Los 16 latigazos (11: La gestión)

Tuve el impulso irracional de besarle la oreja pero antes de que yo pudiera siquiera hacer semejante tontería o decir nada se giró y de un salto bajó de la cama, agarró su slip del suelo y empezó a colocárselo rápidamente de espaldas a mí.

LOS 16 LATIGAZOS (11). LA GESTIÓN

El cabrón de mi primito Antonio acababa de tener la corrida de su vida. Había inundado su propio pecho, había pringado la cama entera e incluso un enorme trallazo me había regado el brazo de arriba abajo mientras yo trataba también de llegar al orgasmo. No contento con eso, una vez se había corrido había continuado agarrándosela con fuerza, y sin dejar que su erección bajara ni un solo centímetro había tenido una segunda corrida un par de minutos más tarde. Sí que estaba cachondo joder, aquel chaval era una puta máquina. Y para mí estaba siendo una de las masturbaciones más increíbles que recordaba. Aunque me costase reconocerlo, aquello de tener a mi primo en pelotas a mi lado, jadeando entrecortadamente y sujetándose un rabo que, ahora ya sí, empezaba a ponerse fláccido, me estaba poniendo al límite de mi capacidad de aguante. El olor de sus dos corridas y su transpiración me llegaba en oleadas provocándome una sensación desconocida hasta entonces.

Continué unos segundos más acelerando el movimiento de mi mano, cerrando los ojos e imaginando que Antonio volvía a tragarse mi rabo hasta el fondo de su garganta. A agarrármelo y a terminar lo que habíamos empezado poco antes. Me sorprendí excitándome como nunca con la simple idea de obligarle a hacerlo. Con la idea de cogerle su cabeza, sujetarla con firmeza y darle polla hasta que me rogase que parase y los ojos se le llenaran de lágrimas. Recordé la sensación de su lengua escurriéndose sobre mi culo y una nueva oleada de placer me sacudió el cuerpo entero como una descarga. Apreté aún más la fuerza del movimiento de mi mano y abriendo los ojos lancé una corta mirada a Antonio, que ahora había girado su cabeza hacia mí, y me miraba mientras restregaba su segunda corrida sobre su polla ya fláccida, jugueteando con ella, metiendo un dedo entre el glande y la piel. El muy cerdo parecía seguir disfrutando a tope.

-Joder Claudio, mira que eres lento, cabronazo. ¿Qué pasa, que quieres que te la termine yo o qué?

Y diciéndome esto se pasó rápidamente una mano recogiendo todo el semen que había caído en su pecho y la estrelló contra mi cara con fuerza mientras reía, intentando meterme los dedos por la boca. Pude notar el áspero sabor de su corrida con total claridad.

-¡Pero qué cojones…! –dije con sorpresa.

Solté mi polla inmediatamente y abalanzándome sobre él con furia le sujeté los brazos para impedir que siguiera pringándome la cara. No sabía si reírme yo también o si darle tres hostias, lo que sí sabía era que tener su corrida en los labios me había puesto ya el rabo a punto de explotar. Antonio agarró mis brazos con fuerza, y con un brusco movimiento logró cambiar posiciones y quedar sobre mí, sus piernas aprisionando las mías. No comprendía cómo había ocurrido pero allí estaba, debajo de mi primito, nuevamente a su merced. Mi polla iba a reventar en cualquier momento, y se convulsionaba de un lado a otro con cada latido que daba mi corazón. Antonio pareció darse cuenta del detalle y miró hacia abajo sonriendo mientras me sujetaba los brazos, para justo después subir un poco su rodilla, colocándola justo entre mis huevos y la base de la polla. Abrí los ojos desmesuradamente, creyendo por un momento que me daría un rodillazo pero en lugar de eso comenzó a masajearme suavemente con la rodilla, subiendo muy, muy lentamente por el tronco y bajando nuevamente hacia mis cojones hinchados, cargados con el semen de varios días. Su rodilla y los pelos en ella se escurrían una y otra vez sobre mi polla, no sé si debido a su semen, mi líquido preseminal que para entonces fluía sin control en pequeñas cantidades, mi saliva, o una mezcla de todo ello junto.

-¿Te gusta, eh, mamonazo? –el tono de su voz no dejaba lugar a dudas de lo cachondo que el hijo de puta seguía estando a pesar de sus dos corridas. Aquello ya había dejado de ser una simple paja entre primos, aunque pensándolo bien había dejado de serlo desde el momento en que Antonio se había tragado mi rabo sin dejarse un centímetro fuera. Y lo cierto es que ambos estábamos disfrutando como posiblemente nunca antes en nuestra vida.

-Para… cabrón… -dije con un hilo de voz, a punto de correrme, sabiendo que no aguantaría ni unos pocos segundos incluso aunque Antonio dejase completamente de darme aquel increíble masaje con su rodilla.

Yo seguía haciendo fuerza para liberarme de su agarre, y estoy seguro de que hubiera podido hacerlo sin problema si me lo hubiese propuesto pero supe con certeza que no deseaba hacerlo. Necesitaba correrme de una puta vez, y quería que fuese Antonio quien vaciase mis cojones por completo, de la forma que fuese, eso ya me daba igual. Me sorprendió mi propia respiración y mis fuertes jadeos, el pecho subiendo y bajando con fuerza, tenía la boca completamente seca y el sudor se escurría desde mi frente mezclado con el esperma que Antonio me había restregado por la cara minutos antes. Eché hacia atrás mi cabeza y cerré los ojos con fuerza apretando los dientes, esperando aquella corrida inminente.

Y entonces Antonio paró por completo. Abrí los ojos de par en par y le miré con sorpresa. Antonio advirtió sin duda la expresión de frustración en mi cara.

-¿No me has dicho que pare? –dijo en un susurro.

El muy cerdo estaba disfrutando con todo aquello, ahora sonreía con los ojos entrecerrados mientras seguía sobre mí agarrándome los brazos y lanzaba rápidas miradas a mi polla convulsa. Había dejado de darme aquel masaje y sus dos rodillas estaban ahora sobre mis muslos justo por encima de las mías, clavándose en ellos con fuerza. Los dedos de sus pies apretaban mis tibias con firmeza. Pude ver que su polla estaba de nuevo completamente empalmada.

El cabrón me iba a volver loco, necesitaba soltar mi corrida desesperadamente pero estaba tan excitado con aquella situación tan morbosa que no me atrevía a mover un solo músculo. Sentía un intenso hormigueo de placer recorriendo mis pelotas que aumentaba y disminuía con cada sacudida que daba mi polla. Casi parecía como si me estuviese corriendo, y tuve que lanzar una rápida mirada hacia abajo para comprobar que no lo había hecho ya. Aquello era demencial, joder.

Aún jadeando volví la vista de nuevo hacia arriba y la fijé en los ojos de Antonio, que me correspondió con una mirada de complicidad. Esbozó otra sonrisa y rió por lo bajo mientras apretaba aún más mis brazos con sus manos y clavaba con más fuerza sus rodillas en mis muslos, acercando ahora su pelvis hacia mí, pero sin llegar a tocarme con su erección, dejando su polla nuevamente descapullada y brillante a unos centímetros de la mía pero sin rozarla y volviendo hacia atrás y hacia delante, una y otra vez. Como follándose el aire. Como follándome a mí. O al menos eso parecía decir su mirada y su expresión. Cuando creí que no aguantaría más sin eyacular, Antonio acercó nuevamente su tranca y girando esta vez su pelvis hacia la izquierda para tomar fuerza, me dio un golpetazo con su propio rabo en el tronco de mi polla. Aquel roce fue demasiado y comencé a correrme descontroladamente mientras Antonio, aún sujetándome los brazos, acercaba ahora su polla y la colocaba como podía sobre la mía, apretándolas con fuerza, deslizándolas una sobre otra y provocándose a sí mismo una nueva corrida. Con los ojos cerrados pude notar su cara y su aliento a pocos centímetros de la mía mientras nos corríamos.

-Arghhhh… cabronazo… -fue lo único que acerté a decir mientras me moría de puro placer.

No sé cuánto tiempo estuvimos eyaculando pero sí puedo asegurar que aquella fue la corrida más larga e intensa de toda mi puta vida. Antonio cayó sobre mí totalmente, aplastando nuestras pollas aún duras entre nuestros abdómenes y el semen de nuestras corridas entre nuestros pechos, con su cabeza ahora hundida en un lado de mi cuello, el sudor de su cara mojando mi mejilla. Tuve el impulso irracional de besarle la oreja pero antes de que yo pudiera siquiera hacer semejante tontería o decir nada se giró y de un salto bajó de la cama, agarró su slip del suelo y empezó a colocárselo rápidamente de espaldas a mí.

En toda mi puñetera vida me había sentido más confuso y desconcertado. ¿Qué coño acababa de pasar en aquel cuarto? Lo que un minuto antes me había producido una excitación acojonante ahora me parecía ridículo. El olor del cuarto a sudor y a semen me estaba empezando a producir una desagradable sensación de culpabilidad. Había estado a un pelo de follar con otro hombre y después de eso me había corrido como nunca al contacto con otra polla, sin apenas tocarme. Un tío me acababa de comer el rabo, no, no sólo eso, me había follado el culo con su lengua, y yo no le había partido su puta cara, es más, me había gustado, joder, ¡me había extasiado!, y después de ello había fantaseado con lo que acababa de pasar para poder terminar de correrme. Mi cabeza daba vueltas mientras miraba a mi primo Antonio subirse aquel ajustado slip sobre unos glúteos perfectos. Y ahora joder, ¡le estaba mirando el culo! ¿No había tenido bastante? Mi polla semifláccida tuvo una pequeña contracción, y expulsó algún que otro resto de semen que resbaló hacia las sábanas sorteando los pelos de mi pierna. Me giré hacia la derecha bajando la mano hacia el suelo y tanteando para buscar mi slip y una vez lo había cogido comencé a ponérmelo rápidamente arqueando la espalda hacia arriba, aún tumbado en la cama. Antonio se había girado y me miraba con diversión. Para él aquella experiencia que acabábamos de tener parecía lo más normal del mundo. No se notaba afectado en absoluto.

-Menudo pajote primo -dijo Antonio sonriendo-. Bueno, te voy a dejar que duermas un rato más si quieres, posiblemente tenga que salir a hacer un par de cosas.

Se le veía contento. Joder, parecía de mucho mejor humor que cuando me abrió la puerta hacía apenas una hora u hora y media. El hijo de puta parecía otra persona. Pero yo me había quedado tan conmocionado por todo aquello que sólo asentí con la cabeza intentando ocultar el estado en el que me encontraba, mi mente bullía sin parar recordando lo que acababa de pasar.

-¿Joder Claudio, te pasa algo?

Carraspeé un poco.

-Nada tío, que me he quedado como nuevo, –dije atropelladamente señalando mi polla con un gesto de la cabeza, aquello fue lo primero que me vino a la boca–, …pero ahora estoy empezando a notar el cansancio del viaje

-Claro tío, pues duerme un par de horas mientras yo salgo, ya te avisaré yo para comer.

Estaba empezando a darme cuenta de que había perdido toda la seguridad que siempre me acompañaba en cada una de mis frases, de mis actos. Me sentía como si fuese otra persona la que miraba a través de mis ojos, la que pronunciaba mis palabras. La que observaba cómo aquel chaval al que tanto había puteado años atrás me hablaba como si no hubiese pasado nada después de haber tenido mi polla dentro de su boca y de haberme comido el culo como los dioses. Por no hablar del pequeño detalle de que había estado a punto de follarme.

-Si, bueno… me gustaría salir para Málaga esta misma tarde pero antes tengo que hacer una gestión Posiblemente me dé una ducha y me vaya pronto

-¿Esta tarde? –dijo Antonio arqueando las cejas-. Creía que ibas a estar aquí dos días enteros, mamonazo.

-Ehm… Bueno, no tengo muy claro qué voy a hacer al final –dije visiblemente contrariado.

Ciertamente aquellos eran originalmente mis planes pero la situación se había vuelto un poco extraña cuando menos. Antonio parecía estar divirtiéndose de cojones con todo aquello. Rió un poco y volvió a hablar.

-Como quieras tío. Voy a dejarte una copia de la llave en el mueble de la entrada, por si cuando acabes de ducharte yo ya he salido –dijo mientras se colocaba sus pantalones cortos y cogía su camiseta del suelo para limpiarse con ella el desastre de la corrida en su pecho.

Sonrió de nuevo traviesamente y me lanzó una última mirada. Luego salió de la habitación dejándome allí tumbado en la cama. Levanté un poco la cabeza y miré hacia abajo. Aparte de estar pringado hasta las cejas volvía a tener una erección casi completa oculta bajo el slip, pero ya no tenía ni fuerzas ni ganas para otro asalto en solitario, así que dejé caer de nuevo mi cabeza sobre la almohada y cerré los ojos. No tardé ni dos minutos en caer profundamente dormido.

Me desperté completamente atontado. Tardé unos segundos que me parecieron eternos en darme cuenta de dónde estaba. Lo primero que noté fue un calor abrasador en la habitación, aquello era un puñetero infierno, debían ser aproximadamente las doce o la una del mediodía de aquel 24 de junio y una claridad cegadora me llegaba desde la ventana. El aire acondicionado estaba apagado pero las ventanas estaban cerradas a cal y canto, y yo estaba completamente empapado en sudor y en otros líquidos corporales cuyo olor me hizo volver a recordar lo ocurrido un par de horas antes. El aire que se respiraba en aquel lugar, debido al calor y a mi transpiración estaba mucho más concentrado y podía notarse el olor a sexo en cada rincón de la habitación.

No recordaba si había soñado algo mientras dormía o no, casi podría asegurar que sí, pero no con certeza. Lo que sí podía confirmar era que volvía a tener una tremenda erección latiéndome bajo el slip verde oscuro. Me imaginé que el olor que había estado respirando estando dormido, acompañado de todo lo que había ocurrido poco antes no había debido contribuir demasiado a conciliar un sueño apacible. Volví a repasar mentalmente y con rapidez aquella intensa sesión de sexo improvisado con mi primito y me llevé la mano al slip inconscientemente, introduciéndola por el elástico y dándome un pequeño apretón en el capullo humedecido. Aquello no podía ser real. Lo que había pasado. No podía. Menos aún el hecho de estar allí ahora excitándome como estaba mientras lo recordaba. Tenía que parar. Hacer lo que había venido a hacer y tirar para Málaga cagando leches. Y una vez allí echarle diez o doce polvos a Mónica, olvidar para siempre que tenía un primo que hacía unas mamadas de campeonato y pasar a otra cosa. Algo que, aunque aún no lo sabía, me costaría mucho trabajo conseguir.

Decidí que lo más sensato sería posponer aquellas cuestiones sobre mi sexualidad y centrarme en el asunto estrella del día. Aunque era consciente de que aún podía echar marcha atrás, ducharme, vestirme y salir corriendo de aquel chalet, la suma de dinero que pensaba sacar de todo aquello era demasiado tentadora como para olvidar el tema. Por no hablar de que llevaba planeándolo casi desde que me enteré de que mi jodida familia no era una familia normal sino un puto ‘ Dinastía’ a la española. Yo tendría seis o siete años y estaba todavía en Salerno cuando casualmente oí a mis padres hablando del tema. En aquel momento y con mi edad no comprendí ni de lejos el alcance de aquella conversación pero sí lo suficiente como para empezar a albergar una curiosidad malsana en el tema que fue creciendo a medida que pasaron los años. El caso es que a Carmina, mi tía la de Pamplona, le acababan de hacer un bombo a unas semanas de la boda, y no había sido precisamente su novio, sino un ricachón de buena familia, muy conocido en la ciudad por lo que pude escuchar decir a mis padres. El padre de aquel elemento, que debía ser otro cabronazo bueno, una vez enterado del lío que se traía su hijo con aquella chica ‘normal’ de clase media, lo había casado con una chavala bastante poco agraciada y de mal carácter. El lote completo. Eso sí, estaba forrada y su familia también era una de las más conocidas de Navarra. Justo después los mandó directamente a Córdoba y les puso un pisazo en una de las zonas más selectas de la ciudad y un chalet de lujo en la costa onubense. Un chalet este último que quedaba a escasos quince minutos a pie del chalet donde yo me encontraba precisamente en aquel momento y que como pude confirmar más tarde, era asombrosamente parecido a éste, tanto arquitectónicamente como en la decoración interior.

Aquel cabrón, que realmente no era ni siquiera mi tío político ya que no había llegado a casarse con mi tía Carmina se llamaba Andrés. Dos años después de la boda, él y su mujer Ana, tuvieron a su única hija, Pilar. Y a pesar de lo mucho que me había costado mantener la boca cerrada y no hacer rabiar a mi primito Antonio contándole toda la historia, que su padre no era su padre, que la zorra de su madre tenía un amante millonario al que seguía viendo y que él tenía una hermanastra en la otra punta del país, había merecido la pena. Lógicamente a estas alturas Antonio ya se habría enterado de todo, o quizás no, pero en aquel momento podía haberlo echado todo a perder. Y ahora había llegado la hora de sacar partido de todo aquello. Porque me constaba que aquella relación había sido llevada con mucho cuidado y muy, muy poca gente sabía la verdad. Desde luego ni Ana ni Pilar sospechaban nada en absoluto. Si Andrés quería que aquello siguiese así, iba a tener que pagarlo. Y no le iba a salir nada barato.

Me duché en el baño de la habitación, un baño que podía ser como cinco veces el baño principal de mi piso de Pamplona y pensé en el dineral que se habrían gastado solamente en sanitarios y duchas masaje, teniendo en cuenta que la casa podía tener más de diez dormitorios, cada uno con su propio baño. Quizás debería pedirle más dinero del que en un principio había pensado. Sonreí mientras me enjabonaba.

Una vez de vuelta en la habitación rebusqué en la maleta una camiseta, ropa interior limpia y un pantalón corto de deporte. Había decidido ir a aquella pequeña reunión en plan informal. Aquel rockefeller no se merecía mucho más. Qué coño, además hacía un calor de cojones y eso era lo más fresco que tenía en todo el equipaje. El aire acondicionado del cuarto seguía apagado por mucho que había intentado ponerlo en marcha desde el pequeño panel de control que había junto a la puerta, y aunque había abierto la ventana de par en par el dormitorio seguía siendo un infierno y aún podía notar un intenso olor a polla flotando en el ambiente.

Mientras me vestía cogí mi teléfono y decidí llamar a Andrés. Había intentado por muchos medios y durante bastante tiempo conseguir su número de móvil sin ningún éxito así que iba a tener que llamarlo al teléfono fijo del chalet, pero no me importaba, era un pequeño inconveniente sin importancia, y si lo cogían su mujer o su hija no les iba a revelar realmente mi identidad. Al menos no de momento. Por suerte fue él quien descolgó tras el primer tono, y tras identificarme a mí mismo como ‘ Claudio , el sobrino de tu amante’ , esperé unos segundos para escuchar su reacción. Y lo que oí me dejó bastante aturdido.

-Hombre, Claudio, qué tal. Me alegro de oírte.

Era la primera vez que cruzaba unas palabras con aquel tío y me estaba tratando como si me conociera de toda la vida. Teniendo en cuenta mi primera frase, habría esperado algo oír de él algo completamente distinto. Un ‘ qué coño quieres de mí ’, o quizás un silencio más largo. Algo por el estilo. O yo había visto demasiadas películas o aquel tío tenía una sangre fría de cojones.

-Creo que no te das cuenta de la gravedad de esta llamada –dije apenas sin pensar, y casi al mismo tiempo que pronunciaba aquellas palabras me arrepentí de haberlas dicho. Parecía una puñetera frase sacada de un guión de película barata y me sentí estúpido. Sí, definitivamente había visto muchas pelis. Pero joder, teniendo en cuenta que era el primer chantaje en serio que hacía en mi vida no se podía esperar otra cosa de mí. Andrés me contestó tranquilamente.

-Bueno Claudio, ¿qué te parece si nos vemos y me cuentas lo que me quieras contar en persona? Puedes pasarte por casa cuando quieras. ¿Supongo que sabes dónde vivo, no?

En todos los años que había estado planeando aquel momento jamás pensé que se desarrollaría como lo estaba haciendo. Ni por un solo instante. Pero lo cierto es que me alegraba, aquel capullo me estaba poniendo las cosas más fáciles de lo que creía. Si bien por otro lado su voz denotaba un aire de seguridad un tanto inquietante, una superioridad y una tranquilidad que no esperaba ni me daba buena espina. Volví a pensar en largarme de allí y olvidar todo aquel disparate, pero ya era demasiado tarde.

-Estaré allí en veinte minutos –dije intentando aparentar una tranquilidad que no sentía y colgué el teléfono sin esperar su respuesta.

Tiré el móvil sobre la cama y me senté en ella un poco descolocado. Por un momento me imaginé la escena, llegando al chalet y entrando en el salón, Ana y Pilar sentadas en un sofá preguntándose quién coño era aquel chaval y Andrés sonriéndome mientras me preguntaba a qué se debía mi visita. Y mi chantaje a tomar por culo. No. No, no lo creo, Andrés estaba solo, si no, no me habría invitado, aunque en caso contrario tendría que improvisar, no quedaba más remedio. Las manos me temblaban y el corazón me latía con fuerza como si quisiera salirse por la boca. Estiré una mano hacia delante con la palma abierta hacia abajo para comprobar el pulso. No muy estable. Me cago en la puta.

-Joder Claudio, tranquilízate, hostias –me dije a mi mismo en voz alta.

Mientras hablaba noté una erección tratando de escapar de mis calzoncillos por un lateral.

-¿Y tú qué cojones quieres ahora? –dije mirándome aquel bulto que latía con fuerza y se hacía cada vez más grande-. Joder, esto es surrealista. Voy a acabar ya de una puta vez o me voy a volver loco.

Lamenté profundamente el hecho de haber pasado por casa de mi primo. Había estado mucho tiempo planeando aquel día y lo ocurrido pocas horas antes con Antonio había resquebrajado muchos cimientos de mi personalidad, algo que en ese momento no necesitaba en absoluto. Respiré profundamente con los ojos cerrados, me coloqué la polla en una postura más cómoda dentro del slip y me levanté de la cama. Recogí el móvil de la cama y las gafas de sol que estaban dentro de la maleta y abrí la puerta de la habitación.

Una corriente de aire frio procedente del pasillo me sacudió provocándome un escalofrío en la espalda. Al parecer el aire acondicionado de mi habitación era el único que no funcionaba en aquel puto lugar. Pensé que habría sido una gracieta de mi primito, que al comprobar que me había vuelto a quedar dormido lo habría apagado desde algún otro lugar de la casa. No se oía ni un alma en toda aquella mansión y supuse que estaba solo. Mejor así.

Antonio me había dejado una llave en la entrada como había prometido, así que la cogí y la metí en el bolsillo de mi pantalón, pero al momento tuve el presentimiento de que lo mejor sería no volver a pisar aquella casa. Quería alejarme de allí lo antes posible y lo más rápido que pudiese, ni hablar de quedarme los dos días que había planeado, así que volví a subir las escaleras de tres en tres, entré en el que había sido mi dormitorio por unas horas, cerré la maleta que había abierto pero que aún no había deshecho, cogí también la que estaba cerrada y volví a bajar rápidamente con todo el equipaje. Dejaría las maletas en el coche y saldría de allí en cuanto Andrés me hubiera dado lo mío.

Después de haber dejado todo lo que traía en mi pequeño tres puertas me dirigí sin perder un solo segundo al chalet de Andrés. A pesar de haber estudiado perfectamente el plano de la urbanización y saber de memoria dónde estaba hubiese podido localizarlo sin problema incluso sin conocer la dirección, ya que el parecido con la casa de Antonio era bastante notable, probablemente habrían sido diseñadas por el mismo arquitecto, o quizás me lo pareciese a mí, que sabía toda la historia. Me pregunté si aquello habría pasado desapercibido a su mujer y su hija, teniendo en cuenta que ambas casas estaban tan cerca y si no les resultaría curiosa aquella similitud. Me pregunté si Ana y mi tía Carmina se conocerían de verse por el pueblo o si Andrés habría tenido siempre mucho cuidado de ponerse de acuerdo con la madre de Antonio para que sus vacaciones no coincidiesen nunca, de evitar cualquier tipo de encuentro entre las dos por pequeño que fuera. Me pregunté en pocos segundos muchas cosas inverosímiles que no me había cuestionado en ninguno de los años que llevaba ideando todo aquello, mientras atravesaba el arco de la entrada que daba al enorme jardín. Pero sobre todo me pregunté qué cojones hacía yo allí y qué pasaría si la cosa salía mal. Un calor me invadió como una llamarada desde los pies hasta la cabeza. Me paré en seco en mitad del camino rodeado de césped, ligeramente mareado, y me disponía a darme media vuelta cuando vi abrirse la puerta principal de la entrada. Y Andrés apareció tras ella con una sonrisa de oreja a oreja. Ahora sí que no había marcha atrás. Avancé lentamente, casi con dificultad, consciente de que la torpeza de mis movimientos no estaría pasando desapercibida para aquel hombre a punto de rozar los cuarenta, que ahora saludaba con la mano mientras con el brazo contrario se apoyaba en el marco de la enorme puerta. Parecía un poco más alto que yo y algo más fuerte que en las pocas fotos que yo había podido ver de él, y vestía un bañador por mitad del muslo y una camiseta azul marino que me pareció bastante vieja para tener tanta pasta y que le ocultaba apenas una pequeña barriga, aunque lo cierto es que tenía un físico envidiable para su edad. Y seguía sonriendo. ¿Pero qué cojones le pasaba a aquel gilipollas? De nuevo una desagradable sensación en la boca del estómago cuando ya estaba a menos de dos metros de la entrada. Andrés quitó el brazo del marco de la puerta y avanzó un paso sin borrar la sonrisa de su cara, mientras me ofrecía su mano para estrecharla. Miré aquella mano totalmente perplejo como si no hubiera visto una mano en toda mi puta vida y casi mecánicamente le di la mía en un breve pero cálido apretón, o al menos eso me pareció en aquel momento.

-Hola Claudio.

Pero yo a estas alturas ya me había quedado mudo.

-Pasa hombre, no te quedes ahí parado -continuó.

Mientras colocaba su mano izquierda en mi espalda y me introducía suavemente pero con firmeza a través de la puerta del chalet hacia la penumbra del salón pude notar un conocido hormigueo en el estómago, exactamente la misma sensación que sentía cada año cuando corría en los San Fermines. Una especie de terror enmascarado por una desbordante emoción. Una sensación que en el Encierro me parecía cojonuda e inigualable pero que en aquel momento me produjo unas inmensas ganas de vomitar.

Y fue entonces cuando me di cuenta de que hacía mucho, muchísimo rato que las cosas se habían escapado de mi control.