Los 16 latigazos (2: La prueba final)
¿Pero qué coño se proponía aquel cabrón conmigo? ¿No había tenido bastante en el baño? Aquella visión me dio cinco latigazos seguidos en el cipote. Y estuve a punto de correrme, de hecho al principio pensé que lo había hecho, de tan seguidas que habían sido aquellas descargas en la polla...
LOS 16 LATIGAZOS (2). LA PRUEBA FINAL
(para ver la primera parte, http://www.todorelatos.com/relato/64418/ )
La mañana siguiente en el colegio fue un infierno.
No dejaba de recordar lo que había ocurrido el martes por la noche en casa de Antonio, y cada vez que lo hacía, aquella breve pero intensa sacudida que tan bien conocía ya me recorría la polla como una descarga, normalmente acompañada de una erección instantánea, seguida casi al mismo tiempo por un pequeño trallazo de precum. Desde que oí esa palabra por boca de Antonio la tenía grabada en mi mente, y en ocasiones el simple hecho de recordarla de nuevo lanzaba un tremendo latigazo a mi cipote. Nunca había derramado la bestial cantidad de aquella sustancia transparente que conseguí sacarme el día anterior por la noche, aunque sí que había jugado con ella a solas, me resultaba cuando menos curiosa su textura y su elasticidad, cómo se podía estirar sin romperse desde la punta de la polla hasta más arriba de los ojos. Siempre me había resultado gracioso. Ahora no me resultaba ni graciosa ni curiosa. Ahora me ponía como una moto. Y mientras más trataba de evitarlo, más cachondo me ponía.
Así que el miércoles por la mañana, cuando me desperté muy temprano en la cama de matrimonio de los padres de Antonio, con Antonio al lado completamente desnudo y ambos cubiertos de semen reseco (y con las pollas duras como rocas), se me cayó el mundo encima. Antonio dormía plácidamente, con un gesto de tranquilidad que no tenía nada que ver con el que normalmente tenía en el colegio. Definitivamente este tío tenía dos caras. Y tenía la sensación de que yo era de las pocas personas que había tenido la suerte de conocer la otra.
Aún así, como digo, durmiendo como dormía, su polla estaba en su máximo esplendor y estuve tentado de agarrarla y darle un buen lametón. Mis ojos se fueron hacia sus pezones, no me había fijado la noche anterior pero tenía los pezones más perfectos que he visto nunca. Ni muy grandes, ni muy pequeños, ligeramente endurecidos, quizás debido a lo que quiera que estuviera soñando, oscuros y brevemente rodeados por algunos pelos. De nuevo me entraron ganas de pasar mi lengua por ellos y observar el despertar de Antonio mientras lo hacía. Pero no tuve cojones de hacer ni una cosa ni otra. No sabía cómo reaccionaría Antonio después de lo que había pasado la noche anterior, quizás estaba completamente arrepentido y me daba una paliza de campeonato. Así que me levanté sin hacer ningún ruido ni movimiento brusco y bajé corriendo al salón a buscar mi ropa y mis cosas. A los cinco minutos iba montado en la moto que el día anterior le había cogido prestada a mi hermano, y sólo me dio tiempo a llegar a casa, ducharme y salir disparado para no perder el autobús del colegio.
Y allí estaba yo aquella mañana, en el pasillo que daba a las clases, lleno de gente que gritaba y reía como todas las mañanas antes de clase, pero sin escuchar ni ver nada, apoyado en una pared y con la vista perdida en la pared de enfrente. A pesar de que mi mente vagaba una y otra vez por lo ocurrido el día anterior, motivo por el cual estaba completamente empalmado, me entraron ganas de mear y sin pensarlo me dirigí como un autómata hacia el servicio más cercano. Entré y me puse a ello en uno de los urinarios que había alineados a lo largo de la pared, no sin dificultad debido a mi continua erección, la mano derecha apoyada en los azulejos, y la izquierda intentando dirigirme la polla hacia abajo para no ponerlo todo perdido. Por suerte los servicios estaban completamente vacíos.
No había terminado de mear cuando oí la puerta abrirse bruscamente a mis espaldas y un escalofrío me recorrió la espalda. Intenté acelerar la meada como pude, incluso pensé en cortarla y guardarme la polla rápidamente, pero no me dio tiempo ni a una cosa ni a otra porque una mano grande me cogió del cuello y me empujó agresivamente al interior de uno de los inodoros cerrados. Me aplastó la cara contra la pared y oí el pestillo del cubículo cerrarse a mis espaldas. Por supuesto conocía de sobra aquella sensación y estaba totalmente seguro de quien era mi agresor, no habían pasado ni veinticuatro horas desde que la sentí por última vez, y me pregunté qué coño le pasaba a aquel tío.
-Antonio
-Mira tú. Si me ha conocido el Empalmes este ¿también el mear te pone cachondo?
Lo dijo susurrando junto a mi oído, exactamente como el día anterior.
-Lo que pasó ayer - dije entrecortadamente. Me estaba haciendo mucho más daño que la otra vez, y realmente temí acabar con la cara partida en aquel baño.
-Ayer no pasó nada. ¿Me entiendes? Absolutamente nada. Como vayas contando tus fantasías de maricón por ahí me voy a tener que enfadar. Y mucho. ¿Me has entendido?
Por supuesto que lo había entendido. Los ojos se me llenaron de lágrimas, pero creo que no fue tanto por el intenso dolor que me estaba provocando la agresión como por la frustración que su comportamiento me estaba haciendo sentir. Yo también estaba confundido, joder, y no iba por ahí partiendo bocas. Exactamente como el día anterior, tuve la sensación de que Antonio podía saber qué pasaba por mi cabeza en aquel momento.
-Y no te creas que me gustan los tíos, tengo las ideas bien claras lo dijo apretándome aún más la cara contra la pared. Esta vez no me había agarrado las muñecas atrás pero no hacía falta, yo estaba tan acojonado que tenía las manos apoyadas en la pared y por supuesto no intentaba luchar contra aquel cabrón.
Y diciendo esto me soltó de golpe y me caí encima del wáter, mientras él salía cagando leches y daba tal portazo que pensé que al salir vería la puerta fuera de sus bisagras.
Llegué a la clase cuando llevaba cinco minutos empezada y tras recibir la reprimenda de diez minutos de rigor de la Batracia me dirigí a la última fila, había un par de pupitres vacíos en la esquina más alejada de la puerta y aunque tenía que recorrer la clase entera no me importó porque quería estar lo más alejado de todos y de todo, estaba seguro de que no iba a poder prestar atención a nada de lo que aquel día se dijera en clase de ciencias. Me senté y traté de sacar algún bolígrafo y un par de folios para disimular un poco, y fue justo entonces cuando recibí una punzada en la sien derecha. Me froté inconscientemente mientras levantaba la vista de mi cartera y volví a recibir una punzada, esta vez en el cuello. Miré alrededor y allí estaba Antonio, sentado justo en la esquina opuesta a donde yo estaba, en la última fila también, su pupitre de al lado estaba ocupado por Manu, pero se le veía tan acojonado de que Antonio se hubiera puesto a su lado que sólo miraba al frente, con la vista clavada en la pizarra y en la Batracia, a pesar de que ésta tenía ya casi la edad de jubilarse y estaba más arrugada que el cuello de una tortuga. Antonio no estaba sentado hacia delante, sino que en lugar de apoyarse en el respaldo de la silla, había girado noventa grados y apoyaba su espalda contra la pared. Tenía las piernas estiradas hacia delante, por detrás de la silla de Manu, con un pantalón corto de gimnasia que dejaba ver aquellas velludas piernas cuyo roce tanto placer me había dado el día anterior. En la mano tenía un bolígrafo sin cartucho con el que me estaba tirando bolitas de papel ensalivadas. Y desde los doce metros que nos separaban podía ver una erección de campeonato en sus pantalones.
¿Pero qué coño ? Me dije a mí mismo. Y volví la vista al frente. Tres segundos después recibí otro proyectil en plena oreja derecha. Aquel sí había dolido. Volví a mirar a Antonio con gesto preocupado, no sabía qué coño hacer. Y entonces lo vi gesticular. Primero me señaló. Luego se señaló con dos dedos en los ojos y por último se señaló a él. Quería que lo mirara. ¿Era eso? ¿Qué cojones estaba tramando? Volví la vista al frente pero entonces lo que recibí fue un golpe bastante más grande en la sien derecha. El hijoputa me había tirado su goma de borrar y había acertado de lleno. Con tanta fuerza que casi me había nublado la vista. Volví a mirarlo mientras frotaba mi sien y volvió a hacer el gesto. Mírame, decían sus labios mientras se señalaba.
No tuve más cojones que girarme un poco y quedarme mirándolo a ver qué coño quería aquel cerdo cabrón. Y entonces, se agachó, metió la mano en su mochila y sacó un plátano. ¿Pero qué cojones era aquello? Comenzó lentamente a pelarlo con la mano izquierda mientras con la derecha agarraba su base y una vez que la parte superior estuvo libre de cáscara, dirigió su mano izquierda a su polla empalmada y comenzó a sobársela por encima del pantalón mientras mordía el primer bocado de la fruta. Mis ojos no podían creer aquello ¿pero qué coño se proponía aquel cabrón conmigo? ¿No había tenido bastante en el baño? Aquella visión me dio cinco latigazos seguidos en el cipote. Y estuve a punto de correrme, de hecho al principio pensé que lo había hecho, de tan seguidas que habían sido aquellas descargas en la polla. Pero miré hacia abajo y vi que no, que sólo tenía la polla y los cojones a punto de reventar, pero nada más. Y rápidamente volví la vista a Antonio, no quería recibir otro torpedazo de los suyos. Seguía comiéndose aquel plátano con una lascivia total, mientras se sobaba el rabo descaradamente y me miraba sin pestañear a los ojos. Miré ligeramente a Manu pero aquel pobre infeliz estaba tan acojonado que no parecía darse cuenta de nada de lo que pasaba justo a su lado. De hecho su campo de visión estaba muy por delante de donde estaba Antonio, cuya silla estaba bien retirada del pupitre.
Antonio siguió chupando, comiendo y restregando el plátano en su boca, mientras seguía con aquel pajote por encima de sus shorts. Y cuando hubo acabado, se levantó.
Me entró un sudor frio mezclado con una oleada de calor que me subió a la cara desde el estómago y miré inconscientemente a la Batracia, que en ese momento estaba escribiendo en la pizarra un par de fórmulas de la fotosíntesis totalmente indescifrables y daba la espalda a la clase, y rápidamente volvía a mirar a Antonio que se acercaba lentamente hacia mí, con una erección completamente evidente, mirando fijamente a mis ojos. En diez segundos se había sentado en el pupitre vacío que había a mi lado y antes de que yo pudiera siquiera hacer nada me había levantado el elástico de mis shorts de deporte y de mi slip al mismo tiempo y me había colocado la polla exactamente en la misma posición que el día anterior, con la cabeza fuera y apretada por el elástico. Un pequeño trallazo de precum cayó en su mano mientras hacía esto, y sonrió ligeramente, aunque su sonrisa no tenía nada que ver con la del día anterior. Era una sonrisa maligna, viciosa, cargada de sexo y de lujuria. Acto seguido se bajó el elástico de sus shorts y de sus calzoncillos y se lo colocó justo por debajo de los huevos, dejando ver su polla totalmente erecta y brillante y sus huevos peludos y perfectamente simétricos justo por encima de la ropa. Había estado mirándome fijamente a los ojos mientras lo hacía, y entonces puso su mano izquierda en mi rodilla derecha, jugueteando con los pelos de mi pierna con su dedo índice. De nuevo un latigazo en mi polla; un pequeño trallazo de precum manchó el suelo. Antonio volvió a sonreir. Puso su dedo índice derecho sobre mi pecho, luego se señaló con el mismo dedo su boca, y luego se señaló su palpitante polla. ¿QUÉ? No podía creer lo que intuía que me estaba diciendo con aquellos gestos. Volvió a gesticular, esta vez con más fuerza, su dedo me taladró el pecho, luego lo llevó a su boca y de nuevo a su polla.
Lo miré asustado.
-¿Estás tonto Juan-en-Babia? susurró- Que me chupes la polla ahora mismo. ¿Te lo tengo que escribir en un papel?
Aquello no tenía ningún sentido. O el tío estaba demasiado cachondo o es que era gilipollas. Aquella mañana me había amenazado para que no contase nuestro encuentro del día anterior ¿y ahora quería que le hiciera una mamada en mitad de la clase con todo el mundo mirando? Aunque realmente, me imagino que no le importaba en absoluto. Yo era el que tendría su polla dentro de mi boca, al fin y al cabo yo era el único que podría quedar de maricón delante de todos y él siempre tendría las de ganar. Además como ya he dicho nadie se atrevía a llevarle la contraria.
Sentí un nuevo calambrazo en el cipote que me llego hasta la base de los huevos y retiré lentamente mi silla hacia atrás. La Batracia seguía a lo suyo escribiendo fórmulas sin sentido en la pizarra, era una tía tan cabrona que la verdad es que tenía a la clase completamente firme y callada. Era lógico que Antonio hubiera escogido esa clase para seguir con su jueguecito. Nadie se atrevía a mirar hacia los lados con la Batracia, mucho menos a charlar o a despistarse del hilo de la clase. Nadie, excepto Antonio. Y hoy por desgracia, me había arrastrado a ello a mí también. No quería ni imaginarme la situación de la Batracia pillándome a mí en mitad de una felación. Preferiría estar muerto, eso seguro. Como pude bajé de mi silla y me escurrí entre las velludas piernas de Antonio, debajo de su pupitre. Muy bien Juan, me dije. Vamos a terminar con esto pronto. Le vas a hacer a este pedazo de hijo de puta la mejor mamada que le han hecho en toda su corta puta vida de cabronazo. Y vas a hacer que se corra mucho antes de lo que se imagina. Y vas a volver a sentarte y a actuar como si nada hubiera pasado. Así que le agarré el rabo por la base y sin avisar me lo tragué de un golpe hasta que sus pelotas me rebotaron en la barbilla. Tenía mi mano izquierda apoyada en su abdomen y pude notar la súbita contracción de sus abdominales. Miré hacia arriba y le vi con los ojos muy abiertos mientras me miraba casi con sorpresa, mientras se mordía el labio inferior. Muy a mi pesar yo también estaba disfrutando en cierto sentido de aquella mamada prohibida, así que me acomodé como pude con las rodillas clavadas en el suelo y seguí con mi tarea mientras a Antonio se le escapaban pequeños gemidos que realmente temí que alguien pudiera oír.
De pronto Antonio cerró sus piernas detrás de mí y con sus zapatillas de deporte clavadas en la parte baja de mi espalda, me atrajo más hacia él. Justo después noté que estaba intentando quitarse las zapatillas, con un pie se sujetaba la base de una de ellas y tiraba hacia arriba de su otra pierna. Oí un pequeño golpe sordo que me indicó que había conseguido quitarse una. En un minuto estaba en calcetines, y al minuto siguiente, no sé cómo pudo hacerlo sin manos, estaba descalzo. Entonces dirigió su pie derecho hacia mi polla, que seguía tal y como Antonio me la había colocado, hacia arriba y con el elástico del slip y del short apretando el tronco. Mientras con el pie izquierdo me levantaba la camiseta, con el derecho me comenzó a hacer el pajote más excitante que me han hecho en toda mi vida. Mi glande recubierto de precum se escurría entre el dedo gordo de su pie y el segundo dedo sin esfuerzo ninguno. Aquel contacto me sorprendió y dejé momentáneamente de chupársela. Joder, me iba a correr allí mismo, en una clase llena de treinta personas y una rana vieja experta en fotosíntesis. Pero seguí recorriendo su cipote frenéticamente, ensalivándolo y restregándomelo por la cara, que debido a no haberme afeitado durante dos días tenía un leve indicio de barba que pensé podría ayudar a que el cabrón de Antonio se corriera de una puta vez y me dejara tranquilo. Pero aquel mamonazo no se corría. Y cada vez gemía más alto. Nos van a pillar. Joder nos van a pillar. Mi polla se revolvía frenéticamente entre los dedos del pie de Antonio, que había conseguido bajar aún más el elástico con el otro pie y colocarlo debajo de mis huevos, exactamente como había hecho con el suyo. No entendía cómo no se había corrido todavía, el tío tenía aguante, o bien la noche anterior le había dejado los cojones tan vacíos que no tenía nada con lo que correrse. Pero aún más extraño me resultaba a mí no llegar de una puta vez al orgasmo, con aquella paja de campeonato que el cabrón me estaba dando.
Estuvimos así como diez minutos en los que lo único que llegaba a mis oídos era la respiración entrecortada de Antonio mezclada con sus gemidos y la explicación de por qué la clorofila se comporta como se comporta. Yo no sabía cómo se comportaba la clorofila pero si sabía que yo me estaba comportando como un puto mamador de pollas salido directamente de una película pornográfica. Y de nuevo a mi pesar, aquello me ponía más cachondo de lo que nunca nada ni nadie me había puesto.
Estaba en estos pensamientos cuando me sorprendió un trallazo caliente de semen en la garganta, tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no empezar a toser, y seguí notando un segundo, un tercero, un cuarto, cuando iba por la séptima contracción de la polla de Antonio perdí la cuenta pero seguí tragando semen. Y aún así le dio tiempo a sacar su polla de mi boca y soltar los dos últimos trallazos encima de mis labios. Casi al mismo tiempo mi polla empezó a convulsionarse descontroladamente y se soltó por si misma de los dedos del pie de Antonio, que casi sorprendido miró hacia abajo para observar el espectáculo. Mi corrida fue tan potente que llegó hasta la barbilla de Antonio, y siguió manchándole la camiseta con cuatro o cinco oleadas de esperma. La última cayó al suelo y dejó un largo reguero blanco translúcido.
Iba a incorporarme rápidamente cuando Antonio se agachó debajo del pupitre como quien va a recoger algo y me restregó la lengua por los labios, recogiendo los últimos restos de su corrida que habían quedado en mis labios, uniendo su boca con la mía para introducir ese último esperma su interior. Su lengua me atravesó como una lanza y el sabor y la textura de su semen recorrieron de nuevo todas los rincones de mi lengua.
Mi polla pareció no haberse enterado de que acababa de tener la corrida de su vida porque casi puedo asegurar que ni siquiera se me bajó la erección, y un par de latigazos más la recorrieron de arriba abajo. Antonio, que de nuevo pareció leer mi pensamiento, me agarró la polla por su base con firmeza, y acerco su boca a mi oído, de nuevo restregando su barba contra mi mejilla.
-Macho, has pasado la prueba final con creces. Pero vamos a tener que hacer algo con esto dijo dándole una pequeña sacudida.