Los 16 latigazos
...y de su cara de cabrón y chulito lo único que quedaba eran unas patillas que le llegaban por mitad de la mandíbula, y una barba de 3 días que por alguna extraña razón hizo que mi polla pegara un latigazo dentro de mis calzoncillos.
LOS DIECISÉIS LATIGAZOS
La clase de historia había sido más larga de lo normal, ya que Rafa, nuestro profesor, se entusiasmaba a veces contándonos anécdotas relacionadas con el tema del día, y hay que reconocer que la mayoría de la clase se quedaba embobada escuchándolo, era de esos tíos que en lugar de profesor han nacido para mover a las masas, no sé si la clave era una profunda voz que parecía hipnotizarte o la forma que tenía de contar las cosas. Aún así, todos los martes eran un coñazo porque teníamos clase con él a última hora y siempre, siempre perdíamos el autobús. Al menos desde que empezó el curso en septiembre, no había martes que no hubiéramos salido más tarde de lo normal, y estábamos ya en mayo.
Yo llevaba ya un par de meses hecho a la idea de que el martes me quedaba a comer en el colegio, así que cuando la mayoría de la gente salía de la clase corriendo y dejando atrás mesas y sillas revueltas, papeles tirados y libros abiertos encima de los pupitres, yo en el fondo me descojonaba, guardaba todo tranquilamente y me iba a la biblioteca con la intención de estudiar un rato para luego comer algo y volver a clase a las tres y media.
Ese día no era distinto, así que empecé a recoger cuando la clase ya estaba totalmente vacía, pensando en lo último que Rafa nos había contado, cuando de repente alguien me agarró desde atrás por el cuello con fuerza y me estampó contra la pared más cercana.
Me había pillado de sorpresa completamente, ya que estaba de espaldas a la puerta y no me había fijado, alguien debía de haber entrado o quizás se había quedado rezagado como yo y no me había dado ni cuenta.
El caso es que desde mi posición, con la mejilla derecha pegada a la pared, no veía quién era mi agresor, y para colmo de males quien quiera que me estuviese agarrando me había conseguido coger también ambas muñecas con la otra mano y las tenía aprisionadas contra la parte baja de atrás de mi espalda.
Así que un tío que probablemente medía un poco más que yo y que por la fuerza con la que me tenía sujeto debía de pesar también unos 20 kilos más, me tenía aprisionado contra la pared, su mano derecha contra mi cuello y su mano izquierda agarrando mis muñecas como unas tenazas. Podía notar su respiración contra mi oreja izquierda.
-¡Joder!, ¡cabrón, me haces daño!
pero el tio no me soltaba. Ni tampoco decía nada. Se pudo tirar así por lo menos un minuto entero que a mí me pareció una hora. Hasta que por fin me llegó un susurro al oido.
-Mmmm. ¿El chavalito se ha empalmado? ¿Otra vez?
Mientras decía esto apretó su rodilla izquierda contra mis nalgas, con fuerza, haciendo que mi paquete se apretara aún más contra la pared.
-¡Suéltame, joder, te digo que me sueltes!
Y entonces lo reconocí. Más que nada por lo que había dicho, no por su voz porque estaba susurrando, pero caí en la cuenta que no tenía más narices que ser Antonio, el chulito de la clase, el guapito que se llevaba a todas las tías de calle, el que en vez de 18 años parecía que tenía ya 23, musculado, el hijoputa tenía un cuerpo que era la admiración de todo el colegio, incluso a veces yo había visto a profesoras quedarse embobadas mirándolo cuando creían que nadie las veía.
Antonio me tenía allí cogido y no me soltaba. Y lo supe por la frase que había dicho: "el chavalito se ha empalmado, otra vez" Hacía un par de días que Antonio y yo habíamos coincidido en los vestuarios. Yo lo había saludado pero el ni me había mirado, era un chulo, y nadie se atrevía a meterse con el. El vestuario estaba vacio salvo por nosotros dos, y yo me acababa de duchar y tenía la toalla por la cintura. A pesar de que no me gustaban los tíos, me puse muy nervioso cuando lo ví entrar, Antonio podía ser el tio más cabrón del mundo y pegarte una ostia si no le gustaba cómo lo mirabas, así que me dije, salúdalo, y vistete cagando leches, antes de que te mire siquiera. Pero con esos nervios que tenía en la boca del estómago, no se cómo se me desilzó la toalla y cayó al suelo. Fue entonces cuando me di cuenta horrorizado de que estaba completamente empalmado.
¿Pero qué coño....? pensé para mí y un extraño calor me subió a la cara, y sin atreverme a mirar a Antonio me coloqué como pude los calzoncillos y el short, y salí de allí poniéndome la camiseta con una mano y con la mochila de clase en la otra, casi esperando que Antonio me agarrara y me zurrara allí mismo hasta dejarme sin habla.
Cuando salí del vestuario respiré hondo, y empecé a correr hacia la clase. No me había visto. No podía haberme visto seguro porque si no habría hecho cuando menos algún comentario. Conocía a Antonio desde hacía 3 años y sabía que era un cerdo homófobo, no es que eso me preocupara especialmente a mí ya que como digo no me gustaban los tíos pero estaba casi seguro de que si un tío se empalmaba al lado de él, sin nadie más alrededor, y Antonio se daba cuenta, ese tio no vivía para contarlo.
Así que intenté quitarle importancia al asunto y me olvidé del tema.
Hasta que no lo tuve detrás de mí apretando su rodilla contra mi culo no me di cuenta de mi error. Me había visto. Y por alguna extraña razón no me había partido la boca en aquel momento.
-Mira Juan Empalmes, vamos a hacer una cosa -me dijo con los labios casi rozándome la oreja- te voy a dar una oportunidad de limpiar tu nombre, tú me haces un favorcito y yo no le digo a nadie lo maricón que estás hecho.
Lo dijo con una voz susurrante pero que me erizó los pelos de la nuca. No quería ni imaginarme el favor que un tio como Antonio podía pedirme.
-A las ocho en mi casa esta tarde. No faltes nenaza, te lo advierto
y diciendo esto último me apretó más fuerte el cuello, las muñecas y el trasero con su rodilla, y después me soltó. Me temblaba todo el cuerpo y las piernas apenas me sostenían, por lo que me apoyé contra la pared y me dejé caer escurriéndome en ella, hasta quedar sentado en el suelo casi a punto de llorar. Porque sabía que no iba a eludir la cita que tenía con él.
Llamé al timbre a las ocho en punto, había incluso sincronizado mi reloj con el del teletexto para llamar en el segundo exacto, y me abrió un sonriente Antonio, con un bañador que le llegaba por mitad del muslo y dejaba ver sus velludas piernas bien formadas, iba descalzo y sin camiseta, y lo primero que pensé fue que aquel no era el tio que yo conocía de clase, su sonrisa era contagiosa y de su cara de cabrón y chulito lo único que quedaba eran unas patillas que le llegaban por mitad de la mandíbula, y una barba de 3 días que por alguna extraña razón hizo que mi polla pegara un latigazo dentro de mis calzoncillos. Son los nervios, Juan, me dije a mí mismo, qué coño va a ser si no. Antonio me invitó a entrar y me puso una mano en la espalda, grande, podía notar su temperatura a través de mi camiseta de verano.
-Me iba a meter precisamente en la piscina ahora mismo. Entra. -me lo dijo como el que habla con un amigo de toda la vida, aquello me estaba descolocando de una forma brutal-, pero bueno, no sé para qué te digo nada porque tú ni tienes bañador ni estás invitado a ese evento en concreto -lo dijo como un amigo que bromea con otro, y no con el tono que tan bien conocía de oirle en el colegio. Su casa era un chalet bastante grande, con una piscina climatizada en el interior y otra exterior. Tenían dos plantas llenas de ventanales y balcones enormes y un cochazo aparcado delante de la puerta de su cochera.
-Bueno, vamos a hacer esto rápido. Ahí tienes mis libros y mis apuntes. Quiero que me pases los apuntes de esta semana a limpio y que me hagas los problemas del Tronquitos para mañana.
El Tronquitos era nuestro profesor de matemáticas. Y yo estaba flipado. Después de ver ese cambio de carácter casi estaba envalentonado de decirle que no y largarme de allí, pero entonces él pareció darse cuenta y un sutil brillo en sus ojos y un ligero movimiento de cejas me hizo cambiar de idea
-O eso, o ya sabes quién va a ser el tema de conversación mañana en clase -dijo riéndose con malicia.
La siguientes tres horas me las pasé haciendo sus tareas, mientras oía un lejano chapoteo en la piscina. El tío se estaba hartando de hacer largos en el agua mientras yo estaba allí muerto de asco haciendo sus putas tareas. Me pregunté si no tenía padres que le pegaran palizas a un cabrón como este, porque se las merecía, si yo fuera su padre ya le habría cruzado la cara más de una vez. La casa estaba completamente desierta. Supuse que habrían salido con otro coche.
Eran casi las once y media de la noche cuando Antonio llegó con una toalla alrededor del cuello y sonriendo socarronamente. Las gotas le chorreaban por todo el cuerpo, los biceps estaban hinchados de nadar durante tres horas, y estaba poniendo el suelo chorreando. Un suelo que debía ser muy caro por cierto.
-Anda Juanito llama a tu casa que te vas a quedar a dormir esta noche aquí.
¿Pero este tío qué coño se creía? Me sentía completamente cabreado pero tenía miedo de decir nada o hacer algo porque no estaba acostumbrado a ese cambio de humor tan radical en Antonio y no sabía si era una de sus tretas para hacer que me sintiera cómodo y luego me iba a dar la paliza de mi vida.
-Antonio... -carraspeé, nervioso- yo no puedo quedarme a dormir fuera de mi casa, a mis padres esas cosas, y sin avisar ni nada, no les va a hacer gracia...
-Venga coño, déjate de historias Juan -era la primera vez que me llamaba por mi nombre y aún a mi pesar, la polla me dió otro latigazo en mis calzoncillos-, llama de una puta vez y diles que te he invitado a bañarte de noche en la piscina, no me seas nenaza. Mis padres no están y no me apetece pasar toda la puta noche solo.
Aquello no me estaba gustando nada, no quería quedarme allí por nada del mundo, pero intuía que la principal razón no eran mis padres sino aquella extraña atracción que se estaba empezando a despertar dentro de mí. Esos calambrazos en el cipote me habían dejado completamente aturdido, y no quería comprobar si aquella sensación, por otro lado tan placentera, iría a más o no. Pero no tuve más cojones que llamar y avisar a mis padres. El tío me tenía amenazado en realidad, con contarle a todos la historia del vestuario. Lo cierto es que daba igual que fuera cierta o no, incluso aunque se la hubiera inventado, no habría nadie en el colegio que no la hubiera creido. Todos creían a Antonio, les gustase o no. Yo simplemente había tenido la mala suerte de cruzarme en su camino aquel día. Mientras pensaba esto lo ví ojeando el trabajo que yo había estado haciendo durante más de tres horas y asintiendo con una ligera sonrisa, luego me miró.
-Esto está de puta madre Juan. Eres un fenómeno. Muy muy bien. Pero verás, he pensado... que podíamos hacer nuestro pacto de hombres más interesante. Vamos a hacer una pequeña competición y si ganas tú, no le diré a nadie lo que pasó el otro día.
Si gano yo, mañana vas a ser el centro de atención de todo el recreo.
El corazón empezó a latirme con fuerza. No quería ni imaginar qué tenía pensado aquel tio tan hijoputa, aunque lo de hijoputa me lo estaba empezando a cuestionar seriamente, aquel tio se estaba comportando como el mejor de mis amigos, a pesar de sus palabras. Su actitud era de colega total.
-Pónte cómodo ahí en el sofa y quítate todo menos los calzoncillos.
¿Cómo? Pensé para mí. ¿Pero de qué coño va esto? No me atrevía a decir palabra, pero sentí un tercer latigazo en la polla que esta vez me llegó hasta la base del cuello. Estaba completamente empalmado y me estaba empezando a dar cuenta ahora.
-¿Estas sordo Juansinmiedo? -que te quites todo y te sientes-
Su tono seguía siendo amistoso a pesar de sus palabras autoritarias, como un amigo bromeando con otro. Mientras me quitaba la ropa él estaba encendiendo la televisión y poniendo un DVD en el reproductor. Apareció una pareja (hombre y mujer) follando como bestias en mitad de la pantalla de plasma de 60 pulgadas. Los gemidos se oían en todo el vecindario. Antonio me miró furtivamente con una risilla maliciosa mientras bajaba el volumen.
-Como lo oiga la puta de mi vecina me la cargo mañana con mis padres
rió, y en ese momento me miró el paquete, que estaba comprimido en mis calzoncillos, unos slips ajustados que me estaban un poco pequeños y que ahora estaba maldiciendome a mi mismo por habermelos puesto.
-Juanito! si que te empalmas tu pronto!
Di gracias al cielo por que Antonio hubiese puesto la película. Salvado justo a tiempo.
-Siéntate, venga hombre.
Mientras decía esto se quitó el bañador medio mojado dejando ver su polla semi erecta y cogió unos slips que a simple vista parecían más pequeños que los míos, de encima de una mesa donde había unos montones de ropa recién planchada, y se los puso, dejándose la cabeza de la polla fuera. Y se sentó a mi lado justo después, en el sofa, los pelos de su pierna derecha junto a los pelos de mi pierna izquierda, enredándose. Mi polla dio otro latigazo, el cuarto desde que Antonio hubiese abierto la puerta esa tarde.
-Anda, colócate la cabeza de la polla así como yo.
Al ver que yo estaba como paralizado, como si no lo hubiese oído, con los ojos como platos, me cogió del hombro y me zarandeó suavemente.
-Tío Juan, qué te pasa, estás tonto o qué. A ver déjame a mí.
Y diciendo esto me levantó el elástico del slip y agarró mi polla que estaba más empalmada y brillante de lo que yo la había visto en mi corta vida de pajillero y me la colocó hacia arriba con destreza, soltando el slip de golpe sobre la parte donde se unen el cuerpo de la polla y el glande. En ese momento creí que me iba a correr irremisiblemente y por mi cabeza pasaron mil imágenes, supongo que lo mismo que te debe ocurrir cuando estás a punto de morir, como he oído a veces, mi vida pasó por delante de mí, y no sólo mi vida, sino las posibles consecuencias de una corrida sobre las manos del tío más hijoputa, cabrón y chulo del colegio, el que más bocas había partido y el más temido hasta por los profesores. Pero no me corrí, por suerte, aunque eso sí, el quinto latigazo en mi polla fue como una descarga que me atravesó la columna vertebral.
-Jeje, tío, te veo muy concentrado, estás calentorro, ¿eh? si, a mi esta peli también me pone a cien. Bueno, te voy a explicar lo que vamos a hacer, vamos a ponernos a ver esta pedazo de peli y vamos a corrernos sin tocarnos la polla. Si te corres tú antes te perdono la vida - me guiñó un ojo- y si me corro yo, mañana en el colegio te va a conocer hasta el conserje.
se rió con ganas y echó la cabeza hacia atrás, como si lo que había dicho hubiese sido lo más gracioso del mundo. Era como un crío con ganas de jugar y hacer travesuras. Pero un crío de metro ochenta y una polla que debía medir a simple vista un par de centrímetros más que la mía. Había algo definitivamente delicioso en su risa y su gesto. Me estaba quedando a cuadros con su nueva personalidad.
-Antonio... -volví a carraspear- ¿qué es todo esto?
Me miró como sin comprender, como si lo que yo había dicho no tuviera el más mínimo sentido, riéndose a medias.
-Pues qué va a ser, una competición chaval, no te vas a librar tan fácil de haberte empalmado a menos de dos metros de mí en el vestuario. Eso tiene su precio.
-Verás, creí que ya había pagado... bueno que ya lo habíamos solucionado con lo de las tareas.
-Bueno chaval, eso era la primera parte. Lo bueno viene ahora. Vamos a ver esta peli y nos vamos a correr. Y punto. Y concéntrate bien porque como me corra yo antes lo tienes crudo mañana.
-Pero Antonio... ¿sin tocarme? ¿cómo se supone que voy a hacer eso?
lo dije casi sin pensar, porque la verdad es que estaba tan cachondo en ese momento que creo que podría haberme corrido si me lo hubiera puesto a ello durante 5 segundos sólamente. Un sexto latigazo en el cipote me sorprendió mientras hablaba, esta vez extendiéndose por mi glande hacia abajo y llegando hasta mis huevos, que para entonces estaban hinchados y me dio la impresión de que reventarían de un momento a otro.
-Pues apáñate tio, yo no te voy a dar mis técnicas como tú comprenderás -dijo guiñándome un ojo, y volvió la cara a la pantalla de plasma, mientras ponía los brazos extendidos detrás del sofá, rozando mi cabeza con su antebrazo derecho. -Y los brazos hacia atrás, que yo los vea bien, Juanito Trampas-
Extendí los brazos hacia atrás, como él, y mi brazo izquierdo quedó sobre su brazo derecho. Ahora estábamos conectados por dos puntos, brazos y piernas, y un séptimo latigazo convulsionó mi polla aprisionada bajo el elástico del slip. No estoy seguro de esto pero creo que este latigazo fue tan grande que Antonio debió captarlo por el rabillo del ojo porque miró furtivamente mi paquete con el ceño fruncido.
-Voy a tener que darme prisa -dijo divertido- porque creo que estás más caliente que los palos de un churrero. ¿Cuánto tiempo llevas sin mojar campeón?
Lo dijo mientras volvía la vista a la película, pero como el que dice algo sin esperar respuesta. Y yo no dije nada. No sabía qué me pasaba, estaba nervioso, estaba caliente si, estaba muy muy cachondo, como nunca lo había estado en la vida, y lo único que me apetecía en ese preciso instante era cogerle su pedazo de rabo y pegarle un lametón en la cabeza. Quizás lamerle una gruesa gota transparente que acababa de aparecer en la punta, y seguir lamiendo para comprobar si había más.
Lo que dijo a continuación me conmocionó, porque pensé que si el pensamiento se podía leer, el sin duda había leido el mío.
-Mira, vamos a poner la cosa más interesante.
Se levantó y trajo un par de vasitos de plástico con unas marcas de medida de capacidad en un lateral. La señal superior marcaba 25 mililitros. Me pasó uno de los vasitos
-Ahora vamos a hacer una pausa en la que te voy a dar permiso para cogerte la polla. Quiero que la exprimas como puedas y que saques todo el precum que tienes.
No había oído esa palabra en mi vida pero mi polla dio su octavo latigazo. Esta vez cerré los ojos con fuerza, concentrado.
Estaba seguro de que cuando mirara hacia abajo vería que me acababa de correr. Pero no. Me imaginé que el precum era precisamente lo que estaba viendo en la punta de su polla. Lo que había visto miles de veces en la mía, pero que no me había parado jamás a pensar en cómo se llamaría. Para mí era semen, punto. Un semen transparente pero ya está.
Habíamos estudiado algo de eso hacía un par de años atrás, pero no recordaba que nuestra profesora de ciencias lo hubiese siquiera llamado por su nombre.
El ya estaba cogiéndosela y apretándose la base justo por encima de las pelotas, con la punta dirigida hacia el vasito, y una enorme gota colgaba desde el glande hacia el vaso, y no terminaba de caer. Cerró los ojos y empezó a reirse con ganas, la gota se movía de un lado a otro y pensé que no caería en el vaso como siguiera riendo. Yo por mi parte no tenía otra que imitarlo, pero intentando no correrme. Lo cual iba a ser una tarea harto difícil. Había estado ya al borde del orgasmo dos o tres veces, y apenas mi polla había tenido un roce, ¿qué iba a ocurrir ahora que tenía que estrujarla y, como quien dice, ordeñarla?. De nuevo pareció leerme la mente
-¡Ah! y no vale correrse todavía, no me seas nenaza, como te corras ya sabes lo que te toca mañana en el colegio. Por cierto si te preguntas para qué es esto, te lo voy a decir, a ver si así te espabilas, el que saque menos precum se bebe el precum del otro. -y diciéndo esto dio una risotada que retumbó en todo el enorme salón.
Mi polla dio su noveno latigazo. Lo próximo que me vino entonces a la cabeza fue que... ¡realmente estaba contando los latigazos que estaba dando mi polla! Pero qué pasa aquí, me dije, esto no puede ser real, ¿qué me está pasando? Intenté alejar estas ideas de mi cabeza y concentrarme en la muerte de mi perro mientras me estrujaba la polla para sacar el precum y no correrme, precum que la película se había encargado de producir en nuestros cipotes, aunque yo sospechaba que en el mío había empezado a producirse en el momento en que Antonio me abrió la puerta de su casa aquella tarde.
Al cabo de diez interminables minutos Antonio dio por finalizado el tiempo de su pequeña competición y me obligó a colocar mi vaso junto al suyo. Casi me da un infarto, las señales estaban exactamente por el mismo nivel. Diez mililitros justo.
Y para no ser menos mi polla dio su décimo latigazo. Antonio me miró contrariado.
-Joder macho, y yo creía que era el productor de precum número uno de España, y casi me ganas cabrón.
Y riéndose me cogió del cuello y me empujó en el sofá quedando tumbado sobre mí, para justo después coger ambos vasos de precum y vaciarlos justo encima de mi cara. Sus carcajadas me contagiaron, y mientras él me restregaba con la mano el líquido viscoso por toda la cara, yo intentaba zafarme de su mano, mientras que pasaba mi otra mano por mi cara y trataba de coger precum para restregarlo por la suya. En este momento mi polla dió un undécimo latigazo pero casi ni me di cuenta, me había desinhibido completamente, estábamos luchando como dos buenos amigos en una pelea amistosa en la que uno intentaba dominar al otro. Yo rodé sobre el sofá y le empujé hacia el suelo, ahora estábamos sobre la alfombra, rodando y riendo, sus piernas encima de las mías, sus pelos entrelazandose con los de mis piernas, las cabezas de nuestras pollas estaban justo una encima de otra, deslizándose suavemente y sin esfuerzo gracias al abundante precum que seguía fluyendo descontroladamente. Me cogía las muñecas y las ponía por encima de mi cabeza, apretando los dientes y con una expresión de concentración a veces rota por las risotadas. Nuestras caras estaban chorreando líquido viscoso, una de las gotas se escurría por su nariz y colgaba lentamente balanceándose de un lado a otro sin acabar de caer a mi cara. Cuando rozó la parte superior de mi labio, quedamos conectados por un fino hilo brillante de precum. Lo que hice a continuación no puedo ni creerlo.
Saqué la lengua y recogí esa gota mientras lo miraba fijamente a los ojos. Su expresión cambió. Se puso muy serio. Se le pusieron los ojos como platos. Y entonces se avalanzó hacia mi boca como un poseso, metiendo su lengua entre mis labios y rebuscando en su intetior. Aflojó sus manos en mis muñecas y comenzó un intenso vaivén con su cadera sobre la mía, buscando estrechar más el contacto entre nuestras pollas. Con la mano derecha seguía sosteniendo mis muñecas, suavemente, y con la izquierda trató de quitarse su slip. No sé cómo se me ocurrió pero flexioné las piernas hacia arriba lo más posible, llegando con ambos pies a ambos lados de sus caderas, e introduje los dedos gordos de ambos pies en el elástico de su slip. Y tiré hacia abajo sin ningún esfuerzo, dejándolo completamente desnudo. El soltó una pequeña risa mientras luchaba con su lengua en el interior de mi boca y entonces usó su mano para bajar y quitarme mi slip. Seguimos besándonos durante unos minutos en los que llegó a hacerme sangre en el labio, y entonces metió la mano debajo del sofá un instante, casi no me di cuenta. Pero sacó un par de esposas, no había visto nunca unas esposas de cerca, pero supe que no eran unas esposas de sexshop cualquiera, eran cuando menos esposas homologadas. No recuerdo qué pasó por mi mente en ese momento, ahora creo que aquello estaba todo preparado, no lo sé, la verdad. El caso es que con destreza me esposó rápidamente ambas manos pasando la cadena de las esposas por detras de una de las patas de la pesada mesa de superficie de mármol que había delante del sofa. Casi ni me dio tiempo a verlo venir. Entonces pasó sus manos por mis brazos, pecho, caderas y piernas hasta llegar a mis rodillas, pasó sus manos por detrás de estas y empujó hacia arriba dejando expuesto mi esfinter. Ahora estaba sin calzoncillos y mi polla dio su latigazo número doce. El trece y el catorce vinieron muy seguidos y fue en el momento en que su lengua se introdujo con destreza en el interior de mi agujero, inspeccionando, besando, escupiendo, soplando con fuerza el esfínter. Ahí pensé que si no me corría entonces, iba a tener que ir al médico para que me hiciera un chequeo, porque no era normal. Pero no me corrí, aunque la cantidad de precum que estaba produciendo para entonces era tan abundante como la mejor de mis corridas en mis mejores tiempos.
Antonio se incorporó con la polla completamente hinchada, reluciente y empalmada. Unas gotas le chorreaban de la punta así como de la barbilla, y se movían lentamente hacia un lado y otro. Me miró con complicidad mientras ponía sus manos en mis tobillos y su gesto lo entendí como quien pide permiso. ¿Para qué? a esas alturas ya sabía qué iba a pasar. Asentí levemente con los ojos medio cerrados. Tenía el esfinter tan lubricado y su polla estaba tan llena de precum que lo único que sentí cuando me la clavó hasta el fondo fue una oleada de placer indescriptible. Mi polla dió sus latigazos quince y dieciséis justo después, estos serían los últimos que daría antes de que mis huevos se vaciaran por completo. Antonio se quedó parado durante diez segundos, y lentamente sacó su polla hasta el final, totalmente, volviéndola a meter hasta el fondo de una estocada, sin avisar, esta vez me sorprendió el dolor. Volvió a sacarla totalmente y a meterla, siguió con este juego que me estaba volviendo totalmente loco durante dos minutos más en los que creí que ya nunca me correría. Para entonces yo estaba totalmente entregado.
-Fóllame sin piedad, Antonio - dije casi sin fuerzas -Te voy a follar sin ningún miramiento, de eso puedes estar seguro cabrón
Y empezó a meterla y a sacarla como si en lugar de polla tuviese una taladradora. Me estaba abriendo las entrañas totalmente pero estaba tan cachondo que sólo quería tener su polla en mi interior todo el tiempo posible.
Casi sin avisar mi polla empezó a convulsionarse, al principio dió tres sacudidas pero no expulsó ni una gota de semen, y casi me asusté, a pesar de estar tan entregado como estaba, la cuarta sacudida me lanzó un trallazo de semen directamente encima de los labios. Las siguientes cuatro sacudidas siguieron pringándome y llenando mi barbilla, cuello, pecho, y ombligo, donde se formó un pequeño lago de semen, y lo encontré tan gracioso que reí por dentro. Las contracciónes de mi polla habían hecho que mi esfinter se cerrara y abriera de tal forma que la polla de Antonio quedaba totalmente aprisionada a intervalos en mi interior, y comenzó a correrse sin poder echar marcha atrás ni sacar su polla, así que estiró su cabeza hacia atrás y cerró los ojos con fuerza, mientras sus gemidos hacían que me pusiera más cachondo de lo que estaba y siguiera eyaculando abundamente sin saber cuándo coño iba a dejar de soltar semen sobre mí, no creía que todo aquello hubiera salido de mis cojones. Después cayó encima, con su cara junto a la mía y empezó a restregar su barba contra mi oreja, con fuerza.
No pude creerlo pero mi polla volvió a empalmarse con este movimiento de Antonio, y cuando la notó contra su cadera, rió.
-Joder, me has pillado. ¿Te estás preparando para la cuarta prueba que tenía en mente, no?