Los 16 latigazos (5: Sexo, mentiras y archivos...)

Mientras seguíamos viendo el video y mi mano izquierda subía y bajaba por el troncazo de su reluciente polla, intenté acelerar aquel pajote que le estaba haciendo para que se corriera antes que yo...

LOS 16 LATIGAZOS (5). SEXO, MENTIRAS Y ARCHIVOS DE VIDEO

-No te reconozco Juan –me recriminé a mí mismo cuando me desperté la mañana de aquel martes 23 de junio, aún sin abrir los ojos, con aquel intenso regusto a polla en la boca y las muñecas doloridas por las ataduras que Andrés me había colocado hacía unas horas-. Al menos podrías haberte lavado los dientes después de tu episodio nocturno, pedazo de cerdo – continué con mi monólogo mental mientras me incorporaba lentamente y me pasaba la lengua por el paladar. Un fuerte dolor en la cabeza y destellos cegadores en las retinas me obligaron a tumbarme de nuevo sobre la almohada. El somnífero que el padre de Pilar había disuelto en el té para poder colocarme girado sobre la cama, atarme las manos y después despertarme y follarme a su gusto y antojo, ese té que me iba a “sentar fenomenal para mi pequeña insolación” estaba ahora pasándole factura a mi cuerpo en forma de una descomunal migraña. Abrí los ojos lentamente, y la intensa luz que entraba por la ventana me provocó una aparatosa arcada. Giré la cabeza muy suavemente y miré hacia el despertador que descansaba en la mesilla de noche. Era casi la una del medio día, y traté una vez más de incorporarme. De nuevo aquel mazazo en mi cabeza, como si tuviese una gigantesca bola de hierro en lugar de cerebro que me golpease el cráneo a cada movimiento que trataba de hacer.

Joder, era tardísimo. A esa hora podríamos estar ya rondando los 36 grados de temperatura perfectamente, y comprobé que mi cuerpo estaba chorreando de sudor. Nunca me había sentado bien dormir hasta tan tarde en verano, y de hecho jamás lo hacía, aunque supuse que todo aquello era efecto del maldito somnífero.

Me levanté rápidamente de la cama y un desagradable escozor en mi piel me hizo recordar la sesión de sol del día anterior, así que decidí que lo mejor para mi cabeza y mis quemaduras sería una buena ducha helada, así mataría dos pájaros de un tiro. O mejor dicho, tres, ya que al levantarme de la cama comprobé que seguía con una erección de caballo, de hecho llegué a pensar que el padre de Pilar no sólo había colocado somníferos en aquel té. Aunque pensándolo bien, aquellas últimas semanas, concretamente desde mi primer encuentro en casa de Antonio, había vivido en un estado de erección casi continuo. Y había decidido poner fin a todo aquello, inmediatamente y sin más dilación. Así que me dirigí al baño que había dentro de mi dormitorio y arrojé en una esquina mis gayumbos sudados, medio rotos por el bestia de Andrés y llenos de restos resecos de esperma y saliva, pasé por delante de la enorme bañera con jacuzzi tentado de darme un buen baño, y finalmente me introduje en la pequeña placa de ducha con cuarenta programas de masaje.

Una vez duchado, masturbado por el programa número veinticinco ‘Ola caribeña’ y totalmente renovado aunque con la polla aún a mitad de asta, salí de mi habitación con cautela, como si esperase encontrar a la madre de Pilar aguardándome con la escopeta  tras la puerta para pedirme explicaciones por haberme follado a su marido, pero el pasillo estaba desierto. La casa olía a limpio y la temperatura allí podía ser sin ningún tipo de duda unos diez grados inferior a la de mi cuarto. Miré hacia arriba y oí el zumbido del aire acondicionado central saliendo por las rejillas del techo. Habían debido apagar  la ventilación en mi dormitorio desde fuera para evitar que el frio se escapara por la ventana abierta. Aquellos cabrones estaban bien montados. De hecho la primera impresión que tuve cuando puse el pie en aquella casa el día anterior fue que más que una casa de verano aquello parecía el puto Hotel Ritz. Menudo braguetazo iba a pegar. Si es que seguía con Pilar para el final de aquella semana, cosa que empezaba a no tener muy clara.

Avancé por el pasillo alfombrado y lleno de puertas cerradas, todas ellas dormitorios según supuse, la mayoría de los cuales seguramente no habrían ni usado en su vida, y me encaminé hacia la escalera que daba a la planta baja. Las voces de Sonia y Pilar me llegaron algo amortiguadas desde abajo y me detuve en los primeros escalones conteniendo la respiración para comprobar si también estaba allí Antonio, pero por la conversación que mantenían sobre él intuí que no.

-…es bastante majo. Bueno vale, ¡está muy bueno! –mi novia estalló en una carcajada mientras decía estas palabras. Sonia la acompañó durante unos segundos, ambas riendo con ganas. Fruncí el ceño mientras seguía escuchando, ligeramente dolido en mi orgullo.

-¡¿Y qué me dices de esa cara de malote?!  -dijo Sonia, y ambas volvieron a reír como aquel saco de la risa que me regalaron siendo un crío al que accionabas con un botón y que te ponía los pelos de punta- Además, ¡es el tío más sociable que me han presentado nunca! –comentó Sonia- ¿Te has fijado en las buenas migas que hizo ayer con Juan nada más conocerlo? ¡Parecía que lo conociera de toda la vida!

No Sonia, de toda la vida no, sólo desde hace tres años, pensé para mis adentros, aunque por supuesto ni ella ni Pilar sabían que Antonio estaba en mi clase. Pilar cambió su tono de voz.

-Sí. Pero vaya, que Juan se lució ayer totalmente. Menudo recibimiento que os hizo. Mira, mi novio no es así, tenéis que perdonarle. Lleva unas semanas de lo más raro, no sé qué mosca le habrá picado.

-Anda mujer, a mí me cayó muy bien. Bueno, de hecho ya me caía bien cuando lo conocí hace unos años, antes de irme a Madrid, aunque por aquel entonces aún no salíais juntos. ¿Te he dicho alguna vez que una noche me pidió rollo?

¿Cómo? pensé para mí ¿Pero a qué coño venía recordar aquella historia ahora? Seguí agazapado en los primero escalones, escuchando.

-¡No me digas! ¡No me habías contado nada, cabrona!–Pilar se reía con voz de sorpresa, se lo había tomado bien, al fin y al cabo apenas nos conocíamos por aquella época, quizás sólo de vista.

-Sí, pero bueno, que aquello fue una tontería. Él iba un poco borracho y yo aquel día me había puesto el wonderbra de mi madre.

Ambas rieron a carcajadas, lo cual aproveché para bajar definitivamente al salón donde Pilar y Sonia tomaban unos bitter Kas con sendas rodajas de naranja sentadas cómodamente en el enorme sofá brillante de cuero rojo.

-Ehmm… Buenos días –dije mientras me dirigía hacia ellas.

-¡Hombre Juan! Querrás decir buenas tardes dormilón –Pilar se levantó del sofá danzarina y se acercó a darme un beso en los morros rodeando mi cuello con sus brazos, pero le retiré la cara. Se me había olvidado de nuevo lavarme los dientes y volví a notar aquel áspero regusto al pollazo de Andrés incrustado en mis papilas.  Era tan penetrante que no me cabía duda de que Pilar hubiera notado algo muy, muy extraño en aquel beso. Tan extraño como el sabor a la polla de su propio padre, por ejemplo. Ni más, ni menos.

-¿Y este recibimiento? –dije haciéndome el sorprendido y mirando alrededor mientras buscaba a sus padres-. Ah claro, tus padres no andan por aquí ¿no?

Aquel comentario le sentó como un rayo y volvió a dejarse caer en el sofá junto a Sonia, que miraba hacia el techo con cara de circunstancias. Que se jodiera. Para cuando yo quería mimos y ella se hacía la estrecha. Me senté en un enorme sillón tapizado como el sofá, con un elegante  pero moderno cuero rojo brillante, en frente de ellas y separados por una mesita baja llena de revistas del corazón antiguas, pero perfectamente ordenadas por fechas y alineadas con el borde de la mesa.

-¿Qué tal estás, Sonia? Y Antonio, ¿dónde te lo has dejado? –pregunté mientras cogía una revista de aquella mesita, tratando de sonar lo más trivial posible, simple pregunta para sacar conversación en una situación incómoda. Me revolví un poco en mi asiento al atisbar el tirante del sujetador rojo de Sonia, que sobresalía de su estrecha camiseta blanca con aquel letrero que tanto me ponía, “I’m a naughty, naughty Girl”. Desde luego que lo era. Menudo par de tetas tenía la hijaputa. Noté un calambrazo en el cipote, aunque no supe muy bien si había sido debido a aquellos melones tan bien hechos o a la imagen que me vino a la mente al instante de Antonio deslizando su ensalivada polla chorreante de babas y líquido preseminal entre ellos.

-Pues allí se ha quedado echando una partidita con la Play. Mira, me tiene ya más harta… -dijo mirando a Pilar- Está completamente enviciado con ese cacharro del demonio.

Mejor. Así follaban menos. Sonreí levemente, mi vista aún recorriendo las fotos de la jet set mientras la revista se encargaba de recordarme cómo el torero y la modelo lo habían dejado definitivamente el verano anterior, aunque ella se había quedado preñada. Haber usado condón, cojones.

-No me digas que se ha traído la consola. Ufff… –levanté la mirada y la dirigí a Pilar- Ehm… oye, ¿te importa que me llegue a echar unas partiditas?

Pilar miró a Sonia lanzando cuchillos por los ojos.

-Bueno, verás –continué- es que creo que ayer no estuve demasiado cordial con él… -rectifiqué, mirando ahora a Sonia- bueno… con los dos, es que estaba muy cansado del madrugón, y encima el palizón de sol que me metí me acabó de hundir del todo

Pilar y Sonia se miraron, tratando de valorar si había escuchado o no su anterior conversación.

-Haz lo que te dé la gana –contestó finalmente Pilar mirándome con indiferencia, justo cuando se oían unas llaves y la puerta de la calle, que daba directamente a aquel enorme salón de dos alturas, se abría dejando paso a Ana y Andrés.

Ana llevaba unas flores y Andrés el Marca debajo del brazo y una bolsa de pan en la otra mano.

-Ah, qué bien, por fin os habéis levantado. Todos –Ana me miró taladrándome con sus pequeños ojos de comadreja y su sonrisa de hiena mientras subrayaba la última palabra y volví mi mirada de nuevo a aquella revista insulsa y pasada de fecha– Acabo de hablar con el padre de vuestro amigo Antonio –continuó diciendo la madre de Pilar. Andrés se revolvió, algo incómodo, en el sillón donde acababa de sentarse.

La información hizo que los tres volviéramos la cabeza instantáneamente hacia Ana, que estaba dejando las flores en un jarrón de la mesa del salón. Pilar miró a Sonia asustada, y ésta se encogió de hombros con la cara descompuesta, volviendo después la vista hacia mí. Le devolví la mirada arqueando mis cejas en un gesto de sorpresa, con la revista colgando entre mis manos.

-¿Si? –la voz de Pilar sonó más aguda de lo normal. Carraspeó. -¿Te ha llamado?

-No, lo he llamado yo mientras tu padre compraba el pan.

-¿Tenías su teléfono? –Pilar trataba de sonar casual aunque yo podía oler su miedo, y a mí todo aquello me pareció de lo más divertido. Solté una pequeña carcajada que no pasó inadvertida y Ana me miró. Estaba seguro de que cada vez le caía peor a aquella bruja. Volví a reír un poco más bajo acordándome de los pollazos que su marido me había arreado en pleno ojete tan sólo unas horas atrás. Andrés se había puesto a leer el periódico con los pies sobre la mesita de las revistas y parecía estar ajeno a aquella conversación. Lancé una rápida mirada furtiva a su paquete pero rápidamente aparté la vista, incómodo conmigo mismo.

-No, pero lo miré ayer en tu móvil. “Antonio casa playa” –continuó Ana mientras acomodaba las flores en la vasija con sus manos cargadas de anillos.

-¡Mamá! –Pilar pareció indignada por esta revelación.

-¿Qué pasa? Soy tu madre y tú para mí no tienes secretos.

Ella no, pero tu marido si, pensé divertido, volviendo a reír entre dientes.

Sonia le había dado a Pilar el teléfono de la casa de los padres de Antonio antes de venir y Pilar lo había grabado en la agenda de su móvil. Pero aquello no tenía ningún sentido. Si Ana había llamado allí, ¿con quién cojones había hablado? Instantáneamente Sonia, Pilar y yo comenzamos a comprender. Yo volví a reír por lo bajo, Sonia se puso tan blanca como la crema que su novio me había metido por el ojete el día anterior y Pilar se llevó una mano a la boca inconscientemente, con cara de sorpresa.

-Hemos quedado esta noche para cenar los ocho en el ‘Salado’ –dijo Ana mientras se encaminaba hacia la cocina a buscar agua para el jarrón.

Los ocho. Nos miramos nuevamente los tres, a ninguno nos salían las cuentas. Tuve que reconocer en mi interior que Antonio era un cachondo mental de los buenos. Se había hecho pasar por su propio padre y había dado el pego. Y para rematar la faena había quedado con mis suegros para una cena “familiar”. Aquel cabrón sobrepasaba todos los límites habidos y por haber. Levanté de un salto del sillón tirando a un lado la revista, me habían entrado unas irracionales ganas de verlo y de reírnos juntos de la arpía de mi suegra, pero principalmente, necesitaba hablar seriamente con él sobre lo que nos estaba ocurriendo.

-Bueno, yo si me perdonáis voy a acercarme a su casa a echar unas partiditas. Y a tomar una cerveza.

Ana me miró con su cara de escocida mientras vertía el agua en el jarrón y al momento regresó de nuevo a la cocina a soltar el vaso con el que había regado las flores. Por suerte el día de antes Sonia le había explicado a Pilar dónde estaba exactamente la casa de Antonio, y yo me había quedado con la copla. Cogí la gorra que había soltado la tarde anterior en la percha de la entrada, lancé una rápida mirada a Andrés que seguía leyendo el Marca  y salí de la casa a las 13:20  en punto

Por el camino traté de poner mis ideas en orden, si bien hasta ahora cada vez que lo había intentado habían acabado mucho más desordenadas. No podía seguir así. Pilar me gustaba. Es más, cuando nos enrollábamos me ponía la polla a punto de estallar, y su fingida inocencia de niña buena me hacía querer follármela hasta dejarla sin sentido. Ella lo sabía y jugaba conmigo, le gustaba calentarme para después despedirse de mí con un leve roce en los labios. Pero en el fondo tenía tantas ganas de sentirme en su interior como yo tenía de clavársela sin compasión. Yo tenía unas necesidades básicas, joder, y había dado la puta casualidad de que Antonio se había cruzado en mi camino para saciar algunas de esas necesidades. Estaba experimentando, eso era todo. Aún no había consolidado mis inclinaciones sexuales. Lo único que quería era sexo y no me importaba ni cómo ni cuándo ni con quién. Ni siquiera por qué. El problema era que el tipo de sexo que estaba teniendo no era precisamente de lo más sano. Por un lado aquel juego de dominación que Antonio se traía conmigo me enfurecía y excitaba a partes iguales. Por otro, lo de Andrés no tenía forma de justificarlo de ninguna de las maneras. Un tío casado, con una hija, que casualmente era mi novia, y una posición social envidiable… Mientras más pensaba en aquello más cachondo me ponía, y aquello no estaba bien, tenía que acabar de una puta vez con todo. Y el primer paso lo estaba dando. Iba a hablar seriamente con Antonio y a terminar de una vez por todas con nuestros encuentros. Aquello se me estaba yendo de las manos, convirtiéndose en una obsesión que no me dejaba seguir con mi vida normal tal y como la había conocido hasta entonces.

La casa de Antonio en la playa era un chalet inmenso asombrosamente parecido al de Pilar. Atravesé el arco de entrada que daba directamente al bien cuidado jardín por la verja medio abierta y continué por el camino de piedra que serpenteaba entre el césped, dejando a mi derecha un pequeño lago artificial de unos seis metros de largo, lleno de pequeños peces plateados, a la sombra de un enorme sauce llorón cuyas ramas me rozaban la cara al pasar. Subí de un par de saltos los cuatro escalones que conducían a la puerta de entrada principal y la encontré abierta pero entornada. Me detuve para quitarme la gorra y secarme el sudor de la frente fruto del calor que la caminata me había producido cuando escuché unos gemidos en el interior de la casa, a través de la pequeña rendija de la puerta principal. Me quedé quieto conteniendo la respiración y acerqué más el oído a la estrecha abertura entre la puerta y el marco.

-… me voy a correr… para… por favor… nos van a ver

Aquella voz masculina me sonaba extrañamente familiar pero al principio no supe identificarla. Lo que sí tenía claro era que no pertenecía a Antonio. Me atreví a pasar al interior de la casa. Al igual que en la casa de Pilar la puerta de entrada daba directamente al salón, en dos alturas, que estaba oscuro y fresco. Las persianas estaban bajadas, las cortinas corridas, y la única luz procedía de una gigantesca pantalla de plasma en mitad del salón, justo delante de un sofá negro de espaldas a la puerta, en el que pude ver una cabeza, la cabeza de Antonio. Avancé unos pasos. Ocupando la totalidad de la pantalla de plasma se podían ver perfectamente, en primer plano y en alta definición, unos glúteos firmes, suaves y blancos unidos a una espalda bien formada y ligeramente musculada, un bañador cuyo elástico sostenía aquellas nalgas por debajo, y una enorme mano algo tostada por el sol introduciendo sus dedos en aquel ojete rebosante de crema. Mi cipote debió darse por enterado porque descargó instantáneamente un pequeño trallazo de precum que se estampó contra mi calzoncillo. Mi primer latigazo en condiciones del día. La voz que salía de aquella pantalla siguió gimiendo. Aquel tío se lo estaba pasando en grande con la enculada.

Sólo se escuchaba esta voz, mezclada con el sonido lejano del mar y los inconfundibles chasquidos de aquellos dedos entrando y saliendo sin ningún esfuerzo del lubricado agujero, girando, primero hacia la izquierda, luego hacia la derecha, para volver a salir e introducirse nuevamente con más fuerza, quedando enterrados entre ambas nalgas mientras trabajaban con las yemas su interior, con insistencia, tratando de encontrar algún punto clave que hiciera retorcerse de placer a aquel chaval.

La grabación, que a pesar de su excelente calidad se notaba que era un video amateur, continuó unos segundos más, la mano agarró con fuerza las pelotas de aquel infeliz y la imagen se movió con violencia como si el portador de la cámara hubiera girado bruscamente. La pantalla se fundió en negro y una  nueva imagen apareció. La misma espalda, el mismo bañador, esta vez desde algo más lejos. El bañador volvía a estar cubriendo las nalgas. Y ahora además podía verse que el chaval del video descansaba sobre una horrible toalla rosa con flores amarillas en las esquinas. Unas manos extendían una buena cantidad de crema en su espalda.

  • Mmmmmm. Sigue por favor. No te detengas ni un solo segundo.

Me quedé plantado donde estaba con la boca desencajada, esta vez reconociendo la voz que salía de aquella pantalla de plasma. Mi voz. Mis palabras. Mi cuerpo. Mi bañador. Incluso podía ver mi cabeza y la parte derecha de mi cara, no había duda alguna, aquel era yo, pero un ‘yo’ en éxtasis y a punto de correrse de gusto.

Antonio giró un poco la cabeza desde su posición en el sofá de cuero negro y me dedicó una sonrisa de oreja a oreja.

-Hombre Juan, ¡ya era hora! He hablado con Sonia y me ha dicho que venías de camino, anda ven, siéntate aquí conmigo que ya voy por la segunda –se señaló el cipote con un movimiento de su cabeza.

Caminé hacia el sofá negro con los ojos como platos fijos en la pantalla de plasma y pude ver que Antonio se encontraba sentado completamente desnudo salvo por aquel minúsculo slip negro que le comprimía el tronco de su enorme cipote brillante. Paseaba los dedos índice y pulgar de su mano derecha suavemente por aquel capullazo enrojecido, hinchado y congestionado, deslizándolos de arriba abajo sin ninguna dificultad, ayudados por una enorme cantidad de lefa que cubría su polla por completo, llegando hasta la mitad y creando una enorme mancha en la parte delantera de su slip. Tenía además el torso totalmente lleno de aquel espeso semen.

-Venga Juan. Sin miedo, que hay confianza. Y ya vas retrasado, este es mi segundo pajote. Esta peli me está poniendo cada vez más burro, la he puesto en modo reproducción continua, ésta es la tercera vez que la veo –su voz sonaba de lo más casual, diciendo aquellas palabras como el que comenta el último juego de la Play que se ha alquilado- Ya sabes lo que hay que hacer, todo fuera menos el calzoncillo.

Aquel hijo de puta había conseguido grabar nuestro encuentro en la playa. ¿Pero cómo? En el video se podía ver ahora perfectamente sus dos manos ocupadas, la derecha agarrándome el cuello desde atrás y la izquierda masajeando mi culo y volviendo a clavarme sus dedos hasta el corvejón. ¿Quién cojones sostenía la cámara? Lo primero que me vino a la cabeza fue Andrés, aunque rápidamente recordé que Andrés había estado todo aquel rato en su silla, observando nuestra follada a través de sus gafas de sol, eso sí, pero a muchos metros de nosotros. Antonio me miró divertido.

-Vamos Juan, hombre, que ya estás tardando. Qué pasa, ¿no te mola el video? –mientras decía esto aceleró el movimiento de sus dedos sobre su lubricado glande y entornó los ojos arrugando la frente en un gesto de placer contenido que lanzó otro nuevo latigazo a mis apretados cojones mientras él dejaba escapar un suspiro ahogado. Rápidamente recompuso su gesto y me miró.

-¿Qué, ya has reconocido al prota de la peli no? Es un actorazo el muy cabrón. Ah, ya. Te estás preguntando quién es el director, ¿no es eso? –y alargando su mano izquierda, la que tenía libre, hacia la mesita que había delante del sofá, cogió su pedazo de móvil de última generación, aquel que sólo llevaba tres días en el mercado, y se lo colocó en el elástico del slip, justo al lado del tronco de su polla- Ya ves, resulta que ahora me ha dado por hacer cine. Lo mismo me nominan para los Oscars y todo –y diciendo esto soltó una sincera carcajada que sacudió su tranca, escupiendo líquido preseminal y restos de corrida hacia todos los lados.

Yo no daba crédito a mis ojos, aquel cabrón nunca tenía bastante, se había dedicado a grabar la enculada del día anterior con Dios sabe qué intenciones, aunque no me cabía duda de que no podían ser buenas en absoluto. Se había colocado aquella bestia de la tecnología digital en el elástico de su bañador junto a su enhiesta polla para después dar rienda suelta a sus instintos. Y a los míos.

-Juan – Antonio dejó de reír abruptamente, endureció su mirada, y su voz sonó ahora mucho más seria y amenazadora- Quítate ahora mismo la puta ropa y siéntate aquí a mi lado –y diciendo esto señaló con un tosco gesto de su cabeza el sofá negro cuyos cojines se había encargado de cubrir bien con varias toallas grandes de baño para la ocasión.

Su orden tuvo un efecto inmediato en mí, comencé a desvestirme a toda hostia y en menos de diez segundos estaba como mi madre me había traído al mundo salvo por aquel calzoncillo azul marino que apenas ocultaba mi enorme erección, y me senté a su lado.

-La puta polla de los cojones, ¿te la tengo que sacar yo como si fueras un puto crío de primaria? –aquel lenguaje soez, aquellas lindeces que estaba soltando por su boca me estaban poniendo la polla a tope. A punto de reventar. Desde luego que sí.

Cogí mi cipote de inmediato y lo coloqué como Antonio me había enseñado el primer día, para después dirigir mi mano llena de líquido preseminal hacia mi pierna con la intención de limpiarme en ella aquel reguero de precum que me había chorreado encima al colocarme la polla.

-No –gritó soltando su rabo y cogiendo mi antebrazo con fuerza, pringándolo de su semen al hacerlo, para dirigir mi mano hacia su boca. Pasó su lengua y sus labios lentamente por el rastro de precum en mi mano, saboreándolo con los ojos cerrados y volvió a dejarlo, enfocando de nuevo la vista en la pantalla y continuando con su pajote como el que no quiere la cosa. Mi polla vibraba con cada nueva ocurrencia de aquel cabronazo. Antonio volvió a poner cara de concentración, ceño fruncido, ojos entornados.

Lo miré fijamente con un gesto de odio mezclado con lujuria y llevé mi mano inconscientemente a mi polla para empezar a moverla al mismo ritmo que el que Antonio marcaba a su enrojecido cipote.

-¿Quién cojones te ha dado permiso para tocarte el rabo, Juan Corridas? –dijo sin mirarme, con la vista fija en la pantalla.

Dejé instantáneamente mi mano a un lado. Estaba acatando sus instrucciones como si fuera una puta atracción de circo amaestrada. Me sentía como si estuviera en el ejército y aquel fuera mi superior más inmediato dándome órdenes que tenía que cumplir sin replicar. Me había quedado mudo desde que entré a la casa. No sabía qué coño iba a pasar a continuación.

-Mucho mejor. He notado que eres de corrida fácil, y eso no es bueno, Juanito, nada bueno –seguía mirando la pantalla sin pestañear, pero movía la cabeza casi imperceptiblemente a ambos lados en gesto de negación- También me he dado cuenta de que no terminamos la segunda prueba que empezamos el primer día y ahora vamos a acabarla, pero he decidido cambiar un poco las normas. Qué te parece.

Como si importase mucho mi opinión, pensé mirándolo de reojo, cada vez más furioso pero al mismo tiempo más excitado, el pulso acelerado y la respiración más y más entrecortada a medida que lo escuchaba.

Dejó de sacudirse el rabo y se acercó más a mí, pegando su pierna derecha a mi pierna izquierda, casi enroscándolas una con otra. Rodeó mi cuello con su brazo derecho y acercó la mano que segundos antes acariciaba su cipote a mi cara, restregando los restos de su primera corrida, mezclados con su líquido preseminal y su saliva, por mis mejillas, nariz, ojos y labios. Metía los dedos por mi oreja derecha y los llevaba después a mi boca introduciéndolos lentamente, llenándola del intenso sabor de su pollazo, lanzando calambrazos de placer directamente a la punta de mi ya congestionada y venosa tranca. Antonio había dejado completamente de mirar la pantalla para dedicarse a pasear sus ojos por mi cara, mis pezones y mi palpitante polla embutida hasta la mitad en aquel minúsculo calzoncillo azul, podía verlo por el rabillo del ojo mientras mi mirada observaba cómo en la pantalla Antonio me enculaba con sus dedos una y otra vez. Y otra. Y otra vez más. Cerré los ojos con fuerza y dirigí mi cabeza ligeramente hacia atrás pensando que mi mente estallaría de un momento a otro con todas aquellas sensaciones táctiles y olfativas, además de gustativas que aquel cabrón me estaba regalando. Varios calambrazos surcaron mi cipote llegándome hasta el ojete, que se contrajo involuntariamente dos o tres veces.

-Muy bien Juan, así me gusta. Te diré qué vamos a hacer. Me vas a agarrar el nardo con la mano izquierda, que es con la que menos maña tienes –rió levemente al decir esto- y me la vas a cascar muy lentamente. Si consigues que me corra antes que tú guardaré este video en un lugar muy seguro. De momento. Hasta que veamos qué otros usos podemos darle. Si te corres tú antes, me parece que no hace falta que te cuente cuánta gente va a poder disfrutar de tu soberbia actuación ¿no? Empezando por tus… ‘suegros’ y su… adorable retoño –su voz escupía un cinismo reconcentrado que me estremeció.

Giré la cabeza hacia él con un brusco movimiento, los ojos desencajados, la mirada suplicante.

-Antonio… por qué me hac

-No te preocupes, te voy a dar ventaja, hombre. Ni siquiera te voy a coger el rabo. Mira si soy buena gente. Ahora mira a la pantalla –ordenó con firmeza- Pero antes colócame el elástico por debajo de los huevos.

Obediente, agarré el elástico de su slip negro, que comprimía con fuerza el tronco de su palpitante cipote y lo bajé lentamente, sacando sus cojones y colocándolos por encima. La maraña de pelos de aquel par de bolazas acariciaron mi mano. Su polla pareció ahora mucho más empalmada que antes, y se me ocurrió de repente que si Antonio se hubiera inclinado tan sólo un poco hacia delante habría podido tocarse aquel enorme capullazo con la punta de la lengua. Una pequeña oleada de líquido transparente apareció de nuevo en mi polla con este pensamiento, escurriéndose hacia abajo por el tronco muy despacio y mojando finalmente el elástico de mi calzoncillo. Antonio me cogió la mano izquierda y me soltó un tremendo salivazo para que comenzara aquel pajote sobre su tranca, y de nuevo una descarga de placer hizo que se me erizaran los cojones de gusto.

Volví mi vista a aquel video que empezaba de nuevo una y otra vez. El cabrón había editado la película de forma que únicamente se oyera mi voz. También había suprimido las partes en las que yo pronunciaba su nombre. Empezaba con aquel masaje en la espalda y acababa cuando Antonio me agarraba los huevos para evitar que me corriese y me giraba para comenzar a follarme. Unos cinco o seis minutos en total en los que me retorcía de placer con su experta mano en mi interior. Y vuelta a empezar. Supuse que no había grabado la follada puesto que con el móvil colocado en el elástico de su bañador no habría tenido un buen ángulo de enfoque.

Mientras seguíamos viendo el video y mi mano izquierda subía y bajaba por el troncazo de su reluciente polla, intenté acelerar aquel pajote que le estaba haciendo para que se corriera antes que yo pero me agarró la oreja derecha y tiró de ella con tanta fuerza que pensé que me la arrancaría de cuajo. El punzante dolor lanzó un nuevo calambrazo a mis hinchados cojones.

-Pssst… más lento machote. Que tenemos tiempo de sobra. No querrás que crea que me estás haciendo trampas ¿no? ¿No te he dicho que me lo hagas muy suave y lentamente?-para decir esto último acercó mucho su boca a mi oreja izquierda y lo hizo en un ronco susurro que lanzó una nueva descarga de placer a mi atormentado cipote.

Pero no. Yo no tenía tiempo, ni mucho ni poco. Estaba demasiado cachondo. Estaba salido. Joder, estaba a punto. A punto de soltar la lefada de mi vida. No iba a aguantar mi corrida muchos segundos más con todas aquellas sensaciones tan intensas penetrando por mis cinco sentidos. Antonio seguía dedicándose a recorrer su mano derecha llena de su propia lefa y su saliva por mi cara. El penetrante olor a polla, a corrida reciente y a saliva que a esas alturas impregnaba mi nariz mezclado con un ligero aroma a tabaco rubio me estaba conduciendo sin yo poder hacer nada por evitarlo a un orgasmo que parecía llegar a cámara lenta aunque de forma inevitable. Antonio ni siquiera me había rozado el cipote, tal como me había prometido, pero el leve movimiento del elástico en mi hinchada tranca, que comprimía mis venas y dejaba una intensa marca roja justo en su mitad, se estaba encargando de todo el trabajo, por no hablar de aquella grabación. Eso, y el continuo frotamiento de sus descalzos pies y sus desnudas piernas contra las mías.

Traté de desviar la vista del video y mirar hacia otro lado por si al menos así podía evitar aquel estímulo visual y retardar un poco más mi inminente corrida, pero de nuevo Antonio agarró mi oreja y me hizo girarme hacia la pantalla.

-Juan. Juan. Juan. No me hagas enfadar, hombre, que ibas muy bien.

Justo después llevó ambas manos a mis ya endurecidos pezones, su mano derecha rodeando mi cuello, hacia mi pezón derecho, y su mano izquierda, a mi pezón izquierdo. Y comenzó un intenso masaje circular sobre ellos. Apretaba un poco, dibujaba círculos con la yema de sus dedos índices alrededor, los pellizcaba con violencia, tirando de ellos hasta arrancarme pequeños gemidos ahogados de dolor, y volvía a empezar. Se pasaba la mano izquierda por su pecho lleno de leche, recogía una pequeña cantidad y volvía a masajear mis pezones con fuerza embadurnándolos con su propio semen. Y entonces acercó su boca a mi pezón izquierdo, el que quedaba más cerca de él, y le dio un fuerte mordisco, tirando de él hacia atrás y soltándolo de nuevo.

Aquella inesperada maniobra fue demasiado para mí, por lo que después de notar cinco latigazos seguidos que me recorrieron el miembro en ambas direcciones, comencé a sentir el lento ascenso de mi propio esperma, que acababa de romper la barrera de mis hinchadas pelotas y fluía sin control pero muy despacio hacia su destino final. Estaba a punto de perder la prueba de Antonio y este pensamiento no hizo sino acelerar la irreversible corrida. Tres segundos más tarde contraje mi cara en una mueca de placer, con los ojos cerrados y los dientes apretados, al tiempo que echaba hacia atrás mi cabeza, arqueaba la espalda y comenzaba a eyacular mientras mi convulsa polla se retorcía furiosamente intentando zafarse del elástico del calzoncillo, cosa que consiguió con la cuarta contracción, para luego continuar despidiendo trallazos de espeso líquido blanco en todas direcciones. Mi mano izquierda aceleró inconscientemente el movimiento de sube y baja sobre la brillante polla de Antonio, que soltó un intenso gemido de placer, y acercó de nuevo su boca a mi oreja izquierda, babeándola e introduciendo la lengua en su interior. El sonido amplificado de su barba sobre mi oreja y de su saliva llenando todas las cavidades y pliegues de mi pabellón auricular hizo que soltase cinco trallazos más de semen cuando pensé que ya había acabado de correrme del todo. Si era cierto lo de los orgasmos múltiples en el hombre, estaba claro que yo acababa de experimentar el primero de mi vida en aquel preciso instante.

Cuando hube expulsado por segunda vez en unos segundos todo el contenido de mis cojones sobre nuestros cuerpos sudorosos y sobre aquellas toallas caras de baño, me quedé completamente sin fuerzas, mi cabeza sobre el brazo derecho de Antonio, mi mano derecha colgándome ligeramente del sofá, mis rodillas un poco separadas y mi mano izquierda quieta, pero aún sobre su polla, que seguía turgente y amoratada, chorreante del semen de su primera corrida y a punto de comenzar su pequeño, o mejor dicho gran espectáculo pirotécnico. Había perdido la prueba pero en aquel momento no me importaba en absoluto. Estaba totalmente ido, totalmente obnubilado por aquel tremendo orgasmo y por el olor que éste había dejado en el ambiente, a semen, a sudor, a sexo en definitiva.

-¿No vas a terminar lo que has empezado? –dijo Antonio mientras volvía a pellizcar mi pezón derecho con fuerza.

Por supuesto que iba a hacerlo. Agarré con decisión aquella tranca por la parte más cercana al glande y subí de un tirón la piel del prepucio, cubriendo por completo aquel hinchado capullazo con todo su pellejo. El semen de su anterior corrida mezclado con el precum se aglomeró en la punta y chorreó por mi mano. Antonio arrugó los ojos y la frente con fuerza mientras lanzaba un rugido mirando hacia el techo. Volví a bajar la piel lo más que pude, dejando de nuevo al descubierto el glande, y estiré un poco más fuerte aún hacia abajo con lujuria, casi con mala leche, arrancando un grito de dolor de su boca. Me miró sorprendido y con la expresión de quien no sabe si pegarte una hostia o plantarte un buen morreo en los labios, y para evitar que se decantara por lo primero subí de nuevo mi mano hacia la punta de su tranca apretando más el puño, y comencé un frenético sube y baja sobre el glande, hasta que unos segundos más tarde el lefazo de aquel cabrón me pringaba la mano izquierda y se escurría por mi brazo hasta llegarme al codo, donde lo intercepté con mi otra mano para después acercarlo a mi nariz, olerlo durante unos segundos, y finalmente introducirlo en mi boca y paladearlo casi sin pensar lo que realmente estaba haciendo. El morbazo del momento se había adueñado de todo mi puto cuerpo.

Antonio tenía la cabeza hacia atrás y jadeaba acaloradamente, el corazón se le salía del pecho y chorreones de sudor se mezclaban por todo su cuerpo con su propio semen. Me miró, o más bien, dejó caer su cabeza hacia la derecha y abrió los ojos apenas sin fuerza. Entornó la vista y dibujó aquella malévola sonrisa.

-Juan.

Yo ya no tenía fuerzas ni para contestarle.

-Te voy a dar otra oportunidad de pasar esta prueba.