor y la televisión. Me encontraba en un estado de apatía total, no sé muy bien por qué, si por aquellos pajotes tan tremendos que acabábamos de hacernos mutuamente, por la negativa de Antonio a ser follado o por toda aquella situación en general, incluido el asunto de Andrés, pero aún así me preocupaba un poco que Sonia, o peor aún, Pilar, entrasen a la casa y se encontraran con aquel panorama.

-Recoge las toallas del sofá y toda nuestra ropa y sígueme. Y quítate los calzoncillos –Antonio se giró y se alejó por aquella puerta.

Y así lo hice. Antes de nada liberé mi cipote de su prisión totalmente y tiré el slip azul marino junto al de Antonio. Mi rabo se bamboleó hacia ambos lados mientras lo hacía. Cogí las toallas manchadas de semen haciendo una pelota con ellas, mi ropa y la de Antonio y lo coloqué todo en el mismo montón. Pero además cogí el CD que estaba dentro del reproductor y lo guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón, sobre la ropa que llevaba en los brazos.

-Puedes quedarte con esa. Es sólo una copia –la voz de Antonio me sobresaltó desde la oscuridad del pasillo.

Menudo cabronazo estaba hecho. Una copia. Me incorporé y lo seguí a través de aquella puerta.

-Toma, ponlo todo aquí. Ya veremos qué hacemos con esto más tarde, antes hay asuntos más importantes que atender y no sé cuánto tiempo tenemos –me alargó una bolsa de plástico enorme de color oscuro, de las de basura, y puse allí el montón de ropa y las toallas. Al caer en la bolsa me llegó un aroma a plástico mezclado con otros olores más intensos procedentes de la ropa.

Seguí a Antonio por aquel pasillo lleno de puertas y al final del mismo accedimos a unas escaleras, algo más pequeñas que las que había en el salón y que supuse que conducían a otra parte de la planta alta. Una vez arriba Antonio me condujo por otro pasillo y finalmente se detuvo frente a una puerta y la abrió, dejándome pasar a mí primero.

Una sala bastante amplia de unos doce por doce metros aproximadamente se extendía detrás de aquella puerta, llena de aparatos de gimnasia, mancuernas, bancos de press, una barra de dominadas, en fin, todo un pequeño gimnasio doméstico completamente equipado. Una gran cristalera de un solo panel pero sin ventanas, que daba a su jardín se extendía en un lateral.

-¿Vamos a darle caña al cuerpo? –dije mirando todo aquello.

La pared de la habitación opuesta a aquella cristalera estaba totalmente cubierta con un espejo gigantesco y al vernos reflejados completamente en bolas y con sendas pollas tiesas sentí un respingo en el cipote.

-Sí, pero no este tipo de caña precisamente. Quizás otro día. Sígueme.

Si tuviera una escala del uno al diez con la cual medir mi estado de excitación y mi grado de erección, podría afirmar que aquellas palabras tan simples me habían hecho colocarme directamente en el grado trece. O catorce. Quizás fuese la incertidumbre de lo que ocurriría a continuación, quizás el tono tan casual que Antonio empleaba, no lo sé.  Antonio cerró la puerta de aquel gimnasio con llave detrás de nosotros y atravesamos la habitación sorteando aparatos hasta llegar a otra puerta un poco más pequeña, detrás de la cual había un baño  también enorme con paredes y suelo de pequeñas teselas en colores azules, casi parecía que estuviésemos en el interior de una piscina vacía. Una pequeña sauna de cristal se erigía en una esquina, y un jacuzzi y una placa de ducha en la otra, además de una serie de bancos, lavabos y demás artilugios sanitarios. Al igual que la habitación del gimnasio, en uno de los muros se extendía una cristalera de un único panel, sin ningún tipo de abertura ni ventanas que pudiesen ser abiertas, que ocupaba la totalidad de aquella pared, dándole al baño una agradable iluminación natural. A través de ella podía verse parte del jardín de Antonio, su piscina, e incluso las calles de la urbanización algo más allá, con algunos coches pasando por ellas esporádicamente. Supuse que aquellos cristales eran totalmente opacos vistos desde fuera, lo cierto es que no me había fijado cuando atravesé su jardín, y pensé que a aquella familia debía de ponerles aquello de sentirse observados en sus momentos más íntimos, aunque en realidad desde el exterior sólo se viera un cristal oscuro. De hecho la sensación de estar allí en el baño en bolas y empalmados mientras daba la impresión de que tu cuerpo estaba totalmente expuesto a las miradas producía una curiosa y morbosa sensación.

Antonio dejó la bolsa de la ropa en un rincón y cogiéndome por detrás, con sus manos en mis hombros me dirigió hasta la ducha. De vez en cuando podía notar pequeños roces en las nalgas que su polla iba dando a medida que me conducía desde atrás. Al pasar junto a uno de los albornoces que había colgados en una percha en la pared, le arrancó el cinturón de un tirón.

Me introdujo en la placa de ducha y mirándome fijamente a los ojos y una media sonrisa comenzó a atarme las manos con aquel suave cinturón blanco de felpa. A estas alturas ya no me sorprendía el hecho de no estar oponiendo resistencia a los caprichos de Antonio. No creo que fuese su hipnótica mirada, me inclino más a pensar que se debía a las descargas que el simple roce de su piel me hacían sentir. Y además de todo (trataba yo de justificarme) el cabrón me había amenazado con mandar aquel video a mi familia, amigos y conocidos. Algo en mi interior me decía que llevar a cabo estos chantajes era lo último que Antonio deseaba, ya que así se acabaría su juego. Juego que por otra parte yo estaba seguro de que él disfrutaba tanto como yo. Pero no quería ponerlo a prueba. Conocía a Antonio desde hacía tres años y sabía de lo que era capaz.

Una vez tuve mis manos bien atadas, me giró y aseguró el cinturón en uno de los múltiples grifos de aquella ducha multimasaje, muy por encima de mi cabeza, dejándome de cara a la pared, e introdujo uno de sus descalzos pies por detrás de mí, para separar mis pies, el derecho un poco más hacia la derecha, el izquierdo hacia la izquierda, como si se dispusiera a hacerme un cacheo policial. Aquella situación me excitó de una forma que no conocía hasta entonces y mi rabo, que no había dejado de moverse arriba y abajo con cada oleada de sangre que el corazón le bombeaba, llegó a su punto máximo de erección. Antonio pasó su mano desde atrás y agarró mi tranca mientras se colocaba más cerca y pude notar la punta de su cipote pegándome golpecitos por debajo de los huevos, debía estar un poco agachado porque era algo más alto que yo. Descapulló mi polla hasta el final y comenzó a pajearla muy suavemente mientras acercaba su boca a mi oído.

-Quiero oír cómo me pides que te folle hasta reventarte el culo –susurró arañándome con su barba en el cuello.

-Ni hablar, tío. De qué coño vas… –a pesar de estas palabras, aquello fue un titubeo que apenas se escuchó, casi mezclado con un pequeño gemido producido por el efecto de su mano en mi cipote.

-Oh sí. Ya lo creo que sí –Antonio seguía con aquel superpajote que me estaba haciendo perder la cordura, retiraba toda la piel de mi glande y volvía a cubrirlo por completo para después volver a bajarla, cada vez más fácilmente a causa del abundante líquido preseminal que para entonces volvía a estar segregando.

-No. No quiero que me folles –acerté a decir entre gemidos. Lo cierto es que lo estaba deseando pero no quería darle esa satisfacción a aquel hijo de puta- Ya te he dicho que lo que quiero es follarte yo a ti cabrón

-Juan. Creí que eso había quedado claro ¿no? –y diciendo esto comenzó a apretar más y más fuerte el tronco de mi polla y a acelerar su movimiento, estiraba la piel hasta llegar a su base y apretaba un poco más. Con la otra mano agarró mis cojones y comenzó un masaje que rápidamente comenzó a convertirse en un agarre de huevos en toda regla- No me hagas enfadar, Juan, tan sólo dime las ganas que tienes de que te folle un… ¿cómo me has llamado antes? Ah sí, un chulazo como yo. Dilo y te dejaré tranquilo.

-Que no… joder… –jadeé con dificultad abrumado por aquellas oleadas de placer- Te he dich

Antonio apretó mis cojones con saña y estiró la piel de mi polla más allá del límite permitido por mi anatomía. Lancé un rugido de dolor.

-¡Agghhhh! ¡Está, bien! ¡Vale, joder! ¡Quiero que me folles, sin piedad, que, que me la claves, hasta el fondo y que, me ahogues, con tu puta, corrida! ¡¿Te, vale eso?! –la voz me salía entrecortada y a trompicones debido al dolor.

Antonio no cedió un milímetro el agarre sobre mis genitales.

-No Juan. No me vale. No le veo sentimiento ninguno, lo estás diciendo obligado, inténtalo de nuevo. Pero tío, ésta vez esfuérzate un poco.

Dos lágrimas cayeron por mis ojos, no soportaba aquel dolor, lo admito, quería que parase de una puta vez. Bajé la cabeza y volví a hablar, esta vez traté de hacerlo pausadamente y de forma calmada a pesar de la presión de su mano en mis pelotas.

-Antonio. Quiero sentir cómo me la clavas hasta el fondo. Muy despacio. Quiero que lo hagas tan lentamente que pueda notar cómo metes cada centímetro, y que no dejes de pasar tu lengua por mi oreja mientras lo haces. Quiero notar cómo te corres dentro de mí y que el simple hecho de sentir tu cuerpo detrás del mío haga que mis cojones se vacíen también si dejar una sola gota.

Antonio debió flipar con aquella confesión forzada, porque aflojó totalmente sus manos. El dolor cesó tan rápido como había venido.

-Eso está mucho mejor. Tío, ¡eres un puto poeta! ¿Has visto? Si cuando quieres, sabes hacerlo.

Encendió los grifos y  de inmediato comenzaron a salir unos suaves chorros de agua templada desde múltiples aberturas distribuidas a lo largo de aquella maravilla de la tecnología, que empaparon  nuestros cuerpos en un segundo. Se agachó para coger un pequeño mango de ducha anexo y lo colocó en su soporte de la pared, enfocándolo directamente a mi cipote, para luego toquetear otro par de grifos. Aquello parecía el panel de control de un 747 más que una ducha de masaje pero se notaba que el cabrón lo tenía controlado. El nuevo surtidor comenzó a lanzar agua hacia mi polla y mis cojones de una forma que aún hoy no he podido olvidar, el masaje que me estaba dando era como mínimo igual de placentero que la mejor de las mamadas de las que he sido objeto a día de hoy, aunque no hayan sido muchas.

Antonio cogió una pastilla de jabón y comenzó a pasarla por mi cuerpo. Me enjabonó el cuello y los sobacos, el abdomen y las piernas, para después centrarse en mi polla, la cual tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para no correrse con el roce del jabón y los toqueteos de Antonio seguidos de aquel masaje de agua a presión.

Justo después pasó la pastilla por la raja de mi culo y comenzó a subirla y bajarla, apretando suavemente. Separó unos centímetros mis nalgas y siguió restregando la pastilla centrándose cada vez con mayor insistencia en el esfínter. Con una mano pasaba la pastilla y con la otra abría mis nalgas y masajeaba el cerrado orificio, hasta que decidió que aquello no necesitaba más jabón.

Dejó de tocar mi cuerpo por un momento y pude oír cómo restregaba el jabón enérgicamente entre sus manos. Volví la cabeza hacia atrás como pude desde mi postura y observé cómo hacía espuma para después embadurnarse todo aquel enorme pepino de arriba abajo. Subí la vista hacia sus ojos y me miró con la sonrisa del crío que se dispone a cometer la travesura de su vida. Volví de nuevo la cara hacia delante y separé aún más las piernas,  encorvando un poco mi cabeza hacia abajo y sabiendo lo que venía a continuación, quisiera yo o no, así que lo mejor sería facilitarle la tarea. El agua templada chorreaba por mi cabeza.

-Eso es, levanta bien ese culo. Joder, sí. Así –la voz de Antonio apenas podía contener su excitación mientras sus manos se acoplaban a mis caderas y se escurrían por ellas por efecto del jabón-. Ahora vas a saber lo que es una buena polla de un chulazo en condiciones. Lo de estos días de antes ha sido un entrenamiento, chaval. Te voy a meter el cipote hasta que te salga por la boca, joder –me informó totalmente excitado, era la primera vez desde que lo conocía que lo veía en ese estado tan primitivo y animal, y a mí aquellas palabras también me pusieron cachondo perdido.

No tenía sentido no hacerle caso así que intenté acercarme más a él, subiendo un poco más el culo. Noté la punta del cipote de Antonio, dura como una roca, rozándose con mis pelotas primero, y paseando lentamente después por la raja del culo, resbalando por ella debido al jabón que cubría nuestro cuerpo. Antonio volvió a separar mis nalgas y me dio un fuerte pollazo en la entrada del ojete, que se sacudió involuntariamente como sabiendo lo que se le venía encima. Otro pollazo, aún más fuerte. El tercer pollazo sobre mi agujero dio paso casi instantáneamente a un intenso dolor, Antonio acababa de meterme la cabeza y se había quedado quieto un segundo.

-¡Agghhh! Joder tío, me está doliendo mucho –no sabía por qué pero aquello me estaba partiendo por la mitad- ¡Para joder!

-Shhhh –Antonio me agarró desde atrás y con una mano en mi pecho y otra en mi abdomen me atrajo un poco más hacia él, pegando su pecho a mi espalda y susurrándome al oído- Hoy me tienes tan cachondo que mi polla ha aumentado dos tallas.

A pesar del dolor aquella ocurrencia me hizo soltar una pequeña risa, pero que Antonio oyó a pesar del ruido del agua cayendo.

-Lo ves, así, liberando tensiones. Así entra muuuuucho más fácilmente –y mientras alargaba aquel ‘mucho’ fue introduciendo su enorme rabo hasta el fondo, sin dejar un puto centímetro fuera de mi culo.

-¡Agggghh! –gemí casi sin fuerzas mientras Antonio fundía los pelos de su polla con mis nalgas abiertas, para luego quedar totalmente quieto durante un minuto entero, en el que se dedicó a pasear su lengua por toda mi oreja derecha, tal y como yo le había pedido hacía unos minutos. La bordeaba con la punta, la introducía todo lo posible haciéndome cosquillas, para después pegar pequeños mordiscos en el lóbulo mientras restregaba su barba contra mi hombro. Sus manos se habían adueñado ahora de mis pezones y los pellizcaban con furia.

Volvió a sacar su cipote lentamente y a introducirlo una vez más, un poco más rápido cada vez, hasta alcanzar un frenético ritmo que sacudía todo mi cuerpo y me hacía lanzar sonoros gemidos de vez en cuando. Como tratando de acallar estos gemidos, Antonio soltó mi pezón derecho y puso su mano en mi mejilla izquierda, girando mi cabeza hacia la derecha y fundiendo su boca con la mía desde atrás, metiéndome la lengua hasta la campanilla, casi podía decirse que estaba follándome la boca con su propia lengua. Mis gritos quedaban ahora ahogados en el interior de su boca y Antonio aceleró aún más si cabe su violento mete y saca.

Un rugido llegó desde su garganta para después atravesar mi boca y hacer vibrar mis cuerdas vocales, Antonio se estaba corriendo, y considerando que era su tercera corrida del día (al menos que yo supiera), se estaba corriendo a base de bien. Casi al momento de notar aquel líquido caliente dentro de mí, mi polla se tensó durante unos segundos y se puso aún más dura, y al instante empezó a disparar mi abundante corrida, que se mezcló con el agua y cayó en la placa de ducha perdiéndose por el desagüe. Un segundo después Antonio sacó su rabo de un tirón dejándome una desagradable sensación de vacío y me dio un par de pollazos más en el ojete restregando los restos de su propia corrida. Luego y sin apenas darme un respiro agarró otro surtidor con un grueso cable de metal que hasta entonces había estado sujeto en su soporte sin ninguna actividad, y pude oír cómo desenroscaba la alcachofa de aquella ducha y la ponía a un lado, para después colocar la boquilla del tubo en la entrada de mi esfínter.

-¿Qué coño haces? –yo seguía con las manos atadas hacia arriba, miré hacia atrás jadeando y con el corazón acelerado, no sólo por el reciente orgasmo sino por lo que quiera que Antonio se trajera entre manos. Reculé un poco hacia delante para evitar lo inevitable pero Antonio me plantó una mano abierta en el abdomen y me atrajo hacia él con fuerza.

-Shhhh. Tranquilo. Confía en mí.

Aquel era precisamente el problema, que no me fiaba ni un puto pelo de aquel cabrón, que me estaba viendo arrastrado a un juego que deseaba dejar con la misma fuerza con la que deseaba continuarlo. Antonio soltó mi abdomen y llevó su mano a otro grifo en la pared mientras sujetaba con fuerza la boquilla del tubo junto a mi agujero, y empecé a notar una suave corriente de agua templada introduciéndose a través de mi ojete, llenando todas las cavidades de mi recto y produciéndome una extraña sensación de presión. Me revolví inquieto tratando de zafarme de aquella maniobra pero Antonio puso sus pies sobre los míos desde atrás, apretándolos al suelo, mientras con una mano sujetaba el surtidor y con la otra me apretaba el abdomen de nuevo hacia él. Estuve así unos segundos que se me hicieron eternos, pensando que aquel hijo de puta reventaría mis entrañas con toda aquella agua que salía suavemente en aquel chorro, pero al momento separó la boquilla y mi esfínter se contrajo involuntariamente, evitando la salida del líquido en mi interior.

-¡Joder Antonio! ¡Aghhhhh! –bajé la cabeza todo lo que pude y apreté mis ojos casi hasta hacerme daño.

Aquella sensación era tan desagradable como excitante. Tan incómoda como placentera. Necesitaba expulsar de inmediato todo aquel líquido pero ni mi mente ni mi ojete parecían dispuestos a dejarme hacerlo, me parecía que todo había llegado ya demasiado lejos, aquello era una puta guarrada, joder. Apreté aún más los ojos y las mandíbulas tratando de contener el líquido en mi interior pero Antonio se colocó delante de mí, cara a cara, pasando por debajo de mis brazos atados, y dejando la pared llena de grifos a su espalda. Agarró nuestras pollas al mismo tiempo y comenzó una paja muy suave mientras volvía a follarme mi boca con su lengua, chocando nuestros dientes con violencia. Justo después soltó nuestros rabos y llevó sus manos a mis nalgas, poniendo las yemas de sus dedos bordeando mi orificio y muy cerca del mismo, tirando hacia fuera, tratando de romper mi resistencia y abriendo mis cachetes lentamente, mientras seguía jugando con su lengua sobre la mía. Yo no iba a poder aguantar mucho más el líquido en mis intestinos pero apreté más fuerte el esfínter. Y Antonio separó las nalgas aún con más empeño, mientras se le escapaba una risa dentro de mi boca, hasta que tuve que ceder a esta presión sin remedio. Expulsé toda el agua que Antonio me había introducido mientras mis piernas temblaban de vergüenza y al mismo tiempo de placer. No quería ni mirar lo que podría estar saliendo de dentro de mi culo, pero joder, casi me corro de puto placer con aquella nueva sensación. Siguió besándome unos segundos más y volvió a colocarse detrás de mí para repetir aquel ritual, esta vez tuve que dejarlo hacer sin más, resistirme no me iba a llevar a ningún sitio.

-Nuestra próxima prueba requiere una preparación especial, Juan, espero que lo entiendas –me susurro al oído mientras me enchufaba de nuevo aquel surtidor  en el ojete y lamía mi oreja derecha.

Solté un gemido por toda contestación, volviendo a notar aquella placentera corriente en mi interior, esta vez disfrutándola un poco más pero todavía algo abochornado por aquella maniobra sobre mi culo.

Cuando Antonio hubo estimado que mi interior estaba totalmente limpio se dedicó una vez más a enjabonar mi espalda, mis nalgas y mi esfínter, para después pasar aquel tubo sin alcachofa por toda la superficie de mi piel cubierta de espuma y eliminarla totalmente con el agua templada. Acto seguido cerró todos los grifos y cogió una toalla que había sobre la mampara de la ducha comenzando a secarme de arriba abajo concienzudamente.

-Juan, te voy a hacer un regalo –dijo mientras se agachaba para seguir secando mis piernas.

Yo continuaba atado por las muñecas. Temblaba de pensar qué nuevo retorcido juego había maquinado su mente enfermiza.

-Bueno, en realidad no es un regalo. Es un préstamo –dijo riendo a medias.

-Antonio, necesito que pares –me atreví a decirle.

-¿No quieres que te seque? –Antonio se hizo el tonto mientras se detenía y me miraba desde su posición en cuclillas, con la toalla colgándole de su mano.

-Sabes perfectamente lo que estoy diciendo. Quiero que pares de una puta vez. Quiero que me dejes en paz, que me dejes volver a mi rutina, a mi vida, a mi novia. Por favor. No puedo más con esto, joder.

Antonio se incorporó y se acercó un poco desde atrás, su polla nuevamente rozándome los huevos, y volvió a agarrarme el cipote, que por desgracia para mí y sobre todo para mis débiles argumentos estaba duro como una roca y apuntando hacia el techo de aquel enorme e iluminado baño.

-Es posible –rió llevando mi polla completamente hasta abajo para luego soltarla de golpe, y haciendo que rebotara contra mi abdomen como un resorte-. Es posible que tú quieras que pare. Pero Juan –descapulló mi glande lentamente y pasó un dedo por una gota de precum que pugnaba por salir, haciéndose con ella y llevándola a mi boca- aquí abajo tienes a alguien que no está muy de acuerdo contigo.

Volvió a cubrir hasta la mitad la cabeza de mi cipote que había tomado un color púrpura oscuro y siguió secándome las piernas como si yo no hubiese dicho nada.

Cuando hubo acabado de secar mi cuerpo salió de la placa de ducha y secó su propio cuerpo por encima. Tenía la polla fláccida y aún así era bastante grande, creo que era la primera vez que la veía en ese estado, ya que en los vestuarios del colegio jamás me había dedicado a recorrer la mirada entre las pollas de mis colegas y mis no-colegas, y entre estos últimos incluía a Antonio, pero aquella flaccidez sólo duró unos instantes, pues al tiempo que lo veía rebuscar en un pequeño armario del baño pude observar cómo de nuevo aquel enorme cipote cobraba vida en unos pocos segundos.

Antonio volvió hacia la ducha con una pequeña caja negra en las manos, se puso detrás de mí nuevamente y pude oír cómo la abría, sacando el contenido de su interior, un leve tintineo de metal me hizo preguntarme a qué me tendría que enfrentar en esta ocasión. Dejó la pequeña caja negra en un taburete que había fuera de la ducha y observé que tenía unos caracteres chinos o japoneses, la verdad nunca había sabido diferenciarlos, escritos en rojo a lo largo y ancho de aquel pequeño paquete negro brillante. En una esquina pude ver en letras más grandes y en caracteres occidentales la palabra “Tomodachi” y me pregunté qué coño significaría, aunque probablemente de haberlo sabido no me habría dado muchas pistas sobre lo que Antonio se disponía a hacer.

-Ahora relájate Juan. Esto es un paseo comparado con lo que te acabo de meter antes- dijo riendo, refiriéndose a su polla- verás cómo ni siquiera vas a notarlo.

-Antonio, qué coño me estás haciendo. Para joder. No puedo más –apreté los ojos, mi voz denotaba toda la frustración que sentía en aquel momento pero mi polla parecía no acompañar a mis pensamientos y latía arriba y abajo cada vez que Antonio ponía sus manos cerca de mi culo.

Antonio hizo oídos sordos y aplicó una pequeña cantidad de una pasta gelatinosa en mi ojete y dio un ligero masaje circular, para después colocar en él lo que quiera que fuese que había sacado de aquella caja negra. Oí un par de pitidos procedentes de aquel cacharro y sentí un extraño frío en mi abertura, demasiado frio. Aquello parecía metal, pero un metal que hubiese estado una hora dentro de un congelador.

-Dicen que al principio es un poco incómodo, pero en menos de media hora se irá poniendo a la misma temperatura que tu cuerpo, no te preocupes. La verdad es que yo no lo he probado –rió socarronamente- ni creo que lo haga.

Aquel intenso frio siguió entrando por mi esfínter, el cual fue absorbiendo el extraño objeto casi de forma sobrenatural. Aquello era surrealista, joder. La sensación volvía a ponérmela más dura y tiesa que nunca, moviéndose arriba y abajo descontroladamente por efecto de la sangre bombeando en su interior. Un nuevo pitido procedente del helado artilugio se escuchó, ahora con menor intensidad, desde el interior de mi cuerpo. Noté un pequeño y casi imperceptible zumbido en el culo, pero cesó inmediatamente.

-Ya está. Te has fijado que no te engañaba ¿eh? Es muy pequeño –Antonio rió con aquella diabólica risilla que me hizo pensar que no me estaba contando toda la historia.

-Qué cojones me has metido Antonio. Me imagino que al menos tendré derecho a saber eso ¿no?

-Juan, tranquilízate un poco hombre, que somos colegas –se acercó y me chupó el lóbulo la oreja- te lo voy a explicar, por supuesto. Pero todo a su debido tiempo.

Noté una pequeña cadena de metal, también inusualmente frio, colgándome entre las nalgas y rozando los pelos de mis piernas. Supuse que sería para sacar aquel aparato y al menos esa idea me tranquilizó un poco.

-De momento sólo te voy a decir que acabas de hospedar en tu culo un ‘Tomodachi’. Mi padre los trae de Japón, son unos cacharros la mar de simpáticos. Aún ni siquiera están en el mercado. Pero no te preocupes, son muy seguros.

¿Su padre le regalaba a este hijo de puta juguetes sexuales para meterse por el culo? No me extrañaba que estuviera tan perturbado.

-Mi padre se va a volver loco cuando lo busque, no sabe que lo he cogido –rió un poco por lo bajo, como adivinando mis pensamientos- creo que ésta maquinita tan cachondona ha arreglado el matrimonio de mis padres varias veces. Bueno… de mi padre… y la estirada de su mujer – dijo esto casi sin pensarlo, y noté que se había arrepentido nada más decirlo, aunque en ese momento no entendí el por qué.

Antonio seguía ajustando aquel diabólico artilugio en mi interior, comprobando la cadena de metal, girándolo un poco con una yema de su dedo, que atravesaba mi esfínter. Un nuevo pitido sonó amortiguado, desde el interior de mi culo.

-Ahora te voy a desatar las manos, pero antes quiero que comprendas una cosa.

Asentí levemente y lo miré de reojo. Seguía detrás de mí.

-No podrás quitarte el ‘Tomodachi’ sin que yo lo sepa. ¿Entiendes eso?

Volví a asentir, pero la verdad es que no. No lo entendía. Muchas más dudas me surgían a cada palabra que Antonio decía.

-El ‘Tomodachi’ está conectado a mi móvil. Si el ‘Tomodachi’ percibe un cambio de temperatura de más de dos grados, lo sabré por un SMS. Si el ‘Tomodachi’ percibe un cambio radical en la textura y la composición química que lo rodean, lo sabré por un SMS. Y no tengo que decirte que lo primero que haré si llegase a recibir esos SMS será distribuir nuestra pequeña ‘película’ entre un amplio círculo de amigos. Tus-amigos. Y tu-familia. ¿Entiendes esto también?

Volví a asentir, no sabía qué coño era aquel cacharro del demonio, pero noté que saltaban todas las alarmas en mi mente, indicándome que una situación de peligro me esperaba a la vuelta de la esquina. Antonio comenzó a desatar mis manos y después salió de la placa de ducha. Cogió una muda de ropa suya que había sobre una banqueta y me la pasó.

-Vístete, anda.

Obedecí nuevamente sin replicar, la ropa de Antonio me quedaba algo grande pero no lo suficiente como para no poder usarla. Sentía aquella cadena fría de metal acoplada debajo de mis huevos, entre estos y el calzoncillo que Antonio me había dejado, y comprobé que seguía empalmado con el extraño roce que aquello me producía bajo mis pelotas.

-Genial, aquí tienes tus zapatillas. Ahora vete a casa. Tómate una cerveza y relájate. Pégate un buen baño en el jacuzzi, no sé, haz lo que te salga de la polla, todo, menos sacar el ‘Tomodachi’. Cuando llegue la hora de la cena quiero que te pongas estos pantalones, sin calzoncillos –me pasó unos pantalones de vestir de color claro, de una tela fina y posiblemente muy cara- A mí ya me están un par de tallas pequeños pero a ti te quedarán como un guante.

La cena. ¿Qué cojones…? Mi mente recordó de repente la cena que Antonio había programado con la madre de Pilar mientras se hacía pasar por su padre, aquello me parecía que hubiese ocurrido hacía meses y sólo habían pasado un par de horas desde que Ana nos lo había comentado. Comencé a sudar por todos los poros de mi cuerpo.

-Por supuesto no tengo ni que decirte que quiero que vayas al restaurante con el ‘Tomodachi’ metido en el culo –Antonio me preguntó con las cejas levantadas- ¿Verdad?

Moví la cabeza en ambas direcciones muy rápidamente, casi sin pensar. Debí de hacerlo con una mirada de absoluto pánico porque se acercó y me pellizcó la mejilla, casi fraternalmente.

-No Juan, coño, ¡no te preocupes! Verás qué bien lo vamos a pasar esta noche en la cena.