Los 16 latigazos (12: Acto de contrición)

me acerqué a él pegando mi cuerpo completamente al suyo, mi erección acariciando su polla a través de las telas, e introduje ambas manos por la parte de atrás de sus pantalones y su ropa interior

LOS 16 LATIGAZOS (12). ACTO DE CONTRICIÓN

Cuando uno se levanta por la mañana nunca sabe los regalos que la vida puede traerle ese día. Ni siquiera cuando Carmina me despertó a las 7:30 con aquella llamada para decirme que su sobrino el italiano, aquel guaperas malcriado, venía de camino para quedarse un par de días en el ‘ otro’ chalet podía imaginarme siquiera lo que aquel veinticuatro de junio me tenía preparado. ‘ Antonio no me coge el móvil ’ me había dicho. ‘ Por favor localízalo y díselo cuanto antes. Si hace falta llégate al chalet. No quiero que le pille por sorpresa. ’.

La verdad es que últimamente la situación se me estaba yendo de las manos. Muchas cosas oscuras surgían de mi interior y yo no podía hacer nada por evitarlo. Mis relaciones extramatrimoniales, tanto con mujeres como con hombres, habían aumentado considerablemente en los últimos años. Mis vicios se habían intensificado, estando más de una vez a punto de romper mi matrimonio y con ello echar a perder muchos intereses económicos que aún seguían en la cuerda floja porque mi padre se había asegurado de que así fuera. Mi hijo y mi hija estaban metidos en una extraña relación con aquel tal Juan, un chaval tan apetecible que yo mismo me lo había tirado el día anterior y ni siquiera era realmente consciente de la gravedad del asunto. Y es que cuando ves a tu propio hijo tirándose al novio de tu hija en mitad de la playa y no te provoca una ira descomunal sino más bien una erección monumental que poco después te lleva a drogar y a follarte al chaval en mitad de la noche creándole posiblemente más dudas y problemas psicológicos de los que ya tenía, es que las cosas en tu cabeza están bien jodidas. Y en mi cabeza lo estaban, sin lugar a dudas.

Carmina siempre me había mantenido al tanto de los pasos de Antonio, desde el primer momento, por lo que la llegada del italiano aquella mañana no hizo sino contribuir a la inquietud que se había ido haciendo más y más grande en mi interior durante los últimos días. Sabía perfectamente qué clase de niñato era aquel chaval que años atrás le había hecho la vida imposible a mi hijo, y sabía también que el afecto que había entre ambos era cuando menos inexistente, así que aquella visita y la llamada de Carmina me dejó bastante intranquilo. Unas horas después recibí otra llamada del propio Claudio dejando en pocas palabras bastante claro el objetivo de su presencia aquí, pero por suerte yo ya estaba más que preparado para lo que vendría a continuación.

Había decidido recibir al italiano en la puerta de entrada para aumentar un poco más si cabía su perplejidad. Por suerte Pilar había quedado temprano con la novia de Antonio, aquella morenita de ojos muy verdes y tetas muy grandes para ir al centro comercial y Ana también había salido a comer con aquel grupo de arpías que tenía por amigas. Y en cuanto a Juan, había aprovechado la oportunidad para pasar la mañana conociendo un poco el pueblo, solo , ‘ me vendrá bien un poco de tranquilidad ’ me había dicho. Lo entendí perfectamente. La noche anterior en la cena había podido advertir con total claridad el juego que Antonio se traía con aquel cacharro japonés que yo mismo había importado unos meses atrás, y la tensión a la que había sometido al pobre chaval.

Era poco más de la una de la tarde cuando, desde la ventana del salón, lo vi atravesar el arco del jardín y salí a la puerta. Lo saludé con naturalidad cuando estaba a poco más de diez metros de la entrada, ofreciéndole un apretón de manos al llegar a mi altura y estrechando su mano con fuerza.

-Hola Claudio –dije sonriendo.

Me miró con los ojos como platos y la piel tan blanca como la cera, por un momento sentí pena por él, pero aquello pasó volando y volví a centrarme en mi papel.

-Pasa hombre, no te quedes ahí parado –añadí, y le conduje al interior poniendo una mano en su espalda.

La mosca atrapada en la tela de la araña, pensé mientras entrábamos en el oscuro frescor de la casa y cerraba la puerta. Aquella idea me hizo dar una enorme carcajada y Claudio me miró asustado. Parecía darse cuenta de que su intento de chantaje se había ido completamente a tomar por el culo y aún no tenía ni idea de cómo ni de por qué. Le señalé con la mano el sofá rojo para que tomara asiento.

-Ponte cómodo. ¿Quieres tomar algo? –seguí hablando como si su visita fuera lo más normal del mundo o como si nos viéramos todos los días.

-No he venido a tomar copas contigo.

A pesar de que casi podía oler la tensión transpirando por cada uno de los poros de su cuerpo, aquella voz sonó fría y tranquila. Parecía haber recuperado algo del valor que lo había traído hasta allí en primer lugar. Sonreí amablemente.

-Bueno, ya me había quedado claro con tu llamada, pero supongo que no te importará que yo me sirva un whisky ¿no? ¿De verdad no quieres una cerveza?

Me dirigí al mueble bar sin esperar una respuesta que por otro lado sabía que no iba a darme y me llené un vaso bajo con un par de dedos de Macallan . Cuando me di la vuelta Claudio seguía allí de pie, no se había movido un solo milímetro de su sitio. Me pareció que temblaba ligeramente mientras miraba expectante cada uno de mis movimientos. Volví a acercarme lentamente hacia él, sujetando el whisky en la mano izquierda mientras dirigía la derecha hacia mi paquete y me daba un fuerte apretón de unos segundos. El hijo de puta era guapo, la blancura de su piel y sus proporciones perfectas le hacían parecer una estatua griega que hubiese cobrado vida por arte de magia, y a pesar de aquella insólita situación no pude evitar excitarme con su presencia en mi salón. Claudio abrió aún más los ojos con sorpresa al darse cuenta de mi gesto y de la erección que estaba empezando a tomar forma bajo mi bañador y rápidamente volvió a mirarme fijamente.

-La historia que te traes con mi tía Carmina está a punto de irse a la mierda. Eso, y todas tus putas empresas y negocios, los legales y los… los no legales –dijo tratando de centrarse en el tema.

Me dio la impresión de que estaba a punto de echarse a llorar, se notaba que había estado ensayando aquella frase durante mucho tiempo y aquel detalle me hizo soltar otra carcajada. Claudio me miró sorprendido y luego frunció el ceño.

-Lo digo en serio –añadió no muy convencido.

Estábamos ahora a unos tres metros de distancia y vi que apretaba los puños de pura tensión-. A no ser que quieras llegar a un acuerdo conmigo. Soy… bastante razonable.

-No me cabe ninguna duda de ello –sonreí mientras le contestaba. Tomé un pequeño trago del whisky-. ¿Te gusta el cine, Claudio?

Su expresión ahora era de una incredulidad total. Volví a darme un largo magreo en la polla por encima del bañador.

-¿Pero qué cojones m…?

-Te he preguntado que si te gusta el cine –dije elevando el tono de voz sin dejarle terminar su frase.

Yo había parado de sonreír y lo miraba sin pestañear. Claudio no dijo nada.

-Sí –contesté por él, y tomé otro sorbo de whisky-. Supongo que sí, a todo el mundo le gusta, ¿verdad? Yo tendría más o menos tu edad cuando vi aquella película, Sliver. ¿La has visto, Claudio?

Él seguía callado, expectante, los ojos aún muy abiertos. No creí que hubiera visto una vieja película de hacía más de quince años. O quizás sí. Poco importaba, la verdad. Podía notar que de vez en cuando lanzaba cortas miradas al bulto que crecía bajo mi bañador.

-Déjame decirte –continué hablando- que la película es una puta mierda. Pero para mí fue casi como una revelación. ¿Sabes que fue la primera película que vi en el cine después de casarme? Creo que incluso Ana estaba ya embarazada de Pilar. Antonio tendría entonces… déjame ver... unos dos añitos, pero para entonces a mí ya me habían separado de él y exiliado a la otra punta de España. Su propio abuelo, el hijo de puta de mi padre, me había separado de él y de su madre. ¿Qué te parece?

-No sé a qué cojones viene esta historia, Andrés. Sabes muy bien a qué he venido. No me toques los huevos –soltó elevando su tono y tratando de recuperar el tono chulesco que le caracterizaba.

Sonreí y seguí hablando.

-Es cierto, me estoy desviando del tema. Pero es que aquel fue un gran periodo de cambios. Era el año 93, acabábamos de mudarnos. Y este chalet estaba empezando a ser construido, ¿sabes? –di una pequeña carcajada-. Bueno, este y el ‘ otro’ como verás desde el primer momento tuve la esperanza de tenerlos a él y a su madre junto a mí y no dudé en construirlo a pesar de que sabía que pasaría años deshabitado. Puedo tener muchos defectos pero siempre me he preocupado por mi familia. Por toda ella, aunque no lo creas. A propósito de lo cual, creo que sabes de sobra la infancia que ha pasado Antonio. Lo que no sé si sabes es lo de su depresión. Por las humillaciones que tuvo que soportar cada día, año tras año… Estuvo a punto de morir, no tenías ni puta idea ¿no? No, por suerte Carmina lo apartó de todo justo a tiempo. Incluso de ti. Aún así cuando bajó de los cuarenta y cinco kilos pensábamos que no sobreviviría. Ya ves, la mayor parte de su infancia y su adolescencia ha sido un infierno.

Pude ver que a Claudio le costaba sostenerme la mirada tras oír aquellas palabras, pero no la desvió. Siguió mirándome y escuchando sin decir nada.

-Y a pesar de todo, lo habrás notado cambiado ¿eh? El campeón se ha hecho una coraza de cojones con toda la mierda que le echasteis durante todos aquellos años. Yo he estado velando por él desde aquí abajo, aunque no te lo creas. He seguido todos sus pasos y le he dado la mejor vida que he podido darle aún teniendo las manos tan atadas. Después de su problema no paré de luchar hasta conseguir que él y su madre dejasen Pamplona y se mudasen cerca de mí. Incluso tuve el valor de contarle la verdad. Lo único que lamento es que Pilar y él no puedan tener una relación normal de hermanos. ¿Conoces a mi hija, Claudio? Es una chica estupenda, aunque parece que vive como en una nube. Antonio tiene los pies más en el suelo, aunque últimamente lo veo algo perdido, creo que está un poco… confuso. En el tema del sexo, sobre todo –dije esto último con una sonrisa socarrona mientras entornaba los ojos. Di otro sorbo. Aquel whisky estaba bueno de cojones.

Claudio estaba completamente atónito con el rumbo que aquella conversación, o más bien aquel monólogo, había tomado. Podía notar sus ganas de de desaparecer de allí aunque sus pies parecían ahora estar clavados al parqué con cemento armado. Decidí desentumecer sus músculos un poco.

-Acompáñame, voy a enseñarte algo –dije dando media vuelta y dirigiéndome hacia la puerta de mi despacho, que daba directamente al salón donde nos encontrábamos. Sabía que tardaría en moverse pero no miré hacia atrás.

Cuando llegué a la puerta cerrada me saqué una fina cadena plateada que llevaba alrededor del cuello bajo la camiseta con una mano mientras con la otra seguía sosteniendo el whisky. Detrás de mí empecé a oír el ruido de los pasos de Claudio que ahora comenzaba a andar hacia donde yo estaba. Pulsé el pequeño dispositivo metálico con dos minúsculos botones que colgaba de la cadena y un corto y casi imperceptible ‘ bip’ me indicó que se había desbloqueado el cierre de la puerta y las luces se habían encendido automáticamente. La gruesa puerta comenzó a abrirse lentamente por sí sola. Miré hacia atrás, el italianito estaba ahora llegando a mi altura, así que me aparté con una sonrisa cediéndole el paso al despacho sin ventanas ahora iluminado por tres grandes lámparas de techo. Claudio atravesó el umbral como hipnotizado, creo que para entonces había perdido cualquier esperanza de sacarme un solo euro de mis cuentas bancarias y parecía invadido de una sumisión, una calma absoluta como la del cordero que va a ser degollado. Y yo le seguí. Volví a pulsar el pequeño mando que colgaba de mi cuello y la puerta comenzó a cerrarse suavemente, dejándonos aislados del resto del mundo en aquella habitación.

A simple vista era un cuarto de unos seis por ocho metros, con una gran mesa labrada de caoba justo en mitad de la estancia y un cómodo sillón de cuero gris oscuro justo detrás. Estaba decorado con maderas nobles, con un estilo clásico pero confortable. Estanterías llenas de libros y un par de óleos clásicos ocupaban la mayor parte de las paredes. Sin embargo aquello era casi como una cámara acorazada. Pilar lo llamaba ‘el búnker’ en tono de broma, y realmente no podía ni imaginar siquiera la razón que tenía.

Tecleé una serie de números en un pequeño panel de control en la pared y unos enormes paneles de madera oscura que ocupaban toda la pared derecha comenzaron a deslizarse hacia ambos lados, dejando a la vista un total de cincuenta y cuatro pantallas encendidas de doce pulgadas, en blanco y negro, dispuestas en seis hileras de nueve. En ellas podían observarse varias habitaciones, baños, dormitorios, salones... la casi totalidad de las estancias del chalet donde nos encontrábamos y también las del ‘otro’, el chalet de Carmina. Lo único que quedaba sin vigilancia eran algunos pasillos y tramos de escaleras.

-Después de ver aquella película me pareció buena idea instalarlo como medida de seguridad… aunque luego descubrí lo divertido que podía llegar a ser todo este tinglado -dije riendo.

Lo que no le estaba contando era lo mucho que me gustaba mirar a través de aquellos monitores y grabar a las decenas de invitados, amigos, socios y colaboradores que habían pasado por los chalets con sus respectivas parejas durante tantos años. Me gustaba dejarles las llaves del chalet durante la temporada de invierno y que aquellas cámaras activadas por movimiento grabaran todo lo que ocurría. Me gustaba descubrir la verdadera personalidad de la gente cuando no eran conscientes de que estaban siendo observados. Sí, joder, aquello me gustaba. Y me excitaba. Me excitaba casi tanto como tener allí atrapado al sobrino de Carmina y compartir mi pequeño secreto con él.

Para entonces mi polla había llegado al punto máximo de su erección y traté de colocarla lo más cómodamente posible bajo el bañador. Apuré el whisky y dejé el vaso vacío encima de la mesa. Luego cogí un mando a distancia mientras él seguía observando cada uno de los monitores en blanco y negro con cara de sorpresa, y una vez me hice con él pulsé el botón de encendido. Una pantalla de plasma de 60 pulgadas mucho más moderna que los monitores de vigilancia y que quedaba a la derecha de los mismos se encendió con un zumbido sordo, asustando a Claudio que probablemente aún no había reparado en su presencia. Su expresión iba pasando del estupor al pánico más absoluto mientras su mente comenzaba a atar cabos.

-¿Quieres que hablemos de chantajes? ¡Estupendo! –dije riendo mientras pulsaba un botón en el mando y unas imágenes comenzaban a salir en la pantalla de plasma.

Un atronador ruido inundó la habitación, y Claudio pudo reconocerse a sí mismo, una mano apoyada en la pared de un lujoso baño, orinando mientras echaba hacia atrás lentamente su cabeza. Durante casi un minuto completo sólo se oyó el rugido de aquel potente chorro en todo el despacho acompañado de un suave gemido de satisfacción. Después ambos vimos cómo se sacudía aquel rabo y cómo al instante se quitaba su ropa y se dirigía hacia la puerta del baño. Pulsé otro botón del mando y nuevas imágenes salieron en la pantalla. Claudio dando pollazos a Antonio en la pierna sobre su pantalón corto. Otro botón. Claudio preguntando a Antonio si quería hacerle una felación y echándose a reír. Otro. Antonio tumbado en la cama con los ojos cerrados mientras Claudio se ensalivaba una mano y le agarraba aquella enorme erección mientras sonreía y comenzaba a moverla de arriba abajo a la par que se cascaba su propio rabo.

-Te gustan las pollas, ¿eh Claudio? Ya lo creo que te gustan –le dije con una sonrisa condescendiente mientras miraba su cara desencajada.

Nuevo toque al mando a distancia. Antonio y Claudio agarrándose las pollas mutuamente mientras se pajeaban. Clic. Antonio tragándose el rabo de Claudio hasta la campanilla. Clic. Claudio apretando los ojos y agarrando el pelo de Antonio mientras éste último jugueteaba con la lengua en su culo. Clic. Antonio tumbado completamente sobre Claudio con la cabeza sobre su hombro, ambos jadeando y perlados de sudor. Clic. Claudio dando vueltas por la habitación mientras se vestía y hablaba por teléfono visiblemente alterado. Clic. Claudio sentado en la cama estirando una mano para comprobar la estabilidad de su pulso mientras hablaba consigo mismo

A cada nueva imagen que salía le acompañaba el correspondiente sonido, y los gemidos y suspiros de las imágenes acompañados del chasquido de la saliva sobre las pollas de ambos chavales me la estaban volviendo a poner tan dura como la primera vez que lo había visto horas atrás, en directo, desde aquel despacho, sentado en el sillón de cuero gris mientras me la cascaba lentamente, totalmente absorto en aquella pantalla gigante, asombrado ante lo que veían mis ojos pero tremendamente cachondo. Casi con satisfacción pude comprobar que aquello estaba causando el mismo efecto en Claudio a pesar de su estupor y pulsé otro botón que apagó totalmente la enorme pantalla. Claudio pareció salir del estado en que se encontraba, sobresaltándose visiblemente con el sonido del plasma que dejaba de recibir corriente eléctrica.

-Sí, se nota que te gusta el cine. Te has quedado obnubilado, chaval.

Me acerqué un poco y pasé el mando a distancia suavemente por encima de su abultada polla, acariciando sus pantalones de deporte. Arriba y abajo, sólo una vez. Claudio se miró el rabo con sorpresa, creo que hasta entonces no había siquiera reparado en su propia erección, y luego dirigió su mirada hacia mí con los ojos muy abiertos. Retiré el mando a distancia y sonreí.

-Esto son sólo unas cuantas escenas que he seleccionado al azar. Cuando quite y ponga los audios en los momentos clave y elija las mejores tomas va a quedar un video cojonudo. ¿Qué te parece? Joder chaval, di algo, que te has quedado mudo.

Por fin una voz quebrada surgió de su interior.

-¿Qué es lo que quieres? –preguntó casi en un susurro, mirándome directamente a los ojos

Sonreí, pero no dije nada.

-Qué coño quieres –volvió a preguntar en un tono aún más bajo.

Para entonces Claudio sabía perfectamente lo que yo quería, lo que aún no sabía es que él lo deseaba tanto o más que yo. No me cabía la menor duda de aquello después de ver su encuentro con Antonio.

-Claudio… -me acerqué un poco y coloqué una mano sobre su hombro.

Pensé en decirle que sabía por lo que estaba pasando. Que sabía la confusión que habría en aquellos momentos dentro de su cabeza tras lo de Antonio. Pensé en decirle que yo mismo había pasado por aquella situación en mi juventud. Pensé en decirle todo aquello pero me contuve. No se merecía mi compasión ni mis palabras de apoyo. Continué hablando.

-Lo único que estoy tratando de hacer aquí es proteger mis propios intereses, Claudio. Lo tengo prácticamente todo en la vida, ¿sabes? No quiero nada. O al menos no quería nada esta mañana cuando me desperté, has sido tú quien ha originado toda esta historia. Pero ahora

Me miré hacia la polla, tan empalmada ya que se marcaba completamente bajo el bañador. Había dejado una pequeña señal húmeda y oscura y la señalé con un gesto de cabeza. Volví a mirarle sonriendo.

-… ahora tengo un pequeño problema. Ya ves, Claudio, esto no se puede dejar así.

Seguía con mi mano derecha sobre su hombro izquierdo, podía notar todos sus músculos flexionados de la tensión, aunque me pareció notar un ligero temblor en su cuerpo. Lancé el mando a distancia sobre el sillón de cuero y llevé la mano izquierda a su paquete para comenzar a acariciarlo suavemente con la yema de los dedos. Muy, muy despacio, y sin apenas rozarle. Claudio entornó los ojos e inclinó muy ligeramente la cabeza hacia atrás dejando escapar un pequeño suspiro. Sonreí. Continué pasando mis dedos sobre toda la longitud del tronco de su polla y aumenté la fuerza del masaje, usando toda la palma de la mano, llegando hasta el lugar donde reposaban sus pelotas bajo aquel pantalón y volviendo hacia arriba donde se encontraba el glande. Bajé unos centímetros el pantalón para poder apreciar mejor cómo se marcaba su erección bajo el slip azul. La cabeza de su polla estaba a punto de escapar por el elástico. Había empezado a lubricar, dejando una mancha oscura bastante considerable y comencé a pellizcar el glande con fuerza a través de la tela de algodón. Mis dedos se humedecieron ligeramente. Claudio volvió a jadear, esta vez más fuerte. Seguía con los ojos medio cerrados y la cabeza algo inclinada hacia atrás. Llevé la mano a mi nariz para oler aquel líquido y mi rabo se retorció bajo el bañador.

Entonces dejé de tocarle y me acerqué a él pegando ahora mi cuerpo completamente al suyo, mi erección acariciando su polla a través de las telas, e introduje ambas manos por la parte de atrás de sus pantalones y su ropa interior, agarrándole ambos cachetes con fuerza. Estaban muy suaves, no me lo esperaba y aquello me excitó tremendamente. A mi polla también debió gustarle porque respondió con una fuerte sacudida que a él no le pasó desapercibida. Claudio abrió los ojos con sorpresa y encontró mi cara a unos centímetros de la suya.

-Quieres sentir lo que es tener una polla dentro de ti, ¿verdad Claudio? –dije con un susurro introduciendo mi aliento en su boca entrecerrada.

Abrió aún más los ojos si es que aquello era posible, ya que estaban ahora casi a punto de salírsele de las órbitas y noté que trataba de hacer un ligero esfuerzo para zafarse de mi abrazo. Un esfuerzo que quedó en nada ya que lo apreté más aún contra mi cuerpo y mi palpitante erección, tirando con mis manos de su culo hacia mí mientras él volvía a dejarse hacer prácticamente sin oponer nueva resistencia.

Llevé los dedos índice y anular de mi mano derecha hacia la raja de su culo, pasándolos de arriba abajo, y notando en aquella zona una enorme espesura de pelos humedecidos por su sudor. La caricia logró hacer escapar otro gemido de su garganta que se introdujo directamente a través de mis labios, lo que me incitó a meter mis dedos aún más profundamente entre aquellos glúteos, alcanzando con las yemas el apretado esfínter que se contrajo con fuerza al notar el contacto. Pude notar que el corazón de Claudio comenzaba a latir mucho más deprisa y me excité aún más ante aquella reacción involuntaria de su cuerpo.

Retiré los dedos de su agujero pero continué con aquel suave masaje entre ambos cachetes, enredando las yemas de mis dedos en aquella peluda raja para luego volver a poner las manos sobre aquellos suaves glúteos, amasándolos, pellizcándolos. Claudio comenzó a temblar ligeramente mientras cerraba los ojos de nuevo y el aliento de un nuevo gemido se introducía en mi boca por segunda vez. Si bien parecía estar disfrutando de mis caricias, su mente trataba sin duda de luchar contra aquellas sensaciones prohibidas.

-¿Te gusta? –dije cachondo perdido, apretando aún más mi polla contra la suya, todavía a través de nuestras ropas, moviendo ahora mis caderas hacia arriba y hacia abajo muy suavemente, frotando nuestros paquetes pero de una forma muy lenta y controlada para evitar correrme antes de tiempo.

-Por favor… -suplicó sin mucha convicción- por favor, no

-Estás deseándolo tanto como yo, Claudio, llevas deseándolo todo el santo día, desde que mi hijo no tuvo los suficientes cojones de acabar lo que había empezado y reventarte este culo de chulo barato de un solo pollazo –apreté sus suaves cachetes con fuerza mientras decía estas palabras y lo atraía más aún hacia mí.

Aquello le sorprendió y volvió a abrir aquellos ojos algo achinados de par en par.

Seguía notando el rápido latido de su corazón acelerado contra mi pecho, y otro más potente aún, el latido de su polla contra la mía a través de nuestra ropa. En mi interior se mezclaba la excitación de tener aquel cuerpo junto al mío con la rabia que sentía hacia el hijo de puta que tanto había jodido a Antonio años atrás. Quería hacerle daño, dejarle una marca tan profunda que no volviese a ser el mismo nunca más. Y aquella mezcla de sentimientos me estaba volviendo loco, excitándome hasta el límite de mi capacidad de aguante.

-Te voy a follar como lo hacen los hombres. Sin ningún miramiento. Te voy a reventar vivo –había empezado a perder la cordura y a decir burradas como siempre me ocurría en aquellas situaciones.

Retiré mis dedos y mis manos de su culo y agarré el elástico de su pantalón y sus slips por los laterales bajándolos de golpe y dejando escapar aquel rabo tan blanco y totalmente erecto que ya había podido contemplar unas horas antes en los monitores. Luego con un rápido movimiento puse mis manos en sus brazos y lo giré poniéndolo de espaldas a mí, para después empujarlo con fuerza hacia la mesa del despacho, quedando su cintura justo al borde, su torso ligeramente inclinado hacia la superficie de caoba y sus manos apoyadas sobre la misma, su slip azul a mitad de camino en sus musculadas piernas ligeramente abiertas y aquel culo que parecía esculpido en mármol a mi entera disposición. Casi parecía preparado para un cacheo policial. Sabía que aquel chaval tenía la fuerza física suficiente como para resistirse a mis movimientos y pegarme dos hostias por lo que su docilidad, aquella sumisión hizo que me excitara mucho más de lo que ya estaba. Tiré del cordón de mi bañador y me lo bajé de golpe dejando a mi polla una libertad que llevaba pidiéndome a gritos desde hacía un rato y retiré la piel que la cubría hacia atrás. Mi glande se escurrió hacia fuera con suavidad expulsando una pequeña cantidad de líquido transparente.

Me arrodillé detrás de él dejando mi cabeza a unos centímetros de su cuerpo, apoyé las manos sobre la parte trasera de sus muslos y cerré los ojos tratando de percibir su olor. Un suave aroma a gel de ducha se mezclaba con el de sus genitales. Abrí los ojos y me acerqué aún más, subiendo lentamente las manos por sus piernas hacia aquellos glúteos, volviendo a masajearlos con delicadeza, como si pudiesen romperse de un momento a otro, y entonces le propiné un fuerte palmetazo en uno de ellos. Claudio dio un respingo pero continuó en aquella posición, ofreciéndome aquel culo tan blanco mientras respiraba agitadamente y volvía la cabeza de vez en cuando para observar cada uno de mis movimientos. Froté con mi mano aquella zona y volví a darle una nueva cachetada algo más fuerte. Su cuerpo se estremeció de arriba abajo. Aquello comenzaba a tomar un ligero color rojizo y acerqué mi boca, poniendo mis labios sobre su piel pero sin llegar a besarle, moviéndolos después hacia arriba y hacia abajo, recorriendo e inspeccionando con ellos la suavidad de sus nalgas. Giré un poco la cabeza y comencé a frotar mi mejilla contra su piel con fuerza. La dureza de mi incipiente barba de un día no hizo sino contribuir a enrojecer su inmaculado trasero.

Me separé de su cuerpo y al tiempo que me deshacía de mi camiseta traté de serenarme mientras mi rabo se sacudía por sí solo como si tuviera vida propia debido al efecto de la sangre bombeando hacia su interior. Puse de nuevo las manos a ambos lados de sus cachetes y los separé todo lo que pude. Claudio soltó una pequeña protesta de dolor mezclada con un gemido y volvió a mirar hacia atrás. Seguía con las manos apoyadas sobre la mesa y su cuerpo aún temblaba de vez en cuando. Me acerqué de nuevo y rocé con la punta de la lengua aquel apretado esfínter dejando una pequeña cantidad de saliva, suavemente, sin tratar aún de invadir aquella intimidad, y pude oír un nuevo gemido escapando de su boca.

Seguí pasando mi lengua por aquel agujero, tratando de introducirla cada vez más profundamente, acariciando y extendiendo después mi propia saliva con la yema de un dedo.

-Andrés… por favor… para… -dijo entre gemidos mientras miraba hacia atrás con los ojos embotados de placer, casi parecía que acabase de despertar de un profundo sueño, resacoso después de una noche de borrachera.

No me cabía la menor duda de que no era su cuerpo sino su cerebro el que me hablaba en aquel momento. Me levanté poniendo las manos en sus caderas y agarré su camiseta desde abajo, subiéndola de un tirón y sacándola por su cabeza, dejándola únicamente colgando delante de él con las mangas en sus brazos, para luego apoyar toda la longitud de mi cuerpo contra el suyo, mi pecho a lo largo de su musculada espalda, mis caderas rozando sus nalgas, mis muslos contra la parte trasera de sus piernas. Puse mis brazos a lo largo de los suyos, mis manos sobre sus manos en la mesa de caoba y acerqué mi mejilla a su oreja, frotándola suavemente. Mi polla latía con violencia y quedaba ahora justo por debajo de sus cojones. Apreté varias veces mi esfínter y mi rabo comenzó a golpear sus huevos con fuerza desde abajo.

-Esto te va a gustar –dije en un susurro acercando mis labios a su oreja, y pude notar que todo su cuerpo se tensaba involuntariamente.

Me apetecía horrores darle un par de pollazos en uno de sus cachetes, tan suaves y tan blancos, pero creo que aquello habría acabado en una corrida segura por mi parte, así que en lugar de eso me retiré de él unos centímetros y volví a observarlo. El contacto entre nuestros cuerpos había hecho que comenzáramos a sudar y al separarme pude notar que la piel de Claudio comenzaba a erizarse a causa del frío del aire acondicionado.

Llevé la mano izquierda hacia uno de sus pezones , apretándolo y pasando las yemas sobre su dureza, al tiempo que llevaba un par de dedos de la derecha a su boca y los embadurnaba generosamente con su propia saliva, jugueteando con su lengua unos segundos. De repente me entró la urgente necesidad de besarle, de probar cómo sabía su boca, pero estaba seguro de que intentar aquello sería cruzar una línea que aún no quería cruzar, que podría provocar en él una reacción inesperada y romper el momento que había conseguido crear. En su lugar llevé los dedos directamente de su boca hacia la mía y seguí llenándolos de saliva mientras cerraba los ojos y me estremecía de placer con aquel sabor. Los saqué despacio y comencé a introducirlos entre sus cachetes lentamente, buscando a tientas un esfínter que Claudio se empeñaba en contraer a conciencia. Un quejido parecido a un gimoteo salió de su boca.

-Andrés… no… eso no, por favor… -dijo mirando hacia atrás, comenzando a incorporarse ligeramente desde su posición, pero llevé la mano izquierda a su hombro y apreté con fuerza para mantenerlo en su sitio.

-Vale ya de tonterías –le susurré acercándome un poco más, y empujé ambos dedos hacia su interior despacio pero con determinación.

Sorprendentemente aquellos dedos embadurnados con nuestras salivas, una vez habían pasado por la barrera de su esfínter comenzaron a introducirse con una facilidad asombrosa. Giré la mano un par de veces en ambos sentidos mientras Claudio intentaba gimotear sin poder ocultar el placer que mi mano le estaba produciendo. Separé los dedos en su interior un poco más y comencé a sacarlos lentamente, tratando de abrirlo lo más posible. Claudio soltó un largo gemido mientras sentía mis dedos salir de su cuerpo. A continuación y sin darle apenas tiempo a que aquel agujero volviera a contraerse, coloqué en él la cabeza de mi polla que estaba ahora a punto de reventar, y me incliné hacia él un poco más, introduciéndola muy lentamente. Quería que notase cada centímetro de mi rabo taladrando sus entrañas pero tenía que hacerlo despacio y con cuidado ya que me encontraba al borde del orgasmo.

Claudio volvió a quejarse, esta vez mucho más fuerte mientras miraba hacia atrás y comprendía que ya no había vuelta atrás. Trató de nuevo de incorporarse pero esta vez me pareció que lo que intentaba era estrechar más el contacto entre nuestros cuerpos, apretar su culo contra mí. Tenerme completamente dentro. Mientras aquellas ideas cruzaban mi mente como fogonazos y me producían un escalofrío de placer llevé la mano derecha hacia su polla, que no había perdido ni un ápice de su dureza y comencé a extender su líquido preseminal sobre ella, embadurnando completamente su capullo con la yema de mis dedos. Claudio seguía con la cabeza girada, mirando hacia atrás, tratando de observar mis movimientos con los ojos entrecerrados y embotados, y profirió un nuevo gemido. Pude notar su aliento caliente rozando mi cara y decidí entonces acercar mis labios y ponerlos suavemente sobre los suyos. Succioné el labio inferior de su boca entreabierta mientras su respiración agitada se introducía por mi garganta y justo después le introduje toda mi lengua, tratando de encontrar la suavidad de la suya, de probar su sabor y de invadirle a él con el mío. Noté con sorpresa que Claudio comenzaba a devolverme aquel beso, tímidamente al principio pero aumentando poco a poco su intensidad, y sin poder aguantar aquello un segundo más mi polla se tensó y comenzó a soltar lo que me parecieron litros de esperma mientras yo apretaba aún más nuestros cuerpos y nuestras bocas y un gemido de placer se mezclaba con nuestras salivas. Casi al momento noté en mis dedos una sensación húmeda y caliente, uno tras otro fui recibiendo cada uno de sus espesos trallazos en mi mano, otros escaparon y se estrellaron contra la mesa de caoba, escurriéndose lentamente hacia abajo. Continué masajeando aquel hinchado glande con la ayuda de su semen incluso después de que acabase de eyacular, hasta que las violentas contracciones de sus cuádriceps y su abdomen me indicaron que su rabo había llegado a un estado de sensibilidad tal que era incapaz de soportar cualquier roce.

Claudio dejó de besarme e inclinó un poco su cabeza hacia abajo, apoyando su frente sobre uno de mis pómulos y llenándolo de su sudor. Ambos jadeábamos y apenas nos atrevíamos a movernos de nuestra posición, podía aún incluso notar alguna que otra contracción de su esfínter cerrándose violentamente sobre mi erección, como tratando de exprimir hasta la última gota de mi leche.

Me invadió una paz absoluta en aquel momento. Una paz que no había sentido jamás y que probablemente nunca volvería a sentir. Un deseo de acabar con la puta mentira en la que mi vida se había convertido sin importarme las consecuencias. No era aún consciente de ello pero aquel encuentro con Claudio había sido el inicio de un acto de contrición que pondría por fin mis cartas sobre la mesa y que me llevaría poco a poco a la etapa más feliz de toda mi existencia.

Mientras estas ideas se arremolinaban en mi cabeza como llamaradas que incineraban a su paso cualquier resto de culpa o remordimiento, un ligero movimiento captó mi atención en uno de los cincuenta y cuatro monitores en blanco y negro que estaban justo en frente de mí. Concretamente en el monitor que vigilaba el salón de mi propio chalet, y para ser más exactos, en la cámara que enfocaba precisamente la puerta de mi despacho desde el exterior, pude observar una figura inclinada hacia la puerta, como tratando de escuchar a través de ella.

Y entonces reconocí aquella figura, aquel cuerpo. Aquel chaval. Un chaval con el que había estado en estrecho contacto tan sólo uno o dos días atrás, una madrugada que, aquí y en este momento, tras la follada al sobrino de Carmina me parecía tan sumamente lejana. Y en la pantalla pude ver que Juan se giraba, retirándose de la puerta del despacho como si algo le hubiese alarmado de que había sido descubierto, y me miraba directamente a los ojos a través de la cámara que lo enfocaba.